Читать книгу La leyenda de Laridia - Marcos Vázquez - Страница 7

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2. Un velero en la montaña

Cuando Martín volvió en sí descubrió que estaba acostado y atado a la cama. Supuso que su abuelo lo habría cargado hasta allí. No estaba seguro de si había permanecido inconsciente durante horas o solo algunos minutos. Todo en la habitación giraba sin cesar.

Al cabo de unos segundos, notó que el velero ya no se movía. Como pudo, tratando de vencer el mareo, se paró. Apenas logró mantenerse de pie. Por un momento pensó que era por culpa del golpe, pero enseguida se dio cuenta de que el piso estaba muy inclinado, como si el barco estuviera recostado sobre uno de los lados. ¿Habrían encallado?

Miró la cama de Pedro y descubrió que estaba vacía.

—¡Abu! –gritó. No hubo respuesta.

En el suelo aún estaba la libreta. La recogió y la guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Apoyándose en las paredes se dirigió hacia la cubierta del barco. Mientras avanzaba no dejaba de llamar a su abuelo una y otra vez.

Cuando llegó, el panorama que observó en el exterior lo dejó perplejo: era pleno día y el barco estaba encallado en una montaña de piedra a unos trescientos metros de altura. La embarcación se encontraba a mitad de camino entre la base y la cima. A pesar de ser una locura, parecía que el velero hubiera volado hasta allí.

Se sintió abrumado. No entendía por qué el abuelo lo había dejado desmayado en el camarote y se había marchado. ¿Estaría del otro lado de la montaña? La sola idea de que se hubiese caído al mar, lo hizo estremecer.

De inmediato la descartó. Tenía que encontrarlo.

Volvió abajo; tomó una mochila y puso algunas cosas que creyó útiles para la búsqueda: cuerda, linterna, una bengala, un cuchillo, algo de abrigo, agua y comida.

Antes de salir decidió probar la radio para pedir ayuda. Conocía a la perfección todos los códigos de la navegación. Quizás algún barco cercano podría escucharlo.

—Mayday, Mayday, Mayday1. Aquí el María Bonita. ¿Alguien me copia?

Nadie contestó al llamado.

—Mayday, Mayday, Mayday. Aquí el María Bonita. Estamos encallados. Nuestra posición es… –buscó en los instrumentos, pero ninguno funcionaba–. ¡Diablos! –maldijo. El enojo fue tal que tiró el micrófono y se alejó rumbo a cubierta.

Cuando estaba por salir de la cabina, escuchó una voz femenina que provenía de la radio:

—Hola. ¿Hay alguien ahí?

Al final de las palabras se sintieron sollozos.

Martín corrió hacia el transmisor.

—¿Quién habla?

Parecía alguien muy joven.

—Soy Maite –se oyó con voz temblorosa.

—Maite, necesito hablar con un adulto.

—Mi padre desapareció. No lo encuentro por ningún lado –volvió a escuchar el llanto.

—Tranquila, Maite. Yo soy Martín –dijo–. ¿Dónde está tu barco?

—No sé dónde estamos. Vas a pensar que estoy loca, pero creo que chocamos contra una montaña –se le escapó una risita nerviosa al final de la frase.

—No estás loca –contestó, resignado–. Nuestro barco también golpeó contra una montaña. Por lo claro que nos escuchamos, debe ser la misma.

—¿Es una broma? –preguntó algo molesta.

—Eso quisiera –respondió Martín–. A nuestro velero le sucedió lo mismo, y lo peor es que mi abuelo desapareció.

—¡Auxilio! ¡Que alguien me ayude por favor! –Maite había decidido no continuar la conversación. Era imposible que hablara en serio y ella no tenía tiempo que perder.

—No importa si no me crees –la interrumpió–. Voy a buscarte ya mismo. Tu barco debe estar cerca del mío; cuando me veas, lo vas a entender.

Dejó de lado la radio y regresó a la cubierta. Tenía que averiguar qué sucedía y encontrar a Abu.

No le resultó sencillo desembarcar. La popa era la parte que estaba más cerca del suelo. Aun así, la distancia hasta las rocas superaba los tres metros. Si saltaba desde esa altura corría el riesgo de lastimarse o de rodar montaña abajo.

Luego de pensarlo, decidió utilizar la cadena del ancla para abandonar la nave. Si lograba bajar por allí se acercaría lo suficiente al suelo como para saltar de manera segura. Pasó su cuerpo por encima de la baranda y se deslizó hasta que alcanzó el primer eslabón. Muy despacio y con cuidado, descendió. Al llegar al final, se soltó y cayó parado sobre las rocas.

Cuando miró hacia arriba, la imagen del imponente velero con la quilla incrustada entre las piedras lo sobrecogió. Ese barco había sido el sueño de Abu por mucho tiempo. No imaginaba la forma de volver a ponerlo en el mar para que navegara de nuevo.

Pero no era el momento de preocuparse por eso. Primero tenía que encontrarlo, y después, entre los dos, buscarían la forma de salir de allí.

Con la ayuda de las manos y tratando de no resbalarse, empezó a rodear la montaña.

Luego de algunos minutos de recorrida divisó otro velero. Se dijo que tenía que ser el de Maite.

Apuró el paso. Mientras lo hacía, decidió gritar el nombre de la muchacha:

—¡Maite!

Nada sucedió. Avanzó unos metros más.

—¡Maite! ¡Soy Martín! –probó otra vez.

¿Y si ese no fuera el barco?

La figura que apareció en la cubierta terminó con la interrogante.

1 Señal de socorro, derivada del francés m'aider ("ayudenme"). Es utilizada como llamada de emergencia ámbitos como la marina mercante, las fuerzas policiales, la aviación, las brigadas y las organizaciones de transporte.

La leyenda de Laridia

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