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PRÓLOGO



Un psicoanalista kleiniano o post kleiniano lo es en la medida en que contempla, tanto en su perspectiva teórica de la mente como en su práctica y en su visión de la psicopatología, el tema medular de la envidia y el de su par contrapuesto, la gratitud.

El postulado de 1955 según el cual existe una dotación instintiva de vida y de muerte en cada individuo que se representa en las emociones de amor y odio y se expresa, finalmente, en la gratitud y la envidia (Moya, 2018), subvierte el orden kleiniano anterior a esta propuesta. La nueva visión parece sugerir un cambio de dirección que nos lleva a suponer que dado que existen gratitud y envidia de forma primaria, el individuo humano es capaz de buscar y encontrar al pecho y desarrollar amor u odio por él, según sea el caso y, por ello, devenir en un buscador de la vida, o convertirse en un buscador de la no-vida de los objetos degradados, mutilados y carentes de ética y belleza.

Esta subversión es sorprendente, aunque no excepcional cuando se piensan las situaciones en la clínica que llevan a replantear las teorías existentes. Freud teorizó primero los impulsos anales y sólo después encontró que éstos estaban insertos en una cadena en la que un eslabón previo, el impulso oral, anidaba como punto de arranque para el desarrollo de la libido. De igual forma, Klein supuso primero la existencia de la Posición depresiva, pero su gran capacidad de observación clínica y de captación intuitiva la llevaron a concluir que una posición previa, la paranoide-esquizoide, era la punta de lanza del desarrollo mental.

Finalmente, las teorizaciones kleinianas se reorganizaron después de 1955, cuando Melanie Klein presentó por vez primera su teoría relativa a la envidia y a la gratitud. Se comprendieron bajo una nueva luz conceptos como el de Posición paranoide-esquizoide, que ahora podía ser vista en sus dos caras, una de las cuales resulta ser el punto de arranque, normal y necesario, del desarrollo mental, y la otra, la patológica, queda afectada por los impulsos agresivos que habitan el espacio interno desde el origen mismo de la vida postnatal. De la misma forma, se redimensiona la noción de identificación proyectiva para diferenciar una modalidad capaz de destruir agresiva y ofensivamente a un objeto bueno por el hecho de serlo, de otra cuya finalidad es ocupar el interior de la mente y el cuerpo de la madre como un refugio defensivo ante la amenaza y el desvalimiento que producen al sí-mismo las emociones agresivas tanto internas como externas.

La envidia y la gratitud, como las planteó Klein, son indispensables para comprender tanto el funcionamiento mental en desarrollo como la psicopatología y el trabajo clínico de los analistas desde una teoría de la observación. Si bien Freud ya había hablado de la envidia, referida a la situación de la mujer frente al hombre por la posesión del pene, la noción kleiniana, desde el inicio de su teorización, pero más enriquecida a partir de 1955, la vuelve universal, medular y fundante del psiquismo.

Es bien sabido que la noción de envidia primaria —no así la de gratitud primaria— ofendió a muchos psicoanalistas que se resistieron y se resisten a suponer que el sujeto humano pueda venir equipado, psíquica y físicamente hablando, con tales elementos malignos. Pareciera que contemplan a la criatura como un ente que nace puramente bueno y que adquirirá la malignidad a lo largo de su recorrido por el mundo de los eventos inter-vinculares; pareciera que el mal es impuesto desde el exterior.

No cabe duda que un ambiente psicótico, por ejemplo, afectará profundamente cualquier posibilidad de desarrollo mental (sólo un loco lo negaría). Pero es también cierto que existen dotaciones psíquicas que nos obligan a leer la realidad interna y externa y a significarla de formas distintas y que trascienden con mucho el ámbito del entorno del sujeto, el ambiente.

Se puede entender, sin regateos, que existan personas en el terreno del arte o la ciencia cuyas capacidades pueden conducirlas a cimas extraordinarias de desarrollo y creatividad. ¿Se diría de Mozart, cuyas primeras composiciones fueron realizadas a los cinco años de edad, que fue un gran músico porque el ambiente lo determinó? Curiosamente, este talento o dotación natural es algo creíble, un don, y aceptado por los psicoanalistas cuando opera en el campo del arte o la ciencia, pero no así para pensar a una criatura humana cuyo talento sea sobresaliente para la expresión profunda y hasta “creativa” de la agresión y la malignidad. Los Mozart nacen; los Hitler se hacen, se nos diría.

No se trata de una discusión causalista respecto de la génesis de los impulsos destructivos; toda explicación causal en psicoanálisis, como lo propone Bion, no es más que la necesidad de afirmar que una teoría es falsa y otra verdadera. Una teoría de la mente, piensa Bion, debe evaluarse en función de su utilidad para la comprensión de un problema psíquico determinado. Tasar a una teoría como superior y a otra como inferior o pensar en las teorías psicoanalíticas desde una perspectiva causalista cae inevitablemente en la alucinosis.

Así pues, debemos considerar las teorías de la envidia en Klein como útiles para abordar los problemas y las vicisitudes del desarrollo mental. Y decimos las teorías, porque se trata de al menos dos: la envidia que, junto con la gratitud, oscila en la relación con los objetos permitiendo odiarlos, amarlos, repararlos, sufrir el tiempo que transcurre entre que los odiamos y los volvemos a querer y gozar de los reencuentros para producir eso que llamamos “el sentimiento de estar vivos”, y la envidia que es fuente de resentimientos, amarguras, soledades, tiranías y sometimientos, que excluyen al individuo que la padece del mundo de los objetos vivos, bellos y verdaderos.

La envidia y la gratitud se tornan así en postulados sobre los que aquellos que se denominen kleinianos o post kleinianos habrán de tejer, con el compromiso de sostener una absoluta congruencia, sus desarrollos acerca de la mente, de la psicopatología y de la clínica. Nadie que se piense como kleiniano podrá obviar que el ser humano porta emociones contradictorias dentro de sí y que dichas emociones le harán construir la lente con la que mirará al mundo y a sí mismo. Para Melanie Klein la mente no es una tabula rasa. En calidad de postulado, la envidia y la gratitud primarias no es necesariamente una verdad que pueda demostrarse o de la que se puedan desprender evidencias concretas, pero es la base de un cuerpo teórico cuya congruencia y riqueza ha dado lugar a desarrollos que hoy forman lo más importante de la disciplina psicoanalítica.


Margarita Moya y Jaime del Palacio, que han dedicado ya muchos años al estudio del pensamiento kleiniano, nos ofrecen ahora este texto en la colección “Los Imprescindibles del Psicoanálisis”.

Ciertamente, la teoría de la envidia y la gratitud fueron imprescindibles en la evolución de las ideas de los psicoanalistas kleinianos y de los llamados post kleinianos (Segal, Rosenfeld, Bion, Meltzer...), así como de muchos otros que no se inscriben en estas líneas de pensamiento. La originalidad y la frescura de este libro lo ponen en un lugar destacado en la amplia literatura consagrada a este tema, y debe ser igualmente imprescindible para todos aquellos que han elegido trabajar con la mente humana, con sus grandes expresiones creativas y con su gran capacidad destructiva.


SOLANGE MATARASSO

Ciudad de México, 2018

Melanie Klein. Envidia y gratitud

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