Читать книгу Melanie Klein. Envidia y gratitud - Margarita Moya - Страница 7
ОглавлениеBIOGRAFÍA DE MELANIE KLEIN
(1882-1960)
Melanie Klein, Reizes por su apellido de soltera, nació en Viena en 1882. Su padre, Moriz, originario de Lvov, una ciudad de Galitzia, era un judío centroeuropeo sumamente cultivado. Debía ser rabino, pero su destino era romper con las tradiciones: estudió medicina y al terminar la carrera se divorció de la esposa que le había sido asignada y a quien ni siquiera conoció antes de la boda. Más tarde, durante una estancia en Viena en 1875, se casó con Libussa, una joven hermosa a la que llevaba 24 años.
Moriz Reizes y Libussa Deutsch se establecieron en un pequeño poblado cerca de Hungría. Al año siguiente nació Emilie, luego Emmanuel y después Sidonie con sólo un año de diferencia entre cada uno. Melanie nació en 1882, ya en Viena, en donde la familia decidió establecerse.
Los hermanos fueron determinantes en la vida de Melanie. Sidonie, apenas cuatro años mayor, inició a la niña en la lectura y en la aritmética antes de morir de tuberculosis a los ocho. Con Emmanuel, Melanie compartió un vínculo más intenso aún: cuando, a los catorce años, la joven decidió, premonitoriamente, convertirse en psiquiatra, el hermano la apoyó y la preparó para el ingreso en el Gymnasium (el equivalente de la escuela secundaria y preparatoria). Más tarde abandonaría ese anhelo y, aparte algunos cursos sobre arte y literatura, nunca más volvió a un aula universitaria. Escribió en alemán y en inglés; consideraba el francés su segunda lengua. Lectora voraz, tocaba el piano y en sus últimos años la gratificaba particularmente la amistad con artistas, filósofos, músicos y poetas.
Emmanuel era un joven emocional y físicamente frágil, con grandes ambiciones intelectuales. Murió en 1902; lo mató en Italia la tuberculosis, la inquietud, la desnutrición, el alcohol, las drogas, la pobreza; la voluntad de autodestrucción. Melanie guardaría siempre un amor, una admiración y una culpa desmedidas por la figura trágica de su hermano.
Las dificultades económicas de la familia, que se agudizaron a la muerte de Moriz en 1900, parecen haber urgido el compromiso de Melanie con Arthur Klein, un joven químico amigo de Emmanuel. El matrimonio se celebró hasta 1903. La pareja se estableció en Rosenberg, la pequeña población en donde nacerían sus hijos Melitta y Hans. Pronto, Melanie comenzó a padecer de los nervios y a deambular de sanatorio en sanatorio durante largas temporadas mientras su madre, Libussa, se ocupaba de los niños. Recuérdese que muchos sanatorios europeos de la época eran más bien centros de descanso y recreación en los que la socialización formaba parte del tratamiento. Al parecer, en uno de ellos, de acuerdo con sus propios poemas, Melanie “conoció el amor”.
En 1910 el matrimonio se instaló en Budapest; Libussa también, con la pareja, de manera permanente. En su autobiografía (Milton, 2020: 60-81), Melanie habla de la relación con su madre como de uno de los pilares de su vida: “La amé profundamente, admiré su belleza, su intelecto, su intenso deseo de conocimiento.” Estos sentimientos, sin embargo, se llevaban mal con la posesividad, el carácter intrusivo y manipulador que se atribuye a Libussa.
Al estallar la Primera Guerra (1914), Arthur se enlistó en el ejército austrohúngaro. En julio nació Erich, el tercer hijo. En ese año, también, Melanie leyó Sobre el sueño (1901) de Freud y Libussa murió, aquejada de cáncer. En una fecha no establecida con certeza (tal vez 1912) comenzó un tratamiento con Sándor Ferenczi; con mayor seguridad, el análisis ocurrió en 1916 y se prolongó hasta 1919. Con el estímulo de su analista, Melanie comenzó a practicar y se inscribió en la Sociedad Psicoanalítica de Budapest. La situación política en Hungría se volvió turbulenta. En 1919,
Arthur se instaló en Suecia. En 1921 Melanie se trasladó a Berlín con Erich de siete años para ingresar en la Policlínica Psicoanalítica —el primer centro de formación en psicoanálisis—, creada por Karl Abraham, Max Eitingon y Ernst Simmel. Melitta y Hans, adolescentes, se quedaron con los abuelos. En 1924 inició un análisis con Karl Abraham que se interrumpiría nueve meses después, a la muerte del maestro.
Después de la I Guerra, Berlín se recuperaba de su fama de ciudad inferior respecto de otras capitales europeas. Bajo el káiser Guillermo II había sido un lugar rígido y formal. El fin de la monarquía dio lugar a la nueva República de Weimar que se sostenía en medio de una democracia turbulenta en la que convivían nazis, socialistas, comunistas. Una inflación descontrolada hizo del ahorro algo inútil; los berlineses vivían en un presente que trataba de olvidarse del futuro inmediato en el que quizá no habría para comer.
Berlín se convirtió en el centro de movimientos de vanguardia. Walter Gropius fundó la escuela de arquitectura de Bauhaus. El dadaísmo se trasladó desde Zurich y echó raíces entre los artistas [...]. Berlín se nutría de altas dosis de modernismo con las novelas de Alfred Döblin, del teatro de Bertolt Brecht y las radicales composiciones musicales dodecafónicas de Alban Berg y Arnold Schönberg, y albergaba una extraordinaria industria fílmica ejemplificada por el trabajo de F.W. Murnau, G.W. Pabst, Fritz Lang y Josef von Sternberg. El modernismo cultural y la revuelta en contra de la tradición habían sido prevalentes en ciudades europeas como Viena y París; ahora estos valores se asentaban en el Berlín weimariano (Makari, 2012: 478).
Unos años antes Berlín había rechazado el freudismo. Ahora Abraham escribía a Freud, “Berlín clama por el psicoanálisis.”
Melanie Klein compartía con frecuencia la vida relajada de la gran ciudad (museos, conferencias, bailes, cenas, cafés...), con una amiga inglesa, Alix Strachey, también psicoanalista, y que se analizaba igualmente con Abraham. En su correspondencia con su esposo, James Strachey, Alix describe a la Melanie de ese momento:
Se arreglaba elaboradamente, como una especie de Cleopatra de profundísimo escote, fleco y colorete... Excitada y temerosa, con la determinación de tener mil aventuras... Una especie de Semíramis heterosexual vestida con la mayor elegancia, esperando arrojarse sobre alguien repentinamente (Meisel y Kendrick, 1985: 167).
En 1925 Melanie conoció a Chezkel Zvi Kloetzel, un periodista y escritor de libros infantiles y sostuvo con él una relación amorosa intermitente que duraría hasta la muerte de Kloetzel en 1951.
Desde 1921, Melanie había comenzado a trabajar como psicoanalista de niños en el marco de la Policlínica. Entre ese año y 1925, trató a veintidós pequeños pacientes que habían de ser el punto de referencia de la creación del psicoanálisis infantil. En 1922 mudó su consultorio a su casa y al año siguiente empezó a emplear juguetes como parte del tratamiento.
Alix Strachey era también un miembro activo de la élite cultural inglesa. En la casa de Leonard y Virginia Wolf, en el barrio londinense de Bloomsbury, se reunía un grupo de amigos, entre los que se contaban Alix y James —y de manera central Lytton, hermano de James— que tuvo una influencia inmensa no sólo en la vida cultural de Inglaterra sino, de varias maneras, de Europa y del mundo. Los Wolf sostenían Hogarth Press, la editorial en la que las obras de Freud y Klein serían publicadas. Relacionados por vínculos familiares, o de amistad, los participantes del grupo fueron los escritores, pintores, críticos de arte, filósofos, psicoanalistas más influyentes de Inglaterra. George Moore, Bertrand Russell, el propio Ludwig
Wittgenstein, tres de los filósofos más importantes del siglo, estuvieron asociados directa o indirectamente con el grupo. El economista John Maynard Keynes, inspirador de la economía de post guerra y el mayor artífice del Estado de bienestar, figura central de la política, siempre dispuesto a intervenir en favor de sus amigos, constituyó una gran ayuda para que intelectuales y psicoanalis-
tas continentales pudieran residir en Inglaterra. Bloombsbury, pues, influyó profundamente en el pensamiento ético, literario, estético, económico, filosófico y psicoanalítico tanto como en las actitudes modernas frente a la sexualidad, el feminismo, la política.
En este clima estimulante y altamente favorable, Alix promovió un ciclo de conferencias de Melanie Klein en Londres en enero de 1925 para la Asociación Británica de Psicoanálisis. “Las tres semanas que pasé en Londres dando dos conferencias por semana —escribiría Melanie— fueron una de las épocas más felices de mi vida... Esas tres semanas fueron muy importantes en mi decisión de vivir en Inglaterra” (Grosskurth, 1991: 153).
La temprana muerte de Abraham, la hostilidad de los colegas frente a una mujer sin estudios formales y que proponía las más osadas teorías y emprendía las más atrevidas aventuras analíticas y, sobre todo, la entusiasta recepción de sus ideas en Londres, la decidieron a emigrar. En 1926, Melanie Klein se instaló en Inglaterra con Erich. Pronto llegó Melitta, de 24 años, a reunirse con su madre y su hermano menor. Hans permaneció en el continente hasta su muerte unos años más tarde.
En ese tiempo Melanie Klein era, para Alix Strachey, a la vez la única analista de niños que sabía lo que hacía y una persona confusa. “Su mente es un horrible desorden; sin embargo, creo que contiene la clave de muchas cosas.” “Una mujer más bien limitada..., pero es tan extraño cuando se descubre lo perspicaz y realmente inteligente que es en sus análisis.” “Es una mujer loca. Pero no hay duda de que su mente está llena de cosas de gran interés” (Meisel y Kendrick, 1985).
Los primeros años de Londres fueron el inicio de una productividad y un reconocimiento que no cesarían de crecer. Pronto se encontró analizando a los hijos de Ernest Jones, el patrón del psicoanálisis inglés, su admirador, y quien la había invitado a residir en Inglaterra. Muchos de los hijos de los colegas ingleses pasaron por su consultorio al tiempo que ella observaba y pensaba..., y escribía.
La International Journal of Psycho-analysis, fundada por Freud en 1910 y dirigida entonces por Jones, dio cuenta de esa etapa en que cristalizaron los principios teóricos y clínicos del psicoanálisis de niños. La importancia del juego en el desarrollo infantil; los estadios tempranos del complejo de Edipo; la calidad de las primeras ansiedades; la formación del pensamiento a través de la simbolización… Los puntales del psicoanálisis kleiniano fueron puestos en los primeros cinco años que siguieron a su llegada a Londres. Esos escritos (doce trabajos seminales) se recogieron en su primer libro, dedicado “A la memoria de Karl Abraham con gratitud y admiración”. El psicoanálisis de niños (1932), escrito en alemán, fue traducido al inglés por Alix Strachey. En los agradecimientos Klein menciona a algunos de quienes entonces formaban su mundo de relaciones: Ernest Jones, Edward Glover, Alix y James Strachey, Nina Searl, Joan Riviere y su propia hija, Melitta.
El entusiasmo que causaron en Londres las ideas kleinianas parece reflejado en un incidente recogido por Winnicott: James Strachey, su analista, habría interrumpido una sesión para hablarle, emocionado, de Melanie Klein (Winnicott, 1993: 225).
Pero las diferencias con la teoría clásica produjeron una creciente hostilidad en Viena. La discusión con Anna Freud que ya había surgido desde 1927 a propósito de las distintas maneras de concebir el psicoanálisis infantil comenzaron a tornarse amargas.
Un episodio depresivo tal vez desencadenado por la partida a Israel de Kloetzel, el amante intermitente que la visitaba, y por la muerte de Sandor Ferenczi en 1933, la llevó a emprender un tratamiento con Silvia Payne. En abril de 1934 su hijo Hans cayó por un precipicio durante una excursión por las montañas. Melitta sentenció: suicidio. Y aunque Erich, el hijo menor, lo negó categóricamente varios miembros de la Sociedad Británica lo creyeron. Melanie habría sido la culpable por su deficiente desempeño como madre.
En un estado de profunda conmoción describió —en “Contribuciones a la psicogénesis de los estados maníaco depresivos”, (1935)— uno de los intentos más exitosos de elaborar las propias emociones. El pensamiento británico en torno a la teoría de las relaciones objetales proviene de la ideas contenidas en ese texto.
Después de las prohibiciones nazis en Alemania a partir de 1933, las asociaciones psicoanalíticas de Viena y de Londres fueron las únicas que quedaron vivas. Los embates vieneses contra Melanie Klein no cesaban. Ernest Jones en su papel del más eficiente diplomático organizó en 1935 una serie de intercambios entre ambas asociaciones para analizar la obra de Klein y mantener la discusión en un nivel científico. Melitta, distanciada de su madre, acusó a Klein de plagio, de no entender la naturaleza del amor materno; Glover, en otro tiempo amigo, ahora apoyó a Melitta, su paciente. Otto Fenichel y Michael Balint atacaron; Nina Searl, Ella Sharpe, John Bowlby, John Rickman, algunos de ellos amigos, ex pacientes, supervisados, se mantuvieron a distancia y evitaron el compromiso (Zaretsky, 2012: 385ss).
Las descripciones de Melanie Klein en esa época eran las de una persona siempre preocupada, en un estado de ensoñación en el que constantemente surgían nuevas ideas. Virginia Wolf la describió en 1939 como “...una mujer de carácter y fuerza, con cierto —¿cómo diría?— no oficio, sino sutileza sumergida: una especie de trabajo subterráneo. Un tirón, un giro como una corriente submarina, amenazadora. Una señora campechana, con unos ojazos brillantes e imaginativos” (Zaretsky, 2004: 386).
La amargura del odio de Melitta se compensaba con una relación cálida y frecuente con su hijo Erich y su familia. En 1937 nació su nieto Michael a quien Melanie amó siempre.
La llegada a Londres de los analistas alemanes y austríacos emigrados, con los Freud a la cabeza (1938), expulsados por el nazismo, complicó las cosas para Klein, que entonces contaba con muchos seguidores. La Asociación se convirtió en un remedo de la guerra en que las hostilidades no eran menos violentas. Freud murió en 1939 y Anna se constituyó en la heredera universal de su legado. Los bombardeos alemanes sobre Londres dificultaban el trabajo; Melanie se trasladó a Cambridge con Susan Isaacs y más tarde a Pitlochry, en Escocia, en donde residiría durante un año mientras trataba a Richard, un niño de siete años, el personaje central de su último libro.
Las Controversias (Controversial Discussions), el nuevo intento de Jones por mantener la disputa en términos civilizados después de 1935, iniciaron formalmente en 1941 y finalizaron en 1945. El tema central del debate sería la validez y el estatus de las ideas introducidas por Melanie Klein. Para ella y para sus seguidores, se trataba de “salvar la vida”, es decir, si podían ser considerados psicoanalistas o no. Las vilezas y las abyecciones menudearon en uno y otro bando; amigos se convirtieron en enemigos acérrimos.
Un grupo que reconocía deber tanto a Freud como a Klein, optó por mantenerse a igual distancia de unos y otros. Se hablaba de “la ambición y el egoísmo sorprendentemente desinhibido de Melanie Klein”. Bowlby sentenció que si bien Ana Freud rezaba en el altar de san Sigmund, Melanie Klein lo hacía en el de santa Melanie. La propia Melanie Klein recriminó a Jones el haber llevado a los Freud a Inglaterra cuando hubieran podido ir a otra parte.
James Strachey sintetizó:
Mi propio punto de vista es que la señora K.[lein] ha realizado algunas importantísimas aportaciones al psicoanálisis, pero es absurdo creer que (a) estas ideas cubren la totalidad del campo o (b) que tienen un valor axiomático. Por otra parte, pienso que es igualmente absurdo que la señorita F.[reud] sostenga que el psicoanálisis es un coto reservado a la familia F. y que las ideas de la señora K. son fatalmente subversivas.
Estas actitudes de ambas partes son puramente religiosas y constituyen la antítesis misma de la ciencia (Grosskurth, 1991: 275).
Las Controversias terminaron en un “arreglo” que identificó al grupo kleiniano, al annafreudiano y al intermedio, pero dividieron al psicoanálisis en tres grandes tipos de práctica: Escuela kleiniana, Escuela de relaciones de objeto y annafeudismo, más tarde, Psicología del yo.
La tradición inglesa y las condiciones externas favorecían al pensamiento kleiniano. La Segunda Guerra produjo una modalidad de sufrimiento que no había estado presente en la Primera. Londres fue bombardeado intensamente; más tarde lo serían las ciudades alemanas. El Holocausto, las invasiones nazis de otros países, precipitaron un cambio decisivo en la concepción del psicoanálisis.
Tres millones y medio de niños fueron evacuados de Londres. La sociedad se convirtió en una familia sufriente. La imagen paradigmática fue la escultura de Henry Moore, Madonna and Child, que fue develada en 1943. El reverendo Hussey diría en esa ocasión: “La Santísima Virgen es imaginada como cualquier niño pequeño pensaría esencialmente en su madre, no como pequeña y frágil, sino como el grande, seguro y sólido origen de la vida” (Zaretsky, 2012: 396). El grupo social no se entendió como un fenómeno contingente al que se sumaban los individuos, sino como el medio en el cual las personas encuentran su realización o su sufrimiento.
Eran, pues, los temas kleinianos y post kleinianos.
Melitta, que había dejado de creer, si alguna vez lo hizo, que la suya era una madre suficientemente buena, emigró a los Estados Unidos al término de la Guerra. Madre e hija nunca volvieron a dirigirse la palabra.
Entre tanto, la creatividad de Melanie no cesaba y nuevas ideas fluían. En 1952 Melanie cumplió 70 años. Las celebraciones incluyeron la publicación de Desarrollos en psicoanálisis (1952), que reunía artículos de Joan Riviere, Susan Isaacs y Paula Heimann, sus colaboradoras más cercanas hasta ese momento, además del trabajo central de
la propia Klein, “Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé”, la gran síntesis que ponía a punto la teoría. Igualmente,
apareció el número doble de homenaje de la International Journal of Psycho-analysis dirigido por Paula Heimann y Roger Money-Kyrle, que incluía artículos de muchos de sus colaboradores, y que constituyeron el corpus de Nuevas direcciones en psicoanálisis (1955).
Podía hablarse con rigor de una Escuela kleiniana y ésta se implantaba en el mundo: Françoise y Jean Baptiste Boulanger traducían al francés El psicoanálisis de niños, traducción para la que Jacques Lacan se había ofrecido. Arminda Aberastury había iniciado años antes (1948) la traducción de lo que estaba conformándose como las Obras completas de Melanie Klein al español, y desde la Argentina el psicoanálisis latinoamericano quedó impregnado de las concepciones kleinianas en ocasiones de una manera predominante. Sólo los Estados Unidos, en donde los refugiados fieles al annafreudismo eran mayoría, y constituyeron la llamada Psicología del yo, mostraron siempre su rechazo a las ideas kleinianas.
En 1955, en el Congreso de Ginebra Melanie Klein leyó un provocador artículo “A Study of Envy and Gratitude”, que es su última aportación al corpus teórico y clínico del psicoanálisis, y que ocasionó fuertes reacciones de rechazo incluso entre amigos y colaboradores cercanos como D. Winnicott y Paula Heimann, quien se sintió directamente aludida y ofendida (Grosskurth, 1991: 434).
La salud y las fuerzas menguaban. Como Cervantes en sus últimos días, Melanie Klein llevaba la vida sobre las ganas que tenía de vivirla: siempre aparecía elegantemente arreglada aunque la artritis la obligara a caminar con bastón. Era evidente que se fatigaba con facilidad, pero la capacidad creativa no disminuía. Envidia y gratitud, como libro, apareció en 1957 después de haber sido presentado en 1955 y publicado en 1956. Aun a pocos días de su muerte, seguía corrigiendo el manuscrito del Relato del psicoanálisis de un niño, que recogía el tratamiento de Richard y que aparecería póstumamente. Era el último de los grandes casos clínicos del psicoanálisis en el siglo XX.
A principios de 1960, con la esperanza de recuperar sus fuerzas perdidas como consecuencia de la anemia, intentó una estancia en un sanatorio suizo. Un poco más tarde, en Londres, se le diagnosticó cáncer de colon.
Melanie Klein murió el 22 de septiembre de 1960.
En la ceremonia funeraria, su amiga cercana, la pianista Rosalyn Tureck, interpretó el Andante de la Sonata en re menor de Bach, una de las melodías más hermosas y sencillas del gran maestro.