Читать книгу El Pueblo del hielo 10 - Tormenta de invierno - Margit Sandemo - Страница 6

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Capítulo uno

Villemo, la única hija de Gabriella y Kaleb, despertó al amanecer cuando alguien lanzó una piedra contra el cristal de la ventana.

Se levantó de la cama, pero de inmediato se tambaleó y se aferró a la pared. Estaba acostumbrada a los mareos. Eran producto del hambre que la engullía por dentro y mermaba su fuerza. Villemo había crecido y se había convertido en una joven con voluntad de hierro.

En 1673, una hambruna terrible arrasó con el pueblo seguida de varios años de cosechas fallidas. Elistrand, donde Villemo vivía, estaba en mejores condiciones que la mayoría de las granjas de la comarca porque disponía de grandes recursos. Pero Villemo era testaruda. Compartía lo que tenía lo máximo posible con los demás. Torturarse a sí misma le causaba cierta enfermiza alegría ascética.

Comenzaba a notarse. Tenía diecisiete años, una apariencia peculiarmente fascinante, pero ahora empezaba a parecer consumida. Su cabello rojizo brillante se había vuelto opaco, sus ojos dorados verdosos estaban hundidos y su piel parecía cetrina.

Sin embargo, su semblante brillaba con un resplandor interno que era atemorizante. Aparecía en sus impacientes movimientos, como si estuviera reprimiendo algo poderoso en su interior; en su modo apresurado de hablar y en sus ojos intensos. En todo su comportamiento era posible percibir una fuerza terrible, como un volcán a punto de explotar.

Caminó hasta la ventana. Sus primos Niklas e Irmelin, que eran un año mayores que ella y vivían en Lindealléen y Graastensholm, estaban afuera. Villemo les indicó con una seña que se reuniría con ellos.

Se vistió rápido y de modo informal. Villemo no era muy quisquillosa respecto a su apariencia. Estaba limpia y eso bastaba. Gabriella solía perder la paciencia con su hija rebelde.

La joven estaba llena de ansias de vivir. Anhelaba algo que sabía estaba oculto en el futuro, algo maravilloso que deseaba experimentar. Cuando otros hablaban acerca del amor, ella sabía que no tenía el mismo concepto de los demás. El amor para ella era algo firme, algo donde entregar todo de sí, algo capaz de consumirte por completo de tal modo que uno se convertía en el amor mismo. Nunca lo había experimentado, pero esperaba hacerlo...

Salió al patio. Hacía frío y el aire estaba fresco. Las primeras noches otoñales habían llegado con charcos de agua cubiertos de una fina capa de hielo delgado y briznas de hierba con escarcha.

—Hola —dijo Villemo mientras pensaba otra vez que Niklas se había vuelto un joven muy atractivo. Le resultaba fascinante, con ojos rasgados y amarillos—. ¿Qué sucede? ¿Por qué estáis despiertos tan temprano?

—Anoche unos ladrones entraron en Graastensholm —respondió él.

—No me sorprende. ¿Robaron comida?

—Probablemente esperaban encontrarla —respondió Irmelin—. Pero no tuvieron tiempo de llevarse nada.

—Qué tontos —dijo Villemo—. Saben que tu padre comparte lo que tiene con todas las otras granjas. ¿Visteis quiénes eran?

—Creen que eran del Bosque Negro.

—¡Lo imaginaba! ¿Qué clase de orgullo retorcido tiene esa gente? Se niegan a aceptar nuestra ayuda, pero ¡intentan robar! Como sea, ¿por qué estais aquí?

—Papá está visitando pacientes —dijo Irmelin—. Y mamá estuvo despierta hasta tan tarde que no quería molestarla. Así que pensamos que podíamos hacer algo al respecto.

—¿Por ejemplo?

—Bueno, verás, nuestros hombres les dispararon a los ladrones y les dieron. Vimos rastros de sangre que llevan al bosque.

—¡Dios mío! Esperad aquí; iré a buscar unas cosas. Irmelin, ¿tienes algo para vendar una herida?

—Sí. Traje algunos elementos de las provisiones de mi padre. Pero creo que ambos ladrones estaban heridos. ¡Apresúrate!

Villemo regresó rápido con una cesta y todos corrieron hacia Graastensholm. Ella era la más débil de los tres, pero apretó los dientes e intentó no quedarse atrás.

Irmelin de Graastensholm era una chica dulce y hermosa de contextura robusta como su abuela paterna, Yrja, pero con carácter tranquilo y encantador. Era extremadamente fuerte y Niklas también, dado que él era descendiente de Are.

—¿Han tenido noticias de Dominic? —preguntó Villemo jadeando mientras reducían un poco la velocidad. Sabía que lo hacían por su bien, aunque tuvieron la cortesía de no mencionarlo.

—Sí —respondió Niklas—. Escribió que vendrá el próximo otoño.

—Qué bien. Será estupendo verlo de nuevo. Han pasado tres años desde la última vez que lo vi.

De hecho, Villemo no estaba tan segura de que sería agradable verlo. Dominic siempre lograba sacarla de sus casillas. Niklas continuó hablando.

—Esta vez vendrá solo. Recordarán que el tío Mikael y la tía Anette reaccionaron muy mal cuando Marca Cristiana falleció el año pasado. Y ahora Gabriel Oxenstierna también murió. Están muy deprimidos y por ahora no quieren viajar a ninguna parte.

Villemo asintió. Sabía que la mejor amiga del tío Mikael, la dulce Marca Cristiana, había tenido un final amargo. Había parido ocho niños, tres de los cuales habían muerto. El menor solo tenía dos años cuando Marca Cristiana enfermó. Fue paciente en el palacio real de Estocolmo durante tres años antes de librarse de su sufrimiento.

Dominic había prometido no decepcionar nunca al hijo menor de Marca, a quien él había cuidado. Marca Cristiana había estado preocupada por el pequeño. No parecía inclinado a convertirse en alguien grandioso como su padre y su abuelo. Eso era insignificante, pero el niño era preocupantemente indeciso.

Marca Cristiana había tenido un funeral espléndido en la catedral de Estocolmo donde ahora descansaba junto a su esposo. Mikael sentía una profunda tristeza por su muerte.

Pero ahora ¡Dominic quería visitarlos solo! Algo emocionante, ¡muy emocionante! Todo era excitante para Villemo. Al igual que esa aventura que ahora vivían: rastrear ladrones heridos provenientes del Bosque Negro. ¡Ojalá por lo menos no estuviera tan exhausta! Sus piernas cedían y su corazón palpitaba.

Ahora habían llegado a Graastensholm y comenzaron la persecución, siguiendo los rastros de sangre hacia el bosque. No era difícil seguir el rastro y al poco tiempo encontraron a uno de los ladrones recostado bajo de un árbol, donde se había puesto cómodo.

—Está muerto —dijo Niklas, asustado—. ¡Eso no es bueno!

Permanecieron de pie en silencio, los tres pensando lo mismo: la pelea constante entre Graastensholm y el Bosque Negro se había vuelto una contienda entre familias. El odio hacia el Pueblo del hielo ahora duplicaría su intensidad.

Conocían al hombre, que tenía aproximadamente cuarenta años. Era un desgraciado, una escoria, pero ninguno le había deseado la muerte.

—Tendremos que dejarlo aquí por ahora —dijo Villemo—. El rastro de sangre continúa, así que será mejor apresurarnos si no queremos cargar con más muertes en la consciencia.

—No pueden culparnos por esto —respondió Niklas.

—No —concordó Irmelin, mientras caminaban—. Pero nuestros dos peones disparan demasiado rápido ante la menor amenaza. Sin duda los reprenderán por esto. Es probable que también hablen ante la corte.

—Supongo que solo querían defender la granja —dijo Niklas—. Pero sin duda esto ha ido demasiado lejos.

El bosque era un lugar lleno de pinos y una calma opresiva, con el suelo cubierto de hongos y musgo. Las voces de los tres sonaban extrañamente vacías. El único sonido que oían era el ocasional correteo suave de una ardilla asustada o un pájaro.

Villemo miró de lado a Niklas mientras él buscaba huellas en el musgo. Con una sonrisa oculta recordó la víspera de Midsommar el verano pasado. Niklas había estado junto a la fogata en la colina entre Lindealléen y Graastensholm, mirando las llamas, fascinado por el juego único de colores. De pronto, ella había sentido deseos de actuar con picardía y le había preguntado a Niklas si la acompañaría a casa porque le aterraba la oscuridad. Él la había mirado confundido porque Villemo sin duda no era conocida por temerle a la oscuridad. Quedó aún más atónito cuando llegaron a las colinas de enebros que se alzaban sobre Elistrand.

—Bésame, Niklas —había dicho Villemo, riendo.

—¿Por qué rayos haría eso? — replicó él, enfadado y sorprendido.

—Por nada en particular —respondió ella—. Solo porque me encantaría experimentar qué se siente.

—¡Estás loca, Villemo!

—Está bien, entonces ¡no lo hagas!

Ella se había dado la vuelta y comenzado a alejarse.

—Villemo ¡espera!

—¿Sííí? —había respondido ella, vacilante. Él comenzó a tartamudear.

—Quizás... quizás a mí también me gustaría saber cómo se siente.

—¡Espléndido!

—De todos modos, no significará nada.

—¡Claro que no, Niklas!

Experimentaron su primer beso con torpeza y cautela, tal como lo ha hecho la juventud desde tiempo inmemorial. Actuaron, fingiendo estar enamorados el uno del otro, acariciando la piel del otro con los labios.

—Mmm... Te amo, te amo —había susurrado ella sobre el cuello de Niklas. Él la había mirado horrorizado.

—¿Hablas en serio?

—Oh, tonto. Ahora has roto el hechizo.

Él parecía un poco ofendido, pero luego regresó al juego y cuando él le susurró «te amo», a ella, ella comprendió por qué él había reaccionado así ante sus palabras, porque ella había estado a punto de creer que él hablaba en serio. Había sentido sorpresa porque él había usado esas palabras preciosas y a su vez decepción de que fuera solo un juego. Y ella también experimentó un cosquilleo leve.

—¡Vaya emoción que traes al juego! —había susurrado ella—. ¿En quién piensas?

—No es asunto tuyo. ¿Y tú? Eres bastante apasionada. ¿En quién piensas tú?

—No pienso en nadie —había dicho Villemo, generalizando—. Solo me siento maravillosa.

—Mmm —dijo Niklas. Y luego, de pronto, añadió—: No, este juego es muy estúpido. ¡Nunca lo volveremos a hacer!

Él la soltó de modo tan abrupto que ella estuvo a punto de caer al suelo.

—Pero fue encantador —rio ella.

—Sin dudas fue encantador —admitió él—. Pero ya me he olvidado. Cada uno debería volver solo a casa. —Luego, partió.

Y con tembloroso entusiasmo despierto por primera vez en su cuerpo, Villemo regresó a casa con prisa.

—Una nueva pista —dijo Irmelin. Villemo centró de nuevo la atención en la búsqueda.

No tuvieron que caminar muy lejos antes de encontrar al otro hombre. Estaba en el suelo, pálido, apretando los dientes y con el cabello pegado en su frente sudorosa.

—Oh, cielo santo. Es Eldar —susurró Niklas—. ¡Estamos en aprietos!

—Él parece estar en una situación más difícil que nosotros —dijo Villemo.

Era el chico del Bosque Negro que habían conocido muchos años atrás en el sendero en las afueras de Graastensholm. Sabían que él y su hermana, Gudrun, eran el corazón del odio familiar hacia el Pueblo del hielo. El hombre muerto era el padre del primo o algo así. La historia del clan del Bosque Negro era complicada, pero todos ellos eran extremadamente agresivos. Habían pasado muchos años desde que Villemo había visto a Eldar por última vez, y nunca lo había visto tan de cerca.

«Y estoy tan delgada», pensó ella, sin saber por qué.

Eldar ahora era un adulto musculoso de unos veinticinco años, con cabello rubio ceniza y ojos angostos y grises. Siempre había habido algo salvaje en los habitantes del Bosque Negro y Eldar no era la excepción. Había cierto brillo sugerente y depredador en su mirada que atraía y repelía a Villemo por igual. El condenado era muy atractivo, con énfasis en condenado.

Cuando Eldar los vio, intentó arrastrarse y huir. Su rostro salvaje denotaba indignación.

—¿Por qué habéis hecho esto? —preguntó la dulce Irmelin—. ¡Podríamos haberos ayudado ojalá lo hubierais pedido!

—¿Crees que aceptaríamos ayuda de los hijos de Satanás? —siseó él apretando los dientes.

—Pero sí podéis robarnos —espetó Villemo.

—Abandonasteis a los nuestros para que murieran —siseó él—. Mientras que vosotros guardabais comida para los vuestros.

—No, no es cierto —dijo Niklas con firmeza—. Y lo sabes a la perfección. Pregúntale a cualquier granjero. Solo eres testarudo. Te niegas a aceptar la ayuda que te corresponde por derecho por ser parte de la granja de Graastensholm.

El hombre apenas podía hablar debido al gran dolor que sentía y al agotamiento, pero, aun así, su mirada era furiosa.

—Entonces ¿cómo es posible que sois los únicos que aún tienen comida? Supongo que habéis hecho un pacto con Satanás, ¿no? Seréis castigados por eso, ¡cuando muráis!

—Tonterías —dijo Niklas mientras se agazapaba para inspeccionar a Eldar de cerca. El hombre retrocedió de inmediato.

—Basta con mirar tus ojos —dijo con desprecio—. Y los de ella —añadió señalando a Villemo—. ¿Acaso son ojos normales?

—Sí, lo son en nuestra familia.

—Precisamente. Todos sabemos a dónde pertenece el Pueblo del hielo.

Villemo ni siquiera se molestó en escuchar. Estaba entusiasmada por tener la oportunidad de ver los movimientos lentos y dolorosos de aquel cuerpo fibroso.

—Parece que sus piernas están lastimadas. La bota está completamente rota.

—¡Aparta tus sucios dedos de mí! Puedo arreglármelas solo.

—Sí, ya veo —dijo ella con ironía—. ¿Cómo de mal están las cosas en tu casa?

—No es asunto tuyo.

—¿Por qué no olvidas por un segundo tu estúpido orgullo y piensas en los demás? No estamos interesados en ti. Solo queremos saber cómo están las cosas en el Bosque Negro.

Él se incorporó un poco.

—¿Acaso no hicimos esto por el bien de ellos?

—¿Cómo podríamos saberlo? —Villemo lo provocó. Él cerró los ojos.

—Se están muriendo. Acabo de decírtelo. Rascan la corteza de los árboles para comer algo. Incluso comen las larvas que hay debajo de la corteza.

—No son los únicos en el pueblo que lo hacen —dijo Villemo—. Niklas, Irmelin, tomad esta cesta con comida y llevadla al Bosque Negro. Mientras tanto, yo cuidaré de este alborotador.

Eldar intentó ponerse de pie.

—¡No vayáis allí! ¡No tenéis nada que hacer allí!

—Bueno, entonces, te esperaremos. Ahora, ¡estate quieto para que podamos quitarte la bota!

—¡No me toquéis más! ¿Acaso no habéis hecho ya suficiente mal?

—De verdad, lamentamos la pérdida de tu pariente. Lo encontramos en el bosque. Los peones de Graastensholm no tenían derecho a dispararles.

—Él tuvo suerte —siseó Eldar—. Yo perderé mi mano por esto. Nada bueno sale de vosotros. Solo maldad.

De pronto, Villemo adoptó una expresión decidida.

—¡Escúchame, tonto testarudo! Mi bisabuelo sentenció a tu bisabuelo a morir por incesto. ¡Eso sucedió hace cincuenta años! ¿Crees que vale la pena preocuparte por eso ahora?

—Hizo más que eso. También nos arrebató la granja.

—No, no es cierto. Y sabes perfectamente bien que no lo hizo. Tu bisabuelo había administrado tan mal la granja que tuvieron que venderla en una subasta y mi bisabuelo no estuvo involucrado en eso. ¿Acaso no les dio el Bosque Negro porque sentía pena por la familia inocente de tu bisabuelo? ¡Desde luego no pareció molestarles aceptar el Bosque Negro!

—Era lo mínimo que él podría haber hecho. Pero quedamos al servicio de Graastensholm. No olvides que antes éramos granjeros libres. Así que él sabía cómo humillarnos.

—Lo que acabas de decir es tan irracional que ni siquiera me molestaré en responder. Cielo santo, ¡alza la pierna!

—Ni muerto lo haré. ¡Aléjate de mí!

Villemo estalló como un barril de pólvora.

—¡Alza la pierna, maldito idiota! —rugió ella tan fuerte que resonó en el bosque. Al mismo tiempo, alzó la extremidad del hombre y retiró la bota de un tirón. Eldar gritó, lleno de dolor y furia.

La sangre cayó de su bota. Tenía la pierna entera cubierta de sangre oscura y coagulada. Irmelin recogió agua del arroyo y limpió la pierna para que pudieran localizar la herida. Eldar ya no se resistía. No tenía fuerzas para hacerlo. Permaneció recostado, débil y dolorido, pero aún los insultaba como un desquiciado.

A lo largo de los años, Niklas había tenido cuidado de no mostrarle a nadie sus manos sanadoras porque no quería que las personas acudieran a él o lo trataran como un santo. Ni siquiera ahora quería colocar sus manos sobre la dañada y musculosa pierna de Eldar mientras las chicas vendaban la herida lo mejor posible. Ese amargado tendría que arreglárselas sin los poderes curativos de Niklas.

Cuando la hemorragia cesó y vendaron la herida, ayudaron a Eldar a ponerse de pie.

—Apóyate en Niklas y en mí —dijo Villemo.

—¡Ni loco lo haré!

De inmediato, Villemo lo soltó y él cayó al suelo mientras desataba una tormenta de insultos. Mientras los otros dos lo ayudaban a incorporarse de nuevo, Irmelin habló con dulzura:

—Hacía mucho que no te veíamos.

La furia de Eldar se apaciguó como gotas de agua sobre el fuego.

—Es lógico. He estado lejos muchos años.

—¿En prisión, quizás? —acotó Villemo con acidez. Él la miró con los ojos entrecerrados.

—No, de hecho, nunca estuve en prisión. Pero ¿acaso no es común que los hermanos menores abandonen el hogar cuando ya se han convertido en adultos? Supongo que vosotros nunca oísteis algo semejante, ¡mocosos malcriados! Volví a casa porque la situación en donde trabajaba era tan difícil que no había comida suficiente para todos. ¿Y qué encontré al volver? ¡Un hogar moribundo que a nadie le importaba!

—¿Y sentiste que eso justificaba robar? ¿No hubiera sido más fácil hablar con alguien sobre el terrible estado de la situación?

Eldar había detenido la marcha en la lenta caminata a su hogar. Enderezó la espalda y miró a Villemo.

—No entendéis qué significa ser del Bosque Negro.

—Oh, claro que lo entendemos —replicó Villemo—. Sois orgullosos y arrogantes y no os importa nadie más.

Por un breve instante, vio algo más en los ojos de Eldar: amargura cansina y resignación.

—No —dijo él en voz baja—. No habéis entendido nada.

Para su propio asombro, Villemo no supo qué responder.

Poco después, vieron la pequeña granja, el Bosque Negro, entre los árboles. Villemo nunca había estado allí, solo la había visto de lejos, desde la cima de la cordillera. Tenía un buen tamaño, era más grande que las otras granjas, pero aún pertenecía al terreno de Graastensholm. Eso implicaba que sus habitantes debían trabajar una temporada en la granja grande. Pero la familia del Bosque Negro apenas asistía y los Meiden habían tenido todo el derecho de echarlos de allí de haberlo deseado... pero no lo hicieron. Los Meiden no querían desalojar a nadie.

Villemo se estremecía cada vez que veía aquella granja en el bosque desde la ubicación privilegiada en la cumbre. Una atmósfera desagradable, enfermiza y taciturna cubría el Bosque Negro. Era la clase de asunto sobre los que uno no conversa abiertamente.

Todos conocían la horrorosa antigua historia del ancestro que había abusado de dos de sus hijas y que había perdido la cabeza por ese motivo. El muerto en el bosque era resultado de las atrocidades que el anciano había cometido contra sus hijas. Pero ese no era el caso de Eldar. Él era uno de los bisnietos de aquel viejo perverso.

Villemo no tenía idea de cuántas personas vivían en el Bosque Negro o cómo se había extendido la familia. Decían que los hijos del viejo pecador eran algo peculiares. Aunque Villemo sentía que todos eran un poco extraños. El ancestro familiar había tenido una granja grande en la aldea vecina, así que era igual que el Pueblo del hielo respecto a Lindealléen. Sin embargo, el viejo había permitido que la granja se deteriorara y que su familia la perdiera, así que ahora solo se les conocía como los habitantes del Bosque Negro.

Villemo siempre había pensado que todos eran escoria. Ahora no estaba tan segura. ¿Había tenido derecho de juzgarlos? Las palabras que Eldar acababa de decir la hicieron dudar. ¿Acaso él pensaba que ella, al igual que el resto de los habitantes del pueblo, sentía horror y fascinación a la vez por el crimen terrible que su bisabuelo había cometido? Su familia había tenido que sufrir por ello... al igual que el Pueblo del hielo había sufrido por sus ancestros.

En un ataque de compasión y cierta solidaridad, Villemo se volvió hacia Eldar. Solo encontró hostilidad. Bueno, quizás era esperable. Él estaba acostumbrado a reaccionar a la defensiva contra la condena de la comarca.

Ella recordó que muchos años atrás había conocido a los dos hermanos, Eldar y Gudrun. Irmelin los había invitado amablemente a acompañarlos en Graastensholm a beber limonada y comer pasteles. Eldar había vacilado, había sido el que estaba a punto de ceder. Su hermana era la difícil. Ella fue la que de inmediato había cortado toda posibilidad de contacto. Y ahora Eldar se había vuelto tan agresivo como ella. Ahora que reflexionaba al respecto, ¿acaso era tan raro que hubiera pasado?

Pero no podía negar que Eldar también se había convertido en un hombre extremadamente atractivo. Había despertado una sensación imprudente en ella, el rasgo que sus dulces padres habían intentado contener de modo incesante. Sabían que siempre era una señal de advertencia que anunciaba un truco sucio de parte de Villemo.

Pero ella había decidido que por el momento se comportaría. Decidió ser amistosa con Eldar sin importar lo agresivo que él hubiera sido antes.

Eldar se detuvo en las lindes del bosque. Las casas bajas del Bosque Negro yacían ante sus ojos. Él sujetó con firmeza una rama para mantenerse erguido y dijo:

—Ahora podéis iros al infierno. Puedo arreglármelas solo.

De inmediato, Villemo olvidó sus nobles intenciones de ser amistosa.

—Como quieras —replicó con un tono levemente odioso porque veía que él no sería capaz de caminar lejos—. Llévate la cesta con comida para tu familia.

—No queremos ni un trozo de vuestra comida podrida —dijo él con brusquedad.

—Tal vez deberíamos habernos dado la vuelta para que pudieras robar la cesta —espetó ella—. ¿Eso te hubiera hecho sentir mejor?

—Maldita perra —dijo él despacio, apretando los dientes—. ¡Pobre diablo el que se case contigo!

—No te preocupes, no tengo intenciones de casarme contigo.

—¡Dios lo prohíba! Eso... —Él adoptó una palidez evidente. La mano que sostenía la rama tembló por el esfuerzo y Niklas evitó que Eldar cayera al suelo. Por un rato, Eldar perdió la consciencia, ausente ante la crueldad del mundo.

—Ha perdido demasiada sangre —dijo Niklas—. Y probablemente no comió lo suficiente.

—¿Qué haremos? —preguntó Irmelin.

—¡Dejémoslo solo! Ahora es nuestra oportunidad de ayudar a los demás.

—¿Nos atrevemos a entrar?

—Creo que debemos hacerlo. Por lo que Eldar dijo, parece que están completamente exhaustos. Vamos, ¡andando!

—Qué pena que no trajimos más comida —dijo Irmelin—. Nunca se me ocurrió.

—Podemos traerles un poco de harina mañana —respondió Niklas—. Para que al menos puedan amasar pan.

Se aproximaron con vacilación a las casas. Ninguno tenía ganas de acercarse. Villemo tenía la alocada idea de que se toparían con unas terribles y deformes criaturas y con idiotas en las granjas. Era por completo injustificado pensar así, ella lo sabía, pero los rumores del pueblo habían contaminado sus pensamientos.

La puerta de la primera casa estaba abierta y entraron a un cuarto oscuro. No había nadie en pie dentro. Solo oyeron las ratas correteando. Sabían que había mucha pobreza en el pueblo, pero aquello era lo peor que habían visto.

Permanecieron allí una hora. Prepararon comida con harina de cebada sobre el fuego de la chimenea. Les dieron leche a los niños e intentaron que los adultos comieran algunos trozos de pan. Recibieron miradas exhaustas, abatidas y resignadas. Nadie los insultó ni los echó. Apenas podían mover los labios.

Gudrun estaba allí, pero el único gesto de hostilidad que logró hacer fue volver el rostro y mirar la pared. Villemo simplemente la hizo girar de nuevo y la obligó a tragar la cebada. Cuando Gudrun saboreó la comida, dejó de resistirse.

Colocaron sábanas limpias en las camas que lo necesitaban. Niklas vio a un niño con ojos inmensos y confundidos, con todo el cuerpo cubierto de úlceras. Abandonó sus principios y acarició al pobrecito con manos cálidas y cautas.

Villemo asintió con calma mientras observaba a Niklas. Luego se volvió y vio a Eldar en la entrada de la casa, aferrado al marco de la puerta. Debía haber estado de pie allí hace un rato porque ella recordó que había oído el crujir de la puerta sin haberse detenido a pensar en ello.

Él miró a Irmelin, que ayudaba con amabilidad y afecto a los miembros de la familia a acomodarse. No parecía sorprenderle en lo más mínimo ver a Irmelin actuando así, pero le sorprendía ver a Villemo haciendo lo mismo. Su compasión por los enfermos no era ni por asomo tan tierna y generosa. No era su naturaleza. Aunque no era necesario ser un genio para comprender que detrás de sus palabras breves y su trato brusco había compasión y empatía hacia el sufrimiento de otras personas.

Eldar no era capaz de ayudar porque había gastado toda su fuerza. Lo único que podía hacer era observar, aunque no era capaz de descifrar si era con o sin desaprobación. Probablemente con una mezcla de ambas. Luego, él vio a Villemo tambalearse y tomar asiento al borde de una cama, temblando.

—¿Qué te sucede? —preguntó Eldar con brusquedad—. ¿No soportas ver la pobreza?

Niklas alzó la cabeza.

—Villemo apenas come para compartir las raciones de Elistrand con otros. Le da a otro lo que ella necesita.

—Bueno, ¡yo nunca lo haría! —dijo Eldar, haciendo una mueca, aunque aún miraba a Villemo con sorpresa y curiosidad.

Cuando terminaron, Irmelin le dijo a Eldar con severidad:

—Mañana enviaré a un peón aquí con harina de centeno y cebada. Por favor, acéptalas... por el bien de tu familia.

Eldar continuó mirándola y luego asintió con malhumor.

Partieron. No les dijeron ni una palabra de agradecimiento. De todos modos, no habían ido allí por ese motivo.

Villemo se separó de sus dos amigos en el camino. De pronto, estaba muy ansiosa por volver a casa. De hecho, estaba ansiosa por comenzar a comer de nuevo. En el viaje de regreso, pasó junto a una iglesia. Aminoró la marcha, se volvió y entró al cementerio. Perdida en sus pensamientos, pasó junto a la lápida que indicaba el lugar donde Tengel y Silje estaban enterrados. Villemo nunca los había conocido. En cambio, se detuvo junto a otra lápida. La bisabuela Liv...

A todos les resultaba inconcebible que ella no estuviera más entre ellos. Había cumplido ochenta y cinco años... una edad increíble. Villemo recordó una conversación que había tenido con su bisabuela en su lecho de muerte en sus últimos días. Villemo tenía doce años en ese entonces, pero nunca olvidaría esas palabras:

—Villemo —dijo Liv—, sabes que ahora sois tres con los ojos amarillos del Pueblo del hielo. No temo que sean malvados, porque ninguno de vosotros ha heredado la maldad. Pero sé que tú eres la que tendrá el destino más difícil.

—Pero ¿por qué, bisabuela?

—Porque tienes la misma alma ardiente que Sol, mi pobre prima y hermana adoptiva. Ella había estado mucho peor que tú, más afectada, pero tú aún eres espeluznantemente parecida a ella en personalidad y carácter. Siempre piensa al menos cinco veces antes de hacer algo, Villemo. Es demasiado sencillo actuar con imprudencia cuando eres tan intensa respecto a todo lo que hagas. Si logras mantener cierto balance, tendrás una vida más afortunada que la mayoría.

Villemo había asentido y le había dado un largo y cálido abrazo a su bisabuela. Cuando salió del cuarto, había oído un susurro triste:

—Mi pobre niña. ¡Que el Señor se apiade de ti!

Su bisabuela había tenido razón. Pero Villemo había descubierto lo difícil que era mantener su equilibrio, en especial porque tenía un deseo irrefutable de embarcarse en cada aventura que cruzaba su mente.

Niklas y Dominic no tendrían esos problemas. Niklas había recibido el don de sus manos curativas. Un talento útil para la sociedad. Dominic era capaz de percibir lo que habitaba en el alma de las personas. ¿Y si a ella le hubieran dado un apasionante don? ¡Habría podido divertirse mucho en la vida! En cambio, solo había recibido un anhelo indomable y estaba constantemente dividida por sus deseos, que insistían en su alma, y por llevarlos a cabo. Villemo suspiró y avanzó hasta la próxima lápida.

TARALD MEIDEN, 1601-1660. ESPOSO DE YRJA MATTIASDATTER 1601-1669.

Yrja, la abuela de Irmelin, también había fallecido. Dejó un vacío doloroso en Graastensholm.

La rama Lind del Pueblo del hielo también había adquirido recientemente una nueva tumba. Matilda, la esposa de Brand, fue incapaz de alcanzar la vejez por su sobrepeso. La joven esposa de Andreas, Eli, la madre de Niklas, ahora estaba a cargo de Lindealléen.

En Dinamarca, la abuela materna de Villemo, Cecilie, era viuda porque su amado Alexander había muerto. Ya no los visitaba con tanta frecuencia. Tenía más de setenta años y su madre, Liv, había muerto. Así que Gabriella viajaba a Dinamarca para visitar a su madre. Gabriella ahora mismo estaba en Dinamarca junto a su esposo, Kaleb, en busca de maíz para Elistrand, así que Villemo estaba sola a cargo de la granja. Bueno, de hecho, el casero estaba más que nada a cargo, pero ella estaba allí, y eso era lo principal.

La nueva generación había tomado el control de las granjas. Aparte de Cecilie, Brand era el único que quedaba de la vieja generación. En Lindealléen había muchos más miembros jóvenes de la familia. Estaban Brand, su hijo y su esposa; Eli y su hijo Niklas. La situación era peor en Graastensholm. Todos veían que el apellido familiar Meiden estaba extinguiéndose. Mattias e Hilde no tendrían más hijos que su única niña, Irmelin. Ella sería la última baronesa Meiden porque todos los otros vínculos en Noruega y Dinamarca habían fallecido hace mucho tiempo. En pocos años, ya no existiría el linaje de un barón.

Villemo se volvió hacia Lindealléen. Todos los tilos que Tengel había plantado ya no estaban. Ahora solo quedaban algunos inocentes árboles nuevos.

Una época desapareció con Liv. Una época que había comenzado en un silencioso y remoto valle de montaña de Trondelag. Pero Villemo sentía que el legado continuaba. Ella lo llevaba en su interior. Hilos que habían comenzado en aquel desafortunado valle montañoso ahora se extendían a lo largo y a lo ancho del mundo. Hasta la aldea, hasta Gabrielshus en Dinamarca y hasta la corte sueca en Estocolmo. La familia había viajado lejos por rutas desconocidas. Y en todas ellas, la semilla del legado maldito crecía. Villemo había hecho la misma promesa que Tengel había hecho mucho tiempo atrás: no contraería matrimonio y no propagaría más el legado maldito.

Ella sabía que era un error pensar así. Tenía otro legado que continuar. Silje, a quien todos consideraban la madre ancestral de toda la familia, solo había tenido una hija, Liv. Liv también había tenido una hija, Cecilie, y a su vez ella también tuvo a su hija Gabriella, que era madre de Villemo. Así que la joven tenía el deber de intentar tener una hija. La hija de la nieta de la nieta de Silje.

Pero no quería. Primero por la maldición y segundo porque era demasiado infantil para pensar en tener hijos propios. Sonaba horrible, feo y desagradable. No, ¡ en absoluto quería tener hijos!

¿Y qué pasaba con los ojos amarillos que confundían a toda la familia? Pronto se sabría por qué precisamente esos tres, Niklas, Dominic y Villemo, tenían esos ojos tan peculiares.

El Pueblo del hielo 10 - Tormenta de invierno

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