Читать книгу El Pueblo del hielo 10 - Tormenta de invierno - Margit Sandemo - Страница 7

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Capítulo dos

El invierno se aproximaba y los ancianos del pueblo estaban aterrados. Ya había experimentado varios inviernos y sabían lo que implicaba. El Pueblo del hielo y los Meiden hacían todo lo posible, pero sus reservas también se acabarían pronto y ¿qué quedaría cuando sucediera?

La hambruna era una de las tantas que había en aquella región de Noruega. No había habido una hambruna nacional desde principios del 1650, pero era posible que, de pronto, las cosechas fracasaran en comarcas más pequeñas donde los pueblos estaban relativamente aislados. Dado que la comarca de Graastensholm y las comarcas vecinas habían experimentado una cosecha pobre durante varios años sucesivos, el próximo invierno acechaba como un fantasma lleno de angustia para todos.

Pocas semanas después de que Irmelin, Niklas y Villemo visitaran el Bosque Negro, Kaleb regresó a casa desde Dinamarca en un barco cargado con maíz, entre otras provisiones, provenientes de Gabrielshus. Gabriella se había quedado en Dinamarca. Su madre andaba con resfriados últimamente y el último la había afectado mucho, así que Gabriella permanecía con ella durante la peor parte del invierno.

En cambio, Kaleb había traído consigo al joven Tristan, su cuñado, el hijo de Tancred, para que lo ayudara durante la travesía.

Tristan tenía quince años y las preocupaciones propias de alguien de esa edad. Había crecido y se había convertido en un muchacho desgarbado lleno de unos rizos castaños que detestaba. «Qué dulce», decían las damas de la corte danesa. «¡Parece un querubín!». Aunque no había nada muy angelical en Tristan. Estaba en mitad de la pubertad así que tenía acné y se sonrojaba sin querer. Le sudaban las manos y miraba con curiosidad y anhelo a todas las chicas, desde la desaliñada de doce años que cuidaba de los cerdos, hasta las perfumadas mujeres maduras de la corte. Por la noche, tenía sueños eróticos que lo hacían morir de vergüenza. Hacía su propia cama para que las criadas no descubrieran las manchas en las sábanas. Detestaba su voz, que siempre soltaba gallos cuando quería aportar un comentario maduro y reflexivo en una conversación.

Mientras el barco proveniente de Dinamarca se aproximaba a la orilla, Kaleb sabía que no podían atracar en el puerto de Cristiania con tanto maíz escondido a bordo porque no les permitirían conservar el cargamento demasiado tiempo. Así que atracaron en una bahía lo más cercana posible a Graastensholm. En un giro del destino —o por causas naturales— era el mismo sitio donde Kolgrim una vez había engañado al pequeño Mattias en un bote, aunque Kaleb y Tristan no lo sabían. Tenían caballos de Graastensholm, Lindealléen y Elistrand. Con ellos llevaron el cargamento a casa protegidos por la oscuridad.

Luego el barco partió rumbo a Cristiania para descargar el resto del cargamento. No sentían culpa por el modo en que habían engañado a la multitud de personas hambrientas que vivían en Akershus. Tenían una comarca entera que alimentar, y lo que obtuvieron solo cubriría ese terreno.

Villemo estaba en uno de los carros junto al cargamento. Kaleb simplemente sonrió al verla. De hecho, su hija rebelde debería haber sido un varón, pensó, porque era muy franca y directa. Por otra parte, crecía y se convertía en una jovencita muy encantadora así que hubiera sido una pena que fuera varón. Había notado que ella había comenzado a comer de nuevo y se preguntó qué la había hecho cambiar de opinión. De todos modos, Kaleb agradecía aquel cambio.

Villemo estaba sentada con Tristan en el asiento del conductor. Las estrellas brillaban alto en el firmamento nocturno. Villemo hablaba como una cascada, orgullosa y entusiasta.

—Hemos ido al Bosque Negro. Recuerdas el lugar, ¿no?

—Claro —respondió Tristan, con la voz entrecortada—. Son esas personas horribles involucradas en un incesto que intentaron ocultarlo todo.

—Bueno, no todos son tan terribles —dijo Villemo rápido—. Es horrible para ellos porque estaban a punto de morir porque no querían pedir ayuda cuando llegamos, y al vernos se enfadaron mucho, pero aceptaron la comida. Así que los salvamos.

—Supongo que estaban agradecidos, ¿no?

—No lo creo —rio Villemo, demasiado fuerte—. Allí oí que nos llaman «esos jóvenes horribles que demostraron compasión asquerosa hacia nosotros solo para sentirse mejor consigo mismos». Nos llamaron falsos samaritanos. Claro que siempre es agradable ayudar a otros, pero solo queríamos lo mejor para ellos y no pensábamos en nosotros como ellos afirman. No me gusta que me hablen así.

Villemo calló y Tristan la miró. Por un instante, ella quedó sin palabras. Pero no duró demasiado sin hablar.

—Por cierto —dijo ella—, ahora iremos allí para ver cómo están y para darles parte del cargamento. ¿Quieres acompañarnos?

Una ola de ansiedad y entusiasmo secreto hizo ruborizar a Tristan.

—Ir al Bosque Negro... No lo sé.

En realidad, él ya había tomado una decisión. Su deseo de vivir aventuras era más fuerte que el horror y la desaprobación que sentía.

—¿Por qué tu hermana Lene no vino contigo a Noruega esta vez? —preguntó Villemo, que tenía la tendencia de cambiar rápido de temas de conversación.

—¿Lene? —rio Tristan, ya no tan asustado de hablar. Solía sentir que sus palabras caían al suelo. Pero la oscuridad y la franqueza de Villemo le dieron valor—. Lene es ajena al mundo. Está enamorada y probablemente pronto se casará.

—Cielos, ¿qué dices? Aunque supongo que, después de todo, no es tan extraño. Tiene veintiún años. ¿Con quién se casará?

Tristan retorció uno de sus rizos odiados en su dedo índice. Era uno de sus hábitos nerviosos.

—Verás, cuando mi madre y mi padre eran jóvenes, mi madre fue contratada por Corfitz Ulfeldt y la hija de Cristian IV, Leonora Cristina.

—Sí, recuerdo haberlo oído. ¿Cómo resultó todo para esos dos?

—¿Para mis padres?

—No, para los otros dos.

—Corfitz Ulfeldt terminó en aprietos, lo que se merecía porque era un desertor y un traidor. Además, era muy arrogante y desagradable. Todos concuerdan en eso.

Mientras hablaba, Tristan tocaba su rostro o su cabello. Villemo se sorprendió de que él no tartamudeara también, algo esperable en un joven tan inseguro. Más allá de eso, le agradaba mucho su primo menor. Probablemente había sido demasiado mimado porque era el menor y el único varón en el árbol genealógico de los Paladín. Era probable que no supiera mucho acerca de la vida en las afueras de la corte danesa.

—Ulfeldt fue declarado persona non grata en Dinamarca y Noruega —continuó él— y huyó a Alemania. Pero allí también lo persiguieron y nunca tuvo un momento de paz. Murió solo y abandonado en un pequeño ferri navegando por río de Alemania. Creo que se llama el Rin.

—Lord chambelán y luego... ¡Bang! ¡Muerto! Sin duda su caída fue grandiosa —dijo Villemo, pensativa—. Pero él mismo la causó. ¿Y la hija del rey?

—¿Leonora Cristina? Mis padres dicen que ella era orgullosa y altanera con la mayoría, pero su lealtad hacia el villano con quien se casó era inquebrantable. La esposa del rey Frederik III, Sofie Amalie, la odiaba tanto que la hizo encerrar en la Torre Azul donde ya ha pasado diez años.

La niebla cruda del otoño los rodeaba mientras pasaban por un valle pantanoso. A Villemo le encantaba la niebla. Creaba un ambiente único y cautivador y la luna y las estrellas parecían pálidas y místicas. Si su bisabuela Liv hubiera sabido cuánto la entusiasmaba ese paisaje, se habría horrorizado porque le habría recordado demasiado a la atracción que Sol sentía por lo oculto.

—Lamento haber cambiado de tema —dijo Villemo—, estabas contándome sobre el gran amor de Lene.

—Sí, bueno, en su juventud, nuestra madre Jessica, trabajaba para la casa de Ulfeldt —continuó Tristan nervioso—. Ella era la niñera de una de las pequeñas, Eleonora Sofia. La niña creció, pero nunca olvidó a mi madre así que han sido amigas y confidentes a lo largo de los años. Eleonora Sofia está comprometida con alguien llamado Lave Beck. Y ella invitó a Lene de visita a la inmensa propiedad de Beck en Escania el verano pasado. Allí mi hermana conoció a un joven, un buen amigo de Lave Beck, que también es caballero del rey Carlos XI. Se llama Örjan Stege. Lene no habla de otra cosa.

Tristan hablaba tan rápido y de modo tan confuso que a Villemo le resultó difícil seguir la conversación. Sin embargo, creía haber comprendido la esencia de la charla.

—¿Y tus padres, el tío Tancred y la tía Jessica aprueban la unión?

—Sí y la abuela Cecilie también. Lo único que no les gusta es que Lene se mudará a Suecia si se casa con Örjan Stege. Escania ahora es sueca, como sabes.

—Sí, debemos aceptar esta situación. Pero me alegra que Noruega recuperara Trondelag y Romsdal. Nuestras raíces están en Trondelag, como sin duda sabes. Me sentía desarraigada cuando Trondelag quedó del lado equivocado de la frontera.

—Desarraigada —rio Tristan—. Por cierto, ¿es verdad lo que dicen sobre el Valle del Pueblo del hielo? ¿Qué nuestros ancestros vivían en la naturaleza, sobreviviendo en medio del frío y la oscuridad? ¿Y que incluso la bisabuela nació allí?

—¡Claro que es verdad! Mi padre Kaleb estuvo allí. Ver el valle desierto fue tan terrible que él dice que nunca lo superó. Tuvieron que enterrar a Kolgrim allí, en medio del campo. Él era el tío de Irmelin. Y tuvieron que cargar el cadáver de Tarjei hasta casa.

—Tarjei... Era el abuelo de Dominic —dijo Tristan pensativo—. ¿Te gustaría visitar ese valle, Villemo?

—No lo sé. Supongo. A veces sí. Cuando es verano y los días son luminosos y el sol calienta todo y todo se ve hermoso me gustaría ir, porque aquel valle en particular representa algo místico y emocionante para mí. Pero cuando estoy en la cama de noche y oigo la tormenta de invierno rugiendo afuera.... Mi corazón se estruja de angustia y desesperación pensando en los muertos que están solos allí arriba. Hace que me pregunte cómo podían vivir así. Luego, me entierro en lo profundo de las mantas y le agradezco al Señor que Tengel y Silje lograran salir de allí y venir aquí. De otro modo, aún viviríamos en ese lugar. ¿Tú quieres ir, Tristan?

—¡No! —dijo Tristan con énfasis—. No estoy hecho para vivir en la intemperie.

—¡Tú y tus gustos refinados de la clase alta! —Villemo sonrió de buen humor.

—Oh, vamos —dijo Tristan con firmeza, pero luego rio.

Las estrellas desaparecían en la luz matutina mientras el carro llegaba a la aldea durmiente. Solo unas pocas estrellas aún eran visibles en los cielos. Villemo las llamaba la estrella de la tarde y el lucero del alba porque no conocía otros nombres para ellas.

Miró hacia la cadena montañosa y hacia el Bosque Negro. Se preguntó qué estarían haciendo sus habitantes. ¿Estarían preparando la venganza después del asesinato del hombre que había intentado robarle a Graastensholm? Últimamente habían estado muy tranquilos. Ninguno había bajado al pueblo. El silencio no auguraba nada bueno. Kaleb estaba preocupado.

—Villemo, ¿de verdad quieres venir con nosotros al Bosque Negro? No es un sitio agradable, como sin duda sabes —comentó Kaleb.

—Ya he estado allí —dijo ella con vehemencia—. No es peligroso y los cuatro iremos juntos. Niklas, Tristan, Irmelin y yo.

—Pero sin duda los peones pueden ir en su lugar.

—No, están enfadados con los peones por los disparos. Es mejor que vayamos los que ya los conocemos.

—Entonces os acompañaré.

—No es necesario, papá. Ya hemos cargado cebada y semillas de maíz en la carreta.

—¿No crees que el vestido que llevas puesto es demasiado bonito para sentarte en un carro con provisiones?

—No tengo otro vestido limpio que usar. Tendré cuidado —dijo Villemo rápido—. Regresaremos pronto.

Y luego partió antes de que Kaleb pudiera pensar en algo más que decir.

Villemo tomó asiento en el carruaje junto a los otros tres mientras avanzaban por el miserable sendero del bosque. Dos bueyes tiraban del cargamento mientras el carruaje crujía de modo horrible. Villemo buscó con la mirada señales que indicaran que llegarían pronto. Apenas podía permanecer quieta en su asiento. ¡Las personas del Bosque Negro estarían felices! Ahora podrían sobrevivir al invierno. Y ella les llevaba una cantidad extra de dulces en un paño...

Allí estaba el Bosque Negro con sus casas bajas y oscuras, más oscuras que la mayoría de las construcciones del pueblo porque la brea duraba más en ese sitio gracias a la protección del bosque. El humo salía de las chimeneas. Comprobó que los habitantes estaban despiertos y trabajando.

Los residentes del Bosque Negro los recibieron con seriedad y silencio. Villemo ya los conocía a todos. Les había preguntado sus nombres a los peones de Graastensholm y cuáles eran los parentescos. Estaba el padre de Eldar y Gudrun, un hombre amargado y arrugado con pocas alegrías en la vida, que solía hacer que su propia vida fuera insoportable porque estaba constantemente de malhumor. Junto a la cocina, estaba la madre de los chicos, que tenía un cuerpo agotado después de haber parido demasiado niños. La rodeaban un grupo de pequeños en edad de desarrollo que evidentemente esperaban comer algo. Luego había dos hombres sentados en la larga banca junto a la mesa. Eran hermanos del padre, ambos solteros. Villemo sabía que la casa vecina era donde vivían los condenados y los marginados. Eran los descendientes de los pecados de su ancestro. Eran dos familias con gran cantidad de hijos adultos. Se decía que eran un poco anormales. Pero Villemo pensó que ella también lo sería si algo tan enfermizo y repulsivo hubiera sucedido en su familia.

Llena de un vacío inconmensurable, abandonó su asiento de nuevo para ayudar a descargar el carruaje. Por cierto, ¿por qué había decidido ir al bosque? Ya no lo recordaba.

***

Gudrun y Eldar estaban en la cumbre con vistas a las casas, cargando un manojo de ramas secas para encender el fuego.

—Allí vienen esos malditos mocosos del Pueblo del hielo —dijo Gudrun entrecerrando sus ojos llenos de odio—. ¿Una vez más necesitan sentirse nobles e importantes?

Eldar no dijo nada. Tenía una expresión perpleja.

—Me enfurece tanto verlos —prosiguió Gudrun—. Realmente siento la necesidad de darles su merecido.

—¿Por qué? —replicó Eldar con brusquedad.

—Sabes muy bien por qué. Toda la humillación, toda su benevolencia enfermiza.

—Gracias a ellos estás viva.

—¡Vamos a ver, Eldar! ¿A ti qué te pasa?

—Quizás tengo una visión diferente del mundo porque he estado lejos de aquí mucho tiempo.

—Yo también he estado lejos mucho tiempo. Pero ¡no he cambiado de opinión! —replicó ella.

—No, no lo has hecho... —dijo Eldar.

Gudrun había estado en Cristiania. Su vida allí no había sido precisamente memorable. Ahora había regresado porque sus clientes, los hombres, ya no la deseaban. Estaba enferma y demacrada, y sufría de sarna y cosas peores. Su estado de salud era evidente para cualquiera que la viera desnuda. Más allá de eso, era una mujer de belleza excepcional, con ojos salvajes y cabello rizado que llegaba hasta sus rodillas. Antes de enfermar, comía bien y era voluptuosa. Había tenido una vida agradable en Cristiania todo el tiempo posible. En su opinión, el Bosque Negro era una pocilga, pero ahora era su única opción.

Sus ojos brillaron cuando tuvo una idea, algo que incomodó a Eldar.

—Quizás debería...

—¿Deberías qué? —preguntó él rápido.

—Quizás debería ponerlos un poco a prueba.

—¿A qué te refieres?

—¡Ese patán de allí! —Ella rio con frialdad y señaló cumbre abajo—. ¿Qué crees que dirá esa familia elegante si él regresa a casa con las marcas de la vergüenza?

—¡Gudrun! ¿Estás loca? ¡No puedes hacer eso!

—No sabes de lo que soy capaz —canturreó ella.

—¿Niklas de Lindealléen? Él nunca se enamoraría de ti. ¡Jamás!

—No, eso ya lo sé. No estaba pensando en él.

—Entonces ¿en quién?

Eldar miró desde la cumbre al grupo de jóvenes que iban y venían desde el carruaje al granero. Ninguno de los residentes de las casas los ayudaba.

—¿Te refieres a ese joven de allí? ¿Quién es?

—Yo sé quién es. Mis hermanas lo reconocieron. Es uno de los daneses. Paladín.

—Pero, cielo santo. ¡No puedes hacer eso! Lo... ¡Lo prohíbo!

Ella lo miró con frialdad.

—Cielos, sí te quejas, ¿eh? ¿Acaso tienes algún interés en particular por él?

—¡No seas estúpida! ¿Acaso no ves en qué estás metiéndote? ¿Acaso no nos hemos equivocado ya lo suficiente?

—¿Te refieres a los Woller? ¿Qué tienen ellos que ver con esto? Vamos, bajemos.

—No, no quiero bajar mientras ellos estén ahí.

—Entonces iré sola.

—Gudrun, ¡deja en paz al chico! Nada bueno saldrá de eso.

—No, para ellos no. Es la idea.

—Tampoco saldrá nada bueno para nosotros. ¡No lo permitiré! ¡Te mataré!

Ella se acercó más a Eldar, de modo amenazante.

—Escúchame, Eldar. ¿A qué se debe esta debilidad repentina?

—No es debilidad. Los odio tanto como tú. ¡Solo soy racional, Gudrun!

La expresión en el rostro de la joven alternaba entre la sed de venganza ferviente y la astucia.

—Está bien, entonces yo no lo seré. Ahora me voy. ¿Me acompañarás?

—No, no los soporto. Esperaré aquí hasta que se hayan marchado.

Gudrun bajó por el sendero y entró al patio.

—Oh, ya veo —dijo ella con sorna—. ¿Los comerciantes han venido a la granja?

Los ojos de Villemo, que por un instante habían irradiado esperanza, ahora parecían tristes. Lo único que había hecho era explicar con la mayor amabilidad posible por qué habían acudido allí.

—Qué noble —dijo Gudrun mientras miraba con ojos brillantes al joven Tristan—. ¿Él es vuestro pariente?

—Sí, es mi primo, Tristan Paladín.

—¿Ah, sí? La última vez que lo vi tenía solo siete u ocho años. Hola —dijo ella mientras extendía la mano—. Soy Gudrun. ¡Bienvenido!

Tristan se ruborizó como un tomate. No mencionó que normalmente una granjera no estrechaba la mano de un Paladín. Ella debería haberle hecho una reverencia sumisa. Aun así, él tomó la mano de la chica y realizó una reverencia educada como le habían enseñado en la corte.

La sonrisa de Gudrun era prometedora. Villemo se preguntó de dónde salía aquella amabilidad repentina, pero no tenía tiempo de hablar. Llenó la bolsa con los últimos restos de maíz y la llevó hasta el granero.

Gudrun permaneció atrás, hablando con Tristan, alguien extremadamente tímido. Él se movía lleno de vergüenza: nunca en la vida había visto a alguien tan hermoso. Luego, ella desapareció dentro de la casa porque Niklas había salido del granero.

—Bueno, ya está —anunció Niklas. El granjero apareció.

—Les pagaremos por todo esto —dijo el granjero con tono agresivo—. No aceptaremos limosnas.

Niklas lo miró, pensativo, y luego asintió.

—Claro. No lo consideramos limosna. Es nuestro deber pagarles a nuestros granjeros sus salarios. ¿Vendrá a Lindealléen el martes en una quincena para trabajar unos días en el establo? La única pared que hay parece a punto de derrumbarse y las tormentas invernales suelen ser violentas. Es necesario repararla antes de que lleguen.

—Iremos —respondió el granjero de malhumor.

Villemo subió con reticencia y lentitud al carruaje. Ahora ya no tenía motivos para visitar el Bosque Negro. Permaneció en silencio en su asiento camino a casa mientras atravesaban el bosque. Tristan también, pero ella no lo notó. Los otros dos hablaban con entusiasmo.

De pronto, Villemo alzó la vista, se sorprendió y sintió que se ruborizaba. Una figura bloqueaba el camino. Niklas detuvo el buey.

—¿Dónde habéis estado? —preguntó Eldar con firmeza, aunque ya sabía la respuesta.

—Le hemos vendido un poco de cebada y semillas de maíz a tu padre —respondió Niklas con calma.

—¿Vendido?

—A cambio, vendrán a trabajar a Lindealléen unos días. Es trabajo de construcción. ¿Vendrás?

Eldar parecía a punto de estallar y protestar, pero logró recobrar la compostura.

—Ya veremos.

Luego, les permitió avanzar. Apenas había mirado rápido a Villemo. Pero cuando ella se volvió, lo vio de pie en el sendero del bosque. Los ojos de ambos se encontraron y Villemo no era alguien que apartara la mirada. Sintió un abismo estremecedor frente a ella mientras observaba los ojos rasgados y hostiles que se apartaban cada vez más mientras el carruaje avanzaba. Una curva en el sendero rompió el contacto visual más rápido de lo que le hubiera gustado.

El resto del camino permaneció callada, llena de alegría interna, hasta llegar a la puerta de Graastensholm. Luego, sus burbujeantes ganas de vivir la obligó a extender los brazos al cielo con una sacudida violenta mientras gritaba de felicidad.

—¿No es maravilloso haber regresado a casa? —preguntó Niklas con ironía—. Aunque es cierto que esas personas son realmente horribles.

Villemo no respondió. Sentía que era invencible.

El Pueblo del hielo 10 - Tormenta de invierno

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