Читать книгу El Pueblo del hielo 10 - Tormenta de invierno - Margit Sandemo - Страница 8

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Capítulo tres

El viaje al Bosque Negro había sido el jueves. Ese sábado también fue memorable. Villemo, que estaba de camino para visitar a Irmelin en Graastensholm, vio un caballo desconocido fuera de la propiedad. Irmelin corrió a recibirla en el vestíbulo.

—¡Adivina quién está aquí, Villemo!

—No lo sé. Vi el caballo, pero...

Calló. Un hombre alto estaba de pie en la puerta de la sala de estar. Sus ojos dorados observaban a Villemo con una sonrisa amable y alegre.

—Dominic —susurró ella con debilidad—. ¡Estás aquí!

—Sí. ¿No sabías que vendría?

Ella volvió a la realidad.

—Sí, pero...

¿Cómo podía haberlo olvidado? ¿Cómo? Esa era una buena pregunta. Cielos, ¡él era tan atractivo! Tenía voz grave y suave como el terciopelo y facciones masculinas, pero que aún conservaban la expresión gentil. Sus hermosos ojos poseían un rastro de tristeza. Para su desesperación, Villemo sintió que regresaba la antigua timidez que experimentaba ante Dominic.

—Bueno, no importa. ¡Bienvenido, Dominic! ¡Has crecido desde la última vez que te vi! —exclamó ella demasiado fuerte y de modo artificial.

—Sí, señora. Ahora tengo veintiún años y ya he perdido todos los dientes de leche —dijo imitando el modo de hablar de un niño educado.

Villemo rio, nerviosa.

—¿Partirás de nuevo? Es decir, ¿cuánto tiempo te quedarás?

Nunca había sido capaz de expresarse con claridad, y mucho menos con inteligencia, en presencia de Dominic.

—Tal vez me quedaré una semana, si es que puedes soportarme tanto tiempo —respondió él, sonriendo—. De hecho, solo vine como mensajero de Gyldenloeve, el gobernador de Akershus. Pero por supuesto que quería pasar a saludarlos a todos en casa.

Villemo se conmovió cuando lo oyó decir «en casa». Dominic siempre había tenido raíces fuertes allí, al igual que su padre Mikael. El joven continuó:

—Oímos que había hambruna en esta parte de Noruega y, por supuesto, nos preocupamos. Mi padres os envían saludos.

¡Ahora ella había olvidado preguntar por ellos! ¿Acaso su vergüenza no tenía fin?

—Gracias, ¿cómo están ellos?

—Bien, gracias, y gracias por preguntar.

—Eres demasiado veloz para mí —dijo ella en broma, retorciendo y balanceando los brazos a su alrededor como una niña de seis años a la que le han pedido actuar frente a la familia.

Su único pensamiento era: «¡Gracias a Dios que solo se quedará una semana! No podía soportar su mirada penetrante.»

—Bueno, la pequeña Villemo ahora es una mujercita —dijo él, pensativo—. Nada mal. ¡Nada mal en absoluto!

—¿Nada mal que ahora haya crecido? —respondió ella rápido—. ¿No deberías hospedarte en Lindealléen?

—Eso haré. Solo vine aquí a saludar. Después continuaré camino hacia Elistrand.

Una irritación leve se apoderó de ella porque él había visitado primero a Irmelin. Pero eso tenía sentido porque Graastensholm era la primera parada en su ruta.

—Escuché que Tristan está aquí de visita. Estoy ansioso por verlo. Después de todo, es el más pequeño de la familia.

—¿Pequeño? Ya es casi más alto que todos nosotros.

—¿Tristan? ¡Increíble! Supongo que tú y yo después podemos ir a tu casa juntos, ¿no? El caballo puede llevarnos a los dos.

—Lo dices como si pesara cien kilos —exclamó ella, furiosa—. Es más, no creo que esté hecha para montar tu caballo...

—Claro que sí, siempre puedes sentarte delante de mí —rio él, bromeando.

Villemo se sonrojó mucho. La idea de montar delante de él con sus brazos alrededor de ella le generaba ansiedad.

—Ya veremos —dijo ella y se volvió—. Irmelin, vine a preguntarte si mañana irás a la iglesia. Pensaba acompañarte.

Irmelin la miró sorprendida. Villemo no era precisamente la feligresa más devota.

—Sí, claro que iré. ¿Nos encontramos allí?

—De acuerdo —asintió Villemo y evitó a propósito no decir nada más al respecto.

Una hora después, cabalgaron rumbo a Elistrand. Villemo estaba agradecida de estar montada detrás de Dominic, porque eso implicaba que podía evitar la mirada inquisidora del muchacho. Era como si él supiera todo sobre ella, lo cual ahora mismo no era un pensamiento agradable.

Solo hablaron sobre asuntos superficiales. Villemo intentó no sujetarlo con demasiada firmeza. Hacía toda clase de movimientos pequeños con las manos en la montura, en el caballo, en la capa de Dominic, rozando con mucha suavidad la zona alrededor de la cintura del muchacho. Al final, aquello hizo que él perdiera la paciencia.

—Siéntate como corresponde y sujétate con firmeza. ¡Y ya no te comportes como una araña nerviosa! ¡Pareciera que tienes miedo de que te seduzca!

Villemo se ruborizó de nuevo.

—No pienses que estoy entusiasmada por sentarme tan cerca de ti —respondió ella, exaltada. Eso hizo reír a Dominic.

—Querida Villemo, por supuesto que no pienso que me deseas.

El modo en que lo dijo sonaba como si él supiera qué le preocupaba a Villemo.

***

Kaleb saludó a Dominic con entusiasmo y lamentó que Gabriella no estuviera en casa.

—¿Y Tristan? —dijo Dominic—. ¿Dónde está?

—Tampoco está en casa —respondió Kaleb—. Cabalgó hasta el Bosque Negro en busca de su abrigo de lana porque cree haberlo olvidado allí.

—¿De verdad? —dijo Villemo con brusquedad—. Pero yo podría haber ido a...

Calló al ver la mirada curiosa de los demás.

—¿Por qué deberías pagar por el descuido de Tristan? —preguntó su padre.

—No, solo quería decir que... él es tan pequeño.

—Es más grande y fuerte que tú.

—Bueno, pero es un niño.

—En serio, Villemo, tú tampoco eres precisamente adulta para tu edad.

Durante toda la conversación, Dominic la había observado entretenido, con ojos brillantes y penetrantes y una sonrisa en la comisura de la boca.

—¡Estás muy equivocado! —le gritó mientras corría escaleras arriba.

—¡Villemo! —exclamó su padre, pero ella no se detuvo. Kaleb la persiguió y la alcanzó en la puerta de su habitación. Sujetó la oreja de la chica.

—Ahora baja conmigo y discúlpate con Dominic —dijo Kaleb apretando los dientes—. ¿Qué son estas tonterías?

—Está bien, haré lo que dices —susurró también en un siseo—. Pero no debes llevarme de la oreja porque es demasiado humillante.

—En este instante, actúas de un modo extremadamente grosero, Villemo —dijo Kaleb mientras descendían las escaleras—. ¿No puedes comportarte un poco mejor ahora que yo soy el único responsable de este lugar?

—Perdóname, querido padre —dijo ella, arrepentida—. Yo tampoco sé por qué actúo así.

Bajaron y ella le pidió humildes disculpas a Dominic por su comportamiento. Él aceptó la disculpa con una sonrisa tan explícitamente empática que ella estaba de nuevo a punto de estallar.

—Iré a hablar con algunos aldeanos —dijo Kaleb—. Pero no tardaré. ¿Puedes mostrarle a Dominic los cambios en tu habitación mientras no estoy, Villemo?

—Claro —respondió ella con entusiasmo.

—Villemo tuvo la idea alocada de que su cuarto era demasiado anticuado y pasó el verano dándoles órdenes a los carpinteros y otros artesanos. Lo permití porque los artesanos también necesitan mantener el lobo del hambre lejos de la puerta. Pero sube y echa un vistazo. En mi opinión, quedó bien —le explicó Kaleb a Dominic. Dominic se volvió hacia Villemo.

—Sí, si es que tengo permiso para entrar a la alcoba de la joven dama.

—Dominic, ojalá dejaras de insinuar cosas. Es la alcoba de una joven dama —respondió ella.

—No lo dudo.

—¡Escúchalo, papá! —exclamó Villemo desesperada—. ¡Ahora lo dice como si ningun pretendiente nocturno quisiera entrar por mi ventana!

—¿Cómo rayos saliste tan descarada? Sin duda no lo heredaste de Gabriella o de mí —respondió Kaleb riendo.

—Lo heredé de la abuela Cecilie —afirmó Villemo rápido—. Y dicen que de Sol, la bruja.

—Dios lo prohíba. —Kaleb se estremeció—. Nos vemos después. ¡Ofrécele algo de comer a Dominic, Villemo!

—No, gracias —dijo Dominic—. Lo único que he hecho desde que llegué es comer. Si continuó así, mi caballo protestará en el camino de vuelta.

Villemo le mostró con orgullo su habitación a Dominic. Elistrand estaba diseñada según las instrucciones de Alexander Paladín y sin reparar en gastos. Mantuvo el estilo barroco, que era el que más le gustaba a Alexander, con tallas sólidas en la barandilla, muebles pesados y querubines regordetes flotando bajo el techo.

Pero Villemo había quitado la oscura y opresiva cama con dosel y, en cambio, había hecho instalar una cama construida encastrada en la pared. Dominic no veía nada moderno en ello. Al contrario. El estilo era rústico, aunque propio de un granjero adinerado... pero debía admitir que ella había decorado la habitación con muy buen gusto. Los colores de las alfombras tejidas combinaban con los muros de madera clara y las sillas eran todas livianas y de estilo español. La cama estaba construida dentro de un hermoso panel de madera tallada. Villemo señaló la parte superior de la cama.

—Allí es donde quiero poner una inscripción —dijo con entusiasmo—. Y algo de decoración, claro. Quiero que diga: «Aquí duerme la persona más feliz del mundo».

—Vaya —susurró Dominic, que apenas podía mantener el rostro serio—. ¿Crees que es buena idea? ¡Piensa en los que dormirán aquí después de ti! ¿Y si uno de ellos es un individuo extremadamente infeliz? Las palabras parecerán una burla.

Villemo mordió el nudillo de su dedo pulgar. Luego, su rostro se iluminó con una sonrisa.

—Ya sé, mejor escribiré esto: «Aquí duerme la persona más feliz, Villemo Kalebsdatter Elistrand de la familia Paladín, Meiden y miembro del Pueblo del hielo».

Dominic no veía el cambio como una mejoría.

—Tú también puedes volverte infeliz —le recordó él.

—Nunca seré infeliz —afirmó ella.

—Tienes todas las características de alguien infeliz.

—¿A qué te refieres? —le preguntó ella, ofendida.

—A tu predisposición. Ahora eres feliz. Pero te entregas por completo a todo lo que haces, lo cual significa que tus penas serán tan grandes como tu felicidad.

Villemo adoptó una expresión seria.

—Eso mismo decía la abuela Liv. Pareces muy sabio —continuó ella, con tono de reproche—. Aunque suenas como pájaro de mal agüero. Entonces ¿qué debería escribir?

—Bueno... ¿por qué no una cita de la Biblia, que es lo habitual?

—¿Una cita de la Biblia? ¿Por qué debería usar una cita de la Biblia?

—Bueno, hay varias para escoger. Por ejemplo: «Todo lo que necesitas es amor».

—¡Sí! —gritó ella con entusiasmo—. ¡Buena idea! ¡Eso es lo que quiero! —Luego, se volvió pensativa—. ¿No te parece que podría parecer indecente? ¡Estaría en una cama!

—No creo que el autor pensara en esa clase de amor —respondió Dominic con ojos amarillos brillantes. Villemo se ruborizó de vergüenza.

—Vayamos al gran salón —sugirió ella con entusiasmo exagerado—. Seguro que papá volverá pronto.

«Esperemos que lo haga», pensó ella. «Para que pueda ser de nuevo la que suelo ser.»

***

El joven Tristan miraba embelesado a la encantadora chica que tenía frente a él. Gudrun le entregó el abrigo de lana con una sonrisa dulce y ocultó rápido el sarpullido de sus manos antes de que él tuviera tiempo de verlo.

—Lo encontré en el granero, pero no estaba segura de a quién le pertenecía.

De hecho, ella había escondido el abrigo del joven para que él tuviera que regresar a buscarlo.

—Lo acompañaré parte del camino, señor —dijo ella suavemente y comenzó a caminar despacio junto a él. Tristan tiró del caballo detrás de él mientras le resultaba difícil dejar de mirar a Gudrun. Ella tenía las manos en los bolsillos de su falda y las balanceaba suavemente al caminar. Daba una impresión muy delicada con su blusa blanca, el vestido delantal negro y una cinta tejida multicolor alrededor de su cabello dorado.

Tristan no era en absoluto consciente de que el odio de Gudrun por su familia era sincero e intenso.

—Esta noche debo ir al pastizal de la montaña para recoger algunas cosas que hay que llevar a casa antes de que llegue el invierno —suspiró ella—. Justo yo, que me aterra la oscuridad.

—¿El pastizal de la montaña pertenece al Bosque Negro? —preguntó sorprendido Tristan—. ¿El que está arriba de todo?

—La cumbre es más alta —dijo ella con una carcajada—. El pastizal no está muy lejos de aquí.

—¿Por qué no sube allí de día?

—Porque a esa hora estoy trabajando, señor. ¡Agh! No me agrada pensar en esta noche.

Tristan reflexionó un largo tiempo. Su mente se movía muy lento.

—Podría... em... ¿Podría ir con usted?

¿Había sido demasiado impulsivo? Aquella delicada criatura del bosque podría ofenderse.

—Oh, pero ¡no puedo pedirle que haga eso! Solo soy la simple hija de un campesino. ¡No sería apropiado, señor!

El entusiasmo de Tristan aumentó, tal como había esperado la joven.

—No, le aseguro que estaré feliz de ayudar. Y por favor, no me llame «señor». Me avergüenza. No necesita tenerme miedo, señorita Gudrun. Tengo intenciones nobles. Solo quiero acompañarla para que nada le suceda en medio de la naturaleza.

Gudrun tuvo que inclinar el rostro para ocultar la risa. ¿Miedo? ¿De ese cachorrito? ¡Qué patán ridículo y engreído! ¡Solo imaginar que podía lastimarlo para siempre! Pero tendría que suceder en la oscuridad. La luz diurna no era ya su aliada.

—Si insiste, entonces, solo puedo decir muchas gracias —respondió ella, haciendo una reverencia—. Ahora será mejor que regrese.

Acordaron un punto de encuentro. Tristan quería despedirse dándole un beso en la mano, pero ella se apartó rápido y corrió a casa como un animal del bosque.

Tristan cabalgó de regreso a Elistrand con el corazón rebosante de alegría.

***

Villemo estaba inquieta. Dominic había regresado a Lindealléen y la tarde parecía eterna.

—Cielo santo, Villemo. Deja ya de caminar como una gallina clueca —dijo Kaleb—. ¿No puedes quedarte quieta solo un segundo?

—No, creo que pasearé al perro. Necesita correr un poco en el prado.

—¡Solo asegúrate de que no persiga un jabalí salvaje!

—¿El perro? Me gustaría ver si algún día sería capaz de matar un jabalí.

El viejo can cazador de alces noruego andaba en silencio junto a ella mientras Villemo caminaba por el prado rumbo a las lindes del bosque. Paseó allí de un extremo al otro durante unas horas, desde un lugar con perspectiva ventajosa a otra, hasta que el atardecer la obligó a volver a casa.

—Villemo —dijo Kaleb sonriendo cuando vio a su hija atravesar la puerta—. ¡El pobre perro está exhausto!

El chucho se había desplomado en el suelo como un saco.

—Caminamos más de lo que era mi intención —admitió ella.

—Pareces decepcionada. ¿Por qué?

—¿Yo? No, solo estoy cansada. Creo que me iré a dormir por hoy. ¿Dónde está Tristan?

—Salió de nuevo. Balbuceó algo respecto a ayudar a un amigo. Y que llegaría tarde.

—Oh, entiendo. No sabía que tenía amigos aquí. ¿Será Niklas?

—No lo creo. Aunque ha estado aquí varias veces.

—Sí, es verdad. Bueno, ¡que descanses, papá!

—¡Buenas noches, cariño!

En su habitación, Villemo miró su cama. Considerando todo, Dominic quizás tenía razón. No sería muy sabio grabar lo de «la persona más feliz del mundo».

«La felicidad no es un estado constante», pensó ella. «La felicidad probablemente es solo una punzada infrecuente en el corazón, una alegría estimulante que amenaza con estallar. Y que desaparece tan rápido como llegó, hasta que se manifiesta de nuevo y te engaña para creer que la vida es lo más maravilloso que existe.» Ahora sus pensamientos parecían dar vueltas en círculos. Se metió en la cama que ella misma había diseñado e inhaló el aroma de la madera recién cortada.

Tenía diecisiete años... y el corazón lleno de sueños secretos que nadie, pero nadie conocería jamás.

***

Tristan intentó mirar los ojos de Gudrun en la oscuridad. ¿Cómo habían llegado allí? La pequeña cabaña en el pastizal estaba fría, pero las mantas de la cama daban calor y la piel de la chica era aún más cálida.

Pensó que había sido impulsivo, pero ella igualmente comprendió su deseo. Había sido muy dulce con él y había dicho que él no había abusado en absoluto de su posición superior respecto a un subordinado pobre. No, no tenía motivos para sentir angustia. Ella no diría nada sobre quién la había tocado. Ella no se había apartado, apenas había gimoteado y le había pedido que la considerara una chica joven e inocente. Gudrun sabía muy poco del mundo. Solo sabía que era derecho de cualquier granjero cosechar los frutos que le correspondían.

—Pero no quiero hacerle daño —había balbuceado Tristan.

—Lo sé —había sollozado ella—. Es un caballero elegante y yo una chica pobre. No puedo evitar que mi corazón se estremezca solo con mirarlo.

—Me pasa lo mismo cuando la veo —admitió él con voz temblorosa mientras una fiebre desconocida hasta el momento recorrió su cuerpo y debilitó sus manos. ¿Qué era el éxtasis breve y vacío de observar a las chicas en comparación a eso? —. Cuando siento su hermoso cabello entre mis dedos.

—Igual no importa —dijo ella con un susurro tímido—. Sabemos que todos los esposos tienen el derecho de estar con las chicas de la granja.

—¿Todos? —dijo Tristan sorprendido, pensando en su padre, en Kaleb, en Brand y Mattias. Aquello no tenía sentido para él.

Gudrun notó que sus afirmaciones podían resultan contraproducentes. Había aprendido mucho acerca de los hombres y sus reacciones durante los años que había pasado en Cristiania.

—Bueno, no todos, claro, pero la mayoría sin duda. Es su privilegio y nosotros, sus subordinados cedemos constantemente. Creemos que es un honor que nos escojan. —Gudrun tenía la leve sospecha de que se estaba contradiciendo, así que añadió rápido—: Pero todavía nadie se ha interesado en mí. ¿De verdad soy tan repulsiva?

—Claro que no, señorita Gudrun. ¡Por supuesto que no!

Aunque ella remarcaba sin cesar que era tímida, por algún motivo había continuado acercándose más a él. Tristan, abrumado por un mareo abrumador y violento, no había percibido nada más que la proximidad encantadora de la joven, su cabello sobre su mejilla, el cuerpo de Gudrun contra el suyo, sus labios apasionados y húmedos. Y ahora, en un momento de claridad, Tristan notó que estaba recostado entre dos cueros de cerdo. Ella continuó tirando de las prendas del muchacho hasta dejar al descubierto la parte inferior de su cuerpo.

Por una fracción de segundo, Tristan pensó: «Dios, ¿cómo es posible que viole a esta pobre chica?» Pero luego fue incapaz de pensar más. Sentía que era un toro salvaje azuzado para avanzar. Después, sintió que estaba a punto de perder la consciencia porque había sido una experiencia realmente maravillosa.

Gudrun se apartó a un lateral del inseguro chico con una mueca. Había una sonrisa desagradable y triunfal en el rostro de la joven. Ahora lo había hecho. La venganza por toda aquella humillación...

Pero sería mejor abandonar Graastensholm por un tiempo, antes de que el escándalo y los rumores fueran un hecho. ¿Y Eldar? Sentía una mezcla de miedo y respeto por su hermano. Tenía todos los motivos para tomar en serio la amenaza que le había hecho de matarla porque él era capaz de ello.

Al pensarlo, la reacción de Eldar había sido extraña. En la infancia, siempre se había sumado al odio de Gudrun. Había sido fácil provocarlo. Nadie odiaba a los Meiden y al Pueblo del hielo más que él.

Él había dicho que había recorrido el mundo. Que había aprendido a ver con ojos diferentes. ¡Tonterías! ¿Acaso ella no era también alguien de mundo? Sin duda había aprendido sobre la vida. Y, por cierto, ¿de quién era la culpa? Del Pueblo del hielo. De los Meiden, que los habían expulsado de la gran granja familiar y los habían convertido en sus esclavos. ¡Esos malditos arrogantes! Ella era tan digna y elegante como ellos. Bueno, tal vez no pertenecía a la nobleza, pero la nobleza estaba muy sobrestimada. En particular la nobleza danesa.

Gudrun comenzó a dudar mientras permanecía recostada. Se levantó de modo tan brusco que Tristan estuvo a punto de caer al suelo.

—Oh, Dios, ¿qué hemos hecho? —gimió ella—. Oh, pobre de mí. Ahora tendré que vomitar en el lago. No, ya no podemos vernos nunca más y jamás seré capaz de mirarlo a los ojos. ¿Qué va a pensar de mí después de haber sido una presa tan fácil para su arte de seducción? Ahora estaré deshonrada para siempre.

Tristan estaba destrozado. Ella tuvo que tranquilizarlo y darle consuelo y más tarde se separaron con vergüenza, prometiendo olvidar se mutuamente, sin mencionarle nada a nadie y no verse nunca más. Toda la aventura fue una experiencia angustiante y difícil de asimilar para Tristan. Y todavía resultaría más amarga...

***

Villemo encontró a Irmelin junto a la iglesia. Irmelin, con su sonrisa bonita y amable, siempre tranquila e imperturbable. Hija de Mattias e Hilde, nieta de Yrja. Irmelin había heredado su carácter de aquellas tres personas de buen corazón y de la abuela de Hilde. No poseía ninguna de las debilidades de su abuelo materno, Joel el hombre nocturno, o de su abuelo paterno Tarald. Se había convertido en una chica fuerte y gentil. Aunque prácticamente le sacaba una cabeza a Villemo, apelaba al instinto protector de los hombres. Sin duda gracias a su sonrisa cálida y conmovedora.

¡Nadie siquiera soñaría con proteger a Villemo! A esa damita independiente que observaba por el rabillo del ojo a las personas en la colina de la iglesia. Pero ¿y dentro del templo seguirían mirándola así?

—¿Entramos? —preguntó Villemo.

—¿No deberíamos esperar a los de Lindealléen?

—Claro.

Por fin llegaron, casi todos hombres. Eli era la única mujer que quedaba en Lindealléen. Brand estaba allí, al igual que Andreas y los dos muchachos jóvenes, Niklas y Dominic. Cuando era una niña, Villemo los llamaba «Dominiklas». De pronto, Villemo sintió la intensa necesidad de ser pequeña de nuevo. Se habían divertido tanto juntos. Pero ahora todo era muy diferente.

Entraron en grupo a la iglesia. Tristan parecía muy extraño aquel día. Un segundo estaba ruborizado y de pronto empalidecía; sus ojos irradiaban alegría y en un instante revelaban culpa. Villemo pensó que probablemente era porque estaba en una edad extraña.

Observó los bancos reservados para los hombres, pero muy rápido para que nadie pensara que tenía interés. Con un suspiro profundo y resignado, tomó asiento al frente de la iglesia. El pastor habló. Y habló. Pero Villemo no comprendía todas esas palabras buenas. ¿Qué rayos hacía en la iglesia?

Después de la misa, los miembros mayores de la congregación intentaron acordar quién estaría ese día a cargo del café. Habían decidido que tendría lugar en Graastensholm cuando Villemo notó que Irmelin le hablaba y que había mencionado su nombre.

—¿Qué has dicho? —preguntó Villemo—. Por favor, repítelo, estaba distraída escuchando a tu madre.

—Solo dije que escuché a las criadas hablando esta mañana —dijo Irmelin sonriendo—. Hablaban sobre el baile de anoche, en Eikeby.

—Sí, pero ¿qué has dicho sobre eso?

Irmelin alzó las cejas, sorprendida por el interés de Villemo.

—Bueno, dijeron que Eldar, del Bosque Negro, había acudido.

—Oh, ¿eso era todo? —dijo Villemo con voz completamente indiferente—. ¿Suele asistir?

—Las chicas dicen que desde que él ha regresado a casa, no suele asistir a los bailes.

—Supongo que está enfadado con las mujeres —comentó Villemo, su corazón latía desbocado.

—Dijeron que se fue rápido. Sonaban un poco decepcionadas porque creían que él se había vuelto muy distinguido. A mí me resulta alguien un poco extraño. En cierto modo parece salvaje y peligroso.

—Sí —acordó Villemo, sintiéndose una traidora.

¿Eikeby? Claro, había oído que habría un baile allí. Los terratenientes y sus familias no solían acudir a esas fiestas, pero tenían parientes en Eikeby. La madre de Mattias, Yrja, había nacido allí.

«¿Por qué yo no fui?», pensó Villemo. Estaba arrepentida y terriblemente decepcionada. Podría haberse lanzado al suelo a sacudir sus puños por su malhumor. Pero ocultó sus emociones.

Dijeron que Eldar había partido temprano. ¿Había ido en busca de alguien que no había acudido al baile? Tonterías, era probable que hubiera encontrado una chica y hubiera escapado con ella. Debía detenerse, ¡estaba torturándose!

Villemo subió al carruaje que los llevaría a Graastensholm. Lo último que vio antes de que el vehículo emprendiera el viaje fueron los ojos felinos y compasivos de Dominic y una sonrisa irónica. Estaba a punto de perder la paciencia y darle una bofetada.

El Pueblo del hielo 10 - Tormenta de invierno

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