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Mi abuela Carmen Castells

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Si alguien me ha dado fuerzas para intentar confiar en quien soy y en que merezco expresarme alto y fuerte, esa es mi abuela Carmen. Sin ella no hubiera sabido por dónde empezar.


Camen Castells (1916-2007):

Nacida en Terrassa, Catalunya, España, en el seno de una familia pobre.

Cuando tenía dos años, sus padres emigraron a Francia; primero al pueblo de Reims y después a París, donde había más trabajo de construcción.

El padre y la madre tuvieron que hacer todo tipo de trabajos para sobrevivir al frío parisino y desenvolverse en el único idioma que sabían: el catalán (proveniente del latín y similar al francés hasta cierto punto). Una vez, mi abuela pidió sabó (la traducción en catalán de jabón en español), y le trajeron unos zuecos.

Pero Carmen fue al colegio francés desde pequeña y cuando tenía diez años una profesora dijo a toda la clase:

–No os da vergüenza que una española cualquiera sea la número uno de la clase, en todas las asignaturas, incluso en francés.

La española cualquiera aprendió a tocar el violín, a apreciar la literatura y las artes y se entusiasmó con los Impresionistas: Manet, Monet, Gauguin estaban entre sus preferidos; y Van Gogh le tenía robada el alma.

Una niña pobre elevada a los gustos más exquisitos y a los valores artísticos de los parisinos. Pero en 1928, con 12 años tuvo que empezar a trabajar.

La familia no disponía de suficiente dinero para que la niña siguiera estudiando, a pesar de sus éxitos escolares, ni para continuar con sus pasiones.

Siguió tocando el violín en casa y visitando el Louvre y el Jeu de Pomme los domingos, con la calderilla que le daban sus padres –después de retirar el dinero para la familia– de su trabajo de ayudante de secretaria de un abogado.

Dejó ir sus ilusiones sobre estudiar en la Universidad y las Artes; sin rechistar, como se hacían las cosas en aquella época.

Años después, la familia trató de volver a Cataluña aprovechando que estaba la República; no pudo ser, y luego llegó la Guerra Civil Española y se conformaron con ser emigrantes para siempre.

Tal como lo explica la abuela Virginia de mi novela La copia de Van Gogh:

¨Cuando los nazis comenzaron a hacerse fuertes en Europa, tuvimos que huir. Nunca pensamos que conseguirían entrar en París, una ciudad histórica como aquella…; pero cuando nos dijeron que los tanques estaban en las afueras… nos dimos cuenta de que no había otra opción. Mi madre y yo fuimos a casa a coger lo esencial, mientras mi padre sacaba el dinero del Banco. Luego corrimos entre gente perdida que gritaba junto a perros sueltos, coches, camiones y carretillas llenas de ropa. Llegamos a la estación de tren de la Gare de l’Ouest-Rive gauche, hoy en día llamada París Montparnasse, en la calle Rennes. Estaba abarrotada de gente que quería marchar… a donde fuera… Después sólo recuerdo el traqueteo del tren, de pie, y el olor a sudor. Llegamos a la Bretaña a casa de una amiga y luego, no sé ni cómo, a la estación de Sants. Mi madre se puso a llorar. Después de todos sus esfuerzos para darme una vida mejor… estábamos de vuelta con lo puesto¨.

Carmen llegó a España, con 24 años, vestida de parisina y hablando un francés sin acento. Allí se encontró con que Franco había instaurado una cultura gris, ferozmente antidemocrática y represiva, donde las Artes, en el mejor de los casos, te hacían sospechoso de haber cometido algún delito.

Se enamoró de un noble, encantador y 13 años mayor que ella, que le prometió la mejor de las vidas, en una época en que ella cantaba canciones de Edith Piaf (su cantante favorita) por las calles de Barcelona. Al poco la abandonaba con un bebé en sus entrañas. Fue un amor que pasó como una ráfaga de viento. Después de eso, ya nunca más se interesó por ningún otro hombre, hasta que murió a los 92 años.

Dejó atrás su oportunidad de amar y ser amada, igual que la de estudiar, y el violín. Se la llevaron las guerras y la pobreza.

Pero le quedó la literatura, las réplicas de cuadros de Van Gogh y su francés sin acento.

Aprendió a hablar y a escribir en español copiando noticias de los periódicos. Se sacó unas oposiciones a la Delegación de Hacienda y nunca le pidió dinero a nadie. Con lo que ganaba consiguió mantenerse a sí misma y a su hija y hasta se compró una casa con los ahorros de una cuenta de la Caixa. Entre sus mejores regalos, aparte de haberla conocido, están la obras completas de Oscar Wilde y los viajes en tren por Europa.

Un día, en un viaje a París, me dijo: ¨Mergxe (ella siempre pronunciaba mi nombre con un cierto acento francés),… yo tuve que reinventarme a mí misma, ¿sabes?… La vida que pensaron mis padres para mí no funcionó; pero me gusta mi vida y sobre todo me gustan mis rutinas…. Crea rutinas que te apasionen y triunfarás¨.

Lo intento,

Lo intento de verdad…

Y lo vuelvo a intentar por ti…

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