Читать книгу Una casa llena de gente - Mariana Sández - Страница 17

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Cuando eras chica, yo te dejaba papelitos por toda la casa —mensajes con pistas, indicaciones en clave, rastros— para conducirte hasta un chocolate o una revista que te había comprado y escondido en alguna parte. Mis caminos hacia las sorpresas nunca fueron sencillos (hacia nada, a decir verdad); tu mamá siempre fue una criatura que jugaba. Podrá parecerte una pavada, pero será vital que lo tengas en cuenta para lo que vas a leer en adelante, de acá hasta el último punto final. No te saltees nada.

Solía decir:

La vida no es sueño. La vida es juego.

Y la literatura es un cubo mágico, es todos los juegos en un juego.

Eso es lo que la vuelve tan adictiva.

Esta carta tendrá un sentido similar al de aquellas pistas: guiará y atenuará los sobresaltos, los pedidos inesperados, las revelaciones que encontrarás en mis diarios. Los diarios que no te regalé, como había planeado, hacia tus doce o trece años. Sí, exacto, en esa etapa de puerta trasera de la infancia. En los primeros volúmenes, el tono ingenuo, un poco florido, con descripciones y reflexiones que un chico de esa edad ya está en condiciones de entender, te confirmará que ese era mi objetivo al principio. Hasta ahí escribo como si te hablara, con la misma mezcla de seriedad y ternura con que lo hacía en vivo. Se nota también en el ritmo lento de la escritura prolija, de paciencia docente y letra redondeada, para que pudieras leerlo por tu cuenta. Y porque lo feliz aparece tenazmente diseccionado de lo feo; lo feo: editado, inmaterial, casi ausente. Hay una obstinación alegre, un cuidado excesivo. A medida que avances, comprobarás que no solo la letra se agobia y se relaja, también se desvían la “corrección” de las ideas o la “propiedad” de los temas para esa edad. Lo que comenzó como un elaborado retrato infantil, con vos como destinataria, se fue transformando en, digamos, una zona de elongación personal. Aunque terminó como una suerte de natatorio público —aguas caldas combinadas con néctares humanos—… es broma. Pero es cierto que lo fui volviendo mi territorio privado.

Por otro lado, seamos francas, era imposible que mantuviera un tono neutro y controlado demasiado tiempo, es incompatible con mi tendencia al sarcasmo, el vértigo y el oxímoron. En cierto punto me abro al diálogo interior: hay una madre cediéndole el espacio a una mujer, que de pronto decide ocupar el lugar a sus anchas. La rutina que describo va perdiendo brillo, se filtran las sombras de la sinceridad. La letra se vuelve afilada e imprecisa, pierde pie en los renglones y resulta ilegible en muchos pasajes. No me importa ser entendida. Tu mamá ya no te escribe a vos, habla consigo misma y a esa altura es donde el relato empieza a cambiar.

La entrega se postergará más o menos hasta ahora que tendrás veinticinco recién cumplidos o por cumplir. Dependerá de cuándo papá tenga la fuerza para dártelos o cuando se haya quedado sin opción porque tomó coraje para vender el departamento y tiene que despejar la carga con que anidará durante la vejez. Vendrá el día en que por fin te sorprenderá con ese llamado. Ahí es cuando te va a pedir que te reúnas con él. Vos vas a querer saber si estarán tus hermanos.

—No, solamente vos —dirá él—. Tengo algo para darte.

Más allá de que en el futuro quieras compartirlo con ellos. Es tu decisión.

Una casa llena de gente

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