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1. Topografía

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A semejanza de la plaza de mercado, el Cementerio Central desborda sus tapias invadiendo los alrededores. El entorno forma parte integrante de su dinámica y en él hallamos otro montón de negocios: ventas de lápidas, flores, cirios, objetos religiosos, pero también loterías, horóscopos, fritangas, libros y objetos de magia como el coral y la pata de mico, el pico de pájaro negro, etc. La misma muchedumbre de mendigos, gamines, raponeros; el mismo abigarramiento, la misma heterogeneidad. Y, como la plaza de mercado, también su “adentro” está configurado por el desorden y el amontonamiento, por la multiplicidad de formas y su mezcla: tumbas y nichos, tumbas de todos los tamaños y formas, desde la cruz de palo clavada en la tierra hasta los grandes monumentos de piedra, bronce o mármol. No hay secciones ni divisiones, solo nombres, nombres propios, en su mayoría, que son los que atraen y aglutinan a las gentes en los lugares en que se practican los ritos: el lugar de “las almas olvidadas”, la tumbamausoleo de Leo Siegfred Kopp, la tumba del padre Almanza, de Merceditas Molano, de Inesita Cubillos... Al Cementerio Central se va todos los días, pero hay un día especial en la semana, un día de ritual popular: el lunes. Ese día, se puede apreciar mejor la multiplicidad de prácticas y su sentido.

Nada más cruzar la puerta de entrada, el comercio de lo religioso se hace visible. A treinta metros, un puesto de responsos con tres clérigos que (cada cual por su lado) recitan a un peso el responso y a dos el salve: la tarifa da derecho a mencionar el nombre del difunto al que va dirigida la oración o por quien se reza. Y, como ese puesto, hay otros más, estratégicamente ubicados en los lugares por los que el tráfico de gentes es mayor. Hay, además, otros puestos donde se encargan las misas que se celebran en la capilla, también con sus tarifas según los tipos de misas. Y no hay crédito, aquí todo se paga por adelantado.

Junto a esos ritos oficiales, la gente practica otro tipo de ritos mucho más populares y expresivos. Más que a rezar a sus familiares, el lunes la gente viene a buscar soluciones, ayuda para necesidades y problemas concretos y cotidianos: necesidades económicas, de salud, de amor, etc. Y para lograr eso, se visita no la tumba privada de la familia, sino la de aquellos difuntos que tienen algún poder. Así, por ejemplo, el “abogado” de los que tienen dificultades económicas es Leo Siegfred Kopp, quien en vida fue, no un santo, sino uno de los hombres más ricos del país, el fundador de la empresa más grande de cerveza. Su tumba-monumento está cercada de barrotes de hierro que las gentes saltan para subirse a la estatua y, poniendo los labios en su oído, contarle sus problemas. Y como la gente que quiere contarle sus penas es mucha y hay que pelearse para subir, el rito se desdobla: los que no pueden subir hasta el oído le colocan flores entre los brazos o le hablan en silencio, con la vista fija en la estatua, mientras dejan que los cirios se consuman hasta quemarse los dedos.

En el lugar de “las almas olvidadas” (la fosa común), muchas mujeres, y especialmente prostitutas, queman entre lo incinerado monedas que deben pertenecer al otro sexo. La moneda quemada se guarda y se trae siete lunes consecutivos para alcanzar la buena suerte en el amor. En la tumba del padre Almanza, el ritual consiste en golpear la tumba mientras se formulan deseos y se rezan oraciones. Se acaricia después la tumba y se va pasando luego la misma mano por el propio cuerpo para implorar la salud.

Frente a toda esa heterogeneidad expresiva del cementerio popular, el cementerio Jardines del recuerdo ofrece una topografía distinta. En primer lugar, se halla ubicado muy lejos, fuera de la ciudad, aislado, completamente aparte, sin entorno que lo señale fuera de las vallas publicitarias. Las razones, ¿sanitarias?, ¿de higiene?, no pueden ocultar, en todo caso, la proyección simbólica de esa separación. Y esa falta de entorno encuentra su verdadera razón dentro. Un adentro uniformado y simétrico: diseñado en secciones, todas ellas presididas por una estatua similar y con un nombre abstracto como “jardín de la paz”, “jardín de la eternidad”, etc. Dentro de cada sección, hay un número exacto de tumbas, todas iguales, de 3 metros por 1,80 dispuestas simétricamente, a una distancia exacta, con una lápida del mismo tamaño y un florero de bronce.

Al Jardín se viene los domingos y los días feriados. Se viene de paseo, a hacer turismo. Es un agradable lugar para pasar la tarde del domingo. El trazado de vías asfaltadas que recorren el interior facilita el tránsito. Y la privatización del recuerdo o del descanso... En la capilla, las misas se celebran los domingos o feriados que son los mismos días que está abierta la oficina de información sobre la compra de lotes.

Más que un lugar de creencia y de oración, los Jardines son un espacio para la afirmación del estatus y la expansión privada. Los domingos, la familia pasa un momento por la tumba familiar, reza brevemente en silencio, y después “se tumba” en el césped a disfrutar del aire, del sol y del paisaje. La tumba familiar acaba siendo muchas de las veces un mero pretexto. De ahí que el nombre esté tan bien puesto: “jardines” en los que cultivar “recuerdos”, porque el pasado aquí no tiene nada que ver con el presente. Otra vez, la separación y la misma clave que oculta el comercio de lo religioso: los dueños del cementerio privado tienen las oficinas lejos de él, en el centro de la ciudad.

Hagamos las paces

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