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2. La violencia política

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Pasemos ahora a otro momento. Escucho de nuevo la voz de Débora Arango y no puedo olvidar tampoco un día en su casa de Envigado, Casablanca, cuando la artista me mostró una acuarela denominada El tren de la muerte. Para responder a mi inquietud acerca de dónde se inspiró para esta impresionante pintura, ella narró, con sencillez pero con emoción y tristeza, el recuerdo:

Me encontraba con miembros de mi familia en Puerto Berrío en el Hotel Magdalena, al lado del río. Allí iban muchas familias antioqueñas que tenían posibilidades, ya que era un lugar muy acreditado como sitio de vacaciones y de celebraciones: cumpleaños, matrimonios, aniversarios. Recuerdo muy bien que una noche oí voces y vi un tumulto en el lugar donde llegaba el tren del Ferrocarril de Antioquia al frente del hotel. Observé con dolor y angustia cómo se entraba a empujones en una bodega de la estación a varios hombres que habían recogido en una redada. Al otro día muy temprano, sentí el pito y la campana del tren, me asomé desde la ventana del hotel y vi, en los vagones donde usualmente trasladaban ganado, a muchos de esos seres humanos recogidos en la redada, agolpados como si fueran animales, con signos tremendos y macabros de dolor, de miedo. Por eso, cuando pinté la escena, la llamé El tren de la muerte. (Bravo, 1985)


Arango. El tren de la muerte, 1948, acuarela, 77 x 56 cm.

Cuando Débora me contaba este desgarrador episodio, una mirada de angustia acompañaba el recuerdo de esos tiempos trágicos de la “Violencia”. Sentí cómo su palabra, al frente de la pintura conmovedora, producía un gran impacto, el de la memoria dolorosa de la creadora transmitida en su voz del relato hablado, y en la fuerza de su creación al producir una escena tan trágica. De esta manera, se pulsa la sensibilidad del espectador de la obra para convertirla en esa “conmoción interior” que resulta de una verdadera obra de arte. De allí que se convierta en una voz permanente de la artista que se traduce en un registro de la historia como invocación a la reflexión y a pensar en la hondura de nuestra violencia. Ella, con una sinceridad y una naturalidad admirable, afirmaba: “Yo pintaba lo que iba viendo”.

Sin duda alguna, El tren de la muerte es una creación plástica que muestra, con fuerza, la imbricación de lo estético, lo ético y lo político, muy presente en la obra de Débora. Esta imbricación, desde una filosofía del arte, interroga a la cultura. Se trata de lo ético no solo como reflexión sobre el propio actuar humano y el deber ser, sino también sobre nuestra posición frente al otro, a ese que padece, al que es víctima de injusticias y persecuciones. Se trata de lo estético, en cuanto toca los hilos más hondos de nuestra sensibilidad para sentir el dolor inmenso del hecho violento. Se trata de lo político como llamado a la obligación que tenemos de preocuparnos por el destino de los que han sido víctimas permanentes de acontecimientos terribles en el devenir nacional y que obliga a buscar maneras de transformarlo.

En mi interior, como oyente del relato de la artista frente a una obra tan fuerte de su autoría, se mezclaba la imagen impactante de El tren de la muerte y la voz de la artista con un dejo de tristeza y compasión, y me convencía aún más de que su obra es un grito constante para detenernos a profundizar en la tragedia que este país ha sufrido, en el impacto de la violencia que todavía no hemos podido superar. A la vez, su obra es una forma de vapulearnos para tratar de entender el origen de nuestros conflictos y de nuestras maneras terribles, de olvidarlos o de abordarlos.

Hagamos las paces

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