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LA CONSTRUCCIÓN DE UN RELATO PLÁSTICO DE NACIÓN: TRES MOMENTOS EN LA OBRA DE DÉBORA ARANGO

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Marta Elena Bravo de Hermelin1

Diciembre del 2014: viene a mi recuerdo Débora Arango, gran artista y amiga entrañable, fallecida hace nueve años por época de navidad. Pienso en su posición ante la vida y ante la muerte, en su mirada sobre la injusticia, el conflicto, la pobreza, la violencia, la paz. Me pregunto cómo habría plasmado su creación en el momento actual del proceso de paz, de la posibilidad del fin del conflicto, de un diálogo, de la oportunidad de construir un país más justo y, sobre todo, digno.

Le oí decir, al final de su vida, que había pintado una paloma. Imaginaba, quizá, que se podría pronto lograr la paz. Ella, que vivió casi un siglo, fue testigo de una historia dolorosa del país y expresó, en muchas de sus obras, nuestros conflictos y miserias, la desigualdad. Débora fue una artista que le dio rostro al miedo en varios de sus personajes. También le dio rostro al afecto y a la ternura. Esa mujer valiente, con su vigor, no tembló para transformar en líneas, formas, colores fuertes, etc., espacios que mostraron hombres y mujeres que sufrieron la violencia. Ella pintó también a aquellos que utilizaron la violencia como manera de detentar poder, con el cinismo de la sevicia y de la impunidad.

Débora era una mujer de mirada profunda, de expresión dulce. De ella salía la palabra amable, pero, al mismo tiempo, era firme en sus concepciones. Admiro la forma en la que nunca contradijo su ternura con su expresión valiente al decirnos el mundo con su pincel. Tuve la suerte de tratarla en diversas ocasiones, cuando aún estaban vivos varios de sus hermanos y, en otras, cuando de la familia numerosa que la rodeó, solo quedó ella.

Desde el primer momento en el que la conocí y hasta el final de su existencia, me pregunté cómo una mujer tan bondadosa era capaz de no amedrentarse al representar nuestro mundo de manera tan impactante como solo el arte y una verdadera artista puede hacerlo, con su forma de habitar creativamente la tierra. Por ello, como fruto de su talento y coraje, ha quedado inscrito su nombre y su legado artístico en nuestra historia cultural como uno de los patrimonios simbólicos más valiosos que, además, ha trascendido las fronteras nacionales.

Débora fue resuelta al decirnos sobre el poder transformador (más allá de la realidad) que tiene la creación artística cuando se expresa con sinceridad, con eso que se llama la verdad en el arte —“¿cómo puede haber arte donde no hay verdad?”, se preguntaba Eduard Manet—. La printora convirtió esa verdad en un legado estético que conmueve las fibras más hondas del ser humano y produce esa emoción, esa vivencia que hace que lo más humano de nuestra naturaleza aflore y nos lleve a anhelar una existencia más digna.

Repaso, en este instante, varios libros y otros textos que recogen su trabajo. La miro asimismo en la fotografía que tengo al frente de mi escritorio cuando, con algunos miembros de mi familia, fuimos a cantarle en un diciembre los villancicos que disfrutó con tanta alegría. Recuerdo su mirada de dulzura y también de picardía, como cuando contaba la anécdota navideña que la impulsó a pintar el cuadro llamado Buscando al niño, basado en una tradición decembrina de nuestra región donde (como juego) se esconde un poco de dinero para que lo busquen los niños. A esto se le llama “buscar al niño Dios”, nombre que dice mucho de nuestra idiosincrasia, la cual reúne prácticas religiosas y ansias de dinero.

Me siento en mi interior renovada con su presencia permanente, la del afecto, la de la amistad y la de su creación que nos dice, a la manera de Heidegger, que “poéticamente el ser humano habita el mundo” (poesía es creación). El ser humano también expresa el mundo para dejar su huella, y mostrar otras formas de vivirlo y trazar unas nuevas escrituras sobre la tierra.

Desde esa perspectiva del afecto, la amistad, la admiración y el agradecimiento por su fina sensibilidad, evoco a Débora y escribo unas cuantas líneas sobre ella y su valiosa obra; líneas cruzadas más por vivencias que por pretensiones de análisis artísticos o históricos.

Hagamos las paces

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