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Prefacio

Perfectamente formadas en el ámbito de la seguridad aérea, facultadas y con titulación en primeros auxilios, competentes en lenguas extranjeras, hábiles nadadoras, de aspecto pulcro, sonrientes, bien educadas, las azafatas sienten la necesidad de tener, además de buena predisposición para las relaciones interpersonales, un excelente equilibrio emocional y un fuerte sentido práctico.

El estilo de vida es frenético, el trabajo es extenuante y estresante, también debido a la diferencia horaria, el entorno en que trabajan está presurizado y el suelo sobre el que se mueven en su jornada laboral no siempre está en posición horizontal, y aun así, proceden con un gran control de sí mismas, y siempre deben estar preparadas para desenvolverse en situaciones imprevisibles.

Las azafatas están en contacto con personas de todas las etnias, culturas, educación, procedencia y personalidades.

Se encuentran con niños espléndidos como los rayos del sol o, a veces, a otros más turbulentos que las propias turbulencias, personas de avanzada edad a las que deben tratar con tacto y sensibilidad, personalidades que requieren discreción y confidencialidad, hombres de negocios, grupos de turistas alegres y despreocupados, románticas parejas en su luna de miel, enfermos a los que cuidar, migrantes de países lejanos, profesantes y seguidores de diversas creencias. Todos deben ser tratados con diligencia y profesionalidad.

Asimismo, deberán encargarse de las urgentes tareas que hay que finalizar antes de cada despegue y aterrizaje, cumplir las medidas de seguridad y las funciones y requisitos al respecto, atenerse a las jerarquías exactas que deben respetar, esforzarse antes las múltiples peticiones que deben conceder; están sometidas a los largos y continuos períodos lejos de casa, y a unas relaciones sociales privadas que se vuelven difíciles debido a las peculiares ausencias marcadas por esta actividad profesional.

No son pocas los facetas onerosas de esta profesión única: como mínimo son inimaginables y desconocidas para muchas personas que las observan desde el exterior.

Y aun así, todas las azafatas, a pesar de todo, sienten principios de melancolía y nostalgia cuando no vuelan.

Fantásticas postales inundan sus pensamientos ante cada rotación e incluso el vuelo más difícil es una experiencia enriquecedora.

El sushi japonés, la arena de las Maldivas, los rascacielos de Nueva York, la movida argentina, la alegría brasileña, los cielos de Londres y los perfumes parisinos asoman en el horizonte, cobran vida y regalan emociones inigualables, a pesar de hallarse en restringidos espacios de existencia, a pesar de estar plagados de cansancio por la diferencia horaria, a pesar de ser más y más apresurados por el poco tiempo disponible.

Los atardeceres vistos desde lo alto, sobre las nubes, son imponentes.

Y a bordo de los aviones sucede y puede suceder de todo: muchos pasajeros destacan por su clase y estilo excepcional, otros resultan ser menos elegantes, otros despiertan ternura.

También se da el caso de personas que pierden el control, se ponen nerviosas y se estresan: muchas necesitan apoyo mediante reflexiones psicológicas porque sufren patologías aerofóbicas o claustrofóbicas. De manera excepcional, por ejemplo, sufrimos los episodios de aquellos que, por emborracharse, amenazan con ponerse violentos. El espectro de posibilidades es muy amplio.

En realidad, el más pequeño o aparentemente insignificante episodio o incidente en el avión puede transformarse en algo que requiere la máxima atención.

Los que necesitan cuidados deben ser asistidos de manera inmediata y, con frecuencia, las emergencias médicas se resuelven brillantemente.

Y, prácticamente en todos los vuelos, de forma inevitable, se viven conmovedoras experiencias impregnadas de una profunda humanidad y solidaridad.

Vida De Azafata

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