Читать книгу Tijeras al viento - Mario Llantén Osorio - Страница 7
Capítulo II: Ya todo está decidido Apenas pudo organizar el trayecto del viaje en su mente y reforzarlo en voz alta, la Eli dejó una pequeña cartera sobre la mesa. Se sentó más tranquila y decidida, aparentemente. La mamita Gema, que ya había servido los tres jarros con un exquisito té de hojas y canela, se acomodó también y le dirigió algunas palabras.
Оглавление—Oiga, mi’ja. Si no quiere ir allá, no lo haga. Ya veremos cómo nos arreglamos. De algún modo saldremos adelante con los cuatro cobres que me dan de la pensión de tu papá.
Mi mamá, con la mirada baja y revolviendo un té caliente que se arremolinaba humeante dentro del jarrón de fierro enlozado, le dijo que lo había decidido y que, al final de cuentas, solo era cuestión de acostumbrarse, pero que igual le era inevitable sentir pena.
No sabía a qué se refería con lo de acostumbrarse, ni cuál sería el motivo de la tristeza que sentía, pero pensé que no era momento para entrar en detalles, aún menos si estas preocupaciones tenían que ver con las necesidades de todo tipo que pasábamos a diario que, por lo general, eran muchas.
—Usted sabrá, mi guachita —dijo la abuela—, pero eso sí, cambie esa carita que está como pa’ velorio. ¡Arriba ese ánimo, preciosa! ¿Cómo sabe si en una de esas le llega la suerte y se nos arregla la situación?
Cosa que, hasta ese momento, no había cambiado en absoluto. Muy por el contrario, nuestra pobreza pareció perpetuarse, sobre todo a partir del fallecimiento del tata Macario, ocurrido hacía bastantes años y sin que llegase a conocerlo.
La mamita Gema siempre tenía bien presente, con cierto orgullo, los días en que el fina’o tata sagradamente cumplía con llevar el sustento necesario para su familia.
—No nos faltaban los abarrotes para el mes, ni la teja de carne fresquita del matadero Franklin donde trabajó toda su vida como matarife. Nos alcanzaba hasta para convidar a las vecinas —recordaba con un tono casi presuntuoso. Luego proseguía su relato cambiando su semblante y timbre de voz a uno más quebradizo e inaudible.
—Lo malo era que, junto con las provisiones y otros embelecos, venía también su infaltable y generosa chuica de vino que no paraba de consumir por fines de semanas enteros, durante años. Hasta que, al final, ese maldito vicio y la parca le sirvieron la última copa de tinto para terminar, un día cualquiera, con su maltrecha vida; y de paso arrebatarnos el único sustento con que contábamos por aquel entonces.
Colmada de insufribles recuerdos, liberó un apretado suspiro cargado de dolor con el cual cerró su breve relato. Aunque no era quién para juzgar a mi abuelo, creía que debía estar bien donde estuviese. Bien engarrafado, seguramente, como le gustaba estar, según los dichos de mi abuela. Muy sincronizados y en silencio, dirigimos la miranda a la única —raída y amarillenta— foto enmarcada que colgaba de la pared, donde se veía al tata Macario junto a mi mamita Gema. Jovencitos ambos, haciendo un brindis en copas de cristal con motivo de su matrimonio religioso, allá por las tierras de San Fernando, un 23 de agosto de 1910.
El otro integrante de la familia que tampoco estaba y siguió —por desgracia— los mismos pasos del tata —en lo que al consumo de alcohol y al nefasto viaje sin retorno se refiere— fue el tío Favio, con “v”, igual al nombre artístico del famoso cantante argentino allá por las décadas de los sesenta y setenta.
—Tu tío Favio fue un palomilla incorregible —decía la mamita Ema—. Terco y aniñado. Apenas se veía con algunos escudos encima. Se rodeaba de rufianes y vivarachas que lo mandaban todo machuca‘o pa’la casa sin ni un veinte en los bolsillos. “Candil de la calle y oscuridad de la casa”, le decía cuando aparecía de vez en cuando a buscar ropa limpia, o bien para que le preparase un ajiaco o un caldo de pata que le matara el hambre y de paso le compusiera la caña. Sin embargo, el muy bribón no se daba ni por aludido y, así como llegaba, se iba, evitando encontrarse con su padre, porque si se cruzaban siempre quedaba la grande. No se podían ni ver y nunca supe por qué —terminó levantando sus cansados ojos al techo, como preguntándole a la ampolleta de cuarenta watts que parpadeaba colgada.
Así lo recordaba la mamita Gema, con todo ese sufrimiento acumulado y dolorosa resignación que solo una madre puede sentir cuando, al ver crecer a sus retoños, no llegan a retribuir en lo más mínimo todo el sacrificio y el amor que se ha ofrendado en ellos.
La Eli también me ha dicho que tiene pésimos recuerdos de mi tío, por lo desordenado, mal agradecido y su indolente manera de vivir, sin sentir la más mínima preocupación o aprecio por su madre, de quien siempre recibió atenciones y contención. Además, coincidió con una etapa muy complicada en su vida, donde él, lejos de ser un apoyo, resultó ser una amenaza y una carga, lo que siempre supo ser: un gran lastre para todos.
Teniendo este talante, qué otro desenlace se podía esperar de sus eternas juergas y peripecias, sino aquel que tuvo: morir bajo el funesto veredicto de su propia ley.
—No nos extrañamos —recordaba la Eli— cuando nos vinieron a avisar que le habían hecho una encerrona por encargo. Así no más, se moría desangrado como de cincuenta puñaladas, tirado sobre el sucio piso de una de las tantas cantinas que frecuentaba. Siempre supimos que enemigos le sobraban debido a la fama de galán y engrupidor que tenía, tanto con mujeres solteras como casadas. Por ahí parece que le salió el tiro por la culata. El caso fue que poco después de un mes de la partida de tu tata Macario, estábamos enterrando a tu tío Favio, sin pena ni gloria.
Me quedaba clara la razón de que guardara tan pocos datos y recuerdos, así como el nulo interés acerca de la vida de su hermano, pues parecía ser que ninguna porción del breve tiempo que estuvo en este mundo pudo mitigar las angustias y sobresaltos que a menudo les hizo pasar. Aquellas deplorables evocaciones solían deprimir a mi madre y mucho más a mi abuela, al punto de no querer comer ni levantarse, a veces por días enteros. Tenían razones de sobra para caer en esos estados; sin embargo, ambas se habían propuesto evitar al máximo traer detalles a la memoria sobre el paso desventurado y desastroso de aquellos dos por esta tierra.