Читать книгу Envolturas - Mario Martín Fernández - Страница 7

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La casa apareció ante Leandro patas arriba, envuelta en una bruma temblorosa y desprendiendo fulgores de otro mundo. El burro le había traído balanceándose de un lado a otro por los apuros del terreno, a lo largo de un camino que discurría sin prisa, estrecho y tortuoso, por laderas de frondosos pinares. Servando caminaba unas veces delante tirando del ramal, y otras detrás, arreando al burro con manotazos en el lomo. Había tenido el detalle de atar al muchacho boca abajo sobre el aparejo para que no se cayera, ya que este había venido inconsciente todo el viaje.

Cuando pararon delante de la casa, Leandro se despabiló muy descompuesto, no pudiendo evitar un vómito de protesta. Servando le miró con desagrado, arrugó el morro asomando los paletos abandonados al sarro y silbó aguzado. Al momento apareció un perro corriendo desmañado, pues solo tenía tres patas; miró a su amo y dijo “guau”, pidiendo permiso. Servando consintió con la cabeza. El perro olisqueó el suelo debajo de la cabeza de Leandro y lo dejó limpio de protestas. Luego su amo le dijo: “¡Anda con él Perro Malo!”, y éste se lio a lametones con la cara de Leandro, con meticulosa devoción. Servando se reía con tal holgura que el muchacho se sintió un comediante involuntario, e incluso agradecido de tener la cara limpia cuando apareció su tía, abriéndose paso entre relumbrones de sol de poniente, rebotando en hojalatas y somieres que emperifollaban la cerca de madera que rodeaba la casa.

Venancia venía también renqueando con un costurón en la pierna. El cepo para bestias que la mordió en la noche de bodas, lo colocó Servando entre las sábanas de franela, recién lavadas con jabón de sosa y perfumadas con golpes de cantueso en flor para la ocasión. Su recién estrenado marido colgó las sábanas ensangrentadas enfrente de casa, para que todo el mundo las viera, y acallar así las habladurías malintencionadas y burlonas referidas a la virginidad de su recién estrenada esposa. Nadie lo puso en duda, ni siquiera el que encontró entre el estiércol que le había vendido el padre de Venancia, antes de que ésta se desposara, lo que no se pudieron comer los cerdos: un pequeño cráneo con las fontanelas abiertas fruto de las entrañas de su hija. Todos dieron por bueno el cuento del “perro malo” que, ofuscado por el olor a sangre desflorada, mordió a Venancia mientras esta lavaba en el rio las sábanas de la consumación, que hubieran coloreado las aguas con hilillos de púrpura sumisión.

“Ojo por ojo”, respondía ceremonioso Servando cuando le preguntaban la razón de haberle cortado al perro una pata.

“¿Qué te parece el mozo?”.- Venancia permanecía inmóvil mirando desde muy adentro a Leandro.

—“¿Está vivo?”_ dijo Venancia con poco entusiasmo y arrastrando las palabras, como si algo tirara de su lengua hacia dentro.

—”¡ Hay que joderse con la señoritanga , tó le parece poco! .Anda tira pa la cuadra y prepárale la suit”- dijo malhumorado y amenazante Servando.

Su esposa obedeció con la expresión disecada; hacía tiempo que había dejado de estar viva.

—”¡ Y tú, tira detrás de ella”!- Le ordenó a Leandro, desatándole del burro. Al desmontar, el muchacho apenas se tenía en pie y la claridad del mundo le cegaba. Siguió a su tía tambaleándose, encorvado y sujetándose el pecho con las dos manos. El sol se acostaba en la ancha espalda de Venáncia, y allí también dejó Leandro que su sombra descansara.

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