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Introducción

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“Érase una vez un viejo granjero que vivía en una aldea mísera. Sus vecinos lo consideraban adinerado porque poseía un caballo, que utilizaba desde hacía muchos años para trabajar en sus cosechas. Un buen día, su querido caballo huyó. Al enterarse de la noticia, sus vecinos se reunieron para expresarle sus condolencias. ‘Qué mala suerte’, le dijeron compasivamente. ‘Quizá’, respondió el granjero. A la mañana siguiente, el caballo regresó, pero trayendo con él seis caballos salvajes. ‘Qué maravilla’, le dijeron los vecinos, regocijados por la suerte del hombre. ‘Puede ser’, contestó el anciano. Al día siguiente, su hijo ensilló e intentó montar a uno de aquellos caballos indómitos, que lo derribó y provocó que se rompiera la pierna en la caída. Una vez más, los vecinos fueron a visitar al granjero, para expresarle su compasión en la desgracia. ‘Tal vez’, dijo el granjero. Al día siguiente, unos oficiales de leva llegaron al pueblo para reclutar jóvenes para el ejército. Al ver que el hijo del granjero tenía una pierna rota, lo ignoraron. Los vecinos felicitaron al granjero por lo bien que había salido todo. ‘A lo mejor’, insistió el granjero” (Lyubomirsky, 2014, 17).

Los momentos críticos suelen ser clave en nuestras vidas; muchos de ellos marcan hitos significativos, un antes y un después. La pérdida del trabajo, una enfermedad incapacitante, el fallecimiento de un ser querido, la separación matrimonial, una crisis que nos arruina económicamente u otros infortunios por el estilo, constituyen puntos de inflexión que pueden ser devastadores y dejarnos traumatizados, deprimidos o abatidos transitoria o definitivamente. Pero la experiencia y las investigaciones psicológicas han demostrado que esos momentos cruciales pueden ser también la oportunidad para producir cambios positivos. Como en el caso del viejo granjero de la historia, en gran medida depende de cómo se enfrente la crisis.

Algunas investigaciones sobre el tema ponen de manifiesto que las personas que han experimentado acontecimientos negativos o situaciones adversas, al final son más felices que aquellos que nunca han sufrido ninguna desgracia. Afirman Seery, Holman y Cohen (2010) que: “La exposición a eventos adversos en la vida, por lo general, predice un consecuente perjuicio para la salud mental y el bienestar, de manera tal que cuanta más adversidad se padezca son peores los resultados. Sin embargo, las experiencias adversas pueden también fomentar la capacidad de recuperación posterior, con las consiguientes ventajas para la salud mental y el bienestar”. Luego de realizar un seguimiento de dos mil personas durante varios años, encontraron que aquellos que habían enfrentado infortunios o calamidades en el pasado fueron los menos afectados por los acontecimientos adversos recientes. Específicamente, tuvieron más bajo nivel general de estrés, menor grado de deterioro funcional, menos síntomas de estrés postraumático y una mayor satisfacción de vida a lo largo del tiempo. Los autores concluyen diciendo: “Estos resultados sugieren que, con moderación, lo que no nos mata de hecho puede hacernos más fuertes”.

Precisamente, el propósito de este libro es proveer de una serie de herramientas para enfrentar de la mejor manera posible las desgracias, o los “golpes del destino”. Si no podemos impedirlos, por lo menos los podemos abordar con la ayuda de recursos que neutralicen sus efectos destructores o que, por lo menos, disminuyan en parte los perjuicios más nocivos.

Idealmente, esperamos que aprender a enfrentar las dificultades contribuya a desarrollar la resiliencia, esto es, la habilidad para salir adelante en la adversidad, e incluso con mayor fuerza, madurez y sabiduría. Concretamente, ofrecemos cincuenta estrategias sobre cómo enfrentar las crisis. Algunas de ellas son generales y otras específicas, como puede ser la pérdida del trabajo, una crisis matrimonial o tener que luchar con un hijo problemático.

Cómo psicólogo clínico con más de 35 años de experiencia, he tratado a miles de personas en crisis, que han tenido que enfrentar todo tipo de desgracias o tragedias. La mayoría me ha agradecido el apoyo, al darles un marco de contención y ofrecerles sugerencias para superarlas. Personalmente, también me siento muy agradecido a mis pacientes, porque he aprendido mucho de cada uno de ellos. Además, los últimos 25 años me he desempeñado como docente universitario en carreras de grado, posgrado y doctorado en Psicología (especialmente, Psicología Clínica), en las cuales he enseñado mucho del material que presento en este libro.

Sin embargo, como dijo Eurípides: “Es más fácil dar consejos que sufrir con fortaleza la adversidad”. Debo confesar que el aprendizaje más importante acerca de cómo afrontar una crisis lo adquirí por mi propia experiencia personal, a partir de la enfermedad de mi esposa, quien sufrió un accidente cerebrovascular hace siete años, quedando hemipléjica y con un importante trastorno del habla. Estos últimos años de cruel lucha contra la incapacidad me obligaron a aferrarme de todos los medios disponibles, para no sucumbir en el camino.

¿Por qué cincuenta estrategias? Por supuesto, son muchas más. He hecho la selección de aquellas que me parecieron más útiles y efectivas. En realidad, la mejor estrategia es aquella que funciona en uno mismo. No sé cuál podría funcionar en el lector, que tiene la condescendencia de leer este libro, pero es posible que, entre las cincuenta, alguna opere adecuadamente.

Lo importante es no resignarse a la calamidad ni nunca perder la esperanza. Siempre Dios tiene un refugio para alcanzar una vida digna y más libre. Quizás ese auxilio se encuentra en las páginas de este libro. Por lo menos, le sugerimos que intente buscarlo. ¡Ojalá pueda descubrir la solución!

Cómo superar las crisis

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