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INTRODUCCIÓN

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El autor y teólogo David Wells reportó algunos hallazgos interesantes de una encuesta realizada en siete seminarios en 1993. Uno en particular me pareció impactante: «Estos estudiantes no están satisfechos con el estado actual de la iglesia. Creen que ha perdido su visión, y quieren de ella más que lo que les está dando». Wells mismo estuvo de acuerdo: «Ni su deseo ni su juicio en esto son erróneos. De hecho, no es sino hasta que experimentamos una insatisfacción santa por el estado de las cosas que podemos plantar las semillas de reforma. Por supuesto, la sola insatisfacción no es suficiente»2.

La insatisfacción, ciertamente, no es suficiente. Encontramos insatisfacción con la iglesia por todas partes. Los estantes de las librerías gimen bajo el peso de libros con fórmulas para corregir lo que le aqueja. Los conferencistas viven de hablar acerca de enfermedades congregacionales que siempre parecen resistir y sobrevivir a los remedios que ellos proponen. Los pastores ven la vida de la iglesia y se gozan por razones equivocadas, o se desgastan en confusión e incertidumbre. Los cristianos quedan a la deriva, andando como ovejas sin pastor. Pero la insatisfacción no es suficiente. Necesitamos algo más. Necesitamos recuperar positivamente lo que la iglesia debe ser. ¿Cuál es la naturaleza y esencia de la iglesia? ¿Qué debe distinguir y marcar a la iglesia?

PARA LOS HISTORIADORES

Los cristianos a menudo hablan acerca de las «marcas de la iglesia». En su primer libro publicado, Men with a Message [Hombres con un mensaje], John Stott resumió la enseñanza de Cristo a las iglesias en el libro de Apocalipsis de la siguiente manera: «Estas, entonces, son las marcas de la iglesia ideal —amor, sufrimiento, santidad, sana doctrina, autenticidad, evangelismo y humildad. Esto es lo que Cristo desea encontrar en Sus iglesias al caminar en medio de ellas»3.

Pero este lenguaje también tiene una historia más formal, la cual debe ser reconocida antes de embarcarse en una consideración extensa acerca de «Las nueve marcas de la iglesia sana».

Los cristianos han hablado desde hace mucho acerca de las «marcas de la iglesia». En este tema, así como en mucho del pensamiento de la iglesia —desde las primeras definiciones de la persona de Cristo y la Trinidad hasta las reflexiones de Jonathan Edwards acerca de la obra del Espíritu Santo— la pregunta de cómo distinguir lo verdadero de lo falso ha llevado a una definición más clara de lo verdadero. El tema de la iglesia no llegó a ser el foco de debates formales sino hasta la Reforma. Antes del siglo XVI, la naturaleza de la iglesia no se discutía sino que se asumía. Esta era considerada como el medio de gracia sobre el cual el resto de la teología descansaba. La teología católica romana usa la frase «el misterio de la Iglesia» para referirse a la profundidad de la realidad de la Iglesia, la cual nunca puede ser explorada completamente. En la práctica, la Iglesia de Roma respalda su afirmación de ser la Iglesia verdadera y visible apelando a la sucesión de Pedro como obispo de Roma.

Sin embargo, con la llegada de las críticas radicales de Martín Lutero y otros en el siglo XVI, la discusión acerca de la naturaleza de la iglesia vino a ser inevitable. Como lo explica un académico, «la Reforma hizo que el evangelio, y no la organización eclesiástica, fuera la prueba para reconocer a la iglesia verdadera»4. Calvino cuestionó el que Roma afirmara ser la Iglesia verdadera con base en la sucesión apostólica: «Especialmente en la organización de la iglesia nada es más absurdo que respaldar la sucesión solo en personas mientras se excluye la enseñanza»5. Desde entonces, por tanto, las notae, signa, symbola, criteria o marcas de la iglesia han sido un foco necesario de discusión.

En 1530, Melanchthon redactó la Confesión de Augsburgo, que afirma en el artículo 7 que «la iglesia es la congregación de los santos, en la cual el evangelio es enseñado correctamente y los sacramentos son administrados correctamente. Y para la verdadera unidad de la iglesia es suficiente que haya unidad de creencia en cuanto a la enseñanza del evangelio y la administración de los sacramentos»6. En su Loci Communes (1543), Melanchthon repitió esa idea: «Las marcas que caracterizan a la iglesia son el evangelio puro y el uso apropiado de los sacramentos»7. Desde la Reforma, los protestantes generalmente han visto estas dos cosas —la predicación del evangelio y la administración apropiada de los sacramentos— como las marcas que separan a la iglesia verdadera de las impostoras.

En 1553, Thomas Cranmer produjo los cuarenta y dos artículos de la Iglesia de Inglaterra. Aunque no fueron promulgados oficialmente sino hasta más adelante en el siglo XVI como parte del asentamiento isabelino, estos muestran el pensamiento del gran reformador inglés con respecto a la iglesia. El artículo 19 dice (de la misma manera que aún aparece en los treinta y nueve artículos): «La iglesia visible de Cristo es una congregación de hombres fieles, en la cual se predica la palabra pura de Dios, y se administran debidamente los sacramentos, conforme a la ordenanza de Cristo en todas las cosas que por necesidad se requieren para los mismos»8.

En la Institución de la religión cristiana de Juan Calvino, el tema de la distinción entre la iglesia falsa y la verdadera se desarrolla en el libro 4. En el capítulo 1, sección 9, Calvino escribió: «Donde quiera que vemos la Palabra de Dios predicada y escuchada puramente, y los sacramentos administrados según la institución de Cristo, ahí, sin lugar a duda, existe una iglesia de Dios»9.

Una tercera marca de la iglesia, la disciplina correcta, ha sido a menudo añadida desde entonces, aunque es ampliamente reconocido que esta se encuentra incluida de manera implícita en la segunda marca —los sacramentos correctamente administrados10. La Confesión Belga (1561), en el artículo 29, dice:

Las marcas con que se conoce la iglesia verdadera son las siguientes: si la doctrina pura del evangelio se predica en ella; si ella mantiene la administración pura de los sacramentos como Cristo los instituyó; si la disciplina eclesiástica se ejerce para castigar el pecado; en definitiva, si todas las cosas se gestionan de acuerdo con la pura Palabra de Dios, todas las cosas contrarias son rechazadas, y Jesucristo es reconocido como la única cabeza de la Iglesia11.

Edmund Clowney ha resumido estas marcas de la siguiente manera: «predicación verdadera de la Palabra; observancia adecuada de los sacramentos; y un ejercicio fiel de la disciplina eclesial»12.

Podemos ver en estas dos marcas —la proclamación del evangelio y la observancia de los sacramentos— tanto la creación como la preservación de la iglesia, la fuente de la verdad de Dios y el precioso recipiente que la contiene y la exhibe. La iglesia es generada por la predicación correcta de la Palabra; la iglesia es mantenida y distinguida por la correcta administración del bautismo y la Santa Cena (esta última marca presupone que la disciplina eclesial es practicada).

LA IGLESIA DE HOY REFLEJA AL MUNDO

Este libro es una consideración de las marcas de la iglesia en otro nivel. Yo estoy de acuerdo con la perspectiva protestante tradicional que afirma que la iglesia verdadera se distingue de la iglesia falsa por la predicación correcta de la Palabra y por la administración correcta de los sacramentos. Pero dentro del grupo de todas las iglesias locales verdaderas, algunas son más sanas y otras menos sanas. Este libro describe algunas marcas que distinguen a las iglesias más sanas de las que son verdaderas pero más enfermizas. Por consiguiente, este libro no tiene como meta decir todo lo que se puede decir acerca de la iglesia. En lenguaje teológico se diría que no es una eclesiología completa. Haciendo uso de una analogía, este libro es más una receta o fórmula que un curso de anatomía general del cuerpo de Cristo.

Ciertamente, ninguna iglesia es perfecta. Pero, gracias a Dios, muchas iglesias imperfectas son sanas. Sin embargo, temo que muchas más no lo son —incluso entre aquellas que afirman la deidad de Cristo y la completa autoridad de las Escrituras. ¿Por qué pasa esto?

Algunos dicen que la salud precaria de muchas iglesias hoy en día está relacionada con varias condiciones culturales que han infestado la iglesia. Carl Braaten ha expresado su preocupación ante la presencia de un neopaganismo subjetivo y sin base histórica en algunas iglesias13. Os Guinness, en su provocador libro El fenómeno de las megaiglesias, ha sugerido que el problema es la secularización. Guinness escribe que incluso iglesias teológicamente conservadoras que se oponen deliberadamente al secularismo a menudo son, sin embargo, bastiones involuntarios de una versión secularizada del cristianismo, y que «las dos características más fácilmente reconocibles de la secularización en los Estados Unidos son la exaltación de los números y de la técnica»14.

Algunos de los chivos expiatorios más comunes han sido las instituciones que preparan a las personas para el ministerio. Richard Muller ha descrito algo de lo que ha visto en los seminarios que fallan en su mayordomía:

Los seminarios han sido culpables de crear varias generaciones de pastores y maestros que son fundamentalmente ignorantes de los materiales necesarios para las tareas teológicas y que están preparados para argumentar (en su propia defensa) la irrelevancia del estudio clásico para los aspectos prácticos del ministerio. El triste resultado ha sido la pérdida, en muchos lugares, de la función central y cultural de la Iglesia en Occidente y el reemplazo de pastores cultural e intelectualmente dotados por un grupo de practicantes y directores de operaciones que pueden hacer casi todo, excepto aplicar el mensaje teológico de la iglesia en el contexto contemporáneo15.

Este libro, entonces, es un plan para recuperar la predicación bíblica y el liderazgo eclesial en un momento de la historia en que demasiadas congregaciones están languideciendo en un cristianismo teórico y nominal, con todo el pragmatismo y la futilidad que resultan de ello. El propósito de muchas iglesias evangélicas ha caído de glorificar a Dios a crecer en números, asumiendo que el crecimiento numérico, sin importa cómo se logre, debe glorificar a Dios.

Al rebajar así nuestra visión quedamos con un problema teológico e incluso práctico, todo resulta en un pragmatismo autodestructivo:

Si la meta de la iglesia es crecer, la manera de lograrlo es haciendo que la gente se sienta bien. Y cuando la gente descubre que existen otras maneras de sentirse bien, abandona la iglesia que ya no necesita. La iglesia relevante está sembrando las semillas de su propia irrelevancia, y perdiendo su identidad para avanzar. La gran pregunta de hoy ha venido a ser cómo atraer a los nacidos en el tiempo de la posguerra para que regresen a nuestras iglesias, qué técnicas y métodos nos ayudarán a hacer el truco. Se hacen encuestas para saber lo que les gusta y las iglesias compiten para asegurarse de que lo obtengan16.

El neopaganismo, la secularización, el pragmatismo y la ignorancia son problemas serios que las iglesias actuales enfrentan. Sin embargo, estoy convencido de que el problema yace más fundamentalmente en la manera en que los cristianos conciben sus iglesias. Demasiadas iglesias malinterpretan la prioridad que deben darle a la revelación de Dios y a la naturaleza de la regeneración que Él ofrece en la Escritura. Hacer una reevaluación de estos conceptos debe ser parte de cualquier solución a los problemas de las iglesias actuales.

MODELOS POPULARES DE IGLESIA

Hoy en día hay tres modelos de iglesia en la asociación a la que pertenece nuestra congregación (la Convención Bautista del Sur), así como en muchas otras. Podríamos resumir estos modelos de la siguiente manera: liberal, sensible al buscador y tradicional.

Generalizando por un momento, podemos pensar en el modelo liberal como aquel que tiene a F. D. E. Schleiermacher como su santo patrón. En su esfuerzo por ser exitoso en la evangelización, Schleiermacher intentó replantear el evangelio en términos contemporáneos.

Podemos encontrar algo similar en el modelo de iglesias sensibles al buscador, presente en los escritos y ministerio de Bill Hybels y sus socios en Willow Creek y las muchas iglesias asociadas con ellos. Ellos han intentado repensar la iglesia, así como los liberales, siempre teniendo en mente la meta de evangelizar —de afuera hacia dentro, de nuevo, en un esfuerzo por hacer la relevancia del evangelio evidente para todos.

Podría decirse que el santo patrón de las iglesias evangélicas tradicionales es Billy Graham (o posiblemente uno de los grandes evangelistas de la generación presente o pasada). De nuevo, la meta es ser exitoso en el evangelismo, viendo la iglesia local como una campaña evangelística estacionaria. De hecho, la iglesia evangélica «tradicional» en Estados Unidos se parece mucho al modelo de iglesias sensibles al buscador, solo que orientada a una cultura más antigua —la cultura de hace cincuenta o cien años. Así que, en lugar de las parodias de Willow Creek, el trío de mujeres de la Primera iglesia Bautista es considerado como aquello que atraerá a los no creyentes a la iglesia.

Si bien existen diferencias doctrinales importantes entre estos modelos de iglesia, los tres tienen elementos importantes en común. Todos asumen que la relevancia evidente y la respuesta recibida son los indicadores de éxito claves. Los ministerios sociales de la iglesia liberal, la música de la iglesia sensible al buscador y los programas de la iglesia evangélica tradicional deben funcionar bien y funcionar de inmediato para ser considerados relevantes y exitosos. Dependiendo del tipo de iglesia, el éxito puede ser medido por la cantidad de personas alimentadas, la cantidad de personas involucradas o la cantidad de personas salvas; pero los tres tipos de iglesia suponen que el fruto de una iglesia exitosa puede verse de inmediato.

Tanto a partir de la Biblia como a partir de la historia, esta suposición parece ser extremadamente peligrosa. Bíblicamente, descubrimos que la Palabra de Dios está repleta de imágenes de bendiciones postergadas. Dios, con Sus propios propósitos inescrutables, pone a prueba a personas como Job y José, Jeremías e incluso a Jesús mismo. Tanto las pruebas de Job, como el sufrimiento y la venta de José, como el encarcelamiento y la ridiculización de Jeremías, como el rechazo y la crucifixión de Jesús nos recuerdan que Dios obra en formas misteriosas. Él nos llama a una relación de confianza con Él más que a un entendimiento completo de Su persona y Su forma de actuar. Las parábolas de Jesús están llenas de historias del reino de Dios que comienza de maneras sorprendentemente pequeñas y luego crece hasta alcanzar una gloriosa prominencia final. Bíblicamente, debemos comprender que el tamaño de lo que ven nuestros ojos casi nunca es una buena manera de estimar la grandeza de algo ante los ojos de Dios.

Desde una perspectiva histórica, haríamos bien en recordar que las apariencias engañan. Cuando una cultura está saturada de cristianismo y conocimiento bíblico, cuando la gracia común de Dios e incluso Su gracia especial se han extendido ampliamente, un observador puede percibir bendiciones evidentes. Puede que la moralidad bíblica sea reafirmada por todos. Puede que la iglesia sea ampliamente estimada. Puede que la Biblia se enseñe incluso en escuelas seculares. En tiempos como esos, puede ser difícil distinguir entre lo aparente y lo real.

Pero en épocas cuando el cristianismo está siendo amplia y rápidamente repudiado, cuando la evangelización es considerada intolerante o incluso clasificada como un crimen de odio, hallamos que las cosas han cambiado. Por un lado, la cultura a la cual nos conformaríamos para ser relevantes llega a estar tan entrelazada con el antagonismo al evangelio que conformarnos a ella tiene que resultar en la pérdida del evangelio mismo. Por otro lado, es más difícil que el cristianismo nominal progrese. En tiempos como esos debemos escuchar de nuevo la Biblia y reconsiderar el concepto de ministerio exitoso no como uno que da frutos de inmediato necesariamente, sino como un ministerio manifiestamente fiel a la Palabra de Dios.

Los grandes misioneros que han ido a culturas no cristianas han aprendido esto. Al ir a lugares en los cuales no había «campos blancos listos para la siega» sino solo años e incluso décadas de rechazo, ellos tenían otra motivación para seguir adelante. William Carey fue fiel en India y Adoniram Judson en Burma no porque el éxito inmediato les mostrara que estaban siendo evidentemente relevantes. Ellos fueron fieles porque el Espíritu de Dios en ellos los animaba a obedecer y confiar. Nosotros en el Occidente secular debemos recuperar un sentido de satisfacción en esa fidelidad bíblica. Y debemos recuperarlo particularmente en nuestras vidas juntos como cristianos, en nuestras iglesias.

UN MODELO DIFERENTE

Necesitamos un nuevo modelo para la iglesia. En realidad, el modelo que necesitamos es uno antiguo. Aunque estoy escribiendo un libro acerca de esto, no estoy seguro de cómo llamar ese modelo. ¿«Sencillo»? ¿«Histórico»? ¿«Bíblico»?

En términos simples, necesitamos iglesias que conscientemente sean distintas a la cultura. Necesitamos iglesias en las cuales el indicador clave del éxito no sean los resultados evidentes, sino una perseverancia en ser fieles a la Palabra de Dios. Necesitamos iglesias que nos ayuden a recuperar esos aspectos del cristianismo que son distintos del mundo, y que nos unen.

Lo que sigue no pretende ser un retrato de este nuevo (antiguo) modelo de iglesia sino una receta oportuna. Se enfoca en dos necesidades básicas de nuestras iglesias: predicar el mensaje y liderar discípulos.

PREDICAR EL MENSAJE

Las primeras cinco marcas de una iglesia sana que consideraremos reflejan la preocupación por predicar correctamente la Palabra de Dios. La primera marca toca directamente el tema de la predicación. Es una defensa de la primacía de la predicación expositiva, la cual refleja la centralidad de la Palabra de Dios.

¿Por qué es central la Palabra? ¿Por qué es el instrumento que produce fe? La Palabra es tan central e instrumental porque la Palabra del Señor nos presenta el objeto de nuestra fe. Nos presenta la promesa de Dios para nosotros —desde las promesas individuales (a lo largo de toda la Biblia) hasta la gran promesa, la gran esperanza, el gran objeto de nuestra fe, Cristo mismo. La Palabra presenta aquello que debemos creer.

Después, en la segunda marca, consideramos el marco de este mensaje: la teología bíblica. Debemos entender la verdad de Dios como un todo coherente, que nos llega principalmente como una revelación de Él mismo. Las preguntas acerca de Quién es Dios y cómo es Él nunca pueden considerarse irrelevantes para los asuntos prácticos de la vida de la iglesia. Diferentes ideas de Dios nos llevarán a adorarle de maneras diferentes, y si esas ideas son erróneas, algunas de las maneras en que nos acerquemos a Él pueden también ser erróneas. Este es un tema importante en la Biblia, a pesar de haber sido descuidado casi por completo en nuestros días.

En la tercera marca consideramos el corazón del mensaje cristiano al buscar una comprensión bíblica del evangelio. ¿Cuántos mensajes diferentes están pregonando las iglesias como si fueran las buenas nuevas de salvación en Jesucristo? Más aún, ¿con cuánto discernimiento examinamos nuestro propio entendimiento del evangelio, la forma en que lo enseñamos y nuestra manera de entrenar a otros para conocerlo? Nuestro mensaje, aunque barnizado con retoques cristianos, ¿es básicamente un mensaje de autosalvación, o es más que eso? ¿Consiste nuestro evangelio solamente en verdades éticas universales para la vida diaria o está arraigado en las acciones definitivas, históricas, especiales y salvíficas de Dios en Cristo?

Esto nos lleva a la recepción del mensaje, la cuarta marca: una comprensión bíblica de la conversión. Una de las tareas más dolorosas que los pastores enfrentan es tratar de reparar el daño de los falsos convertidos, aquellos a quienes algún evangelista ha convencido demasiado rápido e irreflexivamente de que son realmente cristianos. Esa actividad aparentemente benévola puede llevar a estallidos de emoción, participación e interés momentáneos; pero si una conversión aparente no resulta en una vida transformada, entonces uno comienza a cuestionar esa crueldad involuntaria de convencer a tales personas de que conocen toda la esperanza de una vida con Dios porque un día hicieron una oración. Estamos haciendo que piensen: «Si eso falló, entonces el cristianismo no tiene nada mejor que ofrecerme. No hay esperanza. No hay vida. Lo intenté, y no funcionó». Necesitamos iglesias que entiendan y enseñen lo que la Biblia enseña acerca de la conversión.

La quinta marca presenta una comprensión bíblica de la evangelización. Si en nuestra evangelización sugerimos que llegar a ser cristianos es algo que nosotros hacemos, estamos transmitiendo nuestra mala comprensión del evangelio y la conversión, con efectos desastrosos. John Broadus, reconocido erudito del Nuevo Testamento y predicador del siglo XIX, escribió un catecismo de enseñanza bíblica en el cual planteó la pregunta: «¿La fe viene antes del nuevo nacimiento?». Y él respondió: «No, es el nuevo corazón el que verdaderamente se arrepiente y cree»17. Broadus entendió que en nuestra evangelización debemos ser socios del Espíritu Santo, presentando el evangelio pero confiando en que el Espíritu Santo de Dios haga la verdadera obra de confrontar, convencer y convertir. ¿Están tus prácticas evangelísticas o las de tu iglesia en línea con esta gran verdad?

LIDERAR DISCÍPULOS

Otra serie de problemas en las iglesias de hoy tiene que ver con la administración correcta de los límites y los marcadores de la identidad cristiana. En términos más generales, estamos hablando de problemas al guiar a los discípulos.

Primero, en la sexta marca, abordamos el tema que establece todo el contexto para el discipulado: una comprensión bíblica de la membresía eclesial. En este último siglo, los cristianos han ignorado la enseñanza bíblica de lo que significa seguir a Cristo en comunidad. Nuestras iglesias están inundadas de un narcicismo egocéntrico y un hiperindividualismo levemente disimulados bajo etiquetas como «inventarios de dones espirituales» o «iglesias dirigidas a un público específico», iglesias que «no son para todos». Cuando leemos 1 Juan o el Evangelio de Juan, vemos que Jesús nunca tuvo la intención de que fuéramos cristianos solitarios, y que nuestro amor por otras personas que son diferentes a nosotros muestra si verdaderamente amamos a Dios.

Muchas iglesias actuales tienen problemas con la definición básica de lo que significa ser un discípulo. Por eso en la séptima marca exploramos una comprensión bíblica de la disciplina eclesial. ¿Existe algún comportamiento que las iglesias no deberían tolerar? ¿Existen enseñanzas en nuestras iglesias que se «salen de los límites»? ¿Hay en nuestras iglesias una preocupación por algo aparte de su simple supervivencia y expansión institucional? ¿Es evidente que entendemos que llevamos el nombre de Dios y vivimos ya sea para Su honor o para Su deshonra? Necesitamos iglesias que recuperen la práctica amorosa, regular y sabia de la disciplina eclesial.

En la octava marca examinamos el discipulado y el crecimiento cristianos. La evangelización que no resulta en discipulado no solo es incompleta, también es errónea. La solución no es hacer más evangelización sino hacerla de manera diferente. No necesitamos simplemente acordarnos de decir a las personas que vengan a la iglesia después de haber hecho la oración con ellos; ¡necesitamos decirles que consideren el costo de seguir a Cristo antes de hacer la oración!

Finalmente, la novena marca se enfoca en la necesidad de recuperar una comprensión bíblica del liderazgo eclesial. El liderazgo de la iglesia no debe ser otorgado en respuesta a las capacidades o posición seculares, a las relaciones familiares, o en reconocimiento por el tiempo de servicio a la iglesia. El liderazgo de la iglesia debe ser encargado a aquellos que evidencian en sus propias vidas, y que son capaces de promover en la vida de la congregación, la obra edificante y santificadora del Espíritu Santo.

El fin y propósito de todo esto es glorificar a Dios mientras hacemos que Él sea conocido. A través de la historia, Dios ha deseado darse a conocer. Por eso Él liberó a Israel de Egipto en el éxodo, y por eso volvió a liberarlos del exilio babilónico. Muchos pasajes en la Escritura hablan del deseo de Dios de darse a conocer (por ejemplo, Éxodo 7:5; Deuteronomio 4:34–35; Job 37:6–7; Salmos 22:21–22; 106:8; Isaías 49:22–23; 64:4; Ezequiel 20:34–38; 28:25–26; 36:11; 37:6; Juan 17:26). Él creó el mundo y ha hecho todo lo que ha hecho para Su propia gloria. Y es bueno y correcto que así lo haga.

Calvino solía referirse a este mundo como el teatro del esplendor de Dios. Otros se han referido a la historia como el gran desfile que culmina en la gloria de Dios. Mark Ross lo expresó de esta manera:

Somos una de las principales piezas de evidencia de Dios […] La mayor preocupación de Pablo [en Efesios 4:1–16] es que la iglesia manifieste y despliegue la gloria de Dios, vindicando así el carácter de Dios ante toda la calumnia del reino demoníaco, la calumnia de que no vale la pena vivir para Dios […] Dios ha confiado a Su Iglesia la gloria de Su propio nombre18.

Todos —los que son líderes eclesiales y los que no— hemos sido creados a imagen de Dios. Debemos ser retratos andantes de la naturaleza moral y el carácter justo de Dios, reflejándolo en el universo para que todos lo vean —especialmente en nuestra unión con Dios a través de Cristo. Esto es a lo que Dios nos llama y la razón por la cual nos llama. Nos llama a unirnos a Él, y a unirnos en nuestras congregaciones, no para nuestra gloria sino para Su gloria.

ESTE LIBRO

Este libro se basa en una serie de sermones. De acuerdo con George Barna, los sermones deberían ser más fáciles de entender, menos abstractos, más espontáneos, más cortos, incluir más historias de la experiencia personal del predicador e incluso deberían permitir la participación de la audiencia19. Barna no es el único que sugiere que hagamos algo para mitigar el carácter unilateral y la mera apelación a la razón que caracteriza gran parte de la predicación, particularmente la predicación expositiva. David Hilborn, en su libro Picking Up the Pieces [Recogiendo los pedazos], ha sugerido lo mismo20. Permíteme indicar que la unilateralidad de la predicación no solamente es excusable, sino que de hecho es importante. Si cuando predicamos nos paramos en lugar de Dios, dando Su Palabra en el poder de Su Espíritu a Su pueblo, entonces ciertamente es apropiado que esto sea algo unilateral —no unilateral en términos de nunca cuestionar a quien predica; sino que en el momento de la predicación, el carácter unívoco de la Palabra de Dios nos llega como un monólogo, no esperando suscitar interés y participación sino más bien exigiendo que respondamos. Algo de este carácter debe ser preservado. Esto no significa que el sermón deba ser deliberadamente aburrido, oscuro o abstracto. Yo espero que estos sermones disfrazados de capítulos puedan transmitir una consideración seria de las grandes verdades de la Biblia y del contexto actual.

OTROS RECURSOS

• Para estudio grupal: Edificados sobre la Roca: La Iglesia, un estudio bíblico inductivo de siete semanas de 9Marcas.

• Para aplicación pastoral: La iglesia deliberante, por Mark Dever y Paul Alexander.

• Para compartir con los miembros de la iglesia: ¿Qué es una iglesia sana?, por Mark Dever.

LO QUE VIENE

Primera marca: predicación expositiva

• Predicación expositiva

• El papel central de la Palabra de Dios

 El papel de la Palabra de Dios al producir vida

 El papel de la Palabra de Dios en la predicación

 El papel de la Palabra de Dios en la santificación

 El papel del predicador de la Palabra de Dios

Las nueve marcas de la iglesia sana

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