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PRIMERA MARCA
Predicación expositiva
ОглавлениеAsí comencé mi sermón un domingo por la mañana en enero, no hace mucho tiempo:
¿Cómo estás? ¿Dormiste bien anoche? ¿Fue difícil encontrar dónde estacionar tu vehículo esta mañana? ¿La información en las entradas de la iglesia era clara para saber a dónde dirigirte? ¿Te dieron la bienvenida cuando entraste? ¿Estaba el edificio ordenado y limpio? Me pregunto si el nombre de la iglesia te hizo más difícil la decisión de entrar. ¿O tal vez fue parte de la razón por la cual viniste?
Y cuando entraste, ¿fuiste recibido por personas amigables y cálidas? ¿Tuviste algún problema al dejar a tus hijos en sus salones de clase? ¿Qué opinas de los vitrales? Sé que se aprecian mejor desde donde yo estoy, pero son bonitos, ¿verdad? Bueno, tal vez sean muy tradicionales para ti.
¿Son cómodas las bancas? ¿Tienes una buena vista de todas las actividades desde donde estás sentado? ¿Puedes ver claramente? ¿Puedes escuchar bien? ¿Está bien la temperatura ahora mismo? ¿Te sientes cómodo?
Y ¿qué opinas del boletín? Es bonito, claro, simple y directo, ¿no crees? Sin complicaciones. Tal vez es muy formal. ¿Observaste todos los anuncios? ¿Viste todos los programas mencionados en la tarjeta de la iglesia? Son muchos, ¿verdad? Probablemente más de los que esperabas. Por supuesto, es fácil de leer, pero creo que la letra es muy pequeña, ¿no es así? Y no tiene imágenes. Me refiero a que tiene demasiado texto. Eso probablemente te dice mucho acerca de la iglesia, ¿verdad? Piensas que es el tipo de iglesia donde prefieren usar mil palabras en lugar de una imagen, ¿cierto?
Y ¿qué de aquellos que están sentados cerca de ti? ¿Son el tipo de personas con quienes te gusta ir a la iglesia? Sí, sé que estás demasiado nervioso como para mirar a tu alrededor, pero sabes quienes son. ¿Qué piensas? ¿Tienen la edad correcta? ¿Son de la raza correcta? ¿Pertenecen a la clase social correcta? ¿Son como tú?
Y ¿qué tal el servicio hasta el momento? Quiero decir, ¿fue muy difícil pasar de un himnario al otro? Como sabes, la mayoría de las iglesias solo usan uno y aquí tenemos dos; tienes que usar el verde y a veces tienes que usar el beige. ¿Sabe el líder de lo que está hablando, pero sin mostrarse como un sabelotodo? ¿Es competente pero sin ser autoritario? No hubo demasiados anuncios en el servicio, ¿o sí? No creo que hayan sido muchos esta mañana. ¿Te has sentido integrado en las oraciones? ¿Han conectado con tu mente y tu corazón?
Es un poco inusual leer porciones tan largas de la Escritura en la iglesia, ¿no es cierto? No es una práctica común en nuestros días.
Y, por supuesto, no podemos obviar la música. Como puedes ver, todavía estamos tratando de decidir entre estilos —música contemporánea o tradicional, clásica o más moderna, litúrgica o más informal. Así como en las demás iglesias de los Estados Unidos, probablemente hay personas que han asistido a esta congregación en el pasado y ahora están buscando otras iglesias porque quieren una experiencia musical diferente. Y probablemente algunas de las personas que siguen aquí continúan asistiendo, en parte, porque les gusta esta experiencia musical.
Y ¿cómo te has sentido con la ofrenda? ¿Puedes creerlo? ¡Se recogió una ofrenda en público y con visitantes presentes! Es el tipo de cosas que, según enseñan en el seminario, no deberían hacerse. ¿Cómo te sentiste? ¿Sentiste que la iglesia está llena de un montón de avaros que solamente quieren aprovecharse de ti cuando vienes?
¿Qué haces aquí? Tal vez has asistido a esta iglesia durante cincuenta años o este es tu primer domingo —¿por qué vienes?
Y ahora, por supuesto, ya sabes lo que viene. O tal vez ya comenzó: ¡el sermón! Para algunos, esto es lo que tienen que soportar antes de llegar a lo bueno —cantar un poco más tal vez o encontrarse con otras personas para charlar al terminar el servicio.
El predicador tiene un trabajo difícil, ¿no es así? Él debe ser una persona con quien te puedas relacionar, a quien le puedas hablar, con quien te puedas sentir cómodo o a quien le puedas tener cierto nivel de confianza. Pero también debe parecer santo. Aunque no demasiado santo. Debe estar informado, pero no demasiado informado. Debe ser seguro de sí mismo, pero no demasiado seguro de sí mismo. Debe ser compasivo, pero no demasiado compasivo. Y su sermón debe ser suficientemente bueno, suficientemente relevante, suficientemente entretenido e interesante, y ciertamente corto.
Hay mucho por considerar cuando estás evaluando una iglesia, ¿no es así? ¿Te has detenido a pensar acerca de eso? Hay muchas cosas que considerar y, así como los estadounidenses nos mudamos con frecuencia, también tenemos que evaluar iglesias con frecuencia. Esto sucede todo el tiempo. Tenemos que preguntarnos qué hace que una iglesia sea realmente buena.
En mi biblioteca tengo montones y montones de libros que tratan de responder esta pregunta: ¿qué es lo que realmente hace a una iglesia buena? Y te sorprenderías ante la gran variedad de respuestas. Algunos piensan que la clave está en la hospitalidad, otros la ven en la planificación financiera, otros en baños impecables, otros en un entorno agradable, otros en música dinámica, otros en la sensibilidad hacia los visitantes, otros en tener suficiente estacionamiento, otros en programas emocionantes para los niños, otros en elaboradas opciones de escuela dominical, otros en el software correcto, otros en señalización clara, otros en tener congregaciones homogéneas. Tú puedes encontrar libros que abogan por alguna de esas cosas como la clave para tener una buena iglesia.
Entonces, ¿qué piensas? ¿Qué se necesita para tener una iglesia sana? Tienes que saber eso. Si estás visitándonos hoy y estás buscando una iglesia donde congregarte regularmente y con la cual te puedas comprometer, debes considerar esta pregunta. Incluso si ya eres miembro aquí, debes considerar esta pregunta —porque podrías mudarte a otra ciudad. E incluso si nunca te mudas, debes saber qué hace a una iglesia sana. Si vas a quedarte en la iglesia y participar en su crecimiento y edificación, ¿consideras importante saber qué estás intentando edificar? ¿Cómo quieres que luzca esa iglesia? ¿Cuál es tu meta? ¿Qué cosas deberían ser primordiales?
Sé muy cuidadoso en cómo respondes estas preguntas. Como dije, encontrarás expertos que te darán toda clase de respuestas. Algunos afirmarán que la clave es eliminar todo lenguaje religioso, otros dirán que la clave es hacer invisibles los requisitos para la membresía.
Entonces, ¿qué piensas? ¿Crees que tener guarderías seguras y baños impecables, música emocionante y miembros que se parezcan unos a otros es el camino hacia el crecimiento y la salud de la iglesia? ¿Es eso realmente lo que hace a una iglesia buena?
Y así comencé la serie de sermones que llegó a convertirse en este libro —Las nueve marcas de la iglesia sana. El propósito de este libro es responder la siguiente pregunta: ¿qué es lo que realmente caracteriza a una iglesia muy buena?
Yo sugiero nueve marcas distintivas de una iglesia sana. Puedes encontrarlas enumeradas en la página de contenidos. Estas nueve marcas ciertamente no son los únicos atributos de una iglesia sana. Ni siquiera son necesariamente las cosas más importantes que pueden decirse de una iglesia. Por ejemplo, aunque el bautismo y la Santa Cena son aspectos esenciales de una iglesia bíblica, ordenados por Cristo mismo, yo solo los menciono brevemente. Este libro no es una eclesiología completa. En cambio, se enfoca en ciertos aspectos cruciales de la vida de una iglesia sana que parecen no estar presentes en muchas de las iglesias actuales. Si bien el bautismo y la Santa Cena a menudo se entienden de forma errada, estos no han desaparecido de la mayoría de las iglesias; sin embargo, muchos de los atributos que consideraremos en estas páginas han desaparecido de muchas iglesias.
Por supuesto, no existe la iglesia perfecta, y ciertamente no estoy sugiriendo que una iglesia que me tenga a mí como pastor llegará a ser perfecta. Pero eso no significa que nuestras iglesias no puedan ser más sanas. Mi objetivo es servir de apoyo para que esa salud sea experimentada en las iglesias locales.
PREDICACIÓN EXPOSITIVA
La primera marca de una iglesia sana es la predicación expositiva. No solamente es la primera marca; es sin duda la más importante de todas porque, si está presente, todas las demás deberían derivarse de esta. Este capítulo te ayudará a entender a qué deben dedicarse los pastores, y qué deben exigir de ellos las congregaciones. Mi papel principal, y el papel principal de todo pastor, es predicar expositivamente.
Esta marca es tan importante que si la pasas por alto y consigues tener las otras ocho en su lugar, de cierta manera las habrías obtenido por accidente. Sería una casualidad. Posiblemente estarían distorsionadas, porque no habrían surgido de la Palabra y no estarían siendo continuamente reformadas y refrescadas por ella. Pero si estableces la prioridad de la Palabra, entonces tendrás el aspecto más importante de la vida de la iglesia en su lugar, y una salud creciente estará prácticamente garantizada, porque Dios ha decidido actuar por Su Espíritu a través de Su Palabra.
Entonces, ¿qué es esta cosa tan importante llamada predicación expositiva? Usualmente es contrastada con la predicación temática. Un sermón temático se parece a este capítulo —toma un tema y habla acerca de él, en lugar de tomar un pasaje particular de la Biblia como su tema. El sermón temático comienza con un asunto en particular del cual el predicador desea predicar. El tema podría ser la oración o la justicia o la paternidad o la santidad o incluso la predicación expositiva. Habiendo establecido el tema, el predicador recopila varios textos de varias partes de la Biblia y los combina con historias y anécdotas ilustrativas. El material es integrado y entrelazado en torno a ese tema. El sermón temático no es desarrollado en torno a un texto de la Escritura, sino en torno a una temática o idea en particular.
Un sermón temático puede ser expositivo. Yo podría decidir predicar acerca de un tema y escoger un pasaje de la Escritura que aborde exactamente ese asunto. O podría predicar usando varios textos que aborden ese mismo tema. Pero en ese caso sería un sermón temático, porque el predicador sabe lo que quiere decir y va a la Biblia con el propósito de ver qué puede encontrar para hablar acerca de ese tema. Por ejemplo, cuando prediqué el contenido de este capítulo, ya sabía en gran medida lo que quería decir al momento de comenzar a preparar el sermón. Cuando predico expositivamente, por lo general no es así. Al preparar un sermón expositivo normal, a menudo me sorprendo por las cosas que encuentro en el pasaje mientras lo estudio. Generalmente, no elijo series de sermones expositivos con base en temas particulares que pienso que la iglesia necesita escuchar. En cambio, asumo que toda la Biblia es relevante para nosotros todo el tiempo. Ahora bien, yo confío en que Dios puede dirigirme a algunos libros en particular, pero a menudo cuando estoy trabajando en un texto y leyéndolo durante mis tiempos devocionales la semana antes de predicar, y mientras me decido a estudiarlo con gran atención el viernes, encuentro cosas que no esperaba encontrar en absoluto. A veces me sorprendo por el punto central del pasaje y, en consecuencia, por lo que debe ser el punto central de mi mensaje.
La predicación expositiva no es simplemente producir un comentario verbal de un pasaje de la Escritura. En cambio, la predicación expositiva es la predicación que toma como punto del sermón el punto de un pasaje particular de la Escritura. Eso es todo. El predicador abre la Palabra y la despliega ante el pueblo de Dios. Eso no es lo que estoy haciendo en este capítulo, pero es lo que normalmente procuro hacer cuando me paro en el púlpito el domingo21.
La predicación expositiva es predicación en función de la Palabra. Esta presupone una creencia en la autoridad de la Escritura —que la Biblia es de hecho la Palabra de Dios; pero es mucho más que eso. Comprometerse a predicar expositivamente es comprometerse a oír la Palabra de Dios —no solamente a afirmar que es la Palabra de Dios sino a someterse realmente a ella. Los profetas del Antiguo Testamento y los apóstoles del Nuevo Testamento no recibieron una comisión personal para ir y hablar, sino un mensaje específico que entregar. De la misma manera, los predicadores cristianos hoy tienen autoridad para hablar de parte de Dios siempre y cuando hablen el mensaje de Dios y desplieguen Sus palabras. Aunque algunos predicadores sean muy locuaces, ellos no han recibido el mandato de simplemente ir y predicar. Ellos han recibido el mandato específico de ir y predicar la Palabra.
Muchos pastores aceptan alegremente la autoridad de la Palabra de Dios y profesan creer en la inerrancia de la Biblia; sin embargo, si ellos no predican expositivamente de manera regular, estoy convencido de que nunca predicarán más de lo que ya sabían cuando comenzaron su labor. Un predicador puede tomar una porción de la Escritura y exhortar a la congregación en cuanto a cierto tema importante, pero ese no es realmente el punto de ese pasaje en particular. Puedes tomar tu Biblia ahora mismo, cerrar tus ojos, abrirla en cualquier lugar, poner tu dedo sobre un versículo, abrir tus ojos y leer ese versículo, y puedes encontrar grandes bendiciones para tu alma —pero es posible que aún no sepas lo que Dios quería decir a través de ese pasaje. Lo más importante en el mercado inmobiliario es lo más importante para entender la Biblia: ubicación, ubicación, ubicación. Entiendes un texto de la Escritura según el lugar donde está. Lo entiendes en el contexto en el cual fue inspirado.
Un predicador debería procurar que su mente sea moldeada cada vez más por la Escritura. Él no debería usar la Escritura como una excusa para decir aquello que él quiere decir. Cuando alguien predica regularmente de manera no expositiva, los sermones tienden a ser solamente acerca de los temas que le interesan al predicador. El resultado es que el predicador y la congregación solo escuchan de la Escritura lo que ya sabían antes de venir al texto. No hay nada nuevo que se esté añadiendo a sus mentes. No están siendo continuamente desafiados por la Biblia.
Al estar comprometidos a predicar un pasaje de la Escritura en su contexto, expositivamente —es decir, tomando como punto del mensaje el punto del pasaje— deberíamos escuchar de Dios cosas que no teníamos la intención de escuchar cuando nos dispusimos a estudiar el pasaje. Dios nos sorprende a veces. En eso consiste precisamente la vida cristiana, desde tu arrepentimiento y conversión hasta lo más reciente que el Espíritu Santo te haya estado enseñando. ¿No te pasa que Dios te desafía y te hace ver tu pecado en áreas de tu vida que nunca hubieras considerado hace un año, a medida que comienza a revelarte la verdadera condición de tu corazón y la verdad de Su Palabra? Encargar la supervisión espiritual de una iglesia a alguien que no está comprometido a escuchar y enseñar la Palabra de Dios es obstaculizar el crecimiento de la iglesia, permitiendo básicamente que la iglesia crezca solo hasta el nivel del pastor. La iglesia será conformada lentamente a la mente del pastor en lugar de ser conformada a la mente de Dios. Y lo que nosotros deseamos, lo que ansiamos como cristianos, es la Palabra de Dios. Deseamos oír y conocer en nuestras almas lo que Él ha dicho.
EL PAPEL CENTRAL DE LA PALABRA DE DIOS
La predicación debería ser siempre (o casi siempre) expositiva porque la Palabra de Dios debería estar siempre en el centro, dirigiéndola. De hecho, las iglesias deberían tener la Palabra en el centro, dirigiéndolas. Dios ha decidido usar Su Palabra para dar vida. Ese es el patrón que vemos en la Escritura y en la historia.
En una reunión social a la cual asistí alguna vez, terminamos hablando acerca de un libro que había sido publicado recientemente. Yo lo había leído porque estaba a punto de dar un discurso acerca del tema del libro. Mi anfitrión, un católico romano, también lo había leído —porque estaba escribiendo una reseña de ese libro. Le pregunté qué pensaba.
«Ah, el libro es muy bueno», dijo, «lo único que lo estropea es que el autor reproduce el antiguo error protestante de afirmar que la Biblia creó la Iglesia cuando en realidad todos sabemos que la Iglesia creó la Biblia».
Bueno, yo estaba en un dilema. Él era el organizador del evento y yo era un invitado. ¿Qué debía decir? ¡Vi pasar toda la Reforma protestante como un relámpago enfrente de mis ojos!
Decidí que si él podía ser tan abiertamente despectivo de una manera cortés, entonces yo podía ser tan directo y honesto como quisiera. Así que fui directo y dije: «¡Eso es ridículo!». Tratando de contradecirlo de la forma más agradable posible, añadí: «El pueblo de Dios nunca ha creado la Palabra de Dios. ¡Desde el principio mismo la Palabra de Dios siempre ha creado al pueblo de Dios! En Génesis 1, Dios literalmente crea todo lo que existe, incluyendo a Su pueblo, por Su Palabra; en Génesis 12, Dios llama a Abraham de Ur por la palabra de Su promesa; en Ezequiel 37, Dios le da a Ezequiel una visión para que la comparta con los israelitas exiliados en Babilonia acerca de la gran resurrección que sucedería por la Palabra de Dios; el mensaje supremo de la Palabra de Dios es Cristo Jesús, el Verbo hecho carne; en Romanos 10, leemos que la vida espiritual viene por la Palabra —Dios siempre ha creado a Su pueblo por Su Palabra. Nunca ha sido al revés. El pueblo de Dios nunca ha creado la Palabra de Dios».
Ahora bien, no recuerdo exactamente cómo fue el resto de la conversación, pero recuerdo esa parte muy claramente porque ayudó a cristalizar en mi mente la absoluta centralidad de la Palabra.
Sigamos este camino a través de las Escrituras y veamos lo que nos dice acerca de la centralidad de la Palabra de Dios en nuestras vidas, y luego consideremos cómo eso nos muestra la naturaleza e importancia de la predicación en nuestras iglesias. Quiero enfocarme en cuatro puntos: el papel de la Palabra al darnos vida, el papel de la Palabra de Dios en la predicación, el papel de la Palabra en nuestra santificación y, como consecuencia, el papel que un predicador de la Palabra de Dios debería tener en la iglesia.
EL PAPEL DE LA PALABRA DE DIOS AL PRODUCIR VIDA
Comencemos por el principio, donde la Biblia comienza. En Génesis 1, vemos que Dios creó el mundo y toda la vida por Su Palabra. Él habló y fue así. En Génesis 3, vemos la historia nefasta de lo que sucedió después: la caída. Ahí vemos que nuestros primeros padres pecaron, y que cuando pecaron fueron echados de la presencia de Dios. Ellos literalmente perdieron de vista a Dios. Pero por la maravillosa gracia de Dios ellos no perdieron toda la esperanza. Aunque Dios había desaparecido de su vista, Él les envió de forma misericordiosa Su voz para que escucharan la palabra de promesa. En Génesis 3:14–15, Dios maldijo a la serpiente. Le advirtió que la simiente de la mujer la destruiría. Esa es la primera palabra de esperanza que Adán y Eva recibieron después de su propio pecado.
En Génesis 12, vemos que fue por la Palabra de Dios que Abraham fue llamado a salir de Ur de los caldeos. La palabra de la promesa de Dios, registrada en los primeros versículos de Génesis 12, fue la fuerza de atracción, la promesa que sacó a Abraham, literalmente llamándolo fuera de Ur para seguir a Dios. El pueblo de Dios fue creado —adquirió visibilidad como grupo— al escuchar esa palabra de promesa y al responder a ella, al salir tras ella. El pueblo de Dios fue creado por la Palabra de Dios.
Abraham nunca organizó un comité para elaborar la Palabra de Dios. No, él fue hecho padre del pueblo de Dios porque la Palabra de Dios vino especialmente a él y él la creyó. Él confió en lo que Dios decía. Luego leemos acerca de cómo los hijos de Abraham aumentaron en la Tierra Prometida, y después fueron a Egipto, donde eventualmente cayeron en esclavitud y sufrieron durante siglos. Y cuando parecía que ese yugo era permanente, ¿qué hizo Dios? Él envió Su Palabra. En Éxodo 3:4, Dios comenzó con Moisés, hablándole a él. Ver una zarza ardiendo era algo extraordinario, pero solo una zarza en llamas no le comunicaba nada a Moisés. Aun los más estudiados eruditos no se ponen de acuerdo acerca del simbolismo de la zarza ardiendo. La clave es que Dios habló desde la zarza. Él dio Sus palabras a Moisés. Él lo llamó por medio de Su Palabra. La Palabra de Dios no solamente vino a Moisés y a sus descendientes, sino que también vino a toda la nación de Israel, llamándolos a ser Su pueblo.
En Éxodo 20, vemos que Dios dio Su ley a Su pueblo, y que al aceptar la ley de Dios ellos llegaron a ser Su pueblo. Fue por la Palabra de Dios que el pueblo de Israel fue constituido como el pueblo especial de Dios.
Continuando a través del Antiguo Testamento, vemos que la Palabra de Dios juega un papel tanto formativo como discriminatorio, pues algunas personas escuchan esa palabra y otras rehúsan escucharla. Considera, por ejemplo, la historia de Elías en 1 Reyes 18: «Y sucedió que después de muchos días, la palabra del SEÑOR vino a Elías […] diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y enviaré lluvia sobre la faz de la tierra» (v. 1 LBLA). La frase «la palabra del Señor vino» o sus equivalentes aparecen más de 3 800 veces en el Antiguo Testamento. La Palabra del Señor venía para crear y dirigir a Su pueblo. El pueblo de Dios eran aquellas personas que escuchaban las palabras de promesa de Dios y respondían en fe. En el Antiguo Testamento, la palabra de Dios siempre venía como un medio de fe. Esta era, en un sentido, un objeto secundario de fe. Dios, por supuesto, siempre es el objeto primario de nuestra fe —nosotros creemos en Dios— pero eso no significa mucho si ese objeto no es definido. Y ¿cómo definimos Quién es Dios y qué nos llama a hacer? Podríamos inventar nuestras propias ideas, o nuestro Dios puede comunicarnos la verdad. Nosotros creemos lo que Dios nos ha dicho. Nosotros creemos que de verdad Dios mismo ha hablado. Debemos confiar en Su Palabra y descansar en ella con toda la fe que pondríamos en Dios mismo.
Así que, vemos en el Antiguo Testamento que Dios dirigió a Su pueblo por Su Palabra.
¿Puedes ver por qué la Palabra de Dios es esencial como instrumento creador de fe? Nos presenta a Dios y Sus promesas —incluyendo todas las promesas individuales del Antiguo Testamento y del Nuevo, hasta llegar a la gran promesa, la gran esperanza, el gran objeto de nuestra fe, Cristo mismo. La Palabra nos muestra lo que debemos creer.
Para el cristiano, la velocidad del sonido (la Palabra que escuchamos) es en cierto sentido mayor que la velocidad de la luz (las cosas que podemos ver). Por así decirlo, en este mundo caído percibimos el futuro por nuestros oídos antes que por nuestros ojos.
En la gran visión de Ezequiel 37, vemos de manera extraordinaria que la vida viene al escuchar la Palabra de Dios:
La mano del SEÑOR vino sobre mí, y me sacó en el Espíritu del SEÑOR, y me puso en medio del valle que estaba lleno de huesos. Y él me hizo pasar en derredor de ellos, y he aquí, eran muchísimos sobre la superficie del valle; y he aquí, estaban muy secos. Y él me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y yo respondí: Señor DIOS, tú lo sabes. Entonces me dijo: Profetiza sobre estos huesos, y diles: «Huesos secos, oíd la palabra del SEÑOR. Así dice el Señor DIOS a estos huesos: “He aquí, haré entrar en vosotros espíritu, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, haré crecer carne sobre vosotros, os cubriré de piel y pondré espíritu en vosotros, y viviréis; y sabréis que yo soy el SEÑOR”» (v. 1–6 LBLA).
¡Esta es una visión alentadora! Si alguna vez has sido llamado a pastorear una iglesia que parece estar en sus últimos días, o si puedes recordar el sentimiento de desesperanza espiritual antes de que encontraras la salvación, entonces puedes ver por qué este es un gran pasaje de esperanza.
En los versículos 7–10 vemos lo que sucede cuando Ezequiel responde en obediencia a la visión:
Profeticé, pues, como me fue mandado; y mientras yo profetizaba hubo un ruido, y luego un estremecimiento, y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso. Y miré, y he aquí, había tendones sobre ellos, creció la carne y la piel los cubrió, pero no había espíritu en ellos. Entonces él me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: «Así dice el Señor Dios: “Ven de los cuatro vientos, oh espíritu, y sopla sobre estos muertos, y vivirán”». Y profeticé como él me había ordenado, y el espíritu entró en ellos, y vivieron y se pusieron en pie, un enorme e inmenso ejército.
Luego Dios le da a Ezequiel la interpretación de esta visión. Él dice que estos huesos representan a toda la casa de Israel, quienes dicen: «nuestra esperanza ha perecido» (v. 11). La respuesta de Dios a Israel, igual que con los huesos secos, es esta: «Pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis» (v. 14). Y ¿cómo lo hace? Él lo hace por medio de Su Palabra. Para dejar el punto totalmente claro, Dios ordena a Ezequiel que empiece a predicar a este montón de huesos secos, y a través de esa predicación de la Palabra Dios trae vida a los huesos. Dios hace que Ezequiel les hable Su Palabra mientras están muertos, y cuando el profeta lo hace, ¡ellos son vivificados!
La visión de los huesos secos refleja la manera en que Dios llamó a Ezequiel a hablar a una nación que no le escucharía. También refleja la forma en que Dios mismo habló al vacío y creó Su mundo —por el poder de Su Palabra. Nos recuerda, además, lo que sucedió cuando el Verbo de Dios vino al mundo en la persona de Cristo: «En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció» (Juan 1:10). Sin embargo, a través de ese Verbo, a través del Señor Jesús, Dios ha comenzado a crear Su nueva sociedad en la tierra.
Dios le dijo a Ezequiel que hablara a los huesos secos. La vida vino a través del aliento; el Espíritu viajó a través del habla; y esa Palabra de Dios, Su aliento, dio vida. ¿Ves la conexión cercana entre la vida, el aliento, el espíritu, el habla y la palabra? Esto nos recuerda ciertos momentos del ministerio de Jesús. Por ejemplo, «le trajeron un sordo […] y levantando los ojos al cielo, gimió y le dijo: ¡Sé abierto! Al momento fueron abiertos sus oídos» (Marcos 7:32, 34–35). Jesús habló a un hombre sordo, y sus oídos fueron abiertos. ¡La vida regresó a sus oídos! Jesús llamó a Su pueblo a Sí mismo de la misma manera que Ezequiel profetizó: «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne» (Ezequiel 36:26).
Esta es la gloriosa realidad que los cristianos hemos experimentado. Como le dije a un testigo de Jehová una vez, los cristianos sabemos que estamos espiritualmente muertos, y que necesitamos que Dios produzca Su vida en nosotros. Necesitamos que Él baje y arranque nuestros viejos corazones de piedra y ponga en nosotros nuevos corazones de carne que le amen —corazones que sean sensibles a y moldeables por Su Palabra. Y eso es exactamente lo que Jesucristo hace por nosotros. Él está creando un tipo diferente de personas, un pueblo que muestra la vida de Dios en ellos al escuchar Su Palabra y responder a ella por Su gracia.
Esto nos trae al retrato supremo de la Palabra de Dios produciendo vida:
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios […] Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (Juan 1:1, 3–4).
Es en Cristo que la Palabra de Dios ha venido a nosotros de manera completa y definitiva.
Jesús expresó esa gran verdad en Su propio ministerio. Al principio de Su ministerio, cuando Sus discípulos le dijeron que muchas personas lo estaban buscando porque querían que hiciera ciertos milagros y los sanara, Jesús respondió: «Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido» (Marcos 1:38). Si continuamos leyendo el Evangelio de Marcos, vemos que Jesús sabía que Él había venido fundamentalmente a dar Su vida por nuestros pecados (cf. 10:45); pero para que ese evento fuera entendido, Él tenía que enseñar primero.
Fue la Palabra de Dios lo que Pedro predicó en Pentecostés (Hechos 2). Dios produjo vida por medio de Su Palabra. Hombres y mujeres escucharon la verdad acerca de Dios, sus pecados y la provisión que Dios había enviado en Jesús. Y cuando escucharon el mensaje, se compungieron de corazón y dijeron: «varones hermanos, ¿qué haremos?» (Hechos 2:37). La Palabra de Dios creó a Su pueblo. La iglesia fue fundada por la Palabra.
No quiero dar la impresión de que el cristianismo es solamente un montón de palabras —pero las palabras son importantes. En la Biblia vemos que Dios actúa, pero eso no es todo. Después de actuar, Dios habla. Él interpreta lo que ha hecho para que nosotros podamos entenderlo. Dios no permite que Sus acciones hablen por sí mismas; Él habla para darnos la interpretación de Sus grandes obras de salvación.
Esta naturaleza «verbal» de Dios encaja con la manera en la cual Él nos ha creado. Considera nuestras relaciones humanas. ¿Cómo llegamos a conocernos unos a otros? Podemos llegar a conocernos a través de la simple observación. Los cónyuges pueden aprender el uno del otro a través de la intimidad física. Pero hay una parte profunda de conocernos unos a otros que puede existir solamente a través de algún tipo de comunicación cognitiva. Las palabras son importantes para nuestras relaciones.
Tú me dices que tienes una relación muy buena con tu perro (después de todo, ¡él es el mejor amigo del hombre!), y que amas a tu perro, aunque nunca podría hablarte o comunicarse cognitivamente contigo. Cuando llegas a casa, él mueve su cola. Él corre hacia ti. Él quiere lamerte. Miras sus ojos y ves que son tan comprensivos. Él entiende de qué se trata la vida y nunca te abandonará. Entiendes que eso es amor, así que ¿quién necesita las palabras?
Bueno, las palabras son importantes. Si llegaras a tu casa un domingo y tu perro te mirara y, como si nada, te dijera: «¿Cómo te fue en la iglesia?». ¡Te aseguro que eso cambiaría tu relación con tu perro! Te mostraría exactamente lo importantes que son las palabras en las relaciones.
Puesto que nos hemos separado de Dios por nuestro pecado, Dios debe hablar para que tengamos la posibilidad de conocerlo. Por eso el trabajo de uno de los antiguos miembros de nuestra iglesia, Carl F. H. Henry, ha sido tan importante. En su magnum opus de seis volúmenes, God, Revelation, and Authority [Dios, revelación y autoridad], él enfatiza exactamente este punto —que Dios no será conocido si no habla, y no podemos conocerlo si Él no ha hablado una palabra en la cual nosotros podamos confiar. Dios mismo debe revelarse. Ese es el punto de la Biblia. Debido a nuestros propios pecados, nunca podríamos conocer a Dios de otra manera. O Él habla o estamos perdidos para siempre en las tinieblas de nuestras propias especulaciones.
Vemos esto claramente a lo largo del Nuevo Testamento. Considera Romanos 10:17 (LBLA): «Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo». Esta «palabra de Cristo» es el gran mensaje del evangelio: que Dios nos creó para conocerlo, pero que nosotros hemos pecado y nos hemos apartado de Él; que por lo tanto Dios en Su gran amor ha venido en la persona de Jesucristo, Quien ha vivido una vida perfecta, llevando nuestra carne y nuestras debilidades; que Él murió en la cruz específicamente como sustituto de todos aquellos que se volverían a Él y confiarían en Él; que ha sido levantado por Dios de los muertos como testimonio de que Dios ha aceptado Su sacrificio; y que ahora nos llama a arrepentirnos y a confiar en Él, así como Abraham confió en la Palabra de Dios que llegó a él en Ur de los caldeos hace muchos siglos.
En Romanos 10:9, justo antes de esto, Pablo escribe «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo».
El camino a la salvación es confiar y descansar en la verdad de que Dios levantó a Cristo Jesús. Este es el camino para ser incluido en el pueblo de Dios. De manera que vemos, una vez más, que Dios siempre ha creado a Su pueblo al hablar Su Palabra. Y Su Palabra más excelente es Cristo. Como el autor de la carta a los hebreos inició su mensaje:
Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo (Hebreos 1:1–2).
Como creyentes viviendo después de la caída pero antes de la Ciudad Celestial, estamos en un momento de la historia en que la fe es fundamental, y por ende la Palabra debe ser fundamental —¡porque el Espíritu Santo de Dios crea a Su pueblo por Su Palabra! Podemos crear un pueblo por otros medios, y esta es la gran tentación de las iglesias. Podemos crear un pueblo centrado en la identidad étnica. Podemos crear un pueblo centrado en un programa coral completo. Podemos encontrar personas que se entusiasmen por un proyecto de construcción o por una identidad denominacional. Podemos crear un pueblo a partir de grupos de apoyo, en los cuales todos se sientan amados y apoyados. Podemos crear un pueblo centrado en un proyecto de servicio comunitario. Podemos crear un pueblo centrado en oportunidades sociales para madres jóvenes o cruceros por el Caribe para solteros. Podemos crear un pueblo centrado en grupos de hombres. Podemos crear un pueblo centrado en la personalidad de un predicador. Y Dios puede, desde luego, usar todas estas cosas. Pero en última instancia, el pueblo de Dios, la iglesia de Dios, solamente puede ser creado por la Palabra de Dios.
Cuando le preguntaron acerca de sus logros como reformador, Martín Lutero dijo: «Yo simplemente enseñé, prediqué y escribí la Palabra de Dios, aparte de eso no hice nada […] la Palabra lo hizo todo»22. La Palabra de Dios produce vida.
EL PAPEL DE LA PALABRA DE DIOS EN LA PREDICACIÓN
La sección más extensa del Nuevo Testamento que habla acerca de cómo debe ser la reunión de los cristianos se encuentra en los capítulos 11–14 de 1 Corintios. La mayor preocupación de Pablo está resumida en 14:26: «Hágase todo para edificación». A través de 1 Corintios, este es el criterio de Pablo para decidir qué hacer en la congregación. Se deduce, entonces, que tal criterio de utilidad para la edificación debería ser aplicado especialmente a aquello que hemos descrito como central para la congregación cristiana —la predicación. ¿Cuál es la predicación que más edificará a la iglesia? Sin duda, la respuesta debe ser la predicación que expone la Palabra de Dios al pueblo de Dios.
Ciertamente no toda predicación es bíblica. John Broadus bromeó en una ocasión diciendo: «Si algunos sermones tuvieran viruela el texto nunca se contagiaría»23. ¿Tienes alguna duda de que la predicación expositiva debería ser la dieta básica de predicación en tu congregación? Cuando Dios le dio a Moisés instrucciones para los reyes que gobernarían en Israel, ¿recuerdas qué exigía Dios de ellos? En Deuteronomio 17:18–20 (LBLA) leemos: «Y sucederá que cuando él se siente sobre el trono de su reino, escribirá para sí una copia de esta ley en un libro, en presencia de los sacerdotes levitas. La tendrá consigo y la leerá todos los días de su vida, para que aprenda a temer al SEÑOR su Dios, observando cuidadosamente todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos y no se desvíe del mandamiento ni a la derecha ni a la izquierda». Y ¿qué caracteriza al hombre justo en el Salmo 1? «Que en la ley del SEÑOR está su deleite, y en su ley medita de día y de noche» (v. 2 LBLA). Ese deleite se repite en cada estrofa del gran Salmo 119: «Siete veces al día te alabo, a causa de tus justos juicios» (v. 164); «Mi alma ha guardado tus testimonios, y los he amado en gran manera» (v. 167); «tu ley es mi delicia» (v. 174). Dado este deleite en la Palabra de Dios, suministrar esa Palabra debe ser el maravilloso objetivo de la predicación cristiana.
Además, vivimos en una era alfabetizada en la cual todos estamos familiarizados con la palabra impresa y tenemos la Palabra de Dios separada en capítulos y versículos y traducida y fácilmente accesible. ¿Por qué no aprovechar esto en nuestra predicación? En otros tiempos, cuando los predicadores tenían pocas de estas ventajas, Crisóstomo, Agustín, y otros, predicaban series consecutivas de sermones a lo largo de porciones de la Escritura. En su Tercer sermón: Lázaro y el hombre rico, Crisóstomo dijo: «A menudo les digo con antelación el tema del cual hablaré, de manera que puedan tomar el libro en los días previos, revisar el pasaje completo, aprender qué dice y qué no, y estar más preparados para aprender cuando escuchen lo que les diré»24.
Con ese compromiso de traerle a su gente la Palabra de Dios, Crisóstomo estaba siguiendo las pisadas de Moisés, a quien Jetro le encargó que enseñara la ley al pueblo (cf. Éxodo 18:19–20). Moisés estaba haciendo lo mismo que Josías, quien «leyó a oídos [del pueblo] todas las palabras del libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová» (2 Crónicas 34:30). Y Josías estaba haciendo lo mismo que Esdras y los levitas que regresaron, quienes «leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían sentido de modo que entendiesen la lectura» (Nehemías 8:8).
Este patrón de enseñanza en el cual la Palabra de Dios es central en la reunión del pueblo de Dios continuó hasta el ministerio de Cristo. En las sinagogas del tiempo de Jesús se leían las Escrituras en ciclos de lecciones de uno o dos años. Los lectores de la Palabra de Dios hacían comentarios acerca del texto, como hizo Jesús en Lucas 4. Es imposible determinar qué tanto las primeras iglesias seguían el patrón de reuniones de la sinagoga de aquel tiempo. Sin embargo, las series expositivas que sobreviven de Crisóstomo y otros predicadores cristianos antiguos sugieren que el patrón consecutivo y expositivo era extensamente practicado. Los sermones (o resúmenes de estos) en el Nuevo Testamento son pocos en número y muestran una preocupación por ser relevantes al entorno cultural de los oyentes; pero, más importante aún, muestran una preocupación por basarse en las Escrituras. Por supuesto, los primeros cristianos no tenían algunas de nuestras ventajas, como tener el texto de las Escrituras disponible para examinarlo incluso durante el sermón, de manera que la técnica de la predicación expositiva dependía con frecuencia de ayudas mnemónicas como la repetición del leccionario. Pero el sermón de Pedro en Pentecostés parece haber sido básicamente una meditación, exposición y aplicación de porciones de Joel 2 y Salmos 16 y 110. El escritor a los hebreos también dedica largas secciones a instruir acerca de los Salmos 95 (cap. 3–4) y 110 (cap. 7).
En todo esto, vemos que es bueno predicar la verdad; y es mucho mejor predicar de manera que las personas puedan ver dónde encontrar esa verdad. Como C. E. B. Cranfield, antiguo profesor de teología en Durham, dijo: «Hace mucho tiempo he creído que la práctica de predicar libros bíblicos enteros sección por sección, en orden, si se sigue inteligentemente y con sensibilidad, puede ser enormemente beneficiosa para la iglesia»25.
Esto es verdad tanto de pasajes del Antiguo Testamento como del Nuevo, ya sean versículos individuales o pasajes extensos.
Me encanta lo que Hughes Old dijo acerca de John MacArthur y su predicación expositiva: «Este es un predicador que no tiene nada de personalidad encantadora, buena apariencia o carisma. Este es un predicador que no ofrece una envoltura de homilética sofisticada. Nadie sugeriría que él es un maestro del arte de la oratoria. Lo que parece tener él es el testimonio de la verdadera autoridad. Él reconoce que la Escritura es la Palabra de Dios, y cuando él predica, es la Escritura lo que uno escucha. No es que las palabras de John MacArthur sean muy interesantes sino que la Palabra de Dios es incomparablemente interesante. Por esa razón lo escuchamos»26.
EL PAPEL DE LA PALABRA DE DIOS EN LA SANTIFICACIÓN
Debemos también considerar el papel de la Palabra de Dios en nuestra santificación. La Palabra de Dios debe ser central en nuestras vidas como individuos y como iglesia porque el Espíritu de Dios usa la Palabra para crear en nosotros fe y hacernos crecer. No exploraremos este punto tan detalladamente como lo hicimos con el anterior, pero es igual de claro en la Escritura. Como le respondió Jesús a Satanás, citando de Deuteronomio: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4:4; citando Deuteronomio 8:3). También conocemos las famosas palabras del salmista: «Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino» (Salmo 119:105).
Cuando observamos la historia de Israel y Judá en el Antiguo Testamento, vemos el poder santificador de la Palabra de Dios una y otra vez. Durante el reinado de Josías, en los días decadentes de Judá (2 Crónicas 34), la Ley —la Palabra escrita de Dios— fue redescubierta y fue leída al rey. La respuesta de Josías fue rasgar sus vestidos en arrepentimiento y luego leer la Palabra al pueblo. Una recuperación nacional llegó cuando la Palabra de Dios fue difundida. Dios usa Su Palabra para santificar a Su pueblo y hacerlo más como Él es.
Esto fue lo que el Señor Jesús enseñó también. En Su oración sumo sacerdotal Él oró: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (Juan 17:17). Y Pablo escribió que «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra» (Efesios 5:25–26).
Necesitamos la Palabra de Dios para ser salvos, pero también necesitamos que esta nos desafíe y nos moldee continuamente. Su Palabra no solamente nos da vida; también nos da orientación al continuar formándonos y moldeándonos a la imagen del Dios que nos habla.
En el tiempo de la Reforma, la Iglesia Católica Romana usaba una frase en latín que se volvió algo así como un lema: semper idem. Esto significa: «siempre lo mismo». Bueno, pues, las iglesias reformadas también tenían un lema «semper»: ecclesia reformata, semper reformanda secundum verbum Dei. «La Iglesia reformada, siempre reformándose conforme a la Palabra de Dios». Una iglesia sana es una iglesia que escucha la Palabra de Dios y continúa escuchando la Palabra de Dios. Esa iglesia está compuesta por cristianos individuales que escuchan la Palabra de Dios y continúan escuchando la Palabra de Dios, siempre siendo transformados y reformados por ella, siendo constantemente lavados en la Palabra y santificados por la verdad de Dios.
Por nuestra propia salud, individualmente como cristianos y colectivamente como iglesia, debemos continuar siendo moldeados de maneras nuevas y más profundas de acuerdo al plan de Dios en nuestras vidas, no de acuerdo a nuestros propios planes. Dios nos hace más similares a Él a través de Su Palabra, limpiándonos, refrescándonos, reformándonos.
Eso nos lleva a un cuarto punto importante.
EL PAPEL DEL PREDICADOR DE LA PALABRA DE DIOS
Si estás buscando una buena iglesia, el papel del predicador de la Palabra de Dios es lo primero que debes considerar. No me importa cuán amigables te parezcan los miembros de la iglesia. No me importa cuán buena pienses que es la música. Esas cosas pueden cambiar. Pero el compromiso de la congregación con la centralidad de la Palabra que escuchan del púlpito, del predicador, la persona especialmente dotada por Dios y llamada para ese ministerio, es lo más importante que puedes buscar en una iglesia.
En El fenómeno de las megaiglesias, Os Guinness cita un artículo de la revista The New Yorker lamentando que gran parte de la predicación hoy en día está orientada a complacer a la audiencia:
El predicador, en lugar de considerar el mundo, considera la opinión pública, tratando de identificar lo que el público quisiera escuchar. Luego hace todo esfuerzo por duplicar eso y traer su producto final al mercado en el cual otros están tratando de hacer lo mismo. El público, observando la cultura de la iglesia para entender el mundo, no encuentra nada más que su propio reflejo27.
Esto no debería ser así. Los predicadores no están llamados a predicar lo que es popular según las encuestas. La gente ya conoce eso. ¿Qué vida puede producir eso? No estamos llamados a predicar simples exhortaciones morales o lecciones de historia o comentarios sociales (aunque cualquiera de estas cosas puede ser parte de la buena predicación). Estamos llamados a predicar la Palabra de Dios a la iglesia de Dios y a todos en Su Creación. Así es como Dios da vida. Cada persona que está leyendo este libro —y yo, que lo he escrito— es imperfecta, tiene fallas y ha pecado contra Dios. Y lo terrible de nuestras naturalezas caídas es que buscamos incansablemente maneras de justificar nuestros pecados ante Dios. Cada uno de nosotros quiere saber cómo defenderse de los cargos que Dios tiene en su contra. Por lo tanto, necesitamos desesperadamente escuchar la Palabra de Dios predicada honestamente a nosotros, de manera que no solamente escuchemos lo que queremos escuchar sino lo que Dios realmente ha dicho.
Todo esto es importante, recuerda, porque el Espíritu Santo crea a Su pueblo por Su Palabra.
Por eso Pablo le dijo a Timoteo: «forma un comité». ¿Verdad? ¡Por supuesto que no! ¿«Realiza una encuesta»? ¡No! Pablo nunca le dijo a nadie que realizara una encuesta. ¿«Dedícate a visitar»? ¿«Lee un libro»? ¡No! Pablo nunca le dijo al joven Timoteo que hiciera ninguna de estas cosas.
Pablo le dijo a Timoteo, directa y claramente: «Predica la Palabra» (2 Timoteo 4:2 LBLA). Este es el gran imperativo. Por eso los apóstoles habían determinado desde el principio que, aunque había problemas con la distribución equitativa de la ayuda financiera en Jerusalén, la iglesia tendría que buscar a otras personas para que resolvieran esos problemas, porque «nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra» (Hechos 6:3–4). ¿Por qué tener esta prioridad? Porque esta palabra es «la palabra de vida» (Filipenses 2:16 LBLA). La gran tarea del predicador es sostener «firmemente la palabra de vida» frente a quienes la necesitan para sus almas.
Actualmente, algunos críticos sugieren que este antiguo método de comunicar la verdad de Dios en el cual una persona se para al frente y habla en un monólogo a otros debe ser reemplazado por algo menos racional, más artístico, menos autoritario y elitista, más comunitario y participativo. Necesitamos videos, afirman, y diálogos y danzas litúrgicas. Sin embargo, hay algo correcto y bueno en este antiguo método que lo hace apropiado, quizás incluso especialmente apropiado, para la cultura de nuestros días. En nuestra cultura subjetiva e individualista en la cual cada persona vive en su mundo, en esta cultura anti–autoridad en la cual todos están confundidos y confundiendo, es apropiado que nosotros nos reunamos y escuchemos a alguien parado en el lugar de Dios, dándonos Su Palabra mientras nosotros no contribuimos en nada más que escuchar y prestar atención. Hay un símbolo importante en este proceso en sí mismo.
Por supuesto que vendrá un día en el cual la fe dará lugar a la vista y los sermones no serán necesarios. Y permíteme decir que nadie espera ese momento tanto como yo y la mayoría de mis compañeros predicadores. Cuando llega el momento en que ya no necesitas fe porque puedes ver al Señor —ese es el clímax de la Biblia. «Verán su rostro» (Apocalipsis 22:4). En ese momento este viejo bastón de la fe podrá ser echado a un lado cuando corramos y veamos al Señor con nuestros propios ojos.
Pero no hemos llegado a ese momento aún. Todavía estamos trabajando bajo los resultados de los pecados de nuestros primeros padres y de nuestros propios pecados. En aquel día, la fe dará lugar a la vista finalmente, pero por ahora estamos en una etapa diferente — aunque por la gracia de Dios esta no es una etapa de desesperación total. Él nos da Su Palabra y Él nos da fe. Vivimos en un tiempo de fe. Y, por lo tanto, como nuestros primeros padres, como Noé y Abraham, los israelitas y los antiguos apóstoles, confiamos en la Palabra de Dios.
¿Qué significa todo esto para nuestras iglesias? La predicación de la Palabra debe ser absolutamente central. La predicación sana y expositiva es generalmente la fuente de crecimiento en una iglesia. Permite que un buen ministerio expositivo sea establecido y mira lo que sucede. Olvida lo que dicen los expertos. Mira cómo personas hambrientas son transformadas cuando el Dios vivo les habla a través del poder de Su Palabra. Como sucedió en la experiencia de Martín Lutero, esa atención cuidadosa a la Palabra de Dios es el camino a la salvación y es a menudo el principio de la reforma. Como dijo Pablo, «ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación» (1 Corintios 1:21).
Esto no significa que un ministerio así siempre será popular y bendecido con números crecientes de personas escuchando y siendo bautizadas. Pero sí significa que tal ministerio siempre será correcto. Y alimentará a los hijos de Dios con la comida que ellos necesitan. «No sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová» (Deuteronomio 8:3).
¿Tienes un empleo en el cual recibes muchas llamadas telefónicas? Tú sabes que no tienes que devolver algunas de esas llamadas. Sabes que puedes devolver algunas de ellas en cualquier momento, la semana siguiente o el mes siguiente. Pero algunas llamadas son tan importantes que al ver el identificador sabes que tienes que atenderlas de inmediato. ¿Qué pasaría si el mismo Señor te llamara? Creo que responderías inmediatamente. Decimos creer que la Biblia es verdaderamente la Palabra de Dios, Dios hablándonos; sin embargo, a menudo la ignoramos y la hacemos a un lado y nos negamos a apartar tiempo para pensar en ella. En cambio, nuestras vidas son consumidas por cosas como salir a cenar con un amigo, ver televisión o leer otros libros y no la Biblia. Esas cosas no son malas. Pero ¿qué significa cuando decimos que la Biblia es la Palabra de Dios? Significa que debemos escucharla y prestarle atención.
Muchas personas en estos días extraños, e incluso aquellas que dicen que la Biblia es la Palabra de Dios, no tienen la intención de obedecerla. No es sorprendente, entonces, escuchar que el 35 por ciento de personas que profesan ser cristianos nacidos de nuevo dicen que continúan buscando el significado de la vida —el mismo porcentaje entre aquellos que no son cristianos. ¿Qué bien te hace pensar que tienes la Palabra de Dios si no le prestas atención, si no la lees y si no oras con ella y pones tu vida en sumisión a ella?
La predicación debería tener cierto contenido, cierta transparencia en su forma. Las personas que escuchan la predicación deberían saber que están escuchando la Palabra de Dios predicada. Los miembros de la iglesia deberían animar a los predicadores, orar por ellos y buscar una predicación así, agradeciendo a Dios cuando esta llega. Es bueno predicar la verdad, y predicarla de manera que las personas puedan ver de dónde viene esa verdad. Eso, más que cualquier otra cosa, es lo que los cristianos necesitan.
Así que, ¿qué elementos se necesitan para tener una muy buena iglesia?
Más que estacionamientos, bancas, bienvenidas, programas, guardería, música y todas las cosas de las cuales te pregunté al principio de este capítulo, incluso más que el predicador, lo importante es lo que se predica —la Palabra de Dios. Porque «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4:4).
OTROS RECURSOS
• Para estudio grupal: Oyendo la Palabra de Dios: La predicación expositiva, un estudio bíblico inductivo de seis semanas de 9Marcas.
• Para un estudio más profundo: Preach: Theology Meets Practice [Predicación: Un encuentro entre la teología y la práctica], escrito por Mark Dever y Greg Gilbert.
• Para continuar meditando: Reverberation: How God’s Word Gives Light, Freedom, and Action to His People [Reverberación: Cómo la Palabra de Dios da luz, libertad y acción a Su pueblo], escrito por Jonathan Leeman.
LO QUE VIENE
Segunda marca: teología bíblica
• El Dios de la Biblia es un Dios creador
• El Dios de la Biblia es un Dios santo
• El Dios de la Biblia es un Dios fiel
• El Dios de la Biblia es un Dios amoroso
• El Dios de la Biblia es un Dios soberano