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Música y letra (y otras revelaciones)
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CERO Primero voy a hablar de un músico y de un disco (y de sus otros discos) y después de un libro y de un escritor.
Y ambos —músico y escritor, disco(s) y libro— son la misma persona, la misma cosa, ¿de acuerdo?
UNO Mark Oliver Everett es el líder y compositor de la banda solipsista EELS.
Y Cosas que los nietos deberían saber (Things the Grandchildren Should Know) es el cierre —epifánico y fóbico y aleccionador track número 33, un total de 93 minutos de duración, álbum doble— de Blinking Lights and Other Revelations, editado en 2005.
Y como en Electro-Shock Blues y Daisies of the Galaxy, entre otros, lo que se busca y se encuentra allí dentro son canciones felizmente tristes o más canciones tristemente felices.
Se sabe que Everett (mejor conocido como «Mr. E», mejor conocido aún como «Mr. E o E a secas») no es un tipo precisamente alegre.
Pero también es cierto que su música produce un raro optimismo iluminador que, seguro, habría hecho las delicias de Seymour Glass si éste no se hubiera suicidado. Alguna enciclopedia define todo esto como una forma musical llamada dysfunctional-americana o down lo-fi, que acaso empieza y termina en lo que hace Everett en EELS.
Y, sí, todas y cada una de las canciones de EELS piensan en una sola cosa: estamos aquí, no fue fácil, no es fácil, nunca va a ser fácil, y falta menos para el final. Vitales canciones desde este lado del túnel que, se supone, tiene una luz de muerte al final, pero vaya uno a saber.
Mientras tanto y hasta entonces, Everett nos confiesa que su pasatiempo favorito es imaginar cuánto tiempo pasará entre su último aliento y el hallazgo de su cadáver.
Hagan sus apuestas.
DOS Blinking Lights and Other Revelations puede ser considerado sin dificultad la obra maestra de Mark Oliver Everett hasta la fecha, y voy a referirme bastante a este álbum porque Blinking Lights and Other Revelations puede oírse como el soundtrack de este libro más allá de que haya sido grabado antes.
No importa.
Aquí —ahí— está el sonido para estas palabras. Esas melodías sofisticadamente sencillas, esa voz entre vieja y adolescente, pasajes instrumentales perfectos para silbar, momentos más engañosamente up, esos títulos —«Marie Floating Over the Backyard», «Last Days of My Bitter Heart», «Ugly Love», «Going Fetal», por ejemplo— y, de pronto, el convencimiento absoluto de que uno está escuchando un standard instantáneo. Algo como «If You See Natalie». Algo destinado a armonizar los bares de hotel del planeta a esa hora en que a nadie en este planeta se le ocurriría entrar a un bar de hotel.
Canción ésta y canciones todas que son como los capítulos de un libro que es éste que ahora tienen entre sus manos.
Y que suena exactamente así.
TRES Mark Oliver Everett comenzó a grabar Blinking Lights and Other Revelations en 1997, un año después del muy promocionado y apreciado debut de la banda, Beautiful Freak, paso siguiente a los dos buenos discos solistas —A Man Called E y Broken Toy Shop— que Everett ya había grabado a principios de los años noventa y de los que hoy reniega.
Y está visto y oído que su gestación fue lenta y doméstica. Everett grabó, poco a poco, paso a paso, Blinking Lights and Other Revelations en el sótano de su casa, y volvía a él —descendiendo las escaleras de su pena y sus blues— cada vez que le sucedía algo horrible.
Y como le pasaban cosas espantosas con cierta preocupante frecuencia, bueno, Everett regresaba allí abajo bastante seguido y sumaba canciones.
Y cuando escuchó el producto terminado, la discográfica no quiso saber nada del tema, de los temas, de los tracks.
Y no es que Blinking Lights and Other Revelations fuera muy diferente a los inmediatamente anteriores, Souljacker o Shootenanny! alabados por la crítica y, por lo tanto, apreciados por los ejecutivos del disco. Pero cabe pensar que sus aires despojados, el proyecto de cuadernillo rebosante de melancólicas fotos familiares y la explicación de Everett —con ese look de unabomber recién bañado, pero unabomber al fin— de que todo el asunto estaba inspirado en las «pausas silenciosas de las películas de Ingmar Bergman» debe de haber ahuyentado a los ejecutivos de la DreamWorks Records, aun cuando la saltarina «Hey Man (Now You’re Really Living)» tendría que ser un hit radial si viviéramos en un planeta mejor (lo que no quita que su letra aluda a ese curioso y eufórico estado de mente al que se accede cuando se comprende de una buena vez que uno nunca será como los demás, léase: normal, no importa lo que eso signifique).
Así que Everett se lo llevó todo a la mucho más arriesgada Vagrant (por donde ahora se pasean otros outsiders como Paul «The Replacements» Westerberg, que también graba en el sótano y la cocina de su casa) y todos felices.
Y, ahora que lo pienso, es como si —de algún modo— este libro, Cosas que los nietos deberían saber fuera, por fin, la piedra Rosetta que decodificara la Eels way of life and way of thinking y, sobre todo, su way of feeling. La explicación y la descripción de un sonido, de una manera de sonar.
Cosas que los nietos deberían saber es un viaje al fondo de Mark Oliver Everett.
Y es un fondo oscuro, sí.
Muy oscuro.
Más oscuro que un sótano.
Pero, también, es un fondo oscuro con lucecitas parpadeantes como las de un árbol de Navidad. Como el de ese árbol al final de esa película de final falsamente feliz llamada It’s a Wonderful Life: título perfecto para una de esas perfectas canciones de EELS donde se nos recuerda, maravillosamente, que la vida no es maravillosa, que vivir no es cosa sencilla, pero que aun así...
CUATRO En alguna parte leí que Bush II y Dick Cheney habían intentado prohibir a EELS por considerarlo «nocivo para la juventud», por «deprimente», por su «uso indiscriminado de malas palabras» o algo por el estilo.
En alguna otra parte leí que son varios los que consideran a Mark Oliver Everett «un maldito»: alguien que contagia una melancólica mala suerte (Everett visita la casa del difunto Johnny Cash y la casa arde hasta los cimientos a los pocos días), y por las dudas no se animan a cruzar la calle con él.
Pero no estoy del todo seguro de dónde leí esas cosas.
Ahora, muchas de ellas, la verdad sobre todas esas leyendas urbanas marca EELS aparece, resplandeciente, en este libro crepuscular, de puño y letra y notas y voz del protagonista del asunto.
Ese asunto es, sí, la vida y la obra de Mark Oliver Everett.
De lo que sí me acuerdo a la perfección es que EELS tocó en Barcelona hace ya unos cuantos años —cómo pasa el tiempo...— y que fui a verlo y que, a la hora de los bises y de hits como «Novocaine for the Soul» y esa casi versión sedada con morfina de «La Bamba» que es «Mr. E’s Beautiful Blues», Everett no volvió a salir y optó por enviar a su baterista Butch a tocarlos y cantarlos.
Y, como corresponde, sonaron felizmente deprimentes.
CINCO Alguna vez teoricé —y más de una vez lo llevé a la práctica— que no había mejor música de fondo posible para leer lo nuevo de Douglas Coupland y releer lo viejo de Jerome David Salinger que cualquiera de los varios álbumes de EELS.
Ya saben, insisto: música triste pero cálida, historias trágicas cantadas con una triunfante sonrisa vencida, melodías de cajita de música que se abre y se cierra igual que ciertos ataúdes que ya no volverán a abrirse y que, en llamas o bajo tierra, seguirán sonando en nuestra memoria.
SEIS Hacer un alto aquí y caminar —no correr— a escuchar otra vez «Something Is Sacred» o «PS: You Rock My World» y comprender a lo que me refiero apenas más arriba. Algo hace clic cuando se oyen, ¿no?
SIETE Y ahora —por fin, melódica justicia poética— llega el momento en que la música de EELS se convierte en el soundtrack perfecto para leer Cosas que los nietos deberían saber, primer libro de Mark Oliver Everett.
OCHO ¡MÚSICA ROCK! ¡MUERTE! ¡GENTE LOCA! ¡AMOR!, advertía el sticker circular pegado en la delicada portada —fondo gris, tipografía clásica, el grabado de un árbol perdiendo sus hojas— de la edición británica y original de Cosas que los nietos deberían saber.
Y era verdad y no mentía.
Todo eso y mucho más aparece ahí dentro y buscad EELS en la Wikipedia y —en el desglose de la entrada— hay todo un ítem | apartado con el título de «Tragedias familiares».
Y, sí, Mark Oliver Everett está familiarizado con la tragedia y para él la tragedia es algo muy pero muy familiar.
Y cualquier seguidor de EELS lo sabe y sabe que Everett vive para cantarlo: porque sus canciones están construidas en buena parte sobre la fúnebre saga de los suyos contemplada con una mezcla de puro sentimiento y lógica científica.
Y el día que se filme la biopic de Everett, bueno, ahí está Wes Anderson como director perfecto.
NUEVE Y es que las tragedias familiares de Mark Oliver Everett son muchas, demasiadas.
Hermana depresiva y drogadicta y suicida.
Madre adorada que sucumbe a tumor inoperable.
Padre militar y científico y distante (tema de un reciente y brillante documental Parallel Worlds, Parallel Lives, emitido por la BBC4) y con el que Mr. E siempre tuvo una relación traumática, al punto de confesar en su libro que la vez que se sintió más cerca física y afectivamente de él fue a sus diecinueve años cuando intentó resucitarlo, en vano, golpeándole el pecho luego de que tuviese un ataque cardíaco.
Prima azafata —y su marido— que volaban juntos en aquel avión que se estrelló aquel día contra aquel Pentágono ( Jennifer se llamaba y, antes de subir para caer, le envió una postal a Everett desde el aeropuerto que decía LA VIDA ES FABULOSA).
Y, ya que estamos en el tema de las caídas libres (ver el capítulo de su libro dedicado a cómo nuestro héroe fue sucesivamente debilitado por el supuesto sexo débil) sucesivas novias que lo abandonan y una esposa rusa y dentista que un día lo deja sin anestesia y con la boca abierta.
Todo esto, claro, ya había sido cantado —más o menos codificado— en Beautiful Freak (1996), Electro-Shock Blues (1998), Daisies of the Galaxy (2000), Souljacker (2001), Shootenanny! (2003), en el ya mencionado Blinking Ligths and Other Revelations (2005) y en el flamante Hombre Lobo (2009); en las revisiones live en Oh, What a Beautiful Morning (2000), Electro-Shock Blues Show (2002), el magnífico CD/DVD Eels with Strings: Live at Town Hall (2006); en los cromos difíciles pre-EELS firmados por E, A Man Called E (1992) y Broken Toy Shop (1993), donde ya hay temas con títulos como «Hello Cruel World», «I’ve Been Kicked Around», «Fitting in with the Misfits» y «Permanent Broken Heart»; y en ese eslabón perdido (si lo ven o lo oyen, avisen por favor) que es el fantasmagórico y esquivo debut de 1985, apenas cien copias, Bad Dude in Love, firmado por Mark Everett. Y ya que nos paseamos por aquí, está también la esquiva figura de ese disc-jockey apócrifo y doble personalidad à la Hyde que es MC Honky, responsable o irresponsable de This Is MC Honky!: I’m the Messiah (2000).
Pero no importa el año o la encarnación o la siempre cambiante formación de la banda (E suele tener problemas con sus bateristas) o sus cambios de humor y de sonido (he visto a EELS tres veces en vivo y una vez fue pop, otra punk, y otra estuvo junto a un delicado ensamble de cuerdas); lo que importa es la inamovible voluntad de entristecer con la tristeza hasta conseguir en el oyente una rara forma de euforia.
Everett —tal vez el único heredero digno y posible de alguien como Randy Newman dentro del panorama musical norteamericano— ha conmovido y emocionado desde que casi todos lo escucharon por primera vez en ese agónico pero catártico «Novocaine for the Soul» hasta la descorazonadora pero aun así consoladora de «I’m Going To Stop Pretending That I Didn’t Break Your Heart».
Y la leyenda continúa y el cómo y el porqué de todas las canciones entre uno y otro extremo se revisitan en las dos antologías (impagables los comentarios de Everett a cada una de las canciones, precedidos por ensayos de Giles «Hijo de George» Martin y de Mark Edwards) y se explica en este libro de memorias que poco y nada se parece a la memoir habitual de la pop star de turno. Y que está a la misma altura —por su candor confesional así como por sus modales nerviosos— que lo que en su momento hicieron con la narración de sus vidas gente como Ray Davies y Bob Dylan.
Y es el mismo Everett —apadrinado por Pete Townshend y definido como «el Kurt Vonnegut del rock» por Rolling Stone— quien se ríe de la cuestión ya en las primeras páginas cuando dice:
Ya que estamos, ¿qué clase de ego hace falta tener para escribir un libro sobre tu vida y pensar que le puede interesar a alguien? ¡Uno enorme! Pero no tan grande para pensar que fui creado a imagen y semejanza de Dios. A no ser que Dios sea un ectomorfo peludo y de hombros caídos (y no quiera Dios que me olvide de usar la omnipotente «D» mayúscula). Sé también que no soy el tío más famoso del mundo. La gente no lanza rumores sobre hámsters atascados en mi recto, ni nada por el estilo. Hay quienes están convencidos de que he saboteado voluntariamente mi carrera con algunas de mis decisiones «profesionales», pero no es así. Nunca he querido ser famoso por el simple gusto de ser famoso. Me propuse hacer algo bueno en este mundo, lo mejor que pudiese, y ése es el único objetivo. Vamos, que hago solo lo que quiero hacer y dedico una cantidad de tiempo enorme a decir que no a las estupideces que me piden que haga y que sé que no me convienen. No soy un tío famoso de verdad, y esos son los que suelen escribir libros sobre sus vidas, pero aun así he pasado por unas cuantas situaciones y he decidido que ha llegado el momento de ponerlas por escrito. Ésta no es la historia de alguien famoso. Es solamente de la vida de un tío (uno que además se ve de vez en cuando metido en situaciones similares a las de la vida de un tío famoso). Ponerse a hacer esto tiene una carga inherente de EGO, de QUÉ IMPORTANTE SOY, que me hace sentir incómodo. Pero no me habría puesto a ello si no creyese que la mía es una historia bastante peculiar. No soy tan importante. Gracias a la educación que recibí, ridícula, trágica a veces y siempre inestable, me fue concedido un don, el de una inseguridad abrumadora. Una de las cosas que se le nota enseguida a la gente con problemas mentales es el ensimismamiento continuo. Creo que se debe a que tienen que esforzarse por ser quienes son y les cuesta muchísimo ir más allá. Yo no soy la excepción. Pero afortunadamente he encontrado la manera de hacerme frente a mí mismo y a mi familia tratándolo todo y a todos como un proyecto artístico en constante renovación para disfrute de todos vosotros. ¡Disfrutad! ¡De nada!
Y recuérdenlo: Everett bautizó EELS a su banda para que en las tiendas sus discos se ubicaran automáticamente a continuación de sus proyectos en solitario.
Everett, por supuesto, se olvidó de que existía otra banda bastante conocida llamada Eagles.
DIEZ Y la sorpresa no es que Cosas que los nietos deberían saber haya sido un best seller en Inglaterra, donde fue recibido como el mejor libro de autoayuda que no intenta ayudar a nadie pero que lo consigue casi sin proponérselo. Porque Cosas que los nietos deberían saber trata de cómo triunfar en el panorama musical sin por eso tener que venderse y, también, de lo que se siente esa inolvidable y definitiva mañana en la que, cepillándote los dientes frente al espejo del baño, descubres que tu rostro se ha convertido en el rostro de tu padre.
Y que te mira —te miras— fijo y a los ojos.
Y que, de algún modo, lo entiendes todo y te comprendes del todo.
Por fin, al fin.
En una reciente entrevista, Mark Oliver Everett explicó que, habiendo agotado el tema de su familia en verso y en prosa, ahora se veía en la rara situación de tener que salir a buscar nuevo material.
«Supongo que tendré que encontrar otra familia sobre la que escribir», dijo.
Y agregó: «Dentro de cuarenta años tengo planeado escribir el segundo volumen de mis memorias y, si todo va bien, mi objetivo es que sea un libro verdaderamente aburrido».
No sé por qué, pero algo me dice que tal vez haga lo primero pero difícilmente logre lo segundo.
Sus nietos jamás se lo perdonarían.
Nosotros tampoco.
«No todo es bueno y no todo es malo|No creáis en todo lo que leéis|Yo soy el único que sabe cómo es|Así que he pensado que mejor os lo cuento|Antes de irme», canta Mark Oliver Everett al final de «Things the Grandchildren Should Know», en Blinking Lights and Other Revelations.
Y aquí cumple su palabra, y su letra y su música.
Ahora, a cepillarse los dientes mientras se lee este libro.
Ahora, a mirarnos leyendo.
Ahora, por fin, a vernos.
Aquí estamos y sí, están tocando nuestra canción, nuestras canciones. Leámoslas para oírlas sonar.
>Así suenan.
Suenan tristes, pero suenan tan bien.
Crean en todo lo que van a leer aquí.
De verdad.