Читать книгу En la oscuridad - Mark Billingham - Страница 16
ОглавлениеNUEVE
LOS NIÑOS NUNCA DEJAN DE PEDIR COSAS, PENSÓ THEO, salvo cuando están dormidos, que nunca es cuando necesitabas que lo estén. Lloran y les das de comer. Lloran, y les limpias el culo. A veces lloran sólo para mosquearte, o eso le parecía...
Entonces los muy listos te miraban, les olías la cabeza y ya no te importaba tanto.
Javine había salido sobre las siete. Sólo llevaba tres horas con el niño, pero se sentía como si hubiese corrido una maratón. Intentaba estar pendiente de todo, limpiando según ensuciaba, colocándolo todo bien para que Javine no lo encontrase desordenado al volver. Para que no hubiese discusiones. Estaba decidido a no cagarla, había seguido las instrucciones que Javine le había apuntado en todo momento.
Asegúrate de que la leche está bien echándote un poco en el dorso de la mano.
Utiliza bolas de algodón y agua templada, las toallitas le agravan el eccema.
Y esta vez ponle los pañales del derecho, ¡capullo!
Antes de las ocho ya se sentía agotado y no sabía cuándo iba a volver Javine. Tenía intención de preguntárselo cuando se estaba arreglando, pero pensó que era mejor no presionar. Logró echar una cabezada de unos minutos delante de la tele, con el niño bastante contento en su hamaca, pero no duró mucho.
Había sido divertido darle de comer, dentro de lo que cabe. Theo había disfrutado de los resoplidos y los ruidos del bebé al sorber, de sus deditos agarrándose al cuello de su camiseta. Lo de hacerle echar los gases también había sido divertido, aunque sólo fuese al principio. Se había reído a carcajadas con el eructito y había dicho «Así, échalo fuera, tío», luego le echó una buena reprimenda al ver el rastro de vómito lechoso sobre su camiseta favorita.
Utiliza una gasa para sacarle los gases.
El timbre sonó cinco minutos después de meter al niño en la cuna.
Ponle boca abajo y frótale la espalda.
Tienes que encenderle el dragón y el móvil.
A lo mejor necesita agarrarte el dedo unos minutos.
Theo se levantó de un salto y corrió a la puerta, intentando llegar antes de que volviese a sonar el timbre, pero el llanto empezó cuando echó la mano al cerrojo.
Era Easy. Con una sonrisa de oreja a oreja, haciendo tintinear unas cervezas dentro de una bolsa de plástico. Theo se dio la vuelta y dejó la puerta abierta.
Cuando volvió al salón cinco minutos después, con el bebé refunfuñando en sus brazos, Easy estaba instalado en el sofá con una lata abierta, viendo Men & Motors. Indicó la tele con la cabeza.
—Después dan algo con unas strippers —levantó la vista y vio a Theo allí de pie, frotando la espalda del niño, arrullándolo—. Tío, es ridículo verte hacer esa mierda.
Theo se encogió de hombros.
—Javine nunca puede salir.
—¿Y una canguro?
—Son cinco libras la hora —dijo Theo.
—Deberías poder salir si quieres, tío —Easy se recostó, meneando la cabeza—. Es básico. Ver a los colegas, hacer algo de negocio si hace falta.
—No me lo puedo permitir.
—Para empezar necesitas ganar más pasta —dijo Easy—. Tienes que encontrar algo más, ¿me entiendes?
—A lo mejor debería hacerme canguro.
El niño parecía bastante contento en sus brazos, así que Theo se sentó junto a Easy, se estiró para coger una cerveza. Easy se acercó para acariciarle un brazo al niño.
—¿Cómo se llama?
Theo le miró.
—Ya sabes cómo se llama, tío.
—No me puedo acordar de todo.
—Se llama Benjamín —dijo Theo—, Benjamín Steadman Shirley —Benjamín como el padre de Javine; Steadman como el suyo; Shirley aunque él y Javine no estaban casados.
Easy asintió.
—Mola, tío.
—Sip —Easy lo había dicho como si estuviese contemplando los accesorios de un móvil nuevo o la imagen de una pantalla de plasma.
Vieron la tele un rato y hablaron un poco de todo, luego Easy empezó a desviar la conversación hacia los negocios. Hizo reír a Theo quejándose de uno de los camellos.
—Está tardando cinco minutos en llevar el dinero a donde hace falta. Debería tardar dos, como máximo. Parece que tiene una pata de palo, tío, te lo juro —luego le habló sobre la reunión de esa semana con Wave. De lo bien que había ido—. Cree que es buena idea lo que hablamos, ¿sabes?
—¿El qué?
—Lo de que subas un poco. ¿Qué te parece?
—¿Qué dijo exactamente?
—Lo que te he dicho. Si a mí me parece buena idea, a él le parece buena idea. Le dije que eras de fiar, que te dejas el culo trabajando, todo eso.
—Gracias, tío —Theo acarició la cabeza de su hijo, vio la actuación de las strippers en Men & Motors—. ¿Cuánto más crees que ingresaría a la semana?
Easy estrujó su lata de cerveza vacía y fue a coger otra.
—Más, eso es lo que importa, ¿no? Todo eso son detalles, tío. Primero tenemos que hacer que suceda, ¿me entiendes? Rebuscó en el bolsillo, sacó un papel y le enseñó a Theo lo que había escrito sobre él, el testimonio que Wave le había pedido. Mientras Theo lo leía, Easy se quedó allí sentado, con ojos de cordero degollado, como si fuese una carta de amor.
Theo fue sensible con el bochorno de su amigo y le lanzó un beso.
—Eres un encanto.
—Que te den.
Theo decidió no sacar a relucir el hecho de que apenas era legible, o mencionar las faltas de ortografía que había en cada frase; imaginó que a Wave tampoco le iba a importar demasiado. Le devolvió el papel.
—No, de verdad. Te lo agradezco, en serio.
—Será mejor que no me dejes tirado, tío —dijo Easy.
—Sabes que no lo haré. Ahí lo has dicho.
—Tienes que ponerte a prueba, ¿me entiendes? Pasar el examen, ¿vale?
Theo se rio.
—¿Qué es eso? ¿Juramentos secretos y mierdas así? ¿Un rito de iniciación?
—Sólo tienes que probar que puedes dar el paso, eso es todo.
—¿Me vas a meter la cabeza en el váter, como en la escuela?
—Bueno, más o menos, tío. Estará chupado. Quieres esto, ¿no, T? Estás preparado, ¿no, tío?
Theo podía ver la emoción en la cara de Easy, oírla en su voz, y era lo bastante listo para imaginar por qué. Por amigos que fuesen, Theo suponía que tendría que pagar un precio más adelante. Tal vez Easy le pidiese un favor o dos en algún momento, o reclamase parte de cualquier extra que cayese en manos de Theo. Le parecía bien. Theo sabía cómo funcionaba, amigos o no, y aquello sólo iba a pasar porque Easy había hablado bien de él.
Un pequeño precio le parecía bien.
Se quedó allí sentado, pensando en cómo sería conducir algo que los chavales mirasen desde las sombras junto a los garajes. Tener pasta suficiente para tener contenta a Javine y presumir por ahí cuando quisiese. Pasta suficiente para él y para ahorrar un poco para Benjamín, y tal vez también para Angela.
Tener para desparramar y para ahorrar.
Easy también se quedó allí, mirando a Theo y a su hijo y pensando dónde conseguir el coche para esa noche. Qué clase de pistola usar.
El piso estaba vacío cuando Paul volvió a casa, y ya había empezado a marcar el móvil de Helen cuando recordó que iba a comer en casa de su hermana. Metió una pizza en el horno y vio las noticias mientras comía. Abrió la puerta corredera que daba a lo que irrisoriamente llamaban balcón, se sentó con los pies apoyados en la barandilla y encendió un pitillo. Era una noche cálida y podía oler la menta que Helen cultivaba en una maceta, el jazmín que se negaba tozudamente a trepar por una pequeña pérgola de madera.
Después de que Frank le dejase tirado, era un gran alivio que las cosas pareciesen funcionar con Shepherd. Ahora podía relajarse un poco, permitirse pasar un poco más de tiempo haciendo lo que oficialmente le pagaban para que hiciese. Tampoco era que su colaboración con Shepherd fuese a impedirle buscar otras cosas por ahí. Había un montón de hombres de negocios en busca de consultores que contratar, ansiosos por hacer negocios con tipos como él.
Polis con algún que otro picor que rascar.
Un pensamiento prendió la mecha del otro, efervescente y corrosivo, y le cambió el humor en el tiempo que tardó en apagar el cigarrillo.
Apagar. La. Puta. Colilla.
Algún que otro picor...
Había visto al capullo que se la había pegado con Helen un par de veces. Le había vigilado. Había averiguado la dirección de su casa y había ido en coche hasta allí, se había quedado fuera hasta que el hombre salió y se subió a su mierda de Ford Follamóvil. Se quedó mirando fijamente el coche durante un buen rato. Pensó en empotrarse contra él allí mismo, en aquel momento, aplastar a aquel gilipollas contra el alerón y luego arrojar su cadáver al asiento trasero, cosa que, teniendo en cuenta toda la situación, le habría dado un toque de clase.
Había tenido algunos momentos más oscuros en los que realmente había reflexionado sobre el tema, en los que había considerado fríamente las formas en que podía hacerlo, formas más elaboradas. Había pensado que probablemente podría hacerlo sin que le cogiesen, si tenía cuidado y, aunque no lo tuviese, podía encontrarse con algún que otro poli que haría la vista gorda tan contento.
Por supuesto, no había hecho nada. Lo había dejado pasar un poco y enquistarse. Y torturaba a Helen cada vez que se presentaba la ocasión.
Ella volvió un poco después de las once, él estaba mirando la puerta. Un par de copas de vino habían templado la ira que había estallado mientras estaba sentado allí fuera con las macetas, pero todavía podía sentir su cosquilleo.
—¿Cómo estaba Jenny?
Helen no se había quitado el abrigo.
—Está bien. Te manda besos.
—Y una mierda.
Helen bajó la cabeza mientras se iba directa al dormitorio. Al salir, dijo:
—Estoy cansada. No estoy de humor para esto, Paul, de verdad.
Él la vio meterse trabajosamente en la cocina, pasándose los dedos por el pelo y se oyó a sí mismo decir:
—Lo siento.
La oyó decir que estaba bien, que podía tenerla mañana si todavía le apetecía, y supo que en realidad no le apetecía.
Ella se sentó a su lado y le preguntó cómo le había ido el día. Le contó un chiste que Gary Kelly le había ido contando a todo el mundo, ella se rio y se quedaron allí sentados viendo la tele. El silencio entre ellos fue más cómodo de lo que lo había sido en un tiempo.
Pensó en la mañana en que ella le había dicho lo del niño, y en cómo había sido después. La forma en que cada uno de ellos se había mofado de la estúpida sonrisa que lucía el otro. Se volvió hacia ella deseando recordárselo, pero vio que se había quedado dormida, con la cabeza hacia atrás y la boca abierta. Le puso una mano sobre la barriga y la dejó allí hasta que sus ojos también se cerraron y se fue resbalando hasta el asiento del sofá.
Se despertó un par de horas más tarde con el sabor del vino y los cigarrillos rancios en la boca, y la sacudió suavemente para que se despertase.