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06. // ROMPER EL RITMO.

A: RAW IDEAS

En toda exposición necesitas por lo menos un elemento que desorganice. Algo que desentone, que no sea correcto. Algo que genere preguntas sobre todo lo demás. Ese elemento de riesgo, esa propuesta menos clara, esa pequeña provocación. Lo mismo en un libro, supongo. Así que allá vamos.

Raw ideas. Este era el título de una exposición. Llegamos al título bastante pronto. Queríamos que nos sirviera como sistema para pensar, para organizarnos para poder definir muy libremente lo que habría dentro. Hablábamos con Job Ramos de los ficheros raw de las imágenes digitales, con capas de información que permiten que una imagen sea varias posibilidades de ella misma, que una imagen contenga opciones múltiples de realidad y cómo este tipo de ficheros eran algo así como una metáfora a investigar. No utilizábamos la palabra “metáfora”. También hablábamos sobre el comportamiento en la red, sobre cómo leemos a medias, saltamos a otros textos, abrimos una web de deportes, miramos un vídeo, tenemos el correo abierto esperando un pling que nos obligue a dejarlo todo para leer lo que sea que entre y dar respuesta inmediata. Y todo esto era el punto de partida de una exposición que cerraríamos en algunos meses. No demasiados meses.

La primera decisión fue olvidarse de los cromos. Olvidarse de los roles e intentar hacer algo que, en su proceso, fuera parecido al comportamiento en la red, así como que tuviera por base un tema imposible de responder fácilmente como es la relación entre el archivo, el arte y la realidad. Todo sabiendo que tocaba llegar a un resultado que sería una exposición física en un lugar que conocíamos bien, en una sala de dimensiones correctas (no excesivamente grande y suficientemente dócil como para poder mezclar cosas: Zero1), así como que publicaríamos un catálogo. Un proyecto a realizar juntos en todo su proceso. Las coordenadas estaban definidas, ahora tocaba pulsar el play y dejarse llevar.

Muchas fotos de la red, muchas horas de buscar cosas sin saber qué buscábamos. Tampoco nos interesaba demasiado saberlo. Algunos puntos de partida, lugares a abandonar olvidando que allí empezó todo. Nos gustaba una pieza de Walid Raad sobre vigilancia en una playa. Nos interesaba el papel de aquel soldado que controlaba las cámaras en esa playa y enfocaba la puesta de sol cuando llegaba la hora, prescindiendo de si había trapicheos entre espías. El gesto de mirar a otro lado sin saber muy bien el motivo, sin poder justificarlo. El convertir una mirada perdida en una narración, el dejar de ver para contar todo lo que está pasando. También nos interesaba Kristofer Paetau haciendo el animal en muchas de sus obras y jugándosela a nivel de prestigio. Cosas rápidas, sin demasiado sentido. Pero su trabajo “picturepeople” nos llevaba a muchas ideas interesantes. La misma velocidad de la red para generar un archivo personal y al mismo tiempo anónimo. Conceptos que busca en la red y algunas fotos que encuentra. Y ya está, a partir de aquí tú mismo.

Pensamos: “Bien, queremos tener estas dos piezas, ¿verdad? Pues adelante”. Gestionar los préstamos y producciones y ya está. Y después escapamos. Gerhard Richter era importante, pero no queríamos a Richter en la exposición. Queríamos miradas a su atlas, queríamos otras aproximaciones subjetivas, así que nos fuimos a preguntar a personas que hubieran estado en contacto con el atlas. En plan también muy directo. Dar la vuelta a un archivo, no tener el archivo pero lecturas próximas no necesariamente legitimadas.

Al mismo tiempo hablábamos todo el rato de que no queríamos componer algo mediante “objetos” y ya está, deseábamos realmente incorporar el impasse, la búsqueda, las pérdidas y el empezar algo y dejarlo a medias. Era importante escapar. Escapar de los códigos del arte para irse a otros lugares, para encontrar otra información directa, otras palabras, otros métodos. Hablábamos también sobre varios textos, sobre personas que escribían desde los márgenes, sobre visiones historicistas, visiones técnicas, lecturas poéticas, la necesidad de las posiciones políticas y saltábamos a comentar imágenes de motocross. Encargamos varios textos a partir de nuestras conversaciones.

Entre las cosas que comentábamos estaba la necesidad de ir a buscar un lugar que facilitara la definición del comportamiento en la red. Peligrosamente nos centrábamos en lugares como Silicon Valley, alrededores de Seattle, la parte norte de la Costa Oeste. Pero hicimos entonces un gesto de red y empezamos a buscar los resultados en lo físico de otras localizaciones. En el lugar equivocado, en el piso de al lado. Y Nueva York nos pareció bien. Allí quedamos. Con algunos encuentros preparados, con tiempos para buscar otros, pensando que de un lugar iríamos a otro. Y sí. En el piso de los -entonces- chicos de Vimeo hablamos con ellos de lo que significaba “hacer” vídeo en la red. Eran muy jóvenes. Con un piano de media cola. Con una Playstation en cada habitación. Gafas. Todo bastante cool. Pero muy jóvenes para entender realmente lo que significa lo cool. Su tranquilidad decía bastante. El piano de media cola no lo tocaba nadie, evidentemente. Simplemente estaba bien. “Esta es mi habitación.” “Esta es la suya.” “Aquí también jugamos a la play.” Al mismo tiempo, lo tenían clarísimo. Sabían qué actitud, cuál era su campo, qué tocaba hacer, cómo tenían que jugar con la red, qué les podía interesar, qué querían que fuera Vimeo. Estaban en su casa. Camisetas de colores. No muy lejos, las oficinas de Fotolog. En un momento determinado parecía que la cosa se definiría entre Fotolog y Facebook, superándose Myspace por una cuestión estética. Aquí, en Fotolog, ya no estábamos en casa de alguien. Oficinas en Manhattan. También en Manhattan, pero oficinas. Justo les habían llegado las cajas del libro que habían sacado con Thames & Hudson. “Tomad, llevaros unos cuantos.” Pensando en la maleta y el peso y los libros que se dejan en los hoteles. “Un par está bien, gracias.” Aquí hablamos de negocio, de marca, de idea, de ilusión. Empezamos a tener más miedo. Saltaban de las protestas estudiantiles en América Latina y lo bueno que es Fotolog para ellos a cómo venden la información a Converse. De hablar de grupos con gustos parecidos a la potencia de la imagen. De compartir y de los beneficios. Treinta millones de usuarios. Y parece que han perdido.

Pasamos algunas horas -bastantes- durante nuestro tiempo en Nueva York en el Apple Store de una de las esquinas de Central Park. Nadie se molesta con nuestra presencia allí. Buscamos más información, nos mandamos mails entre nosotros, perdemos el tiempo. También nos perdemos un concierto de José González en Central Park que siempre vamos a recordar. Job se niega a ir a un concierto de Madonna, que actúa en Madison Square Garden, justo al lado del hotel. En todo el proceso vamos descartando y sabemos que nos dejamos muchos elementos fuera del tintero. El pensamiento en red, el pensamiento de red... ¿existía antes de la red? Y ¿cómo puede ser que el pensamiento de red esté tan vinculado a lo económico? ¿Estamos desenfocando el recorrido? Tenemos un encuentro con Deep Dish Tv. Olvídate de oficinas en plan pro. Olvídate de pianos de media cola. Pero estamos aún en Manhattan. Ok, es un edificio que vete a saber si ahora mismo está demolido o qué. Sería lo normal. Bueno, Deep Dish Tv. Televisión por satélite de movimientos sociales. Emiten vía satélite para intentar saltarse los controles de la red y, entre otras cosas, porque ya estaban con esto antes del poder de la imagen en movimiento en la red. Nos cuentan muchos problemas políticos. Censura. La guerra de Irak. Tienen material buenísimo. La entrevista dura como tres horas. Tres horas que van directas sin editar a la exposición, algo que decidimos casi al momento. Nadie lo podrá ver entero, pero es igual, los retazos pueden ser interesantes, la posición y la yuxtaposición también. Hablamos también con artistas. Visitamos algunas galerías y jugamos a pedir cosas que nos interesan para ver qué pasa cuando dices que este ítem te interesa para una expo en Europa y empiezas a hablar en serio vestido de turista de verano. Creo que en un restaurante hay algo demasiado raw que pasará factura. No olvidarse de mirar la tele americana.

Vamos hablando bastante sobre el catálogo. Sobre qué queremos y qué no queremos. Con el catálogo cometeremos -más adelante- el error de no revisar como toca las traducciones. Irá ligado al cansancio. Hacemos mapas conceptuales, tenemos nuestros códigos para hablar de los distintos elementos, sabemos el tono que queremos lograr, tanto en el catálogo como en la exposición. Llevamos un buen ritmo en el recorrido, físico y mental. En Nueva York básicamente andamos arriba y abajo. Nos invitan a una fiesta en Woodstock con artistas conceptuales de carácter político y algunos seguramente históricos. Volamos el día siguiente, así que no arriesgamos. “No, pero muchas gracias.”

Lo difícil en todo proceso llega cuando se acerca el final. La exposición es un final. El catálogo es un final. Nos esperan vuelos, ratos de aeropuerto, llegar, editar vídeos y audios a gran velocidad, definir el espacio. En un momento nos enfadamos entre nosotros. Es lo de siempre, el ver un resultado cuando lo que quieres es no llegar a ello. En la exposición mezclamos contenidos de distinta índole. Entrevistas, obras, lecturas de obras, entrevistas en vídeo, entrevistas en audio, textos de referencia, textos inmediatos. Y en el catálogo metemos imágenes que encontramos en la red en una búsqueda estúpida de esas de llevar varias horas delante del ordenador en las que pierdes la consciencia de tiempo, olvidas qué estás haciendo y los motivos de todo.

Pensar bajo las coordenadas de la red. Actuar bajo los mismos parámetros. Pensar si sirve para plantear una exposición. No, no pensarlo demasiado y hacerlo.

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