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AGRADECIMIENTOS

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En la primavera de 2015, siendo profesor invitado en el Magdalene College, en la Universidad de Cambridge, comencé a entretejer las diferentes piezas que forman este libro. Mi sincero agradecimiento al director y a los miembros del Magdalene College por acogerme en una de las comunidades más cordiales que he conocido nunca. Mi trabajo continuó durante el otoño de 2015, cuando fui profesor invitado en la Universidad Católica de Lovaina. Mi especial agradecimiento a mi anfitrión académico, Robertus Faesen, SJ. Mi labor de escritura se detuvo temporalmente cuando surgieron otros proyectos y responsabilidades.

Mi sincero agradecimiento a los cientos de personas de Reino Unido, la República de Irlanda y Estados Unidos que, a lo largo de los años, han asistido a mis conferencias y retiros. Me proporcionaron una inmensa ayuda en la confección de mi libro. Quiero agradecer especialmente a todos esos lugares que me invitaron generosamente a volver: Mercy Center, Burlingame (California); Mepkin Abbey, Moncks Corner (Carolina del Sur); Holy Spirit Monastery, Conyers (Georgia); The Alcyon Center, Mt. Desert Island (Maine); Orlagh Retreat Center, Rathfarnham, (Dublín); The Meditatio Center, St. Mark’s Square (Londres).

A lo largo de los años he dirigido retiros para la mayoría de los conventos carmelitas femeninos de la Federación Británica, algunos de los cuales funcionaron durante varios años. Me siento humildemente agradecido al Carmelo por considerarme «su amado hermano». Antiguas y nuevas amistades -algunas de hace ya algunos años- me han ayudado con frecuencia a mantenerme en pie: la Srta. Kathleen Buston; Suzanne Buckley; el honorable Michael F. X. Coll; Tom y Monica Cornell, de The Catholic Worker (que siguen siendo la mesa de cocina de mi vida y los guardianes de la soledad de mi sótano); el rev. Hampton Deck; Erick Erikson; fray Guerric Heckel, monje de Mepkin Abbey; Joan Jordan Grant y Kathryn E. Booth, The Alcyon Center, Seal Cove (Maine); el hno. Elias Marechal, monje del Holy Spirit Monastery; sor Mary of St. Joseph, OCD; Betty Maney; Margaret R. Miles; Timothy Shriver; sor Susan Toolan, RSM. La gratitud duradera es una cosecha muy valiosa, y yo sigo bebiendo de la copa que sirvieron pour la multitude sor Carlyn Osiek, RSCJ, y Werner Valentin, que fue mi ancla en aguas tormentosas a lo largo de los años; y gracias a muchos otros de quienes no me acordaré hasta que el libro esté ya en imprenta.

La gratitud es una especie rara para la Dra. Pauline Matarasso. En 1997, mientras estudiaba en St. Benet’s Hall, en la Universidad de Oxford, me «presentaron correctamente» a Pauline Matarasso. Su íntima amiga, sor Pure Wilson, RSCJ, me dijo: «Pauline es una entre un millón». Sor Prue no se refería únicamente al impresionante progreso académico de Pauline. Se refería en especial a la generosa integridad de Pauline como persona y a su arraigo en la liturgia y en el amor al prójimo. Aún sigo aprendiendo mucho de Pauline sobre la naturaleza concreta de estas cosas, porque siguen iluminándome como el sol de la amistad. Al igual que muchos otros, temo el día en que el sol se ponga tras el horizonte de nuestra visión (Pauline me regañará por haber escrito este párrafo).

Joan Rieck, a quien conozco desde 1992 –año arriba o abajo– es un caso único. Sin ni siquiera intentarlo, enseña como nadie que el Silencio que buscamos brilla desde el interior de nuestra propia mirada. Aunque te reprenda, siempre te sientes agradecido y animado.

La Universidad de Villanova ha sido mi hogar académico durante casi veinte años. Me gustaría expresar mi gratitud al antiguo decano del College of Liberal Arts and Science, el rev. Kail Ellis, OSA, y a la decana actual, Dra. Adele Lindenmeyr, por su paciente generosidad al concederme tiempo para completar este libro, entre otros proyectos. Asimismo, mi agradecimiento a mis colegas del Departamento de Teología y Estudios Religiosos. Me sería muy difícil encontrar colegas más amables y solidarios. Por el regalo de su inquebrantable amistad quisiera dar especialmente las gracias al Dr. Christopher Daly, al Dr. Kevin Hughes y al Dr. Thomas Smith.

Por último, mi agradecimiento a los frailes y monjas de la orden de San Agustín, en especial al rev. Bernard C. Scinann, OSA, antiguo prior provincial de la provincia de Chicago. Durante todo su mandato ha sido un oído atento, una respuesta rápida y un puerto seguro en una tormenta. El priorato de St. Monica, Hoxton Square (Londres), me ha ofrecido, durante más de veinte años, una hospitalidad excepcional, especialmente fray Paul Graham, OSA, y fray Mark Minihane, OSA. La oración silenciosa matutina y vespertina mantuvo mi vida oculta en el convento, recuperada e íntegra. Entre el convento y la Biblioteca Británica –a dos paradas en la Northern Line– completé e imprimí la versión final de casi todos los libros y artículos que he publicado desde el convento. Quiero dar las gracias también a Mary Grace, OSA, a fray Richard Jacobs, OSA, fray Gerald Nicholas, OSA, fray Benignus O’Rourke, OSA, fray James Thomson, así como a hermanos que ya nos dejaron y que desde más allá de su tumba siguen otorgándonos gracia, prudencia y perspectiva: fray John J. FitzGerald, OSA, fray Raymond R. Ryan, OSA y el rev. Theodore E. Tack, OSA.

Finalmente, debo dar las gracias a mis hermanos y hermanas Rob, Cece, Lindsay y Scott, porque tuvimos que ajustar nuestras respectivas vidas tras la muerte de mamá, que dejó antes arreglado todo lo que pudo.

No puedo imaginar una editora más generosa, comprensiva, dotada y paciente que Cynthia Reed, de Oxford University Press. Necesité su apoyo constante y humano durante momentos difíciles. Mi agradecimiento también a Drew Anderla y a Carl Vennerstrom por su ayuda y apoyo técnico. Sin Elizabeth Wales, estos tres volúmenes sobre la contemplación no habrían encontrado un lugar en Oxford University Press. Su ánimo constante ha sido profundamente alentador.

Todas estas deudas de gratitud jamás podrán ser pagadas, porque son un placer cargar con ellas.

Las citas bíblicas, si no son de memoria, están tomadas de varias fuentes: la New Jerusalem Bible, la New American Bible, la New Revised Standard Version y la Liturgy of the Hours 1.

Entre las diferentes maneras de expresar nuestra preocupación por remediar el lenguaje sexista, me sirvo de la mayúscula para referirme a Dios (ciertamente, esta costumbre no tiene gran prestigio). Además, tengo que hacer un juicio sobre el uso de la voz pasiva. La voz pasiva puede ser de grandísima ayuda, a pesar de que a muchos nos han enseñado el «convencionalismo» de usar solo la voz pasiva como último recurso. En mi opinión, este convencionalismo no ha sido nunca tan útil como me explicaron en el colegio. De todos modos, existe en todos los tiempos y modos. La prensa suele utilizar la pasiva refleja para evitar ser responsable de lo que dice: «Se dice que...», «Se cree que...». Si la prensa puede servirse de la voz pasiva para evitar responsabilidad al publicar noticias que no se sabe aún si son verdaderas o falsas –o reales–, también podemos usarla con éxito -siempre y cuando lo hagamos con prudencia y cuidando del ritmo y la eufonía- si queremos evitar el lenguaje sexista 2. Podríamos seguir hablando de este tema mucho tiempo.

Mi agradecimiento a Frarar, Straus and Giroux por su permiso para citar a Adam Zagajewski, Without End: New and Selected Poems, traducido por Clare Cavanaugh, Renata Gorczynski, Benjamin Ivry y C. K. Williams; a University of Notre Dame Press por su permiso para citar a David Whyte, River Flow: New and Selected Poems; a Alfred A. Knopf por su permiso para citar a Franz Wright, Walking to Martha’s Vineyard; God’s Silence; Wheeling Motel; a Bloodaxe Books, Ltd., por su permiso para citar a R. S. Thomas, Collected Later Poems 1988-2000; a The Orion Publishing Group por su permiso para citar a R. S. Thomas, Collected Later Poems 1945-1990 (J. M. Dent, sello de The Orion Publishing Group) 3.

Un océano de luz

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