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PENSAMIENTOS CON MIL BRAZOS.
CONTEMPLACIÓN Y CONDICIÓN HUMANA

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No trates de guardar silencio, solo escucha

(MADELEINE DELBRÊL, Alcide).


Todo está en constante cambio;

nada permanece estático

(TADEO DE VITOVNICA).


Hay una coherencia en las cosas,

una estabilidad

(VIRGINIA WOOLF, Al faro).


En el discurso de inauguración de la ceremonia de graduación que pronunció, en 2005, en Kenyon College, David Foster Wallace comenzó, como cualquier novelista habría hecho, con una historia que hablaba de la condición humana. «Dos peces jóvenes estaban nadando cuando se encuentran de pronto con un pez mayor, que inclina la cabeza y les dice: “Buenos días, chicos, ¿qué tal está hoy el agua?” Los dos jóvenes peces siguen nadando, y entonces uno de ellos se vuelve hacia el otro y le dice: “¿Qué diablos es agua?”» 1. Una historia bastante sencilla. Un pez de mayor edad, y presumiblemente más sabio, es completamente consciente de su entorno, mientras que los dos peces más jóvenes son completamente inconscientes de lo que les rodea.

Caer absorto en un entumecimiento mental es mucho más fácil de lo que nos gustaría creer. Tal como dice Wallace, el egocentrismo es nuestra configuración por defecto y está «firmemente conectado a nuestra placa base desde el nacimiento» 2. Y sigue diciendo: «No hay ninguna experiencia que hayas tenido en la que no hayas sido el centro absoluto» 3. Al mismo tiempo, quiere asegurarnos de que no va a largarnos un sermón sobre la compasión, ni sobre otros alocentrismos, ni sobre las denominadas virtudes. «No es una cuestión de virtud, se trata de que yo, de algún modo, elija hacer el trabajo de alterar o liberarme de mi configuración por defecto, firmemente conectada a mi placa base, que es ser profunda y literalmente egocéntrica, y ver e interpretarlo todo a través de mi propio objetivo» 4.

La educación debería ayudarnos a ir más allá tan solo prestando atención a cómo nos hablamos a nosotros mismos, escuchando el gran monólogo que tiene lugar en nuestra cabeza. «“Aprender a pensar” significa realmente cómo ejercer cierto control sobre cómo y qué piensas» 5. Este es el verdadero valor de la educación en artes liberales. La esencia de aprender a pensar es «ser consciente y tener la suficiente sensibilidad para elegir a qué prestas atención... Cómo evitar pasar por tu cómoda, próspera y respetable vida adulta muerto, inconsciente, esclavo de tu mente y de tu configuración por defecto de estar única, completa y realmente solo, día tras día» 6.

Cultivar la habilidad de hacernos conscientes de nuestros pensamientos nos permite poder elegir a qué prestamos atención. Esta consciencia se materializa de maneras prácticas. Wallace usa a menudo la experiencia frustrante de ir a la compra, por ejemplo. El caos de la multitud, la frustración de esperar en la cola hasta que llega por fin tu turno de pagar, enfrentarte al caos del aparcamiento, puede desencadenar una avalancha de parloteo interior egocéntrico. Wallace dice que «pensar de este modo es mi configuración por defecto. Es la forma automática e inconsciente en que vivo las partes aburridas, frustrantes y saturadas de mi vida adulta cuando funciono con la idea automática e inconsciente de que soy el centro del mundo y de que mis necesidades inmediatas y mis sentimientos son los que deberían determinar las prioridades del mundo» 7. Cuando aprendemos a escoger a qué dedicar nuestra atención, nos abrimos a las posibilidades de vivir una situación con menos ansiedad y más compasión. «Pero, si has aprendido de verdad a pensar, a prestar atención, entonces sabrás que tienes más opciones» 8. Esto nos liberará al darnos más espacio mental, de modo que podamos preguntarnos: «¿Cómo podrían otras personas –la vida misma– ser distintas de nuestra configuración predeterminada egocéntrica?». Wallace se ha liberado lo suficiente como para dirigir su atención a su interior y preguntarse, por ejemplo, si la mujer que le está molestando tanto porque está gritando a su hijo puede, de hecho, «haber pasado tres noches seguidas sosteniendo la mano de su marido, que estaba muriendo de cáncer» 9. En este caso, sus gritos serían más comprensibles. Tenemos que cultivar la costumbre de ser conscientes de nuestros pensamientos a medida que surgen y elegir cuáles de ellos merecen nuestra atención. Cuando somos capaces de desinstalar o «resetear» la configuración por defecto de nuestro egocentrismo, profundamente arraigado, aumentamos nuestra capacidad para preguntarnos por nuestras propias reflexiones.

Al final, Wallace no ofrece ningún medicamento adecuado para el dilema humano. Pero nos orienta en la dirección correcta, la gracia de la veneración, del culto. «No existe la no veneración. Todo el mundo venera. Nuestra única opción es qué venerar. Y una asombrosa razón para escoger venerar algún tipo de Dios o algo espiritual –llámese Jesucristo, o Alá, o la madre diosa Wicca, o algún conjunto inquebrantable de principios éticos– es que casi cualquier otra cosa puede comerte vivo» 10. Wallace es un tanto impreciso en este punto, defendiendo la elección de «algún tipo de Dios o algo espiritual» para evitar las peligrosas consecuencias de no hacerlo: una especie de apuesta de Pascal expulsando todo el aire.

El dilema que Wallace plantea es bien conocido en la tradición cristiana. En su diario personal, Flannery O’Connor, la gran maestra norteamericana de la novela corta del siglo XX, escribe: «No te conozco, Dios, porque estoy en camino» 11. David Foster Wallace también sabe que asimismo él está en camino. Pero hay una crucial diferencia entre O’Connor y Wallace en este punto. O’Connor habla con Dios. Se da cuenta de que está «en camino», porque sabe que está en una relación viva y amorosa con Dios. Wallace, por el contrario, parece pensar que nosotros, tan solo siendo conscientes, somos capaces de cambiar esos patrones habituales y profundamente incrustados de egocentrismo. Nuestro papel es necesario, sí, pero no basta por sí solo. Más adelante, en este libro tendremos ocasión de ver la urgencia repentina de la gracia en la vida de la joven escritora holandesa judía Etty Hillesum.

Según Wallace, solo nosotros podemos controlar nuestra configuración por defecto, «yo soy el centro del universo». Sin embargo, la persona egocéntrica que trata de «resetear» su configuración por defecto no conoce nada más que su configuración por defecto. La configuración por defecto es, por tanto, únicamente remplazada por otra versión de la misma configuración por defecto. La pregunta profunda que hemos de hacernos es: «¿Cuál es la naturaleza de estos pensamientos que desechamos o a los que nos aferramos?». A esta pregunta no se responde con nuestra mente racional, sino con el silencio interior, que hemos cultivado a lo largo de varios años de práctica de silencio interior. El silencio interior nos lleva a un tipo de descubrimiento diferente: los pensamientos en sí mismos –ya sean ego-céntricos u orientados en otra dirección– son completamente transparentes. No son reales de la manera en que alguna vez consideramos que lo fueron. El parloteo dentro de nuestra cabeza con el que Wallace está tan familiarizado proporciona a nuestros pensamientos su gancho narrativo. Nuestro propio silencio interior, cultivado en una relación que es por naturaleza oración, revela la aparente solidez de que nuestros pensamientos son ilusorios.

A pesar de las afirmaciones de Wallace, no podemos conseguirlo por nosotros mismos. Lo que solo nosotros podemos hacer, no podemos hacerlo solos. De modo que aquello que el cristianismo llama «gracia» –Dios entregándose constantemente, derramándose constantemente a sí mismo– es una necesidad absolutamente probada. Como veremos en los textos de Howard Thurman, el famoso predicador y teólogo norteamericano, confidente y mentor del Dr. Martin Luther King, Jr., la gracia de la experiencia religiosa es cuestión de ser libre para disfrutar de Dios «viniendo a sí mismo dentro de mí... En ese glorioso y trascendente momento, me puede fácilmente parecer que todo lo que existe es Dios» 12. Thurman no es el centro de su propia experiencia. El centro es Dios. Sin esta bendecida dimensión de receptividad que se olvida de sí misma, lo que Wallace desea de verdad para cada uno de nosotros no podría mantenerse. No habría ni transformación ni liberación, porque la configuración predeterminada de Wallace volvería a lo único que conoce. Hay alguien que podría estar de acuerdo con gran parte de la crítica de Wallace, pero que ha llegado a un nivel mucho más profundo: el monje trapense del siglo XXI Thomas Merton, que, a pesar de que falleció en 1968, sigue siendo un profeta espiritual para las primeras décadas del siglo XXI, tal como lo fue para las últimas décadas del XX.

Escrito hace más de cincuenta años, Acción y contemplación sigue siendo uno de los ensayos más relevantes de Merton. Wallace reconoce nuestra necesidad de contar con las suficientes habilidades de interioridad para poder hacernos conscientes de nuestros modelos egocéntricos de pensar y comportarnos. Asimismo, se da cuenta de que podemos elegir a qué prestar atención. Al escoger prestar atención a algo diferente a los monólogos que tienen lugar en nuestra cabeza, encontramos la posibilidad de estar menos centrados en nosotros mismos y ser personas más compasivas. Merton no tendría ningún problema con Wallace en este punto, pero Merton diría que hay que ahondar aún más: hacer un viaje más profundo a nuestras tierras sin explorar. Wallace nos enseña a despejar parte de la maleza, pero parece no darse cuenta de lo que se nos requiere para poder adentrarnos en los paisajes inexplorados e interiores del espíritu. Tal como dice Merton, «sin una comprensión más profunda derivada de la exploración de los territorios interiores de la existencia humana, el amor tenderá a ser superficial y engañoso» 13. Wallace percibe los aspectos superficiales e ilusorios de nuestras vidas y amores, pero ni siquiera él ha entrado en el «terreno interior» de la vida. Merton nos recuerda que las habilidades de «meditación y contemplación se han asociado [tradicionalmente] con la profundización de la vida personal de cada uno y el aumento de la capacidad de comprender y servir a los demás» 14. Para Merton, una vida de contemplación –dentro de los muros de un monasterio o no– implica necesariamente nuestro encuentro con el terreno interior de la existencia humana.

Lo que Wallace sugiere se reconoce fácilmente como un tipo de antigua disciplina contemplativa llamada «vigilancia» o «atención». El cultivo de la vigilancia interior requiere que nos volvamos íntimamente conscientes de los pensamientos que estamos teniendo, más de lo que Wallace cree. El monje del desierto del siglo IV Evagrio Póntico fue un maestro de la vigilancia interior altamente cualificado 15. De hecho, vemos que Evagrio nos exige que nos volvamos más hábiles de lo que Wallace sugiere. Hacernos conscientes de nuestros pensamientos-sentimientos a medida que surgen y se desvanecen es un entrenamiento para algo más: la unión amorosa con Dios a través de la contemplación. Para Evagrio, la vigilancia interior es necesaria pero insuficiente para la contemplación. Porque, una vez que hemos aprendido a ser conscientes de nuestros pensamientos, ¿qué los desencadena? ¿Se juntan o actúan individualmente? ¿Hay algunos que nos planteen más dificultades que otros? ¿En qué circunstancias somos más vulnerables a los pensamientos dolorosos y cuándo somos menos vulnerables a sus ataques? Hemos de aprender a abandonar esos pensamientos para poder entrar en la zona abierta y amplia cuyo nombre es oración. Tal como Evagrio lo plantea con su característico estilo críptico, «la oración es la supresión de los pensamientos» 16.

Merton sugiere que la contemplación, la «percepción interior de la presencia directa de Dios, no es tanto cuestión de causa y efecto cuanto una celebración de amor. A la luz de esta celebración, lo que más importa es el amor en sí, el agradecimiento, el consentimiento a la bondad infinita y rebosante de amor que procede de Dios y revela [a Dios] al mundo» 17. La apertura de la percepción de la «presencia directa de Dios» y nuestro consentimiento a la «bondad rebosante de amor» no son descubrimientos ni acontecimientos separados en el tiempo; primero va una y luego el otro. Ocurren simultáneamente. Si no somos conscientes de la presencia directa, Merton asegura que «no tendremos nada que ofrecer a los demás. No les comunicaremos nada más que el contagio de [nuestras] propias obsesiones, agresividades, ambiciones egocéntricas y falsas ilusiones sobre fines y medios» 18. La interioridad humana y su plena floración como contemplación tienen un papel relevante a la hora de «abrir nuevos caminos y nuevos horizontes» 19.

El 11 de octubre de 2012, el 104º arzobispo de Canterbury, el Dr. Rowan Williams, se dirigió al Sínodo de los obispos en Roma 20. En un discurso inspirado e inspirador, Williams recordó a los obispos la absoluta centralidad de la contemplación para la viva humanidad en Cristo. «La humanidad en la que nos transformamos en el Espíritu, la humanidad que queremos compartir con el mundo como fruto de la labor redentora de Cristo, es una humanidad contemplativa» 21. Williams continuó diciendo algo que seguramente sorprendió a algunos de los obispos: «La contemplación está lejos de ser solo un tipo de cosa que hacen los cristianos: es la clave para la oración, la liturgia, el arte y la ética, la clave para la esencia de una humanidad renovada capaz de ver al mundo y a otros sujetos del mundo con libertad, libertad de las costumbres egoístas y codiciosas y de la comprensión distorsionada que de ellas proviene» 22. Y siguió diciendo: «Para explicarlo con audacia, la contemplación es la única y última respuesta al mundo irreal e insano que nuestros sistemas financieros, nuestra cultura de la publicidad y nuestras emociones caóticas e irreflexivas nos empujan a habitar. Aprender la práctica contemplativa es aprender lo que necesitamos para vivir de una manera verdadera, honesta y amorosa» 23. En esta desafiante afirmación que Williams dirigió a los obispos católicos reunidos en sínodo, podemos escuchar los ecos distantes de Merton. Sin una humanidad moldeada por la contemplación «no tendremos nada que ofrecer a los demás. No les comunicaremos nada más que el contagio de [nuestras] propias obsesiones, agresividades, ambiciones egocéntricas y falsas ilusiones sobre fines y medios» 24. La cultura del marketing y la publicidad impregnan nuestra cultura e invaden nuestra vida espiritual. La práctica de la contemplación no está lejos del alcance de su avidez. La avidez espiritual y las fuerzas de la economía de mercado convierten la espiritualidad en general en una industria, en un producto que se coloca en una estantería y que se vende bien. Y, lo que es aún más triste, esta cultura afianza la habitual convicción, ya profundamente arraigada, de que estamos separados de Dios como de un objeto. Y, por tanto, creemos que necesitamos una estrategia espiritual, como la práctica de la contemplación, para adquirir algo que, para empezar, ni siquiera habíamos perdido del todo; y, una vez adquirido –o eso pensamos–, lo hacemos nuestro. Una vez que es nuestro tratamos de controlar el aspecto que creemos que debe tener una vida espiritual. La espiritualidad queda absorbida en una empresa «egoica» y muy atractiva. Rowan Williams afirma este asunto con gran audacia. «Es una cuestión profundamente revolucionaria» 25.

La contemplación es crucial para ese florecimiento e integridad humanos que encontramos en la intimidad trascendente que llamamos Dios. El don de la contemplación transforma nuestro corazón y lo libera de diferentes maneras: 1) la contemplación disipa la falsa ilusión de que estamos separados de Dios; 2) hace surgir la sencilla comprensión de que Dios es todo amor, un fondo sin fondo del ser; 3) en la medida en que somos, somos en Dios; 4) la contemplación nos libera de las ilusiones que dominan, confunden y paralizan el florecimiento humano; 5) nos libera de la falsa ilusión de que Dios es un objeto del que carecemos y que, por tanto, tenemos que buscar; 6) la contemplación nos libera de las semillas de violencia en nuestro propio corazón, especialmente de nuestras obsesiones individuales y sociales por encontrar a alguien a quien culpar de los males que nos suceden: estas obsesiones no hacen sino hacer que nos inclinemos hacia nosotros mismos, ciegos a lo que constituye un ser humano.

La práctica de la contemplación es buena no solo para nosotros, sino también para todo el mundo. Muchos testimonios a lo largo de la tradición contemplativa son testigos de ello. Entre ellos no podemos dejar de mencionar al autor de La nube del no saber: «La obra contemplativa del espíritu es la que más agrada a Dios. Pues, cuando pones tu amor en él y te olvidas de todo lo demás, los santos y los ángeles se regocijan y se apresuran a asistirte en todos los sentidos, aunque los demonios rabien y conspiren sin cesar para perderte. Los hombres, tus semejantes, se enriquecen de modo maravilloso por esta actividad tuya, aunque no sepas bien cómo. Las mismas almas del purgatorio se benefician, pues sus sufrimientos se ven aliviados por los efectos de esta actividad» 26.

Algunos contemplativos han comprendido que su propio papel en el orden espiritual de las cosas se extiende incluso más allá de su vida. Santa Isabel de la Trinidad escribe: «Creo que en el cielo mi misión consistirá en atraer a las almas, ayudándolas a salir de sí mismas para unirse con Dios mediante un ejercicio sumamente simple y amoroso, y en mantenerlas en ese gran silencio interior que le permite a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en él» 27.

En nuestra propia época, el monje serbio del siglo xx Tadeo de Vitovnica escribe: «Si nuestros pensamientos son amables, pacíficos y serenos, vueltos hacia el bien, entonces también influimos en nosotros mismos e irradiamos paz a nuestro alrededor: en nuestra familia, en todo el país, en todas partes. Esto es verdad no solo en la tierra, sino en todo el cosmos también. Cuando trabajamos en los campos del Señor, creamos armonía. Divina armonía, paz y serenidad difundidas por todas partes» 28. Este serbio afirma con gran convicción que el silencio está en nuestro interior. Pero también es consciente de la naturaleza destructiva de nuestro aferramiento a pensamientos que poco tienen que ver con el amor, la paz y la justicia en las personas y entre los pueblos. «Sin embargo, cuando alimentamos pensamientos negativos, esto produce un gran mal. Cuando hay mal en nuestro interior, lo irradiamos entre los miembros de nuestra familia y allí por donde vamos [...] Los pensamientos destructivos aniquilan la calma interior, y entonces no tenemos paz» 29. La dimensión apostólica de la contemplación nunca disminuye y nos sitúa en el corazón del equilibrio espiritual del universo.

Hay un asombroso número de personas que, por una razón u otra, piensan que la vida contemplativa es, en el peor de los casos, algo irrelevante que implica, de alguna manera, cortar con el mundo y despreocuparse de él y de sus problemas y, en el mejor, algo a lo que muy pocos somos llamados. Los santos y sabios de la tradición contemplativa cristiana –y también de las tradiciones contemplativas no cristianas– saben desde hace mucho tiempo que este escenario no está en el ámbito de lo posible. Tal como el poeta Franz Wright lo ha expresado, «el camino de Emaús es este mundo» 30. «Contemplación» es un término que describe lo más sutilmente relevante que le puede ocurrir a una persona antes de la muerte y durante la muerte. Es la consumación en Dios tanto de la vida como de la muerte. Santa Isabel de la Trinidad lo afirma, con concisión y con una asombrosa ortodoxia: «Él es vuestra alma, y vuestra alma es él» 31.

Dedicamos el presente libro al espíritu de David Foster Wallace, Flannery O’Connor, Howard Thurman, Evagrio Póntico, Thomas Merton, Rowan Williams, santa Isabel de la Trinidad y muchos otros a quienes el lector conocerá por primera vez o que son amigos que el lector se alegrará de ver de nuevo. Desde un punto de vista cristiano, la contemplación revela nuestra inmersión en el misterio de Dios en Cristo, donde san Pablo dice que nuestras vidas están escondidas (Col 3,3) y donde Dios se revela como el Ser de nuestro ser, el Amor de nuestro amor, la Vida de nuestra vida. El misterio de Dios en Cristo trata de llevar hacia sí a los demás a través de nosotros, como alimento para el hambriento, ropa para el desnudo, justicia para el prisionero y compasión para el extranjero, la viuda, el huérfano. La contemplación y el estilo de vida que lleva hacia allí y que procede de allí solo nos hace una pregunta: «¿Qué aspecto tiene la bondad en cualquier momento?».

Este libro es un volumen complementario de los dos precedentes, En la tierra silenciosa y Una ausencia iluminada (para leer este libro no es imprescindible haber leído los dos anteriores). El primer volumen responde a una cierta necesidad en la literatura contemplativa. Hay varios libros muy buenos sobre contemplación. Sin embargo, en ese momento no se habían escrito demasiados libros pensando en personas que estaban en un nivel intermedio, es decir, aquellos que ya tenían una práctica bien establecida. En la tierra silenciosa hay suficientes aspectos para atraer principiantes –¿no lo somos todos?–, pero se centra sobre todo en quienes ya tienen una práctica bien establecida y pueden afrontar los retos a los que todos nos enfrentamos con la ayuda de esa práctica ya madurada. Una ausencia iluminada fue escrito pensando en los mismos lectores, pero prestando más atención a algunos de los temas más complejos –y a menudo amenazadores– a los que solemos enfrentarnos más adelante en la práctica madura. De hecho, esos desafíos pueden presentarse siempre que la amante Providencia lo considere apropiado: el tedio, por ejemplo. El paralizador tedio en –y con– la práctica de la contemplación es normal en cualquier práctica madura y puede empezar a asentarse bastante pronto. Cuando el tedio comienza su profunda labor de horadación de nuestra práctica, podemos pensar a veces que hemos perdido nuestra vida de oración e incluso toda nuestra fe. Esto es, con frecuencia, lo que hace que la gente salte como un resorte de su banco de oración para ir en busca de un tipo de oración más jugosa. En la medida en que este nuevo tipo de oración que hemos descubierto sea auténtico, por lo general volveremos a la sequedad del desierto. No solemos librarnos de la sequedad cuando dejamos de pedir que se aleje. La aridez espiritual es el terreno natural de la quietud.

La naturaleza de la consciencia protagoniza con fuerza Una ausencia iluminada y se presenta con la intención de alejar nuestra atención de aquello de lo que somos conscientes y llevarla a la propia consciencia: al despertar en sí. La mente automáticamente se resiste a ello, y por eso escuchamos a gente decir cosas como: «Soy consciente de mi consciencia». La consciencia de sí no puede convertirse en un objeto a no ser que se haga con un truco engañoso. Una ausencia iluminada habla también de que el silencio no significa solo ausencia del sonido de las olas.

Para una mente serena, hasta el ruido más irritante rebosa de silencio. Obviamente, tenemos una clara predilección por uno frente al otro. El libro también contempla algunas de las «purificaciones intelectuales». Estas liberaciones se dirigen a las más elevadas facultades mentales, especialmente el orgullo y la mente que se aferra demasiado. Abrasadora, dolorosa y tan prolongada y frecuente como sea necesario, todo se consigue por medio de la Luz amorosa.

El presente volumen, Un océano de amor, desarrolla algunos de los temas de los dos libros precedentes e introduce otros nuevos, pero los estudia desde un ángulo distinto y con gran detalle. La parte primera desarrolla aún más y hace más hincapié en la falsa ilusión de estar separados de Dios. Para ello, simplemente, damos voz a la gran nube de testigos de la tradición contemplativa. Aunque son diferentes unos de otros –pertenecen a diferentes siglos, a diferentes ámbitos, culturas, sexo y lenguas–, juntos cantan en armonía, polifonía y contrapunto la «canción de la unión». Si Dios no fuera ya el fundamento de nuestro ser, el aliento divino que nos ha insuflado la vida, no existiríamos.

Dios no sabe estar ausente. Es decir, iría contra la naturaleza de Dios el que apareciera y desapareciera. Pero nosotros podemos ignorar esta presencia íntima y construir un estilo de vida que mantiene esta ignorancia. San Agustín nos da una pista de por qué vivimos como ausente lo que en realidad está íntimamente presente. «Tú eras interior a mi propia interioridad» 32. Dios está demasiado cerca de nosotros como para que lo percibamos con la vista. El problema no es que Dios esté ausente, sino que está íntimamente presente. Si nos da miedo mirar porque tememos qué vamos a encontrar, nunca estaremos a gusto con nosotros mismos, nunca nos sentiremos cómodos en nuestra propia piel. Si no estamos a gusto con nosotros mismos, nunca conseguiremos darnos cuenta de que vivimos en la casa del Padre, donde hay muchas moradas (Jn 14,2).

¿Qué nos impide darnos cuenta de lo que está tan sencilla e íntimamente presente? Algunos intentos teológicos de contestar a esta pregunta han pasado a nosotros a lo largo de los siglos. Pero, desde un punto de vista más práctico, el de la práctica de la contemplación, podemos decir que nuestra mirada está, en cierto modo, saturada. Como resultado podemos sorprendernos juzgando a los demás cuando no sabemos lo que significa la vida para ellos o las tremendas dificultades que pueden estar atravesando. La respuesta de Jesús a esta situación es una de sus respuestas más famosas: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame que te saque la mota del ojo”, teniendo una viga en el tuyo?» (Mt 7,1-4). El problema es que nuestra mirada está fuertemente sobrecargada, nuestra mente está profundamente abarrotada. La parte segunda utiliza esta metáfora de abarrotar y despejar nuestra mente como una manera de pensar en cómo funciona la práctica de la contemplación. La metáfora nos permite observar el proceso de liberación desde un punto de vista diferente al de adquirir algo que pensamos que no tenemos y que, por tanto, debemos planear cómo adquirir, poseer y controlar.

Imagina una luminosa y espaciosa habitación cuyo suelo de madera encerada está repleto de montones de trastos de todo tipo. La práctica de la contemplación va gradualmente despejando nuestra mente, va poco a poco revelando el precioso suelo encerado –el radiante fundamento de todo– que no sabíamos que estaba ya ahí. Este libro evita el uso de la mente para no dar la impresión de que la mente es un estado o algo estático. A veces hablamos de la mente como si fuera algo estático. Hay quien puede decirnos: «Vuelve cuando mi estado mental mejore». Pero, en realidad, la mente –el flujo mental– tiene mil brazos que están en constante movimiento. La mente está en constante cambio, nunca es fija ni permanente. Aquí destacaremos tres manifestaciones de la mente: reactiva, receptiva y luminosa. Analizaremos las mismas preguntas respecto a las tres: ¿cómo es la práctica? ¿Cómo es el ego? ¿Qué habilidades contemplativas están desarrollándose? ¿Cuáles son algunos de los desafíos especiales?

Nuestro metafórico hilo conductor de abarrotamiento y limpieza –el proceso de liberar, dejar estar, abandonar, no aferrarse– coloca en primer plano algunos temas clave para la práctica de la contemplación que a veces se pasan por alto en muchos buenos libros sobre contemplación que destacan el crecimiento, el desarrollo, el progreso y la adquisición de algo de lo que carecemos. Algunos de esos temas son: 1) la inutilidad de nuestra preocupación por nuestro propio progreso; 2) el uso del atractivo de los senderos de contemplación como una manera de mantener a Dios a distancia; 3) la excesiva insistencia en ser conscientes de o estar atentos a objetos en nuestra consciencia, que tiene un papel vital, pero transitorio: si la consciencia se detuviera aquí, impediríamos el florecimiento de nuestra práctica como la desnuda sencillez de apuntar directamente a la inmensidad luminosa; 4) la inmensidad luminosa no puede ser un objeto del que ser conscientes, porque es el fundamento radiante de todo lo que existe; 5) el centrarnos en nuestro propio progreso, crecimiento y desarrollo nos conduce con frecuencia a los objetos restantes de nuestra propia fascinación: nosotros como nuestro propio proyecto contemplativo.

La parte tercera aborda el tema de la depresión, especialmente la depresión que no se disipa como debería, según dicen las investigaciones científicas. La depresión puede dejarnos a muchos aplanados o aún peor: atrapados en las arenas movedizas del estigma, en las que empeoramos nuestra situación cuando tratamos de librarnos de ellas. Este último capítulo trata de mostrar que la práctica de la contemplación revela la posibilidad de hacer un profundo servicio a todos los que sufren depresión. Nuestro propio abandono y nuestra derrota pueden convertirse en un puente para todos los que carecen de él.

Las observaciones y reflexiones de este libro no son sino barcos de papel en el río. Quizá uno o dos puedan tocar tierra en ti.

Un océano de luz

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