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Capítulo 1. El psicoanálisis de Sigmund Freud

1. Datos biográficos

Sigmund Freud (Moravia 1856 – Londres 1939) es un autor que no necesita presentación. De origen judío, residente en una Viena capital del Imperio Austro-Húngaro, cursa estudios de medicina por motivos económicos, a pesar de tener una vocación más humanística. Se especializa en neurología y pasa unos pocos años dedicado a la investigación. Hacia 1900 funda el psicoanálisis como método alternativo a la hipnosis para la terapia de la neurosis. A pesar de su origen terapéutico, y por intención explícita de Freud, el psicoanálisis rápidamente se extiende a otras áreas de la vida humana, llegando a tener un influjo sobre la cultura del s. XX sólo comparable al del marxismo. A causa del régimen nazi debe emigrar a Londres, donde muere poco después por voluntad propia habiendo recibido de su médico una inyección de morfina, tras más de quince años de padecer un dolorosísimo cáncer de mandíbula.

En el desarrollo del pensamiento de Freud podemos distinguir 3 períodos: 1) Pre-psicoanalítico: Se trata del período de formación de Freud anterior a la creación del psicoanálisis (es decir, hasta alrededor de 1895); 2) Etapa fundacional del psicoanálisis: Va de 1896 hasta 1914 o 1920, según el punto de referencia que se tome. 1914 es muy importante por varias razones. Es el año de separación de Jung, que concluye un período de defecciones importantes para el movimiento psicoanalítico, que incluye las de Steckel y Adler. Por otro lado, es el año de publicación de Tótem y Tabú, obra que da inicio a las cada vez mayores disquisiciones culturales que caracterizarán el último periodo de la obra de Freud. En 1920, por otra parte, se publica Más allá del principio de placer, que da inicio a una profunda revisión de su sistema psicológico que incluirá una modificación de la teoría de las pulsiones y la elaboración de la segunda tópica. 3) Madurez: El último período es el que va desde 1915 o 1920 hasta su muerte en 1939, en el que Freud elabora sus últimas ideas fundamentales, como la teoría de las pulsiones de vida y de muerte, la división del aparato psíquico en yo, ello y superyó, su teoría del narcisismo y su crítica de la religión y de la cultura.

2. El psicoanálisis y sus influencias teóricas

2.1. Raíces del inconsciente dinámico: Herbart

Es importante destacar que Freud no crea ni descubre el concepto de inconsciente, sino que le da una interpretación particular y además lo hace funcionar de una manera especial en la práctica psicoterapéutica. Pero Freud no es el descubridor del inconsciente, si es que se puede hablar de “descubrimiento”, porque el de inconsciente es un concepto teórico que sirve para explicar unos fenómenos que pueden admitir una interpretación diversa. Es como decir que Kant descubrió las categorías a priori o las formas a priori de la sensibilidad, o algo por el estilo. En todo caso el concepto de inconsciente psíquico estaba presente en la literatura de la época, sobre todo en la alemana, a partir de varias fuentes: empezando por Herbart o tal vez por Leibniz, en el cual aparece la idea de que hay percepciones imperceptibles6. La apercepción, según Leibniz, es el acto por el que la atención se dirige a una parte de las diminutísimas e infinitas percepciones que son imperceptibles y por lo tanto inconscientes. En Herbart, que está influido por Leibniz y por Fichte, aparece la idea de un inconsciente dinámico.

Johann Friedrich Herbart (1776-1841) ha pasado a la historia como pedagogo, así como por su oposición al idealismo virtual de Kant. Sin embargo, su importancia para la historia de la psicología es tal vez todavía mayor que para la de la pedagogía y la gnoseología, por ser el antecedente principal de la concepción energética y dinámica del psiquismo humano que encontraremos en Freud. Es además, uno de los antecedentes más inmediatos de la psicofísica de Fechner, que es otra de las fuentes del energetismo freudiano, y en él aparece ya el concepto de umbral de la percepción (que en realidad tiene raíces aristotélicas). Por eso, en el s. XIX muchos lo consideraron como el fundador de la nueva psicología.

Como para otros racionalistas, también para él la metafísica abarca toda la filosofía. Por lo que respecta a la psicología, para Herbart tiene tres fuentes: la metafísica, la experiencia y las matemáticas.

La experiencia nos muestra una realidad con muchas aparentes contradicciones; tendemos a ver en la realidad sujetos que permanecen –v.g. una manzana– pero estos mismos muestran cualidades contrarias –v.g. roja o verde–. La metafísica se ocupa de resolver estas contradicciones. Así, se llega a que hay una multiplicidad de realidades que son espirituales y simples. El cambio es apariencia, las cosas en sí mismas no cambian. Según las relaciones que nosotros establecemos entre las cosas percibimos un cambio aparente u otro. Estas cualidades que percibimos de las cosas son el resultado de la tendencia a la autoconservación de cada una. Las cosas, como efecto de una intrusión exterior, se manifiestan en estas cualidades.

Entre las cosas contradictorias que presenta la experiencia está el yo. El yo es contradictorio, o aparentemente contradictorio, porque lo consideramos como único e inmutable, pero al mismo tiempo está compuesto por una multiplicidad de representaciones. Esto lo resuelve diciendo que detrás del yo contradictorio, está el alma inmutable. Ésta se manifiesta según distintas cualidades al recibir una intrusión exterior. Estas cualidades son representaciones, que son el resultado de la tendencia a la autoconservación del alma. Las representaciones se comportan entre sí de modo parecido a las realidades exteriores, se oponen y es por esa oposición que se convierten en fuerzas en conflicto. Las representaciones más fuertes tienden a dominar a las otras. Esto lleva a un estado de equilibrio entre las más débiles y las más fuertes, que terminan dominando.

Así como en Física se distingue una dinámica y una estática, en Psicología también. Herbart divide la Psicología en dos partes:

1) Una Estática Psíquica, que estudia y mide el equilibrio de las representaciones.

2) Una Dinámica Psíquica, que estudia el “ascenso” y “descenso” de las representaciones: las más fuertes se colocan arriba, es decir, se hacen conscientes, y las más débiles se colocan por debajo del límite o umbral de la conciencia. Para llegar a la conciencia, las representaciones deben superar dicho umbral, que sería medible7.

Las representaciones no están aisladas, sino que están agrupadas en conjuntos, en “complejos”. Las representaciones compatibles forman un mismo complejo. Las representaciones incompatibles, se separan, se aíslan, forman conjuntos separados. Este es un clarísimo antecedente de la teoría energética de la represión, de Freud8. De hecho, Herbart utiliza tanto el término represión (Verdrägung), como el término resistencia (Widerstand)9. Las representaciones escindidas o aisladas y oscurecidas, todavía son activas y pugnan por volver a la conciencia. No lo logran mientras los conjuntos de representaciones conscientes sean más fuertes.

El yo, como sucederá más tarde también en la psicología profunda, no es otra cosa que un conjunto de representaciones que tenemos de nosotros mismos. Es el complejo que está en el centro de nuestra conciencia. Las nuevas representaciones o se asimilan en el yo (en la medida en que son compatibles con las representaciones que lo conforman) o son expulsadas al inconsciente (cuando son incompatibles). Es difícil no ver aquí prefigurada la teoría freudiana de la represión.

El proceso por el que asimilamos nuevas representaciones a conjuntos de representaciones preexistentes lo llama Herbart (con Leibniz) “apercepción”. Las representaciones se pueden fundir, combinar o, por el contrario, oponerse y resistirse.

Para Herbart, la libertad no es otra cosa que la fuerza y el dominio de los complejos de representaciones más fuertes en la dinámica psíquica. Este complejo de representaciones dominantes constituye el carácter.

Herbart tiene también el dudoso mérito de haber eliminado las facultades psíquicas. Lo que se explicaba con éstas pasa a serlo desde la dinámica de las representaciones, que suben y bajan. Representar, sentir y desear, que según Herbart eran las facultades clásicas, se reducen a representaciones. Con anterioridad a las representaciones, que surgen de la tendencia a la autoconservación del alma no hay ninguna facultad ni potencia.

Este “vicio fundamental” de la concepción herbartiana, pasa a la psicología contemporánea, y en particular al psicoanálisis. Así como no hay matemáticas sin números, no hay psicología sin potencias. La reducción del objeto de la Psicología a las representaciones (sean estos fenómenos de conciencia, o complejos inconscientes), lleva a una psicología sin sujeto y sin capacidades que termina por vaciarla de su sentido. Su concepción mecánica, o dinámica, es también un obstáculo para el desarrollo de la psicología, que no se puede hacer prescindiendo de la originalidad de las vivencias animal y humana. Ésta no se puede comprender cabalmente sin una correcta teoría de las potencias del alma.

Tal como veremos, la psicología de Freud es una inversión, materialista y evolucionista, del mecanicismo psíquico de Herbart. En vez del alma, mónada inmutable, la vida psíquica (que se reduce a representación y energía) es producto del organismo.

2.2. La genealogía de la moral de Nietzsche

A la influencia de Herbart se suma la de la Naturphilosophie romántica, en la que el concepto de inconsciente juega un papel fundamental. Tenemos a autores como A. Schopenhauer (1788-1860), C. G. Carus (1789-1869), E. von Hartmann (1842-1906), y el mismo Friedrich Nietzsche (1844-1900). Tanto en Schopenhauer10 como en Nietzsche están presentes ideas acerca del inconsciente que son prácticamente las mismas que se encuentran en Freud, por lo menos en aspectos esenciales, como la importancia de los sueños o de la sexualidad. A lo que hay que sumar el evolucionismo darwiniano11.

La influencia de Nietzsche, en particular, es capital, no tanto al nivel de los contenidos teóricos, aunque también en este aspecto se nota su influjo, cuanto al del espíritu de fondo. En efecto, de alguna manera se puede considerar al psicoanálisis de Freud como una realización particular del proyecto nietzscheano de transvaloración12. Como diremos después, el psicoanálisis es una especie de disciplina posmoral que rastrea la genealogía de la vida moral del individuo como causa de su neurosis.

Para Nietzsche, la psicología es el principal instrumento para demoler los antiguos valores y construir nuevos. Por eso, es “señora de todas las ciencias”13. Esa psicología, o “fisio-psicología”, es una especie de trabajo de desenmascaramiento, que busca mostrar que detrás de lo aparentemente “elevado”, se encuentran motivaciones inferiores, “profundas”, que la conciencia se resiste activamente a admitir”14.

Freud toma explícitamente de Nietzsche la noción de ello15. También está en Nietzsche la idea de que el sujeto redirige a su interior la agresividad en forma de sentimiento de culpa, concepción característica del último periodo de Freud, que éste toma de la Genealogía de la moral de Nietzsche, que fue objeto de discusión en las reuniones psicoanalíticas de los días miércoles en el año 1908. Esta cita es un ejemplo de la concepción de Nietzsche:

Todos los instintos que no se desahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro –esto es lo que yo llamo la interiorización del hombre: únicamente con esto se desarrolla en él lo que más tarde se denomina su “alma”. [...] La enemistad, la crueldad, el placer en la persecución, en la agresión, en el cambio, en la destrucción –todo esto vuelto contra el poseedor de tales instintos: ese es el origen de la “mala consciencia”16.

Nietzsche afirma explícitamente el carácter patógeno de la moral y de la religión cristiana, e incluso usa la palabra “neurosis” para designar este mal:

(La neurosis religiosa aparece como una forma del “ser malvado”: de ello no hay duda). ¿Qué es esa neurosis? Quaeritur. Hablando a grandes rasgos, el ideal ascético y su culto sublimemente moral, esa ingeniosísima, despreocupadísima y peligrosísima sistematización de todos los medios de desenfreno del sentimiento bajo la protección de propósitos santos se ha inscrito de un modo terrible e inolvidable en la historia entera del hombre17.

Este autor había llegado incluso a plantearse estudiar medicina y especializarse en psiquiatría para concretar por esa vía su anhelo de crítica de la moral y la religión, y la realización de la transvaloración de los valores, de la que la psicología es un instrumento. El siguiente pasaje de La gaya ciencia parece incluso una especie de profecía del papel de Freud en la historia de la cultura:

El disfraz inconsciente de las necesidades fisiológicas, bajo pretexto de lo objetivo, de lo ideal, de la idea pura, llega tan lejos que asusta, y más de una vez me he preguntado si en términos generales no habrá sido hasta ahora la filosofía una interpretación del cuerpo ante todo y tal vez un error del cuerpo. Detrás de las más altas evaluaciones que hasta ahora guiaron la historia del pensamiento se esconden defectos de conformación física, ya de individuos, ya de castas, ya de razas enteras. Todas esas audaces locuras de la metafísica, sobre todo en lo que se refiere al valor de la vida, se pueden considerar como síntomas de determinadas constituciones físicas. Y aunque estas afirmaciones o aquellas negaciones de la vida carezcan de importancia desde el punto de vista científico, no por eso dejan de dar al historiador y al psicólogo preciosos indicios, como síntomas que son del cuerpo, de su medro o desmedro, de su plenitud, de su potencia, de su soberanía en la historia y también de sus paradas, de sus fatigas, de su enflaquecimiento, de su presentimiento del fin y de su voluntad de finar. Aun espero yo que un médico filósofo, en toda la extensión de la palabra –uno de aquellos que estudian el problema de la salud en general del pueblo, de la época, de la raza, de la humanidad–, tenga alguna vez el valor de llevar a sus últimas consecuencias la idea que yo no hago más que sospechar y aventurar. En todos los filósofos no se ha tratado hasta ahora de la verdad, sino de otra cosa diferente, dígase salud, porvenir, acrecentamiento, potencia, vida...18

2.3. Psicoterapia, hipnosis y método catártico

Para cerrar este panorama de las influencias teóricas de Freud, es necesario referirse a la psicoterapia del s. XIX, que es la vía a través de la cual hace su aparición este “médico-filósofo” que esperaba Nietzsche. Pues, tal como el mismo Freud lo dice expresamente, la psicología es la vía por la cual él realiza su anhelo de pasar de la medicina a la filosofía19.

Los orígenes de la psicoterapia están estrechamente ligados a dos temas que ocuparon particularmente a algunos médicos de la segunda mitad del s. XIX. En primer lugar el de los desórdenes neuróticos y especialmente de la histeria, que fue como el prototipo, en aquel momento, de la “psiconeurosis” –como se decía entonces, antes de que se perdiera el prefijo “psico-” y quedara solamente “neurosis”20–. En segundo lugar, el tema, relacionado con éste, de la hipnosis, pues la hipnosis fue considerada durante un tiempo como el método principal para el tratamiento de la histeria21. La incipiente psicoterapia está entonces estrechamente ligada al tratamiento de la histeria a través de la hipnosis. Uno de los primeros en adoptar el término “psicoterapia” fue Hypolitte Bernheim en su libro Hipnotismo, sugestión y psicoterapia (1891).

El que podríamos considerar tal vez el primer psicoterapeuta contemporáneo de peso es Pierre Janet (1859-1947), un autor francés que fue filósofo antes que médico (era Doctor en Filosofía, y sobrino de un importante filosofo espiritualista francés que se llamaba Paul Janet), influido por Théodule Ribot (1839-1916; filósofo introductor de la psicología moderna en Francia), y por Jean-Martin Charcot (1825-1893; fue uno de los pioneros en la experimentación con la hipnosis). Pierre Janet, interesado por la psicología contemporánea, hizo su tesis doctoral en filosofía sobre el tema del automatismo psicológico22; la noción de un automatismo psicológico que funciona aun independientemente de la conciencia es de Pierre Janet y por ello en autores de habla francesa se encuentra mucho la expresión “automatismos psicológicos” al exponer el psicoanálisis, mientras que Freud mismo, en cambio, no la utiliza. Charcot estaba en el Hospital de la Salpêtrière de París –en donde hizo una estancia de estudio Freud– y allí creó un laboratorio experimental de psicología clínica23 para Janet24. Simultáneamente Janet se doctoró en medicina, pero comenzó su práctica psicoterapéutica siendo filósofo, y este dato es muy importante.

Autores como Charcot, Bernheim y Janet, ya sostenían, antes que Freud, que la neurosis tenía como fundamento un trauma, escondido en lo inconsciente, que generaba síntomas psíquicos y corporales; utilizando la hipnosis como instrumento terapéutico, intentaban cancelar los síntomas y reunificar la síntesis psíquica consciente con los contenidos inconscientes. Charcot había logrado hacer y deshacer síntomas semejantes a los histéricos a través de la hipnosis, y había demostrado que la histeria se podía dar en varones tanto como en mujeres25.

Sigmund Freud hizo su formación en hipnosis primero en la Salpêtrière con J. M. Charcot y luego en Nancy con H. Bernheim, y también en la misma Viena con un médico que se llamaba Josef Breuer (1842-1925), al cual Freud atribuye al principio la creación del psicoanálisis, aunque después le quite este mérito, atribuyéndoselo a sí mismo. Por este lado viene el interés de Freud por lo inconsciente, que era un concepto que circulaba desde hacía tiempo en la cultura del s. XIX.

De Breuer, aprende Freud el método catártico, que fue la raíz del método psicoanalítico según el mismo Freud. Breuer había desarrollado este método para el tratamiento de la histeria hacia el año 1881, durante el caso de Ana O. (Berta Pappenheim26). Sería prolijo describir detalladamente este caso, para poder explicar en qué consiste tal método27. Nos contentaremos con una explicación breve. La paciente sufría de una serie de trastornos cuya causa orgánica no se pudo determinar, por lo que se la diagnosticó como un caso de histeria. Los síntomas los habría contraído durante el prolongado tiempo en que se dedicó a cuidar a su padre enfermo (que posteriormente falleció). Estos síntomas eran múltiples y cambiantes. Freud, los resume en los siguientes:

Sufrió una parálisis con rigidez de las dos extremidades del lado derecho, que permanecían insensibles, y a veces esta misma afección en los miembros del lado izquierdo; perturbaciones en los movimientos oculares y múltiples deficiencias en la visión, dificultades para sostener la cabeza, una intensa tussis nervosa, asco frente a los alimentos y en una ocasión, durante varias semanas, incapacidad para beber no obstante una sed martirizadora; además, disminución de la capacidad de hablar, al punto de no poder expresarse o no comprender su lengua materna, y, por último, estados de ausencia, confusión, deliria, alteración de su personalidad toda [...]28.

Según Breuer, Berta “cultivaba sistemáticamente el soñar diurno, al que llamaba su ‘teatro privado’. Mientras todos la creían presente, revivía en su espíritu unos cuentos: si la llamaban, estaba siempre alerta, de suerte que nadie sospechaba aquello”29, costumbre anterior a su enfermedad que veremos de qué manera afectó el desarrollo del método. La paciente pasaba una buena parte del día en unos estados alterados de conciencia, en los que su personalidad era por momentos díscola, por momentos ausente. Durante esas ausencias, la paciente se sumergía en el mundo del ensueño, y elaboraba historias fantásticas. Descubriéndolo casi por casualidad, Breuer constató que la exteriorización y verbalización de estas historias aliviaban a la paciente, luego de lo cual descubrió que, poniéndola en estado hipnótico, y dándole como estímulo alguna de las palabras que ella decía durante sus estados de ausencia, no sólo reproducía los relatos, sino que llegaba en muchas ocasiones a recuperar los recuerdos perdidos de los traumas que estarían en el origen de los síntomas. La paciente misma llamó a este método (usando el idioma inglés que en ese momento usaba en lugar de su lengua materna olvidada) “talking cure” y “chimney sweeping”, porque a través de la palabra, los afectos reprimidos lograrían expresarse, de allí el uso del término catarsis30 (técnicamente, esta descarga es llamada por Breuer y Freud “abreacción”). Breuer dejó inconcluso el tratamiento de esta paciente (aparentemente por unas insinuaciones sexuales de la misma que lo asustaron), que terminó recuperándose en una clínica31.

Años más tarde, hacia 1886 cuando Freud comienza su práctica terapéutica, retoma esta método, basado en la verbalización en estado de hipnosis, y es por una modificación de este método, cambiando la hipnosis por la asociación libre de ideas, que Freud funda el psicoanálisis, entre 1896 y 1900 (aunque según Onfray, ni la “cosa” psicoanalítica, ni su nombre tendrían por creador verdadero a Freud32).

* * *

Básicamente, a partir de estos antecedentes, combinados de un modo original, surge la explicación de Freud. En todo caso, si Freud no es el creador de la noción de inconsciente, sí es su máximo divulgador. Sin embargo, es necesario señalar que, antes de la modernidad, antes de Descartes, que identifica el espíritu con la conciencia, era evidente que el alma incluía aspectos inconscientes. Esto se ve ya desde Platón y Aristóteles. El combate de aquellos autores para establecer la noción de inconsciente, es una lucha más contra Descartes que contra Aristóteles directamente, a pesar de que consideren, como muchos autores de esta época, como tradicional algo que no es tradicional en absoluto33.

La centralidad acordada por Freud al tema de lo inconsciente creará no sólo una escuela, sino una corriente. Hay varios autores que pertenecen a escuelas distintas (como Freud y Jung) y que ponen el centro de la explicación del ser humano, y después la base de una psicoterapia, de una educación, etc., en el inconsciente. Por eso hemos intitulado esta Sección “Psicologías del inconsciente”. El más importante de ellos es Sigmund Freud y, por eso, para el común de la gente es el creador de la psicología; aunque en verdad no sólo no creo la psicología (que existía desde hacía 2.500 años) sino que no creó tampoco la psicoterapia. Y no sólo no creó la psicoterapia, sino que ni siquiera descubrió la idea de inconsciente; es más, su mismo sistema teórico no es totalmente original, pues, como hemos dicho, si uno va a estudiar las fuentes encuentra a Schopenhauer, a Nietzsche, a Herbart, al darwinismo, etc., aunque su “sistema” sea presentado como una doctrina totalmente original y surgida sólo de la experiencia clínica34. Freud no cita casi nunca a nadie, aunque sí se cita frecuentemente a sí mismo. El autor más citado por Freud es Goethe, que es su favorito35; generalmente cita las palabras de Mefistófeles en el Fausto, porque para él el inconsciente es de naturaleza demoníaca. Lo inconsciente ocupa el lugar de lo trascendente tradicional. Todo lo que la mentalidad “primitiva”, “medieval”, metafísica (como sería la cristiana), según el parecer de estos autores (Freud, Jung), proyectaba como seres trascendentes, como dioses y demonios, sería un producto del inconsciente, y por lo tanto tendría una raíz psicológica o incluso biológica36.

3. El período prepsicoanalítico de Freud

El período prepsicoanalítico es uno de los menos estudiados, pero más reveladores de la personalidad de Freud, lo cual va muy en la línea de su propio pensamiento, que destaca la importancia de los primeros años de vida para la comprensión de la personalidad. En todo caso, no es éste el lugar adecuado para exponer en modo completo la vida, ni mucho menos la infancia, de Freud37. Desde su adolescencia mostró intereses por la literatura (especialmente por Goethe) y por la filosofía. Por su correspondencia juvenil sabemos que hacia los 17 años había leído a Ludwig Feuerbach, a David Strauss y a Friedrich Nietzsche38. No abandona estos intereses durante sus estudios de medicina, pues se apunta a asignaturas de Filosofía con Franz Brentano (1838-1917)39, funda con unos amigos (Sigfried Lipiner y Joseph Paneth40) un periódico filosófico y concibe la idea (nunca realizada) de hacer una tesis doctoral en Filosofía bajo la dirección de Brentano41. Además, tradujo un tomo de las obras de Stuart Mill al alemán, en la edición dirigida por el filósofo Theodor Gomperz (1832-1912), trabajo para el que fue recomendado por el mismo Brentano. Según testimonia Freud en sus cartas, las argumentaciones de Brentano le hicieron superar durante un breve tiempo el materialismo, del que estaba previamente convencido, y el ateísmo, poniéndolo incluso al borde de la conversión42. Sin embargo, en vez de convertirse, la posibilidad de la existencia de un mundo espiritual parece haber inclinado al espíritu naturalista y curioso de Freud hacia las ciencias ocultas, como veremos43.

Al terminar los estudios, se dedica a la investigación (son conocidos sus estudios sobre la cocaína, de la que se transformó en consumidor y propulsor entre sus amigos44), trabajó un tiempo (entre 1883 y 1885) en el Hospital General de Viena con Theodor Meynert (1833-1892)45. En 1880 conoció a Josef Breuer (1842-1925), y tuvo oportunidad de enterarse de su novedoso tratamiento de la histeria, el método catártico, que aplicó por primera vez al tratamiento de Anna O., en 1881. Freud mismo aplicaría más tarde este método, y el resultado de este intercambio intelectual con Breuer fue el libro escrito por ambos Estudios sobre la histeria (1895)46. En 1885-1886, hace su estancia en París para aprender de Charcot la hipnosis. Completaría sus conocimientos sobre el tema en su estancia de 1889 con Benheim en Nancy.

En 1886 comienza el trabajo en su despacho privado, utilizando como medio terapéutico la hipnosis y el método catártico de Breuer. Hacia 1895 escribe una obra que se publicó póstumamente (en 1950), que los editores llamaron “Proyecto de psicología para neurólogos”, en el que Freud hace un intento de desarrollar una teoría psicológica y psicopatológica de base neurológica, que abandonaría inmediatamente. Sin embargo, este ensayo atípico si lo comparamos con las obras posteriores de Freud, por su impronta neurologista, precontiene muchos de los desarrollos posteriores de nuestro autor, empezando por su concepción energética de lo psíquico, así como algunos conceptos que serían importantes en el desarrollo posterior del psicoanálisis (proceso primario y secundario, concepto de “yo”, etc.).

Por este tiempo, sus intereses psicológicos van ligados a la curiosidad por las ciencias ocultas, de las que hace experiencia, además de nutrirse de literatura demonológica y espiritista47. Todos estos intereses por lo oculto (experimentación con drogas, hipnosis, ocultismo), asociados al parecer a una mezcla de curiosidad con una búsqueda de un medio “mágico” para superar la depresión, culminarán en el que puede considerarse el acto fundacional del psicoanálisis: la publicación del libro La interpretación de los sueños (1900), en el que éstos son presentados como “vía regia” para el acceso a lo inconsciente.

4. El mecanicismo psíquico

Nuestra exposición sistemática comienza por el segundo período del desarrollo intelectual de Freud. Expondremos aquí en primer lugar su concepción de la psique como compuesta de parte consciente (o consciente-preconsciente) y otra parte inconsciente (primera tópica), y la dinámica que ella contiene. Lo preconsciente es lo no es consciente actualmente, porque no se la evoca a la memoria, pero que puede ser hecha consciente con facilidad. Lo propiamente inconsciente no se puede hacer fácilmente consciente, y cuando se hace consciente, no es sino después de mucho trabajo y con una cierta transformación.

Para Freud el “aparato anímico” (seelicher Apparat) es un conjunto de complejos. La noción de complejo (Komplex), que Freud dice tomar de la Escuela de Zurich (Bleuler, Jung), no se refiere necesariamente en el psicoanálisis a lo patológico. Un complejo significa un conjunto, y un complejo psíquico es un conjunto de representaciones (Vorstellungen) cargadas de afecto (Affekt)48. El aparato anímico es para Freud un complejo de representaciones, como lo era para Herbart. No hay potencias y no hay substancia del alma. El afecto es la dimensión cuantitativa del psiquismo. Se trata de la energía que circula por las representaciones, y que mueve al aparato anímico. Los impulsos anímicos se llaman “pulsiones”. Una pulsión (Trieb) es la traducción psíquica de necesidades orgánicas, que pone en movimiento al sistema psíquico.

Para Freud, la psique humana es un mero producto de la evolución de la materia. No nos referimos sólo a la evolución de la Humanidad entera a lo largo de los siglos, sino a que también cada individuo repetiría en su desarrollo personal (biológico y psicológico) la historia de la evolución. Esto implica que cada individuo no es ser humano desde el principio, sino que llega a serlo si se dan determinadas condiciones. Llegar a ser un ser humano implica tener un sistema de representaciones y complejos conscientes que después llamará “el yo” (das Ich). Ser persona es ser un “yo”. Pero esto no se daría desde el principio, sino que sería el resultado de la evolución individual.

Las representaciones que conforman el “aparato anímico” están cargadas de energía49. Tal como dijimos, afecto es el nombre cualitativo que recibe la carga energética de las representaciones. Las representaciones son como recipientes de carga energética y tienen importancia en la medida en que son cargadas energéticamente, o para usar el término técnico de los psicoanalistas, “investidas” o “catectizadas” (“catexis” traduce el alemán Besetzung).

Entonces la psique es un complejo, o mejor, un sistema de complejos. Hay complejos que predominan en la conciencia y que identificamos con nosotros mismos, con el yo. Hay otros sistemas de complejos que son repelidos de la conciencia, de un modo que Freud concibe tomando como metáfora la repulsión magnética. Pero, aunque esto sea una metáfora, Freud tiende a concebir el alma humana como sometida a las leyes físicas, como las de la termodinámica; incluso, cuando habla de “lugares psíquicos” (consciente, preconsciente e inconsciente, en su “primera tópica”; ello, yo y superyó en su “segunda tópica”), y dice que el psiquismo se despliega de un modo espacial, no se ve claramente hasta dónde llega la metáfora50. En todo caso, la visión de Freud es mecanicista. Un extraño mecanicismo anímico que se remonta a Leibniz y a Herbart, tal como hemos dicho, pero invertido en sentido materialista y evolucionista. Lo psíquico, para Freud, no es lo mismo que lo orgánico, pero deriva de lo orgánico; traduce las necesidades del organismo y funciona mecánicamente. Según Freud la psique humana es un sistema de fuerzas conflictivas en equilibrio y a lo que tiende es a mantener el equilibrio, que consiste en conservar lo más bajo posible el nivel de excitación del sistema. La operación y la conducta surgen cuando el equilibrio es roto por una influencia exterior al sistema psíquico (su fuente puede ser un estímulo externo, o, sobre todo, un estímulo proveniente del organismo) y la tendencia de todo sistema es a recuperar el equilibrio, mediante la descarga del excedente de excitación. Freud muchas veces explica la psique recurriendo a las leyes de la termodinámica, como dijimos, que es una de las cuasi-metáforas que utiliza, porque no sabe muy bien si son metáforas o si realmente piensa que el psiquismo es un sistema físico. En todo caso, la conducta tendría su origen en la necesidad de deshacerse de un exceso de excitación que desestabilizaría al sistema de fuerzas. De por sí, el sistema psíquico tiende a la quietud, no a la actividad, es conservador. Es decir, no hay una tendencia inherente a la perfección, al acto. El sentido de la acción es el retorno a la quietud (principio de constancia51).

Algunos psicoanalistas y filósofos posteriores han intentado reemplazar el mecanicismo por otra concepción teórica más sofisticada (inspirada en la fenomenología52, el existencialismo53, el marxismo y el neo-marxismo54, la hermenéutica55, la lingüística estructural –Lacan–, e incluso en el tomismo56), pero es difícil pensar que el sistema se sostenga si se elimina el mecanicismo de base, que es fundamento de su determinismo, llave maestra del método. En efecto, el método de Freud supone el mecanicismo y el determinismo absoluto, tal como él mismo declara:

Ya echan de ver ustedes que el psicoanalista se distingue por su creencia particularmente rigurosa en el determinismo de la vida anímica. Para él no hay en las exteriorizaciones psíquicas nada insignificante, nada caprichoso ni contingente; espera hallar una motivación suficiente aun donde no se suele plantear tal exigencia57.

El determinismo radical de Freud supone, no solamente la eliminación de libertad de arbitrio, sino también de la casualidad y la contingencia. Para Freud no existe la casualidad, hay un determinismo perfecto en la naturaleza y especialmente en el psiquismo, y ya veremos por qué esto es tan importante para el método de Freud. Esta concepción, por lo mismo, choca no sólo con toda doctrina que afirme el libre albedrío, sino también con toda doctrina que afirme la posibilidad del indeterminismo físico. Lamentablemente para Freud, la física moderna se ha movido en esta última dirección, quedando su concepción de lo psíquico y de lo físico como un fósil decimonónico.

5. La represión y el mecanismo de formación de síntomas

Hay representaciones y complejos cargados de afecto que son reprimidos, es decir, expulsados activamente al inconsciente (ver Figura 1).


Figura 1 (©2010 Martín F. Echavarría): Dinámica psíquica según S. Freud.

Hay que recordar que Freud elabora su concepción de la psique en el contexto de la explicación de los síntomas histéricos. Estos síntomas tendrían como origen la represión de representaciones y deseos inaceptables para la conciencia. Las representaciones reprimidas son enviadas al inconsciente porque no son coherentes con nuestra imagen del “yo”, con los complejos conscientes. Los motivos de la represión (Verdängung) son éticos o estéticos.

En todas esas vivencias [reprimidas] había estado en juego el afloramiento de una moción de deseo que se encontraba en aguda oposición a los demás deseos del individuo, probando ser inconciliable con las exigencias éticas y estéticas de la personalidad. Había sobrevenido un breve conflicto, y el final de esta lucha interna fue que la representación que aparecía ante la conciencia como portadora de aquel deseo inconciliable sucumbió a la represión y fue olvidada y esforzada afuera de la conciencia junto con los recuerdos relativos a ella. Entonces, la inconciliabilidad de esa representación con el yo del enfermo era el motivo de la represión; y las fuerzas represoras eran los reclamos éticos, y otros, del individuo58.

Lo reprimido es inaceptable para el yo, porque choca con su imagen de perfección moral o con su sensibilidad estética, o las dos cosas a la vez. Las representaciones reprimidas van al inconsciente (Das Unbewusste), pero como están cargadas energéticamente tienden a retornar a la conciencia, lo que Freud llama “el retorno de lo reprimido” (Wiederkehr der Verdrängten). Como la conciencia está defendiéndose activamente con su energía para que ello no vuelva, lo consciente y lo inconsciente chocan, y se ven necesitados de “negociar” y llegar a un compromiso. El compromiso consiste en que aparte de la energía retenida en lo inconsciente se la dejará pasar a la conciencia pero a condición de que sea transformada, disfrazada. Es decir, esa energía deberá desplazarse a otras representaciones o transformarse en inervación orgánica. Eso que ocupa el lugar de la representación reprimida, y que permite parcialmente la circulación de la energía psíquica “estrangulada”, recibe el nombre de formación sustitutiva (Ersatzbildung). Por ejemplo, una parálisis histérica; a una histérica se le paraliza la pierna; esta parálisis sería un representante físico de una representación reprimida, y guardaría con esta un cierto vínculo, una cierta analogía, que permite que la energía psíquica retenida en lo inconsciente, se transforme en una inhibición muscular. Es decir que parte de la energía que estaba asociada a esa representación va a catectizar, a inervar, a excitar o a inhibir, un músculo. También puede haber un representante psíquico; es el caso de las obsesiones o de las fobias, por ejemplo. Los síntomas obsesivos o los síntomas fóbicos serían formaciones sustitutivas de lo reprimido, y causarían el mismo malestar que provocaría lo reprimido si fuera consciente. La diferencia es que se desconoce su causa y significado.

Mediante la indagación de los fenómenos histéricos y otros neuróticos llegamos a convencernos de que en ellos ha fracasado la represión de la idea entramada con el deseo insoportable. Es cierto que la han pulsionado afuera de la conciencia y del recuerdo, ahorrándose en apariencia una gran suma de displacer, pero la moción de deseo reprimida perdura en lo inconsciente, al acecho de una oportunidad de ser activada; y luego se las arregla para enviar dentro de la conciencia, una formación sustitutiva, desfigurada y vuelta irreconocible, de lo reprimido, a la que pronto se anudan las mismas sensaciones de displacer que uno creyó ahorrarse mediante la represión. Esa formación sustitutiva de la idea reprimida –el síntoma– es inmune a los ataques del yo defensor, y en vez de un breve conflicto surge ahora un padecer sin término en el tiempo59.

Como hemos dicho, para Freud reprimimos por causas, o morales, o estéticas. Lo que reprimimos es algo que, o nos hace ver como inmorales, o nos desagrada. Por eso, para poner un ejemplo, nosotros no recordamos que cuando éramos niños sentíamos placer en tocar excrementos o que deseábamos sexualmente a nuestra madre.

Otro modo de manifestarse el conflicto, además de los síntomas patológicos específicamente neuróticos, son todos aquellos fenómenos de nuestra vida que no son explicables desde la conciencia. Es decir, todos aquellos fenómenos de nuestra vida psíquica de los cuales no nos sentimos responsables; esto es, que no proceden de nuestra conciencia. Por ejemplo, los sueños (“vía regia para llegar a lo inconsciente”60), los actos fallidos, las pérdidas de objetos, y cosas semejantes61. Para Freud si perdemos una cosa es porque (inconscientemente) la queríamos perder; si cometemos un acto fallido en realidad es un “acto logrado”, y por eso el acto fallido tiene sentido, porque en realidad, aunque no significa nada desde la conciencia, es manifestación de un complejo inconsciente. Los actos fallidos son, desde el punto de vista de lo inconsciente, “actos logrados”. Y los sueños son una representación disfrazada de los conflictos inconscientes. En ese disfraz permanecería un vínculo oculto con lo reprimido, que sería el punto de partida para recuperar el resto de contenidos reprimidos.

La represión se descubriría en el psicoanálisis por la aparición de la resistencia (Widerstand). Como veremos, el psicoanalista trata de recuperar los contenidos reprimidos, a partir de la asociación de ideas libre de censura consciente, y en este proceso se encuentra con la resistencia del paciente. Freud sostiene que la fuerza que resiste es la misma que genera la represión:

Yo había corroborado que los recuerdos olvidados no estaban perdidos. Se encontraban en posesión del enfermo y prontos a aflorar en asociación con lo todavía sabido por él, pero alguna fuerza les impedía devenir conscientes y los constreñía a permanecer inconscientes. [...] Uno sentía como resistencia del enfermo esa fuerza que mantenía en pie al estado patológico.

[...] Las mismas fuerzas que hoy, como resistencia, se oponían al empeño de hacer consciente lo olvidado tenían que ser las que en su momento produjeron ese olvido y esforzaron afuera de la conciencia las vivencias patógenas en cuestión. Llamé represión a este proceso por mí supuesto, y lo consideré probado por la indiscutible presencia de la resistencia62.

La represión instaura una división en la psique entre un sector consciente (o potencialmente consciente –preconsciente–), y un sector inconsciente. Ambos sectores del psiquismo, funcionarían de manera distinta. Lo inconsciente funciona según el proceso primario, en el que la energía se desplaza libremente de una representación a otra, mientras que en lo consciente funciona el proceso secundario, la energía está ligada a determinadas representaciones, y la circulación de la energía está restringida a determinadas vías. Lo inconsciente está regido por el principio de placer, es decir por el de la descarga más inmediata posible de los excesos de cantidades de energía, en tanto que lo consciente está regido por el principio de realidad. En efecto, el sistema consciente es aquél que manejaría la relación con el mundo exterior a través de la percepción, y a través del sistema motor, y por lo tanto limita la tendencia de lo inconsciente a realizar inmediatamente su deseo.

6. La sexualidad

Según Freud, los motivos éticos o estéticos que estarían detrás de la represión que causaría las neurosis estarían, en el fondo y siempre, conectados con lo sexual63. De aquí derivó la acusación de pansexualismo dirigida frecuentemente contra el psicoanálisis y su creador. Esta acusación no carece de fundamento porque, especialmente en la etapa fundacional del psicoanálisis, la centralidad que este autor concedió a la sexualidad en la etiología de las neurosis hacía fácilmente sospechar que en su opinión todo era sexo. Sin embargo, Freud siempre postuló que la psique funcionaba en base a una dualidad pulsional: en los tiempos iniciales del psicoanálisis se trataba de la oposición entre la pulsión de autoconservación y la pulsión sexual; más adelante, en tiempos de la segunda tópica, la oposición es entre pulsión de vida (Eros) y pulsión de muerte. Dado que el Eros abarcaría tanto a la pulsión de autoconservación como a la pulsión sexual, y ya que la energía sexual del Eros es la libido, que en la etapa anterior era la energía de la pulsión sexual, no se ve cómo, en esta etapa, no identificar la tendencia a la autoconservación como sexual, aun cuando no haya pansexualismo por la novedad teórica de la pulsión de muerte.

Freud tiene una concepción de la sexualidad que le ha valido, a nuestro juicio justamente, bastantes críticas. Freud separa la sexualidad de lo genital y a lo genital de la reproducción. El placer sexual (y la sexualidad misma) pasarían por un proceso evolutivo que concluiría (al menos en el contexto de la cultura occidental) en la sexualidad genital orientada a la procreación dentro del matrimonio. Pero inicialmente el placer sexual se obtendría a través de zonas muy distintas de la genital, que reciben el nombre de zona erógena (erogene Zone), como muy especialmente la boca y el ano. Sólo después de un proceso evolutivo estas zonas se irían sometiendo al predominio de la zona genital y, por ello, en el acto sexual adulto el placer obtenido a través de esas zonas se orientaría al placer sexual genital. Aun cuando hable de la tendencia a la autoconservación, Freud parece reconducir todo placer (incluso el obtenido a través del comer, del orinar o del defecar) a la sexualidad: cuando el niño succiona el pecho de la madre, el placer obtenido sería sexual; cuando el niño aprende a controlar sus esfínteres, estaría obteniendo un placer sexual, etc. Por esta vía, poco le cuesta a Freud “demostrar” la existencia de una sexualidad infantil. El siguiente texto de Freud es muy significativo:

La pulsión sexual del niño prueba ser en extremo compuesta, admite una descomposición en muchos elementos que provienen de diversas fuentes. Sobre todo, es aún independiente de la función de la reproducción, a cuyo servicio se pondrá más tarde. Obedece a la ganancia de diversas clases de sensación placentera, que, de acuerdo con ciertas analogías y nexos, reunimos bajo el título de placer sexual. La principal fuente del placer sexual infantil es la apropiada excitación de ciertos lugares del cuerpo particularmente estimulables: además de los genitales, las aberturas de la boca, el ano y la uretra, pero también la piel y otras superficies sensibles64.

Nos encontramos aquí con un típico procedimiento, lógica y metodológicamente confuso, de Freud. ¿Llamamos sexuales a estos placeres por una serie de analogías? Pero entonces, no se trata de sexualidad en un sentido unívoco. ¿De qué tipo de analogía estamos hablando? ¿Puede llegar a ser una analogía puramente metafórica? Entonces cae por tierra el descubrimiento de la sexualidad infantil. ¡Atención!, no negamos que puedan observarse en la infancia fenómenos de tipo sexual, sino que intentamos poner de manifiesto que el argumento freudiano sólo prueba que hay una semejanza entre el placer genital y otros placeres, y que él, analógicamente, llama a todos ellos sexuales. A nuestro juicio, lo único que la experiencia demuestra es que la excitación de tales zonas puede orientarse al placer sexual (es decir genital), en cuyo caso esos placeres serían sexuales también, pero no que todo placer obtenido a través de esas zonas sea siempre eo ipso sexual. Todo amor, deseo o placer, son actos del mismo apetito, el concupiscible. En ese sentido hay algo en común entre los actos de amor, deseo y placer sexuales y los de autoconservación, y otros placeres superiores. Pero esta comunidad no reside en que sean todos ellos sexuales, sino en ser actos del apetito concupiscible. Por ello consideramos fundada la siguiente observación crítica de Alfred Adler:

La primera de esas concepciones objetables [de Freud] es la que considera la libido como fuente y causa de las manifestaciones neuróticas. [...] Pero si traducimos el concepto de libido por el vasto y vago de amor, y manejamos los dos términos con habilidad, ampliándolos o achicándolos, según el caso, se podrá, si no explicar, al menos encerrar el devenir cósmico entero en los límites de la libido. De esta manera se logra suscitar la impresión de que todas las tendencias y todos los impulsos humanos están plenos de libido, siendo que, en verdad, no se hace sino encontrar en ellos lo que previamente se había introducido65.

Freud distingue entre el fin (Ziel) y el objeto (Objekt) de la pulsión sexual (Sexualtrieb)66. El fin sería simplemente la descarga del exceso de excitación. El objeto, aquello sobre lo que esa energía se descarga. Inicialmente, el sujeto (yo-ello indiferenciado, como lo llamará después) es el reservorio de toda la energía (ver Anexo 1). Más adelante, esa energía va a investir determinados objetos presentes en las representaciones. En principio no hay para Freud una conexión natural entre fin y objeto. Es la biografía de la persona la que los conectaría. El primer objeto significativo es la madre. Es por ello que para Freud la madre es el prototipo del objeto sexual. Atiéndase bien a esto: para Freud el único tipo de relación amorosa posible es el que ve a los otros como objetos de descarga de la energía sexual. Por naturaleza no hay aquí lugar para el amor de benevolencia, ni para ningún tipo de amor desinteresado u oblativo. De aquí procede también la expresión “relaciones objetales” (Objektbeziehung; Object-relation), que tendrá un desarrollo propio en algunos psicoanalistas posteriores (M. Klein, D. Winnicott, M. Balint, R. Spitz). Las relaciones objetales no son en Freud relaciones personales. Se trata de la relación entre un exceso de energía que debe ser descargado y el objeto que permite tal descarga. Por eso, en Freud el afecto es siempre egocéntrico. Si amo a los demás es porque a través de ellos me amo a mí mismo67.

7. El complejo de Edipo

Por ser la madre el primer objeto sexual, en la fase fálica del desarrollo de la libido aparece el complejo de Edipo (Ödipuskomplex), complejo nuclear de toda neurosis. Este complejo, conjunto de representaciones cargadas de afecto, se refiere al deseo de tener satisfacción sexual con la madre y de eliminar al obstáculo a este deseo, que es el padre. Se trataría de ocupar el lugar del padre junto a la madre, para obtener de ésta el placer sexual.

El niño toma a ambos miembros de la pareja parental, y sobre todo a uno de ellos, como objeto de sus deseos eróticos. Por lo común obedece en ello a una incitación de los padres mismos, cuya ternura presenta los más nítidos caracteres de un quehacer sexual, si bien inhibido en sus metas. [...] Los sentimientos que despiertan en estos vínculos entre progenitores e hijos, y en los recíprocos vínculos entre hermanos y hermanas, apuntalados por aquellos, no son sólo de naturaleza positiva y tierna, sino también negativa y hostil. El complejo así formado está destinado a una pronta represión, pero sigue ejerciendo desde lo inconsciente un efecto grandioso y duradero. Estamos autorizados a formular la conjetura de que con sus ramificaciones constituye el complejo nuclear de toda neurosis, y estamos preparados para tropezar con su presencia, no menos eficaz, en otros campos de la vida anímica. El mito del rey Edipo, que mata a su padre y toma por su esposa a su madre, es una revelación, muy poco modificada todavía, del deseo infantil, al que se contrapone luego el rechazo de la barrera del incesto68.

El complejo de Edipo alcanzaría su período de máximo desarrollo en la fase fálica del desarrollo sexual, entre los tres y los cinco años. A partir de los seis años, por la acción de la represión, el complejo de Edipo pasaría a su período de latencia, dando lugar a la amnesia infantil, que explicaría por qué no recordamos el conflicto edípico en la adultez. Durante la latencia del Edipo, las relaciones objetales se desexualizarían, y aparecerían los sentimientos estéticos (asco, repugnancia, etc.) y éticos característicos del adulto. Como todo lo reprimido, el Edipo tiende a resurgir en la pubertad, en la que se debe superar a través de la identificación definitiva con las figuras paternas, y la aceptación de los tabúes del incesto y del parricidio.

Esto al menos en el caso del varón. El desarrollo psíquico de la mujer sería más tortuoso, porque debe cambiar su objeto sexual inicial, la madre, por el padre, dando lugar al “complejo de Edipo invertido” (la expresión jungiana “complejo de Electra” –Elektrakomplex– es rechazada por Freud69). Para Freud los varones evolucionan más que las mujeres y por tanto prácticamente pertenecen a otra categoría de entes. Las mujeres no llegarían a desarrollar una conciencia moral sólida, ni un uso de la razón elevado, por lo que no habrían hecho ningún aporte importante a la cultura en toda la historia de la humanidad. A este respecto, Freud con frecuencia se expresa de una manera que hace que nos preguntemos qué problema tendría su psique con las mujeres. Baste de ejemplo el siguiente pasaje:

Se cree que las mujeres han brindado escasas contribuciones a los descubrimientos e inventos de la historia cultural, pero son tal vez inventoras de una técnica: la del trenzado y tejido. Si fuera así, uno estaría tentado a colegir el motivo inconsciente de ese logro. La naturaleza misma habría proporcionado el arquetipo para esa imitación haciendo crecer el vello pubiano que cubre los genitales. El paso que aún restaba dar consistió en hacer que se adhirieran unos a otros los hilos, que en el cuerpo pendían de la piel y sólo estaban enredados. Si ustedes rechazan esta ocurrencia por fantástica, y consideran que es una idea fija mía la del influjo de la falta de pene sobre la conformación de la feminidad, yo quedo, naturalmente, indefenso70.

El motivo por el cual las mujeres no podrían desarrollarse completamente como seres humanos, sería que no tendrían temor a la castración (aunque sí tengan “envidia del pene” –Penisneid–71). El varón se desarrollaría moralmente al darse cuenta de que tiene que abandonar su deseo de buscar satisfacción con su madre y que no puede matar a su padre, y esto sucedería cuando cae en la cuenta de que el padre es más fuerte y que lo puede castrar (complejo de castración –Kastrationskomplex–72). Un paso importante es darse cuenta de que la mujer ya está castrada (es decir, privada de pene). Freud tiene una visión bastante retrógrada de la mujer, la ve como un vir mancatus73. Pero para Freud la mujer no tiene la misma naturaleza que el hombre. La libido es masculina; la mujer se desarrolla menos que el hombre, casi pertenece a otra categoría. Freud dice que una mujer a los 30 años es prácticamente inmodificable, ya ha llegado a desarrollar todo lo que puede desarrollar, mientras que un varón a los 30 años se nos muestra como alguien más dinámico que puede ser psicoanalizado y formado. Para Freud el psicoanalizado ideal no es ni el neurótico, ni la mujer, es el varón normal de 30 años:

Un hombre que ronde la treintena nos aparece como un individuo joven, más bien inmaduro, del cual esperamos que aproveche abundantemente las posibilidades de desarrollo que le abre el análisis. Pero una mujer en la misma época de la vida nos aterra a menudo por su rigidez psíquica y su inmutabilidad. [...] es como si el difícil desarrollo hacia la feminidad hubiera agotado las posibilidades de la persona74.

8. Neurosis y perversión

Las vicisitudes de la sexualidad infantil serían, entonces, las responsables del surgimiento de la patología psíquica, especialmente de las psiconeurosis y perversiones (parafilias):

Una proposición de la patología general nos dice que todo proceso de desarrollo conlleva los gérmenes de la predisposición patológica, pues puede ser inhibido, retardado, o discurrir de manera incompleta. Lo mismo es válido para el tan complejo desarrollo de la función sexual. No todos los individuos lo recorren de una manera tersa, y entonces deja como secuela o bien anormalidades o unas predisposiciones a contraer enfermedad más tarde por el camino de la involución (regresión). Puede suceder que no todas las pulsiones parciales se sometan al imperio de la zona genital; si una de aquellas pulsiones ha permanecido independiente, se produce luego lo que llamamos una perversión y que puede sustituir la meta sexual normal por la suya propia. [...]

La predisposición a las neurosis deriva de diverso modo de un deterioro en el desarrollo sexual. Las neurosis son a las perversiones como lo negativo a lo positivo: en ellas se rastrean, como portadores de complejos y formadores de síntoma, los mismos componentes pulsionales que en las perversiones, pero producen sus efectos desde lo inconsciente; por tanto han experimentado una represión, pero, desafiándola, pudieron afirmarse en lo inconsciente75.

He aquí la famosa afirmación freudiana de que la neurosis y la perversión se relacionan como lo positivo y lo negativo; son como las dos caras de una misma moneda. Ambas tendrían su origen en la independencia de las pulsiones parciales infantiles. En el caso de la perversión, la pulsión parcial se satisfaría directamente en la realidad, mientras que en el neurótico ésta habría sido mal reprimida.

A menudo, observaciones hechas dentro de una misma generación permiten corroborar de manera inequívoca la intelección de que la perversión es a la neurosis como lo positivo a lo negativo. Hartas veces, en una misma familia el hermano es un perverso sexual, en tanto que la hermana, dotada de una pulsión sexual más débil en su calidad de mujer [¡!], es una neurótica cuyos síntomas, empero, expresan inclinaciones idénticas a las perversiones del hermano sexualmente más activo; en consonancia con ello, en muchas familias los varones son sanos, pero inmorales en una medida indeseada para la sociedad, mientras que las mujeres son nobles e hiperrefinadas, pero... sufren una grave afección de los nervios76.

El neurótico (y, en el fondo, también el hombre “normal”) sería, entonces, un perverso que se ignora como tal. Y el niño, que en su desarrollo precontendría potencialmente los gérmenes de todos los desórdenes, sería un “perverso polimorfo”.

Dentro del campo de las neurosis, Freud distingue dos grandes grupos: a) Las neurosis actuales, y b) las psiconeurosis. Las primeras, que abarcarían la neurosis de angustia y la neurastenia, tendrían como causa o una falta de satisfacción sexual (las neurosis de angustia), o una inadecuada descarga de la misma, en particular la masturbación (la neurastenia). Las psiconeurosis se dividirían en neurosis de transferencia (que se llaman así por consistir en un desplazamiento de la energía a otros objetos distintos del yo), y las neurosis narcisistas (en las que se daría un repliegue completo de la libido sobre el yo). Las primeras son las que aun hoy suelen llamarse neurosis (histeria –o histeria de conversión–; neurosis fóbica –o histeria de angustia–; neurosis obsesiva). Éstas son a las que se aplica el mecanismo de formación de síntomas antes explicado, y son el centro de atención del psicoanálisis. Las neurosis de transferencia son las psicosis, si bien más adelante Freud restringe el nombre de neurosis narcisista a la melancolía (depresión), llamando a las otras simplemente psicosis.

9. La terapia

Como práctica terapéutica, el psicoanálisis nace distinguiéndose de la hipnosis, aprendida de Charcot, Bernheim y Breuer. Mientras que estos autores intentaban liberar a sus pacientes de los síntomas histéricos a través del recuerdo, inducido por hipnosis, de los sucesos traumáticos, Freud, luego de descartar la hipnosis y el método catártico, que usó al principio de su carrera, intentó lograr un resultado semejante, primero a través de la sugestión (imposición de manos en la cabeza), y después a través de la técnica central del psicoanálisis, la asociación libre (freie Assoziation)77. Para esto, el paciente tiene que someterse a la regla fundamental (Grudregel): confesar al psicoanalista los pensamientos y asociaciones que espontáneamente afloran a la conciencia, sin censura de ningún tipo78. Dice Freud:

Vemos pues, que si para buscar un complejo reprimido partimos en cierto enfermo de lo último que aún recuerda, tenemos todas las perspectivas de colegirlo siempre que él ponga a nuestra disposición un número suficiente de sus ocurrencias libres. Dejamos entonces al enfermo decir lo que quiere, y nos atenemos a la premisa de que no puede ocurrírsele otra cosa que lo que de manera indirecta dependa del complejo buscado. [...]

Bajo total renuncia a semejante selección crítica, debe decir todo lo que se le pase por la cabeza, aunque lo considere incorrecto, que no viene al caso o disparatado, y con mayor razón todavía si le resulta desagradable ocupar su pensamiento en esa ocurrencia. Por medio de su obediencia al precepto79 nos aseguramos el material que habrá de ponernos sobre la pista de los complejos reprimidos80.

La expresión “obediencia al precepto” pone en evidencia uno de los aspectos más destacados del psicoanálisis: mediante él, el paciente hace un pacto por que el que debe someterse sin oposición a dos principios: su propio inconsciente y el analista81. El presupuesto esencial de la técnica, como se ve, es el determinismo absoluto: todo pensamiento está determinado necesariamente. Lo que no tiene sentido desde el propósito consciente, debe tenerlo necesariamente desde lo inconsciente. Justamente por eso, lo aparentemente casual, fortuito y sin sentido (como los sueños y los actos fallidos), es el camino hacia lo inconsciente:

La elaboración de las ocurrencias que se ofrecen al paciente cuando se somete a la regla psicoanalítica fundamental no es el único de nuestros recursos técnicos para descubrir lo inconsciente. Para el mismo fin sirven otros dos procedimientos: la interpretación de los sueños y la apreciación de sus acciones fallidas y casuales82.

De entre estos procedimientos, para Freud la interpretación de los sueños, “anticuado y escarnecido arte”, es el camino principal:

La interpretación de los sueños es en realidad la vía regia para el conocimiento de lo inconsciente, el fundamento más seguro del psicoanálisis y el ámbito en el cual todo trabajador debe obtener su convencimiento y formación. Cuando me preguntan cómo puede hacerse uno psicoanalista, respondo: por el estudio de sus propios sueños83.

La práctica del psicoanálisis consiste básicamente en esto: a partir de estos fenómenos psíquicos que aparentemente no tienen causa, ir como tirando de una cadena, la de las representaciones reprimidas, hasta llegar a los complejos e ir disolviéndolos por el análisis, desatando la “cadena”, o desatando los “nudos” de los complejos reprimidos, hasta llegar al último “nudo” que es el complejo de Edipo. El problema es que los complejos reprimidos tendrían miles de ramificaciones, y esta operación no se podría hacer perfectamente. En todo caso, la práctica psicoanalítica es la disolución por análisis de complejos patógenos, es decir productores de patología (pues la patología no es el complejo sino que éste es causa de la patología que de alguna manera son el conjunto de síntomas). Una cosa es el carácter del neurótico que tiene que ver con los complejos inconscientes y otra cosa son los síntomas neuróticos cuya causa son estos complejos.

El fin inmediato de la terapia es, en los primeros desarrollos de la teoría de Freud, llegar al trauma que generó este síntoma neurótico concreto; porque Freud sostiene inicialmente, con Breuer (y, antes que él, con Charcot) la teoría del trauma. Supuestamente habría habido una experiencia traumática cuyo recuerdo fue reprimido y cuya toma de conciencia hace que desaparezca el síntoma específico que se generó a través del trauma. De este modo nace la práctica psicoanalítica, a partir del método catártico de Josef Breuer.

Pero Freud a lo largo de su desarrollo relativiza la teoría del trauma, porque cree descubrir que esos hechos traumáticos muchas veces no se han dado en la realidad, sino que han sido fantaseados. Por otro lado, la recuperación de recuerdos es imperfecta, y debe ser casi reconstruida por el análisis, y en este punto es fundamental la intervención del analista. El núcleo patógeno último al que el análisis debe llegar es al complejo de Edipo, que estaría en el origen no sólo de la neurosis, sino de la moral, la religión y la cultura84. O, incluso, más allá del complejo de Edipo, a esa especie de pecado original, primer complejo de Edipo, como se dirá en breve.

La terapia psicoanalítica (en todas las etapas del pensamiento freudiano) es una toma de conciencia. Aquí podríamos decir lo mismo que se encuentra en Spinoza y en Engels: “libertad es conciencia de la necesidad”. Nosotros nos liberamos cuando tomamos conciencia del carácter inexorable del determinismo. Hay autores que han intentado liberar el psicoanálisis del determinismo. Incluso autores católicos como Jacques Maritain, Roland Dalbiez o Romano Guardini, consideran que el psicoanálisis se puede rescatar pero cambiando su filosofía de base. El problema con esta posición es que, si del psicoanálisis quitamos el mecanicismo y el determinismo total, se destruye el fundamento del método. Porque éste supone que no hay casualidad, que todo está perfecta e infaliblemente determinado. Ahora bien, si resultara que un acto fallido, un sueño o un síntoma, no son fruto de la causalidad psíquica perfecta, sino que son casuales, y que alguna vez estos fenómenos carecen de sentido, consciente o inconsciente (por ejemplo, porque se deben a las vicisitudes biológicas de una sinapsis), se deshace la esencia del método psicoanalítico, que se basa en la suposición del determinismo psíquico absoluto. Si no hay determinismo psíquico total, el método falla porque podemos tomar como signos del inconsciente, fenómenos que son pura casualidad. Si yo me olvido de algo, no porque tenga que ver con un complejo reprimido, sino porque tengo alguna deficiencia bioquímica en el cerebro, la seguridad en el método cae. Es absolutamente esencial para que el método psicoanalítico sea viable y confiable, que el psiquismo funcione como una máquina psíquica absolutamente determinista. Si sacamos esto, el psicoanálisis se transforma en otra cosa, y para que tenga sentido y fundamento, no sólo habría que modificarlo teóricamente, en sus fundamentos “metafísicos” y antropológicos, sino también en aspectos esenciales de su práctica, transformándose de ese modo en otra cosa. No se puede mantener el método freudiano intacto si se deshace la teoría mecanicista y determinista que lo sostiene.

10. La “segunda tópica”

Nos toca pasar a la etapa siguiente del desarrollo intelectual de Freud, la que va desde 1920 hasta el final de su vida. Las principales novedades teóricas de este período son su modificación de su teoría de las pulsiones, y la modificación de su modelo tópico.

Según Freud, hay tres perspectivas que se pueden adoptar en el estudio psicoanalítico del psiquismo: 1) la tópica, que es la que analiza los distintos “lugares” (de allí el nombre) en que se divide el aparato psíquico; 2) la dinámica, que, como para Herbart, consiste en el estudio de los conflictos entre lo consciente y lo inconsciente; y 3) la económica, que se concentra en el estudio de la distribución de la energía del aparato psíquico. La que se suele llamar “primera tópica” es la división del aparato psíquico que Freud hace en el período fundacional del psicoanálisis: Consciente, preconsciente, inconsciente. La segunda tópica es su concepción definitiva de tres instancias psíquicas fundamentales: yo, ello y superyó (Figura 2).


Figura 2 (©2010 Martín F. Echavarría): Segunda tópica freudiana

Lo esencial de su pensamiento anterior, es decir, su mecanicismo y determinismo, la importancia de lo inconsciente, el mecanismo de formación de síntomas y la centralidad etiológica de la sexualidad y del complejo de Edipo, se mantienen. Freud, poco a poco, (en parte por críticas internas al movimiento psicoanalítico y de autores que lo abandonan, como Adler y Jung) se ha ido dando cuenta de las limitaciones de su sistema, que deja mucho sin explicar, y debe introducir modificaciones importantes.

En esta última etapa, “inconsciente” pasa a ser una cualidad de distintas instancias y procesos psíquicos, un concepto descriptivo, y no ya un “lugar” psíquico. El rol que representaba el inconsciente en la etapa anterior, lo ocupa de alguna manera el ello (Das Es). Ello (aunque sería mejor decir “eso”, por su carácter impersonal) es una palabra que Freud toma de Georg Groddeck85. Groddeck era un psicoanalista silvestre. Se llamaba “psicoanálisis silvestre” o “salvaje” (wilde Psychoanalyse) al que cultivaban algunos terapeutas que no se habían sometido a una formación psicoanalítica sistemática, aunque se inspiraban en las obras de Freud. Freud suele no tratar demasiado bien a estos psicoanalistas, pero Groddeck es una excepción. Freud afirma que Groddeck toma el concepto de ello de Nietzsche, y que él a su vez lo toma de Groddeck86. Y, aunque en Nietzsche aparece sólo una vez, lo que esta palabra significa es muy coherente con su pensamiento87.

“El ello, dice Freud, representa la finalidad original del individuo”, es decir, el individuo inicialmente es un puro ello, un eso, una realidad impersonal. Al principio no seríamos personas, un “yo”. El pensamiento de Freud en este sentido es incompatible con cualquier tipo de posición personalista. Uno es un eso hasta que llega, por la influencia de la familia y de la sociedad, a hominizarse y a tener un yo. Inicialmente no tendríamos (ni seríamos) un yo (a lo sumo tendríamos lo que a veces Freud llama yo-ello), pues somos un ello, una cosa impersonal.

En el ello Freud localiza los complejos reprimidos (de los que ya hemos hablado) y la “herencia arcaica de la humanidad”. Para Freud nosotros heredamos representaciones inconscientes por vía filogenética, la principal de las cuales es el complejo de Edipo (o el pecado original que fue el origen del complejo de Edipo, del que hablaremos en el apartado siguiente). Pero en el Ello están, antes que nada, las pulsiones: “El poder del ello expresa el genuino propósito vital del individuo. Consiste en satisfacer sus necesidades congénitas88”, dice Freud. Esas necesidades están representadas psíquicamente por las pulsiones de vida y de muerte, que actúan desde el ello:

El núcleo de nuestro ser está constituido, pues, por el oscuro ello, que no comercia directamente con el mundo exterior y, además, sólo es asequible a nuestra noticia por mediación de otra instancia. Dentro del ello ejercen su acción eficiente las pulsiones orgánicas, ellas mismas compuestas de mezclas de dos fuerzas primordiales (Eros y destrucción) en variables proporciones, y diferenciadas entre sí por su referencia a órganos y sistemas de órgano. Lo único que estas pulsiones quieren alcanzar es la satisfacción, que se espera de precisas alteraciones en los órganos con auxilio de objetos del mundo exterior89.

Es decir, nosotros, como individuos, tenemos una finalidad que está dictada por las pulsiones de vida (Lebenstrieb) y de destrucción (Destruktionstrieb); estas pulsiones (Triebe) son una traducción psíquica de las necesidades orgánicas. Una tiene una finalidad constructiva, la pulsión de vida, y la otra tiene una finalidad destructiva. Por eso, el conflicto está inscrito en la misma naturaleza del individuo; si es que se puede hablar aquí de naturaleza, porque realmente no la hay. Para Freud cada individuo evoluciona y esto quiere decir que va cambiando de naturaleza.

Al principio, antes de entrar en contacto cognoscitivo con el mundo exterior, en el ello-cuerpo están las pulsiones que tienden a alcanzar inmediatamente sus metas. Pero la realidad deniega esta satisfacción inmediata. ¿De qué “realidad” se trata? Antes que nada del entorno familiar: mi padre me dice que no. Por eso en la superficie del ello se forma una especie de “callo” psíquico, una instancia que tiene como misión la mediación entre el ello y la realidad exterior. La realidad y el ello están en conflicto, entonces nos hacemos duros y ponemos una especie de mediador que satisface en parte a la realidad y en parte al ello. Ese mediador es el yo.

En este modelo, el yo no se identifica con la conciencia, porque si bien una parte del yo es consciente-preconsciente, la que está en comercio con el mundo exterior, una parte es inconsciente, pues está dirigida hacia el ello, en la medida en que los mecanismos de defensa, el principal de los cuales es la represión, son funciones del yo. Por eso, el yo tiene un aspecto que es inconsciente.

Son funciones del yo la percepción y la conciencia, y tal vez la racionalidad, de la cual Freud habla muy poco, y tienen una finalidad meramente adaptativa. Ésta no es una posición original de Freud, sino un enfoque típico de la biología y de la psicología evolucionista, que es la de casi todos los autores de su tiempo (y de gran parte de los del nuestro). Era la posición del funcionalismo de James y de Claparède, del estructuralismo de Piaget, de McDougall, etc. La función del conocimiento es la adaptación y por eso la función de la percepción y de la conciencia pertenecen a esta instancia mediadora que Freud llama “yo”. En la toma de conciencia de lo inconsciente, según Freud tienen un papel fundamental las representaciones de palabra. Un contenido puede devenir consciente en la medida en que se asocia a una representación de palabra, representaciones que tienen su origen en el sistema acústico. Esta concepción es el único resto de pensamiento conceptual que queda en el Freud maduro. De acuerdo con la tradición gnoseológica nominalista, el pensar racional para Freud no es otra cosa que la asociación de palabras. Un contenido se hace consciente cuando se expresa en palabras, que no son realmente conceptos con profundo contenido semántico, sino una conexión de representaciones provenientes de otros sentidos, especialmente visuales (representación de cosa) con representaciones de palabra90. Según Freud, algo puede hacerse consciente sólo si fue previamente consciente, es decir si se asoció a palabras. Lo estrictamente inconsciente nunca se asoció a representaciones palabras, y por eso no puede devenir inmediatamente consciente.

Ya en otro lugar adopté el supuesto de que la diferencia efectiva entre una representación (un pensamiento) icc y una prcc91consiste en que la primera se consuma en algún material que permanece no conocido, mientras que en el caso de la segunda (la prcc) se añade la conexión con representaciones-palabra. [...] Por tanto, la pregunta “¿Cómo algo deviene consciente?” se formularía más adecuadamente así: “Cómo algo deviene preconsciente”. Y la respuesta sería: “Por la conexión con las correspondientes representaciones-palabra92.

Si tal es el camino por el cual algo en sí inconsciente deviene preconsciente, la pregunta por el modo en que podemos hacer (pre)consciente algo reprimido ha de responderse: restableciendo, mediante el trabajo analítico, aquellos eslabones intermedios prcc93.

De esta manera, que a Freud le sirve para marcar la diferencia entre el pensamiento inconsciente (que funciona sólo en base a representaciones de cosas) y el pensamiento consciente (que asocia las representaciones de cosas a las de palabras), Freud, tal vez inadvertidamente, pero coherentemente con su concepción antropológica, liquida la diferencia esencial entre el pensar universal y el pensamiento particular, es decir entre la razón en sentido estricto, y los procesos sensitivos superiores (de lo que el tomismo llama “sentidos internos”: imaginación, cogitativa y memoria94).

En este nuevo modelo, además, a veces parece que es el yo, y no el ello, el que se rige por el principio de placer, quiere evitar el displacer, y mantenerse con vida: “El yo aspira al placer, quiere evitar el displacer”95. “Un propósito de mantenerse con vida y protegerse de peligros mediante la angustia no se puede atribuir al ello. Esa es tarea del yo, quien también tiene que hallar la manera más favorable y menos peligrosa de satisfacción con miramiento por el mundo exterior”96. Sin embargo, también el ello aspira al placer, en la medida en que las pulsiones buscan la reducción de los excesos de excitación, que es en lo que consistiría en general el placer. En esta última etapa, en realidad, Freud va y viene con estos conceptos, y cambia con frecuencia de idea de un escrito a otro.

El yo sirve al ello, pero para lograr sus metas tiene que tener en cuenta también a la realidad. Esa energía, que se querría descargar directamente, tiene que dar un rodeo a través del circuito de las representaciones del yo, hasta encontrar una puerta de escape, pues el yo no sólo es responsable de la percepción y procesamiento de informaciones, sino también de activar la conducta, es decir, de activar la musculatura voluntaria.

Aquella realidad exterior, que inicialmente son los padres y los valores culturales que ellos encarnan, porque para Freud los padres no pueden sino transmitir los valores de la sociedad en la que están inmersos (por eso también habla de una especie de superyó cultural97), con el tiempo es introyectada, metida dentro del psiquismo, y por lo tanto se forma una separación dentro del Yo que es lo que él llama superyó (Über-ich). El Superyó juega el papel de la conciencia moral: contiene los ideales (ideal del yo –Ichideal–). Estos ideales no son tanto los valores universales, en el sentido filosófico del término, sino que son algo del orden de la fantasía, son la imago del padre y la imago98 de la madre introyectadas, son las identificaciones con nuestros padres como ideales. Y, por otro lado y principalmente, las prohibiciones. Freud tiene una visión muy kantiana del deber y de la prohibición. Las prohibiciones principales son la del incesto y la del parricidio, no matar al padre y no acostarme con mi madre o con mis hermanas. Ésta sería la base de toda la moralidad, lo que él llama el tabú. Las prohibiciones son los tabúes. Todo sistema moral se desarrollaría en base a estas dos prohibiciones fundamentales. La religión, a su vez, sería el tótem, pues para él las religiones modernas serían el desarrollo de la religión totémica, y la moral sería un desarrollo de los tabúes tribales.

El superyó, que surge como una distinción dentro del yo, es una nueva instancia que presenta sus exigencias al yo. Como, con el tiempo, puede haber una fuerte diferencia entre las exigencias del superyó y la realidad exterior, tenemos al pobre yo tironeado por tres lados: por el del ello, por el de la realidad y por el del superyó. De allí la famosa frase de Freud: “el yo es esclavo de tres amos99”. Esto es así porque el yo está siempre en peligro de disgregación, solicitado como está por un lado por el superyó, tironeado por otro lado por la realidad. Nosotros terminaríamos de formar el superyó si somos más o menos normales (porque la normalidad plena, para Freud, no existe) en la adolescencia. Pero la realidad exterior puede cambiar y puede no ser la misma que nuestra realidad familiar y por lo tanto el superyó puede estar en conflicto con la realidad. El yo está también presionado por los ideales y prohibiciones morales. Finalmente estamos empujados por nuestra verdadera finalidad, la del Ello. El “yo es esclavo de tres amos”, sirve a tres Señores, y por eso no puede sino estar dividido, no se puede servir a tres Señores que quieren cosas distintas. Por eso la vida psicológica del hombre es precaria, para Freud, y no tiene arreglo del todo, hay que estar siempre acomodándola. Detrás de esto está la sombra de la pulsión de muerte.

11. La nueva teoría de las pulsiones

Como se ha dicho, sobre todo en la etapa fundacional del psicoanálisis las ideas reprimidas se relacionan con la sexualidad, y por eso Freud fue acusado de pansexualismo. Esta acusación no es del todo acertada, como ya se ha dicho, porque para Freud, ya desde el principio, hay dos pulsiones contrapuestas, la de autoconservación y la sexual. Freud siempre tuvo una concepción dualista de las pulsiones. En la última etapa estas pulsiones son Eros y pulsión de muerte o de destrucción, en una especie de regresión a la antigüedad mitológica presocrática100.

Tras larga vacilación y oscilación, nos hemos resuelto a aceptar sólo dos pulsiones básicas: Eros y destrucción. La oposición entre pulsión de conservación de sí mismo y de conservación de la especie, así como la otra entre amor yoico y amor de objeto, se sitúan en el interior del Eros)101.

Esta tesis de la oposición entre la pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte es muy conocida. La pulsión de vida tiende a complicar la realidad, a construir realidades mayores uniendo los elementos, mientras que la de destrucción, tiende a deshacer y disgregar:

La meta de la primera es producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una ligazón; la meta de la otra es, al contrario, disolver nexos y, así, destruir las cosas del mundo. Respecto de la pulsión de destrucción, podemos pensar que aparece como su meta última transportar lo vivo al estado inorgánico; por eso la llamamos también pulsión de muerte102.

Las pulsiones no tienden a un fin perfectivo futuro (telos), sino al retorno a un estado anterior, es decir, son conservadoras. Esta es una tesis que aparece en casi todas las épocas del desarrollo intelectual de Freud, como se ha visto. La acción es la consecuencia de un incremento de la excitación, que debe ser descargado para retornar al estado de equilibrio anterior.

Llamamos pulsiones a las fuerzas que suponemos tras las tensiones de necesidad del ello. Representan los requerimientos que hace el cuerpo a la vida anímica. Aunque causa última de toda actividad, son de naturaleza conservadora; de todo estado alcanzado por un ser brota un afán por reproducir ese estado tan pronto se lo abandonó103.

Ese estado anterior absolutamente hablando, desde el punto de vista evolutivo, fue el estado inorgánico y, por lo tanto, la tendencia más profunda de la realidad es a volver al estado inorgánico104. Por eso también la tendencia más profunda del psiquismo es a volver a lo inorgánico y morir, y esto no tiene solución, es totalmente insanable, lo que hace que el psicoanálisis sea interminable105.

Respecto de la pulsión de destrucción, podemos pensar que aparece como su meta última transportar lo vivo al estado inorgánico; por eso también la llamamos pulsión de muerte. Si suponemos que lo vivo advino más tarde que lo inerte y se generó desde esto, la pulsión de muerte responde a la fórmula consignada, a saber, que una pulsión aspira al regreso a un estado anterior. En cambio, no podemos aplicar a Eros (o pulsión de amor) esa fórmula. Ello supondría que la sustancia viva fue otrora una unidad luego desgarrada y que ahora aspira a su reunificación106.

El principio del carácter conservador de la pulsión, es más claro en el caso de la de destrucción. Lo no vivo fue anterior que lo vivo. Por eso, la tendencia más radical y arcaica del ser vivo es a la muerte, es decir, a recuperar el estado de disgregación. ¿Cómo se pasó históricamente de lo inerte y disgregado a lo vivo y unificado? Para Freud es inexplicable, porque él no acepta una tendencia a la perfección, ni una causalidad exterior al cosmos que ponga en movimiento lo inerte. Todo movimiento y toda tendencia son un retroceso, un intento de recuperar un estado perdido y previo.

Como consecuencia de su nueva teoría de las pulsiones, parecería que Freud sólo reconoce una energía psíquica, la libido, que es la energía de la pulsión de vida o Eros. La pulsión de muerte no tendría una energía propia, sino que justamente su tendencia consistiría en descargar completamente la energía del ser vivo, para que muera. Esto lo expresa Freud con el término, tomado de la psicoanalista inglesa Barbara Low, “principio de Nirvana”, que se coloca “más allá del principio de placer”107.

El psicoanálisis no sólo no es una terapia breve, sino que es una terapia interminable por motivos ontológicos: si la realidad tiende a la disgregación y por lo tanto no hay solución radical, es necesario ir siempre ajustando el psiquismo que tiende por sí mismo a deshacerse, ayudándolo a que no se disuelva, pero sabiendo que finalmente la muerte triunfará108. Para Freud la psique es un conglomerado de representaciones que está siempre en peligro de disolverse, y de energía que está a punto de descargarse. Por este motivo también para Freud no hay diferencia esencial o cualitativa entre la neurosis y la psicosis, como tampoco entre la enfermedad y la normalidad. Se trata en todos los casos de un continuo, que tiene como fundamento la tendencia de toda realidad a la autodisolución. Desde esta perspectiva, la normalidad es un ideal imposible de realizar, una ficción. La realidad fundamental, en cambio, es la enfermedad y, más profundamente, la muerte109.

La pulsión de vida y la de muerte luchan en el interior del ello. Se mezclan y separan mutuamente por virtud del yo, y en ese sentido se sirven mutuamente, pero en última instancia son enemigas. Por eso, el ello busca una meta contradictoria, es esencialmente contradictorio: “Si la vida está gobernada por el principio de constancia como lo entiende Fechner, si está entonces destinada a ser un deslizarse hacia la muerte, son las exigencias del Eros, de las pulsiones sexuales, las que, como necesidades pulsionales, detienen la caída del nivel e introducen nuevas tensiones110”.

Si colocamos un gran monto de libido en objetos distintos del yo, corremos el riesgo de que la muerte venza a la vida. Por eso es necesario dirigir algo de la pulsión de destrucción al exterior, si bien, según Freud, esta también se dirige hacia el interior, especialmente por medio del sentimiento de culpa:

Según hemos aprendido, los síntomas de las neurosis son esencialmente satisfacciones sustitutivas de deseos sexuales incumplidos. En el curso del trabajo analítico nos hemos enterado, para nuestra sorpresa, de que acaso toda neurosis esconde un monto de sentimiento de culpa inconsciente, que a su vez consolida los síntomas por su aplicación en el castigo. Entonces nos tienta formular este enunciado: Cuando una aspiración pulsional sucumbe a la represión, sus componentes libidinosos son traspuestos en síntomas, y sus componentes agresivos, en sentimiento de culpa111.

En la medida en que el psicoanálisis es la vía para el descubrimiento de estas conexiones, y el tratamiento por excelencia de la neurosis, sería a la vez la solución definitiva al problema de la culpa, superando de ese modo a la moral y a la religión.

12. Crítica de la moral y de la religión

Es bien sabido que Freud es un autor abiertamente ateo y que se manifiesta hostil a la religión y a la moral. Las influencias del ateísmo de autores como Feuerbach y Nietzsche calaron muy hondo en su espíritu desde su juventud. También es sabido que Freud traslada su explicación de la formación de la neurosis a la religión. Para este autor la conducta religiosa, y en particular las ceremonias litúrgicas, no son otra cosa que un comportamiento neurótico de masas, que se explicaría de la misma manera que los rituales de la neurosis obsesiva. El símbolo religioso no representaría a un Dios existente objetivamente, sino que sería una formación sustitutiva (un síntoma) de contenidos reprimidos. Freud explica de esta manera también otros fenómenos de la cultura, como el arte y la filosofía. Para Freud, tener preocupaciones filosóficas, como la del sentido de la vida, es síntoma de algo reprimido.

La religión sería una mera ilusión, pero no sólo ella, sino también todo intento de mejorar al hombre, de pensar que éste puede ser redimido, por medios naturales o sobrenaturales. Por el contrario, para Freud el hombre está estructuralmente destinado al fracaso y a la autodestrucción. Por esto, junto con la crítica a la religión, en Freud hay una crítica también a las ideologías (como la socialista), y al moralismo ilustrado. En este sentido se puede decir que, si bien en Freud se perciben con frecuencia las actitudes ilustradas de fe en la ciencia y en la autonomía del hombre, más en lo profundo hay un gran pesimismo. Freud tenía una concepción muy pesimista de la realidad y particularmente del ser humano. De hecho, si se lee la correspondencia de Freud con Oskar Pfister (1873-1956), que era un pastor protestante liberal que adhirió al psicoanálisis e hizo aplicaciones pedagógicas del mismo, llega un momento en que se ve que Pfister se da cuenta de que Freud era ateo, y no sólo eso (que era por lo demás bastante evidente), sino también nihilista112. Hasta Nietzsche lo consideraría nihilista (pasivo), porque Freud es un autor muy pesimista. Nietzsche es un autor, a su manera, optimista, y siempre criticó el nihilismo pasivo. Él promovió lo que llamaba el “nihilismo activo” de filósofo que “filosofa con el martillo”, y despreciaba a Schopenhauer y a Wagner por su nihilismo pasivo113. Freud es también un nihilista pasivo. Para él la realidad no tiene arreglo, el ser humano tampoco, venimos de la nada y vamos hacia la nada, hacia la muerte, salimos de lo inorgánico y volvemos a lo inorgánico. La felicidad es imposible:

[La felicidad] Es absolutamente irrealizable, las disposiciones del Todo –sin excepción– lo contrarían; se diría que el propósito de que el hombre sea “dichoso” no está contenido en el plan de la “Creación”. Lo que en sentido estricto se llama “felicidad” corresponde a la satisfacción más bien repentina de necesidades retenidas, con alto grado de estasis, y por su propia naturaleza sólo es posible como un fenómeno episódico114.

Ya desde sus primeros escritos psicoanalíticos, Freud se muestra como un crítico de la moral. En un opúsculo de 1908 que se llama “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”, Freud imputa a la moral sexual cristiana el cargo de ser causante de neurosis. En su último período va más allá. La crítica no se dirige sólo a la moral occidental, sino que se extiende a todo deseo de mejorar al hombre. Para Freud, cuanto mejores intentamos ser, peores nos hacemos, porque la vida moral se construiría sobre la represión de impulsos fundamentales e inextirpables que son por su misma índole contrarios a lo que la moral pretende. En el ello habría una tendencia a la perversión sexual y al sadismo que la pedagogía moral no podría eliminar, sino sólo ocultar, pues tomaría su fuerza de las pulsiones de vida y de muerte. Pero ese ocultamiento sería fatal, porque sería generador de patología.

Freud extiende su análisis a la cultura y a la historia de la humanidad, y cree vislumbrar que los orígenes de la moral y de la religión están unidos en los orígenes de la humanidad. En sus obras Tótem y tabú y Moisés y la religión monoteísta, en base a unas fuentes de estudios de antropología cultural muy endebles, el creador del psicoanálisis reconduce el nacimiento de la moral y de la religión a un pecado original histórico (no meramente legendario), que explica desde un punto de vista ateo y evolucionista. Al comienzo de los tiempos habría existido una horda de antropoides con un macho como jefe, el padre, que tenía solo para sí la satisfacción sexual con todas las hembras. Los hijos varones, que lo admiraban por su poder, al mismo tiempo lo odiaban por aquello: es decir, tenían hacia él sentimientos ambivalentes. Un día los hijos habrían conspirado, rebelándose contra el padre y matándolo. Luego de matarlo, habrían consumido su carne, para identificarse con su poder, después de lo cual se habrían apoderado de las hembras. Pasado ese momento de rebelión, se habrían visto, por primera vez en la historia, asaltados por el remordimiento de conciencia, remordimiento procedente del afecto positivo que sentían hacia el padre, ya que lo admiraban. De allí habrían surgido a la vez los dos primeros mandamientos morales, sobre los que se habrían después construido históricamente los demás, y que son dos prohibiciones (tabúes): la del parricidio y la del incesto. Al mismo tiempo, habría surgido el ritual religioso. La tribu escoge un animal (tótem) que inconscientemente representa al padre. Sobre el animal totémico se proyectarían todas las cualidades de poder atribuidas inicialmente al padre. El tótem es el dios de la tribu, y se lo trataría con la reverencia debida al padre, aunque en determinados momentos del año, por fuerza de la ambivalencia afectiva (ontológicamente presente en el ser humano), se repetiría el crimen original: se mata y se consume el animal totémico.

Como lo reprimido tiende al retorno, con el tiempo el asesinato del Padre vuelve a la conciencia, con cada vez menos fingidos disfraces. La religión evoluciona, los dioses son cada vez más antropomórficos y se pasa del politeísmo al monoteísmo en el judaísmo. La culminación de este proceso se daría en el cristianismo, en el que se llega a afirmar que la humanidad es culpable de un crimen contra Dios-Padre, por lo que es necesario el sacrificio expiatorio de un Hijo, humano, pero igual al Padre, que renuncia a la mujer y entrega su vida. Pero, en virtud de la “fatalidad psicológica de la ambivalencia”, al hacer esto, el Hijo vuelve a ponerse en lugar del padre, y se pasa de la religión del Padre (el judaísmo) a la religión del Hijo (el cristianismo). En la misa cristiana, se reproduciría este proceso: en la Eucaristía el Hijo se entregaría de nuevo por el Padre, pero al mismo tiempo, eliminaría al Padre. El cristiano, al comulgar, lograría a la vez sentirse libre de la culpa y ponerse en el lugar del padre.

En el mito cristiano, el pecado original del hombre es indudablemente un pecado contra Dios Padre. Y bien; si Cristo redime a los hombres de la carga del pecado original sacrificando su propia vida, nos constriñe a inferir que el pecado fue un asesinato. Según la Ley del Talión, de profunda raigambre en el sentir humano, un asesinato sólo puede ser expiado por el sacrificio de otra vida; el autosacrificio remite a una culpa de sangre. Y si ese sacrificio de la propia vida produce la reconciliación con Dios Padre, el crimen así expiado no puede haber sido otro que el parricidio. Así, en la doctrina cristiana la humanidad se confiesa con el menor fingimiento la hazaña culposa del tiempo primordial; y lo hace porque en la muerte sacrificial de un hijo ha hallado la más generosa expiación de aquélla. La reconciliación con el Padre es ahora tanto más radical porque de manera simultánea a ese sacrificio se produce la total renuncia a la mujer, por cuya causa uno se había sublevado contra el padre. Pero en este punto la fatalidad de la ambivalencia reclama sus derechos. En el acto mismo de ofrecer al padre la mayor expiación posible, el hijo alcanza también la meta de sus deseos contra el padre. Él mismo deviene dios junto al padre, en verdad en lugar de él. La religión del hijo releva a la religión del padre. Como signo de esta sustitución, el antiguo banquete totémico es reanimado como comunión; en ella, la banda de hermanos consume ahora la carne y la sangre del hijo, ya no del padre, se santifica por ese consumo, y se identifica con aquél. Nuestra mirada persigue a lo largo de las épocas la identidad del banquete totémico con el sacrificio del animal, el sacrificio humano teantrópico y la eucaristía cristiana, y en todas esas ceremonias solemnes discierne el efecto continuado de aquel crimen que tanto agobió a los hombres y del cual, empero, no podían menos que estar orgullosos. Ahora bien, la comunión cristiana es en el fondo una nueva eliminación del padre, una repetición del crimen que debía expiarse115.

En efecto, Freud, a pesar de su ateísmo, admite la historicidad del pecado original. Pero este pecado original de Freud, aunque histórico, es muy distinto del dogma católico y mucho más su interpretación del don de Cristo y de la Eucaristía, que de misterios de amor y misericordia se convierten en síntoma del complejo de Edipo, y por ello del odio al padre y de la codicia de las cosas terrenas. Este primer crimen habría sido reprimido y se heredaría filogenéticamente de generación en generación y estaría en la base de todas las represiones, incluso del complejo de Edipo individual. Se trataría de una especie de “complejo de Edipo original”.

Religión, moral y sentir social –esos contenidos principales de lo elevado del ser humano– han sido, en el origen, uno solo. Según las hipótesis de Totem y tabú, se adquirieron, filogenéticamente, en el complejo paterno; religión y limitación ética, por el predominio sobre el complejo de Edipo genuino; los sentimientos sociales, por la constricción a vencer la rivalidad remanente entre los miembros de la joven generación. Los varones parecen haberse adelantado en todas esas adquisiciones éticas; la herencia cruzada aportó ese patrimonio también a las mujeres: los sentimientos sociales nacen todavía hoy en el individuo como una superestructura que se eleva sobre las mociones de rivalidad y celos hacia los hermanos y hermanas116.

La moral y la religión no serían otra cosa que “síntomas” de este primer crimen cometido en los albores de la humanidad. Toda prohibición moral se reduciría genealógicamente (en el sentido nietzscheano del término) a las del incesto y el parricidio. Todo ritual religioso, a una reviviscencia del crimen original, incluida la misa católica, en la que, según Freud, se daría el máximo reconocimiento –antes del psicoanálisis– de este crimen inconsciente. Desde este punto de vista, la causa del descenso al inconsciente de las representaciones no es sólo el ser reprimidas desde lo consciente, sino también que son atraídas, casi magnéticamente, por el complejo de Edipo original asentado hereditariamente en el fondo de la psique. Por eso también para Freud hay una conexión oculta entre nuestro superyó y nuestro ello, a través de la herencia arcaica del crimen original.

Tenemos que atribuir la diferenciación entre yo y ello no sólo a los seres humanos primitivos, sino a seres vivos mucho más simples aún, puesto que ella es la expresión necesaria del influjo del mundo exterior. En cuanto al superyó, lo hacemos generarse, precisamente, de aquellas vivencias que llevaron al totemismo. La pregunta acerca de si el yo o el ello han hecho esas experiencias y adquisiciones, pronto se pulveriza a sí misma. La ponderación más inmediata nos dice que el ello no puede vivenciar ni experimentar ningún destino exterior si no es por medio del yo, que subroga ante él al mundo exterior. Ahora bien, no puede hablarse, por cierto, de una herencia directa en el yo. Aquí se abre el abismo, la grieta, entre el individuo real y el concepto de la especie. En verdad, no es lícito tomar demasiado rígidamente el distingo entre yo y ello, sin olvidar que el yo es un sector del ello diferenciado particularmente. Las vivencias del yo parecen al comienzo perderse para la herencia, pero, si se repiten con la suficiente frecuencia e intensidad en muchos individuos que se siguen unos a otros generacionalmente, se trasponen, por así decir, en vivencias del ello, cuyas impresiones son conservadas por herencia. De ese modo, el ello hereditario, alberga en su interior los restos de innumerables existencias-yo, y cuando el yo extrae del ello su superyó, quizá no haga sino sacar de nuevo a la luz figuras, plasmaciones yoicas más antiguas, procurarles una resurrección117.

El problema del cristianismo sería que, a pesar de ser un progreso en la historia de la toma de conciencia del crimen que fundó la especie humana (porque para Freud ser humano es prácticamente ser consciente a causa de la culpa), todavía oculta la verdad de lo inconsciente bajo el presunto “delirio” de su teología, originada en san Pablo:

Fue un tal Saulo, de Tarso, llamado Pablo como ciudadano romano, aquel en cuyo espíritu irrumpió por primera vez el discernimiento: “Somos tan desdichados porque hemos dado muerte a Dios-padre”. Y es de todo punto inteligible que no pudiera aprehender este fragmento de verdad fuera del disfraz delirante de estas albricias: “Estamos redimidos de toda culpa desde que uno de nosotros ha sacrificado la vida para expiar nuestros pecados”. En esta formulación no se mencionaba, desde luego, el asesinato de Dios, pero un crimen que tenía que ser expiado por un sacrificio de muerte sólo podía haber sido un asesinato. Y la mediación entre el delirio y la verdad histórico-vivencial produjo la seguridad de que la víctima tuvo que ser Hijo de Dios118.

El psicoanálisis es, en la mente de Freud, el último eslabón del desarrollo moral y religioso de la Humanidad. Por él se lograría realmente, y no sólo por símbolos que en el fondo serían síntomas, la toma de conciencia del deseo radical de satisfacción sin límites y, sobre todo, de la aspiración a ocupar el lugar de dios-padre. El psicoanálisis sería por lo tanto, la respuesta radical a los problemas que aquejan al ser humano: la culpa, el castigo y el deseo (irrealizable) de reparación y redención119. Llegado a este punto, el psicoanálisis se manifiesta como una superación del estadio religioso de la humanidad y como un tipo de guía de almas posmoral120. El psicoanálisis es una especie de forma pos-religiosa de superación del pecado121.

13. El psicoanálisis como metapsicología y cura animarum posmoderna

Freud dice muy claramente en muchos lados que, a pesar de que la doctrina y la práctica psicoanalítica surgió en un contexto médico, no es medicina. El hecho de que tenga aplicaciones médicas no hace de él un procedimiento estrictamente médico, y por eso no es necesario ser médico para ser psicoanalista.

En efecto, en modo alguno consideramos deseable que el psicoanálisis sea fagocitado por la medicina y termine por hallar su depósito definitivo en el manual de psiquiatría, dentro del capítulo “Terapia” junto a procedimientos como la sugestión hipnótica, la autosugestión, la persuasión, que, creados por nuestra ignorancia, deben sus efímeros efectos a la inercia y cobardía de las masas de seres humanos. Merece un mejor destino, y confiamos en que lo tendrá. Como “psicología de lo profundo”, doctrina de lo inconsciente anímico, puede pasar a ser indispensable para todas las ciencias que se ocupan de la historia genética de la cultura humana y de sus grandes instituciones, como el arte, la religión y el régimen social. Yo creo que ya ha prestado valiosos auxilios a estas ciencias para la solución de sus problemas, pero esas no son sino contribuciones pequeñas comparadas con las que se obtendrán cuando los historiadores de la cultura, los psicólogos de la religión, los lingüistas, etc., aprendan a manejar por sí mismos el nuevo medio de investigación que se les ofrece. El uso del análisis para la terapia de las neurosis es sólo una de sus aplicaciones; quizás el futuro muestre que no es la más importante122.

El único requisito fundamental es pasar por el propio análisis. Nada impide que los representantes de las Ciencias del Espíritu (Geisteswissenschaften) se aboquen al psicoanálisis, siempre y cuando se formen como psicoanalistas, es decir, se sometan ellos mismos al psicoanálisis123:

Si los representantes de las diversas ciencias del espíritu han de aprender psicoanálisis a fin de aplicar sus métodos y puntos de vista a su material, no les bastará atenerse a los resultados que consigan en la bibliografía analítica. Se verán precisados a comprender el análisis por el único camino practicable: sometiéndose ellos mismos a un análisis124.

Desde el punto de vista teórico, Freud presenta al psicoanálisis como la base de toda la psicología:

No escapará a mis lectores que en lo anterior he presupuesto como evidente algo que todavía se cuestiona mucho en las discusiones, a saber: que el psicoanálisis no es una rama especial de la medicina. No veo cómo alguien podría negarse a reconocerlo. El psicoanálisis es una pieza de la psicología, no de la psicología médica en el sentido antiguo ni de la psicología de los procesos patológicos, sino de la psicología lisa y llana; por cierto, no es el todo de ella sino su base [Unterbau], acaso su fundamento [Fundament] mismo. Y no debe llamar al engaño la posibilidad de aplicarlo con fines médicos; también la electricidad y los rayos X hallaron aplicación en medicina, pero la ciencia de ambos es la física125.

El psicoanálisis no es sólo clínica, sino también y sobre todo metapsicología126. En cuanto metapsicología, el psicoanálisis es el sustituto (superador en el sentido de la transvaloración de Nietzsche) de la metafísica y de la teología, es decir, de la superstición y del estadio mítico de la historia de la humanidad:

Ahora bien, yo adopto el supuesto de que esta falta de noticia consciente y esta noticia inconsciente de la motivación de las causalidades psíquicas es una de las raíces psíquicas de la superstición. Porque el supersticioso nada sabe de la motivación de sus propias acciones casuales, y porque esta motivación esfuerza por obtener un sitio en su reconocimiento, él está constreñido a colocarla en el mundo exterior por desplazamiento. Si semejante nexo existe, difícilmente se limite a este caso singular. Creo, de hecho, que buena parte de la concepción mitológica del mundo, que penetra hasta en las religiones más modernas, no es otra cosa que psicología profunda proyectada al mundo exterior. El oscuro discernimiento (una percepción endopsíquica, por así decir) de factores psíquicos y constelaciones de lo inconsciente se espeja –es difícil decirlo de otro modo, hay que ayudarse aquí con la analogía que la paranoia ofrece– en la construcción de una realidad suprasensible que la ciencia debe volver a mudar en psicología de lo inconsciente. Podría osarse resolver de esta manera los mitos del paraíso y del pecado original, de Dios, del bien y el mal, de la inmortalidad, y otros similares: trasponer la metafísica a metapsicología”127.

El psicoanalista y filósofo P. L. Assoun explica muy bien el sentido de estas palabras:

La metapsicología desmarcándose de su “doble”, la metafísica, se trata de fijar sus diferencias de objeto y de campo para captar su especificidad.

La metapsicología, teniendo en cuenta su función intrapsicoanalítica y su posición “contrametafísica”, eleva al psicoanálisis al estatuto de ‘psicología de lo profundo”128.

Observemos, para empezar, que Freud hace un uso peyorativo del término ‘metafísica’, calificado a veces de “perjuicio” a veces de “supervivencia” de un modo de pensar arcaico. La metapsicología no debería pues alentar la esperanza de una vuelta a la metafísica –rompiendo justamente con las metafísicas del inconsciente. Pero precisamente la metapsicología se presenta como “retraducción” de la metafísica129.

Es decir, desde el punto de vista teórico, el psicoanálisis es la superación definitiva de la explicación mitológica y supersticiosa, es decir sintomática, del universo. Ocupa el lugar de la prima philosophia, de la metafísica, y de la teología, haciendo que el hombre se reapropie de las cualidades proyectadas en el Cielo, en Dios, a la manera de Feuerbach, su filósofo preferido en su adolescencia. Esta reapropiación es una reconducción de lo metafísico a lo inconsciente.

Desde el punto de vista práctico, el psicoanálisis es una forma, no médica, pero tampoco teológica ni moral, sino posmoderna, es decir, pos-onto-teológica y posmoral, de cura animarum, una “cura profana de almas”.

Mediante la fórmula “curador profano de almas” podría describirse acabadamente la función que el analista –médico o lego– debe cumplir frente al público. […] Nosotros, los analistas, nos proponemos como meta un análisis del paciente lo más completo y profundo posible; no queremos aliviarlo moviéndolo a ingresar en la comunidad católica, protestante o socialista, sino enriquecerlo a partir de su propia interioridad devolviéndole a su yo las energías que por obra de la represión están ligadas a su inconsciente […]. Lo que de tal suerte cultivamos es cura de almas en el mejor sentido130.

Esta cura animarum ya no busca la realización o perfección del ser humano, sino la toma de conciencia del carácter ilusorio de toda perfección. Es una forma de cuidado del alma posnietzscheana, que está más allá del bien y del mal, y por lo tanto de lo humano. Freud, contrariamente a lo que muchas veces se piensa –algunos afirman incluso que en el fondo era “personalista”– sentía un profundo desprecio por el ser humano. Esto se ve en su correspondencia y en particular en referencias despectivas a sus pacientes, pero también se ve en el método que utiliza. El psicoanálisis tradicional, freudiano, es un método en el cual el paciente se recuesta en un diván de espaldas al psicoterapeuta. Analista y paciente no se ven cara a cara, no entran en diálogo, no hay relación verdaderamente personal131. Además, la habitación está en semipenumbra para inducir a la relajación y a una especie de regresión que es esencial para el funcionamiento del método psicoanalítico. De lo que se trata en última instancia es de que el paciente arregle sus conflictos con sus propias imagos parentales –lo que no quiere decir que el psicoanalista no tenga un fortísimo ascendiente moral sobre el analizado, especialmente a través de sus interpretaciones–. Es decir, así como toda vida tiende a la muerte y toda la realidad tiende a lo inorgánico, todo lo que vamos haciendo no es sino una repetición132 de lo que fue antes, y lo que queremos en el fondo no está delante, sino detrás. Por eso es tan importante para Freud el complejo de Edipo, porque el primer objeto de amor en el sentido reduccionista que del amor tiene Freud, no es ni siquiera la madre como “objeto total”, sino el pecho de la madre, un “objeto parcial”133. Y eso es lo que querríamos cuando pensamos que buscamos la felicidad, por ejemplo, al querer casarnos: en el fondo querríamos volver a ese estado en el cual chupábamos el pecho de nuestra madre (o incluso, más atrás, tener el gozo autoerótico y narcisista de la vida intrauterina), que para él, además, es una actividad sexual134.

En este proceso el psicoanalista funciona como una especie de pantalla de proyecciones. Es decir, el psicoanalista, espontáneamente, como toda figura de autoridad (el médico, el pedagogo, el gobernante), ocupa para el paciente el papel del padre. Pero como para la curación hay que hacer aparecer las representaciones reprimidas del paciente, el psicoanalista (como persona, y sus intenciones pedagógicas y morales) debe esfumarse, ser una figura que está pero que no está, que está permitiendo a la persona “ser ella misma”, vivenciar plenamente sus contenidos inconscientes. Por eso la intervención del psicoanalista tiene que ser acotada por un motivo preciso, para sugerir una interpretación, pero no puede intervenir activamente, en el sentido de introducir una finalidad positivamente moral y pedagógica. Si bien Freud admite que en algunas circunstancias (cuando el paciente es muy aniñado e infantil) el analista asuma un cierto papel pedagógico, ese no es su papel propio en cuanto analista.

Si el paciente pone al analista en el lugar de su padre (o de su madre), le otorga también el poder que su superyó ejerce sobre su yo, puesto que esos progenitores han sido el origen de su superyó. Y entonces el nuevo superyó tiene oportunidad para una suerte de poseducación del neurótico, puede corregir desaciertos en que incurrieran los padres en su educación. Es verdad que aquí cabe la advertencia de no abusar del nuevo influjo. Por tentador que pueda resultarle al analista convertirse en maestro, arquetipo e ideal de los otros, crear a seres humanos a su imagen y semejanza, no tiene permitido olvidar que no es esta su tarea en la relación analítica, e incluso sería infiel a ella si se dejara arrastrar por su inclinación. No haría entonces sino repetir el error de los padres, que con su influjo ahogaron la independencia del niño, y sustituir aquel temprano vasallaje por uno nuevo. Es que el analista debe, no obstante sus empeños por mejorar y educar, respetar la peculiaridad del paciente135.

Los psicoanalistas lacanianos dicen que el psicoanalista “ocupa el lugar del muerto” –metáfora tomada del Bridge, pero con muchas implicaciones–136. Hay algunos que llegan al extremo de afirmar incluso que no tiene que decir absolutamente nada. Porque “el muerto”, cuyo lugar se ocupa, no es sólo el padre humano, el “otro de la díada”, sino el “Otro” con mayúscula, que en el fondo es Dios. “Dios ha muerto”, dijo Nietzsche. El paciente pone al psicoanalista en el lugar pedagógico del padre, y lo considera inconscientemente como un representante de Dios y de su ley. Y por eso, quiere saber qué quiere el analista, para complacerlo. Pero el único deseo del analista en cuanto tal debe ser el “deseo de análisis”, dice Lacan; el psicoanalista debe “salirse de ese lugar” de autoridad en que lo pone el paciente y dejarlo vacío. No se trata simplemente de no influir, porque, por el contrario, la influencia que el psicoanalista ejerce es enorme. Se trata de asumir un rol antipedagógico y posmoral137, que sirve para que la persona se dé cuenta de que Dios ha muerto, y de que en su lugar está el vacío, la muerte misma, que es la fuente última de la angustia. Esto en Freud está presente, pero relativamente oculto, latente, tácito, mientras que es la finalidad bastante explícita de muchas interpretaciones filosóficas del psicoanálisis, como algunas formas de psicoanálisis existencialista y, sobre todo, del psicoanálisis lacaniano y poslacaniano (que es, desde el punto de vista filosófico, posmoderno), que interpretan correctamente el espíritu de la terapia psicoanalítica tal como Freud la sintió. Por este motivo, el psicoanálisis, no sólo como doctrina, sino también como método, en su profundidad última es incompatible con una visión personalista del ser humano y con el cristianismo138.

En todo caso, y volviendo a la concepción de Freud, se trata de que la persona se arregle con sus imágenes internas. En la terapia psicoanalítica la persona entra en una especie de estado de regresión en el cual actúa sus conflictos inconscientes, actúa la relación con su padre en la relación con el analista139. Por eso es tan importante para el psicoanálisis lo que llaman el análisis de la transferencia. La transferencia no es la relación personal con el psicoterapeuta, como muchos poco interiorizados en la doctrina psicoanalítica piensan, sino la proyección sobre el psicoanalista de su relación con sus padres, que hay que analizar140. Ese sería el lugar privilegiado para hacer consciente lo inconsciente. Según la (tácita) teoría del conocimiento freudiana, no hay posibilidad de relación real con el psicoterapeuta, porque no hay posibilidad de salir de la propia psique. En este sentido Freud es cercano al idealismo: no se puede trascender las propias imágenes. Esto no es casual. Desde el punto de vista teórico, el psicoanálisis es hijo de la tradición idealista moderna en la línea del sensismo empirista. Es importante señalar, sin embargo, que en Freud no aparece en absoluto un aspecto esencial de la mente humana, que es el de la inteligencia capaz de captar lo universal. Para él todo son imágenes; Freud es inconscientemente nominalista.

La terapia psicoanalítica es esto. Toda la terapia consiste en hacer conscientes los complejos y deseos inconscientes. Una vez que se ha hecho esto, no hay trabajo pedagógico sobre la voluntad, sobre los apetitos, sobre las emociones. La toma de conciencia se identifica con la curación (siempre parcial y provisoria). Por eso Freud, como venimos de decir, es partidario de una visión de la psicoterapia no pedagógica. La psicoterapia no reeduca, hay que “correrse” del lugar educativo, hay que “correrse” del lugar del padre, hay que salir del lugar de la autoridad. De lo que se trata es de que el hombre sea autónomo; en este sentido, Freud es hijo de la Ilustración. Lo que sucede es que, al mismo tiempo, es posmoderno, falta en él el optimismo de la Ilustración, porque el hombre no tiene solución, esa autonomía que busca (que “donde era Ello, advenga Yo”) es fatalmente irrealizable, y lo deja huérfano y en manos de la muerte. Por eso el final de un análisis es arbitrario. Se decide dónde se termina, si es que no queremos seguir toda la vida visitando al psicoanalista.

Conclusiones

Nadie puede poner en duda la importancia de la escuela psicoanalítica, y de Freud en particular, en la conformación de la identidad de la psicología contemporánea y también en la mentalidad de gran parte de la cultura predominante en occidente en los últimos cien años. Es necesario, además, destacar algunos aspectos positivos que el psicoanálisis ha aportado a la psicología, como el llamar la atención sobre el estudio de temas poco tratados por considerarlos marginales al discurso psicológico académico, como el de los factores inconscientes del psiquismo humano, la importancia de la causalidad psíquica de varios trastornos, así como la importancia de las experiencias infantiles en la formación de la personalidad.

No obstante lo cual, en nuestra opinión, que consideramos sólidamente fundada en la obra de Freud, el psicoanálisis, globalmente considerado, y especialmente tal como lo ideó su fundador, es una teoría y una práctica que tiene muchos y grandes defectos en todos los órdenes, tanto en la teoría como en la praxis. Para no prolongar nuestro discurso más de lo debido, reduciremos nuestras críticas a tres categorías:

1) Metodología: A pesar de presentarse como una ciencia (incluso como la clave de todas las ciencias, especialmente de las llamadas Ciencias del Espíritu), y usando un lenguaje prestado de otras disciplinas científicas (como la termondinámica, la biología o la fisiología), si hay algo de lo que adolece el psicoanálisis en general, y el de Freud en particular, es de todo uso de la metodología científica, sea que se tome por ciencia lo que Aristóteles entendía por este término (un conocimiento cierto y demostrativo por las causas), sea lo que gran parte de la epistemología moderna considera ciencia (una serie de constataciones de relaciones constantes entre fenómenos, susceptibles de verificación o falsación). Freud es un autor que procede de un modo intuitivo, que fundamenta sus afirmaciones en sus propias (y muchas veces escasas) observaciones, experiencias que no se hacen según ningún tipo de control riguroso y que, muchas veces, están teñidas de una posición filosófica previa no explicitada. Con frecuencia cae en el uso de todo tipo de falacia y en errores formales en la construcción de sus razonamientos. Estas falencias son evidentes y, por lo mismo, son las que más frecuentemente se han señalado. Las encontramos formuladas por autores de muy diversa extracción teórica, como Karl Popper, Rudolf Allers, Hans J. Eysenck, Mario Bunge, Michel Onfray141, etc. A pesar de lo cual, la influencia de Freud no se ha visto definitivamente dañada, por motivos que seguramente escapan a la comprensión racional.

2) Teoría: La teoría de Freud (si es que se puede hablar de una definitiva, pues este autor la ha ido modificando constantemente) tiene muchísimas lagunas, algunas de las cuales hemos señalado en la exposición. No entraremos aquí a hacer una crítica de fondo de sus presupuestos filosóficos, lo que llevaría más espacio del deseado, sino a señalar algunas de las inconsecuencias de sus teorías.

A veces, especialmente en los escritos de la época fundacional del psicoanálisis, a pesar de postular una dualidad pulsional (sexual y de autoconservación), se da la impresión de que el aparato psíquico funciona sólo con una energía, la libidinal. Por otro lado, la identificación de todo placer con el sexual es evidentemente falaz, como hemos ya mostrado.

Freud considera, además, que los motivos de la represión son de orden ético y estético, como si una ética demasiado exigente llevara necesariamente a la represión. Pero se le ha escapado que, si tal fenómeno se da, en todo caso la represión se da más por un rechazo orgulloso o vanidoso de reconocer en sí mismo defectos respecto del ideal, que por fuerza de la ética misma.

Un defecto muy importante es la casi absoluta ausencia en la teoría freudiana de la mente, de los aspectos racionales que tan evidentemente forman parte de la vida psíquica humana, como la capacidad de pensar en conceptos universales, la de hacer enunciados necesarios y la de razonar. No es que Freud diga que entre este nivel y el sensitivo hay sólo diferencia de grado (como en el empirismo), sino que no da absolutamente ninguna explicación de su existencia, ni lo tiene en cuenta en la explicación global de la vida humana, excepción hecha del oscuro concepto de representación de palabra.

Queda sin explicar también el pasaje incomprensible desde lo inorgánico a lo orgánico, en los inicios de la evolución, ya que, si toda la realidad tiende a conservarse en su estado actual, ¿de dónde surgió el impulso hacia las organizaciones más complejas de la vida? En buena lógica, esto sólo se podría explicar por la intervención de un principio exterior a la materia (como Dios), pero éste es un camino que Freud opta explícitamente por cerrar, por un ateísmo a priori, debiendo reconocer que no puede explicar el origen de la vida y, por lo tanto, fundando en el absurdo todo su sistema.

3) Práctica: El recurso a un procedimiento tan contrario al carácter de dirección racional que debe caracterizar la vida humana como la asociación libre de imágenes debe tener una justificación muy seria a través de sus resultados para ser admitida como instrumento terapéutico en casos específicos, dados sus peligros para el orden moral. Ni qué hablar de como medio de auto-gnosis ordinario, que parece del todo injustificado. En todo caso, ningún estudio serio demuestra que el psicoanálisis tenga mayor éxito psicoterapéutico que otras psicoterapias (incluso que las breves y menos ideológicamente fundadas), ni en general, ni para algunos trastornos en particular, sino acaso lo contrario. El número de personas que se sienten satisfechas por el tratamiento psicoanalítico no es índice de su eficacia, y es, además, semejante al de los que reciben otras formas de tratamiento.

Freud, por otra parte, tiene en muchos círculos la fama de curador casi milagroso, a pesar de no presentar en sus obras ni un sólo caso convincente de curación, como demuestra el psiquiatra ítalo-suizo Ermanno Pavesi con estas lúcidas palabras:

Para muchos autores los éxitos terapéuticos de Freud tienen el rol del “eppur si muove!”, es decir el de una absoluta certeza, que debería disolver toda duda y quitar valor a todo argumento contrario. La crítica al psicoanálisis sería una abstracción, una opinión preconcebida, en cuanto los éxitos terapéuticos, las curaciones obtenidas por medio de la técnica psicoanalítica, hablarían por sí mismas y demostrarían lo acertado de la teoría. [...] Declaraciones de este tipo son completamente infundadas. Ciertamente Freud tuvo a su cuidado diversos pacientes y ha hecho referencia a tales tratamientos en sus obras. De sus éxitos terapéuticos, que son citados para demostrar la verdad de las teorías psicoanalíticas, sin embargo, sabemos muy poco. Freud mismo ha descripto en modo exhaustivo sólo pocos casos. Ernest Jones (1879-1858), estrecho colaborador y biógrafo de Freud, en el capítulo Casos clínicos de su Vida y obras de Freud, clasifica y describe seis142.

Después de explicar cada uno de estos casos, Pavesi continúa:

Como se ha visto, de los seis casos descriptos en modo exhaustivo por Freud, sólo cuatro fueron tratados directamente por él: un caso consiste más que en un tratamiento verdadero y propio sólo en los primeros acercamientos relativos a una joven homosexual; el tratamiento del caso de histeria dura sólo pocos meses y conduce solamente a la solución de un conflicto actual; cuatro años de tratamiento de la “neurosis infantil” no pueden evitar su transformación en una psicosis paranoide; en el caso de la “neurosis obsesiva” se tienen sólo las declaraciones de Freud según las cuales “[...] gracias al análisis recuperó la salud psíquica” 143.

Compartimos, por ello, las afirmaciones de Onfray “la terapia psicoanalítica es la ilustración de una rama del pensamiento mágico: como tratamiento funciona en el estricto límite del efecto placebo144”. Pero justamente por esto, o mejor, por factores más importantes aun, por su carácter de sustituto posmoderno de la religión, por ser una fe y una praxis, posreligiosa, pero que se apropia de su atractivo y se sirve de su fuerza, la crítica científica y filosófica, que es objetivamente demoledora, es de por sí insuficiente para refutar al psicoanálisis. En cuanto metapsicología y cura profana del alma, la refutación última del psicoanálisis es imposible sin un recurso a la crítica y explicación propiamente teológica.

En síntesis, además de los motivos científicos antes alegados, las reservas de fondo que hacia la doctrina oculta (mística en el sentido amplio del término), (anti-) teológica, metapsicológica y antropológica de Freud debe tener cualquier persona formada en una sana filosofía y en teología, nos hacen sostener que la asunción de los planteamientos principales de este autor y de la escuela por él fundada deben quedar fuera de consideración para la construcción de una psicoterapia integral, seria y responsable.

6 Cf. G. W. Leibniz, Monadologia, I, b, 17 (21) (Rusconi, Milano 1997, 66): “Et il ne s’ensuit qu’alors la substance simple soit sans aucune perception. Cela ne se peut pas même par les raisons susdites; car elle ne sçauroit périr, elle ne sauroit aussi subsister sans quelque affection qui n’est autre chose que sa perception: mais quand il y a une grande multitude de petites perceptions, où il n’y a rien de distingué, on est étourdi”.

7 Cf. R. Petoello, Introduzione a Herbart, Laterza, Roma-Bari 1988, 112: “Las relaciones entre las representaciones son reconducidas por Herbart a las de fuerzas; las representaciones en cuanto tales no son fuerzas, sino que llegan a serlo en cuanto se resisten las unas a las otras. Herbart elabora sobre esta base una ‘estática’ y una ‘mecánica’, o sea dinámica, de espíritu. La estática tiene la tarea de calcular la suma de la inhibición que sufren las representaciones en el estado de equilibrio y la proporción según la cual tal pérdida se subdivide en cada una de las representaciones. La mecánica calcula en cambio el movimiento hacia arriba y hacia abajo de las representaciones, es decir, su gradual aclararse y oscurecerse implica un punto de la conciencia, un límite, por debajo del cual las representaciones se oscurecen y por encima del cual se aclaran, punto que Herbart llama ‘umbral’, límite de la conciencia”.

8 Sobre la influencia de Herbart en Freud, cf. P.-L. Assoun, Introducción a la epistemología freudiana, Siglo Veintiuno Editores, México 2001, 133-134: “Se sabe que Maria Dorer y Siegfried Bernfeld fueron los primeros en señalar sistemáticamente la importancia del modelo herbartiano en la génesis de Freud. El segundo observó, en su minuciosa prospección de las fuentes en las que se nutrió Freud, que el manual utilizado en la clase del joven Freud durante su último año de liceo era el Lehrbuch der empirischen Psychologie nach genetischer Methode, publicado en 1858 por cierto Gustav Adolf Lindner. Ahora bien, ese manual lleva la marca del predominio de la escuela de Herbart. […] Pero ese herbartismo difuso se especificaría aún más gracias al uso decidido que hicieron de él los fisiólogos y psiquiatras alemanes. Johannes Müller y Wilhelm Griesinger, renovadores respectivamente de la fisiología y de la psiquiatría a mediados del siglo, pueden ser considerados como la progenie de Herbart, quien declaraba que ‘la psicología construye el espíritu con representaciones, como la fisiología construye el cuerpo con fibras’. […] Cuando Freud emprende su práctica científica con Meynert, se encuentra con esta misma inspiración herbartiana. Meynert es, por lo demás, un auténtico herbartiano: su teoría de la ‘proyección’ utiliza la terminología herbartiana con una precisión que raya en la literalidad”.

9 Cf. P.-L. Assoun, Introducción a la epistemología freudiana, 130-131: “El alma se representa como una sustancia simple que tiende a autoconservarse: por lo tanto, cada representación es un acto particular por el cual el alma se conserva. […] La representación se vuelve fuerza por su oposición a otra representación, así como la oposición del alma a otras sustancias simples la obliga a volverse representativa. […] esta oposición es susceptible de radicalizarse en resistencia (Widerstand). […] existe la posibilidad observable de que tal o cual representación sea reprimida por otra –a este respecto Herbart emplea los términos verdrängen y Verdrängung–.”

10 Cf. A. Schopenhauer, Parerga y paralipómena “Especulación trascendente sobre los visos de intencionalidad en el destino del individuo” [238], trad. esp. en A. Schopenhauer, Los designios del destino, Tecnos, Madrid 1994, 34-35: “Una segunda analogía [...] nos viene dada por el sueño, con el cual guarda la vida una semejanza largamente reconocida y puesta de relieve a menudo, al punto de que incluso el idealismo trascendental de Kant puede ser comprendido como la más clara exposición de esta estructura onírica de nuestra experiencia consciente [...]. Y, ciertamente, es esta analogía con el sueño lo que nos permite vislumbrar, aun cuando sólo sea en una nebulosa lejanía, cómo ese poder secreto que guía y gobierna los procesos externos, haciendo coincidir sus fines con los nuestros, podría tener sus raíces en las insondables profundidades de nuestro propio ser. En efecto, también en el sueño aquellas circunstancias que se tornarán motivos de nuestras acciones concurren por puro azar, como algo externo e independiente de nosotros mismos, cuando no llegamos incluso a detestarlas; y, sin embargo, existe una secreta y metódica trabazón entre las mismas, un poder secreto, al que obedecen todas las casualidades del sueño, incluidas estas circunstancias, que lo dirige y dispone todo en relación a nosotros, única y exclusivamente. Pero lo más extraño es que, en definitiva, este poder no puede ser sino nuestra propia voluntad, si bien situada en una perspectiva que no es abarcada por nuestra conciencia onírica; a ello se debe que los episodios del sueño repudien con tanta frecuencia nuestros deseos y nos asombren, disgusten, sobresalten o hasta nos produzcan una terrible ansiedad, sin que aquel destino subrepticiamente guiado por nosotros mismos venga a socorrernos”; ibídem 38-39 [240]: “El resultado principal del conjunto de mi filosofía [es] [...] que Eso, que representa y sostiene al fenómeno, es esa voluntad que también vive y ambiciona en cada individuo [...], pero que, al interpretar el papel del destino, actúa desde una región situada muy por encima de nuestra representativa consciencia individual, suministrando a ésta los motivos que dirigen la voluntad individual empíricamente reconocible, la cual ha de luchar a menudo enérgicamente con aquella voluntad nuestra que protagoniza el papel del destino, es decir, con nuestro genio conductor, con nuestro ‘espíritu, que mora fuera de nosotros y tiene su sede por encima de las estrellas’”.

11 Para un estudio de todas estas influencias, cf. P.-L. Assoun, Introducción a la epistemología freudiana y, del mismo autor, Freud. La filosofía y los filósofos, Paidós, Barcelona 1982.

12 Cf. P.-L. Assoun, Freud et Nietzsche, Quadrige-Presses Universitaires de France, Paris 1998; M. F. Echavarría, “La psicologia di F. Nietzsche ed il suo influsso nella psicoanalisi”, en Información Filosófica. Revista Internacional de Filosofía y Ciencias Humanas, I (2004) 202-221; M. F. Echavarría, “La psicología antihumanista y posmoral de F. Nietzsche y su influencia en el psicoanálisis”, en AA. VV., Bases para una psicología cristiana, Ediciones de la Universidad Católica Argentina, Buenos Aires 2005, 31-50.

13 F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal. Preludio de una filosofía del futuro, Alianza, Madrid 1997, 46: “Nunca antes se ha abierto un mundo tan profundo de conocimiento a viajeros y aventureros temerarios: y al psicólogo que de este modo “realiza sacrificios” –no es el sacrifizio dell’intelletto, ¡Al contrario!– le será lícito aspirar al menos a que la psicología vuelva a ser reconocida como señora de las ciencias, para cuyo servicio y preparación existen todas las ciencias. Pues a partir de ahora vuelve a ser la psicología el camino que conduce a los problemas fundamentales”.

14 Cf. F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, 45: “Una fisio-psicología auténtica se ve obligada a luchar con resistencias inconscientes que habitan en el corazón del investigador, ella tiene en contra suyo ‘el corazón’.” Cf. Nietzsche contra Wagner, Tres Haches, Buenos Aires 1996, 75: “Si he logrado adelantarme algo a todos los psicólogos, es porque poseo un poco más de agudeza para este género de inferencias retrospectivas tan difíciles y capciosas, y que son aquellas en las que se cometen más errores: deducir de la obra su creador, del hecho el autor, del ideal aquel para quien es necesario y de cualquier manera pensar y valorar el deseo que por detrás la impulsa”.

15 F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza, Madrid 1997, 38: “Es un falseamiento de la realidad efectiva decir: el sujeto ‘yo’ es la condición del predicado ‘pienso’. Ello piensa: pero que ese ‘ello’ sea precisamente aquel antiguo y famoso yo, eso es, hablando de modo suave, nada más que una hipótesis, una aseveración, y, sobre todo, no es una “certeza inmediata”. En definitiva, decir ‘ello piensa’ es ya decir demasiado: ya ese ‘ello’ contiene una interpretación del proceso y no forma parte del mismo. Se razona aquí según la rutina gramatical que dice ‘pensar es una actividad, de toda actividad forma parte alguien que actúe, en consecuencia-‘. [...] y acaso algún día se habituará la gente, también los lógicos, a pasarse sin aquel pequeño ‘ello’ (a que ha quedado reducido, al volatilizarse, el honesto y viejo yo)”. Más allá de la palabra “Ello”, y tal vez más en línea con el significado que tiene en Freud, cf. F. Nietzsche, Así habló Zarathustra, Alianza, Buenos Aires 1990, 61 (De los despreciadores del cuerpo): “Instrumentos y juguetes son el sentido y el espíritu: tras ellos se encuentra todavía el sí-mismo. [...] El sí-mismo escucha siempre y busca siempre: compara, subyuga, conquista, destruye. Él domina y es también el dominador del yo. Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encuentra un soberano poderoso, un sabio desconocido –llámase sí-mismo–. En tu cuerpo habita, es tu cuerpo”.

16 F. Nietzsche, La genealogía de la moral, Alianza, Buenos Aires 1995, 99.

17 La genealogía de la moral, 166. Cf. también El Anticristo, Alianza, Buenos Aires 1996. 87-88: “Poner enfermo al hombre es la verdadera intención oculta de todo el sistema de procedimientos salutíferos de la Iglesia. Y la Iglesia misma -¿No es ella el manicomio católico como último ideal? [...] El momento en que una crisis religiosa se adueña de un pueblo viene caracterizado por epidemias nerviosas; [...] los estados ‘supremos’ que el cristianismo ha suspendido por encima de la humanidad, como valor de todos los valores, son formas epileptoides. La Iglesia ha canonizado in maiorem dei honorem únicamente a locos o a grandes estafadores”. El crepúsculo de los ídolos, Alianza, Madrid 1997, 54: “Ese mismo medio, la castración, el exterminio, es elegido instintivamente, en la lucha con un apetito, por quienes son demasiado débiles, por quienes están demasiado degenerados para poder imponerse una moderación en el apetito: por aquellas naturalezas que, para hablar en metáfora (y sin metáfora), tienen necesidad de la Trappe, de alguna declaración definitiva de enemistad, de un abismo entre ellos y la pasión”.

18 La gaya ciencia, Sarpe, Madrid, 1984, 24.

19 Cf. Las siguientes cartas a su confidente W. Fliess: “Veo cómo has emprendido el largo rodeo a través de la medicina para materializar tu primer ideal –la comprensión fisiológica del hombre–, tal como yo abrigo secretamente la esperanza de alcanzar, por la misma vía, mi objetivo original, la filosofía” (Carta del 01/01/1896). “En mi juventud no conocí más anhelo que el del saber filosófico, anhelo que estoy a punto de realizar ahora, cuando me dispongo a pasar de la medicina a la psicología. Llegué a ser terapeuta contra mi propia voluntad” (Carta del 02/4/1896). Cf. S. Freud, “¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial”, en Obras completas, vol. XX, Amorrortu, Buenos Aires 1990, 237: “Tras 41 años de actividad médica mi autoconocimiento me dice que no he sido un médico cabal. Me hice médico porque me vi obligado a desviarme de mi propósito originario, y mi triunfo en la vida consiste en haber reencontrado la orientación inicial mediante un largo rodeo”.

20 Para una introducción general a la historia de las neurosis, cf. J. Postel, “Las neurosis”, en J. Postel – C. Quétel, Nueva Historia de la Psiquiatría, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2000, 230-238; 230: “Es un destino por demás paradójico el de la palabra ‘neurosis’. En efecto, nunca un término médico había sido tan desviado de su sentido original en el transcurso de su evolución histórica. Creado por W. Cullen, médico escocés, en 1769, para definir el conjunto de enfermedades ‘nerviosas’, al afirmar su origen orgánico y dar un cuadro nosográfico específico a la naciente neurología, progresivamente abarcó el campo de las afecciones mentales, cuya causalidad psicogenética iba siendo cada vez más evidente; primero, las ‘vesanías’, es decir, todo el ámbito de la locura, de las psicosis; después, las ‘psiconeurosis’, de donde surgen como figuras dominantes, por una parte, la histeria, y por la otra, la neurosis obsesiva, a la que Sigmund Freud dio categoría nosológica y psicopatológica particularmente precisa”; ibidem, 236: “Sobre todo fue Charcot quien trató de precisar los trastornos ‘funcionales’ de la histeria, y ante su fracaso sus discípulos Raymond y Janet orientaron sus investigaciones hacia una causalidad psicológica de las neurosis. Con ellos aparece, en efecto, el término ‘psiconeurosis’, que marca un cambio decisivo en la evolución del concepto nosológico”.

21 La preocupación por la hipnosis, cuyo descubrimiento se retrotrae al “magnetismo animal” del charlatán y esotérico Franz Anton Messmer, es típicamente romántica y por esa vía se conecta con las influencias mencionadas en el punto anterior. Cf. E. Pavesi, “Franz Anton Mesmer (1734-1815) e il magnetismo animale. Da teoria medica a conoscenza iniziatica”, en M. Introvigne (curatore), Massoneria e religione, Editrice Elle Di Ci, Leumann (Torino) 1994.

22 Cf. P. Janet, L’automatisme psychologique: essai de psychologie expérimentale sur les formes inférieures de l’activité humaine, Félix Alcan, Paris 1889 (4ª edición editada por Société Pierre Janet et le Laboratoire de psychologie pathologique de la Sorbonne avec le concours du CNRS, Paris 1973).

23 En realidad la expresión “psicología clínica” se la debemos al psicólogo estadounidense Lightner Witmer (1867-1956), quien había estudiado con el pionero de la psicología americana James McKeen Cattell en la Universidad de Pensilvania y doctorado con Wilhelm Wundt en la Universidad de Leipzig. En el año 1896, Witmer funda la primera clínica psicológica, y más tarde acuña la expresión “psicología clínica”. Esta psicología clínica consistiría en una adaptación de los conocimientos surgidos de la psicología experimental a la ayuda de los individuos. No se la llama “clínica” por ser de corte médico, pues es sobre todo pedagógica, sino por centrarse en el estudio del individuo. Así lo dice Witmer: “Los métodos de la psicología clínica siempre se implican necesariamente dondequiera el estado de la mente de un individuo se determine por la observación y el experimento y el tratamiento pedagógico aplicado para efectuar un cambio, a saber, en el desarrollo de dicha mente individual” (citado por B. R. Hergenhahn, Introducción a la historia de la psicología, Thomson, Madrid 2001, 510). Este es el origen de la psicología profesional, que sólo más tarde incorporará las teorías y prácticas provenientes de la psicoterapia, que durante la primera mitad del siglo xx estuvo casi exclusivamente en manos de médicos.

24 Freud consideró que el hecho de que sus teorías se basaran en experimentos de laboratorio y no en la experiencia clínica, es lo que habría impedido a Janet descubrir el mecanismo de la represión; cf. S. Freud, “Cinco conferencias sobre psicoanálisis”, en Obras completas, vol. XI, Amorrortu, Buenos Aires 1991, 19: “Cuando luego me apliqué a continuar por mi cuenta las indagaciones iniciadas por Breuer, pronto llegué a otro punto de vista acerca de la génesis de la disociación histérica (escisión de conciencia). Semejante divergencia, decisiva para todo lo que había de seguir, era forzoso que se produjese, pues yo no partía, como Janet, de experimentos de laboratorio, sino de empeños terapéuticos”.

25 Por esto, según Janet, Freud sería un plagiador de la escuela francesa; cf. P. Janet, La médecine psychologique, Flammarion, Paris 1928, 41: “En esa época, un médico extranjero, el Dr. Freud (de Viena), vino a la Salpêtrière y se interesó por estos estudios, constató la realidad de los hechos y publicó nuevas observaciones del mismo género. En esas publicaciones, él modificó para empezar, los términos de los que yo me servía. Llamó psico-análisis lo que yo había llamado ‘análisis psicológico’; llamó complejo, lo que yo había denominado ‘sistema psicológico’, para designar ese conjunto de hechos de conciencia y de movimientos, sea de miembros, sea de vísceras, que permanece asociado para constituir el recuerdo traumático; consideró como una ‘represión’ lo que yo atribuía a un ‘estrechamiento de la conciencia’; bautizó con el nombre de ‘catarsis’ lo que yo designé como una ‘disociación de la conciencia’ o como una ‘desinfección moral’. Pero sobre todo transformó una observación clínica y un procedimiento terapéutico con indicaciones precisas y limitadas, en un sistema de filosofía médica”.

26 Berta Pappenheim (1859-1936), de origen judío como el mismo Freud, y como la mayoría de sus primeros discípulos y pacientes, además de por ser el arquetipo de caso de neurosis sobre el que versa el psicoanálisis, es famosa por su posterior militancia feminista.

27 Para un relato completo y detallado de este caso, cf. J. Breuer - S. Freud, Studien über Hysterie, trad. esp. “Estudios sobre la histeria” (1895), en S. Freud, Obras completas, vol. II, Amorrortu, Buenos Aires 1990.

28 S. Freud, “Cinco conferencias sobre psicoanálisis”, 8.

29 Estudios sobre la histeria, 47-48.

30 Este término fue utilizado por Aristóteles en su Poética para explicar la purificación de las emociones que se produce en el espectador de la Tragedia, por su identificación con los protagonistas de la misma.

31 Según el célebre psicólogo Hans J. Eysenck, “Ana O.” no habría padecido realmente de histeria, sino de una meningitis tuberculosa, que no habría sido bien diagnosticada: Cf. H. J. Eysenck, Decline and fall of the Freudian empire, 32: “Además, Anna no sufría de histeria en absoluto, sino de una seria enfermedad física, llamada meningitis tuberculosa. Thorton da cuenta de toda la historia:

La enfermedad sufrida por el padre de Bertha [el verdadero nombre de Anna era Bertha Pappenheim] era un absceso sub-pleurítico, una complicación frecuente de la tuberculosis pulmonar, sumamente frecuente en Viena. Ayudando como enfermera, y pasando muchas horas en la cabecera de la cama, Berta habría sido expuesta a las numerosas ocasiones de infección. Además, a principios de 1881, su padre había tenido una operación –probablemente incisión del absceso y la inserción de un drenaje–; esto fue realizado en casa por un cirujano de Viena. El cambio de los drenajes y la limpieza de las secreciones purulentas llevó a la diseminación de los organismos infecciosos. La muerte del padre a pesar de todos los cuidados indicaría la fuerza virulenta de la invasión del organismo”. Según Eysenck, Freud y varios discípulos habrían sabido del rotundo fracaso terapéutico del caso Ana O., y las presunciones basadas en tal cura (fracasada) serían absolutamente infundadas (ibidem, 56).

32 Cf. M. Onfray, El crepúsculo de un ídolo. La fabulación freudiana, Taurus, Buenos Aires 2011, 358: “Si Freud no es el inventor de la cosa psicoanalítica, tampoco lo es de la palabra psicoanálisis. Esta historia es menos conocida. [...] Así son las cosas: cuando la palabra aparece por primera vez en él, no se trata de psicoanálisis [psychoanalyse] sino de psico-análisis [psycho-analyse]. La primera aparición, con esta forma, está en ‘La herencia y la etiología de las neurosis’, un artículo publicado en francés en la Revue neurologique, 4 (6), del 30 de marzo de 1896. Freud habla entonces de un procedimiento terapéutico por medio del cual se rastrea el trauma sexual en el origen de la neurosis. En ese momento, el autor atribuye la paternidad del psico-análisis (iii, p. 115) [iii, p. 151] a... Josef Breuer”.

33 Esto pasa hoy en muchos ámbitos, como el de la pedagogía. Los pedagogos modernos luchan contra una pedagogía “tradicional” que no es tan tradicional. La gran crítica de la pedagogía moderna a la pedagogía tradicional como una pedagogía en la cual el educando es pasivo, no es válida respecto de la pedagogía verdaderamente tradicional. Santo Tomás mismo en su De Magistro (q. 11 De veritate) sostiene que el agente principal del aprendizaje es el que aprende, no el maestro que juega un rol instrumental. El maestro sólo da signos exteriores (palabras imágenes, etc.). Pero es el intelecto del educando el que, con esta guía, concibe por sí mismo el conocimiento. Entonces no es nada tradicional la pedagogía del educando pasivo. Al contrario es muy moderna, viene del mecanicismo, de Hobbes, de Descartes, de Herbart, no de la verdadera tradición. Y lo mismo pasa con la identificación de la psique con la conciencia, que no es clásica, sino moderna.

34 Según el caracterólogo y filósofo nietzscheano “el llamado psicoanálisis (=disolución del alma), desde el punto de vista de la historia del pensamiento es el inverosímil hijo bastardo de un casamiento desproporcionado aun más inverosímil: el casamiento ridículo del atomismo de las representaciones de Herbart con la filosofía del autoengaño de Nietzsche. [...] Las ingeniosas y profundas consideraciones de Nietzsche sobre la táctica del autoengaño, están aquí traducidas al lenguaje del juego de intrigas completamente vulgar” (L. Klages, Los fundamentos de la caracterología, Paidós, Buenos Aires 1965, 32, nota 183).

35 Cf. S. Freud, Selfdarstellung (1925), trad. esp. “Presentación autobiográfica“, en Obras completas, vol. XX, Amorrortu, Buenos Aires, 1990, 8-9: “la lectura en una conferencia popular (por el profesor Carl Brühl) del hermoso ensayo de Goethe ‘Die Natur’, que escuché poco antes de mi examen final de bachillerato, me decidió a inscribirme en medicina”. Freud no ganó muchos premios en vida. Uno de los pocos fue un premio de literatura: el premio Goethe.

36 Ver lo que diremos más adelante sobre la metapsicología.

37 La biografía, por así decir, “oficial” es la de su discípulo E. Jones, Sigmund Freud, Life and Work, Hogarth Press, London, 1953 (vol. 1), 1955 (vol. 2) y 1963 (vol. 3); trad. esp. Vida y obra de Simund Freud, Anagrama, Barcelona 2003. Como contrapartida del relato “hagiográfico” de Jones es importante la lectura del reciente y demoledor estudio sobre Freud del filósofo nietzscheano francés M. Onfray, El crepúsculo de un ídolo. La fabulación freudiana, Taurus, Buenos Aires 2011. Para un estudio de su personalidad a partir de las influencias del cristianismo, cf. P. C. Vitz, Simund Freud’s Christian Unconscious, The Guilford Press, London 1988.

38 Cf. S. Freud, Jugendbriefe an Eduard Silberstein (1871-1881), trad. esp. Cartas de juventud, AMIA Comunidad judía, Buenos Aires 1997.

39 Brentano fue un importante filósofo y psicólogo vienés. Fue sacerdote dominico, aunque dejó los hábitos y posteriormente se casó. En su juventud hizo una tesis sobre los múltiples significados del ente en Aristóteles, y tiene otros trabajos dedicados al Filósofo. A la influencia de Aristóteles, en este autor se agrega la del positivismo. Además de su influencia en Freud, Brentano es conocido por ser un precursor de la escuela fenomenológica, de cuyo fundador, Edmund Husserl, fue maestro. Brentano fue maestro también de Christian von Ehrenfels, precursor de la psicología de la Gestalt. Un dato significativo, es que Brentano niega como absurda la posibilidad de un inconsciente psíquico.

40 Schopenhaueriano el primero, nietzscheano el segundo (llegó a visitar personalmente a Nietzsche). La influencia personal de Nietzsche alcanzó a Freud también a través de Lou Andreas Salomé,

41 Cf. Cartas de juventud, 144 (Carta del 7 de marzo de 1875): “Con él [Brentano] hemos (yo y Paneth) tramado una relación más estrecha. Le enviamos una carta con objeciones; él nos invitó a su casa, nos las refutó, pareció interesarse por nosotros [...]. De este hombre extraño (es creyente, teólogo (!) y darwiniano y una persona muy inteligente, casi diría genial) y en muchos aspectos ideal, te contaré algunas cosas en viva voz. Por ahora te adelanto la novedad de que precisamente por efecto de la influencia de Brentano ha madurado mi decisión de hacer el doctorado en filosofía sobre la base de estudios de filosofía y zoología; además estoy haciendo gestiones para conseguir mi ingreso en la facultad de filosofía a partir del próximo semestre o del próximo año”. Ibidem, 149 (Carta del 13 de marzo de 1875): “Tengo que rectificar mi intención de pasarme a la facultad de filosofía en el sentido de que mi plan original era el de estar simultáneamente en dos facultades y de hacer los exámenes de doctorado en ambos dentro de 3-4 años. Pero esto es imposible, al menos lo primero.”

42 Cf. Cartas de juventud, 153 (Carta del 15 de marzo de 1875): “no soy capaz de refutar un simple argumento teísta, que es la culminación de sus disquisiciones. Su gran mérito es el desprecio de toda fraseología, de toda pasión y del empeño de tachar de herejía cualquier cosa. Demuestra a Dios con tan poco partidismo y con tanta exactitud como otro demostraría la excelencia de la teoría de la ondulación frente a la de la emisión. / Evidentemente sólo soy teísta a la fuerza, porque soy lo bastante honesto como para reconocer mi indefensión ante su argumento, pero no tengo intenciones de darme por vencido tan rápida y completamente. A lo largo de varios semestres pienso conocer a fondo su filosofía y me reservaré el juicio sobre ella y también una decisión sobre el teísmo y el materialismo. De momento he dejado de ser materialista pero todavía no soy teísta”; ibidem, p. 159 (Carta del 11 de abril de 1875): “yo soy casi un converso. De momento debo confesar que yo no entendí nada de la naturaleza de las preguntas que me importaban y que me faltaba comprensión total de la filosofía. Esta es la confesión de un materialista penitente, antes valiente y obstinado”.

43 Cf. Cartas de juventud, 155 (Carta del 27 de marzo de 1875): “Desde que Brentano me disputó su Dios con tanta facilidad, temo que algún día me dejaré capturar por las demostraciones científicas del espiritismo, de la homeopatía y de Louise Lateau, etc.”

44 Estos estudios sobre la cocaína seguramente forman parte de su interés general en la exploración de lo “oculto”. Cf., por ejemplo, D. Backan, Freud et la tradition mystique juïve, Petite Bibliothèque Payot, Paris 2001, 224: “Freud había encargado una cierta cantidad de cocaína. Él mismo la probó y se impresionó por el efecto que tenía sobre su humor. Se la dio en seguida a su amigo Fleischl que era dado ya a la morfina –lo que tuvo por resultado, dicho sea de paso, adelantar la muerte de su amigo. La cocaína fue para él una ‘droga mágica’. En una carta que hace alusión a un artículo que estaba escribiendo sobre este tema, dice: ‘La consumo regularmente en muy pequeñas dosis para combatir la depresión y la mala digestión y esto con un brillante éxito’”. Ibidem, 225: “Estas actividades, bastante inconsideradas, en la búsqueda de una ‘droga mágica’, susceptible de modificar el carácter, evocan toda la historia de la magia”. Ver también P.C. Vitz, Sigmund Freud’s Christian Unconscious, 110: “Freud comenzó a experimentar con la droga en 1884, cuando tenía 28 años, en un tiempo en que la cocaína era casi desconocida en los artículos científicos. Durante el período de 1884-1887, Freud tomó cocaína frecuentemente, a veces en fuertes dosis. Después de tomar la droga él mismo y recibir algunos reportes preliminares de otros, Freud publicó encendidas descripciones de la cocaína. En ese momento, Freud no sólo piensa que la droga tiene efectos antimorfínicos, sino que era entusiasta también sobre sus contribuciones al bienestar mental. Fue un antídoto a sus frecuentes depresiones, y también ayudó al aumento de su fuerza física y de su potencia sexual. Como Fausto, Freud estaba enamorado de la idea de un rejuvenecimiento inducido por la droga”.

45 Autor, como dijimos, influido por Herbart. Es probable que su diferencia entre el yo primario, sector arcaico e inconsciente de la psique, y yo secundario, el responsable de la percepción y la relación con el ambiente (que Meynert localizaba en sectores de diversa profundidad en la corteza cerebral), haya influido en la distinción freudiana entre el ello y el yo, ya que él mismo la retoma en su obra juvenil Proyecto de psicología para neurólogos (1895).

46 J. Breuer – S. Freud, “Estudios sobre la histeria”, en S. Freud, Obras completas, vol. II, Amorrortu, Buenos Aires 1990.

47 Cf. D. Backan, Freud et la tradition mystique juïve, 243: “Vemos a Freud inmerso en la literatura demoníaca, y vemos que el efecto buscado: estrangulamiento de la depresión y gusto en el trabajo, se alcanzó”. Backan explica ampliamente en esta obra las influencias de la mística y el ocultismo judíos, y en particular de la Cábala; cf. 263: “A pesar de las semejanzas entre el psicoanálisis y la Cábala en tanto que doctrina y método, no podemos afirmar que Freud haya verdaderamente leído la literatura cabalística. Pero, de hecho, esta cuestión es secundaria. El espíritu de la Cábala impregnaba la cultura de la que Freud surgió y es cierto que Freud estaba abierto, en su fuero interno, a los sentimientos cabalísticos”. Ibidem, 281-282: “Los principios fundamentales de interpretación de los sueños aplicados por Freud figuran ya en el Talmud. [...] El tratado Berakoth, uno de los menos legalizados del Talmud, encierra una de las más amplias exposiciones sobre los sueños y su exposición de la literatura rabínica. A través de los siglos éste ha servido de guía para la interpretación de los sueños. La semejanza fundamental entre sus métodos y los empleados por el psicoanálisis ha sido ya reconocida en la literatura psicoanalítica”. Durante el tiempo en que perteneció a la logia B’nai B’rith, Freud practicó allí el tarot; ibidem, 74: “Una de las raras distracciones que Freud se permitía consistía en participar en las reuniones de la logia B’nai B’rith de Viena, donde se jugaba una vez por semana al tarot, juego de cartas popular inspirado en la Cábala. Es allí que él expuso por primera vez sus ideas sobre la interpretación de los sueños, en diciembre de 1897 [...]. Es también ante esta sociedad que expuso por primera vez su tema más audaz, el de Dios y Satán”. Sobre este último tema, cf. E. Pavesi, “Freud y el diablo. La concepción de lo demoníaco en el psicoanálisis de Sigmund Freud”, en AA.VV., Actas de las Jornadas de Psicología y Pensamiento Cristiano: Bases para una Psicología Cristiana, EDUCA, Buenos Aires 2005, 195-208.

48 Cf. S. Freud, “Cinco conferencias sobre psicoanálisis”: 27: “Es de todo punto adecuado llamar ‘complejo’, siguiendo a la escuela de Zurich (Bleuler, Jung y otros), a un grupo de elementos de representación investidos de afecto.”

49 Además de Herbart, influyeron en la concepción energética de Freud el célebre fisiólogo Helmholtz y Fechner. Cf. P. L. Assoun, Introducción a la epistemología freudiana, 143-183.

50 Cf. S. Freud, “Esquema del psicoanálisis” (1940), en Obras completas, vol. XXIII, Amorrortu, Buenos Aires 1996, 143: “Suponemos que la vida anímica es la función de un aparato al que atribuimos ser extenso en el espacio y estar compuesto por varias piezas; nos lo representamos, pues, semejante a un telescopio, un microscopio, o algo así”.

51 Cf. J. Laplanche – J. B. Pontalis, Diccionario de Psicoanálisis, Labor, Barcelona 1981, 287 (voz: Principio de Constancia –Konstanzprinzip-): “Principio enunciado por Freud, según el cual el aparato psíquico tiende a mantener la cantidad de excitación en él contenida a un nivel tan bajo o, por lo menos, tan constante como sea posible. Esta constancia se obtiene, por una parte, mediante la descarga de la energía ya existente; por otra, mediante la evitación de lo que pudiera aumentar la cantidad de excitación, y la defensa contra este aumento”.

52 Cf. Ibidem, 52 (voz: Catexis): “¿Es posible limitar la noción de catexis a su acepción económica? Ciertamente Freud la asimila a la idea de una carga positiva atribuida a un objeto o a una representación. Pero, en el plano clínico y descriptivo, ¿no adquiere un sentido más amplio? En efecto, en el mundo personal del sujeto, los objetos y las representaciones se hallan afectados de ciertos valores que organizan el campo de la percepción y del comportamiento. Por una parte, estos valores pueden aparecer como cualitativamente heterogéneos, hasta el punto de que es difícil concebir equivalencias y substituciones entre ellos. Por otra parte, se constata que ciertos objetos cuyo valor no está totalmente enunciado para el sujeto, se hallan afectados no de una carga positiva, sino de una carga negativa: así, el objeto fóbico no se halla carente de catexis, sino intensamente ‘catectizado’ como objeto que-debe-ser-evitado. / En vista de ello se puede sentir la tentación de abandonar el lenguaje económico y traducir el concepto freudiano de catexis dentro de una conceptualización inspirada en la fenomenología, en la que prevalecerían las ideas de intencionalidad, objeto-valor, etc. Incluso en el lenguaje de Freud se pueden hallar expresiones que justificarían este modo de ver. Así, en su artículo en francés Quelques considérations pour une étude comparative des paralysies motrices organiques et hystériques, 1893, da como equivalente de Affektbetrag (quantum de afecto) el término ‘valor afectivo’. En otros trabajos, el término catexis parece connotar menos una carga medible de energía libidinal que fines afectivos cualitativamente diferenciados: así, cuando falta al lactante el objeto materno, se califica de ‘catectizado de nostalgia’ (Sehnsuchtbesetzung)”.

53 Cf. J.-P. Sartre, El ser y la nada, Losada, Buenos Aires 1966.

54 Cf. I. A. Caruso, Psicoanálisis dialéctico, Paidós, Buenos Aires 1964; H. Marcuse, Eros y civilización, Ariel Buenos Aires, 1985; E. Fromm, El miedo a la libertad, Planeta-De Agostini, Barcelona 1993.

55 Cf. P. Ricoeur, Freud. Una interpretación de la cultura, Siglo XXI, México 1999.

56 Cf. R. Dalbiez, El método psicoanalítico y la doctrina freudiana, Club de Lectores, Buenos Aires 1987; J. Maritain, Cuatro ensayos sobre el espíritu en su condición carnal, Desclée de Brouwer, Buenos Aires 1943.

57 S. Freud, “Cinco conferencias sobre psicoanálisis”, 33.

58 Ibidem, 21.

59 Ibidem, 23-24.

60 Cf. Ibidem, 29: “La interpretación de los sueños es en realidad la vía regia para el conocimiento de lo inconsciente, el fundamento más seguro del psicoanálisis y el ámbito en el cual todo trabajador debe obtener su convencimiento y formación”.

61 Cf. S. Freud, “Psicopatología de la vida cotidiana” (1901), en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires 1991.

62 S. Freud, “Cinco conferencias sobre psicoanálisis”, 20.

63 Es interesante la hipótesis de los orígenes cabalísticos de la concepción freudiana de la sexualidad. Cf. D. Backan, Freud et la tradition mystique juïve, 295-325.

64 S. Freud, “Cinco conferencias sobre psicoanálisis”, 39-40.

65 A. Adler, El carácter neurótico, Planeta-De Agostini, Barcelona 1994, 15.

66 A esta distinción se debe agregar el empuje (Drang) de la pulsión, que es su factor energético-cuantitativo, y su fuente (Triebquelle), que es la zona del cuerpo en que se origina la excitación. Cf. J. Laplanche - J. B. Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, 114 (voz Empuje): “Factor cuantitativo variable que afecta a cada pulsión y que, en último análisis, explica la acción desencadenada para obtener la satisfacción”; ibidem, 167 (voz Fuente de la pulsión): “Origen interno específico de cada pulsión determinada”.

67 Por eso, el precepto cristiano de amor al prójimo le parece a Freud un sinsentido: “¿Por qué deberíamos hacer eso? ¿De qué nos valdría? Pero, sobre todo, ¿cómo llevarlo a cabo? ¿Cómo sería posible? Mi amor es algo valioso para mí, no puedo desperdiciarlo sin pedir cuentas. Me impone deberes que tengo que disponerme a cumplir con sacrificios. Si amo a otro, él debe merecerlo de alguna manera. (Prescindo de los beneficios que pueda brindarme, así como de su posible valor como objeto sexual para mí; estas dos clases de vínculo no cuentan para el precepto del amor al prójimo). Y lo merece si en aspectos importantes se me parece tanto que puedo amarme a mí mismo en él; lo merece si sus perfecciones son tanto mayores que las mías que puedo amarlo como al ideal de mi propia persona; tengo que amarlo si es el hijo de mi amigo, pues el dolor del amigo, si a aquél le ocurriese una desgracia, sería también mi dolor, forzosamente participaría de él. Pero si es un extraño para mí, y no puede atraerme por algún valor suyo o alguna significación que haya adquirido para mi vida afectiva, me será difícil amarlo. Y hasta cometería una injusticia haciéndolo, pues mi amor se aquilata en la predilección por los míos, a quienes infiero una injusticia si pongo al extraño en un pie de igualdad con ellos. Pero si debo amarlo con ese amor universal de que hablábamos, meramente porque también él es un ser de esta Tierra, como el insecto, como la lombriz, como la víbora, entonces me temo que le corresponderá un pequeño monto de amor, un monto que no puede ser tan grande como el que el juicio de la razón me autoriza a reservarme a mí mismo” (S. Freud, “El malestar en la cultura”, en Obras completas, vol. XXI, Amorrortu, Buenos Aires 1996,106-107).

68 S. Freud, “Cinco conferencias sobre psicoanálisis”, 43.

69 Cf. J. Laplanche – J. B. Pontalis, Diccionario de Psicoanálisis, 66: “En su Ensayo de exposición de la teoría psicoanalítica (Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, 1913) Jung introduce la expresión ‘complejo de Electra’. A este respecto Freud manifestó, en principio, que no veía el interés de tal denominación; en su artículo sobre la sexualidad femenina se mostró aún más categórico: el Edipo femenino no es simétrico del niño. [...] Lo que Freud mostró acerca de los distintos efectos del complejo de castración en cada sexo, de la importancia que para la niña tiene la inclinación preedípica hacia la madre, de la preponderancia del falo en los dos sexos, justifica su rechazo del término ‘complejo de Electra’, que presupone una analogía entre la posición de la niña y la del niño respecto a sus padres”. En realidad, más allá de la explicación de Jung, incluso desde la perspectiva freudiana se podría aceptar el término para referirse a la atracción sexual de la hija hacia su padre. Con la expresión no se sugiere ningún paralelismo. Sólo que hay un complejo de representaciones y afectos que tienen un buen ejemplo en Electra. Sospechamos que el rechazo del término tiene más que ver con la rivalidad latente entre Freud y su aventajado discípulo, para lo que, visto desde el lado del padre (Freud) que envidia y teme a su hijo (Jung), podríamos sugerir la expresión “complejo de Layo”.

70 S. Freud, “Nuevas conferencias sobre psicoanálisis”, en Obras completas, vol XXII, Amorrortu, Buenos Aires 1993, 123.

71 Cf. S. Freud, “Nuevas conferencias sobre psicoanálisis”, 124: “El hecho de que haya que atribuir a la mujer escaso sentido de la justicia tiene íntima relación con el predominio de la envidia en su vida anímica, pues el reclamo de justicia es un procesamiento de la envidia, indica la condición bajo la cual cada uno puede desistir de ésta. También decimos acerca de las mujeres que sus intereses sociales son más endebles que los del varón, así como es menor su aptitud para la sublimación de lo pulsional.” Cf. J. Laplanche – J. B. Pontalis, Diccionario de Psicoanálisis, 118 (Voz: Envidia del pene): “Elemento fundamental de la sexualidad femenina y móvil de su dialéctica. La envidia del pene surge del descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos: la niña se siente lesionada en comparación con el niño y desea poseer, como éste, un pene (complejo de castración); más tarde, en el transcurso del Edipo, esta envidia del pene adopta dos formas derivadas: deseo de poseer un pene dentro de sí (principalmente en forma de deseo de tener un hijo); deseo de gozar del pene en el coito”

72 Ibidem, 58: “Complejo centrado en la fantasía de castración, la cual aporta una respuesta al enigma que plantea al niño la diferencia anatómica de los sexos (ausencia del pene): esta diferencia se atribuye al cercenamiento del pene en la niña. La estructura y los efectos del complejo de castración son diferentes en el niño y en la niña. El niño teme la castración como realización de una amenaza paterna en respuesta a sus actividades sexuales: lo cual le provoca una intensa angustia de castración. En la niña, la ausencia de pene es sentida como un perjuicio sufrido, que intenta negar, compensar o reparar”.

73 Aun Aristóteles considera que el hombre y la mujer tienen una misma naturaleza. Para Aristóteles la mujer se genera per accidens, pues la naturaleza tiende a una sola cosa y es a generar varones. Pero aunque la generación de la mujer no sea intentada por la naturaleza particular, es intentada por la naturaleza en su conjunto, porque si no hay mujeres no hay generación. Freud supone un retroceso de 2.500 en su concepción de la mujer.

74 S. Freud, “Nuevas conferencias sobre psicoanálisis”, en Obras completas, vol XXII, Amorrortu, Buenos Aires 1993, 125. Para su desgracia, la mayoría de sus discípulos fueron mujeres y la mayor parte de sus pacientes fueron mujeres y neuróticas. ¡Pobre Freud! La providencia da sin dudas a cada uno lo suyo...

75 S. Freud, “Cinco conferencias sobre psicoanálisis”, 41-42.

76 S. Freud, “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”; en Obras completas, vol IX. Amorrortu, Buenos Aires 1996, 171-172.

77 Cf. J. Laplanche - J. B. Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, 35 (voz Asociación libre -método o regla de-): “Método que consiste en expresar sin discriminación todos los pensamientos que vienen a la mente, ya sea a partir de un elemento dado (palabra, número, imagen de un sueño, representación cualquiera), ya sea de forma espontánea”.

78 Ibidem, 355 (voz Regla fundamental): “Regla que estructura la situación analítica: se invita al analizado a decir lo que piensa y siente, sin seleccionar nada y sin omitir nada de lo que venga a la mente, aunque le resulte desagradable comunicarlo o le parezca ridículo, carente de interés o inoportuno”.

79 El subrayado del texto es nuestro.

80 Cinco conferencias sobre psicoanálisis, 27-28.

81 Cf. “Esquema del psicoanálisis”, 174: “Celebramos un pacto. El yo enfermo nos promete la más cabal sinceridad, o sea, la disposición sobre todo el material que su percepción de sí mismo le brinde, y nosotros le aseguramos la más estricta discreción y ponemos a su servicio nuestra experiencia en la interpretación del material influido por lo inconsciente. Nuestro sabe debe remediar su no saber, debe devolver al yo del paciente el imperio sobre jurisdicciones perdidas de la vida anímica. En ese pacto consiste la situación analítica.”

82 Cinco conferencias sobre psicoanálisis, 28.

83 Cinco conferencias sobre psicoanálisis, 29.

84 Cf. S. Freud, “Tótem y tabú. Algunas concordancias entre la vida de los salvajes y de los neuróticos” (1913), en Obras completas, vol. XIII, Amorrortu, Buenos Aires 1994, 158: “En el complejo de Edipo se conjugan los comienzos de la religión, la eticidad, sociedad y arte, y ello en plena armonía con la comprobación del psicoanálisis de que este complejo constituye el núcleo de todas las neurosis, hasta donde hoy ha podido penetrarlas nuestro entendimiento”.

85 G. Groddeck, “El libro del ello. Cartas psicoanalíticas a una amiga”, en G. Groddeck, Obras selectas, RBA Coleccionables S. A., Barcelona 2006, 351-352: “Yo sostengo la opinión de que el hombre es vivificado por lo desconocido. En él hay un Ello, algo de todo punto admirable, que rige y gobierna todo lo que hace y todo lo que le acontece. El enunciado ‘yo vivo’ es solamente correcto bajo determinadas condiciones, expresa solamente un aspecto parcial de la realidad básica, a saber, de que el hombre es vivido por el Ello. [...] De este Ello solamente sabemos lo que se halla dentro de nuestra conciencia. La mayor parte, y con mucho, es zona inaccesible. Pero nosotros estamos en condiciones de ampliar los límites de nuestra conciencia investigando y trabajando, y podemos penetrar en las profundidades del inconsciente con tal que nos decidamos a no pretender ya saber, sino fantasear. Así, pues, querido doctor Fausto, la capa está dispuesta para el vuelo... al país del inconsciente”. En esta obra aparecen muchos temas característicos del último Freud, como el narcisismo y el sadismo congénitos. Sobre la evolución del concepto de narcisismo en la psicología, ver el Anexo 1.

86 S. Freud, Das Ich und das Es (1923), trad. esp. “El yo y el ello”, en Obras completas, vol XIX, Amorrotu, Buenos Aires 1997, 25 (nota 12): “El propio Groddeck sigue sin duda el ejemplo de Nietzsche, quien usa habitualmente esta expresión gramatical para lo que es impersonal y responde, por así decir, a una necesidad de la naturaleza, de nuestro ser”.

87 Cf. F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza, Madrid 1997, 38. En realidad, Nietzsche se inspira en Kant, porque para este autor el yo trascendental es una especie de Ello, porque no es algo de lo que tengamos experiencia, no hay conciencia del yo trascendental. Cf. I. Kant, Crítica de la razón pura, II parte, segunda división, libro 2, c. 1: “Por ese YO o ÉL, o ELLO (la cosa) que piensa, nada es representado, sino un sujeto trascendental de los pensamientos que son sus predicados y del cual separadamente nunca podemos tener el más mínimo concepto”.

88 Cf. S. Freud, “Esquema del psicoanálisis”, 146.

89 Ibidem, 199; 143 (nota 2): “Esta parte más antigua del aparato psíquico [el Ello] sigue siendo la más importante durante toda la vida”.

90 Cf. J. Laplanche – J. B. Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, 369 (voz Representación de cosa, Representación de palabra): “Términos utilizados por Freud en sus textos metapsicológicos para distinguir dos tipos de ‘representaciones’ un (esencialmente visual) que deriva de la cosa y otro (esencialmente acústico) que deriva de la palabra. Esta distinción tiene para él un alcance metapsicológico, caracterizándose el sistema preconsciente-consciente por la ligazón de la representación de cosa a la representación de palabra correspondiente, a diferencia del sistema inconsciente, que sólo comprende representaciones de cosa”.

91 En la jerga psicoanalítica, cc, prcc e icc son las abreviaturas de “consciente”, “preconsciente” e “inconsciente”, respectivamente.

92 “El yo y el ello”, 22.

93 Ibidem, 23.

94 Desde una perspectiva tomista es perfectamente concebible que haya procesos cognoscitivos infraconceptuales, como lo son las imágenes (incluso las acústicas), o las intentiones, es decir las valoraciones particulares de la cogitativa y la memoria. Que las representaciones acústicas de las palabras juegan un papel importante en el desarrollo del pensamiento conceptual, es algo manifiesto, pero no se pueden identificar, porque el lenguaje que es representación sensible es un signo que encarna una concepción propiamente intelectual que tiene inteligibilidad e independencia ontológica respecto de la palabra-imagen. Entender esto en profundidad, llevaría a comprender que los procesos de pensamiento no iluminados conceptualmente, y por ello inconscientes, no son más profundos ni más primarios (en el sentido de primeros), sino más periféricos, respecto del verdadero centro de la persona.

95 “Esquema del psicoanálisis”, 144.

96 Ibidem, 146.

97 Cf. S. Freud, “El malestar en la cultura”, en Obras completas, vol. XXI, Amorrortu, Buenos Aires 1996, 136-137: “La analogía entre el proceso cultural y la vía evolutiva del individuo puede ampliarse en un aspecto sustantivo. Es lícito aseverar, en efecto, que también la comunidad plasma un superyó, bajo cuyo influjo se consuma el desarrollo de la cultura. Para un conocedor de las culturas humanas sería acaso una seductora tarea estudiar esta equiparación en sus detalles.”

98 Cf. J. Laplanche – J. B. Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, 191 (voz Imago): “Prototipo inconsciente de personajes que orienta electivamente la forma en que el sujeto aprehende a los demás; se elabora a partir de las primeras relaciones intersubjetivas reales y fantaseadas con el ambiente familiar”; ib.: “El concepto de imago lo debemos a Jung (Metamorfosis y símbolos de la libido [Wandlungen und Symbole der Libido, 1911]), que describe la imago materna, paterna, fraterna”; ibidem, 192: “Con frecuencia se define la imago como una ‘representación inconsciente’; pero es necesario ver en ella, más que una imagen, un esquema imaginario adquirido, un clisé estático a través del cual el sujeto se enfrenta a otro”.

99 Y no, como escribió una alumna mía en un examen ¡“el yo es amo de tres clavos”! Lo que parece confirmar la tesis de la pedagogía y la psicología educativa moderna según la cual lo que importa no es conocer lo que las cosas son, sino para qué sirven, “aprender a aprender”; y a esta chica le servía, para aprobar el examen, memorizar una sentencia cuyo significado desconocía completamente, y que carece de todo significado racional.

100 Cf. S. Freud, “Análisis terminable e interminable” (1937), en Obras completas, vol. XXIII, Amorrortu, Buenos Aires 1996, 247-248: “Los dos principios básicos de Empédocles, filία y neῖkoς son, por su nombre y por su función, lo mismo que nuestras pulsiones primordiales, Eros y destrucción, empeñada la una en reunir lo existente en unidades más y más grandes, y la otra en disolver esas reuniones y en destruir los productos por ella generados”.

101 Cf. S. Freud, “Esquema del psicoanálisis”, 146.

102 Ibidem.

103 Ibidem.

104 El mundo psíquico pintado por Freud, con toda su simbología, es sólo aparentemente rico. En realidad, en su fondo, es un mundo frío y cuantitativo, en el que todos los símbolos remiten a lo mismo: a lo inerte, a la muerte. Cf. P. L. Assoun, Introducción a la epistemología freudiana, 183: “la pulsión no es en Freud la manipulación activa y positiva de un instinto concebido como principio: es, mucho más modestamente, un disturbio económico, insatisfacción que se notifica como por superar, déficit por reparar. Y ése es el primum movens de todas las combinaciones psíquicas: pero la neurosis, en su riqueza simbólica aparente, deriva enteramente de esa turbulencia energética primaria. / El ello de la segunda tópica, aun si parece significativamente hipostasiar el polo pulsional, no hace en el fondo más que personalizar ese principio de turbulencia energética, contrariamente a sus homólogos groddeckiano, incluso nietzscheano”. En todo caso, Assoun racionaliza demasiado a Freud, que es un autor lleno de contradicciones: es racionalista e irracionalista; desmitificador y “filómitos”; ilustrado y posmoderno... Las novedades teóricas de las pulsiones de vida y de muerte, y la segunda tópica, desequilibran su edificio teórico, y lo llenan de contradicciones que Freud nunca resuelve. Eros y destrucción son para Freud a la vez fuerzas divinas (diabólica en realidad la pulsión de muerte), y el resultado de los avatares de la energía psíquica.

105 Freud tiene un escrito que se llama “Análisis terminable e interminable” y todos podemos tener experiencia de muchos psicoanálisis que duran 15 o 20 años.

106 Cf. S. Freud, “Esquema del psicoanálisis”, en Obras completas, vol. XXIII, Amorrortu, Buenos Aires 1996, 146-147.

107 Cf. “El problema económico del masoquismo”, en Obras completas, vol. XIX, 166: “el principio de Nirvana expresa la tendencia de la pulsión de muerte; el principio de placer subroga la exigencia de la libido, y su modificación, el principio de realidad, el influjo del mundo exterior”. Cf. J. Laplanche - J. B. Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, 295-296 (voz Principio de Nirvana): “El término ‘nirvana’, difundido en occidente por Schopenhauer, está tomado de la religión budista, en la cual designa la ‘extinción’ del deseo humano, la aniquilación de la individualidad, que se funde en el alma colectiva, un estado de quietud y felicidad perfectas. [...] el ‘principio de nirvana’ designa algo distinto de la ley de constancia o de homeostasis: la tendencia radical a llevar la excitación al nivel cero, como Freud la había enunciado con el nombre de ‘principio de inercia’.”

108 S. Freud, “Análisis terminable e interminable”, 237: “Como es sabido, la situación analítica consiste en aliarnos nosotros con el yo de la persona objeto a fin de someter sectores no gobernados de su ello, o sea, de integrarlos en la síntesis del yo. El hecho de que una cooperación así fracase comúnmente con el psicótico ofrece un punto firme para nuestro juicio. El yo, para que podamos concertar con él un pacto así, tiene que ser un yo normal. Pero ese yo normal, como la normalidad en general, es una ficción ideal. El yo anormal, inutilizable para nuestros propósitos, no es por desdicha una ficción. Cada persona normal lo es sólo en promedio, su yo se aproxima al del psicótico en esta o aquella pieza, en grado mayor o menor, y el monto del distanciamiento respecto de un extremo de la serie y de la aproximación al otro nos servirá provisionalmente como una medida de aquello que se ha designado, de manera tan imprecisa ‘alteración del yo’.”

109 “El yo y el ello”, 47.

110 S. Freud, “El malestar en la cultura”, 134.

111 S. Freud, “El malestar en la cultura”, 134.

112 Cf. S. Freud - O. Pfister, Correspondencia (1909-1939), Fondo de Cultura Económica, México 1966, 16-18 (24 de noviembre de 1927): “Su sustituto para la religión es esencialmente el pensamiento de la Ilustración del siglo xviii, renovado y modernizado en forma soberbia. [...] El criterio que usted defiende lo caracterizó ya Nietzsche con las palabras: ‘Se habrá entendido ya a dónde quiero llegar, a saber, que sigue siendo una fe metafísica la que sirve de apoyo a nuestra fe en la ciencia, y que también nosotros, los científicos de ahora, los ateos y antimetafísicos, tomamos todavía nuestro fuego de la hoguera que incendió una fe milenaria, la fe de los cristianos que fue la de Platón: de que Dios es la verdad y que la verdad es divina... ¿Pero qué sucederá si esto resulta cada vez menos creíble, si ya nada permanece divino, con excepción del error, de la ceguera, de la mentira?’” ; Ibidem: “Yo no entiendo bien el concepto que tiene usted de la vida. Es imposible que todo se reduzca a lo que usted rechaza como final de la ilusión y que usted alaba como único contenido verdadero. Este mundo sin templos, sin arte, sin poesía, sin religión, es a mi modo de ver una isla del demonio a la que sólo un Satanás, y no el azar ciego, podría empujar a los hombres. [...] Si formara parte del tratamiento psicoanalítico el lograr que los pacientes aceptaran este mundo desolado como la noción suprema de la verdad, yo entendería muy bien que estas pobres gentes prefirieran recluirse en la celda de su enfermedad en lugar de marchar por este desierto helado y horrible”.

113 Cf. G. Vattimo, Introducción a Nietzsche, Península, Barcelona 1996, 114, nota 20: “No se olvide que Nietzsche atribuye al nihilismo un doble sentido posible: un sentido pasivo o reactivo, en que el nihilismo reconoce la insensatez del devenir y en consecuencia desarrolla un sentido de pérdida, de venganza, de odio por la vida; y un nihilismo activo que es propio del ultrahombre, que se instala explícitamente en la insensatez del mundo para crear nuevos valores.”

114 Cf. S. Freud, “El malestar en la cultura” (1930), en Obras completas, vol. XXI, Amorrortu, Buenos Aires, 77.

115 S. Freud, “Tótem y tabú. Algunas concordancias entre la vida de los salvajes y de los neuróticos” (1913), en Obras completas, vol. XIII, Amorrortu, Buenos Aires 1994, 155-156.

116 “El yo y el ello”, 38-39.

117 “El yo y el ello”, 39-40. Cf. “Esquema del psicoanálisis”, 145: “ello y superyó, a pesar de su diversidad fundamental, muestran una coincidencia en cuanto representan los influjos del pasado: el ello, los del pasado heredado; el superyó, en lo esencial, los del pasado asumido por otros.” Ibidem, 209: “Una parte de las conquistas culturales sin duda ha dejado como secuela su precipitado dentro del ello, mucho de lo que el superyó trae despertará un eco en el ello, y no poco de lo que el niño vivencia como nuevo experimentará un refuerzo porque repite un ancestral vivenciar filogenético. (‘Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo parta poseerlo’ [Goethe].) De este modo, el superyó ocupa una suerte de posición media entre ello y mundo exterior, reúne en sí los influjos del presente y el pasado”

118 S. Freud, “Moisés y la religión monoteísta” (1939), en Obras completas, vol. XXIII, Amorrortu, Buenos Aires 1994, 130.

119 Es significativo que una de las obras principales de la famosa psicoanalista Melanie Klein se llame “Amor, culpa y reparación”.

120 En su imaginación, Freud es una especie de nuevo Moisés, pero que en vez de venir a traer la Ley, viene ayudar superarla. Cf. D. Backan, Freud et la mystique juive, 182-183: “Si los judíos representan la autoridad de la Ley, sólo un judío puede declarar que la Ley está muerta. El psicoanálisis, en su significación cultural más amplia, puede ser contemplado fundamentalmente como un esfuerzo por modificar la imagen clásica del judío. El judío no se sostiene más ante la sombra de Moisés exigiendo una adhesión estricta a la letra de la Ley, como Shylock de Shakespere, sino que se convierte más bien en un personaje paternal, paciente e indulgente, tolerante y comprensivo ante las violaciones de la Ley mosaica. Un tal rol no podía ser jugado por Freud sino condición de que se identificar totalmente con un judío disociado también de la imagen de Moisés. En su presunta posición de autoridad, podías quebrantar la Ley, invalidarla. De este modo, Freud juega el rol de un nuevo Moisés que aporta una nueva Ley consagrada a la libertad psicológica individual”.

121 Cf. M. Onfray, El crepúsculo de un ídolo, 445: “Ni siquiera la doctrina escapa a una lectura comparada con el esquema cristiano: el psicoanálisis como parusía que redime los pecados filogenéticos del mundo que son el asesinato del padre, el banquete caníbal, el complejo de Edipo; la verdad del mundo sensible que reside en un principio inteligible, el inconsciente, una instancia metapsicológica invisible, omnipotente, omnipresente, omnisciente, increada, inmortal, eterna, inaccesible al tiempo, con un papel similar al de una Providencia que veda todo libre albedrío; un fruto prohibido, el incesto, y una soteriología, el psicoanálisis y su ritual en el diván, para asegurar la redención a través de una terapia por la palabra que recuerda en más de un concepto a la confesión auricular”.

122 “¿Pueden los legos ejercer el análisis?”, 232.

123 El hecho de que el psicoanálisis no se aprenda sino por el contacto de un discípulo con un maestro, en una experiencia personal, más que por vía teórica y pública, es uno de los signos de su carácter no científico, sino espiritual, y hay quien ve en ello conexiones con la Cábala; cf. D. Backan, op. cit.

124 “¿Pueden los legos ejercer el análisis?”, 233.

125 “¿Pueden los legos ejercer el análisis?”, 236.

126 Cf. J. Laplanche – J. B. Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, 225 (voz Metapsicología): “Término creado por Freud para designar la psicología por él fundada, considerada en su dimensión más teórica. La metapsicología elabora un conjunto de modelos conceptuales más o menos distantes de la experiencia, tales como la ficción de un aparato psíquico dividido en instancias, la teoría de las pulsiones, el proceso de la represión, etc.”

127 Cf. S. Freud, Zur Psychopathologie des Alltagsleben, trad. esp. “Psicopatología de la vida cotidiana”, en Obras completas, vol. VI, Amorrortu, Buenos Aires 1991, 251. Téngase en cuenta que Freud escribía esto en los comienzos mismos del psicoanálisis, en 1901, en la obra que sigue a La interpretación de los sueños (1900), demostrando que el proyecto de transformar el psicoanálisis en metapsicología, es decir, en la superación inmanentista de la metafísica y de la teología está en los inicios mismos de su carrera, y es su finalidad última. El nombre aparece ya en las cartas a Fliess, es decir en los años de gestación del psicoanálisis, en las que aparece esta expresión como posible nombre de esta psicología que se dirige a lo inconsciente: “A propósito, quería preguntarte seriamente si crees que puedo adoptar el nombre de ‘metapsicología’ para mi psicología que penetra tras la conciencia” (carta del 10/03/1898); “Mi hijo ideal, mi hijo problema: la metapsicología” (carta del 12/12/1896).

128 P.-L. Assoun, Psychanalyse, Presses Universitaires de France, Paris 1997, 360.

129 Ibidem, 361.

130 “¿Pueden los legos ejercer el análisis?”, 239-240.

131 Por este motivo, nos resultan realmente desconcertantes afirmaciones como ésta: “Porque en la medida en que el psicoanálisis es una terapia personalista, no puede sino aceptar la fundamental libertad del hombre. Aunque por las premisas filosóficas de las cuales parte la niega, clínicamente la afirma en todo momento” (E. Komar, Curso de Metafísica 1972-1973. I. Inmanencia y trascendencia, Ediciones Sabiduría Cristiana, Buenos Aires 2008, 129). Con el respeto que nos merece este gran maestro de filosofía, estas afirmaciones no admiten el menor análisis. El psicoanálisis (ni el freudiano, ni la gran mayoría de sus variantes más divulgadas) no es personalista ni en la teoría, ni en la práctica. Que no lo es filosóficamente, no hay quien lo niegue: no hay persona, no hay intelecto, ni voluntad, ni libertad. En la práctica tampoco lo es, tal como estamos explicando. Si algún psicoanalista se ve llevado a afirmar clínicamente lo que teóricamente niega, no es un mérito de tal terapia presuntamente personalista, sino una evidencia de las grietas de esta forma de psicoterapia, y de que la verdad es más fuerte que las construcciones humanas.

132 J. Laplanche – J. B. Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, 68 (voz: compulsión a la repetición): “A) A nivel de la psicopatología concreta, proceso incoercible y de origen inconsciente, en virtud del cual el sujeto se sitúa activamente en situaciones penosas, repitiendo así experiencias antiguas, sin recordar el prototipo de ellas, sino al contrario, con la impresión muy viva de que se trata de algo plenamente motivado en lo actual.

B) En la elaboración teórica que Freud da de ella, la compulsión a la repetición se considera como un factor autónomo, irreductible, en último análisis, a una dinámica conflictual en la que sólo intervendría la interacción del principio de placer y el principio de realidad. Se atribuye fundamentalmente a la característica más general de las pulsiones: su carácter conservador”. Ibidem, 69: “En la cura, los fenómenos de transferencia atestiguan esta exigencia del conflicto reprimido de actualizarse en la relación con el analista. Por lo demás, la consideración creciente de estos fenómenos y de los problemas técnicos que plantean condujo a Freud a completar el modelo teórico de la cura estableciendo, junto al recuerdo, la repetición transferencial y el trabajo elaborativo, como etapas fundamentales del proceso terapéutico”.

133 Al margen, queremos señalar que la insistencia del psicoanálisis (particularmente de Melanie Klein y su escuela), de que el primer “objeto” es el pecho, es un error de observación. La primera realidad significativa para el niño es su madre, y en particular su rostro. Cuando el bebé mama, no mira el pecho, sino el rostro de la madre. Muy pronto, aparece la “sonrisa social”, que es una respuesta instintiva ante el rostro humano. Cuando el niño comienza a dibujar figuras con sentido representativo, empieza por las personas, que al principio son “rosotros”, no pechos. De aquí se puede quizá colegir por qué la palabra griega para persona, prosopon, tiene como significado rostro. El rostro es la parte más importante del cuerpo para un ser humano, y representa a la totalidad de la persona.

134 Freud reduce el amor al placer y el placer a la disminución del displacer, disminución que se lograría a través de la descarga de las elevaciones de la tensión de la energía sexual. Lo sexual por su parte abarcaría todo tipo posible de placer, a través de un procedimiento de dudosa validez lógica, como hemos señalado.

135 Cf. “Esquema del psicoanálisis”, 176.

136 Cf. P.-L. Assoun, Lacan, Amorrortu, Buenos Aires 2004, 146: “Entre el analista y el analizante está, en efecto, ese Otro: ‘Ninguna promoción de la intersubjetividad en la personología humana podría articularse, pues, sino a partir de la institución de otro como lugar de la palabra’ [...]. ‘Rostro cerrado y labios cosidos’: ‘Los sentimientos del analista sólo tienen un lugar posible en este juego, el del muerto [...]. Desde este lugar, ‘el psicoanálisis puede acompañar al paciente hasta el límite extático del ‘Tú eres eso’, donde se revela la cifra de su destino mortal [...].”

137 ¡Atención! No se trata de un rol ajeno a la moral, aséptico, científico-técnico, sino posmoral. Un intento de superación de la moral fundado en una actitud muy voluntaria y “ética”, como la llama Lacan; cf. Ibidem, 150: “Lo operativo es la propia fibra del deseo del analista, aun cuando éste ‘haga de muerto’. El objeto de ese deseo no es su goce personal, y tampoco se trata del deseo de ser analista: se trata de su deseo de análisis, ordenado según el ‘orden del deseo’ como exigibilidad de la verdad de los sujetos, uno por uno. Este énfasis en el actuar del analista hace eco a la idea de que ‘el psicoanálisis ha desempeñado un papel en la dirección de la subjetividad moderna’”.

138 En una carta, dice Freud a Pfister: “Mi observación de que los analistas de un futuro hipotético no pueden ser sacerdotes no suena muy tolerante, lo admito. Pero piense en el hecho de que yo hablo de un futuro remoto. Por el momento me vienen bien hasta los médicos, ¿por qué no los sacerdotes? [...]. Naturalmente nos podemos servir del derecho humano a la incoherencia, hacer un poco de camino con el análisis, después pararnos e ir regularmente a la iglesia el domingo como por ejemplo hacía Charles Darwin”.

139 Cf. “Esquema del psicoanálisis”, 176: “el paciente escenifica ante nosotros, con plástica nitidez, un fragmento importante de su biografía, sobre el cual es probable que en otro caso nos hubiera dado insuficiente noticia. Por así decir, actúa ante nosotros, en lugar de informarnos”.

140 Cf. S. Freud, “Cinco conferencias sobre psicoanálisis”, 47: “Siempre que tratamos psicoanalíticamente a un neurótico, le sobreviene el extraño fenómeno de la llamada transferencia, vale decir, vuelca sobre el médico un exceso de mociones tiernas, contaminadas hartas veces de hostilidad, y que no se fundan en ningún vínculo real; todos los detalles de su emergencia nos fuerzan a derivarlas de los antiguos deseos fantaseados del enfermo, devenidos inconscientes”.

141 A pesar de su orientación nietzscheana, atea y visceralmente anticatólica, merece la pena leer el libro de Michel Onfray, El crepúsculo de un ídolo, ya citado, en el que se desmonta el mito freudiano pieza por pieza desde el punto de vista histórico. Su conclusión principal es que el psicoanálisis “es una disciplina que pertenece al ámbito de la psicología literaria, procede de la autobiografía de su inventor y funciona a las mil maravillas para comprenderlo a él, y sólo a él” (p. 34). Entre los estudios críticos recientes, otro que tuvo más resonancia fue C. Meyer (Dir.), El libro negro del psicoanálisis, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 2007.

142 E. Pavesi, Follia della croce o nevrosi? “Funzionari di Dio. Psicogramma di un ideale” di Eugen Drewermann e la critica della psicologia del profondo alla religione, Cristianità, Piacenza 1998, 89.

143 Ibidem, 92.

144 M. Onfray, El crepúsculo de un ídolo, 34.

Corrientes de psicología contemporánea

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