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ANDALUCÍA

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21 de febrero

Viajamos a Córdoba en auto. Alejandro maneja, Marcelo y yo dormimos. En el camino escuchamos Absolutamente, de Fangoria. Ninguno de ellos soporta a Alaska, como la mayoría de los gays de izquierda de España. Le dicen “la gorda fascista”. Estoy un poco cansado, así que duermo la mayor parte del trayecto. Cuando abro los ojos, ya llegamos. Andalucía nos recibe con sol y flamenco. Dejamos el auto y cargamos con el equipaje hasta el Airbnb que alquilamos en plena judería, dentro del casco histórico de la ciudad. No se parece a ningún lugar que conozca. Estoy en la Edad Media, un viaje en el tiempo, es algo de otra era. La arquitectura me parece una mezcla entre romana y árabe y todas las calles son irregulares. Buscamos un lugar para comer. Ya es media tarde, así que no tenemos muchas opciones. Luego de caminar un buen rato, encontramos un restaurante andaluz abierto y pedimos salmorejo, berenjenas fritas y flamenquín de cerdo con patatas fritas. No entiendo cómo nunca se me ocurrió cocinar así las berenjenas. Todo me resulta delicioso, especialmente el flamenquín. Después de comer, salimos a recorrer el casco histórico. Las calles están llenas de pequeños palacios con patios y jardines. Algunos se pueden ver desde afuera y a otros se puede entrar. Queremos ir a la mezquita, pero ya está cerrada. Visitamos en su lugar el Cristo de los Faroles en la Plaza de los Capuchinos. Poco a poco se va haciendo de noche y el paisaje irreal de Córdoba se vuelve todavía más increíble con la luz violeta del crepúsculo. Regresamos al departamento y preparamos la comida. Alejandro se va a dormir y, pasada la medianoche, Marcelo y yo salimos a pasear. Todavía tengo jet lag, así que mis horas de sueño están totalmente alteradas. Son casi las dos de la mañana y no hay un alma en la calle. Siento que estamos en un pueblito de alquimistas y que, tras las puertas y ventanas, se ocultan magos y brujas en busca de la piedra filosofal. Lo que más me impresiona es la mezquita. Por fuera se ve enorme, imponente, mágica. No puedo esperar a visitarla por dentro.

22 de febrero

Cuando nos despertamos, Alejandro no está. Se fue a su pueblo a resolver un asunto familiar que involucra la herencia de un abrigo de piel. Marcelo y yo visitamos el Alcázar de los Reyes Cristianos y la Mezquita-Catedral por dentro. El Alcázar tiene una cantidad de jardines impresionantes que poco tienen que envidiar al Palacio de Versalles. Me encanta respirar el perfume de todas esas plantas. La mezquita por dentro conserva su mística exterior, multiplicada por el hecho de contener una catedral en su interior, justo en el centro. Pasamos de las columnas árabes a la arquitectura gótica y renacentista en unos pocos pasos. Entre los relieves, los metales preciosos y la música del órgano, empiezo a sentir otra vez el síndrome de Stendhal. La belleza es excesiva. Se me acelera el pulso y empiezo a sentir ansiedad. Tengo que tomar la medicación. Desde que llegué a Europa perdí la costumbre de tomar el antidepresivo y el ansiolítico todas las mañanas. Por momentos siento que el viaje en sí mismo es mi fármaco y que no necesito de la ayuda de los químicos para estar bien.

A la tarde nos encontramos con Alejandro y partimos rumbo a Sevilla en el auto. Llegamos a media tarde y nos sentamos a comer en la Alameda antes de ir al departamento. Se nota que seguimos en Andalucía, pero hay algo distinto. Marcelo y Alejandro se sienten nostálgicos de su vida aquí, antes de mudarse a Madrid. A la noche, mientras se hace la comida, arreglo para encontrarme con un chico. Las calles de Sevilla, como las de Córdoba, son serpenteantes y me resulta imposible pensar en llegar de un punto al otro sin perderme. Por eso le pido a mi cita que me pase a buscar. Tiene mi edad. Caminamos un poco, fumamos marihuana y vamos a su departamento, que queda al otro lado de la Alameda. Antes de llegar pasamos por debajo de las columnas de Hércules. Siento que es una buena señal del universo. Aunque esta vez no voy a pasar por Grecia o Italia, mis queridos dioses igual me acompañan. Cuando llegamos a su casa me dice que, por ser la primera vez, solamente vamos a mirarnos. Tengo un imán para la gente rara. Nos bajamos los pantalones y nos pajeamos. Hay algo en el límite que me excita y la pija se me pone re dura de solo mirarlo. Está claro que se muere de ganas de hacer algo más, así que le agarro la mano y se la llevo a mi entrepierna. Al principio solo me la acaricia, pero enseguida me empieza a masturbar y yo aprovecho y hago lo mismo. Me calienta que no me deje hacer más. Los dos movemos las manos cada vez más rápido hasta que acabamos. No tengo idea de cómo volver al departamento, así que le pido que me acompañe. En el camino va tomando una lata de Coca-Cola que saca de su heladera. En ningún momento me convida ni un sorbo.

23 de febrero

Sevilla se parece a Córdoba, pero en otras dimensiones. Más dorado, más ornamento y más gente. Nuestro departamento está en el Casco Antiguo. Por la mañana, Alejandro y Marcelo duermen. Me escribo con un chico y, aprovechando que tengo un cuarto propio, lo invito. Es puertorriqueño. Le cuesta un poco encontrar la dirección porque todas las calles avanzan en zigzag y se entrecruzan. No es fácil ir de un punto al otro sin perderse. Me recuerda a Ámsterdam. Mientras lo espero, me escribe otro chico que está en el mismo edificio que nosotros. Se ve superlindo, pero no puedo dejar al otro plantado después del tiempo que perdió buscando la dirección. Finalmente llega y bajo a abrirle. Subimos las escaleras y le pido que no haga ruido para no despertar a nadie. Tiene veintiocho años, es delgado y de estatura media. No se ve tan bien como en las fotos que me mandó más temprano, pero me gustan sus besos. Nos desvestimos, franeleamos y, sin que me dé cuenta, se mete mi pija en el culo. Como si nada. Me calienta tanto tenerla ahí adentro que no le digo nada. Me lo cojo un rato, pero no puedo dejar de pensar en el otro chico. No quiero estirarla más. Para sacármelo de encima simulo un orgasmo y le pido disculpas por no haber aguantado. Mientras bajamos las escaleras no deja de tocarme la pija, como comprobando si realmente acabé o no. Una vez que se va, vuelvo al departamento y le contesto al otro chico. Me dice que vaya y bajo de nuevo. Vive en la planta baja, al lado de la entrada. La puerta ya está entreabierta y él me espera desnudo en la cama. Es hermoso, mucho más lindo que en foto. Tiene veintidós años y el cuerpo fibroso. Me saco la ropa y me meto debajo del edredón con él. Es un dulce. Nos besamos y abrazamos como si quisiéramos fundir nuestros cuerpos en uno solo. También es puertorriqueño y estudia Ciencias Políticas en la Universidad de Sevilla. Hacemos un 69 y yo le paso la lengua de la pija al culo y viceversa, mientras él se retuerce de placer y se mete mi pija cada vez más adentro de la boca hasta tragársela toda entera. Volvemos a ponernos frente a frente y lo recuesto boca arriba sobre la cama. Aprovecho la saliva que le dejé en el culo y le voy colando los dedos. Me lleno de saliva la pija y trato de metérsela, pero no está lo suficientemente dilatado. No insisto y me recuesto al lado de él nuevamente. Nos besamos y pajeamos hasta acabar.

A la tarde salgo a pasear solo y voy a la Casa de Pilatos. Me impresiona la arquitectura entre renacentista y árabe, con arcos y mosaicos y también esculturas griegas. En el patio central del palacio hay dos estatuas de Pallas Atenea, copias de originales griegos. Siento que el universo quiere que esté acá. Más tarde me encuentro con Marcelo y Alejandro en la Plaza San Francisco y paseamos hasta el anochecer.

24 de febrero

Me despierta el mensaje de un chico que quiere que le haga fist fucking. Es un poco temprano, pero no quiero perder la oportunidad. El camino hasta su casa es bastante directo, algo raro en Andalucía, y enseguida llego a nuestro punto de encuentro. De lejos veo que se asoma y con la cabeza me indica que lo siga escaleras arriba hasta su departamento. Acaba de pasar toda la noche en un sex club. Se le nota en la cara de pasado y en lo acelerado que está. Tiene treinta y siete años, pero a simple vista parece de treinta. Es delgado, un poco más bajo que yo y tiene ojos claros y el pelo rapado. Nos besamos un poco y enseguida se saca la ropa y se pone en cuatro a chuparme la pija. Mientras, me alcanza una botella de lubricante. No un pomo ni un envase pequeño, una botella enorme. La abro y saco un poco. Es mucho más viscoso que el que uso siempre. Se acuesta boca arriba, me embadurno bien la mano derecha y le meto de a uno los dedos en el culo hasta que tengo toda la mano adentro. Empujo un poco más y llego hasta la muñeca. Mientras tanto, él gime de placer e inhala popper. El culo se le abre todavía más y me pide que siga entrando. Continúo empujando y llego hasta la mitad del antebrazo. Inhala otro poco de popper y me pide que saque y vuelva a meter el brazo despacio. Cada vez siento menos resistencia por parte de su cuerpo. Es como si quisiera absorberme o asimilarme. Saco la mano para lubricarme un poco más y me pide que me acueste boca arriba. Sin decirme más nada, me llena el pie izquierdo de lubricante y se lo mete poco a poco hasta tenerlo casi todo adentro. Es una sensación de lo más extraña, pero me gusta. Aparentemente, a él también porque llega al orgasmo y eyacula enseguida, llenándose la panza, el pecho y el cuello de semen. Yo sigo caliente, pero no quiero acabar. Después de lavarme y limpiarme bien la mano y el pie, me voy. Cuando llego al departamento, me encuentro con Alejandro. Le cuento sobre mi experiencia con el chico del fist fucking y me dice que sabe quién es. Se llama Víctor y él también le metió el puño y el pie. Acá todos se conocen.

Paso el resto del día paseando. A la mañana voy al Real Alcázar. Camino siguiendo las indicaciones del mapa hasta que llego. Hay un montón de gente, la fila es larguísima y da vueltas como una víbora enroscada. Disimuladamente, me ubico justo en la última curva de la cola antes de la entrada, al lado de un hombre que va solo. Continúo como si nada y entro a los pocos minutos. El Alcázar por dentro es hermoso. Me impresionan sobre todo los azulejos y la forma de las ventanas y puertas. Si tuviera más tiempo y dinero me encantaría seguir hasta Marruecos, pero va a tener que ser en otro viaje. Después de caminar un rato me empiezo a cansar y aburrir. Quisiera poder compartir la experiencia con alguien. Les pido a otros turistas que me tomen fotos, pero salen todas torcidas y mal encuadradas. De regreso paso por un pequeño local de comida argentina y me compro una empanada para el camino por un euro cincuenta.

Por la tarde salgo a caminar con Marcelo. Recorremos los rincones que más le gustan de Sevilla: paseamos por la Maestranza, el Arenal, Triana, el Palacio de San Telmo y terminamos al anochecer en la Plaza de España. El lugar es increíble: un museo viviente de cerámica y ladrillo. Noto mejor a Marcelo. Por un momento parece que sus problemas de dinero y salud desaparecen y vuelve a ser el de antes. Se ríe a carcajadas, algo que no es muy usual, y aprovecho para sacarle fotos.

25 de febrero

Último día en Sevilla. A la mañana voy a la Catedral. Otra vez una fila larguísima de gente. Otra vez me cuelo. Por dentro el templo es hermoso, como el de Córdoba, pero más grande y opulento. Al mediodía me encuentro con Alejandro y Marcelo con la intención de almorzar juntos para despedirnos de Andalucía, pero entre que recogemos las valijas y buscamos el auto se hace demasiado tarde. No queda tiempo más que para darnos un abrazo hasta pronto y me dejan en el aeropuerto.

Nunca nunca nunca quisiera volver a casa

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