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Temas fundamentales en la vida de Pilar

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Al realizar una visión de conjunto de la vida de Pilar Bellosillo, se puede ver con claridad que hubo una serie de temas que primaron en su interés y que fueron los que orientaron su vida y su obra. Podemos señalar fundamentalmente tres.

El tema de la mujer

Pilar estuvo desde muy pronto inquieta y preocupada por la situación de las mujeres. En la época de la posguerra española, época de necesidad y de hambre, el impacto era muy evidente: las mujeres eran quienes más duramente sufrían esa situación de precariedad, por un lado, por su condición de madres y de cuidadoras tradicionales de las necesidades de la casa y de los hijos; y, por otro lado, por su falta de preparación y educación para atender unos problemas que necesitaban de mayores conocimientos y habilidades que los que habitualmente se les habían proporcionado.

Desde su puesto en Acción Católica, primero en las Jóvenes, después en Mujeres, fue cambiando el sentido de las actividades de los grupos: desde una tónica de actividades piadosas, de celebraciones litúrgicas con mucho cuidado formal y poco contenido teórico, fue impulsando actividades con carácter más social: centros de educación, academias para obreras, etc. El horizonte de actividades se fue enriqueciendo y, desde unas tímidas incursiones en el mundo de la realidad circundante, se pudo ir evolucionando hacia una llamada de atención muy fuerte, muy rotunda a que el catolicismo, el cristianismo, la religión, no puede quedarse en posturas estéticas y espiritualistas. La Semana-Impacto fue la herramienta que años después, institucionalmente, se arbitró para que todas las integrantes de la Acción Católica tuvieran una semana, por lo menos, de reflexión, estudio y toma de decisiones acerca del lugar a ocupar en el entorno social que les rodeaba.

El sentimiento de solidaridad con las mujeres fue en Pilar muy temprano. No encontramos nunca en sus escritos, en ningún sentido, ni a favor ni en contra, comentarios acerca de los problemas políticos del momento ni de las dramáticas situaciones creadas por la guerra. No hace mención a vencedores y vencidos. Sus alusiones son a las necesidades materiales que encuentra a su alrededor, alusiones discretas y atentas a no herir la sensibilidad de quienes está hablando. Y su convencimiento de que las actividades espirituales no pueden salir adelante si las necesidades materiales no están resueltas. Ante ese panorama, hay que resaltar la convicción de Pilar de la importancia de la iniciativa de las mujeres y de su responsabilidad en la posible superación de esa situación.

Examinando su trayectoria, podemos ver que la experiencia en la España de la década de los años cuarenta, en la Rama de Jóvenes y luego en la de Mujeres, le acerca a unas determinadas necesidades y problemas, y le hacen elaborar, junto con el equipo de amigas y colegas de la Acción Católica, unas posibles soluciones que, por otro lado, serán fundamentalmente las mismas que más tarde aplicará a situaciones de otros países, cuando tenga responsabilidades internacionales.

Se trata de soluciones y estrategias basadas en el sentido común, sin grandes proyectos ni campañas, pero que van asentando sólidamente unas herramientas de trabajo y, sobre todo, la apelación a la educación y a la responsabilidad de las mujeres.

La mujer y la Iglesia

En realidad, es este un segundo tema en conexión directa con el anterior. Pilar fue madurando sus ideas sobre la mujer, expresadas en cursillos, conferencias y escritos, que eran criticados y matizados tanto por la práctica que desarrollaba en los centros que la Acción Católica iba creando, como por convicciones teóricas que se iban haciendo cada vez más maduras y firmes, al contacto con diversas instancias del más alto nivel académico. No es de extrañar pues, que cada vez fuera más evidente la contradicción que las teorías de la Iglesia mantenían con su práctica. Esa contradicción se manifestó públicamente en el concilio Vaticano II. Pilar estaba presente en el aula conciliar y allí quedó puesta de relieve esa contradicción, de manera flagrante. De esa manera, a partir de ese momento, las mujeres católicas que tenían alguna representación eclesiástica se pusieron a la tarea de lograr que se llevara a la práctica la convicción de la dignidad de la mujer y de su igualdad con los varones.

La experiencia del concilio Vaticano II impactó fuertemente toda una época, toda una generación. La experiencia personal que Pilar nos cuenta fue espléndida: ver el debate y la discusión abierta sobre temas de trascendencia tanto para la Iglesia como para el mundo. Por otro lado, la extrañeza de los padres conciliares al ver allí a un grupo de mujeres, y casi no saber cómo tratarlas, pero manteniendo una relación de igualdad que, como dice Pilar «por lo que conozco, no ha tenido continuidad». Allí eran las mujeres las consultadas para los temas que las concernían, porque: «Nosotros, decía el patriarca Máximos IV, tenemos complejo de viejos solterones» (Conclusiones del primer día. Sugerencias). También en el Concilio se incrementa para Pilar, la relación con importantes intelectuales españoles y extranjeros, creyentes de otras confesiones religiosas.

Su pensamiento respecto a ese tema está descrito en un artículo con el expresivo título «Justicia para la mujer dentro de la Iglesia»15. Sin embargo, ese texto fue publicado en 1971, es decir, después de que hubieran ocurrido los múltiples desaires y la marcha atrás de las posiciones de la Iglesia con respecto a los intentos de las mujeres de lograr una reforma de la situación de la mujer dentro de la institución, tal y como se explica en los capítulos siguientes.

Pilar nunca habló de sí misma como feminista. Al contrario: en esos años esa palabra significaba desgarro, ruptura, violencia. Ella nunca creyó en la posible eficacia de tales conductas. Siempre fue sensata, comedida; reflexionaba largamente cada decisión. Sin embargo, una vez tomada una postura, la llevaba adelante por encima de todo. Tenía constancia, una lógica de sentido común que proporcionaba solidez al trabajo bien hecho y bien pensado, por tanto, sin vuelta de hoja. Tuvo conflictos muy fuertes, con el episcopado español y con la Curia romana. Pero formalmente siempre tuvo la discreción, el cuidado de no hacer un escándalo de ello.

Tal actitud le sirvió para no romper la relación con una estructura, la eclesiástica, tan formal, tan jerárquica, tan estructurada. Porque tal ruptura hubiera significado el fin de la actividad central de Pilar y también la renuncia a su objetivo a largo plazo, es decir, actualizar, modificar, renovar el papel de la mujer en la Iglesia.

Un profundo amor a la Iglesia

Pilar se presenta como una persona profundamente religiosa, que orienta su vida desde muy pronto hacia el servicio de la Iglesia. Su fe es profunda y sencilla, en el sentido de que no es una fe atormentada, que busque respuestas a problemas, como fue tan habitual en una etapa en la que el existencialismo estaba presente en todas las cuestiones, y especialmente en las religiosas, sino más bien una práctica cotidiana y confiada en las enseñanzas de la Iglesia, sin grandes problemas teóricos. Su interés y su misión, tal y como las vio con claridad, consistieron en potenciar a la Iglesia desde dentro y en tratar de desarrollar esas enseñanzas que recibía con la misma lógica interna que llevaban dentro de sí mismas. Como muchos otros católicos reflexivos y consecuentes, quedó deslumbrada con la convocatoria del concilio Vaticano II, y hace suyos sus objetivos: renovar la Iglesia, evangelizar el mundo y rehacer la unidad visible de los cristianos.

Pero ese deslumbramiento, y el entusiasmo que llevaba consigo, quedó puesto a prueba de manera verdaderamente dura en el posconcilio. Las afirmaciones literales que se habían hecho en el aula conciliar y, desde luego, la lógica interna que soportaba aquellas afirmaciones quedaron contrariadas en muchos aspectos. Algunos de ellos, como el tratamiento del tema de la mujer dentro de la Iglesia, con una grave falta de coherencia que, en el caso de Pilar, dado el entusiasmo por el tema y los puestos de relevancia, que ella tenía en las organizaciones internacionales dependientes de la Iglesia, suponían una fuerte decepción incluso a nivel personal.

Sin embargo, es admirable ver que nunca deja Pilar de confiar en la Iglesia de Cristo. Habla de momentos difíciles, incluso «dramáticos», pero jamás se le ocurre –por lo menos no lo dice–, que eso pueda ser motivo para marcharse de la Iglesia, o para pasar a una actitud pasiva, ante tamañas dificultades.

Por el contrario, Pilar toma siempre decisiones de prudencia y discreción, optando por no dar al público noticia de las graves anomalías de la Comisión Pontificia sobre la Mujer, en aras de no dañar a la Iglesia. Una decisión que puede ser opinable, de la que se puede discrepar en cuanto a la funcionalidad de cara a lograr los objetivos que se proponía, pero que tiene la clara y siempre sostenida intención de su amor a la institución. No se trata únicamente de un silencio pasivo, sino que, inmediatamente, se pone manos a la obra en los terrenos que para ella eran prioritarios: el ecumenismo y la labor eclesial, entendida como labor de comunidad, lo más amplia, numerosa y plural posible. Aquella primitiva solidaridad con las mujeres, nacida de la mirada de las necesidades y problemas que acuciaban en momentos duros en cuestiones materiales, se va convirtiendo a lo largo de su vida en una solidaridad profundizada en lo que las mujeres son capaces y deben hacer en un mundo que tiene sus dificultades, a veces enormes, pero siempre con posibilidad de ser superadas. En una de sus últimas intervenciones llamaba a esa Unión Mundial de Mujeres, dentro de la Iglesia y fuera de ella.

Por eso, termina la reflexión sobre su vida, con la frase, «al final de esta jornada, tenemos que decir al Señor que estamos dispuestas a empezar de nuevo»16.

Pilar Bellosillo

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