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CÓMO TRADUCIR
ОглавлениеCon ganas. La receta de Eliseo Diego es la mejor que he leído en varios años de estudio sobre traducción. Yo agregaría sólo: con tiempo. Ganas y tiempo sería la fórmula general, pero después hay que trabajar con palabras y nadie logra decirnos bien qué hacer con ellas.
El oficio del traductor es uno artesanal. Así como en carpintería se puede tener cierto método para fabricar una silla, pero no se puede saber exactamente dónde estarán los nudos de la madera, en traducción se puede tener una idea del texto final, pero no se pueden tomar todas las decisiones a priori, pues el proceso va exigiendo soluciones que no se adivinaban en la lectura. Entonces, tratar de hablar de sistematicidad en traducción literaria es como tratar de encontrar dos sillas idénticas hechas a mano: si existiera la perfección en la artesanía, radicaría exclusivamente en la incapacidad de replicarse.
Cada obra literaria crea un mundo de ficción. Cada traducción crea otro. Lo que hacemos las traductoras es crear nuevos mundos de ficción a partir de unos ya creados, pero que no funcionan para todo público. La razón más evidente es la barrera lingüística, que resulta bastante simplista para la mayoría de las obras literarias, pues en realidad lo que se traduce no son lenguas —o no simplemente—, sino lenguas que describen mundos, discursos, situaciones, y muchas veces no existen los equivalentes inmediatos para describirlos en otras latitudes. Entonces, al traducir literatura, lo que verdaderamente importa subsanar son las barreras culturales, pero esto se logra, paradójicamente, mediante recursos lingüísticos, pues ahí radica la naturaleza de este arte: crear mundos con palabras. De esta forma, todas las barreras —lingüísticas y culturales— se entremezclan y se vuelven una sola, enorme.
La cultura guadalupeña que se refleja en esta novela resulta tan compleja como cualquier otra; sin embargo, presenta un mayor grado de dificultad para traducirla que reside en su carácter de cultura marginada: los niveles de acceso a información sobre esos pueblos son muy bajos. En el plano lingüístico, dado que el francés antillano está totalmente teñido de elementos del créole que no se reconocen en el francés europeo, muchos términos no se encuentran en fuentes de consulta ni en los diccionarios francófonos tradicionales. Además, al ser una lengua no oficial y mayoritariamente oral, el créole no tuvo una ortografía bien establecida ni diccionarios monolingües o bilingües sino hasta las últimas décadas del siglo XX, lo cual dificulta la búsqueda e incluso la identificación de muchos de sus términos en textos como éste.
Las características mencionadas representan un problema incluso para los autores francocaribeños que quieren publicar y ser leídos. Para empezar, la mayoría escribe en francés y no en su lengua materna, porque el público de habla créole es todavía ínfimo. Y como su francés no es el francés del hexágono y sus textos forzosamente incluyen créolismos, muchos de ellos usan recursos como prólogos, notas, glosarios, etc., para cobijar al lector no caribeño y para que las editoriales de la metrópoli acepten publicarlos. A veces se dice que su escritura es ya una forma de traducción: de una cultura criolla a una lengua occidental impuesta. En ese sentido, añadir una tercera lengua —el español en este caso— sería un segundo grado de traducción donde los elementos extraños se alejan un poco más, es decir, se comprenden un poco menos por la mayor separación lingüística, por lo que resulta casi imposible no recurrir a explicaciones de diferentes tipos. Este prólogo es la primera.
Además, en la novela se usan dos recursos para que el lector hispano entienda lo que los personajes y el narrador dicen en créole. Para las oraciones completas en créole dichas por los personajes, es decir, diálogos y algunas canciones, se usan notas a pie de página; así, en el cuerpo del texto queda sólo el créole, sin ninguna marca, ni siquiera letra cursiva, con el fin de darle a esa lengua del relato un cierto carácter de naturalidad. Sin embargo, los términos aislados en créole y ciertas frases que salen de boca del narrador no se anotan a pie de página, pues el flujo de la narración permite otro recurso que no hace al lector salir de la ficción, bajar la vista y regresar al relato un par de segundos después: junto al término aparece el significado como tal o algún tipo de explicación que permita intuirlo. Todos estos términos créoles se reúnen en un glosario al final del libro, al que se añaden algunos otros elementos culturales para los que el lector hispano difícilmente podría encontrar una explicación en su lengua (personajes de cuentos populares guadalupeños, como el Zapotito; términos de otras culturas o lenguas, como el klerén haitiano; calcos del créole que no se explicaron en el relato porque se apeló al cobijo del contexto, como el ron seco y los platillos regionales).
Todos los términos de otras lenguas que aparecen en cursivas en el texto original se mantuvieron así en la traducción, incluidas las palabras en español. Con esto, las lenguas que no pertenecen propiamente al relato original se marcan como extrañas desde el punto de vista de los personajes y del narrador, aunque al lector hispano le resulten más familiares, por ejemplo, los anglicismos que los créolismos. Estas palabras en cursivas, salvo las españolas, están también en el glosario de términos.
Por último, hay un segundo glosario que recoge elementos botánicos, donde se anotan los nombres científicos de plantas y árboles cuyos nombres se calcaron o bien del créole o bien del francés, por no encontrar equivalentes en nuestra lengua, o bien había tantos nombres comunes en español que se tuvo que elegir alguno y dar el nombre científico para tranquilidad de los curiosos.
En este proceso de traducción hubo ganas y tiempo. No sólo de la traductora, sino de lectores e informantes que ayudaron a tomar las decisiones con mayor seguridad. Sobre todo de Hugo López Araiza Bravo, que leyó y corrigió más de una vez la versión en español, y de Marie Claire Elise, guadalupeña que esclareció varios términos de su lengua.
En diciembre de 2018, la Nueva Academia, creada ex profeso, le otorgó a Maryse Condé el Nobel alternativo de literatura. La autora casi nunca menciona esta obra situada en su isla natal aunque, personalmente, considero que es su novela de mayor calidad literaria. En este relato, Condé logra contar una historia bien acotada en tiempo y espacio; esa delimitación le permite concentrarse tanto en lo lírico como en lo anecdótico y consigue que la forma refleje el fondo a través de su cadencia y su estilo. Condé dedica el premio quizá más importante de su carrera al pueblo guadalupeño, gesto que podría leerse como una reconciliación con esa parte de sus raíces hacia el final de su vida. Terminar de traducir la más guadalupeña de sus novelas es, también, una buena forma de celebrar un premio que tomó por sorpresa a este proceso que llevaba años en curso. Si la traducción son puertas que se abren, esta traducción deja ver un pedacito de un Caribe francófono, de rasgos predominantemente negros y que sigue oliendo a caña de azúcar, aunque sea en la nostalgia, al cual el mundo hispano antes apenas si había podido asomarse.
Ana Inés Fernández,
Arles, agosto de 2019