Читать книгу La seducción del jefe - Casada por dinero - La cautiva del millonario - Maureen Child - Страница 7
Capítulo Tres
ОглавлениеCaitlyn llegó a su despacho a las seis menos cuarto de la mañana y vio que Jefferson ya estaba al teléfono. No la sorprendió. No resultaba inusual que él llegara a trabajar antes que el resto de sus empleados. Después de todo, como tenía negocios por todo el mundo, la mayor parte de las llamadas que tenía que hacer debían realizarse temprano para acomodarse a las diferencias horarias.
También vio que él había dejado un montón de carpetas encima de su escritorio. Después de preparar café, Caitlyn se puso manos a la obra. Era mejor mantener la mente ocupada. Muy ocupada para no pensar en lo que sus amigas y ella habían decidido hacer. Si empezaba a pensar, podría echarse atrás.
–Y eso no lo pienso hacer –musitó con decisión.
A sus espaldas, el sol estaba saliendo por el horizonte, iluminando el cielo con tonos dorados y malvas. El aroma del café recién hecho inundaba el aire y logró aliviar la extraña sensación que tenía en la boca del estómago. En un rincón, el fax no dejaba de escupir documentos.
Caitlyn se acercó a mirarlos y los examinó cuidadosamente. Tras comprobar que se trataba de las habituales propuestas de navieras más pequeñas que querían convertirse en subcontratas de Naviera Lyon las grapó y las guardó en un archivo. En su trabajo Caitlyn siempre tenía mucho que hacer. Eso era precisamente lo que más le gustaba de su trabajo. Jamás había un momento del día en el que pudiera aburrirse.
El teléfono empezó a sonar. Al tomar el auricular, comprobó que la línea dos aún estaba ocupada, lo que significaba que Jefferson todavía no estaba disponible.
–Naviera Lyon.
–Hola –dijo una voz muy familiar–. Caitlyn, guapa. Hoy has llegado muy pronto a trabajar.
Caitlyn sonrió. Max Striver, el presidente de Naviera Striver, siempre teñía sus conversaciones de una sutil seducción que no molestaba jamás.
–Buenos días, señor Striver. ¿Cómo van las cosas por Londres?
–Max, por favor Caitlyn. Te he dicho mil veces que me llames Max. Londres es un lugar muy solitario. Deberías venir a visitarme.
–Lo tendré en cuenta –respondió Caitlyn, sin dejar de sonreír–. El señor Lyon está hablando por la otra línea, Max. ¿Puedes esperar un momento o quieres que te devuelva él la llamada?
–Si tú estás dispuesta a pasarte ese tiempo charlando conmigo, esperaré.
–¿Y de qué vamos a hablar?
–¿Cuándo vas a dejar de trabajar para ese norteamericano tan hosco para venirte a trabajar para mí?
–En realidad, no creo que quieras que trabaje para ti, Max. Sólo quieres privarle al señor Lyon de mi buen hacer.
–En realidad, un poco de las dos cosas, guapa. Te hace trabajar demasiado mientras que yo, por mi parte, soy un jefe muy comprensivo. Buen horario de trabajo, mejor sueldo y, por supuesto… yo.
La luz de la otra línea se apagó.
–Lo tendré en cuenta, Max. Ahora el jefe ya está disponible. ¿Puedes esperar un momento?
Colocó la llamada en espera mientras llamaba al teléfono de Jefferson.
–Max Striver por la línea uno –dijo cuando Jefferson contestó.
–Maldita sea… ¿Qué es lo que quiere?
–Que yo me vaya a trabajar para él.
–¿Aún está con eso? Cualquiera creería que ya habría comprendido que tú no vas a dejar de trabajar en Naviera Lyon bajo ningún concepto –replicó, con un gruñido, justo antes de desconectar el teléfono y tomar la otra línea.
–¿Qué es lo que ocurre, Max? –preguntó Jefferson mientras se reclinaba en su butaca y la hacía girar para poder mirar por la ventana.
–Jefferson, viejo amigo. ¿Acaso necesito que ocurra algo para llamar?
–Normalmente.
Durante un instante, admiró la vista del puerto. Aquél era su mundo. Había trabajado en el negocio familiar desde abajo. Su padre no creía en el camino fácil y no había estado dispuesto a que su hijo accediera simplemente a los puestos directivos sin conocer cómo funcionaba desde abajo. Por eso, Jefferson estaba a cargo de una de las navieras más importantes del mundo y sabía cómo sacar lo mejor de sus empleados. ¿Acaso no había conseguido mantener la tranquilidad y el autocontrol cuando Caitlyn se desmoronó el día anterior?
Sonrió y escuchó cómo el fax no dejaba de funcionar en el despacho exterior. Sonrió. Caitlyn sabía perfectamente cómo llevar orden al caos diario. Como todos los días, las cosas iban como tenían que ir. Sabía que Max jamás podría conseguir que ella trabajara para Striver. La lealtad de Caitlyn le impediría marcharse a trabajar para un competidor.
–Jefferson, ¿sigues ahí?
Frunció el ceño. Había permitido que sus pensamientos se alejaran por un instante de su trabajo, algo que nunca podía consentir y mucho menos con Max Striver.
–Sigo aquí, Max. Y estoy muy ocupado.
–Estoy seguro de ello. Sólo te entretendré un minuto. Simplemente quería que supieras que me he enterado de que vas a viajar a Portugal. Me han dicho que el astillero de allí está parado por una huelga.
–Se arregló todo la semana pasada. Todo está en orden –respondió Jefferson apretando los dientes.
–Me alegra saberlo.
–Sí. Estoy seguro de ello.
Desde hacía años, Max era la competencia de Jefferson en todo, desde el tenis hasta las mercancías transportadas. Como Lyon estaba a punto de poner en funcionamiento su primer crucero, para lo que faltaban menos de seis semanas, Jefferson estaba sin duda tratando de batir a Max también en aquel campo.
–Te aseguro que me alegro. No podremos competir con tu empresa si tu crucero jamás sale de los astilleros, ¿no te parece? De hecho, creo que vamos a salir un mes antes que vosotros.
–Por lo que he oído, deberías estar más interesado en lo que le ocurre a tu propio barco –replicó Jefferson, con una sonrisa.
–¿Qué es lo que quieres decir?
–Bueno, mis contactos en Francia me han dicho que el nuevo transatlántico de Striver parece estar teniendo ciertos problemas para conservar sus chefs.
–Mentiras.
–No sé… Si supieras cómo tratar a tus empleados, Max, tu chef no estaría camino de Portugal en estos momentos para comprobar cómo son las cocinas del nuevo crucero de Lyon.
–¿Me lo has robado?
–Ni siquiera me resultó difícil. Deberías haberle ofrecido el suelo que se merece.
Max tardó un momento en soltar la carcajada.
–Esta vez has ganado tú, Jeff, pero aún no hemos terminado el juego.
Cuando Jefferson colgó, la sonrisa aún no se le había borrado de los labios. Caitlyn se estaba ocupando diligentemente de sus asuntos y él había conseguido meterle un gol a Max Striver… y ni siquiera eran las ocho de la mañana.
Los dedos de Caitlyn volaban por encima del teclado mientras transcribía al ordenador la penosa caligrafía de Jefferson. A él ni siquiera se le había pasado por la cabeza que Caitlyn pudiera aceptar algún día la oferta de Max.
–No pienso dejar que te marches, Caitlyn –musitó, imitando la voz de Jefferson–. Eres como mi perrita faldera, Caitlyn. Siempre estás a mi lado. Encantada de ayudarme. Agradecida sólo porque te den un golpecito cariñoso en la cabeza.
No era que le molestara que a Jefferson no le preocupara que ella pudiera dejar de ser su secretaria, pero… ¿Acaso no debería estarlo? ¿No debería al menos tener la decencia de decirle que esperaba que no se marchara nunca de su lado? ¿Que era demasiado importante para él? ¿Para la empresa?
Era como si estuviera completamente convencido de que aquello no podría ocurrir nunca.
Se dijo que debería estar encantada de que su jefe estuviera tan seguro de su lealtad, pero no consiguió convencerse. De hecho, se sentía verdaderamente molesta de que a él ni siquiera le inquietara que uno de sus competidores más importantes quisiera que trabajara para él.
–¿Ves? –susurró–. Ésta es la razón por la que necesitas un descanso. Necesitas realizar ese viaje, Caitlyn. Te vendrá bien alejarte de todo durante un tiempo. A Jefferson Lyon le vendrá bien tener que ocuparse de todo esto durante un tiempo. Tal vez entonces sería capaz de mostrar un poco de gratitud. Tal vez entonces se daría cuenta de que existes y…
No. ¿Qué era lo que estaba diciendo? No tenía intención alguna de que Jefferson se fijara en ella como mujer. Sólo como persona.
Sí. Debería marcharse. Pensar en ella por una vez. Ser aventurera. Sin embargo, su conciencia no hacía más que repetirle lo contrario. Debería quedarse. Trabajar. Ser responsable…
La buena de Caitlyn. La que siempre hacía lo que debía hacer, lo que se esperaba de ella…
–Dios, es tan aburrido. Doy pena. Veintiséis años y jamás he hecho nada para mí. ¿No va siendo hora?¿Acaso no te mereces salir y ver un poco de mundo y, sobre todo, dejar que el mundo te vea a ti?
Efectivamente, eran unas vacaciones carísimas, pero ¿no se merecía que la mimaran? ¿No se debía a sí misma tiempo para relajarse y descansar?
–Dios, estoy empezando a sonar como Janine… –murmuró, con una sonrisa.
–¿Quién es Janine?
Caitlyn se sobresaltó al escuchar la voz de Jefferson.
–¿Sabes una cosa? Probablemente sería más fácil matarme si, en vez de tratar de conseguir que me diera un ataque al corazón, te limitaras a golpearme en la cabeza.
–Sabías que estaba aquí.
–Estabas hablando por teléfono.
–Ya no. No tenía intención de asustarte –añadió. No tenía puesta la chaqueta del traje y llevaba la camisa remangada hasta los codos, lo que dejaba al descubierto unos antebrazos fuertes. Además, se había aflojado el nudo de la corbata–. Bueno, ¿quién es Janine? –preguntó apoyado en el umbral de la puerta.
–Una amiga –respondió Caitlyn mientras se preguntaba qué más habría escuchado de su monólogo en voz alta–. Estaba anoche en el bar.
–¿La rubia menudita o la morena del pelo de punta?
–No lo tiene de punta. Tan sólo lo lleva revuelto. Bueno, no has estado mucho tiempo hablando por teléfono con Max –dijo, en un intento por cambiar de tema.
–No. Sólo me llamó para reírse de mí por lo de la huelga en Portugal y para recordarme que su barco estará listo un mes antes que el nuestro.
–Ahhh… –repuso Caitlyn. Los rivales se habían enzarzado de nuevo en sus chiquilladas.
–Sin embargo, al menos yo pude recordarle que le quitamos a su mejor cocinero. A Max aún le escuece que le quitáramos el contrato Franco el año pasado.
–Supongo que eso hará que te sientas mejor.
–Cierto. No obstante, si Striver Cruise Lines abre un mes antes que el nuestro, va a poder hacerse con las mejores rutas.
–Su primer barco es más pequeño.
–¿Estás segura?
–Fue lo primero que hice esta mañana –dijo ella entregándole una hoja de papel que había llegado por fax aquella mañana–. El astillero de Francia en el que Max está construyendo su barco ha sido muy amable. Simplemente les pedí un ejemplo de sus trabajos más recientes y estuvieron encantados de enviarme todos los detalles del crucero que están terminado en estos momentos. El nuestro es por lo menos cien metros más largo. Mejor preparado para las rutas del Atlántico.
Jefferson examinó el papel y sonrió. Caitlyn sintió que aquella sonrisa la iluminaba por dentro como si se tratara de una luz de neón. Dios santo. Decididamente necesitaba aquellas vacaciones.
–¿Querías algo más, Jefferson?
–Sí. En realidad, quería asegurame de que ya tenías organizado el viaje a Portugal.
–Por supuesto –respondió Caitlyn, agradecida de volver a temas laborales. Le entregó una carpeta–. Ahí tienes todos los detalles. El Palacio de Estoril tiene tu suite reservada para cuando llegues, he avisado a tu piloto y he organizado las reuniones en el astillero. Ahí tienes las fechas y las horas. El hotel se encargará de proporcionarte coche y conductor.
Jefferson examinó la documentación y, mientras se daba la vuelta para regresar a su despacho, dijo:
–Resérvate tú también una suite.
–Eso no será necesario.
–Lo sé, pero quiero que te sientas cómoda.
–No –dijo ella. Entonces, respiró profundamente y contuvo la respiración justo lo suficiente para tranquilizarse–. No me refería a eso.
Entonces se levantó y se dirigió a la cafetera para servirse una nueva taza de café.
–¿De qué estás hablando?
–Después de todo, no voy a acompañarte a Portugal, Jefferson. Voy a tomarme mis cuatro semanas de vacaciones.
–Pero si no te vas a casar… ¿Para qué necesitas ese tiempo?
–Porque lo he solicitado y quiero tomármelo.
Jefferson se apartó de la puerta y se acercó a ella. Cuando ella hubo terminado, agarró la cafetera y se sirvió una taza. Antes de hablar, tomó un sorbo.
–En estos momentos no es muy conveniente.
–Claro que lo es. Pedí esas cuatro semanas hace ya casi seis meses. Todo está organizado.
–Las cosas han cambiado.
–¿Qué cosas?
–Ya no te vas a casar. Por lo tanto, puedes acompañarme a Portugal.
–No me necesitas, Jefferson.
–Seré yo quien decida lo que necesito, Caitlyn –replicó él mirándola con fiereza–. Y, como ayudante mía que eres, considero que necesito tu presencia.
–Mala suerte –dijo ella, después de tragar saliva.
–¿Cómo has dicho?
–Ya me has oído. Trabajo para ti, Jefferson, pero no soy tu criada. Solicité esas semanas de vacaciones y me las voy a tomar.
–Hazlo después del viaje a Portugal.
–No. Esta vez no.
No pensaba ceder ante Jefferson. El año anterior, cuando ya estaba en el taxi para marcharse de vacaciones a Florida, Jefferson la llamó para pedirle que lo acompañara a Francia. Y el año anterior había pasado lo mismo con su viaje a Irlanda. Jefferson había sido capaz de enviar su jet privado al aeropuerto de Shannon para ordenarle que le acompañara a una importante conferencia en Brasil.
Por eso, aquella vez Caitlyn no pensaba ceder ni un ápice. Iba a marcharse con sus amigas de vacaciones y, si a Jefferson no le gustaba, mala suerte. Sintió un hormigueo de excitación mientras elaboraba mentalmente su propia Declaración de Independencia. No volvería a ser tan responsable con su trabajo. No dejaría en un segundo planto sus deseos y necesidades para asegurarse de que su jefe tenía lo que quería.
«Soy Caitlyn, escuchadme rugir», pensó. Entonces, levantó la barbilla con gesto desafiante y se enfrentó a su jefe.