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Capítulo Cinco

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Caitlyn tenía más o menos media hora para ducharse y vestirse antes de reunirse con Chad para tomar una copa. Se dirigió rápidamente hacia su habitación metiéndose al mismo tiempo la mano en el bolsillo para buscar la tarjeta que servía de llave. No debería haber accedido a tomar una copa con él. Si Janine no hubiera estado hablando por teléfono con ella en ese mismo momento, no lo habría hecho. No era que no le interesara conocer gente nueva, pero estaba demasiado ocupada pensando en Jefferson como para fijarse en nadie más, aunque fuera tan guapo como Chad.

–¡Qué tontería! –musitó mientras dejaba el bolso a los pies de la cama–. No entiendo por qué tengo que seguir pensando en mi antiguo jefe. Ya no está. Ya no forma parte de mi vida. Caput. Au revoir, mon ami. Sayonara. Ciao. Arrivederci.

–Has dicho dos en italiano.

–¿Cómo?

Caitlyn se dio la vuelta con tanta rapidez que perdió el equilibrio y cayó sobre la cama. Con los ojos muy abiertos y el corazón saliéndosele del pecho, observó cómo Jefferson salía como si nada de su cuarto de baño envuelto en una espesa nube de vapor. Parecía alguien salido de otro mundo. Por supuesto, el hecho de llevar una toalla alrededor de la cintura de su cuerpo desnudo no ayudaba en nada a la situación.

Tenía el cabello húmedo y aún le caían sobre un torso mucho más musculado de lo que hubiera soñado en un principio pequeñas gotitas de agua. La mirada penetrante de Jefferson estaba prendida en la de ella. Su boca grande y deliciosa presentaba una media sonrisa.

–Sorpresa.

–¿Sorpresa? ¿Qué es lo que quieres decir con eso? ¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó ella mientras se incorporaba–. Olvídate de lo que he dicho. No me importa lo que estés haciendo aquí en este hotel, sino en mi habitación. ¿Cómo diablos has entrado? ¿Por qué has…? ¿Cómo has podido…?

Jefferson se encogió de hombros.

–He venido para llevarte de vuelta a casa –dijo–. A Long Beach. A tu trabajo.

–¿Acaso no te acuerdas que dimití? –replicó ella. ¿Cómo había podido pasársele por un momento por la cabeza que hubiera ido allí sólo por ella?

–No puedes hacerlo, Caitlyn. El trabajo es tu vida. ¿Cómo es posible que dimitas de tu vida?

–Eso era en el pasado. Ahora estamos en el presente y estoy construyéndome una nueva vida. Gracias.

–Sin mí. Sin Naviera Lyon.

–Así es –afirmó ella, sin querer admitir lo mucho que le había echado de menos en los últimos dos días.

–No estoy tan seguro…

–Venga ya, Jefferson –dijo ella para tratar de cambiar de tema–. No has venido hasta aquí para convencerme de que regrese a un trabajo del que he dimitido. ¿Por qué estás aquí?

–Después de que te marcharas me di cuenta de una cosa –admitió él, dirigiéndose hacia ella.

Caitlyn estaba a punto de retroceder sobre el colchón cuando se dio cuenta de que él podría reunirse con ella encima de la cama. Este pensamiento la hizo ponerse de pie como movida por un resorte.

–¿De qué te diste cuenta?

–De que necesitaba unas vacaciones.

–Vaya… Tú jamás te has tomado vacaciones, Jefferson. Lo más cerca que has estado ha sido cuando te recorriste el mundo entero para ir a estropearme las mías. Además, ¿no deberías estar en tu despacho incordiando a otra pobre infeliz para que termine todos los detalles de tu viaje a Portugal?

–Tienes toda la razón. Jamás me he tomado vacaciones, por lo que las tengo más que merecidas. En cuanto a lo de estropearte las tuyas, no estoy aquí para volver a hacer algo así. Tan sólo he venido para divertirme.

–¿Divertirte?

–En cuanto a lo del viaje a Portugal, mi excepcional ayudante ya se ha ocupado de todo.

Excepcional. Había dicho que ella era excepcional. Estaba tramando algo. Ojalá supiera de qué se trataba.

–Y… Te echaba de menos…

Caitlyn soltó un bufido muy poco elegante. Decididamente, Jefferson estaba tramando algo.

–¿Que me has echado de menos? Venga ya. Lo que quieres decir es que has echado de menos que yo no esté para solucionarte todo. Sólo han pasado un par de días, Jefferson.

Un par de días en los que ella sí que le había echado de menos…

–Esto no tiene nada que ver con el trabajo, Caitlyn –dijo él mirándola fijamente a los ojos–, sino con nosotros.

Caitlyn permaneció mirándolo durante un largo instante. Aquella situación cada vez era más rara. En primer lugar, Jefferson estaba medio desnudo en la habitación de su hotel. Segundo, resultaba que la echa de menos y, por último, empezaba a hablar de un «nosotros»…

–Creo que debo de haberme transportado a una dimensión paralela –susurró, tratando de no mirar la toalla que él llevaba puesta. Por un momento, le había parecido que se le estaba cayendo–. Sí, debe de tratarse de eso. Seguramente me he visto atrapada en uno de esos agujeros temporales. Tal vez si doy un paso atrás, podré volver a mi propio universo y no estará ocurriendo nada de esto.

–¿Agujero del tiempo?

–Tiene más sentido que creer que esto está ocurriendo de verdad.

–Pero sí está ocurriendo…

–No, no lo está…

Caitlyn dio un paso atrás. No iba a dejarse arrastrar por el juego de Jefferson. No iba a volver a trabajar para él. Iba a mantenerse firme y… a no mirar a esa toalla.

–Jefferson –dijo, apartándose un poco más de él–. Olvidémonos por un momento de la razón por la que has venido aquí. ¿Cómo has entrado en mi habitación?

Jefferson sonrió y ella sintió que le temblaban las rodillas. No se trataba de una buena señal.

–Te he seguido.

–Sí, bueno. Eso ya me lo imagino. ¿Cómo supiste adónde venía?

–No resulta difícil para un hombre de mi posición conseguir las respuestas que necesita, Caitlyn.

Probablemente no. Jefferson tenía contactos por todo el mundo y suficiente dinero para pagar la información que pudiera necesitar. Sin embargo, ¿por qué había decidido tomarse tantas molestias? Además, ¿por qué había tenido que meterse en su habitación?

–Bien. Me has encontrado, pero, ¿quién te dejó entrar en mi habitación?

Jefferson se sentó en el borde de la cama. La toalla se le abrió, dejando al descubierto un músculo bronceado y bien torneado, cubierto con un ligero vello rubio. «Dios…».

–Cuando expliqué en recepción que mi esposa había llegado unos días antes que yo, estuvieron encantados de darme la llave.

–¿Tu esposa? ¿Les has dicho que yo soy tu esposa? ¿Y te han creído?

–Por supuesto –dijo él, como si fuera lo más normal del mundo–. Además, no había más habitaciones disponibles. El hotel está lleno. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?

–¿Marcharte a casa, tal vez?

–Sin verte no…

Se reclinó hacia atrás y se apoyó con los codos sobre la cama. La toalla se abrió un poco más, haciendo que Caitlyn contuviera el aliento. La toalla cubría ya tan sólo lo imprescindible.

Caitlyn cerró los ojos y se frotó suavemente el entrecejo mientras se decía que debía contar hasta diez. Cuando hubo terminado, contó hasta veinte. No le sirvió de nada. Seguía muy furiosa, algo asombrada y muy necesitada. No se trataba de la combinación más adecuada.

Jefferson la observó atentamente y deseó poder leerle el pensamiento. Los sentimientos que se reflejaban en su rostro eran tan diversos que sabía que sus pensamientos debían de ser de lo más entretenido. Mientras Caitlyn paseaba por la habitación, él se limitó a mirarla atentamente. Al observar sus largas y esbeltas piernas, bronceadas con el color de la miel, sintió que algo se despertaba en su interior. Recordó que el recepcionista la había descrito como la que tenía unas largas piernas y tenía que admitir que aquel tipo estaba en lo cierto. ¿Por qué no se había fijado antes en las piernas de Caitlyn?

Podía haber tratado de encontrarse con ella en las zonas comunes del hotel, pero así había resultado mucho más… intrigante. No le había costado mucho conseguir la llave de la habitación de Caitlyn y eso que no era el dueño de aquel hotel en particular. Afortunadamente para él, el apellido Lyon tenía el peso que necesitaba para conseguir lo que quería. Además, seguramente el hecho de que hubiera reservado el resto de las habitaciones del hotel que quedaban disponibles para no poder dejar la habitación de Caitlyn había terminado de convencer al pobre recepcionista para que se mostrara más transigente que de costumbre.

–No te puedes quedar aquí…

–No tengo elección. No hay más habitaciones disponibles.

–Ve a comprarte una casa.

–Estamos en una isla privada.

–Ése no es mi problema –replicó ella, colocándose las manos sobre las caderas.

–Vaya, vaya… ¿Así es como habla una esposa a su esposo?

–No me puedo creer que hayas hecho algo así. De hecho, me sorprende que hayas conseguido pronunciar la palabra «esposa».

–Pero lo hice. Ahora, tendrás que cargar conmigo.

–No cuentes con eso –dijo ella, dirigiéndose inmediatamente a la mesilla de noche, donde estaba el teléfono–. Voy a llamar a recepción y les voy a decir que has mentido.

–Y yo les diré que esto sólo es una pelea de enamorados.

–No te creerán.

–Puedo resultar muy convincente…

Caitlyn lo observó llena de frustración. Lo estuvo observando durante unos instantes, tratando de encontrar una salida. Evidentemente, no la halló.

–Está bien –dijo por fin–. De todos modos, seguramente se pondrían de tu lado y terminarían echándome a mí de mi propia habitación…

–Bueno, yo jamás dejaría que ocurriera algo así. Jamás consentiría que mi esposa sufriera un trato así.

Caitlyn lanzó un bufido y se sopló el ligero flequillo que le caía por la frente.

–Eres un imbécil…

–¡Qué bien! Ya estamos con las intimidades…

–Mira, Jefferson. No sé lo que estás tramando, pero no te va a servir de nada sea lo que sea.

–¿Qué te ocurre? ¿Acaso tienes miedo de estar a solas conmigo?

–Eso es ridículo.

–¿Sí? En ese caso no hay problema en que yo me quede aquí.

–Está bien. Puedes quedarte hasta que te encuentren una habitación.

Algo que no ocurriría en un futuro cercano. De eso Jefferson estaba completamente seguro.

–Pero dormirás en el suelo.

–Es decir, me tienes miedo. O, mejor dicho, tienes miedo de ti misma cuando estás conmigo.

–Tu ego es increíble.

–Gracias.

–No me puedo creer que esto esté ocurriendo.

–Venga, Caitlyn –dijo él dirigiéndose al armario, donde ya había colgado las pocas ropas que se había llevado junto a las de Caitlyn–. No queremos empezar nuestras vacaciones con una pelea.

–¿Qué vas a hacer?

–Vestirme.

–¿Aquí?

–¿Y dónde si no? –preguntó mientras se agarraba la toalla para quitársela. Antes de que lo hiciera, Caitlyn salió disparada en dirección al cuarto de baño.

–Vístete y márchate. Tengo que prepararme para una cita.

–¿Una cita?

Caitlyn se detuvo en la puerta del cuarto de baño y se volvió para lanzarle una sonrisa de satisfacción.

–Sí, una cita. Simplemente estoy disfrutando de mis vacaciones.

Cuando ella cerró la puerta, Jefferson arrojó la toalla al suelo con un gesto de enojo. ¿Llevaba allí dos días y ya tenía una cita? Aquello no pintaba nada bien para sus planes de seducción. Entonces decidió que ya había ganado el primer round de aquel combate aunque ella no lo sabía: Caitlyn le había permitido quedarse en su habitación.

Además, el hecho de que ella tuviera una cita no significaba que iba a disfrutar de la compañía de su donjuán durante mucho tiempo.

Caitlyn sonreía a Chad mientras él le regalaba otro apasionante relato de su jornada laboral. Estaba prácticamente dormida con los ojos abiertos cuando él le preguntó:

–¿Te lo puedes creer? Vendí esas acciones con un ocho por ciento de beneficios. Es el margen más estrecho que he tenido nunca en un trato –dijo. Entonces, con un suspiro, se reclinó sobre la silla–. No hay nada más peligroso que el mercado bursátil.

–Parece fascinante…

Caitlyn tomó su copa y deseó que estuviera llena. No sabía si estaría bien que llamara al camarero para pedirle otra. No creía que pudiera aguantar mucho más aquella conversación sin caer en coma.

De repente, recordó las palabras de advertencia de su madre sobre los hombres guapos. «Algunas veces, cariño, Dios quita y Dios otorga. En muchas ocasiones, los rostros hermosos sólo ocultan cabezas vacías».

Dios, odiaba que su madre tuviera razón.

–Hola.

Caitlyn se sobresaltó y, al mirar por encima del hombro, se quedó atónita al sentir lo contenta que se ponía de ver a Jefferson a sus espaldas. Por supuesto, no pensaba consentir que él se diera cuenta de ese detalle. Quería que él creyera que se estaba divirtiendo mucho. Sin él.

–Hola –respondió Chad mirando a Jefferson con un gesto algo confuso.

Éste se inclinó sobre Caitlyn y le dio un beso en la mejilla. Ella no se había recuperado del hormigueo que el contacto le produjo sobre la piel cuando vio que él le extendía la mano a Chad y le dedicaba una sonrisa.

–Caitlyn, cariño –dijo afablemente–, no me habías dicho que alguien más vendría a tomar una copa con nosotros. Siento haber estado al teléfono tanto tiempo, pero ya sabes lo largas que pueden llegar a ser esas llamadas de negocios –añadió mientras se sentaba a su lado y, tras llamar al camarero, le colocaba a ella un brazo por encima de los hombros.

Caitlyn trató de zafarse inmediatamente, pero él se limitó a apretarla con más fuerza. Chad pareció más confuso que nunca.

–Bueno, cielo –comentó Jefferson–, ¿quién es tu amigo?

–Se llama Chad.

–¿De verdad? ¿Chad?

–Jefferson… –murmuró Caitlyn.

–Mira… –dijo Chad, muy nervioso, después de que el camarero apareciera para anotar lo que Jefferson quería tomar y se marchara otra vez–, no sé lo que está pasando aquí, pero Caitlyn y yo habíamos quedado para tomar una copa y…

–¿Para tomar una copa? –repitió Jefferson, con una carcajada.

–¿Qué te hace tanta gracia? –preguntó Chad.

–Nada. Siempre me resulta muy entretenido que un hombre crea que tiene una cita con mi esposa.

–¿Con tu esposa? –repitió Chad a su vez, poniéndose de pie y lanzando a Caitlyn una mirada de reprobación.

–Jefferson… Chad.

–Pero si no lleva anillo. Te aseguro que no me ha dicho nada de que estuviera casada, tío.

–Bueno, tuvimos una discusión y seguramente aún está disgustada conmigo. ¿No es así, cariño? –le preguntó, dándole un rápido beso en los labios. Caitlyn se quedó tan asombrada que ni siquiera pudo contestar.

–No quería tratar de…

–Lo comprendo, Chad. Mi esposa es una mujer muy hermosa. No me extraña que hayas intentado coquetear con ella, pero ahora, si nos perdonas…

Chad desapareció tan rápidamente que Caitlyn se sorprendió de no ver chispas saltándole de los pies. Entonces volvió a quedarse a solas con Jefferson.

–¿Por qué estás haciendo esto?

–¿Quieres decir por qué te estoy rescatando del aburrimiento? –le preguntó apretándola de nuevo los hombros–. Bueno, porque soy muy humanitario.

–¿Cómo sabes que estaba aburrida? Chad es un hombre fascinante. Te aseguro que no me perdía ni una sola de sus palabras.

–Tenías los ojos vidriosos y tu lenguaje corporal indicaba una inconsciencia casi inminente.

Caitlyn suspiró. Se soltó y tomó su vaso vacío. Se lo mostró a Jefferson y, una vez más, él llamó al camarero. ¿Por qué tenía que fingir? Le estaba muy agradecida de que hubiera llegado como el Séptimo de Caballería.

–Está bien. Lo admito. Creo que no me he aburrido tanto en toda mi vida.

–¿Y qué esperabas? Ese tipo se llama Chad. ¿Te parece a ti que eso es un nombre?

–Bueno, me pareció muy agradable en la playa.

–Ahh… Lo conociste en la playa. No me extraña que entonces te pareciera tan fascinante. Seguramente tenías una insolación.

–Es guapo.

–Y yo.

–Eso por no decir muy humilde –replicó ella, asombrada.

–Eso no hace falta decirlo.

Jefferson se inclinó sobre la mesa de cristal y la miró a los ojos. Cuando Caitlyn sintió que los ojos azules de Jefferson se prendían con los suyos, sintió que su poder se apoderaba de ella. Si no estuviera segura de que estaba tramando algo… No. Lo sabía y no importaba nada más.

Trató de no prestar atención al romántico ambiente que les rodeaba y al hecho de que los labios aún le vibraban del beso rápido y demasiado casual que él le había dado. Por eso, a pesar de que hubiera deseado que él fuera en serio, que de verdad la deseara, Caitlyn decidió centrarse en la realidad.

–Jefferson –dijo, después de que el camarero le llevara su martini–, quiero que me digas lo que está pasando.

–¿Por qué te resulta tan difícil creer que estoy aquí porque te he echado de menos? ¿Porque me he dado cuenta de que eres… eres mucho más que mi secretaria?

Caitlyn suspiró y levantó inmediatamente la copa para dar un largo trago. El alcohol no tuvo ningún efecto sobre el fuego que ardía en su interior ni la ayudó a librarse del nudo que le atenazaba la garganta.

–Llevamos trabajando juntos tres años, Jefferson. Si soy tan importante, ¿por qué has tardado tanto en darte cuenta?

–Porque no lo comprendí hasta que no te hubiste marchado. Eres… –susurró, extendiendo la mano para tomar la de ella–… eres muy importante para mí, Caitlyn.

Ella sintió que el corazón empezaba a latirle con fuerza contra el pecho. Si creyera por un instante que él estaba diciendo la verdad, saltaría por encima de la mesa y lo besaría como había soñado mil veces que lo hacía. Sin embargo, ¿cómo podía creerse algo así? ¿Cómo podía confiar que un hombre que cambiaba de mujer con tanta facilidad como cambiaba de camisa la deseara de repente sólo a ella?

Retiró la mano y negó con la cabeza.

–No, Jefferson. No sé lo que estás tramando, pero no voy a caer en tus redes.

–En estos momentos –dijo él poniéndose de pie y haciendo lo mismo con ella–, lo que estoy tramando es un paseo por la playa para contemplar la puesta de sol. ¿O acaso te pongo demasiado nerviosa para algo así?

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