Читать книгу La gestión de sí mismo - Mauricio Bedoya Hernández - Страница 9

Оглавление

2. Êthos empresarial y sujeto localizado

Neopanoptismo y dispositivo de rendimiento/goce

En la nueva composición del mundo el control de las personas, como ya lo habíamos insinuado, se da a campo abierto, a diferencia del control por el encierro y la confiscación de los cuerpos propios de las sociedades disciplinarias. El control de la población, al realizarse a campo abierto, elimina la sensación de estar vigilados y de haber perdido la libertad; más bien focaliza su acción en la producción de formas de modulación de la vida y la conducta de las personas. Deleuze (1999), en una alusión a Guattari, anticipaba que el ordenador daría la posición de cada sujeto en tiempo real, lo cual produciría una modulación universal. A esta visión deleuziana agregaríamos el hecho de que hoy asistimos a lo que denominan Laval y Dardot (2013) “reticulación de la vigilancia generalizada” (p. 380) como forma de control contemporáneo. En el presente se ha desarrollado un gran conjunto de técnicas que no necesariamente tenía como objetivo la localización minuciosa de los individuos en el campo abierto: la internet y las tecnologías informáticas en general, por ejemplo, quizá no se desarrollaron para infiltrar la vida privada de las personas, pero hasta allí ha ido su uso. En lo que nos recuerda el carácter estratégico de los dispositivos, como bien lo sostiene Michel Foucault (1985),1 estas técnicas han sido usadas, poco a poco, para fines impensados en sus comienzos.

Consecuentemente, postulamos la existencia de lo que llamamos el dispositivo de localización de los sujetos. Hoy asistimos a la era de la internet, las redes sociales (virtuales), el teléfono celular con múltiples aplicaciones, las tecnologías laborales que le permiten a las personas trabajar desde su casa, un complejo sistema de contraseñas (que nos dan acceso a múltiples lugares y que, al mismo tiempo, le permiten a “otros” llevar un registro de las veces que entramos virtualmente al banco, a la biblioteca, a la internet, al correo electrónico, etc.), las redes de usuarios de diversos servicios, las bases de datos estatales y no estatales. Pero también se han estructurado reglamentos y sistemas legales, programas para estimular el uso de aquellas técnicas, discursos de verdad sobre ellas, estrategias comerciales, comunicativas, educativas y demás, todo esto alrededor de la localización de los individuos. Igualmente, indicamos que este dispositivo se ha usado, de manera también estratégica, para lo que quizá sea lo más importante en la actualidad, a saber, la autovigilancia.

Hoy estas estrategias de control y modulación de las que Deleuze (1999) habla, y que consideramos más precisamente como estrategias de gobierno de los sujetos, encuentran en la tecnología de la contraseña un punto de anclaje fundamental, puesto que ofrecen la posibilidad de acceder a nosotros mismos y subjetivarnos. Hoy sentimos que estamos asegurados por la existencia de contraseñas a las que solo nosotros tenemos acceso, en una suerte de sensación de control de lo nuestro y de nuestra libertad. Pero esto, lejos de ser cierto, es una ilusión, puesto que los centros de regulación de la cifra son desconocidos para la población. ¿Quién maneja nuestro e-mail, nuestros ahorros bancarios, nuestro acceso a las redes sociales virtuales? ¿Dónde está la información que “subimos a la nube”, cómo accedemos a ella y quién puede acceder a ella? La contraseña conduce nuestra vida y la información se convierte en la nueva soberana. Las nuevas máquinas son, entonces, las que permiten almacenar, distribuir, ocultar, exhibir y, en fin de cuentas, administrar la información.

El mundo mecanizado es un mundo regido por otros. Nos hemos convertido en usuarios con password; todos usamos artefactos tecnológicos en nuestra vida cotidiana y en nuestro trabajo, pero no sabemos nada de estos artefactos. Somos simples “usadores”. ¿Qué más somos? ¿Somos, como dice Sennett (2000), panaderos que no saben hacer pan, pero saben manejar las máquinas que fabrican el pan? El diagnóstico de Richard Sennett es contundente: el mundo tecnológico debilita el carácter, pues no presenta grandes retos, puesto que simplemente somos usadores de tecnología. Y cuando se presentan grandes retos —no prende el celular, el computador tiene virus, la máquina de hacer pan no funciona—, hay quien los solucione por nosotros (la sociedad de servicios). Y concluye Sennett que en este mundo somos debilitados como sujetos porque nos dejamos conducir a habitar en la superficialidad.

Deleuze (1999) diferencia los riesgos propios del uso de las máquinas de tercer tipo (artefactos informáticos y ordenadores) en las sociedades contemporáneas, entre pasivos y activos. El riesgo pasivo está representado por las interferencias; el activo, por la piratería y la inoculación de virus. Podríamos agregar que el sabotaje al internet, los altos costos por el manejo de la información, el acceso no autorizado a la información personal o corporativa, la provisión de información falsa, entre muchos otros, se convierten en amenazas constantes inherentes a las nuevas máquinas. Claro está que, lejos de entablar una denuncia contra las máquinas de tercer tipo, como puede apreciarse en Deleuze, las preguntas a las que deberían orientarse los análisis tienen que ver más bien con la manera como ellas funcionan; cómo esos artefactos se convierten en tecnologías formadoras de subjetividades; de qué forma, como lo aborda prolíficamente Sibilia (2008), la vida privada de las personas es expuesta y configurada a través de tales tecnologías; cómo ellas operan en función de formas actuales de gobierno de las personas y las poblaciones. Los nuevos grandes productos, asociados a la administración de la información, son los servicios. Consultorías, asesorías, acompañamiento de expertos, call centers, entre muchas otras ofertas de servicios, están a la orden del día y se ofrecen bajo la promesa de la prosperidad personal y empresarial, etc. En la nueva composición del mundo el producto por el que hoy pagamos son los servicios, los cuales están emparentados con la neosoberanía de la información. Resulta de suma importancia, frente al dispositivo de localización del sujeto, resaltar su funcionamiento como productor de subjetividades. Este no solamente despliega un conjunto de estrategias localizadoras de los individuos, sino que las personas se adhieren a él, lo hacen suyo, lo cruzan con su individualidad, se posicionan frente a los regímenes de verdad que este dispositivo produce (y en los que se asienta), se configuran a partir de los discursos de que se compone, se vinculan consigo mismos, con el mundo y con los otros a partir de ellos. Por esta razón, sugerimos que el dispositivo de localización del sujeto no se presenta en nuestra actualidad como una imposición hecha a los individuos, sino que ellos se subjetivan a partir de este. El ciudadano siempre visible del Facebook y, en general, de las cada vez más numerosas redes sociales virtuales está construyendo un sistema de veridicciones de sí diferente de aquel ciudadano del telégrafo; está llevando a cabo nuevas prácticas de sí, de relación con los otros y con las cosas. Hoy se ha resemantizado la noción de encuentro. Encontrarse es “vernos en Facebook”; es decir, las personas se encuentran cuando cada una está en su terminal de pc (o sus artefactos similares: el celular “inteligente”, la tableta, etc.) y se comunican vía internet.

De esta forma, la denominada “reticulación de la vigilancia generalizada” (Laval y Dardot, 2013, p. 380) no es una macabra estrategia ideada por unos genios que pretendían ejercer control total de manera impuesta a las personas y a las poblaciones. Más bien los sujetos se hicieron a las técnicas emergentes de esta reticulación y constituyeron un sistema de visibilidad que tuvo como efecto impensado la instauración de prácticas de autocontrol y autovigilancia. Ya no existe el Otro, como ocurría en las sociedades disciplinarias, que gobierna a partir de la mirada devenida auto-observación, sino que las personas se dejan ver, se hacen visibles, exponen su intimidad, venden su imagen (ya no solo su cuerpo) y, en ese proceso, realizan una seria vigilancia de lo que exponen, de lo que dejan ver y quieren vender; o sea, una seria vigilancia de sí mismos.2 En concordancia con esto, afirmamos que los dispositivos de localización de los sujetos producen al sujeto que gobiernan. En el mundo contemporáneo, el de la racionalidad económica y la regulación de las relaciones de la persona consigo misma, con el mundo y con los otros a partir del empresarismo y el consumo, este tipo de control resulta ser bastante efectivo por varias razones. Por una parte, porque abarca la totalidad de la población. Recordemos que en las sociedades disciplinarias el control era panóptico y se realizaba implementando la generación de instituciones cuyo paradigma del encierro hacía que su alcance estuviera limitado y que gran parte de la población quedara por fuera del control. Una segunda razón es que el Estado se desmarca del trabajo del gobierno cotidiano de las personas. Fuera de las zonas de vulnerabilidad la regulación no procede, fundamentalmente, del Estado, sino de la dinámica económica y comercial que coloniza nuestra vida pública y privada. Finalmente, el Estado es relocalizado, puesto que su labor no consiste en expedir las normas que nos permitan la consecución de nuestros derechos y que nos posibiliten vivir bien y en comunidad, sino que su función legislativa se orienta hoy a la promoción de los mercados y a la inclusión de los sujetos en él, como forma de gobierno y modulación del comportamiento de las personas.

En efecto, como es indicado por Foucault en Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión (2002a), la racionalidad disciplinaria hallaba en el control, la confiscación, el fortalecimiento y la docilización de los cuerpos, mediante una microfísica del poder, su razón de ser. La disciplinarización buscaba ordenar y reducir las multiplicidades humanas (Castro, 2011; Foucault, 2002a). En el régimen panóptico, el cometido es el desarrollo de la fuerza física de los cuerpos de manera paralela en consonancia con su despolitización (el logro de su docilidad). Nos resulta lícito indicar que hoy, por el contrario, lo que hemos llamado dispositivo de localización de los sujetos se funda en la dispersión de esas multiplicidades debido al reconocimiento de las potencialidades siempre en desarrollo del individuo. Pero, adicionalmente, se basa en la inclusión del sujeto en el engranaje de la producción de deseos y rendimiento sin fin, que es justamente a lo que se refieren Laval y Dardot (2013) con su “dispositivo de rendimiento/goce” (p. 358).

Este dispositivo de localización subjetiva, adicionalmente, permite un profundo control de los individuos. Así como el dispositivo carcelario aparece como una tecnología propia del gobierno en las sociedades disciplinarias, el dispositivo de localización de los sujetos se aprecia como tecnología de gobierno de la racionalidad neoliberal. Asistimos a una forma nueva de panoptismo que aquí denominamos neopanoptismo y que es el principio general de las sociedades neoliberales, de las sociedades del control a campo abierto.3

Cuando planteamos la existencia contemporánea de una nueva forma de panoptismo, no queremos decir que este neopanoptismo tenga una continuidad con el arreglo panóptico benthamiano; tampoco indicamos con ello que estemos ante una evolución del sistema panóptico de las sociedades disciplinarias que encuentra, en la racionalidad neoliberal, su manifestación más acabada. En el régimen neopanóptico la norma de subjetivación viene dada cada vez más insistentemente por el horizonte del dispositivo de rendimiento/goce. Poner al servicio de la satisfacción del deseo sin freno toda la persona y rendir al máximo para lograrlo produce unas prácticas sin precedentes de control de sí mismo (Laval y Dardot, 2013).

Mientras el control panóptico se centra en la clasificación de los cuerpos, en su inscripción de los cuerpos en lugares determinados y en modos de ser definidos, todo ello en función de tornarse sujeto-más-productivo, el neopanoptismo, al centrarse en el dispositivo rendimiento/goce, supone una vigilancia de sí, no centrada en la productividad, el cuerpo y el lugar, sino en el rendimiento, la eficacia, el costo-beneficio, la actividad. En vez de ser productivo (en cuyo caso, el criterio de productividad viene dado previamente y desde afuera), ser competente, competitivo, competidor; en vez de ser asalariado, ser emprendedor; en vez de trabajar para una empresa, llevar la empresa dentro de sí o, mejor aún, ser sí mismo empresa. Según Han (2014), en vez de ser prohibitorio o represivo, el poder neoliberal es prospectivo, permisivo y proyectivo; en vez de generar escasez, produce abundancia (de libertad, comunicación y positividad). Esto nos lleva a proponer que tanto para Han como para Laval y Dardot el núcleo del dispositivo de funcionamiento del gobierno neoliberal es la ilimitación (del deseo, del despliegue de las potencialidades y las habilidades, del rendimiento) y el exceso (de consumo, de productos siempre novedosos, de comunicación, de libertad, de acceso a todos las esferas de la vida, de información, de positividad).

En horizonte del neopanoptismo hallamos, como es apenas lógico, el lugar privilegiado que se le da a la tecnología de evaluación de los sujetos en el modelo empresarial neoliberal, la cual también se ha convertido en una estrategia para el gobierno de los individuos. En un mundo posfordista en el que se quiere gobernar a partir del discurso del cambio, la flexibilidad y la adaptación, se requiere una continua evaluación del desempeño de los empleados como forma de control de su actividad (Laval y Dardot, 2013).

Así planteada, la evaluación es una actividad externa al sujeto, impuesta por un sistema jerárquico de gerenciamiento. Sin embargo, la racionalidad neoliberal conduce a los sujetos a definirse a sí mismos y subjetivarse asumiendo la evaluación no como una imposición externa, sino como una necesidad individual que lo hace mejor. Por lo tanto, y esto resulta uno de los aspectos más llamativos del neopanoptismo, quien es evaluado produce los criterios con los que quiere serlo y, en un camino sin fin, siempre está produciendo nuevas formas de (auto)evaluación de su desempeño. Entonces, autoevaluarse conduce a “conocerse” cada vez más, a devenir experto de sí. Dicho en otros términos, en el sistema neopanóptico la experticia de sí se convierte en una estrategia fundamental. Esto tiene como consecuencia que el neopanoptismo deja de ser vigilancia externalista por dos razones: por un parte, porque el sujeto se hace centro del conocimiento de sí mismo (experticia de sí), a partir de una continua mirada hacia su interior, buscando descifrarse para rendir cada vez más y, por otra parte, en la racionalidad neoliberal, la actividad del sujeto en todos los niveles anuda con su propio deseo. Es decir, la realización “libre” del propio deseo es lo que asegura que el interés del sujeto y el de la empresa para la que trabaja (o la entidad financiera con la que tiene una deuda, o la institución educativa con la consume productos de aprendizaje, o con la instancia terapéutica con la que hace un trabajo de sí) sean coincidentes y que al buscar el bien de la empresa el individuo sienta que está luchando por su propio bienestar. El régimen del deseo (y de paso, el régimen emocional) se constituye, entonces, en esencial dentro de este sistema neopanóptico. Ahora estamos ante unos conjuntos de prácticas que buscan que la población se torne un todo homogéneo, en el sentido del despliegue del propio deseo, la mayor diferenciación y diversificación dentro de las ofertas del mercado.

Nuestra idea es que la dupla ver/ser visto del panóptico de las sociedades disciplinarias (Castro, 2011; Foucault, 2002a) deviene dupla verse/ver a todos del neopanóptico neoliberal. Si, como lo sostiene Foucault, el efecto más importante del panóptico es inducir en el sujeto un estado permanente y consciente de visibilidad, así en realidad no esté siendo vigilado todo el tiempo, en el neopanoptismo no se requiere la visibilidad como principio exterior (hacerse visible para otros), sino como principio interior (visible para sí mismo). Pasamos de estar vigilados a introyectar esa vigilancia (autovigilarnos) para realizar nuestro propio deseo. En otras palabras, pasamos de ser vigilados (por los otros y por nosotros mismos) a desear vigilarnos como forma de constituirnos como sujetos exitosos. Para Byung-Chul Han (2014), gracias al dispositivo de transparencia hoy nos encontramos en una suerte de vigilancia sin vigilancia o, en otras palabras, en una situación en la que “cada uno vigila al otro, y ello previamente a cualquier vigilancia y control por servicios secretos” (p. 23). Creemos que nuestra perspectiva va más allá, pues pensamos que en el presente se da una vigilancia aún más sofisticada: no solo es autovigilarnos sino, como lo dijimos anteriormente, desear ser vigilados.

Encontramos en Bauman (1999) la referencia a una nueva forma panóptica, el dispositivo sinóptico. Este dispositivo, en cuanto estrategia de control, combina el consumo y la producción simbólica de las industrias de la comunicación, induciendo al sujeto a automodelarse dentro de un régimen que lo hace espectador (Castro Orellana, 2009). Si bien el diagnóstico de Bauman resulta interesante, su dispositivo sinóptico solo aborda uno de los aspectos de la contemporaneidad, a saber, el problema del consumo. Al plantear que este dispositivo busca controlar a los sujetos a partir de su constitución como consumidores, olvida que lo característico de la racionalidad neoliberal no es tanto el consumo como la estructura de competencia, rendimiento y goce ilimitado. No solo somos consumidores; somos empresarios de nosotros mismos. El neopanoptismo asociado al dispositivo de localización del sujeto, como lo hemos postulado aquí, se fundamenta en las prácticas de competencia/competición propias del emprenderismo y del empresarismo de sí. No ponerle coto al deseo, volverse un experto de sí, evaluarse a cada paso, vigilarse en lo más recóndito son, entonces, rasgos definitorios de la estructura neopanóptica.

A partir de lo dicho hasta ahora, apreciamos que en el neopanoptismo nuevos aspectos son sometidos al régimen de la autovigilancia: todo lo que pueda asociarse y medirse en términos de la racionalidad del mercado, la empresa y la competencia. Vigilarse para evaluar el propio desempeño en función no solo de la productividad, sino de la competencia. Entonces, vigilarse es vigilar a todos los que son competidores en potencia. Y, en este sentido, asistimos a un sistema de heterovigilancias y autovigilancias que se erigen de manera autónoma alrededor de la lógica del empresarismo de sí. No son suficientes los centros de control unificados propios del panoptismo disciplinario; cada uno se vigila y vigila a todos. Vigilar a los otros no tanto para promover su productividad, sino para atacarla, aventajarla y mostrarse mejor que él, mejor empresario, vendedor más apto. El criterio del rendimiento es algo nuevo que es sometido a la autovigilancia y alrededor de esto cada sujeto desarrolla su propio programa de vigilancia.

La territorialización y la temporalización son también puestas en interrogación dentro de este orden neopanóptico. Mientras que la producción disciplinaria estaba precisamente delimitada espacio-temporalmente, hallándose circunscrita a un lugar y a un territorio, “el mercado mundial se expande hoy en día haciendo evidente la desterritorialización y la destrucción de los lugares” (Castro Orellana, 2008, p. 283). No coincidimos con este análisis cuando plantea que asistimos a una destrucción de los lugares. Más bien somos testigos y co-constructores de nuevos topos en los cuales somos gobernados. La web, las redes sociales, la telefonía celular con su sinnúmero de aplicaciones, la vida privada, el mundo interno, las relaciones con los otros, entre muchos otros, se constituyen en lugares impensados en el siglo xix. Estos no surgieron ex nihilo, sino que son lugares producidos por una racionalidad que privilegia el trabajo minuto a minuto, en la virtualidad, incluyendo a todos los contactos del sujeto, no dejando ningún espacio al azar, sino sometiéndolo a la lógica del mercado, en un control a campo abierto que se da gracias al dispositivo rendimiento/goce.

El quiebre de la acontecimentalidad

Deleuze (1999), en su diagnóstico, sostiene que “el departamento de ventas se ha convertido en el centro, en el ‘alma’, lo que supone una de las noticias más terribles del mundo. Ahora, el instrumento de control social es el marketing, y en él se forma la raza descarada de nuestros dueños” (p. 277). Lazzarato, por su parte, se une a esta impresión del mundo actual. Al explicar la manera como la racionalidad económica contemporánea ha roto la dinámica del acontecimiento, Lazzarato (2006) plantea que “el acontecimiento, para la empresa, se llama publicidad (o comunicación, o marketing)” (p. 103) y que las empresas gastan hasta el 40% en publicidad. Nuestra propia tesis es que el neoliberalismo rompe con la acontecimentalidad de la vida y que la publicidad y el marketing contribuyen a tal ruptura.

El acontecimiento es lo que irrumpe y le resulta intolerable a las formas preestablecidas de vida, en la medida en que se ofrece como alternativa a las soluciones, que se han tornado dominantes, a los problemas de la existencia. En su carácter de irrupción, esta forma de concebir el acontecimiento está relacionada con la noción de discordancia en Paul Ricoeur (1999, 2003). La trama de sí mismo que construye el sujeto integra lo concordante (lo familiar, lo conocido, lo que no genera extrañamiento, lo-mismo) con lo discordante (aquello no familiar y desconocido, que extraña y desconcierta, lo-otro). En esta medida el acontecimiento es creador de posibles que no tienen existencia previa, sino que son inmanentes al acontecimiento; pero, además, y sobre todo, crea subjetividades. Cuando se efectúan los posibles emergentes de un acontecimiento, se da la entrada a otro proceso impredecible consistente en una reconversión de las subjetividades operada a nivel colectivo (Lazzarato, 2006). Pensamos que gracias a la acontecimentalidad de la vida y del mundo de los sujetos se crean nuevos posibles que, por una parte, permiten la construcción de nuevas subjetividades y, por otra parte, producen una suerte de emocionalidad de lo desconocido e incierto, del vacío acontecimental, que puede incluso generar estados emocionales intensos en las personas.

El neoliberalismo, al “suprimir” (al apropiarse de) la acontecimentalidad, aplana la emocionalidad, la domina, la controla, la reconvierte para sus fines. Simultáneamente impone unas nuevas formas de emocionalidad lisas, planas, preestablecidas y que están al servicio del mercado. El neoliberalismo opera bajo el régimen posible/realización. Preestablece los posibles y se asegura de su realización. Entonces crea las emociones y sensaciones acordes a esta lógica. De esta manera, opera bajo la lógica de lo-uno, lo-mismo, y destruye (o pretende destruir) las formas de lo-otro. Hallamos un diagnóstico de esta negación de lo-otro en La sociedad de la transparencia, de Byung-Chul Han (2013). La contemporaneidad rompe con la “negatividad de lo otro y de lo extraño” (Han, 2013, p. 13), imponiendo un régimen positivo (de transparencia) sobre la vida con el fin de hacerla más racional y acelerada; o, en otras palabras, con el fin de gobernarla por el mercado. Esta apropiación del acontecimiento para la consecución de sus fines ha sido lograda por el régimen económico actual gracias a la estrategia que articula la empresa, las políticas del consumo y el marketing. En este sentido, Lazzarato (2006) sostiene que la empresa, al neutralizar el acontecimiento, reduce la creación de los posibles a la realización de una única forma de posible predeterminado. Por esto se puede decir que en las sociedades de control se da una desmultiplicación de la oferta de los “‘mundos’ (de consumo, de información, de trabajo, de ocio, etcétera). Pero son mundos lisos, banales, formateados, ya que son los mundos de la mayoría, vacíos de toda singularidad. O sea, son mundos para nadie” (Lazzarato, 2006, p. 102).

El marketing se ofrece como una poderosa tecnología de gobierno de la conducta de las personas, puesto que se hace, fundamentalmente, a estrategias para conducir la vida emocional de estas. Se ofrece como acontecimiento que distribuye premeditadamente las formas de sentir que impactan las maneras de vivir. El marketing expresa maneras de afectar y ser afectado en las almas para encarnarlas en los cuerpos, produciendo antes de eso transformaciones incorporales (consignas publicitarias que se ofrecen como símbolos, signos, palabras, imágenes). El gobierno de los individuos y su existencia sensible se convierte en su meta, produciendo estilos de necesidad y de evaluación sobre los objetos que se constituyen en productos de consumo (Lazzarato, 2006).

La triada empresa, consumo y marketing no opera exclusivamente en el plano organizacional, sino que hunde sus raíces en las políticas del empresarismo de nosotros mismos. Es común encontrar ofertas de servicios asociados a la imagen personal (asesores de imagen, consultores estéticos, asesores financieros), al manejo de la conducta interpersonal con arreglo a fines (terapeutas, pedagogos, consejeros), al emprendimiento y demás formas de configurar la propia subjetividad de empresario, no solamente en el sentido de mostrarse atractivo para vender el producto que se tiene, sino en el sentido de constituir una personalidad exitosa que permita un mayor flujo de ingresos para el logro de la promesa neoliberal: una mejor calidad de vida. Si la persona misma es su capital, publicitarse para vender(se) y configurarse estética, cognitiva y emocionalmente resulta ser un imperativo del mercado.

La empresa como nuevo êthos

La empresa, lejos de constituir únicamente una transformación en la manera de producir, publicitar o vender objetos de diversos tipos, se ha convertido en un modelo ético, una manera paradigmática de conducirse cada sujeto, un eje articulador del gobierno de los otros, el gobierno estatal y el gobierno de sí. A la existencia plural del sujeto decimonónico la racionalidad neoliberal le ha opuesto una suerte de homogeneización de la figura del hombre en torno a la imagen de la empresa (Deleuze, 1999; Laval, 2004; Laval y Dardot, 2013; Lazzarato y Negri, 2001; Sennett, 2000).

En esta reflexión apreciamos dos tendencias: primero, aquellos lectores del presente que ven en la emergencia de la empresa un movimiento de externalidad en el sentido de suponer que el discurso empresarial ha sido una imposición venida desde fuera del sujeto mismo y al que este ha adherido forzosamente, no sin ser afectado negativamente (y quizá dañado) en su carácter, personalidad y dimensión ética. De la segunda tendencia no nos es posible señalar que sea externalista ni internalista; no es imposición desde fuera ni autoimposición; es, más bien, una racionalidad presente en las prácticas mismas (Castro, 2011), y, por lo tanto, se sitúa en el orden del gobierno de los individuos. Así vista, esta línea revela que más bien las personas se sujetan “libremente” a esta nueva forma de existencia y, efectivamente, se sienten poseedores de un capital para lograr el éxito. Entonces, la racionalidad neoliberal, lejos de corroer el carácter, lo forma bajo la premisa del empresarismo y la competencia, lo que permite entender que no se trata de ver la empresa de la lógica neoliberal negativamente, sino de manera positiva en el sentido de que forma, construye y produce subjetividades.

El problema que no había podido solucionar satisfactoriamente el liberalismo clásico, el de la articulación del gobierno de los otros y del gobierno de sí mismo, en una de cuyas vertientes hallamos la tensión entre el gobierno estatal y el gobierno de los sujetos, parece resolverse con la lógica neoliberal de gobierno. El hombre económico, consumidor y productivo, equilibrado y calculado, que tenía como correlato un Estado regulador, interviniente, es desplazado por el Homo agens de Von Mises, por el hombre-empresa. Hacerse cargo de sí, liberar “voluntariamente” al Estado de las responsabilidades sociales que clásicamente había tenido, asegurarse contra cualquier tipo de riesgo y tornarse sujeto vendedor, vendible, competente, competidor. Es decir, gobernarse a sí mismo para ser gobernado por los otros y para gobernar a los otros. Laval y Dardot (2013) abordan este problema al indicar que la articulación, tan central y problemática, entre el gobierno del Estado y el gobierno de sí (la democracia del consumidor) viene dada por la vía del derecho del mercado y el derecho privado. En otras palabras, el Estado ahora interviene pero a favor del mercado, porque él mismo se comporta como empresa. Por esto, con Foucault (2007) sostenemos que la empresa, o la forma empresa, como él la denomina, permite resolver este problema de la articulación entre el gobierno de sí y el gobierno de los otros.

De acuerdo con lo anterior, es entendible que la lógica empresarial neoliberal se perfile como la forma privilegiada de gobierno de sí. Lograr la excelencia ya no requiere dominio de las pasiones, cometido de los hombres libres en Grecia, como lo dice Camps en El gobierno de las emociones (2011) o como lo demostró Foucault en La hermenéutica del sujeto (2002b [curso en el Collège de France entre los años 1981 y 1982]), sino dejar fluir el deseo y el apasionamiento, pero desde el vector del mercado. Esto exige al sujeto realizar una serie de modificaciones sobre sí mismo con el fin de lograr el mejor management de sí. Dicho de otro modo, estamos en una era en la que la empresa se ofrece como la nueva forma de relación de los individuos consigo mismos, como modelo de la nueva gubernamentalidad y, en fin, como nueva ética.

Michel Foucault muestra que en la tradición griega el êthos era la manera de hacer, de ser y de conducirse de los individuos.4 Lo característico del êthos griego es su inalienable relación con el problema de la libertad. El hombre libre podía configurarse de tal o cual manera para lograr ser lo que los criterios estéticos de sí le indicaban, y hacer eso visible para los demás. Vemos aquí, como lo sostiene Foucault (1999), dos problematizaciones conexas a la ética: la libertad y la visibilidad, el sí y los otros. Eso quiere decir que “para que esta práctica de la libertad adopte la forma de un êthos que sea bueno, hermoso, honorable, estimable, memorable y para que pueda servir de ejemplo, hace falta un trabajo de uno sobre sí mismo” (Foucault, 1999, p. 399). Ocuparse de los otros encuentra, entonces, varios lugares de aparición: primero, el problema de la visibilidad (ser, hacer y conducirse de una cierta forma que pueda ser apreciada por la comunidad; ser ejemplo); pero también hallamos otro, el hombre libre debe saber gobernar su casa; tercero, el conducirse ético lleva al hombre libre a ocupar el lugar adecuado en la ciudad y en las relaciones con los otros (como magistrado, político, amigo, maestro), y, finalmente, conducirse éticamente exige escuchar lo que el maestro quiere enseñar. Por su parte, Victoria Camps vincula el êthos individual a la forma de ser, al carácter. Para ella, los griegos entendieron que el êthos no era otra cosa que la formación del carácter de la persona. Según esta autora, Aristóteles no se centra exclusivamente en las acciones; vivir bien requiere de la formación de un determinado carácter, de una forma de ser.

Proponemos, en consonancia con lo expuesto, que la ética neoliberal gira en torno del empresarismo. A la manera como el sujeto se relaciona consigo mismo adhiriendo al imperativo de tornarse a sí mismo una empresa se denomina êthos empresarial. López-Ruiz (2007) se refiere a esta noción cuando plantea que ella alude “a ese nuevo soporte psicológico compuesto por una figura emblemática, la del emprendedor, y por una concepción que permite pensar ciertos atributos humanos como una forma de capital” (p. 412). Aunque este concepto adopta la visión contemporánea del capital humano, objetamos dos aspectos en la manera como este autor piensa el êthos empresarial: por una parte, no juzgamos pertinente el peso que este le da al “soporte psicológico”, pues esto conlleva psicologizar la ética. En otras palabras, no podemos hacer una cientifización psi (psicologizar, psiquiatrizar, psicoanalizar) del modo de ser de un individuo sin caer en una reducción de la ética. Por otro lado, si bien coincidimos con que uno de los basamentos de esta ética neoliberal es el capital humano, sugerimos que resulta más preciso hablar de que su concepción más profunda es la del empresario de sí que vive para producir y gozar cada vez más. En el neoliberalismo este “plus” de gozar y rendir ha devenido sistémico (Laval y Dardot, 2013, p. 360).

En una mirada crítica desprevenida pareciera ser que el êthos empresarial del neoliberalismo contradice completamente la ética griega. Pero esto resulta engañoso. Estamos cruzados por una racionalidad que promueve la idea de que ser buen ciudadano es reconocer el propio capital humano de que dispone el sujeto para ser feliz y exitoso, es ser competente y adaptado a cualquier exigencia, es ser capaz de convertirse en empresario (así sea asalariado o independiente). No ha cambiado la forma; lo que hoy el neoliberalismo ofrece es una forma de libertad centrada en el mercado. Así que el punto de aplicación de la ética griega y de la ética contemporánea es diferente. Hoy el otro es objeto de preocupación en cuanto que se erige en su doble carácter, el de cliente y competidor; la visibilidad se juega en el marketing y la publicidad; los nuevos maestros son los consejeros, los gestores de riesgos, los nuevos expertos (psicológicos, económicos, asesores de imagen, etc.). No estamos ante el descenso de ética, ante un sujeto desprovisto de ética y, más aún, sin criterios para desarrollar un êthos propio. Hoy ser ético es ser empresario, ver en cada rincón del mundo una oportunidad de negocio y de exposición de las capacidades y competencias.

Este nuevo êthos empresarial ha emergido del hecho de que la empresa, por ser modelo y forma concreta de funcionamiento de la sociedad actual y, sobre todo, como forma de vida para los sujetos, conduce a los individuos a realizar una serie de operaciones voluntarias sobre sí mismos para modelar su existencia y hacerla concordar con la idea de que nunca es suficiente y de que el yo mismo debe ser remodelado constantemente. Por ello, el neoliberalismo se perfila como todo un êthos empresarial para las sociedades y los sujetos dentro de ella. Como lo sostiene Byung-Chul Han (2014), el sujeto que se hace empresario de sí se convierte en un “esclavo absoluto”, en la medida en que ya no está sometido privilegiadamente a la explotación ajena sino a la autoexplotación en su propia empresa.5

Esta ética del empresarismo no tuvo tanto éxito en Occidente por casualidad. Como lo apunta Nikolas Rose (1996), este discurso adquirió potencia porque tuvo poca resistencia entre los ciudadanos, pues partió de presupuestos básicos sobre el ser humano contemporáneo, ideas ampliamente distribuidas en nuestro presente, que se hallan profundamente arraigadas en el lenguaje cotidiano, que constituyen los ideales relativos a lo humano: la búsqueda de autonomía, la lucha por la realización personal haciendo uso de las propias potencialidades, la interpretación de la existencia como un problema de responsabilidad individual y el reconocimiento de que el bienestar personal emerge de las elecciones que hace el sujeto, entre muchas otras ideas.

Dentro de este contexto, resulta apreciable para un amplio sector del público unirse al discurso de la valorización de la empresarialidad y de las competencias subjetivas. Al decir de Rose (1996), el individuo, entonces, orienta su yo ya no a partir de la religión o la moralidad tradicional, sino conforme con los dictados de los expertos en subjetividad. Estos expertos, con sus sistemas de veridicción, ofrecerían los criterios no solamente para la orientación del yo, sino para su conformación.6 Cabría no dejarnos llevar ligeramente por esta tesis de Rose porque, aunque resulta cierta, puede conducirnos a suponer que esta racionalidad neoliberal deja de lado el aspecto ético. Pensamos que un diagnóstico de nuestro presente muestra que la lógica de la competencia y la ilimitación del placer llevan emparentadas una búsqueda con arraigo profundo en valores, en orientaciones de vida, en relación del sujeto consigo mismo; es decir, el neoliberalismo tiene una propuesta ética. Pero también ofrece los vectores, los criterios éticos, las orientaciones de vida para que los individuos configuren formas de ser, estilos de vida, modos de relación con el mundo, con los otros y consigo mismo. Además, y esta es la tercera característica de esta racionalidad, les indica a las personas qué operaciones deben realizar sobre sí mismos para lograr el éxito, el bienestar y la felicidad a partir del adecuado usufructo de su capital humano. Adicionalmente, le muestra al sujeto cuáles son los aspectos de sí que deben ser intervenidos para el logro de los fines de esta racionalidad. Y, finalmente, esta ética lleva emparentada una mirada constante hacia sí mismo en el sentido de la vigilancia y la autorregulación, con lo cual los dispositivos de experticia y (auto)evaluación adquieren su mayor instrumentalidad.

Sin embargo, no pasemos por alto que esta ética empresarial que articula, como ya lo decíamos, el gobierno político y el gobierno ético (Foucault, 2007) encuentra en las nuevas formas de experticia y autoridad de la subjetividad una estrategia concreta de realización. Y entonces somos testigos de un deslizamiento: los regímenes de veridicción ofrecidos por la autoridad experta en subjetividad (los expertos de la subjetividad, podríamos llamarlos), que opera bajo la figura de agentes exteriores al sujeto mismo, devienen regímenes de veridicción de sí mismo, lo que quiere decir que el sujeto se torna experto de sí. El neoliberalismo, con su radicalización del individualismo, posiciona como ideal normativo que cada individuo se transforme en experto de sí mismo. Hoy tanto la experticia de sí como las intervenciones que el sujeto hace para diseñar su vida se estructuran alrededor del eje de la economía, la cual “se convierte en una disciplina personal” (Laval y Dardot, 2013, p. 335). Esto quiere decir que la nueva gubernamentalidad ofrece el modelo empresarial como un unificador de la diversidad (ética, científica y política) que no había logrado realizar el liberalismo clásico. Por lo tanto, el sujeto producido por la racionalidad neoliberal debe maximizar los resultados a partir de su capital subjetivo, para lo cual requiere hacerse más competente y adaptado cada vez. Conocerse, en este contexto, resulta definitivo para el individuo, pues tiene que saber cuáles son sus capacidades y competencias para lograr el éxito. Pero también debe reconocer sus límites para franquearlos.

Someterse a una labor sobre sí mismo, volviéndose experto de sí, todo ello alrededor del disciplinamiento económico, conduce a que el sujeto sienta que puede lograr la generación del mayor flujo de capitales posible, el disfrute sin límites y la felicidad definitiva. Someterse, como ya lo hemos señalado, no tanto en el sentido de verse obligado a sino en el de subjetivarse a partir de, se erige como el imperativo “libremente” asumido por las personas y alegremente prometido por el neoliberalismo.

A nuestra manera de ver, la técnica concreta que se localiza como lazo articulador de la experticia de la subjetividad y la experticia de sí, del gobierno de los otros y del gobierno de sí, es la estrategia de la autoayuda. El sujeto neoliberal es alguien que considera que puede conocerse amplia y profundamente, que puede trabajar sobre sí mismo para lograr lo que quiere ser y que, aunque en un momento dado pueda requerir de la ayuda experta para vivir y conocerse, lo puede lograr solo. La autoayuda no es un tema nuevo. Ya Samuel Smiles había publicado en 1859 un texto de gran difusión llamado justamente Autoayuda (Illouz, 2007; Laval y Dardot, 2013), que se inscribe en la lógica individualista del capitalismo inicial, con lo cual queda clara su utilidad en el gobierno de la individualidad. Refiriéndose a la autoayuda, dicen Laval y Dardot (2013) que “la gran innovación de la tecnología neoliberal consiste, precisamente, en vincular directamente la manera en que un hombre ‘es gobernado’ con la manera en que ‘se gobierna’ a sí mismo” (p. 337).

El liberalismo clásico pensaba el mercado como regido por leyes tan naturales como ajenas a las decisiones de los sujetos, los cuales se constituían en consumidores, calculadores del gasto según sus ingresos y ahorradores; en una palabra, equilibrados. Hoy el criterio de subjetivación es rendir al máximo, una rueda que nunca se detiene: “el sujeto está obligado a ‘trascenderse’, a ‘hacer retroceder los límites’, como dicen los managers y los entrenadores. Más que nunca hasta ahora, la máquina económica no puede funcionar en equilibrio, mucho menos perder” (Laval y Dardot, 2013, p. 361).

Este más allá lo habíamos remitido al problema de la búsqueda sin fin del goce, el placer y el riesgo. Ser flexible y adaptado significa desarrollar la conciencia de que ningún obstáculo en realidad pone límite a las propias capacidades y a la generación de flujos de ingresos; para ello se dispone de la ayuda experta devenida autoayuda, dado que siempre el individuo puede adaptarse, es decir, desarrollar nuevas habilidades y capitales para responder a las exigencias del mercado. El nuevo sujeto no tiene límites, pues el “más allá de sí” es lo que pone en funcionamiento a sujetos y empresas. No obstante, aunque este es el anhelo de la racionalidad neoliberal, es necesario no dejarnos atrapar por el optimismo de esta lógica. El trascenderse se traduce en una sensación de insatisfacción casi estructural que habita al ser humano, puesto que representa no estar totalmente a gusto con lo que se es y lo que se tiene; es desear otra cosa; pero, sobre todo, es desear constantemente, desear más como manifestación de disconformidad fundamental consigo mismo. Por todo esto, señalamos que el rasgo subjetivante característico del êthos empresarial es la pérdida de los límites. El individuo ya no tiene freno, no hay diques para su creatividad, su empresarialidad, para ofrecerle al cliente lo que este desee.

El mundo virtual de las nuevas tecnologías informáticas es el topos en el que cualquier cosa se puede simular, o sea, crear y existir. Eso implica poner por delante de la subjetivación el régimen del deseo y la certeza en cierta medida omnipotente del rendimiento y la eficacia individual para ser otra cosa, ser cada vez mejor y autosuperarse. Como lo han mostrado Laval y Dardot (2013), la idea (gestada a lo largo del siglo xx, pero consolidada en el último tercio de este) de que el mercado es un proceso de formación y transformación constante conducido por el sujeto mismo, que deviene sujeto económico diverso cada vez, introduce el discurso de que el mercado es un proceso en el que el sujeto aprende a conducirse, autoformarse, autoeducarse, autodisciplinarse y, finalmente, autoconstruirse. Este es el lugar de inserción de la tecnología de la autoayuda y, justamente por ello, la pregunta a la que intentan responder los manuales de autoayuda, desde Smiles, es ¿cómo ser exitoso, feliz, autorrealizado de la manera más rápida y expedita? Resulta lógico que estos tipos de manuales están construidos “económicamente”: con sus máximas, con su halagüeña casuística, con su régimen de consejos e indicaciones para su público lector pretenden la mayor transformación de los sujetos en el menor tiempo y bajo la menor lexicografía posible. Con ediciones simples y de bajo costo, ellos se aseguran de ser accesibles para la mayoría de la población.

No es extraño que en la contemporaneidad se preeminencia los “auto” como producto de aquella radicalización del individualismo que habíamos comentado. El uso denodado de este prefijo muestra el viraje del neoliberalismo hacia la responsabilización del sujeto respecto de lo que antes se constituía como responsabilidad social del Estado. Entonces, la autorrealización exige, por una parte, asumir la vida como un riesgo y asegurarse para reducir su impacto; y, por otra parte, autorregularse en los dos sentidos más evidentes del término: el de modulación/control de sí y el de darse las propias reglas. En ambos casos vemos cómo esto se realiza en una serie de prácticas de sí que rigen la relación del individuo consigo mismo y que lo hacen adoptar formas de ser, pensar y actuar (una estilística de sí); además, y esto también es de importancia suma, estas prácticas le ofrecen criterios para la relación con los demás. Es decir, autorregularse es una práctica ética que permite, por un ángulo diferente a los que ya habíamos mencionado, la articulación del gobierno de los otros y del gobierno de sí. Conducirse y conducir a los otros encuentran en la autorrealización y la autorregulación dos pilares fundamentales. Sobre este tema volveremos más adelante, cuando abordemos la manera como las ciencias “psi” se han constituido en regímenes veridiccionales sobre lo humano y su conducción.

Lo que sí observamos es que el trabajo se convierte en punto pivote privilegiado de la ética subjetiva neoliberal. Si algo se le debe a la ética protestante es su focalización de la salvación por el trabajo arduo y el uso disciplinado del tiempo (Laval y Dardot, 2013; Sennett, 2000; Weber, 1985). Como lo sostiene Sennett (2000), la ética protestante hace del trabajo esmerado, juicioso, constante y disciplinado la posibilidad de responder a las angustiosas preguntas que se hace el sujeto: “¿soy un ser humano digno (para Dios)?”, “¿qué debo hacer para salvarme?”. El trabajo arduo, constante y orientado hacia el futuro se convierte en la posibilidad de hacer una narrativa de sí. Es decir, la historia de la vida personal se organiza alrededor del trabajo. Por esto la conveniencia de esta ética protestante para el naciente capitalismo. El trabajo es la manera como el individuo enfrenta el terror que le produce la incertidumbre de saber que Dios ha decidido si se salvará o no (así el cristiano mismo no lo sepa). El trabajo se constituye en la posibilidad de influir sobre la decisión divina y, eventualmente, torcerla. De esta forma, nos encontramos ante dos formas de subjetivación ética: 1) ahorrar más que gastar es el signo de autodisciplina y sacrificio, propios del protestantismo; es una actitud/actividad bien usufructuada por el capitalismo. Este “ascetismo mundano” es, pues, una manifestación de la omnipotencia cristiana de creer que, mediante el trabajo abnegado, puede cambiar la decisión de Dios sobre el destino final de su alma, y 2) hay en esto, como dice Sennett, una propuesta de formación del carácter para el individuo: el hombre empeñado en probar su valor moral por el trabajo. Es decir, aquí observamos una forma de subjetividad propuesta por el protestantismo: el sujeto que, mediante el trabajo, es constructor de su propia historia y logra torcer los designios divinos. Sennett compara la ética protestante del trabajo con la ética contemporánea en la que este se define como red (trabajo en equipo) para concluir que el trabajo se localiza en el dominio de la “superficialidad degradante” respecto del lugar que la contemporaneidad le ha asignado a esta actividad. Por ello, el trabajo en equipo deja unas relaciones humanas representadas como farsa.

Como leemos en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, para Weber (1985) la postergación y el sacrificio se convierten en rasgos cardinales dentro del protestantismo. Para Sennett (2000) estos rasgos serán usados por el capitalismo inicial: el sacrificio diario, la anulación de sí en el presente, la focalización en la austeridad más que en el gasto, la rutinización de la vida cotidiana (incluido el trabajo), la autodisciplina, el miedo absoluto a la búsqueda del placer. El trabajo, y sobre todo la manera sacrificada de vivirlo, son adoptados por los individuos como valor moral que los acerca al favor de Dios. La negación del presente en favor de un futuro prometido que nunca se realiza se convierte en actitud favorecedora de la negación de sí mismo.

La ética protestante tiene sus repercusiones actuales en el sentido de la valorización de una ética del trabajo y el uso del tiempo que, ya en su reconversión neoliberal, se desplaza a toda la vida del individuo. Estamos ante toda una propuesta ética: la fe en el capitalismo le permite a la racionalidad neoliberal proponer una existencia centrada en el trabajo como condición para lograr el bienestar. Claro está que no podemos suponer que esta ética del trabajo promovida por el protestantismo y adoptada por el liberalismo clásico es implantada sin rupturas en el nuevo êthos empresarial, pues lo que hoy se pone en juego es la consecución del máximo rendimiento a partir de los recursos subjetivos con los que se cuenta (los aspectos psicológicos, el tiempo, la energía corporal, el capital económico, afectivo, educativo, etc.). Pero otro rasgo característico de este empresario es que no le teme a la búsqueda del placer y a la satisfacción del deseo, en una suerte de desenfreno y denegación del límite y la pérdida. Por todo esto es que el neosujeto (el sujeto promovido por la racionalidad neoliberal), que emerge del dispositivo rendimiento/goce, está hecho para triunfar sobre los otros. El paso del sujeto productivo y calculador, programado y disciplinado, abnegado y ahorrador de las sociedades disciplinarias al sujeto empresario de sí del neoliberalismo tiene como núcleo el uso del deseo. El sujeto contemporáneo hace suyo el deseo del Otro y hace del discurso empresarial subjetivo el centro de su narrativa.

Estimamos que el problema de esta perspectiva, quizá como otras que quieran presentarse como normativa ética de la vida de las personas, es que naturaliza una verdad: que el mejor-vivir del ser humano lo da el mercado, la libertad capitalista y la potencialización del capital humano individual. La mayor ligereza de estos análisis es que confunden causa y efecto: la asimilación que realizan de ser humano y empresario de sí mismo la presentan como la causa del centramiento en las prácticas gubernamentales de la responsabilización de sí mismos, del alejamiento de la responsabilidad del Estado, del endeudamiento como estrategia empresarial de sí, etc. Pero, al mismo tiempo, al naturalizarla la van realizando. Cuando el discurso del “eres tu propia empresa” es puesto a circular, esta verdad acontece, discursiva e históricamente.

El régimen emocional de subjetivación

Cuando decimos que el neoliberalismo deviene en toda una racionalidad no indicamos con ello que el aspecto emocional quede al margen, ya sea olvidado, ya sea reprimido, ya sea denigrado. Por el contrario, advertimos que las prácticas que llevan a cabo las personas, sus formas de relacionarse con los demás, la manera como conducen su vida y como pretenden conducir las de los otros, los modos como se inscriben en determinados regímenes de veridicciones encuentran en la emocionalidad un componente siempre presente y alrededor del cual acontece la subjetivación ética. Autorizarse para sentir y desear ilimitadamente cruza la ética de nuestro tiempo; con eso el individuo del presente tiene que lidiar. El individuo se subjetiva a partir de unos regímenes veridiccionales (que le indican “lo verdadero” y lo que no lo es) y jurisdiccionales (sistemas prescriptivos y normativos) que incluyen la vivencia emocional. Esto lo denominamos aquí el régimen emocional de subjetivación.

El problema del gobierno de sí en el mundo grecorromano encontró en el régimen de los placeres y en el vínculo que los individuos establecían con él un punto de aplicación fundamental en lo que a la subjetivación se refiere (Foucault, 1998b). El dominio de sí aparece en el mundo griego como una práctica ética fundamental (Foucault, 1998b, 2002b). Laval y Dardot (2013) señalan que hoy acudimos a una nueva definición de “dominio de sí”. Fundamentan su afirmación en los planteamientos de Bob Aubrey, consultor californiano, quien, en su amplia producción sobre el tema del empresarismo (incluido el empresarismo de sí), indica que el dominio de sí en vez de ser una elección de vida rígida y lineal, significa ser capaz de desenvolverse de manera flexible e innovadora en el marco de las exigencias que la contemporaneidad le impone al sujeto. Para nosotros, este diagnóstico requiere precisión. Antes que estar frente a una nueva concepción de dominio de sí, más bien podríamos decir que el dominio de sí dentro de la racionalidad neoliberal está conformado por un contenido diferente respecto del mundo grecorromano. Si bien la enkrateia griega se orientaba hacia las acciones que la persona debía realizar sobre el mundo de sus pasiones para lograr dominio de sí y constituirse como sujeto ético, esta “nueva enkrateia” impone la realización de unas acciones que conducen al individuo a que venda y se venda, con lo cual el tema del manejo de las emociones adquiere gran relevancia. A partir de lo dicho, planteamos que el gobierno en el neoliberalismo se orienta a la docilidad empresarial del sujeto, lo que conlleva la necesidad de domeñar su emocionalidad, haciendo uso de la tecnología del autodominio y el autocontrol que son fundamentalmente emocionales. En otras palabras, este autocontrol no busca estilizar la vida y tornarla obra de arte, sino hacer un uso pertinentemente empresarial de los deseos.

De esta forma, mientras que en el mundo grecorromano se combaten los placeres como una forma de conquistar el gobierno de sí (produciendo un sujeto agonístico), y en la modernidad se busca dominar los placeres por la vía del uso preeminente de la razón (produciendo un sujeto auto-nomo), en el neoliberalismo se funda la liberalización de los placeres, los deseos y las emociones (Cadena, 2004), originando con ello un sujeto que pone el goce como su centro, cuyo límite está siempre más allá de sí mismo sin dejar de ser sí mismo: sujeto ultra-subjetivado, como lo denominan Laval y Dardot (2013). Este “más allá de sí” (Laval y Dardot, 2013, p. 361) se ha transformado en condición de funcionamiento de los sujetos y las empresas. Gracias a este “plus de goce” (Laval y Dardot, 2013, p. 361) es que funciona el neosujeto y el nuevo sistema de competencia: “Subjetivación ‘contable’ y subjetivación ‘financiera’ definen en último análisis una subjetivación a través del exceso de sí respecto de sí mismo, o a través de la superación indefinida de sí mismo” (Laval y Dardot, 2013, p. 361).

Se dibuja entonces una figura inédita de la subjetivación. No es una “trans-subjetivación”, lo cual implicaría apuntar a un más allá del sí mismo, que consagraría una ruptura consigo mismo y una renuncia a sí mismo. Tampoco es una “auto-subjetivación” con la que se trataría de alcanzar una relación ética consigo mismo, con independencia de toda otra finalidad, de tipo político o económico. Es, de algún modo, una “ultra-subjetivación” que no tiene como finalidad un estado último y estable de “posesión de sí mismo”, sino un más allá de sí mismo, que se aleja cada vez y que cada vez más está constitucionalmente ordenado de acuerdo con la lógica de la empresa —y, más allá de ella, con el “cosmos” del mercado mundial (Laval y Dardot, 2013, pp. 361-362).

La pregunta que busca resolver la ética se refiere a cuáles son los aspectos de nuestra existencia sobre los que se requiere un trabajo para devenir sujetos apreciables tanto para nosotros mismos como para los otros. Las pasiones, los deseos, los apetitos, las emociones, los instintos, etc., se han constituido en objeto ético a lo largo de la historia. No obstante, la ética no se refiere exclusivamente al problema del dominio de sí frente a las emociones que irrumpen en la vivencia del ser humano. Como lo muestra Victoria Camps (2011), de la ética también forma parte la pregunta por las elecciones que hacemos sobre formas de vida. Como bien es sabido, elegir no es un ejercicio puramente racional en el que la emocionalidad no interviene. Todo lo contrario. Porque la vida pone al individuo en dilemas emocionales es que la elección se convierte en un recurso ético de primer plano. Porque los dilemas de la vida conllevan estados emocionales, elegir implica un proceso reflexivo, no exclusivamente racional, puesto que la mayoría de las elecciones de los seres humanos no se remiten a escoger entre lo bueno y lo malo, sino que entre ellos existen una serie de tonalidades que dificultan la determinación de una opción determinada. Porque justamente el mayor obstáculo para la toma de decisiones racionalmente sustentadas viene dado por lado del deseo, los gustos, los sentimientos y, en general, las emociones, es que la ética tiene en la emocionalidad uno de sus basamentos.

Habíamos sostenido que la tecnología de la evaluación dentro del neopanoptismo tiene como efecto el conocimiento de sí, de experticia de sí que no puede estructurarse sin la participación de la propia emocionalidad y del deseo. Claro está que es un deseo que, al no limitarse, nunca se acota (ni se agota) en realidad, puesto que siempre el individuo desea más; siempre habrá más, más intenso, más emotivo, más interesante, más motivante, lo que hace que la persona no esté constreñida por el deseo del momento presente. La racionalidad neoliberal permite la libre emocionalidad como forma de gobierno de las personas. Pero esta libre emocionalidad es capturada por la lógica del mercado. En otras palabras, el individuo puede sentir lo que quiera porque ello puede ser confiscado por el mercado. La mayor diversificación emocional del consumidor tiene una función estratégica dentro de la contemporaneidad.

Conviene no dejarnos engañar. La liberalización de las emociones en el neoliberalismo no quiere decir libertad emocional. Es decir, el sujeto no puede sentir lo que quiera, sino aquello que pueda ser mercadeable. Por ello, quizá sea más preciso hablar de liberalización emocional por el mercado en el sentido de que mientras más desee un individuo más amplio es el ramillete de ofertas que el empresario puede realizar y más variedad de productos que el consumidor puede recibir. El goce ilimitado significa, entonces, una fuente providencial de consumo, gasto e inversión en sí mismo. Por eso afirmamos que, en realidad, esta racionalidad produce un régimen emocional liberalizado pero, al mismo tiempo, controlando la dinámica del consumo.

A nuestra manera de ver, la consecuencia de este régimen es que la acontecimentalidad propia del vivir —la fuente de los “posibles” subjetivadores— y de la vida emocional es aplanada y alineada en la vía única del mercado. Al confiscar la acontecimentalidad, el neoliberalismo reconvierte estratégicamente la vida emocional de las personas para el logro de sus fines. También se torna en una máquina de producción de formas de sentir, de emocionarse, de desear; en fin, de ser gobernado. El sujeto contemporáneo es el sujeto-máquina-deseante. A diferencia del hombre-máquina-productiva de la fábrica de tachuelas de Smith (Sennett, 2000), caracterizado por ser un individuo suspendido en el espacio-tiempo de la actividad, siempre la misma, que lo lleva de la casa a la fábrica y de la materia prima al producto finalizado; a diferencia del hombre fordista enmarcado en la rutinización de la labor productiva y la previsibilidad del futuro, suponemos que el sujeto contemporáneo es el sujeto-máquina-deseante. No solo produce en línea, sino que “crea”, pero constreñido por el mercado. Esto explica el posicionamiento estratégico que el marketing y las autoridades de la experticia de sí han desplegado en el mundo contemporáneo.

Sugerimos que el marketing es una forma de intervención de la vida anímica de los sujetos. Este se dirige a las ya mencionadas transformaciones incorporales que afectan a los cuerpos y su mundo sensible, de emociones y sensaciones. Por esta vía nos encontramos de nuevo ante la idea de que el neoliberalismo no solamente conduce la vida emocional de los sujetos, sino que la produce. Hemos de recordar que la triada constituida por el empresarismo, el consumo y el marketing busca hacernos a todos consumidores/inversores: nadie es exclusivamente productor y en esto está el poder articulador del gobierno político (de los otros) y el gobierno ético (de sí mismo) que tiene la racionalidad neoliberal. Por esta misma razón, la aspiración de esta es que todos los individuos de la sociedad procuremos una personalidad exitosa para el aumento de flujos de capital económico, afectivo, emocional, relacional, estético, etc.

En esta óptica es necesario hacer un acercamiento al problema del control emocional en la racionalidad contemporánea donde los discursos del riesgo, el empresarismo y la información se ofrecen como nucleadores de regímenes de verdad sobre el ser humano. En lo mucho que se ha dicho acerca de este tema puede leerse la idea de que el control emocional es un imperativo para el trabajador, el prestador de servicios, el empresario, el productor, el vendedor; es decir, todos aquellos que no son consumidores (Cadena, 2004; Medina, 1998). Creemos que la distinción llevada a cabo por el liberalismo clásico entre productores y consumidores se rompe, puesto que hoy todos somos productores, vendedores, expertos, empresarios de nosotros mismos y, al mismo tiempo, consumidores. La función-empresario es diferente que la función-cliente llevada a cabo por un sujeto. Lo que la dinámica actual del mercado demanda de una y otra es diferente, específicamente en lo relativo a la dimensión emocional de la persona, al ámbito de sus deseos, aspiraciones y sentimientos. Vemos, entonces, que el neoliberalismo busca gobernar a través de lo que nosotros denominamos dispositivo de control emocional.

Opinamos que la gubernamentalidad política y ética contemporánea se hace controlando lo que las personas sienten y desean. Aquí es menester que establezcamos una precisión. Al sujeto bajo su función de empresario se le exige que tal control sea de su fuero interno, que se localice bajo el reinado del cliente y haga control emocional de sí en función de las ganancias que aspira obtener de este. Lo particular es que esta lógica ha derivado estratégicamente a todos los demás ámbitos de la existencia: control emocional de sí en la vida de pareja, en la crianza de los hijos, en las relaciones con los vecinos y colegas, etc. ¿Qué es lo común de estas esferas? Todas ellas han sido cruzadas por la perspectiva del capital humano. Es decir, cuando un individuo cuida su relación de pareja, su rol parental, sus relaciones profesionales y vecinales, está incrementando su flujo de ingresos y acumulando bienes para el logro de su felicidad. Esto significa que el otro en cuanto tal está en peligro de ser olvidado por el sujeto que solo trabaja para el incremento de su capital humano. Ese olvido del otro en términos de su mercantilización produce la reducción del acontecimiento en la vida; es decir, la supresión creativa de mundos posibles como efecto de la binarización de la experiencia. El otro es reducido a consumidor-no consumidor, competidor-cliente, asesor-asesorado, etc. Esta reducción del otro a lo previsible, lo enmarcable y lo etiquetable reduce la acontecimentalidad de la vida; en realidad funge como una estrategia adecuada para hacerle frente a la irrupción de la emocionalidad, a la imprevisibilidad del sujeto y del otro que es generadora de estados emocionales particulares. Controlarse ante el otro que es el cliente o el jefe es una posición emergente del cometido de convertir a estos personajes en fuente de recursos para el capital subjetivo. Controlarse es, visto de otra manera, olvidar al otro.

En resumen, en la función-empresario el sujeto opera bajo la égida del autocontrol. El control emocional de sí tiene como idea movilizadora la maximización en la rentabilidad empresarial, ya sea organizacional, ya sea personal, ya sea afectiva. Las personas se tornan empresarios de sí y, por tanto, requieren autocontrol con el propósito de ganar más, de obtener la mayor rentabilidad de sí mismos como empresa.

La administración contemporánea de la empresa, cuyas prácticas se articulan alrededor del autocontrol, propone el trabajo por proyectos, por objetivos y metas que, si bien proceden de las demandas empresariales, son asumidas como propias por los trabajadores. El concepto central aquí, como lo indican Christian Laval y Pierre Dardot, es la autodisciplina, la cual produce una torsión en el sujeto asalariado: los objetivos de la empresa son vividos como suyos; es decir, el sujeto hace suyo el deseo de la empresa. El coste emocional de esto es alto. No sucede lo mismo cuando de la función-cliente estamos hablando. Como sostiene Cadena (2004), del cliente y los públicos se espera una ebullición constante de deseos, de sentimientos y emociones que pueden satisfacerse por el mercado, nuevo amo.

Es de esperar que la dinámica del mercado tenga un alto contenido de movilización de emociones, afectos y sentimientos de parte del público que deviene cliente. Dicho de otra manera, las motivaciones para comprar suelen tener un componente emocional considerablemente alto. Eso lo saben los publicistas que se especializan en sacar el máximo provecho de elementos profundamente asociados a este aspecto: símbolos, imágenes, palabras estratégicamente localizadas en el discurso, etc., son movilizadoras de altas dosis de sensibilidad que buscan conducir la capacidad de raciocinio de los clientes. Esto también lo saben los asesores de ventas, los gestores de riesgos y los aseguradores. Por esto, en nuestra opinión, el consumidor no es autocontrolado, sino que está controlado desde afuera, es heterocontrolado.

Autocontrol en el caso del sujeto-empresa, heterocontrol en el caso del sujeto consumidor pareciera ser un arreglo lógico. El problema se presenta cuando la función-empresario y la función-cliente se indiferencian. Planteamos la idea de que en estos casos el neoliberalismo promueve un discurso esquizofrenizante: expresar las emociones y, al mismo tiempo, controlarlas; razonabilidad para producir e irrazonabilidad para comprar, goce ilimitado y cálculo de riesgos. En fin, esta racionalidad promueve la necesidad de habitar el mundo de las emociones, pero con un lenguaje ambivalente: este mundo es azaroso e inmanejable, pero hay que controlarlo; hay que domeñarlo, pero es necesario expresarlo; es generador de riesgos para la persona, pero debe vivir en él. Pero como toda posición esquizofrenizante, se resuelve con el recurso a la ilusión. En este caso, el anhelo de constituir un capital humano suficiente (que, al mismo tiempo, el individuo sabe que nunca lo será) es la idea que conduce al sujeto a arriesgarse a transitar por este camino.

Pero cuando pensamos en el espacio concreto de la organización empresarial vemos la utilización de un nuevo lenguaje que también tiene el tinte esquizofrenizante para el sujeto laboral. Como lo notan Laval y Dardot (2013), existen una serie de expresiones que conducen la vida de la empresa: autonomía controlada, libertad vigilada y exigencia de autonomía, trabajo en red sin colectividad, flexibilidad rígida, coacción autoimpuesta, asunción de riesgos e intolerancia a la incertidumbre/fracaso, expresión emocional controlada. Esto se suma al lenguaje asociado a las falacias empresariales mencionadas a lo largo de este capítulo. Un aspecto que hace parte de la función-cliente tiene que ver con el consumo de servicios de aseguramiento. El neoliberalismo captura, para la realización de sus objetivos, todo el tema del riesgo del vivir. Estar continua y cotidianamente amenazados tiene emparentada una situación emocional de agitación, ansiedad y temor que los gestores de seguridad convierten en oportunidades de aseguramiento.

Resumiendo, habíamos dicho, por una parte, que cuando el sujeto asume la función-cliente, entonces tanto la orientación hacia el goce, la gratificación y el placer sin freno como la exacerbación emocional son estimuladas por la lógica del mercado. Esto puede decirse de otra forma: la búsqueda sin límites de la felicidad es usufructuada por el comercio neoliberal y utilizada en el gobierno de los individuos. Por otra parte, otra tonalidad de estados emocionales es implantada en las personas bajo la idea de que estamos en una situación de continuo riesgo. El miedo, ya no la felicidad, se convierte en el horizonte que orienta al comprador. Con esto concluimos que el miedo y la felicidad pueden ser pensados como dos poderosos mojones emocionales de la gubernamentalidad neoliberal.

Esto no quiere decir que estos dos temas sean nuevos; seguramente la historia de la humanidad ha estado acompañada por ellos, como lo muestran Delumeau en El miedo en Occidente (1989) y McMahon en Una historia de la felicidad (2006). La novedad de la racionalidad neoliberal radica en dos cosas: primero, en que la búsqueda de la felicidad y la evitación del miedo son estimulados constantemente y sin freno, produciendo un efecto de ontologización; o sea, haciéndole sentir a los individuos que es inherente a su condición humana la búsqueda sin cotos de la felicidad y que el miedo es inevitable. La segunda novedad consiste en hacer una gestión mercantil de estos dos temas, inoculando en la persona la idea de que el miedo y la felicidad continuos son necesarios para hacer un adecuado empresarismo de sí. Ya dijimos que alrededor del manejo del riesgo se ha estructurado todo un mercado del aseguramiento. Habremos de completar esta idea señalando que este mercado está cifrado en la movilización emocional del público consumidor. Los nuevos productos asociados a la administración del riesgo, de la información y de la empresa incluyen la experticia emocional, los sistemas de consejería, la utilización del ocio para fines de bienestar personal, entre muchos otros. Estas tecnologías de la conducción emocional tienen un carácter diferencial, según sean aplicadas al consumidor o al empresario. Su aplicación al ámbito laboral es uno de los más prolíficos campos de estudio de Eva Illouz (2010). Aunque sobre esto volveremos más adelante, indicaremos solo que el discurso sobre las emociones fue cientifizado por la psicología, el psicoanálisis y la psiquiatría, y puesto a funcionar en la organización empresarial de manera privilegiada desde principios del siglo xx. La idea de ambiente laboral adecuado tanto para los trabajadores como para el personal administrativo de la empresa fue imponiéndose gracias al aporte de psicólogos industriales y organizaciones. Es el caso de Elton Mayo, quien modifica la teoría de la administración al hablar de la personalidad ya no en términos morales sino desde el lenguaje neutral de la ciencia psicológica. Además, introdujo la narrativa de las relaciones humanas en vez de la racionalidad ingenieril del momento (Illouz, 2010).

Como lo muestra Illouz, alrededor del problema de la emoción dentro de la empresa se ha generado, durante el siglo pasado, toda una experticia que conduce las relaciones laborales. Emparentada con la idea de ambiente laboral sano, los gerentes se han convertido en expertos en conocer las emociones y sentimientos tanto de sí mismos como de sus empleados y en actuar sobre ellas. No resulta casual que el trabajo sea el teatro privilegiado desde donde se movilizan las nuevas subjetividades en el neoliberalismo. Pero también es el trabajo el lugar en el que un discurso sobre la emoción se amplía del espacio privado de la familia al público de la organización empresarial.

1 Esta disquisición sobre la naturaleza de los dispositivos la hallamos en una conversación con intelectuales franceses en 1976 que posteriormente fue titulada “El juego de Michel Foucault” en el texto Saber y verdad (1985).

2 Este ciudadano siempre visible es el del big data, como lo sostiene Han (2014). Para este autor, las redes digitales nos llevan a exponer todo tipo de información sobre nosotros mismos de manera voluntaria, pasando de una vigilancia pasiva a un control activo. El instrumento básico de esta psicopolítica es el big data. Sobre el efecto del big data en la sociedad contemporánea y en la vida de cada individuo ver, además, Mayer-Schonberger y Cukier, Big data: a revolution that will transform how we live, work and think (2013), y Van Den Berg, “¿Qué es eso del ‘big data’?” (2015). Estos autores coinciden en que el big data es un poderoso instrumento para la conducción de la vida de las sociedades y de cada individuo en ellas.

La gestión de sí mismo

Подняться наверх