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ОглавлениеCAMPO CERRADO
A JOSÉ MARÍA QUIROGA PLA
TRES NOTAS a
I
Bajo el título de El laberinto mágico, que le debo a San Agustín, proyecto publicar, amén de esta, cuatro novelas en las que he de recoger, a mi modo, algunos sucesos de nuestra guerra:
II. CAMPO ABIERTO
III. CAMPO DE SANGRE
IV. TIERRA DE CAMPOS
V. CAMPO FRANCÉS
Uds. lo han de ver si el tiempo me da lo suyo y mi pluma lo demás, para lo que les pido paciencia y disimular las faltas, como ya no se dice al término de las comedias.
II
Problema o problemilla fue desde que la novela ha sido, quiéranlo o no, espejo de lo que vemos y oímos, resolver en metáforas, imágenes, iniciales o puntos suspensivos las palabrotas, ajos, tacos, groserías, juramentos o interjecciones soeces que, a cada dos por tres y sin más valla que la presencia de mujeres, forasteros o la falta de confianza entre los reunidos, se nos vienen a la boca, a los españoles, como contera, inciso o pórtico de las más variadas frases. Vicio que la guerra multiplica y cuya falta tanto nos sorprende en el bien hablar de los mexicanos, fenómeno de orden religioso que bastaría para probar cuán más católicos son del lado de acá del Atlántico que no nuestros coterráneos.
He dejado el problema sin resolver, quizá por impotencia, lo cual tranquiliza mi conciencia, y aquí salen las terríficas interjecciones con todas sus letras porque, a mi ver, el quitarlas cercena autenticidad y regusto. Si mis personajes hablan así en el reflejo mágico de mi imaginación, ¿no sería traicionar mi realidad escamotearles la sal? Porque evidentemente ni el concepto, ni el estilo perderían nada con la supresión de las palabrotas, pero quizá faltara entonces cierto tufillo de la época: cierta desesperación reconcentrada, ciertos clavos a los cuales agarrarse en oscuros reconcomios de imposibles venganzas y que me parecen indispensables para la expresión de nuestro tiempo: todo él de...
(¿Ven Uds. cómo no puede ser? Las frases se quedan cojas, pendientes como hilos de alambre rotos por un bombardeo, descarriladas, muertas sin aire).
Claro está que, quiérase o no, surge el «buen gusto», la estética, las caravanas, como dicen aquí con un encantador galicismo,52 los guantes –escondiendo quizá esmaltes imperfectos–, los perfumes –defendiendo alientos fétidos–, las caretas; no es que pretenda acabar con ellos, pero los quiero por quirotecas, olores o máscaras y no por lo que amparan. Añádase el temor de que aparezcan los exabruptos como infantil deseo de asombrar al lector. Claro que todo se resolvería con tacharlos, tarea fácil en un relato indirecto en el cual –¡oh magia de la tercera persona del indicativo!–, con escribir que el lenguaje de los personajes va salpimentado, sálese del compromiso. Pero el traer las conversaciones a primer término, y en primera persona, hace insoluble, para mí, el problema; y bien poco pude contra ese afán de mis personajes por romper a hablar. Lo curioso es que si subieran a las tablas tendrían buen cuidado, creo yo, de reportarse; quizá con pérdida de autenticidad, tal como se columbra en los numerosos Juan Josés,53 u otros de su calaña, tan mesuraditos y cuyo lenguaje casi siempre suena a falso, a menos que las blasfemias deriven a lo cómico, fuente segura de carcajadas debidas al gesto del actor resbalando por los puntos suspensivos y restableciéndose en una onomatopeya.
Concretóse esta pudibundez con la Revolución Francesa, y triunfo de la burguesía, ayudada por la anterior influencia gala en las letras universales que reprimía cualquier licencia, a menos que fuera de otro cuño y en cuyo caso, y en ediciones especiales, llegaba a alcanzar precios fabulosos.54 Pudicicia que recogió el Romanticismo alemán, padre, y muy señor mío, de tanta buena literatura decimonónica, inglesa y más o menos hipócrita. (Lean los curiosos, como envés, los entremeses de Torres Villarroel, pongo por caso de lenguaje popular de nuestro siglo XVIII). Quizá algunos de los diversos movimientos subterráneos acontecidos en las letras (francesas principalmente) durante el primer cuarto de este siglo no eran sino intentos de romper este cerco.
Si me resto lectores, los que queden sean buenos.
III
Sale esta novela, o mejor galería, tal y como nació en 1939. Me hubiese sido fácil ampliar algún dato del capítulo final, pero siendo esta como es, aunque solo para mí, una segunda edición, va sin cambiar una coma.
M. A.
México, agosto de 1943