Читать книгу Hermano, dulce hermano - Maximiliano David Acosta - Страница 7

Оглавление

Verano de 199... Italia

Costelo estaba en su habitación a solas, usando la computadora como de costumbre. Lo único que iluminaba la oscura habitación era el resplandor del monitor que luego de unas horas le hacía arder los ojos. Escuchaba música y miraba esto y aquello en el Facebook. Estaba ansioso sin motivo alguno. Su pie que apoyaba solo la punta en el suelo, se movía de arriba abajo haciendo una especie de temblor. Nada llamaba su atención en particular hasta que vio en el perfil de Alfonsina que había cambiado su situación sentimental, de “en pareja” a “soltera”. Ver eso lo descolocó, se puso algo extraño consigo mismo, era algo que no esperaba para nada. Estuvo más de quince minutos esperando, mirando la ventana del chat abierto, y pensando si hablarle o no. Antes de poder decidirlo, lo llamaron para cenar y así como si nada se fue el poco valor que había reunido para comenzar esa conversación. Salió de su habitación desganado, arrastrando los pies, y antes de bajar quiso entrar al baño. La puerta estaba con traba, estaba su hermana Fiorenza ocupándolo. Enojado, bajó al comedor y se sentó en la mesa sin decir ni una sola palabra. Su padre estaba sentado mirando la televisión y su madre servía la comida.

Madre– Hijo, llama a Fioren para comer–.

Costelo– Está en el baño, como siempre–.

El padre tosió fuerte– ¿Qué hace siempre ahí? Falta que se lleve la cama– dijo sin quietarle la vista al televisor.

Costelo– No sé por qué no hacen otro baño. No se puede vivir con esa chica que vive ahí encerrada. Los demás también tenemos que usar el baño–.

Padre– Ve a avisarle que ya está la comida servida y saldrá–.

Costelo desganado subió las escaleras y golpeó la puerta del baño gritando de mala manera– ¿Puedes salir? Te están diciendo que vamos a comer hace más de una hora–.

Fiorenza estaba dentro del baño parada en frente del espejo, inmóvil. Miraba su reflejo sin hacer absolutamente nada. Sus ojos buscaban en aquel cristal un mínimo de amor propio desde hace un rato largo, pero no lo hallaba. Solo veía disconformidad y reproche. Levantó una mano, donde sostenía una hoja de afeitar de las que se usaban antes, y la colocó en la muñeca de su otro brazo.

Al no responder, Costelo golpeó más fuerte la puerta y dijo violentamente– ¿Vas bajar?–.

Fiorenza suspiró con violencia y dijo enojada– Ahí bajo, no me molestes más–.

Costelo volvió al comedor y Fiorenza esperó unos segundos estática, con la hoja de afeitar al contacto de su piel. Estaba helada, y aunque en aquella situación no debería darle importancia a algo tan insignificante como la temperatura del metal de su posible arma suicida, era algo que le molestaba mucho y ya casi no soportaba. Ella no entendía por qué el filoso trozo de metal no se templaba al contacto de su piel. Luego de un segundo suspiro tiró la hoja de afeitar a la basura envuelta en papel higiénico, jaló la cadena y bajó a cenar con su familia.

Fiorenza– Estaba la familia cenando, todos juntos, pero cada uno estaba en su lugar. Mi hermano y yo no nos soportábamos y nada de lo que hacíamos, o no hacíamos, nos venía bien a ninguno. Mi padre hablaba de muchas cosas y preguntaba cosas que ni a Costelo ni a mí nos importaban, y hasta nos llegaban a molestar muchas veces. Igual, como siempre vivo pensando y analizando todo sin razón, he llegado a la conclusión de que mi padre no es el que está mal. Sus preguntas y comentarios son totalmente normales, no había nada que estuviese demás en sus pensamientos u oraciones. Sin embargo, a pesar de ser consciente de eso, nos molestaban de todas formas. ¿Será que vivimos enojados? ¿Será que constantemente atentamos contra nosotros mismos o contra nuestro entorno? Aquellos que quieren vernos bien. ¿Será que no soportamos la vida que tenemos y nos autodestruimos al igual que a nuestro ambiente? La vida que nos tocó era ideal para ser felices, pero estábamos tan lejos de eso y no sabría explicar por qué. Recuerdo a mi tía que solía decirnos que la vida era muy sencilla en realidad, pero que nosotros la complicamos excusándonos e inventando pretextos delante de todo. De repente algo tan sencillo como ser amable, se vuelve tan complicado como viajar a la luna. Mi tía… qué mujer, por dios. Si hay alguien a quien me quisiera parecer, sería a ella. Siempre tenía una respuesta para todo. Todo lo que decía era algo que podrías repetirle a tus hijos algún día, era de esas personas que con el hecho de hablarte te enseñaba a vivir. Es como si al inicio de todo, alguien hubiera guardado absolutamente todos los secretos del universo en un pequeño frasco de vidrio, y luego su contenido fue volcado en la cabeza de ella, y sin que lo supiese portaba miles de respuestas consigo… Creo que el último día que compartí con ella, antes de que muriera, fue la última vez que me sentí cómoda en algún lugar. Siempre espero que ocurra el milagro de poder hablar con ella en mis sueños aunque sea, hacerle esas mil preguntas que necesito expulsar, pero cada mañana despierto sin haber soñado absolutamente nada–.

La cena terminó y lo único que hicieron fue irse cada uno a su habitación. El padre y la madre se quedaron limpiando los cubiertos y luego, también, fueron a su habitación a descansar tranquilos. Ellos no percibían nada de lo que sucedía a sus hijos. Esa intolerancia mutua, esa vida llena de enojos. Para ellos, era cosa de adolescentes y nada más, y tal vez tenían razón. No eran malos padres para nada, y ninguno de ellos les podía reprochar algo en esa labor.

Apenas entró a su cuarto, Costelo se sentó frente a su computadora. Miró si estaba conectada Alfonsina y sí lo estaba, era hora de decidir. Esta vez no tardó en analizar la situación ni en juntar valor. Abrió el chat y cuando estaba por hablarle hubo un corte de luz en varias cuadras de la zona. Él se enfureció, y aunque no era de creer en la mala suerte, esa noche lo pensó demasiado, tanto, que casi no pudo dormir de la rabia interna que se le había generado.

Al otro día Fiorenza se despertó temprano para ir a la escuela, como siempre, ya que era muy puntual. Costelo, casi sin haber dormido, también despertó temprano, pero fue directo a bañarse para poder despabilarse bien. Mientras ella tomaba el desayuno, miraba las noticias en donde anunciaban que al parecer haría un tremendo calor ese día y ya se sentía de temprano. Sufría al escuchar esa notica ya que la humedad no ayudaba nada a su cabello, algo que la ponía muy de malhumor.

Fiorenza– Ese día, como todos lo demás, salí temprano camino a la escuela. Siempre iba caminando al igual que mi hermano Costelo, pero yo salía un rato antes para no tener que ir con él. Muchos pensarán que soy una mala hermana por eso, y tal vez yo también lo creería así viéndolo desde afuera, pero les tengo que confesar que estoy muy segura de que él pensaba lo mismo que yo, y estaba muy agradecido por esto. En fin, Costelo entró a clases como todos los días, entonces vio a Alfonsina sentada a dos bancos de él. Cada tanto levantaba disimuladamente la mirada para verla, pero notaba que ella estaba distraída, como perdida, y jamás llegaban a encontrarse sus ojos. Si no la conocieran pensarían que estaba de mal humor o que estaba dormida aún, pero Costelo sabía que ella estaba deprimida por la separación reciente–.

Cuando llegó la hora del receso, Costelo solo fue al patio exterior siguiendo con cautela a Alfonsina, intentando no quedar como un acosador. Ella estuvo todo el recreo con su mejor amiga, por lo tanto, inalcanzable. Hablaron de la separación, pero se notó que el tema no duró mucho tiempo. Cuando ya tocó la campana que daba aviso para volver a las aulas, la vio salir del baño.

Él caminó frente a ella y dijo abruptamente– Hola ¿Cómo estás?–.

Alfonsina dio un pequeño salto de sorpresa y respondió con su voz enternecedora– Hola Cos…ahí ando, supongo que con el tiempo voy a mejorar–.

Costelo–¿Sucede algo?–.

Alfonsina– ¿Me vas a decir que no te enteraste? Todo el mundo habla de que él me dejó–.

Costelo– Nadie me habló de ello, pero sí, lo sé–.

Alfonsina–¿Cómo?

Costelo– Facebook–.

Alfonsina– Ah claro, a veces me olvido que todo eso es público. ¿Tú cómo andas?–.

Costelo– Yo bien, no me quejo por ahora–.

Alfonsina– Bueno, tenemos que ir a clase. ¿Te acercaste a verme o ibas a alguna parte?–.

Costelo avergonzado y tartamudeando mintió– Iba camino al baño– dijo en voz baja.

Alfonsina con una sonrisa melancólica respondió– Bueno, apúrate o te regañarán–.

Ella comenzó a caminar rumbo al aula pero Costelo le llamó la atención con un grito.

Alfonsina se dio vuelta y él dijo– Si necesitas hablar con alguien o lo que sea, puedes contar conmigo–.

Ella sonrió y dijo– Gracias, es muy amable de tu parte– entonces se fue sin decir más.

Costelo entró al baño para seguir su mentira y se quedó allí pensando qué tan estúpido había sonado en esa breve conversación. Se mojó la cara y esperó unos minutos para disimular. Cuando creyó que ya era suficiente, salió corriendo a su siguiente clase.

Hermano, dulce hermano

Подняться наверх