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Relato de una

conversión

El 21 de julio de 1989 viajamos a Cuenca, una ciudad ubicada a 300 Km de Quito, con mi esposo y mis dos hijas para participar en la Bienal de Pintura. Al llegar al hotel nos encontramos con unos amigos que nos invitaron a ir a El Cajas al día siguiente. Nos explicaron que era un parque nacional con más de doscientas lagunas y que valía la pena conocerlo. Aceptamos.

El 22 amaneció lluvioso y frío. Al emprender el viaje nos dijeron que iríamos a ver un sitio donde ocurrían apariciones de la Santísima Virgen. Nosotros nos reímos porque consideramos que eso era una locura. Era normal que pensáramos así ya que estábamos totalmente alejados de la religión y hacía como 20 años que no asistíamos ni a misa.

Luego de un difícil viaje llegamos a un lugar que ellos llamaban el Jardín de la Virgen, que nos pareció extraño. Lo que se veía era un gran monte pedregoso alrededor del cual había cerca de 200 personas entonando cantos religiosos y una enorme cruz de madera tirada sobre el piso en medio de un barrial impresionante. Llovía.

Nos explicaron que la Virgen se le aparecía a una jovencita (“Pachi”) quien dictaba el mensaje que le comunicaba la Virgen. Pregunté dónde estaba la vidente y me contestaron que todavía no llegaba. Sin embargo, una señora se acercó a nosotros y nos dijo: “por favor hagan silencio que ya está aquí la Virgen”. Le pregunté dónde estaba y me señaló el monte. Traté de verla, pero no percibí nada.

Sentí una mano en mi hombro y la joven que me tocaba me dijo: “salgan, que están dentro del jardín”. Me dijeron que ella era la vidente. Nos retiramos un poco y vimos a la joven caminar alrededor de unos 25 metros hacia la roca. Súbitamente cayó de rodillas con brusquedad, su cuerpo se curvó hacía atrás y su rostro quedó mirando al cielo.

De inmediato, comenzó a hablar. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Pasado un momento, todos los que estábamos allí escuchamos una voz que pedía que levantáramos el brazo izquierdo. Nos miramos y nos preguntamos: ¿lo hacemos? Lo curioso es que al escuchar la grabación de ese día, se escucha “levanten sus rosarios, levanten sus escapularios”. Nosotros escuchamos diferente.

Riendo, dijimos todos al unísono: ¡levantemos! Y lo hicimos. Sentí una fuerza increíble que penetró por la palma de mi mano. Fue como un rayo. Me sentí extraña y me quedé absolutamente adormecida. Pensé que me había dado soroche (el mal de altura) y quise hablar con mi esposo, pero no pude.

Temblaba. Sentía desmayarme. Hice un esfuerzo supremo y pude estirar mi mano. Dice mi esposo que lo tomé por los pantalones. Él regresó a verme y se quedó asombrado porque me vio transformada, y también pensó que me había descompuesto y que debíamos descender a Cuenca de inmediato.

En ese instante, empecé a escuchar una voz que me pedía que me arrodillara, pero no lo hice. ¡Hacían tantos años que no me arrodillaba! La voz volvió a insistir: “¡arrodíllate!” y pensé que los pantalones que traía puestos eran los únicos que había llevado a Cuenca y que el lugar estaba lleno de barro.

Por tercera vez la voz ordenó: “¡arrodíllate!”. Entonces caí de rodillas y empecé a ver que pasaba la historia de mi vida a toda velocidad ante mis ojos. Fue impactante. Sentía que mi corazón latía fuera de mi cuerpo. Me sentí morir y pensé que debía avisar a Marcelo porque probablemente estaba sufriendo un ataque al corazón…

La voz me dijo: “deja de pensar en ti misma y piensa en los demás”. Fue como un baño de agua hirviendo que recorrió mi cuerpo y sentí un alivio muy grande, no sólo físicamente (entonces sufría de una hernia hiatal, que se curó al instante), sino en el alma, porque recibí la certeza de que debía vivir para los demás. Empecé a llorar, me quemaban las mejillas. Me di cuenta de que mi vida era frívola, llena de fiestas y de compromisos, y que lo único que me interesaba eran mis cosas, mis hijas, mis negocios, mi éxito… Pude entonces incorporarme.

Marcelo, muy preocupado, me preguntó qué me pasaba y le contesté que no lo sabía. Y en verdad así era: no entendía lo que había vivido. Nuevamente volví a escuchar la voz que decía: “que pasen los que han sido llamados, los que serán mensajeros de amor por el mundo”. Yo pensando que mi esposo Marcelo también estaba escuchando, le manifesté que no deseaba ir a ninguna parte, que no tenía tiempo, y él me preguntó: “¿ir a dónde?” Y le dije: “¿No escuchas?”. “¡No –me respondió– no oigo nada!”. Una persona que estaba al costado de la vidente se incorporó y dijo: “Dice la Madre que pasen los que han sido llamados, los mensajeros de amor por el mundo”; y yo, mirando a mi esposo, le dije, “¡ya ves!” y él me respondió, “está bien, pero no tienes que ir si no lo deseas”.

Vi a algunos pasar adelante. Eran unas 90 personas que se arremolinaron alrededor de la vidente. Yo me sostenía del brazo de mi esposo y le comenté: “¡qué bien que nuestra hija vaya, que pida por nosotros!”.

Después de unos segundos, mi esposo y yo escuchamos una voz, ahora audible, muy dulce y finita que dijo: “Mayrita, ven”. Perdí la voluntad y pasé. Caí de rodillas, como todos, lloré como todos, sin entender la magnitud de lo que se nos iba a pedir.

Nos dijo: “Ustedes no han venido por casualidad. Han venido porque yo los he llamado, para ser mensajeros del amor por el mundo. Deberán llevar el amor de mi hijo Jesús al mundo. Pero para eso primero tienen que convertirse, regresar a la Iglesia, a los Sacramentos, rezar el Rosario diariamente, oír misa diaria, respetar a la jerarquía”.

Todo eso a mí me parecía imposible de hacer, yo no iba a misa ni los domingos, peor a misa diaria. Si no rezaba ni un Avemaría, ¿cómo podría rezar diariamente el Rosario? Sin embargo, lo que yo no sabía era que ese día empezaría la gran transformación de mi vida.

La Virgen del Cajas

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