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2 Reinventa tus reglas


Fig. 2.1. El resto de la gente.

¿cuáles son las reglas?

Puede parecer extraño que en un libro sobre el amor comencemos nuestro recorrido con nuestra relación con nuestro yo, en lugar de por nuestras relaciones con otras personas. ¿Por qué comenzamos por aquí?

Uno de los primeros consejos para las relaciones que recuerdo es: «tienes que quererte antes de que te pueda querer otra persona». O bien: «tienes que quererte antes de que nadie pueda quererte». Sea como sea, la idea era que, como punto de partida, necesitabas quererte antes para que fueran posibles las relaciones buenas con otras personas.

Pensándolo mejor, creo que la situación es más complicada que eso. No tengo claro si es posible que alguna vez llegues a quererte totalmente. De hecho, ahora veremos que ese es un reto especialmente difícil hoy día. Además, te guste o no, siempre estamos en alguna forma de relación con otras personas. Por eso no va a ser realmente posible tener una estupenda relación con nuestro yo antes de tener una relación con otra persona. Además, podríamos pensar más filosóficamente sobre esa idea de amarnos y preguntarnos: «¿quién es ese yo que es amado y quién es ese yo que ama?». Pero ahora llegaremos a eso...

Lo que estoy sugiriendo es que, como todas las reglas de ese tipo, la regla «quiérete antes de querer a alguien» solo resulta útil hasta cierto punto. Va a deformarse, y se terminará rompiendo, si intentamos estirarla demasiado. De todos modos, es bueno pensar sobre nuestra relación con nuestro propio yo como la base para nuestras otras relaciones. En cierta medida, necesitamos estar bien interiormente para estar bien con otras personas; para permitirles tener una relación muy cercana y llevar bien que nos quieran. También necesitamos conocernos, al menos hasta cierto punto, para saber qué relaciones pueden resultarnos potencialmente beneficiosas y cuáles no, así como para saber cuáles son nuestros patrones en las relaciones.

Desgraciadamente, en nuestra cultura no se valora que tengamos una buena relación con nuestro yo. El objetivo, desde el colegio, es la mejora personal, en lugar de la felicidad con quiénes somos y cómo nos vivimos. La gente suele pasar poco tiempo a solas y termina teniendo miedo a la soledad, porque eso supone estar con alguien con quien no están muy a gusto. La mayoría tenemos pensamientos poco amables sobre quiénes somos resonando en el fondo de nuestra mente gran parte del tiempo, por lo que es comprensible que no tengamos demasiadas ganas de calmarnos lo suficiente para llegar a oírlos. Es más fácil distraerse con el trabajo, socializar, ver la tele o pasar el rato en redes sociales.

Tu yo es algo fijo

¿Cuáles son las reglas que se dan por sentadas en nuestra relación con nuestro yo? La primera es esa idea de que debes «quererte», o «encontrarte», «conocerte» o «serte fiel». Todas implican que existe un yo que podemos identificar para amarlo, encontrarlo, conocerlo o serle fiel.

Esta regla se da tan por sentada que podría parecer raro cuestionarla. Pensamos en nuestra personalidad como algo que puede ser resumido en unas pocas palabras o acrónimos en una app para ligar.

Nos fascinan los tests de personalidad que prometen la verdad sobre quiénes somos realmente. Mientras procrastinaba al escribir este libro descubrí qué princesa, personaje malvado y acompañante de Disney soy; a qué período histórico pertenezco en realidad, y si sobreviviría a un apocalipsis zombie; dónde me sitúo en el mapa político y en el indicador de Myers Briggs; y —lo más importante— a qué casa me enviaría el Sombrero Seleccionador (Hufflepuff con un toque de Ravenclaw, por supuesto). Todo esto sugiere que hay un yo auténtico en nuestro interior que puede ser descubierto, y también que hay algo relativamente fijo y estable a lo largo de nuestras vidas.

Tu yo tiene carencias

Al mismo tiempo, la mayoría tememos que nuestro yo tenga carencias y defectos.1 Eso es lo que entraña vivir en una cultura consumista. La publicidad insiste en que nos pasa algo malo para poder vendernos algo que lo soluciona. Inventa nuevos problemas de los que preocuparnos —desde lo blancas que son nuestras sábanas a cuántas amistades tenemos— para después generosamente darnos una solución: un nuevo detergente más potente o un refresco que nos hará más populares.2

Esta forma de pensar ha permeado mucho más allá de los productos domésticos. Cada día hay más y más nombres para los «trastornos» y «disfunciones» que podrías padecer, y miles de medicamentos y terapias que nos ofrecen curarlos, pagando por ello. Muchas revistas, programas de televisión y libros de autoayuda también se basan en que pensemos que tenemos algún defecto que debe ser reparado. No tenemos suficiente sexo, no vestimos con la ropa adecuada, no somos una pareja, padre o madre lo suficientemente buenos, no nos sentimos suficientemente felices con nuestras vidas, y quien ha escrito ese libro o presenta ese programa de televisión nos va a arreglar.

Nuestros cuerpos son uno de los focos principales de esa sensación de carencia. Cada vez hay más productos dirigidos a conseguir y mantener la apariencia ideal, desde cremas para la cara a cirugía estética y bonos para el gimnasio. La industria de la moda dicta que cada persona necesita renovar su armario; también crea nuevas características corporales sobre las que sentir inseguridad: celulitis, barriga, alas de murciélago, grasa en la espalda. Nuestros cuerpos se fragmentan en pequeñas partes, cada una asociada a tratamientos de belleza y productos para asegurarse de que tienen el aspecto «adecuado». El ideal tan estrecho al que se supone que debemos aspirar es ubicuo en los medios de comunicación que consumimos, desde la prensa a los dibujos animados y el porno: un cuerpo joven, delgado, blanco, tonificado y sin defectos. Conocemos los problemas que suponen esos estándares de belleza3 y cómo se altera y retoca con Photoshop el aspecto de las modelos pero, aún así, es complicado que no nos influya.

Vigílate y trabaja en ti

Del mismo modo que tenemos miedo a nuestras carencias, el listón que marca haber llegado a un yo exitoso está cada día más alto.4 El culto a las celebridades implica que la única manera de tener éxito es la fama y recibir la aprobación de todo el mundo. Concursos como Factor x, Pop Idol, El Aprendiz o Masterchef nos venden la idea de que podríamos alcanzarla si nos esforzáramos lo suficiente. Mientras tanto, se elimina al resto de concursantes semana tras semana por no dar la talla, y esto alimenta nuestra idea de que la mayoría tenemos carencias.

Incluso las personas famosas son escudriñadas constantemente cuando hacen algo mal. Los paparazzis intentan conseguir una foto cuando hacen algo que no deberían, o usan un zoom para conseguir el primer plano de una minúscula «imperfección» en sus cuerpos para ponerle un círculo rojo alrededor. Las redes sociales convierten con facilidad a la gente famosa de héroes a villanos si tienen un tropiezo, y la rechazan y evitan públicamente.5

Nos animan a compararnos con otras personas para que juzguemos lo bien —o mal— que lo estamos haciendo en toda clase de escalas, y el listón está tan alto que siempre nos vamos a ver por debajo. Se nos presiona para llegar a la perfección o, al menos, para asegurarnos de que nos presentemos como una persona perfecta y de que escondamos la terrible realidad. Y tememos que esta pueda ser vista por quienes nos rodean.

Esta cultura de la comparación se ha hecho más insidiosa a medida que nos hemos mostrado de maneras con las que todo el mundo se puede comparar. En las redes sociales, la mayoría compartimos solo nuestros triunfos y ninguna de nuestras tragedias. Aprendemos a hacernos el selfie perfecto, elegimos la mejor de las veinte fotos y usamos apps para perfeccionarla todavía más en la dirección del ideal corporal que tan bien hemos interiorizado. A medida que nuestras redes sociales se van llenando de ese tipo de historias e imágenes de nuestras amistades, nos vamos enfrentando a un número inmenso de personas atractivas viviendo unas vidas muy atractivas. No podemos competir con esa combinación tan perfecta. Sentimos que debemos tener el cuerpo tan tonificado como x, ser tan feliz como y y tener tanto éxito como z. ¿Por qué no estamos de fiesta, corriendo una maratón, haciendo voluntariado en el extranjero, disfrutando de nuestra familia y ascendiendo en el trabajo?

Aquí hay algunas paradojas importantes. Al mismo tiempo que se supone que debemos ver los defectos de nuestro cuerpo y mejorarlo de forma constante, también se nos dice que tenemos que mostrar cuánto amamos nuestro cuerpo tal como es y estar a gusto con él.6 Debemos odiar nuestros cuerpos y amarlos al mismo tiempo.

Esto también es cierto respecto al amor propio. Muchos artículos y programas de televisión insisten en lo importante que es pero, al mismo tiempo, el resto de medios afirma que tenemos defectos que debemos reparar. La escritora y activista Feminista Jones mostró esa paradoja cuando animó a las mujeres a comenzar a aceptar los piropos que recibieran de los hombres, simplemente diciendo «gracias» o «pienso lo mismo» en lugar del autodesprecio habitual.7 Muchos hombres respondieron diciendo que las veían menos atractivas o incluso las insultaban: «Quiérete, pero no te quieras».

Resumen

Por lo tanto, nuestras reglas-dadas-por-sentadas respecto a nuestro propio yo son algo parecido a:

• Somos un yo fijo que se mantiene siempre igual a lo largo del tiempo.

• Ese yo tiene ciertas carencias.

• Lo supervisamos cuidadosamente para asegurarnos de que nadie se da cuenta de esas carencias.

• Debemos esforzarnos en mejorar y reparar nuestros defectos.

¿por qué cuestionar las reglas?

Estas reglas nos suelen dejar como un péndulo que oscila dolorosamente entre tratarnos con dureza y con fragilidad.


Fig. 2.2. Péndulo de la dureza y la fragilidad.

Tratarnos con dureza y fragilidad

Cuando nos tratamos con dureza, pensamos: «soy lo peor en comparación con otra gente, debo mejorar eliminando todos mis defectos». Cuando nos tratamos con fragilidad, pensamos: «soy lo peor y lo mejor que puedo hacer es aceptarlo porque soy quien soy, nada que pueda hacer va a mejorarlo».

Cuando nos tratamos con dureza, nos automonitorizamos detenidamente, intentando mantener bajo control todo lo que hacemos, siempre con el temor de hacerlo mal y que eso sea el fin del mundo. Cuando nos tratamos con fragilidad, simplemente nos rendimos y no parece que valga la pena hacer nada. Podríamos quedarnos bajo el edredón pasando el tiempo con cualquier cosa que nos reconforte.

En esos extremos, puede que nos encontremos pasando de un estado de intensa y aguda ansiedad a una depresión gris y anodina, y viceversa. La mayoría sentimos que nos estancamos en uno de los extremos del péndulo más que en el otro. Quizá porque el de la dureza da demasiado miedo, nos quedemos con la fragilidad, aunque nos haga sentir mal. O quizá nos tratemos con tanta dureza que no nos podamos permitir un momento de fragilidad o comodidad.8

Incluso si somos capaces de no llegar a semejantes extremos, la mayoría oscilamos entre la dureza y la fragilidad en nuestra vida diaria.

Suena la alarma por las mañanas y la retraso varias veces (fragilidad) antes de arrastrarme fuera de la cama (dureza). Me subo al autobús (fragilidad) mientras me regaño por no caminar cuando me ayudaría a perder algo de peso (dureza). En el trabajo me entretengo consultando las redes sociales (fragilidad), enfadándome todo el tiempo por no ponerme a trabajar en serio en lo que debería estar haciendo (dureza). Cuando termino el trabajo, me resulta difícil celebrarlo porque soy muy consciente de que podía haberlo hecho mucho mejor, y no quiero que se me vea creyéndome mejor de lo que soy (dureza). En su lugar, como premio cotilleo sobre mis colegas de trabajo (fragilidad). Les escucho hablar de sus vidas y me pregunto si mi atractivo y el éxito que he alcanzado son suficientes, y si mi relación es tan buena como creo (dureza). Llego a casa sin fuerzas y me derrumbo frente a la televisión con una cerveza en la mano (fragilidad).

Reflexiona sobre estoDureza y fragilidad

Podrías detenerte un momento y pensar cómo es tu día típico, o quizá en lo que has hecho hoy. ¿De qué manera te has tratado con dureza? ¿De qué manera te has tratado con fragilidad?

Al final de este capítulo te sugeriré una alternativa al péndulo de la dureza y la fragilidad. De momento, pensemos en algunos de los problemas que provoca.

Los problemas del péndulo de la dureza y la fragilidad

Tratarnos con dureza o con fragilidad nunca consigue lo que pretende. Tratarnos con dureza nunca nos hace mejores porque nunca hacemos lo suficiente. Nunca recibes la recompensa emocional suficiente por un trabajo tan duro. Es como escalar una montaña y, al llegar a lo que creíamos que era la cima, darnos cuenta de que hay otra cima más arriba, y otra más, y otra más.

La fragilidad tampoco consigue nunca lo que pretende. Oscilamos hacia la fragilidad porque nos hemos tratado con tanta dureza que nos hemos agotado y necesitamos un descanso. Pero a menudo lo que hacemos cuando nos tratamos con fragilidad nos hace sentir peor, en lugar de mejor. No disfrutamos realmente de la cerveza, o del juego online, o de consultar nuestras redes sociales, porque lo estamos usando para enterrar la dureza con la que nos hemos tratado, en lugar de relajarnos y cuidarnos de forma genuina. No estoy diciendo que la cerveza, los juegos online o las redes sociales sean necesariamente dañinos, sino que pueden serlo si los utilizamos de esa manera frágil, igual que puede serlo cualquier otra cosa.9

Cuando nos tratamos con fragilidad solemos tener tal certeza sobre nuestras carencias que tenemos muy poco que ofrecer a quienes nos rodean. Podemos pasar de tratarnos con dureza e intentar complacer a todo el mundo y buscar aceptación desesperadamente para luego volver a la fragilidad al rendirnos y no estar disponibles para nadie en absoluto. No está bien hacer eso a quienes nos rodean, y puede alimentar nuestra sensación de que somos malas personas y de que no valemos nada cuando vemos lo decepcionada que está la gente con lo que hemos hecho.

Otro problema de comportarse con dureza y fragilidad es que está profundamente enraizado en comparaciones con otras personas que están basadas en falsas creencias. Si todo el mundo está intentando mostrar su máscara perfecta al mundo —la máscara de alguien que siempre está bien y tiene todo bajo control—, ¿con quién nos estamos comparando? Con las máscaras de otras personas, no con quienes son en realidad. Estamos comparando nuestro interior con el exterior de otras personas.10

Muchas veces en mi vida, cuando las cosas eran realmente inestables —cuando estaba al límite y tenía que ir a llorar al baño a la hora de comer para poder aguantar el día— alguien a quien no conocía demasiado me comentó lo bien que veía que me iba la vida. Siempre me choca cuando esto sucede, porque deben de estar viendo mi cara sonriendo educadamente, sin tener ni idea de la tormenta interior que sucede debajo.

Lo que tiene ser terapeuta es que puedes ver realmente cómo es la gente bajo sus máscaras, cuando tiene el valor suficiente para dejarte mirar tras ellas. Lo más chocante es que prácticamente todo el mundo con quien he trabajado me ha dicho que debe de tener algo profundamente defectuoso, porque le parece que «el resto de la gente» es capaz de salir adelante. Hice el cómic que está al comienzo del capítulo basándome en eso.

Por eso la forma de tratarnos con dureza y fragilidad resulta dañina para nuestras vidas y también para el resto de la gente. Si somos capaces de mantener esa dureza para sostener esa gran personalidad en público, y solo nos permitimos tratarnos con fragilidad en privado, alimentamos esa cultura de la autovigilancia, el perfeccionamiento personal, en lugar de cambiarla. Me pregunto si el mejor regalo que podríamos hacerle a otras personas no sería mostrarles un poco de nuestra propia ansiedad e inseguridad, y dejar de crear esa ficción con la que compararse. Pero esta cultura de la humillación y el rechazo público también puede hacer que dé miedo mostrar nuestras vulnerabilidades y defectos.

Otra razón por la que vale la pena cuestionar la regla de vivir oscilando entre dureza y fragilidad es que, cuando nos tratamos con dureza, a menudo intentamos llegar a la perfección en todas las facetas de nuestra vida. La dureza no admite que todo el mundo tenga diferentes capacidades y habilidades, algunas de las cuales son más fuertes que otras, y que todas puedan variar con el tiempo, dependiendo del resto de cosas que ocurren en nuestra vida. Tampoco reconoce que no es un campo de juego equitativo. Por ejemplo, para quienes tenemos un historial de trauma, opresión y marginación, a menudo es duro incluso llegar al nivel del que parten otras personas en cuestiones de autoestima, redes de apoyo y acceso a recursos. Además, cada persona tiene niveles radicalmente diferentes de salud, energía y forma física.

Aparte de eso, cuando nos tratamos con dureza solemos imponernos reglas contradictorias, colocándonos en situaciones en las que resulta imposible ganar. Por ejemplo, podemos intentar complacer a todas las personas que nos rodean, aunque cada persona nos exija cosas diferentes. La amistad perfecta podría entrar en conflicto con el trabajo perfecto, la crianza perfecta con el sexo perfecto. Trabajar hasta muy tarde podría ser imposible de compaginar con ser una persona popular que socializa. Es poco probable tener suficiente tiempo libre para tener un cuerpo de surfista y también escribir un guion merecedor de un Oscar. Incluso una persona superhumana no sería capaz de realizar algunas de las tareas que nos imponemos. No es sorprendente que caigamos de nuevo en la fragilidad y tengamos ganas de abandonar, o de ni siquiera intentarlo.

Dureza hacia dentro y hacia fuera

Hay otra manera en la que tratarnos con dureza y fragilidad nos resulta perjudicial, y que tiene que ver con la relación entre cómo nos tratamos personalmente y cómo tratamos a otras personas: la idea de «quiérete antes de querer a otras personas» con la que empezamos. Si nos tratamos con dureza y fragilidad, es probable que a menudo nos encontremos tratando de la misma manera a otras personas. Como nos estamos comparando constantemente con otras personas, y tenemos tanto miedo a poder descubrir que tenemos defectos en comparación con ellas, es fácil juzgarlas y tratarlas con dureza.

De camino al trabajo me enfado por cómo se comporta el resto de viajeros apiñados en el tren. Una vez allí mataría por un descanso para poder reunirme con mis amistades y criticar a un colega que me irrita. De camino a casa me doy cuenta de que me he pasado la última hora repasando qué podría decirle a una amistad para que se arrastre pidiendo perdón, después de no haber aparecido el fin de semana.

Esta actitud tan crítica resulta muy tentadora pues nos calma a corto plazo. Cuando nos fijamos en las carencias de otras personas, no tenemos que pensar en los defectos que tememos tener. Reforzamos nuestra confianza pensando en lo mal que lo está haciendo todo el mundo. Podemos incluso llegar a encontrar maneras de convertir nuestros problemas en algo que es su culpa. Eso entraña el peligro de que tratemos mal a otras personas cuando nos ponemos como una furia y de que adoptemos aires de superioridad. Todo lo positivo que obtengamos de eso durará poco ya que, en lugar de sentirnos mejor, a menudo terminamos con más estrés y enmarañándonos más que cuando empezamos. También perdemos la sensación de tener el apoyo y la conexión con otras personas al habernos hecho tan conscientes de lo defectuosas que son.

En ese momento podríamos oscilar nuestro péndulo al otro extremo y volver a la fragilidad con otras personas: deseando su aprobación con semejante desesperación —para mostrarnos que no tenemos defectos— que nos abrimos a todo el mundo, independientemente de lo bien o mal que conectemos con esas personas o de si es una relación positiva o no. En ese momento no tenemos protección frente los comentarios crueles o desconsiderados, y podemos sentir que nos superan tanto las demandas de todas esas personas que son parte de nuestra vida como la posibilidad de que nos vean de forma negativa. Aunque nos abrimos a otras personas cuando somos así, en realidad no las estamos viendo en absoluto, porque nos preocupa más cómo nos están viendo ellas.

Valorar a las personas de formas diferentes

Esto pone el foco en un tema al que volveremos muchas veces a lo largo de este libro: la forma en que tendemos a valorar a la gente, incluyendo nuestro propio yo, de distintas maneras. Cuando tratamos con dureza a otras personas, actuamos como si fuéramos más importantes que ellas. Cuando las tratamos con fragilidad, actuamos como si ellas fueran más importantes. Parece que nos cuesta vernos como alguien con el mismo valor que el resto de las personas de nuestras vidas.

Vemos esta tensión a un nivel más amplio en la sociedad cuando nos damos cuenta de lo fácil que resulta que tratemos unas vidas como más valiosas que otras: alguien que encaja en nuestro limitado ideal de belleza vale más que alguien que no; las víctimas de una tragedia local merecen más empatía que las víctimas de una tragedia en el extranjero; a la persona que nos vende el café se le paga más por su trabajo que a la persona que recoge los granos de café, y quizá en nuestro trabajo nos pagan más que a cualquiera de esas dos. Es ese tipo de valoración desigual lo que destaca la indispensable campaña #BlackLivesMatter para poner el foco en cómo se trata a las personas racializadas como personas de usar y tirar en el sistema de justicia penal y en otros ámbitos.11

Todo el mundo participa de ese tipo de valoración desigual. Esa es una de las grandes razones por la que tendemos a individualizarlo todo. Si podemos creer que todo el mundo —y eso nos incluye— puede ser mejor si se esfuerza lo suficiente, y que cualquier problema que tengamos es culpa nuestra, no nos fijaremos demasiado en las inmensas injusticias sociales que se dan en el mundo.12

Esa hipocresía es otro tipo de fragilidad con la que tratamos nuestro propio yo, pero también usamos esas injusticias como munición para tratarnos con dureza. Despreciamos nuestras luchas como «problemas del primer mundo»13 o comparamos nuestro sufrimiento con el de otros grupos para ignorar nuestra propia tristeza o sufrimiento. Esa dureza rara vez nos motiva para hacer nada contra la injusticia, sino que nos devuelve a la fragilidad de hundir la cabeza en la arena, quizá haciendo que nos sintamos tan mal que no seamos capaces de hacer mucho para cuidarnos o ayudar a otras personas.

Volveremos más adelante a las implicaciones de estas conductas de dureza y fragilidad en nuestras relaciones, especialmente cuando reflexionemos sobre la idea de bell hooks de que son la injusticia y el hecho de darle diferente valor a según qué personas lo que hace el amor tan complicado hoy día a todos los niveles, tanto en las relaciones personales como a escala global.14

Por ahora, pensemos si existen reglas alternativas para relacionarnos con nuestro propio yo que sean menos dolorosas que las que he comentado.

reglas alternativas

Si echamos una ojeada a la lista de reglas con las que comenzamos, podemos ver que esa forma de tratarnos con dureza y fragilidad se basa en la idea de que somos un yo inmutable, un único yo. Para que pueda aplicarse el péndulo, tiene que existir un yo que pueda supervisarlo, juzgar comparando con el resto, perfeccionar (dureza) o rendirse y descuidarse (fragilidad). Como dije al principio, la idea de que eres un único yo que no cambia con el tiempo puede parecer tan obvia que cuestionarla suene raro.

De todos modos, la creencia en un yo único y permanente ha sido cuestionada de dos formas importantes que nos muestran una manera alternativa —más bondadosa— de relacionarnos con nuestro yo y con otras personas. Es la idea de que somos:

• Plurales, más que singulares.

• Personas en construcción permanente, más que estáticas.

Vamos a analizarlas una a una con un par de ejercicios.

Somos plurales, no singulares

Antes de adentrarnos más en este asunto, vamos a explorar nuestro sentido del yo en las relaciones.

Haz la pruebaYoes plurales

Escribe el nombre de cinco personas importantes en tu vida en las casillas de la hilera superior. Por ejemplo: un miembro de tu familia, una antigua amistad, colegas de trabajo, alguien que conoces de internet, alguien con quien convives. Bajo cada persona anota una x si sueles comportarte con esa persona de la manera descrita a la izquierda de la tabla. Anota una o si sueles comportarte de la forma descrita a la derecha de la tabla. Déjala en blanco si no encaja ninguna de las dos opciones.

Así, en la fila de ejemplo que he completado, me comportaría de forma extrovertida con la persona 1 y 2, con timidez con la persona 3 y 5, y ninguno de los términos encajaría con cómo soy con la persona 4. Si lo prefieres, no dudes en tachar esos ejemplos y escribir otros.

Me comporto de forma...Persona 1Persona 2Persona 3Persona 4Persona 5
...extrovertidaXXOO...tímida
...divertida...seria
...protectora...que me protejan
...que dejo que tomen el control...que tomo el control
...paciente...impaciente
...emocional...impasible
...responsable...libre
...auténtica, puedo ser yoNo puedo ser realmente yo

Fig. 2.3. Yoes Plurales.

Cuando hayas completado la tabla, reflexiona sobre los patrones de las x y las o. ¿Eres el mismo yo en cada relación?

El psicólogo Trevor Butt utilizó esta tabla en su investigación,15 pero hizo que la gente creara sus propios opuestos a derecha e izquierda de la tabla, basándose en qué tenía relevancia para cada cual. Por ejemplo, para algunas personas el opuesto de «serio» es «divertido», mientras que para otras podría ser «tonto», «juguetón», «infantil» o «inmaduro». Para algunas personas el opuesto de «emocional» es «racional», «calmado» o «frío», en lugar de «impasible». Para otras la seriedad y la emotividad no son asuntos tan importantes en su propia autopercepción, pero podrían serlo otras cosas, como cuánto cuidaron a otras personas en su relación, lo honestas que fueron o cuánto hablaban. Si te ha parecido sencillo este ejercicio, quizá quieras repetirlo creando tu propia tabla con opuestos a derecha e izquierda que sean más relevantes para ti.

Trevor y sus colegas tenían un particular interés en comparar cómo vivía la gente sus relaciones cuando podía ser «realmente ella misma»: quienes pusieron una x en la última fila. Y descubrió que esta era la categoría más importante: todo el mundo estaba de acuerdo en que era importante tener relaciones en las que se pudieran comportar cómo eran en realidad. De todos modos, lo que eso significaba variaba mucho de una relación a otra. La gente sentía que estaba siendo ella misma en relaciones en las que aparentemente se comportaban de formas opuestas. Por ejemplo, podía ser juguetona y extrovertida con una de sus amistades, pero seria e introvertida con otra. Podía ser paciente, respetuosa y protectora con su padre o madre, e impaciente, dominante con su pareja.

Puedes hacerlo con situaciones diferentes, en lugar de diferentes relaciones, pensando sobre quién eres en una reunión de trabajo, en la cama por la noche, en una fiesta, paseando con una de tus amistades o en medio de una crisis.

Sea cual sea el tipo de actividad que estemos haciendo, esto parece revelar que nuestro yo es más complejo de lo que pensábamos en un principio. Aunque todos esos yoes se sienten igual de «auténticos» —te sientes «tú» cuando estás siendo así—, parece que surgen diferentes personalidades dependiendo de las diferentes relaciones o circunstancias.

La comunidad de yoes

Se ha escrito mucho sugiriendo que, en realidad, somos plurales en lugar de singulares.16 Podría ser una buena metáfora decir que nos parecemos más a una comunidad que a un individuo: quizá como una pandilla o la tripulación de barco. Un grupo generalmente tiene objetivos comunes y puede que avance más o menos en la misma dirección. Pero se compone de varias facetas —o yoes— que tienen cualidades y capacidades bastante diferentes. Y algunas de esas personalidades son más dominantes que otras. En cada relación o situación, una faceta —o un yo— se pone al frente y el resto retrocede. Esto puede parecer muy natural y cómodo como partes nuestras a las que nos hemos acostumbrado y nos gustan, pero también puede resultar confuso y extraño cuando tenemos la costumbre de vernos como un yo único y coherente.

Reflexiona sobre estoTu comunidad de yoes

Piensa en las veces que te has reunido con tus familiares o antiguas amistades del colegio, y de repente emerge una parte de ti que casi habías olvidado: quizá el hermano o hermana que se burlaba de ti, o tu yo adolescente y torpe. Del mismo modo, podemos sentir que nos hemos estancado en una de esas personalidades cuando otras personas solo ven determinados aspectos y les seguimos el juego, por ejemplo, si quien ha venido con la grúa a recoger tu coche te trata como a una doncella en apuros, o si, tomando cervezas, te encuentras con un cliente del trabajo y actúas de forma demasiado profesional para ese contexto social. ¿Te resultan familiares estos ejemplos?

A menudo los yoes que causan problemas son los que han recibido mensajes más duros en la infancia. La teoría es que todo el mundo aprende qué facetas son aceptadas a nuestro alrededor y cuáles son rechazadas. Tendemos a reprimir o renegar de las facetas que son rechazadas. Por ejemplo, aprendemos que en casa no está bien expresar ira o portarse mal. En el colegio se nos podría acosar si se nos percibe como una persona demasiado débil y vulnerable, o con demasiada seguridad y arrogancia.

Por lo que, a menudo, intentamos limitarnos a un solo yo, o al menos a los yoes que son aceptados. La autovigilancia supone intentar monitorizarnos para que solo algunos yoes se muestren a otras personas, e incluso nos permitamos solo ver algunos de ellos. La mayoría desarrollamos un fuerte yo «crítico interno» que monitoriza, y mantiene a los yoes «inaceptables» ocultos con la dureza de la que hablé anteriormente.17 Cuando surgen los yoes con los que no estamos a gusto, intentamos eliminarlos. O nos podemos sentir horriblemente mal al estancarnos en uno de ellos, y darnos cuenta de que es alguien que también podemos ser y que quiere destruirnos por completo. Por ejemplo, podemos ser una persona borracha y babosa, un niño asustado, un toro enfurecido o una persona manipuladora y cruel.

La alternativa para evitar o intentar enfrentarse a esas diferentes facetas que tenemos es abrirse a todos los yoes que somos: cultivar la conciencia de todos ellos y la buena comunicación entre ellos. Esto puede resultar muy complicado cuando se trata de los yoes a los que tenemos miedo o que nos repugnan. Pero, paradójicamente, cuando nos enfrentamos a ellos y los escuchamos en lugar de intentar bloquearlos al otro lado de un muro bien alto, solemos descubrir que son menos aterradores o abrumadores de lo que temíamos.

Podemos llevar a cabo esa comunicación sintonizando con los personajes que aparecen en nuestros sueños o fantasías, o prestando atención a las personas que nos atraen o nos repelen en la ficción y en la vida real: probablemente reflejan facetas nuestras. Podemos hacer un esquema de los yoes de los que hemos sido conscientes, o dialogar entre nuestras diferentes facetas mediante la escritura o la representación.18

Según vamos conociendo toda nuestra pluralidad de yoes, a menudo entramos en contacto con capacidades que habíamos olvidado que teníamos y somos capaces de ser más flexibles en las situaciones en las que nos encontramos. Un poco como en la serie de televisión Sense8, en la que pequeños grupos de personas alrededor del mundo están conectadas y pueden recurrir a las habilidades y fortalezas del resto cuando las necesitan: actor, hacker, experta en artes marciales. Comunicarme con mis propios yoes me ha brindado acceso a algunas de esas partes rechazadas que pueden ser tan útiles: el yo bromista e irreverente de ágiles respuestas, el yo guerrero capaz de resistir con fuerza a los contratiempos, el yo vulnerable al que se protege. Ciertamente, me he dado cuenta de que tengo facetas que son más Gryffindor que Hufflepuf, ¡e incluso Slytherin en algunas cosas!

Volveremos a estas ideas en el capítulo 9, cuando exploremos cómo otras personas, y nuestro yo, somos plurales. De momento, piensa simplemente que quizá en lugar de conocer nuestro yo podríamos aspirar a conocer nuestros yoes.

Estamos en cambio constante, más que en estado estático

Del mismo modo que somos plurales, también somos siempre un proceso en marcha.

Haz la pruebaYo-en-proceso

Imagina que tu vida fuera un libro. ¿Qué pondría en el índice? Escribe una lista de los capítulos de tu vida. Puedes empezar desde cualquier punto del pasado que te parezca apropiado, y terminar en el presente o en el futuro. Como que te apetezca.19 Si no te gustan los libros, puedes pensar en las diferentes escenas de una película, las diferentes canciones de un disco o las diferentes fases de un videojuego.


Fig. 2.4. Mi historia.

A continuación puedes reflexionar sobre lo que has escrito: ¿por dónde empezaste? ¿Con qué terminaste? ¿Qué tipo de libro/película/disco/juego sería el tuyo? ¿Qué género? ¿Cuáles son los temas principales? ¿Quién es el autor principal? ¿Cómo sería si fuera otra persona quien escribiera sobre tu vida? ¿Hay alguna parte de tu vida que no hayas incluido? ¿Cómo sería si te hubieras centrado en eso? ¿A qué público le gustaría más o cuál sería el más crítico? ¿Cómo se titularía?

En principio, lo que esta actividad pretende mostrar es que, del mismo modo que somos plurales más que singulares, también estamos en constante cambio en lugar de ser fijos e inmutables.20 De hecho, hay muchas historias diferentes que podríamos contar de nuestras vidas. De nuevo, podemos estancarnos en una narrativa concreta, pero puede ser útil salir de ahí.

El psicólogo Kenneth Gergen21 sugiere que creamos relatos para darle sentido a nuestras vidas, a menudo comenzando desde un punto final concreto: cómo llegué a ser x, donde x podría ser cualquier cosa, de personal sanitario a ludópata, de padre a persona divorciada, de liberal a atleta de larga distancia. Nos reescribimos constantemente y nos repetimos ciertas historias para que lleguen a dar la sensación de una verdad sólida. Las narrativas populares incluyen:

• La tragedia: empezamos teniendo éxito y acabamos fracasando.

• La comedia romántica: una vida positiva se ve interrumpida por una desgracia, pero al final se restaura el orden.

• El final feliz: las cosas mejoran gradualmente.

• La trama heroica: luchamos contra una serie de obstáculos, pero al final vencemos.

¿Cómo sería tu historia, si la comenzaras partiendo de otro final, o si usaras una estructura narrativa diferente?

El sociólogo Ken Plummer22 señala que los nuevos relatos o, al menos, las variaciones de los antiguos, surgen con el tiempo y el contexto cultural, como el relato de la «salida del armario» o el de la «narrativa de la víctima». De nuevo, esas historias pueden ser útiles para dar sentido a nuestras vidas, pero también es bueno no aferrarse demasiado a ellas y que lleguen a restringir nuestro futuro. Si has tenido una «salida del armario», ¿qué aspecto tendría la historia de tu vida si te concentrases en un aspecto diferente de tu identidad? Si has sido víctima, ¿puedes contar también historias usando partes de tu vida como persona que salva a otra, como persona heroica, como superviviente o incluso la que causa el daño?

Cuando nos vemos como algo estático —que se puede fijar y mantener siempre igual— nos limitamos y restringimos. El terapeuta Manu Bazzano dice que es como llevar un cuenco al río, llenarlo de agua y luego mirar al cuenco para entender el río. En realidad, somos el río, siempre fluimos y siempre cambiamos. 23

Convertirnos en algo fijo

Otra metáfora útil es la del escritor Stephen Batchelor.24 Este sugiere que somos como el barro que da vueltas en el torno, y al mismo tiempo como la mano que hace girar el torno y moldea ese barro, siempre en movimiento y cambiante. Cuando nos percibimos en estado estático, es como si metiéramos el barro en el horno y lo fijáramos. Cuando nos convertimos en algo fijo, devenimos una forma rígida, quebradiza y frágil.

Por supuesto, deseamos volvernos algo fijo porque vivimos bajo la ilusión de que somos capaces de ser siempre la mejor persona en sus mejores momentos. Además, ser algo fijo da la sensación de ser algo cierto y controlable: esto es quien soy y así es como hago las cosas. Y si podemos presentar un yo fijo y bueno al resto del mundo, esperamos que no vean nuestros defectos. Pero como no somos algo fijo, nuestra fluida vida sigue avanzando. El yo al que intentamos aferrarnos desesperadamente ya no encaja, o surge otra de nuestras facetas y rompe ese objeto cuidadosamente fijado.

Además, convertirse en algo fijo es peligroso porque podríamos terminar fijando las facetas de nuestra personalidad que menos nos gustan, o que nos parecen más defectuosas. Si reconocemos nuestra pluralidad y fluidez, esas cosas ya no resultan tan amenazantes: sabemos que solo es una de nuestras facetas y que inevitablemente variará y cambiará con el tiempo porque evolucionamos. Solo cuando nos convertimos en algo fijo sentimos que nos han congelado y estancado en alguien que no queremos ser: esa insoportable sensación de que esto es todo lo que siempre hemos sido y lo que siempre seremos. No es cuestión de cambiar por cambiar, sino de abrirse al cambio y ser conscientes de nuestros yoes como un proceso de cambio constante.

Convertir nuestros cuerpos en algo fijo

Algo que intentamos fijar a menudo, por supuesto, es nuestro cuerpo, cuando intentamos parecernos a los ideales estéticos limitados que mencioné antes. Esto resulta especialmente doloroso porque estamos definiéndonos sobre la base de algo que, inevitablemente, va a cambiar. Incluso si tenemos la suerte de evitar accidentes o enfermedades que modifiquen nuestro aspecto de repente, no seremos capaces de evitar el envejecimiento por el que pasa todo el mundo. La forma en la que solemos tratar nuestros cuerpos —poniéndonos a dieta, forzándonos a hacer ejercicios que odiamos, deseando tener un aspecto diferente, y la cultura de los cambios de imagen— está enraizada en la idea de fijar nuestros cuerpos como objetos.

La escritora Susan Bordo dice que la mayoría de las veces vemos «el cuerpo como una agresión externa, que nos amenaza con un antiestético despliegue de carne protuberante ... Para conseguir resultados (que suelen expresarse como una erradicación completa del cuerpo; por ejemplo, “no tener barriga”) se requiere un violento asalto al enemigo».25 De esa manera, es fácil alienarse de nuestros propios cuerpos: los tratamos como algo separado que debe ser monitorizado y juzgado, controlado y perfeccionado, en lugar de una parte intrínseca —y siempre cambiante— de quienes somos.

Me encanta esta cita del libro Tongue First de Emily Jackson sobre cómo nuestro cuerpo, como cualquier otra faceta nuestra, es plural y siempre cambiante:

Algunos días mi cuerpo es el de una señora, el refugio de un ama de casa en pantalones que se pasa las tardes haciendo postres en un barrio acomodado. Mi tripa se redondea a la espera del parto y mi espalda se encorva debido a los años de labores domésticas. Otros días es frágil: puedo ver los huesos de mis manos y pies; mis piernas son delgadas; la espalda me duele; las venas azules destacan en mi piel como las de una anciana. Aún así, otros me siento como una superheroína: los muslos de músculos hinchados, hombros anchos, las venas henchidas que se convierten en parte de mi físico atlético.26

Cuando oscilamos entre el trato duro y el trato frágil a nuestro cuerpo, resulta útil vivirnos como corpóreos, o en armonía con nuestros cuerpos. A menudo tenemos esa sensación cuando estamos en acción y en movimiento; a veces, cuando estamos a solas: no nos está monitorizando nadie y podemos ensimismarnos en lo que estemos haciendo. Piensa en los momentos en que te sucede esto: si es cuando bailas en una discoteca, cuando flotas en el mar o cuando te sientas en un banco del parque. ¿Sería posible cultivar esos momentos de forma que trates a tu cuerpo cada vez menos como un objeto ajeno?

Una alternativa a la idea de aprender a quererte, con la que comenzamos este capítulo, es que podríamos aprender a amar nuestros relatos en construcción permanente. Eso supondría mirar atrás en nuestras vidas y reconocer que eso construyó lo que somos hoy día, del mismo modo que podemos mirar hacia delante y reconocer nuestro rol como quienes escriben qué va a suceder a continuación. Es complicado querernos sin convertir nuestro yo en algo fijo, y puede ser difícil aceptar realmente los diferentes yoes que somos. Pero podemos reflexionar sobre nuestro relato en construcción con todos sus altibajos, sus triunfos y tragedias, y reconocer que al menos compone una historia realmente única.

¿más allá de las reglas? aceptar la incertidumbre

Hemos visto que las reglas que-damos-por-sentadas sobre nuestro yo tienden a tratarnos como un yo único, fijo. Las reglas sugieren que debemos escrudiñar y vigilar nuestro yo para asegurarnos de que solo revela determinadas facetas. Debemos compararnos con otras personas y perfeccionarlo para erradicar todos nuestros defectos. Eso nos deja oscilando caóticamente entre esas formas duras y frágiles de tratarnos de las que hablábamos anteriormente.

En lugar de buscar reglas definitivas sobre cómo debemos ser, podríamos aceptar que esta es un área incierta e incontrolable de nuestra vida, que diferentes facetas de nuestro yo surgirán en diferentes situaciones y relaciones, y que todo el mundo varía y cambia con el tiempo. Si cuestionamos las reglas pensándonos como plurales en lugar de singulares y en cambio constante más que como algo fijo, ¿qué sucede con las formas duras y frágiles de relacionarnos con nuestro yo?

Quizá terminemos oscilando el péndulo más suavemente entre algo parecido a la bondad y la firmeza, en lugar de la dureza y la fragilidad. Cuando nos tratamos con bondad, nos decimos: «Estoy bien y debo ir poco a poco»; cuando somos firmes, decimos: «Estoy bien, y lo tengo bajo control».


Fig. 2.5. El péndulo de la bondad y la firmeza.

Te habrás dado cuenta de que, en el diagrama de dureza y fragilidad, he colocado la dureza primero y la fragilidad después, mientras que en esta versión pongo la bondad en primer lugar y la firmeza después. Lo hago porque creo que la dureza es la base de tratarnos con dureza y fragilidad. Empezamos por la dureza: intentamos forzarnos con severidad para ser como creemos que deberíamos ser. Y, o bien nos mantenemos así, cayendo en la fragilidad porque la dureza es, simplemente, demasiado dura, o nos mantenemos oscilando de un lado a otro entre ambos extremos.

En mi versión alternativa pongo la bondad antes que la firmeza porque la bondad es la base fundamental.27 Se trata de tratarnos con cariño, de reconocer que no podemos hacerlo todo en todo momento y de cuidarnos para sentirnos con la fuerza suficiente para enfrentarnos al mundo. La firmeza surge al reconocer que en la vida queremos luchar por determinadas cosas y cuando nos responsabilizamos de nuestros actos. Pero la firmeza está basada en tratarnos con cariño. Perseguimos las cosas de una forma que reconoce de qué somos capaces y cuáles son nuestros límites, y nos concede un descanso cuando lo necesitamos.

La firmeza es diferente de la dureza porque, en lugar de presionarnos hacia delante y machacarnos cada vez que fracasamos, reconoce que no existe una perfección que alcanzar. Celebra nuestros pequeños triunfos por el camino, y reflexiona cuidadosamente sobre el fracaso.28 ¿Es esto un fracaso o es una lección útil sobre nuestras propias limitaciones? ¿Quizá una demostración útil para quienes nos rodean de que nadie es perfecto?

Podemos pensar en la bondad y la firmeza como formas de conectarnos con nuestro interior, de manera que sabemos cuándo tenemos energía y voluntad suficiente para enfrentarnos a algo, y cuándo necesitamos relajarnos y recuperarnos; cuándo salir al mundo y cuándo retirarnos. Curiosamente, cuando nos tratamos así es posible que logremos hacer cosas que nos costaban al tratarnos con dureza, y que disfrutemos más del proceso. También podemos replantearnos qué es lo que consideramos importante.

Me gusta esta manera de ver las cosas porque, como hemos visto, tratarnos con dureza y fragilidad es algo que tenemos profundamente arraigado y en lo que es fácil caer. Necesitamos otra forma de hacerlo a la que sea posible aspirar y hacia la que desplazarnos de la dureza y la fragilidad. Quizá cada vez que nos tratemos con dureza o fragilidad podríamos reconocerlo siendo comprensivos y, con generosidad, dejar de hacerlo para tratarnos de una forma más bondadosa y firme.

Aquí resulta útil una metáfora de Martine Bachelor:

Imaginemos que estoy sujetando un objeto hecho de oro. Es precioso y es mío: siento que debo agarrarlo con fuerza. Lo sujeto, curvando mis dedos para que no se me caiga, para que nadie pueda quitármelo. ¿Qué sucede al cabo de un rato? No solo mi mano y mi brazo se resienten sino que no puedo usar la mano para nada más. Cuando sujetas algo, creas una tensión y te limitas.

Dejar caer el objeto dorado no es la solución. El desapego significa aprender a relajarse para estirar los dedos y suavemente abrir la mano. Cuando mi mano está completamente abierta y no hay tensión, el objeto precioso puede descansar con ligereza sobre ella. Puedo seguir valorando el objeto y cuidarlo; puedo soltarlo y recogerlo; puedo usar mi mano para hacer algo más.29

En la vida tendemos a sujetar con fuerza las cosas que queremos, y tirar las cosas que no queremos. Eso es similar a oscilar entre la dureza y la fragilidad: sujetar tan fuerte que nos duele la mano, o rendirnos y perderlo por completo. Ese objeto precioso es una metáfora útil para gran parte de lo que cubrimos en este libro: cómo tratarnos, cómo lidiar con nuestros sentimientos, cómo afrontar los comentarios que hacen otras personas sobre nuestra vida, cómo tratar a otras personas y cómo tratar las propias reglas.

Bondad y firmeza con nuestro yo

Mientras escribía este libro, intenté dejar de tratarme con dureza y fragilidad para tratarme con bondad y firmeza. Ha sido un buen aprendizaje de lo difícil que resulta. Cuando me trato con dureza, me fuerzo a sentarme y escribir, incluso si no me apetece. Me pongo fechas de entrega muy ajustadas y me regaño cuando no las cumplo. Me doy cuenta de cada cliché que empleo, de cada vez que empeoro una frase y me hago comentarios sarcásticos al respecto. El eco «¿quién te has creído que eres?» resuena de fondo; nunca se calla del todo. Mi crítica interna se transforma en colegas de la academia diciéndome que lo que digo no es lo suficientemente riguroso o teórico; alguien que suele leer libros de autoayuda diciéndome que es demasiado abstracto o amenazante; activistas diciéndome que es demasiado normativo y que no va lo suficientemente al fondo de la cuestión. Incapaz de complacer a todas esas voces contradictorias, me quedo sin palabras, me rindo entre náuseas.

Cuando esto sucede, intento empujar gradualmente la fragilidad hacia la bondad. Por supuesto, este libro no gustará a todo el mundo, pero si conecta con unas pocas personas que lo encuentran útil, entonces habrá valido la pena. No es posible complacer a todas las personas que puedan leerlo, así que buscaré mi propio equilibrio —como hace todo el mundo—. Escribir también requiere oscilar entre la bondad y la firmeza: recordarme que tengo algo que ofrecer y sentar el culo para ponerme a hacerlo.

Reflexiona sobre estoDe la dureza y la fragilidad a la bondad y la firmeza

Piensa en el día que recordaste antes, cuando reflexionabas en este capítulo sobre cómo te tratabas con dureza y fragilidad. ¿Cómo sería ese día si lo vivieras de nuevo, tratándote con cariño y firmeza? ¿Cómo podrías tratarte de forma más cariñosa? ¿Cómo podrías ser firme? ¿Cómo vivirías de esa manera la próxima hora, o lo que queda de día?

Una parte importante de vivir con bondad y firmeza estriba en aceptar que tenemos carencias en lugar de luchar contra ello. La terapeuta Emmy van Deurzen dice:

Qué alivio admitir que, en el fondo, inevitablemente tenemos carencias: qué descubrimiento reconocer que es algo esencialmente nuestro y que, lejos de ser una desventaja, es lo más importante para poder vivir humanamente ... Aceptar la imperfección y las carencias [es] uno de los primeros objetivos en la vida. 30

En cierto modo, la perfección solo puede ser alcanzada al final de la vida, cuando pasamos la última página de nuestro libro o llega el fundido a negro de la escena final de nuestra película. Lo que tenemos entonces es perfecto, porque es una historia completa. Mientras tanto, tenemos que aceptar la incertidumbre de tener carencias e imperfecciones, porque es imposible ser de otra manera, porque es de una belleza intrínseca y porque desear solucionar todas esas carencias e imperfecciones es como desear morirse, pues es el único momento en que todo deja de moverse y cambiar.

Me di cuenta de eso en el funeral de mi amigo Trevor Butt, de cuya investigación hablé antes. Durante la ceremonia, escuchamos la historia de la vida de Trevor desde su nacimiento hasta su muerte, intercalada con recuerdos de las muchas personas que le habían conocido y amado en diferentes etapas de su vida y de diferentes formas: parejas, amistades, colegas. Surgió una imagen más plena, más rica y más completa de la que nadie conocía. Por primera vez podíamos ver todos los yoes diferentes que Trevor había sido en todas sus diferentes relaciones, al mismo tiempo que daba la sensación de una historia completa de principio a fin.

También dejaba claro cómo la vida es una serie de nacimientos y muertes, según van naciendo partes nuestras y otras se van perdiendo. Por ejemplo, ciertas versiones de Trevor aparecieron cuando colaboró en diferentes libros. Y ciertas versiones de sí mismo desaparecieron cuando dejó de trabajar como terapeuta, cuando publicó su último libro y cuando se retiró.

Todo esto comienza antes de que nazcamos, quizá cuando nuestras abuelas y abuelos comienzan a imaginar a su descendencia teniendo descendencia, o incluso cuando un ancestro imagina su impacto en futuras generaciones. Y termina mucho después de que hayamos muerto, porque continuamos en la memoria de otras personas y en el impacto que hemos tenido en sus vidas y las vidas con las que entran en contacto, del mismo modo que tu vida ahora está entrando en contacto con la de Trevor a través de la mía.

Cómo hacer el cambio

Cambiar de la dureza y la fragilidad a la bondad y la firmeza no es algo fácil. Es importante darnos tiempo para practicar, de modo que se vuelva más fácil y se convierta en un hábito. Después de todo, hemos estado practicando durante años y años a tratarnos con dureza y fragilidad. Volveremos a caer en esos antiguos patrones a no ser que creemos un patrón diferente y sigamos practicándolo hasta que sea tan habitual como el anterior.

En el último capítulo de este libro introduzco varios tipos de prácticas que pueden serte útiles para ser una persona bondadosa y firme, en lugar de tratarte a ti y a otras personas con dureza y fragilidad. Si quieres, puedes saltar a ese capítulo ahora, para hacerte una idea aproximada. Otra opción es leer antes el resto del libro, lo cual te ayudará a ver cuáles son los cimientos de esas ideas en términos de relaciones: cómo pensamos sobre el amor, cómo tenemos sexo, cómo nos relacionamos con nuestro género y de qué forma tenemos conflictos, nos comunicamos y nos comprometemos mutuamente. Ten presente también la idea de que somos plurales y en constante desarrollo. Comprobaremos que aceptar que somos así nos ayuda a aceptarlo en otras personas, lo cual es fundamental en todos los aspectos de las relaciones.

Resumen

¿En qué han quedado esas reglas-que-se-dan-por-sentadas sobre cómo nos relacionamos con nuestros yoes, ahora que hemos llegado al final de este capítulo?

• Somos un yo fijo que no cambia con el tiempo. Somos muchos yoes y siempre estamos cambiando.

• Este yo tiene carencias de algún tipo. Nuestra cultura individualista intenta convencernos de eso para vendernos cosas, por lo que vale la pena cuestionar esa forma de pensar modificando la dureza y la fragilidad por la bondad y la firmeza.

• Debemos monitorizarnos cuidadosamente para asegurarnos de que no mostramos esas carencias a nadie más. Mostrar nuestra vulnerabilidad puede ser el mayor regalo que podemos darnos y podemos dar a otras personas.

• Debemos esforzarnos en perfeccionarnos y corregir nuestros defectos. Todo el mundo es imperfecto y no pasa nada. En lugar de intentar perfeccionarnos, podemos conectar con cómo somos ahora, sabiendo que cambiaremos una y otra y otra vez.

En el siguiente capítulo comenzaremos a ver con más detalle nuestros patrones relacionales, y cómo pueden herirnos y herir a otras personas cuando se fijan o nos estancamos en ellos. El trato bondadoso y firme que hemos explorado en este capítulo resulta vital para este tipo de autoexploración, porque significa que podemos ocuparnos de nuestro yo con la honestidad suficiente para evidenciar nuestros patrones, y con cariño suficiente para observarlos sin martirizarnos.31

Haz la pruebaTus reglas respecto a ti

Antes de seguir, reflexiona un poco más acerca de tus reglas sobre cómo te relacionas contigo. Generalmente, ¿cómo te ves? ¿De qué manera tiendes hacia el trato duro o frágil?

Haz un plan para ser más una persona bondadosa y firme mientras lees este libro y comprueba cómo te funciona:

• Piensa en algo pequeño y cuidadoso que puedas hacer por ti todos los días.32

• Imagina cómo comenzar y terminar cada día de forma firme y bondadosa.

• Piensa en cómo vas a interactuar con el resto del libro de forma que sea bondadosa también contigo.

1. Puedes leer más sobre esa sensación de carencia en Majid, B. (2008). Ending the pursuit of happiness. Wisdom.

2. Dachis, A. (2011). «How advertising manipulates your choices and spending habits (and what to do about it)». Lifehacker, 25 de julio de 2011. [Disponible online]

3. Si no conoces esos problemas, echa una ojeada al activismo contra la gordofobia como: Cooper, C. (2016). Fat activism. HammerOn Press; y varios de los excelentes proyectos de Stacy Bias en stacybias.net/project-list.

4. Estas ideas se exploran más en profundidad en varios libros:

Botton, A. (2004). Ansiedad por el estatus. Taurus.

James, O. (2007). Affluenza. Vermilion.

Naish, J. (2008). Enough. Hodder and Stoughton.

5. Estos libros ofrecen interesantes reflexiones sobre esa tendencia: Ronson, J. (2015). Humillación en las redes. Ediciones b. Schulman, S. (2016). Conflict is not abuse. Arsenal Pulp Press.

6. Gill, R. y Elias, A. S. (2014). «“Awaken your incredible”: Love your body discourses and postfeminist contradictions». International Journal of Media & Cultural Politics, 10 (2), pp. 179–188.

7. McNamara, B. (2017). «People react to women saying “I know” to compliments». Teen Vogue, 16 de mayo de 2017. [Disponible online]

8. Si quieres saber más sobre ansiedad y depresión, las principales teorías y terapias actuales están cubiertas en el libro de Barker, M., Vossler, A. y Langdridge, D. (Eds.) (2010). Understanding counselling and psychotherapy. Sage Publications.

9. He escrito más sobre este tema en rewriting-the-rules.com/self/mindfulness-aint-way.

10. Lammot, A. (2014). Pájaro a pájaro. Ilustrae.

11. La película de 2017 Get Out es una metáfora aterradora de esto. Para un análisis más en profundidad, recomendaría Eddo-Lodge, R. (2017). Why I’m no longer talking to white people about race. Bloomsbury.

12. Puedes leer más sobre este tema en mi zine sobre mindfulness social en rewritingtherules.files.wordpress.com/2015/07/socialmindfulnesszine.pdf.

13. Poole, S. (2015). «Why the phrase “first world problem” is condescending to everyone». The Guardian, 2 de octubre de 2015. [Disponible online]

14. hooks, b. (2000). All About Love: New Visions. Harper Perennial. [Existe una versión en español descatalogada]

15. Puedes leer sobre este estudio en Butt, T. (2004). Understanding People. Palgrave Macmillan.

16. Recomendaría encarecidamente:

Rowan, J. (2013). Subpersonalities: The people inside us. Routledge; y Stone, H y Stone, S. (2014). Manual del diálogo de voces. Eleftheria.

17. Stone, H. y Stone, S. (2011). Embracing your Inner Critic: Turning self-criticism into a creative asset. HarperCollins.

18. Puedes encontrar más sobre diversas formas de comunicarnos con nuestros yoes en Barker, M.-J. (2017). Plural Selves. [Disponible online]

19. Este ejercicio lo he tomado de Neimeyer, R. A. (2007). Aprender de la pérdida: Una guía para afrontar el duelo. Paidós.

20. Spinelli, E. (2005). The Interpreted World: An Introduction to Phenomenological Psychology. Sage Publications.

21. Gergen, K. J. (2017). El yo saturado: Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo. Paidós.

22. Plummer, K. (1995). Telling Sexual Stories: Power, Change and Social Worlds. Routledge.

23. Bazzano, M. (2009). «Brave new worlding». Existential Analysis, 20 (1), pp. 9–19.

24. Gran parte de este capítulo está basado en el libro de Batchelor, S. (2008). Budismo sin creencias: guía contemporánea para despertar. Gaia.

25. Bordo, S. (1990). «Reading the slender body». Incluido en M. Jacobus, E. Fox Keller y S. Shuttle-Worth (Eds.), Body/politics: Women and the Discourses of Science. Routledge, pp. 83–112.

26. Jenkins, E. (1999). Tongue First: Adventures in Physical Culture. Virago, p. 7.

27. Chödrön, P. (1999). Cuando todo se derrumba: Palabras sabias para momentos difíciles. Gaia.

28. Se pueden leer brillantes reflexiones sobre esto en:

Chödrön, P. (2014). Fail, Fail Again, Fail Better. Sounds True; y Goldberg, N. (2005). The Great Failure. HarperOne.

29. Batchelor, M. (2003). Meditar para vivir. Gaia.

30. Van Deurzen, E. (1998). Paradox and Passion in Psychotherapy: An Existential Approach to Therapy and Counselling. Wiley, p. 13.

31. Puedes leer más sobre empatía y honestidad en rewriting-the-rules.com/conflict-break-up/kindness-and-honesty-can-we-have-one-without-the-other.

32. Hay muchos más ejemplos en este zine: rewriting-the-rules.com/self/hell-yeah-self-care.

Reinventa las reglas

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