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Capítulo 2. El problema del perdón: el ser humano

La definición del perdón con la que se concluyó el capítulo uno, a primera instancia, satisface. Vista de nuevo, trae algunos problemas respecto a sí misma, de los cuales se destacan:


1. La definición es muy idealista. El perdón no funciona de esa manera. Es usual que siempre se ausente más de un elemento: alguna de las partes no quiere reconocer la ofensa; a veces, no se pide perdón; otras veces no se perdona. También se da un perdón político sin que realmente sea sincero y haya arrepentimiento: busco que se restablezca la relación, pero no me importa el otro ni lo que haya sentido.

2. ¿Existen más elementos para el perdón? ¿Sobran elementos? ¿Qué sucede con el perdón si no se pueden cumplir todas las partes? La naturaleza del perdón sigue siendo muy oscura. Las partes todavía no están profundizadas ni explicadas a mayor detalle.

3. ¿Qué sucede si perdono y la persona sigue cometiendo los mismos actos? Este problema es muy común. Puede existir arrepentimiento genuino, pero también la incapacidad de evitar cometer los mismos actos. El problema es que se va perdiendo confianza y credibilidad en la otra persona. El perdón va perdiendo su fuerza y la relación no se restablece, se daña más.

4. ¿Cómo puedo enseñarle al otro sobre el perdón? Hay gente orgullosa que se rehúsa a pedir perdón. Considera que es indigno humillarse y quedarse a la merced del otro. ¿Cómo puedo seguir adelante ante una ofensa que el otro no quiere reconocer, ni siente compromiso respecto a mí?


Estos son algunos problemas, pero no son los únicos que se pueden encontrar respecto a la definición. Considero que son los más relevantes para la materia en discusión. Salvo el segundo punto, aunque es debatible; los demás comparten algo en común: el fallo se da por el ser humano y sus relaciones.

Los seres humanos complicamos las cosas de más. A veces la solución es simple en teoría, pero al momento de ponerlo en práctica muchos obstáculos provocados por el humano aparecen. El caso del perdón no es ajeno a este problema. En gran parte la razón por la cual mucha gente no perdona o es perdonada es obvia en un principio. El orgullo, el dolor, el rencor, la humillación, la agresión, entre otros, impiden que simplifiquemos el proceso del perdón. No es tan sencillo como uno creería.

Hay más de lo que uno piensa a primera instancia. Cierto es que el ser humano impide y obstruye el ejercicio del perdón en su plenitud, pero ¿por qué lo hace? ¿Qué es lo que impide dentro del hombre que se lleve a cabo? ¿Qué es lo que nos hace tan complicados para que compliquemos las cosas? Examinar la naturaleza humana ayuda a obtener algunas respuestas.


El ser humano y su anatomía psíquica


El hombre puede ser dividido físicamente. «Esto es un brazo. Esto es una pierna. Esto, una mano». Podría decirse que algo parecido puede hacerse con el alma (psique) humana. «Estos son los sentimientos. Esto es la imaginación. Esta, la razón».

Esta «división» que se hace a la psique humana permite que la entendamos mejor. Nos da nombres, circunstancias y relaciones que ayudan a explicar aspectos que sin ellos resultarían ajenos. Existen diferentes teorías que dividen de diversas formas al alma humana e intentan explicarla. Podría exponer todas las diferentes teorías que conozco. Sin embargo, la teoría que utilizaré es una visión antigua: los tres estados del alma. Esta teoría me permite relacionar la naturaleza humana con la dificultad del perdón.

De acuerdo con Platón (en su libro La República) y otros filósofos de antaño, el alma humana tiene tres estados: logistikon (la razón), thymoeides (la irascibilidad) y epithymethikon (el apetito). Cada uno de estos estados permite entender las contradicciones internas que existen dentro del hombre. En ocasiones nuestras emociones, pensamientos e inclinaciones se confrontan entre sí generando conflictos internos.

Yo puedo sentir el deseo de comer un chocolate por antojo (el apetito), pero, a la vez, sentir el deseo de no hacerlo (la razón) porque comprendo que ya comí cuatro con anterioridad y si como el quinto, mi estómago sufrirá. Alguien puede sentir el impulso de tomar unas papas de un supermercado (el apetito), pero a su vez el impulso de no hacerlo (la razón) porque lo que cree justo y no lo hace.

Este tipo de contradicciones las experimentamos constantemente dentro de nosotros. Pero no podemos vivir en conflicto. Es bastante desgastante y nos hace sufrir. Normalmente, siempre nos decantamos por uno u otro con la finalidad de terminar el conflicto. Eso implica que, en ocasiones, lamentemos la decisión que tomamos por las consecuencias que se generan que en retrospectiva pudieron haber sido obvias y visibles para evitarse. Yo le regreso el golpe a alguien que me pegó primero porque, de forma impulsiva, quería hacerlo; después de un tiempo siento culpabilidad porque no deseaba hacerlo.

Tenemos entonces dos conflictos iniciales en la persona. Por una parte, tenemos el conflicto de deseos e impulsos: Tengo hambre y quiero comer. Por otro, tenemos el lamento que en ocasiones se da después de la decisión (el famoso «hubiera hecho esto…»): No tenía hambre, pero tenía antojo y le hice caso a mi antojo. Las partes encargadas de estos conflictos son la razón y el apetito. Hay una tercera parte que funge como un intermedio entre las dos, la cual es jalada de acuerdo con la parte que se actúe.

Cada parte del alma tiene su objeto de deseo. La razón se encarga de siempre buscar la verdad y amarla. El apetito se encarga de desear lo más inmediato. La irascibilidad tiene el papel de actuar como un intermedio entre ambos. Cada una desea algo diferente que provoca que se tengan deseos encontrados. Visto en un esquema, las partes del alma quedarían de la siguiente forma:


Alma tripartita de Platón
Partes del almaDesea
RacionalVerdad
IrascibilidadAutopreservación
ApetitoInstintos básicos

¿Por qué deseamos? ¿Por qué cada parte del alma tiene un deseo diferente que puede chocar con otro? El deseo nos mete en problemas porque siempre está presente. Para poder aprender a ponderar deseos y decidir mejor respecto a estos, se requiere explicar su naturaleza.


El deseo


El alma en sí no está dividida en partes. Es un recurso analógico utilizado para comprenderla mejor. Sin embargo, lo que se obtiene de estas partes del alma es que todas desean algo. El deseo es algo natural, no solo para el humano, sino también para los animales y plantas. Incluso puede decirse que el cosmos en general desea también. Todos desean algo.

Resumido a grandes rasgos, deseamos porque estamos incompletos y buscamos completarnos. Necesitamos eso que nos falta para seguir existiendo. Este completarse no solo puede ser entendido como añadidura, sino también como resistencia. No nos da solo hambre, también nos dan antojos. Estamos bajo un desgaste continuo y el deseo es nuestro motor para preservarnos. Por eso todo se mueve.

El deseo se encuentra en todo. Sin embargo, hay diferentes tipos o grados de deseos. No es lo mismo el deseo del mundo no animado al animado (no corresponde por el momento tratar sobre el deseo no animado). El deseo animado, por su parte, tiene diferentes grados. Están los deseos primarios o inmediatos: la alimentación, crecimiento y reproducción; los secundarios o intermedios como locomoción, sensación y apetitos; y los terciarios o abstractos: el deseo del deseo, la verdad, el bien.

Cada deseo es diferente en cada organismo vivo de acuerdo a su complexión. No todos los seres vivos desean por igual. El filósofo Aristóteles (en el libro De Anima) atribuye los deseos primarios a las plantas, los secundarios a los animales y los terciarios a los hombres. Los deseos no se encuentran tan tajantemente definidos, a veces se extrapolan, pero sí se pueden reconocer con facilidad. El último tipo de deseo, el terciario, en su grado más alto, es exclusivo del ser humano. Corresponde ahora inspeccionar en qué consiste el deseo abstracto.


El deseo y las relaciones humanas


El ser humano se distingue de los demás animales por el nivel de complexión de su deseo. Además de poseer los deseos primarios y secundarios, el ser humano posee los terciarios, desea el deseo y la verdad explícitamente. Esto no significa que los demás animales no tengan este tipo de deseo. Lo tienen, no cabe duda, pero en un grado mucho menor.

¿Por qué sucede esto? Una respuesta es decir que sucede por evolución. Esta respuesta no abarca todo porque, finalmente, solo contesta en sentido descriptivo. Nos va detallando el proceso. Nuestros organismos se van acomplejando y con ello sus deseos. No explica realmente por qué sucede esto. Por lo pronto partiremos de que esta suposición es evidente. Utilizaré la exposición que da el filósofo Hegel respecto al deseo.

Según Hegel, el ser humano es tan complejo que «desea el deseo» (esto se encuentra en su exposición de la dialéctica del amo y el esclavo, un apartado de La Fenomenología del Espíritu). El «deseo del deseo» básicamente consiste en el reconocimiento. Los seres humanos buscamos ser reconocidos por otros seres humanos. Es natural. Es más natural que busque ser reconocido a reconocer al otro.

Que seamos reconocidos, confirma que existimos. Hay una frase atribuida al filósofo Berkeley, pero que es más antigua (se puede rastrear desde el pensamiento oriental): «si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido?» Es decir, si no percibimos algo, ¿existe? Parece obvio contestar que sí y que es independiente de nosotros. Pero realmente uno mismo asegura, hasta cierto grado, la existencia de algo hasta que lo percibe con alguno de sus 5 sentidos: «ver para creer».

De la misma forma, para que estemos seguros de que existimos y quiénes somos, necesitamos alguien que nos perciba. Deseamos que el otro nos desee, así nos reafirmamos. Es algo natural y no está mal. El problema se encuentra en la búsqueda desmedida del reconocimiento y en no reconocer al otro. Ciertamente, el mundo actual y las herramientas1 que nos ofrecen pueden problematizar este asunto (siempre hay que recordar que las herramientas son amorales; su uso, no).

Todos buscamos ser reconocidos antes que reconocer. Algunos incluso nos olvidamos de esto último. Si todos buscamos ser reconocidos antes de reconocer (o nunca reconocer), surgen problemas. Se crea una tensión, una lucha de poder. Es yo contra el otro. Quiero que el otro me reconozca, lo necesito. No me importa reconocer al otro, solo quiero ser reconocido. El problema es que el otro siente y piensa lo mismo.


«Hasta que me escuchen, escucharé».


«Hasta que me vean, veré».


«Hasta que me hagan caso, haré caso».


«Hasta que me pongan atención, pondré atención».


«Hasta que exista, existirá el otro».


«Primero tiene que ceder el otro, después, tal vez, cederé yo».


«Hasta que me perdonen, perdonaré».


Es natural que pensemos y actuemos de esta forma. También es natural que no lo tengamos presente de primera instancia. No somos conscientes que actuamos así. Sin embargo, si no volvemos consciente nuestra predisposición a ser reconocidos, entramos en una lucha constante de sometimiento del otro.2 Busco que me reconozca y lo obligo a que lo haga. Tal vez, le gano y, por tanto, la otra persona termina reconociéndome, mientras que yo no lo reconozco. El otro me desea, pero yo no lo deseo. No obstante, eso no significa que el otro deje de desear que yo lo desee, no deja de querer ser reconocido. Eventualmente, según Hegel, caemos en un aletargamiento cuando logramos que el otro nos reconozca. Cambian las relaciones cuando nos damos cuenta de esta predisposición. Adquirimos libertad y perspectiva.

Nos damos cuenta que el primer paso para la comunicación (y el perdón) consta en reconocer al otro primero, antes que buscar ser reconocidos. Todos tenemos algo que decir, pero si todos hablan al mismo tiempo, nadie será escuchado. Por eso, una vez que soy consciente, decido escuchar antes que ser escuchado. Me doy cuenta que seré escuchado con el tiempo y que el orden no es tan relevante.

¿Qué es lo que cambia con este pequeño detalle? Todo. La comunicación mejora porque visualizamos al otro y a los mensajes, no solo a nosotros mismos. Ya no hay un primer obstáculo, una primera confrontación que frene y condicione la comunicación. Puedo transmitir mejor mi mensaje y entender el mensaje del otro.

¿Por qué hacemos caso a nuestros deseos? ¿Por qué no es natural que los meditemos y ponderemos?

El deseo existe por una razón. Deseamos porque no estamos completos y requerimos de algo más para poder serlo. Si estuviéramos completos, si fuéramos suficientes, no tendríamos deseo, ni si quiera tendríamos que movernos. Sin embargo, estamos incompletos.

El deseo es tan poderoso que, si no se le atiende, aparece el dolor. Si yo no como cuando tengo hambre, me dolerá el estómago. Si no duermo cuando tengo sueño, mi cuerpo dolerá. Si no gano la competición para la cual estaba entrenando, doleré. Si no adquiero el trabajo que quiero, doleré. Si no me perdonan cuando pido perdón, doleré. Si no me piden perdón cuando lo necesito, doleré.

El dolor está en todas partes. Es el producto de la falta de adquisición de algo, de no cumplir un deseo. Cumplimos nuestros deseos lo más rápido posible para deshacernos del dolor. Vivir en dolor es insoportable. No lo pensamos, buscamos terminar el dolor lo antes posible.

Empero, el deseo no es la única forma por la cual se da el dolor. El dolor también se da por el exceso de cumplimiento de un deseo. No solo me duele cuando tengo hambre y no como, también me duele cuando como más de lo que mi hambre pedía.

En sí, el deseo es provocado por el dolor. Es una falta de algo y hasta que lo obtenga no cesará el dolor. Ahora, esta no es la única causa de dolor. El dolor también es provocado cuando ese deseo lo satisfacemos de más. Comer de más, dormir de más, hacer ejercicio de más. No atender el deseo provoca dolor, pero atenderlo de más también lleva al dolor.

Dado que el ser humano experimenta diferentes tipos de deseo, entonces experimenta diferentes tipos de dolor. Cada uno exige algo que, hasta que no se obtenga, adolece. Somos jalados por diferentes corrientes al mismo tiempo. El cuerpo desea unas cosas; el alma, otras. Necesito satisfacer mis deseos para dejar de doler. El problema es que empiezan a entremezclarse deseos. El cumplimiento de un deseo hará que otro no se cumpla. El dolor persistirá.

Esto sucede aun sin considerar a los otros humanos. Cuando aparecen los demás se complica más el asunto. Se añaden más deseos que entran en conflicto entre ellos. Por un lado, podemos desear lo mismo diferentes personas y generar un conflicto de intereses: «Todos tenemos hambre y deseamos comer, pero sólo hay una manzana. Surge conflicto por saciar el hambre». Por otro lado, mi deseo puede afectar a otra persona si se cumple: «Tengo hambre y como un pedazo de pastel que estaba en el refrigerador. Resulta que ese pedazo era un regalo para alguien más».

Sin duda, bajo este esquema se facilita el rastreo de una fuente productora de ofensas. El choque de deseos o las afecciones del cumplimiento de un deseo pueden afectar a otras personas negativamente. Aquí es donde aprender a ser conscientes sobre nuestros deseos ayuda a evitar ofensas. Nuestra mejor herramienta es el medir y pesar deseos. No todos los deseos tienen que cumplirse porque no nos afectan de la misma manera. El dolor no es el mismo. Existe un esquema por parte de una corriente filosófica que ayuda a tener los deseos presentes y permite deliberar mejor sobre ellos.

De acuerdo con los epicúreos existen tres tipos de deseos: los deseos naturales y necesarios; los deseos naturales y no necesarios; y los deseos no necesarios y no naturales.

Los deseos no naturales y necesarios no existen, dado que todo deseo que requiera cumplirse para sobrevivir ya es natural.

Los deseos naturales y necesarios son aquellos deseos que son parte de nuestra esencia, y si no los cumplimos, ponemos en peligro nuestra vida. Algunos de ellos son comer, dormir, beber agua, buscar un refugio, mantener estable la temperatura corporal, entre otros.

Filosofía del perdón

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