Читать книгу El trabajo de los ojos - Mercedes Halfon - Страница 14
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Los lentes en mi familia siempre fueron gruesos. Los que usaba mi abuela materna eran verde oscuro, unos Cat Eye dentro de los cuales se perdían unos minúsculos ojos celestes. Su hija, mi madre, fue estrábica. Hay una foto coloreada de ella a los tres años. Lleva un vestido corto rosa, su cuerpito en diagonal apoyado sobre un brazo contra la pared. La imagen es encantadora, especialmente los anteojos. Redondos como los de Gandhi y de marco grueso. Adentro se ven los ojos mirándose entre sí, profundamente.
Algunos años después de esa foto, a mi madre la operaron del estrabismo. Fue a principios de la década del cincuenta en el aula magna del Hospital de Clínicas. Cuando la llamo para saber más detalles del momento, la encuentro con faringitis. Un hilo de voz llega desde el otro lado de la línea. Le digo que no hable, que puedo llamarla en otro momento, pero insiste en que le diga lo que quiero saber. Me embrollo en una larga pregunta sobre sus sensaciones visuales, su visión doble y si recuerda un cambio notable después de la cirugía, algo así como una iluminación. Estruendoso ataque de tos. Alcanzo a oír el nombre del doctor Bernasconi Kramer y el dato de que dio cátedra con su cirugía. Agrega que en el posoperatorio estuvo varios días con los ojos vendados. Como si hubiera tenido que olvidar el impacto de la operación. El relato va quedando silenciado por su tos, hasta que cortamos.
No debe haber sido una experiencia fácil. Pero no quedaron rastros de la enfermedad. Solo esta imposibilidad para relatarla, como los hombres que volvían enmudecidos de la guerra. Exagero, pero me preocupa, tengo que visitarla pronto. Mi hermano mayor y yo heredamos su desviación. Mi hermano se operó y se corrigió el estrabismo. Yo no me operé y no quedé bien, pero, tal como anticipó Balzaretti, la cirugía hubiera sido peor.