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ОглавлениеTRATADO DE OFTALMOLOGÍA PARA INICIADOS.
Por Estrella de Diego
El texto empieza sin rodeos, con un acontecimiento en principio intranscendente: la muerte de Balzaretti. Balzaretti es el oftalmólogo de la protagonista quien, además, escribe el texto en primera persona, a modo de ejercicio autobiográfico, estableciendo un territorio ambiguo con la voz de la propia autora. El estilo directo a partir del cual se anuncia esa muerte inesperada, vital para la historia por otra parte, se contamina rápido con un diccionario de enfermedades oculares descritas en forma casi de tratado, prodigiosa mezcla de géneros y estilos cancelados y quebrados a lo largo de las páginas. Desde ese mismo momento los ojos dejan de presentarse como las maneras de ver y se convierten en las maneras de tantear; maneras de buscar fórmulas alternativas de visión y sus posibles genealogías más allá de las posibilidades —en el fondo limitadas— de la retina y sus simetrías.
Así, a lo largo de la lectura de este texto inesperado, extraño y lúcido, van apareciendo sin remedio, en la trastienda de la retina, en su escotoma —su punto ciego—, fantasmas impertinentes del pasado: todos con gafas. Son las viejas imágenes de los hombres y mujeres ilustres que han pasado a la historia retratados con sus anteojos —desde Benjamin hasta Sartre, Mahler o Federica Montseny—, si bien, hasta ahora, no nos hubiéramos dado cuenta de la importancia de ese objeto en su rostro y hasta en su historia.
Es uno de los puntos más inquietantes del texto de Mercedes Halfon: dirigir toda la atención hacia el ojo, entendido en su caso como formas distintas de ver, instigadas por el estrabismo que sufre la protagonista desde niña. Un estrabismo que dirige cada instante de su vida adulta en busca de una mirada homologada, la que en apariencia tienen todos los demás; la que, tontamente, se da por hecho, quizás porque, hasta la aparición de la presbicia que nos iguala a todos en las enfermedades de la vista, son menos los que llevan gafas que los no las llevan.
Esa noción de la «normalidad» asociada con frecuencia a los ojos se trastoca por completo en este relato divertido y sorprendente; con un toque de parodia en tanto que se distancia del acontecimiento. Desde ahí se construye una curiosa narración a fragmentos y repleta de asociaciones múltiples que van sesgando la historia hacia modos otros de narrar. El lector cómplice no tarda en darse cuenta: es la escritura como tanteo. Porque la escritura se hace de pronto estrábica y esa bizquera repentina ofrece maneras opcionales de replantear la narrativa.
La prosa, sincopada y a ráfagas, recuerda a veces un diario —eso que en la escritura autobiográfica se ha
dado en llamar «confesional»—. O se convierte sin previo aviso en la entrada de una enciclopedia, un poema en prosa, una nota de recordatorio escrita en un pósit amarillo, las páginas arrancadas de una crónica; alusiones cultas a Borges —el ciego que veía sin la vista—, a los inventores de las gafas, a algunos bizcos célebres, a las ilustraciones sofisticadas de las portadas de Oftalmológica —desde collage y cubismo hasta Xul Solar—, una revista que si no hubiera existido, debería haberlo hecho en la consulta de cualquier oculista. Y además hay citas a películas como City Lights de Chaplin, otra vez modos otros de ver.
El libro tiene algo de guion cinematográfico. No. Son más bien los bocetos para futuros capítulos de una serie. Otro giro más y, apuesta de Houdini, el texto se diluye en una lista de especialidades médicas, un tratado de oftalmología para iniciados que desde sus primeras páginas recurre a términos que solo los que comparten problemas en la vista conocerán con la precisión impúdica de la narradora.
Desde luego, El trabajo de los ojos es un malabarismo de escrituras en el cual, sin perder jamás ese estilo directo y sin angustia donde podría haberla de partida, cada género literario se escapa al anterior y del siguiente. Es una forma de crear prestidigitaciones en las divergencias, maniobras estrábicas —se advertía— que reproducen un truco con los ojos desincronizados de la protagonista.
Esa prosa —y la mirada paralela, alternativa—, que fluctúa entre la precisión enciclopédica y la «escritura de la confesión», está salpicada de una ironía desarraigada que recuerda a la alta precisión y la asepsia asociada a la tarea del oftalmólogo, la especialidad médica que parece tratar más con lo evanescente que con la materialidad. Y al recorrer las páginas, regresa a la memoria la exploración del oftalmólogo, cuando establece con sus pacientes la inusitada especularidad de un ojo que mira a otro ojo. Ojos puros que se reflejan uno en otro. Mirar al que mira, como las fotos que el chileno Juan Downey sacara a unos Yanomani mientras, a su vez, le miraban a través del objetivo prestado de una cámara fotográfica.
Tal vez por la asepsia que implica el trabajo del oftalmólogo, hay instantes en que su figura y su papel se confunden con los de un psicoanalista. Es más, todo lo relativo a la construcción del sujeto, tanto en Freud como en Lacan, debe forzosamente pasar por la mirada, desde el fetichismo hasta el estadio del espejo. Quizás, como comentara Freud a través de la historia de Lady Godiva —quienes la miraran se quedarían ciegos—, el acto final del voyeur y del narcisista debe ser por fuerza perder la vista. Frente a la escopofilia —no poder dejar de ver—, la escotomización, lo que el campo de la oftalmología denomina visión parcial, distorsionada o periférica y que el maestro de Freud, Charcot, achacaba a las histéricas.
Bien visto, el oftalmólogo y el psicoanalista —cada uno a su manera—, aspiran a abrir los ojos de los pacientes, incluso a tratar de homologar las miradas o, al menos, a corregir las diferencias de visión y sus patologías. Tal vez por este motivo, el tratado de oftalmología para iniciados de Mercedes Halfon, salpicado con listas de discapacidades visuales, de especialidades médicas, de curiosidades clínicas y comentarios cultos, tiene un final feliz, una deliciosa sorpresa que nadie hubiera podido imaginar, un cambio de rutina para esos ojos descentrados que de pronto encuentran una nueva posibilidad de centro. Pero no voy a contar más. Apliquen sus ojos a la lectura y déjense mirar por este texto híbrido, a momentos desconcertante, que es lo mejor que se puede decir sobre un texto.
Madrid, junio 2019