Читать книгу El trabajo de los ojos - Mercedes Halfon - Страница 15
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A pesar de que hay una predisposición genética, en mi familia se dan grandes discusiones acerca de cómo empecé con el estrabismo. Yo no nací así. Mi abuela sostenía que el ojo se me había movido hacia adentro a raíz de una caída por las escaleras, en medio de una reunión familiar. Era una historia de mi abuela, que leía permanentemente novelas de suspenso y amor. Las terminaba, conseguía otras y seguía leyendo. Iba de Sidney Sheldon a Manuel Puig sin conflictos, porque su prioridad era leer historias entretenidas. Sentada con las piernas cruzadas detrás de sus anteojos de Gatúbela, tomaba a alguno de nosotros de rehén y arrancaba el relato.
La familia estaba distraída brindando por la vuelta de la democracia. Uno de mis tíos puso en el tocadiscos la marcha peronista, tanto tiempo acallada. Las copas se llenaron de vino, se alzaron, chocaron, gotearon sobre el mantel. Todos cantaban de pie al mismo volumen con que venían hablando, sin escucharse entre ellos. Amortiguado por la euforia de la casa se filtró el llanto de una beba que rodó por las escaleras. Ella, mi abuela, es la que intuyó algo raro, bajó despacio agarrada de la baranda de madera y me vio: llorando y bizca para siempre.
Yo no tengo el más mínimo recuerdo.