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ОглавлениеSiete promesas
¿Alguna vez ha intentado contar las estrellas?
El astrónomo grecorromano Claudio Ptolomeo, que vivió en Alejandría, Egipto, en el siglo 11 a. C., fue el primer científico en catalogar las estrellas visibles en el cielo nocturno. Su libro Almagesto, traza la posición de 1022 estrellas, todas las que Claudio Ptolomeo podía ver.
Casi mil cuatrocientos años después de Claudio Ptolomeo, el astrónomo danés Tycho Brahe, descubrió un error en la obra de su colega, y decidió hacer un registro nuevo y más preciso de las estrellas. Tycho fue una paradoja andante, un científico con una mente disciplinada y lógica, que también fue conocido por sus extremos emocionales. Como estudiante universitario, se enfureció por un comentario que hizo su primo, y combatieron en un duelo de espadas en la oscuridad. El primo dio un golpe que arrugó la frente de Tycho y le cortó la nariz, y Tycho usó una nariz hecha de latón por el resto de su vida.
Tycho comenzó a registrar sus observaciones nocturnas de las estrellas en 1563. El telescopio aún no se había inventado, pero él usó los aparatos de medida más precisos de su era para trazar la posición exacta de cada estrella visible. Completó su registro de mil estrellas en 1597, treinta y cuatro años después de comenzar.1 Imagine la dedicación de Tycho Brahe, al dedicar casi tres y media décadas de su vida a una tarea: contar las estrellas del cielo y registrar su posición.
En Génesis 15, Dios usa la imagen de contar las estrellas como una analogía de la fe en sus promesas. Dios le dice a Abraham que cuente las estrellas, y le promete que sus descendientes serán tan numerosos como las estrellas del cielo. En ese punto de su vida, Abraham ya estaba en sus ochenta y no tenía hijos. Sin embargo, Dios le había prometido descendientes, y Abraham creyó en la promesa de Dios.
Cuando usted observe de cerca la travesía de fe de Abraham, verá que no todo fue sencillo; él enfrentó muchos desafíos en su caminar con Dios. Experimentó duda y temor. Batalló contra sus propios demonios internos. Fue hacia la izquierda cuando Dios le dijo que fuera a la derecha. Falló y pecó. A menudo estuvo tentado a abandonar su fe en Dios, pero Dios dijo: «¡Sigue contado estrellas, Abraham! Sigue confiando en mis promesas».
La razón por la que Abraham es una figura central del Antiguo Testamento es porque perseveró en su fe. Continuó contando estrellas a pesar de las circunstancias. Todo lo que Abraham tenía para continuar eran las palabras de Dios habladas a su propio corazón. Abraham no tenía una Biblia. No tenía un pastor, un grupo de estudio bíblico ni un sitio web cristiano que le ayudara a comprender las palabras de Dios. Lo único que tenía eran las palabras del Dios todopoderoso, habladas directamente a él, diciendo: «Yo sé que no tienes estrellas justo en este momento, pero comienza a contar estrellas de todas formas».
La primera noche en que Dios sacó a Abraham de su tienda y le mostró el cielo nocturno, el dosel de estrellas en lo alto se convirtió en el símbolo duradero de la confianza de Abraham en Dios. Esas estrellas fueron el símbolo centellante de la luminosa fe de Abraham en Dios hasta el día en que exhaló su último aliento.
Atrapados en Harán
La historia de Abraham comienza con los últimos versículos de Génesis 11. El nombre que se le dio a Abraham al nacer fue Abram, que significa «padre exaltado» en el idioma hebreo. Dios cambiará el nombre de Abram a Abraham («padre de una multitud») cuando tenga noventa y nueve años y reciba el pacto de la circuncisión.2 A lo largo de este libro, para evitar la confusión, lo llamaré por su último nombre, Abraham.
Nació en la ciudad de Ur de los caldeos, en la ribera sur del río Éufrates en la baja Mesopotamia, la tierra hoy conocida como Irak. Su padre fue Taré y sus hermanos fueron Nacor y Harán (el padre de Lot). Josué 24:2 nos dice: «Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños». La esposa de Abraham se llamaba Sarai (después sería llamada Sara), y no podía concebir un hijo.
En Génesis 12, Dios le dice a Abraham:
.. .Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. (vv. 1-3)
De modo que Abraham, su esposa Sarai, su padre Taré y su sobrino Lot partieron hacia Canaán, pero algo sucedió en el camino. Se detuvieron en la ciudad asiria de Harán en la alta Mesopotamia. Hoy, usted puede visitar las ruinas de Harán, localizadas cerca de la aldea de Altinba^ak, al sur de Turquía. En el tiempo de Abraham, Harán era una ciudad bulliciosa y rica, un sitio de actividad religiosa, cultural y comercial. Aunque Dios había llamado a Abraham a la tierra de Canaán, él y su familia se detuvieron y se quedaron en Harán.
La Biblia no nos dice por qué se establecieron ahí, pero las razones no son difíciles de adivinar: Harán es una ciudad mundana y emocionante, la versión del mundo antiguo de Las Vegas. Probablemente no fue Abraham quien escogió establecerse en Harán; eso casi con certeza fue decisión de Taré. El padre de Abraham, un hombre que «servía a dioses extraños», fue atraído por la mundanalidad, la gente y la vida nocturna de Harán. Era una ciudad llena de templos y altares a falsos dioses. Abraham no estaba de acuerdo con su padre, pero respetó sus deseos. Así que, incluso aunque Dios había llamado a Abraham a la tierra de Canaán, Taré y toda su familia fijaron su residencia en Harán.
Abraham y Sarai permanecieron atrapados en Harán hasta que Taré murió.
Un lugar de transigencia y confusión
La vida de Abraham es un espejo de la suya y la mía.
Como Abraham, cada creyente, cada seguidor del Señor Jesucristo, ha sido llamado por Dios para salir del antiguo país del pecado e ir a una nueva tierra, una tierra prometida. Todos nacimos en el país del pecado. Nacimos de espaldas a Dios, en una condición de rebelión, con corazones que eran indiferentes y hostiles hacia Él. Nuestra vida precristiana fue nuestro Ur de los caldeos.
Dios nos llamó y nos dijo: «Ven y sígueme. Deja tu vida de pecado, aléjate de tus viejos caminos. Despójate de tu egoísmo, obstinación y rebelión, de tu confusión y desamparo, y comienza a caminar en el camino que te mostraré. Perdonaré tus pecados por la sangre derramada de mi Hijo, Jesucristo. Sanaré tu espíritu herido y tu alma lastimada. Te daré una nueva identidad. Te daré un corazón que desee obedecerme. Te adoptaré como mi hijo, y te convertirás en heredero de todo lo que pertenece a Jesús. Esa es mi promesa para ti, más cierta y confiable que las estrellas del cielo. Desde ahora en adelante, quiero que cuentes las estrellas, porque las bendiciones que derramaré sobre tu vida serán más numerosas que las estrellas de los cielos».
Cuando usted toma la decisión de seguir a Cristo, y ha pasado de muerte a vida eterna, de condenación a perdón, ese es el mensaje que Dios ha hablado a su vida. Puede no haber escuchado el mensaje en esas palabras. Puede no haber comprendido lo que Dios le estaba diciendo. Pero ese fue su mensaje para usted al darle la bienvenida en su familia eterna.
Quizá comenzó su nueva vida en Cristo con un sentimiento de gozo y emoción. Pudo haber pensado: ¡Qué emocionante es conocer a Jesús! ¡Qué aventura es pertenecer a Él! Y usted comenzó a contar las estrellas de bendiciones que Dios estaba derramando sobre su vida. Él lo llamó a salir de Ur y puso sus pies con dirección hacia la tierra prometida, hacia Canaán. Usted estaba emocionado de estar en su nuevo caminar con Dios.
Pero a lo largo del camino, algo sucedió: lo mismo que le sucedió a Abraham. Después de rendir su vida a Jesús y de experimentar el gozo de conocerle, la emoción se desgastó. Se halló a sí mismo empantanado en la mitad de su travesía. Se halló a sí mismo en Harán.
¿Qué es Harán? Es un Las Vegas espiritual. Es un lugar de transigencia, confusión y pecado. Es un lugar de obstrucciones y barricadas espirituales, un lugar en donde usted pierde su gozo y la voluntad de avanzar hacia Dios. Es un lugar de estancamiento, un lugar en el que su caminar espiritual llega a un alto.
Dios lo salvó de Ur para que pudiera tener una vida victoriosa en Canaán. Lo bendijo con todas las ricas bendiciones de Canaán. Como nos dice el apóstol Pablo, la voluntad de Dios es que usted pueda continuamente crecer y cambiar «de gloria en gloria», y que cada nuevo día se vuelva más y más como Cristo.3
No obstante, está aquí, atrapado en Harán, varado en Las Vegas espiritual.
Comenzó bien cuando le dijo que sí a Jesús. Pero poco después, comenzó a mezclar lo antiguo con lo nuevo. Se estableció la transigencia. Comenzó a conformarse con la mediocridad de una fe poco entusiasta. ¿Cómo escapa de Harán? ¿Cómo escapa de las garras de Las Vegas espiritual y regresa al camino a Canaán? ¿Cómo sale de la zanja y regresa a ese plano más elevado de fe y gloria?
No transija con el mundo
Cuando Dios llamó a Abraham, él estaba empapado de la adoración a falsos dioses. La idolatría había hundido sus garras profundamente en el alma y la carne de la familia de Abraham. Muchos cristianos asumen que la gente cuyas historias se narran en la Biblia fueron súper santos. ¡No es verdad! Eran personas de carne y hueso que fallaban y pecaban, tal como usted y como yo lo hacemos. Eso definitivamente es cierto respecto de Abraham y de su familia.
En Génesis 29 al 31, hallamos la historia del nieto de Abraham, Jacob, y su matrimonio con Lea y con Raquel, las dos hijas de Labán, el sobrino nieto de Abraham. Labán había engañado a Jacob para que trabajara para él por catorce años como una dote por Raquel. Después, persuadió a Jacob de trabajar seis años más después de que terminaron los catorce. Finalmente, Jacob decidió que ya había tenido suficiente, y tomó a sus dos esposas, sus sirvientes y sus posesiones y huyó.
Antes de que Raquel se uniera a Jacob, fue a la tienda de Labán y hurtó los ídolos de su padre, sus falsos dioses.4 La Biblia no nos dice por qué robó los ídolos. Quizá Raquel era una idólatra y pensó que los ídolos le darían buena suerte. Pero esta escena muestra que el pecado de idolatría estaba profundamente incrustado en la familia de Abraham. No hay nada más ofensivo para Dios que cuando sus hijos, a quienes Él ha redimido y salvado, comienzan a mezclar falsa religión con la verdad, los caminos de su antigua vida con el de la nueva.
En Apocalipsis 3, el Señor se dirige a la iglesia de la ciudad de Laodicea, y condena a aquella iglesia por tener un pie en el mundo y otro pie en la vida cristiana. «Yo conozco tus obras —dice—, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca» (vv. 15-16).
Ese tipo de tibieza espiritual fue lo que Abraham vivió en Harán. A medio camino entre Ur y Canaán, Abraham había alcanzado el punto de media obediencia a Dios, y ahí se quedó. Dios tuvo que sacar a Abraham de Harán, porque Él es un Dios celoso. No compartirá a sus hijos con el mundo, y no dejará a sus hijos en una tierra de una fe a medias.
Algunos creyentes hacen concesiones en su fe porque desean ser aceptados por el mundo. No quieren que los odien o que se burlen de ellos por su obediencia a Cristo. No quieren ser acusados de ser sexistas y de llevar a cabo una «guerra contra las mujeres» por oponerse al aborto. No quieren ser acusados de ser intolerantes y homofóbicos por pronunciarse a favor de la definición bíblica del matrimonio.
Es una mentira de Satanás que los cristianos sean indiferentes y prejuiciados y que no crean en la igualdad. No debemos de sorprendernos de que el mundo nos deteste. Jesús dijo que el mundo nos odiaría porque el mundo lo odió a él.5 Como cristianos, amamos a la gente homosexual con el amor de Cristo, incluso aunque no apoyamos su conducta ni el matrimonio del mismo sexo. No obstante, he conocido pastores que estaban tan desesperados por evitar ser llamados antigay que sacrificaron la verdad bíblica en el altar de la aceptación del mundo. Transigieron con su fe y se establecieron en Harán.
El mundo odia nuestra justicia, nuestros estándares bíblicos y nuestro mensaje del evangelio. Debemos esperar el ser odiados y perseguidos, y no debemos dejar que el odio del mundo nos impida obedecer al Señor. Cuando obedecemos a Dios, seguimos el ejemplo de Noé. Hebreos 11 nos dice: «Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe» (v. 7).
Noé no tenía la intención de condenar deliberadamente al mundo al vivir fiel y obedientemente delante de Dios. Él quería salvar al mundo e invitar a tanta gente como fuera posible para unirse a él y a su familia en el arca. Pero cuando sus vecinos vieron su fe y su obediencia, se sintieron condenados. Su propia pecaminosidad y culpa los condenaron.
No tenemos ni que abrir la boca para condenar a la gente que nos rodea por su pecado. Nuestra forma de vivir obediente y moral enfurecerá a aquellos que se rebelan contra Dios. No se sorprenda de su odio vengativo. En lugar de ello, regocíjese en sus falsas acusaciones. Es correcto, ¡regocíjese! Eso es lo que Jesús nos dice en las Bienaventuranzas: «Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros» (Mateo 5:11,12).
Una promesa en siete partes: «Yo lo haré»
Después de que el padre de Abraham murió, Abraham continuó en la travesía. Tuvo que dejar su pasado atrás. Tuvo que renunciar a todo lo que había sido cercano y querido para él en Ur. Tuvo que mudarse a un lugar que nunca había visto, un lugar que era extraño y desconocido para él.
La excursión de Abraham hacia Canaán debió haber sido una travesía solitaria. Sí, Sarai iba con él, y su sobrino Lot. ¿Pero comprendieron el extraño llamado que Dios le había hecho? ¿Comprendieron cuando Abraham escuchó una voz que ellos no podían escuchar, cuando recibió el llamado que no podían entender, que Abraham estaba en contacto directo con Yahvé, el hacedor del universo? Lo dudo. Creo que Abraham debió haberse sentido totalmente solo con este llamado que Dios había hablado a su corazón y su alma.
Pero Abraham no estaba solo. Dios estaba con él, y Dios era lo único que él de verdad necesitaba.
Usted y yo tenemos un gran privilegio como cristianos. Nunca tenemos que caminar solos en nuestra vida cristiana. Dios está con nosotros. Nuestros hermanos de la iglesia están con nosotros. Esa es la promesa de Dios para nosotros, tal como fue su promesa para Abraham: nunca estamos solos.
En los tres primeros versículos de Génesis 12, Dios le dice a Abraham: Te mostraré una tierra. Te convertiré en una gran nación. Te bendeciré. Engrandeceré tu nombre. Bendeciré a quien te bendijere. Maldeciré a quien te maldijere. Dios hace siete «promesas» a Abraham. Si usted está llevando la cuenta, puede haber notado que solo he listado seis. Eso es porque Dios le da a Abraham la séptima promesa después. Dios dijo las primeras seis promesas cuando Abraham todavía vivía en Ur de los Caldeos. Le dijo la séptima promesa a Abraham después de que él dejó Harán y llegó a Canaán.
Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán. Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron.
Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el encino de More; y el cananeo estaba entonces en la tierra. Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido. (Gn. 12:4-7)
La séptima promesa es: «A tu descendencia daré esta tierra», la tierra de Canaán. Implícita en las siete promesas está la promesa de Dios de estar presente con Abraham. Dios promete su presencia a todos los que se arrepienten del pecado y se vuelven hacia Él en busca de perdón. Nosotros somos sus hijos, y Él nos ama con fuerte amor paternal.
Es educativo notar el contraste entre estas siete maravillosas «promesas» de Dios y las cinco declaraciones rebeldes de Satanás. En Isaías 14, Satanás dice:
Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.(vv. 13-14)
Debido a la jactancia rebelde de Satanás, Dios expulsó a Satanás del cielo. Las «afirmaciones de Dios» son promesas de amor. Las «declaraciones de Satanás» son alardes de odio.
Cuando Dios hace sus siete «promesas» en Génesis 12, lo único que le pide a Abraham que haga a cambio es alejarse de su pasado, con sus ídolos y pecado, y que fuera a una nueva tierra que Dios le mostraría. Si Abraham lo hacía, Dios derramaría esas bendiciones septuplicadas sobre la vida del patriarca. Cuando Dios dice «Yo lo haré» y nosotros respondemos a su promesa, Él nos bendice.
Hay una progresión natural en las promesas que Dios le hace a Abraham. Van de una gloria a otra. La vida cristiana no es un estado estático e inmóvil. Dios no diseñó esta vida para que fuera una sala de espera. Diseñó la vida cristiana para que fuera una travesía, una progresión, una aventura.
A veces parece una carrera de obstáculos. Pero mientras caminamos, crecemos y nos movemos de gloria en gloria. Usted puede ver la progresión de una gloria a la siguiente en las siete promesas que Dios le hace a Abraham.
Promesa #1: La tierra que te mostraré
La primera promesa de Dios a Abraham es «la tierra que te mostraré». La séptima y última promesa para Abraham es «A tu descendencia daré esta tierra». Abraham va de ver, a recibir. Primero, Dios le mostraría la tierra; por último, Abraham la posee.
Su confianza total en Dios es la clave para recibir las promesas de Dios.
De la misma manera, Dios nos dice: «Voy a mostrarte las grandes bendiciones que tengo para ti mientras caminas conmigo y me sirves, si me mantienes en el primer lugar de tu vida». Y un día vendrá cuando alcancemos la tierra que Él ha prometido, y poseeremos esa tierra, gobernaremos y reinaremos con Él para siempre.
Pero debemos elegir caminar con Él hacia la tierra que nos ha mostrado. Debemos elegir confiar en Él, obedecerle e ir hacia donde Él nos dirija. Siempre que yo elijo ir por mi propio camino, soy apaleado, termino derrotado y pierdo mi camino. Pero siempre que voy a donde Él elige, soy totalmente bendecido. Usted probablemente puede aseverar la misma verdad en su propia vida.
Dios nos ha dado el don del libre albedrío, y podemos usarlo para elegir su camino o ir por el nuestro. Sea cuidadoso con la elección que haga. Sí, usted puede elegir ir por su propio camino, establecerse en Harán después de que Dios le ha llamado a Canaán. Y Dios le dejará salirse con la suya, al menos por un tiempo. Pero encontrará que, al hacerlo, nulificará la promesa de Dios para usted. Cuando vaya por su propio camino, hallará que no hay bendición al final del sendero.
Pero si usted se toma de su mano y va a donde Él le dirija, le bendecirá en formas que no puede comenzar a imaginar.
Promesa #2: Haré de ti una nación grande
La segunda promesa de Dios a Abraham es que se convertiría en una gran nación. Esta es la primera de muchas promesas incondicionales que Dios le hizo a Abraham. Es bueno que haya sido incondicional, porque si hubiera estado condicionada a la fidelidad y el desempeño de Abraham y de sus descendientes, la promesa hubiera sido hecha nula y sin efecto muy rápidamente. Abraham le falló miserablemente a Dios, y así lo hicieron sus descendientes.
Una y otra vez en las Escrituras vemos que hay promesas condicionales y promesas incondicionales. Muchos cristianos confunden las dos. Reclaman las promesas condicionales sin haber cumplido las condiciones.
Cuando Dios nos escogió en Cristo, fue un acto de pura gracia. Fue incondicional. No tuvo nada que ver con nosotros. Estábamos perdidos en pecado y éramos incapaces de cumplir con las demandas de un Dios justo y santo. Nuestra salvación fue un regalo de su gracia, no basada en nuestras obras. No tuvimos nada que ver con nuestra salvación excepto en la decisión de recibirla. Pero ahora que somos salvos, hallamos que hay una cantidad de promesas condicionales en nuestro andar cristiano.
Es importante notar esto: Cuando Dios le hizo esta promesa incondicional a Abraham: «Haré de ti una nación grande», él tenía setenta años, y Sara sesenta. Cuando Dios le dijo a Abraham que comenzara a contar estrellas, ya había pasado la edad de jubilación. Recurría a la Seguridad Social, se había unido a AARP1, y él y Sara calificaban para el descuento para mayores en el restaurante Waffle House. Es imposible comprender la clase de fe que se necesita para que un hombre sin hijos de la avanzada edad de Abraham creyera la promesa de Dios de que haría de él una gran nación.
No obstante, Abraham le tomó la palabra a Dios y contó estrellas, incluso aunque no podía verlas. Esa es una fe genuina en el más puro sentido bíblico.
«Pero, Señor, ¡soy viejo!». Comienza a contar estrellas, Abraham.
«¿Qué si me desvío de tu voluntad?». Sigue contando estrellas, Abraham.
«Pero, Señor, ¿qué si mis descendientes te abandonan?». Sigue contando estrellas, Abraham.
«¿Qué si se vuelven idólatras? ¿Qué si adoran a Baal o a Moloc?». Sigue contado estrellas, Abraham.
¿Por qué haría Dios la promesa incondicional a Abraham de que haría de él una gran nación? Porque la grandeza de esa nación no dependía de la fidelidad de Abraham o sus descendientes. La promesa incondicional de Dios a Abraham no fue cumplida por él o sus hijos. La promesa incondicional de Dios fue cumplida por «la simiente» de Abraham. ¿Quién o qué es «la simiente» de Abraham?
El apóstol Pablo responde esta pregunta en su epístola a los Gálatas: «Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo» (Gál. 3:16; ver Gn. 12:7; 13:15; 24:7). Durante siglos, los eruditos y maestros judíos malinterpretaron lo que significaba la promesa de Dios. Interpretaron «simiente» en un sentido de plural colectivo, sin darse cuenta nunca de que Dios estaba usando simiente en un sentido singular, refiriéndose no a muchas sino a una, Jesús el Mesías.
Millones de personas alrededor del mundo hoy y miles de millones a lo largo de la historia han adorado al Dios viviente por las bendiciones que Él derramó sobre Abraham, bendiciones que se cumplieron en Jesús. Como Pablo escribe en Gálatas 3:
Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham (vv. 6-9).
No es de sorprenderse que cuando Jesús dijo: «Antes que Abraham fuese, yo soy», los líderes religiosos recogieran piedras y quisieran matarlo.6 Pensaron que ellos eran las simientes de Abraham, sus descendientes prometidos. Pero era Jesús quien era la simiente, y a través de Él, incontables personas de cada nación en todo el mundo pueden venir a la fe salvadora y a la vida eterna. Y Jesús, la simiente singular de Abraham, también es el preexistente y eterno Creador.7
Promesa #3: Te bendeciré
Abraham no le pidió a Dios que lo bendijera, pero Dios se dignó a prometerle que bendeciría a Abraham. Dios lo bendeciría en formas que él nunca se imaginaría, mucho menos esperaría.
Por favor comprenda, no hay nada malo con pedir a Dios que le bendiga, nada en lo absoluto. Pero no creo que necesite pedir. Dios ha prometido que lo bendecirá cuando usted lo siga por fe y vaya a donde Él lo manda.
Puedo testificar el hecho de que, por las últimas décadas, Dios me ha bendecido ricamente en formas en las que nunca me hubiera atrevido o pensado a pedir. Al decir eso, no estoy presumiendo de mí mismo, porque le fallo todo el tiempo. Pero Dios sabe que en mi propia manera falible y propensa al pecado, busco servir a su reino con todo mi corazón. Busco glorificar al rey Jesús. Y para mi total asombro, Dios me bendice más allá de todo lo que yo pudiera pensar en pedir. No espero la bendición de Dios. No merezco su bendición, ni la pido, pero recibo su gentil bendición. Así es como nuestro amoroso Dios trabaja.
Le pido a Dios que bendiga el ministerio que Él ha edificado en nuestra iglesia y en nuestro ministerio global, Leading TheWay. Le pido que bendiga su mensaje mientras enseño, predico y escribo. Paso mi tiempo orando por otros y orando por el reino de Dios, luego busco primero su reino en cada momento en que me encuentro despierto. Y Dios, por su gracia, me bendice más allá de toda medida.
Promesa #4: Engrandeceré tu nombre
Dios le dice a Abraham: «Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición» (Gn. 12:2). Por cuatro mil años, los judíos han afirmado que Abraham es su padre. Los cristianos han afirmado por dos mil años que Abraham es su padre. Incluso los musulmanes, quienes acatan una religión basada en las obras por temor más que por fe, han visto a Abraham como su padre por mil cuatrocientos años.
¿Qué representa el nombre de Abraham? Simboliza una fe inconmovible y confianza en el Dios viviente. El nombre representa lo que Dios ha prometido. El nombre representa lo que Dios ha hecho. El nombre representa la fidelidad de Dios.
El nombre original, Abram, significaba solamente «padre exaltado». Pero Dios cambió su nombre de Abram a Abraham, «padre de multitudes». Esto simbolizó el hecho de que la fe de Abraham en el único y verdadero Dios un día sería compartida por multitud de personas de cada tribu, lengua y nación. Los descendientes de Abraham son judíos y europeos, norteamericanos y sudamericanos, negros africanos y árabes, asiáticos y nativos de la Polinesia.
Gálatas 3:14 nos dice: «Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu». El mayor descendiente de Abraham es, por mucho, el Señor Jesucristo. El mundo es bendecido al acudir a Jesús, la simiente de Abraham. Gente de todo el mundo es salva y redimida y se regocija, incluso en medio de la persecución, debido a aquel descendiente de Abraham, el Señor Jesucristo.
Promesas #5 y #6: Bendiciones y maldiciones
Dios promete a Abraham: «Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Gn. 12:3). A través de las edades de la historia, Dios ha cumplido esa promesa incontables veces.
Cuando José, el bisnieto de Abraham, fue vendido en esclavitud en Egipto, la Biblia dijo que Dios bendijo a Egipto debido a José. Cuando Rahab, la prostituta, ayudó a los espías que llegaron a Jericó, Dios bendijo a Rahab y a su familia por bendecir a la nación de Israel. Podría citar muchos otros ejemplos.
Creo que una razón por la que Dios ha bendecido ricamente a los Estados Unidos es porque esta nación ha llevado el evangelio a los confines de la tierra y ha bendecido a muchas naciones, especialmente Israel.
Como cristiano, usted no se desvía de su camino para hacer enemigos. No trata de hostigar a la gente que lo maldice. Pero si defiende su fe, si simplemente dice: «Soy un seguidor de Jesucristo», instantáneamente tendrá enemigos. Si no hace enemigos, probablemente no esté tomando una postura lo suficientemente audaz por su fe.
No hay nadie a quien yo odie o a quien le guarde rencor. No importa lo que otras personas me hayan hecho, desde mi perspectiva, no son mi enemigo. Pueden parecer un enemigo, pueden odiarme, pueden desearme el mal, pero no los odiaré. Dios ha prometido pelear nuestras batallas por nosotros. Si alguien nos maldice, Dios será nuestro escudo, nuestro defensor, y si es necesario, nuestro vengador. Él se ocupará de cualquiera que nos maldiga, y será más justo y riguroso de lo que usted o yo podamos ser jamás.
Una vez tuve una conversación con un hombre enojado. Estaba amargado debido a alguna injusticia que le hicieron. Quería tomar el asunto en sus manos. Le dije: «La bendición que he tenido por vivir unos pocos años más que usted es que he visto que el Señor cuida esos asuntos por mí. He visto a Dios hacer un trabajo mucho mejor al vengar el mal de lo que yo nunca hubiera podido hacer. Así que sea paciente. Confíe en Dios. Deje ese asunto en sus manos».
En efecto, unas pocas semanas después, Dios se encargó del problema de ese joven. Dios siempre prueba su fidelidad, y siempre cumple sus promesas.
Promesa #7: A tu descendencia daré esta tierra
Cuando Dios dijo: «A tu descendencia daré esta tierra», Abraham no tenía descendencia ni tierra. Estaba contando estrellas cuando no veía ninguna. No solo eso, sino que Abraham y Sara murieron en la tierra de la promesa sin poseer ninguna tierra. Más de cuatrocientos años después, Dios cumplió su promesa a Abraham. Tras la muerte de Moisés, bajo el liderazgo de Josué, los descendientes de Abraham marcharon hacia Canaán y tomaron posesión de la tierra de la promesa.
Dios cumple sus promesas hacia la tercera y cuarta y décima y centésima generación. Sus promesas son más reales que el libro que está usted sosteniendo en sus manos. Se puede decir lo mismo de las promesas que Jesús hizo a sus seguidores en el Nuevo Testamento, tales como: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mateo 11:28-29).
Usted puede estar cargando el peso de un refrigerador sobre sus espaldas y sentirse tan agotado que no puede dar otro paso. Vaya a Jesús, cuéntele de sus cargas y penas, y Él quitará el peso de su espalda y lo cargará sobre Él. Él ya llevó la carga más pesada (sus pecados) sobre sí en la cruz.
La historia de Jesús y del joven rico se narra en Mateo 19, Marcos 10 y Lucas 18. Un joven rico le preguntó a Jesús cómo ganar la vida eterna. Jesús le dijo que obedeciera los mandamientos. El joven respondió que ya lo había hecho. ¿Qué más puedo hacer? Jesús respondió: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme» (Mt. 19:21).
En otras palabras, Dios le dice: «Deja tus ídolos (la riqueza y las posesiones que en realidad te poseen) y sé mi discípulo. Entonces tendrás tesoros en los cielos». Pero el joven rico no pudo dejar sus ídolos, así que se alejó, entristecido.
Para seguir a Jesús, debemos dejar nuestro antiguo país atrás e ir a la tierra prometida tal como Dios lo mandó. Como Abraham, debemos ir a la tierra que no podemos ver, la tierra que Dios nos ha prometido, la tierra que nos mostrará.
¿Ha escuchado a Dios llamándolo a la tierra prometida? ¿Ha dado el primer paso? ¿O aún se encuentra en Ur? O tal vez salió hacia la tierra prometida, pero se ha atorado en Harán. ¿Qué le impide llegar a la tierra prometida con Dios?
Si nunca ha dado el primer paso de fe, si nunca ha confesado sus pecados a Dios ni le ha pedido que lo perdone a través de la sangre de Jesús, puede hacerlo hoy, justo ahora, antes de que dé vuelta a otra página de este libro. Puede ser eternamente salvo y ser bendecido con la presencia de Dios. Puede ser lleno de la persona y el poder del Espíritu Santo. Ya conoce el punto de vista de Dios. Si ha escuchado la voz del Espíritu Santo, si Él le ha hablado a través de su Palabra, no espere otro momento. Responda ahora.
1 Nota del traductor: AARP es una organización estadounidense, independiente y sin fines de lucro, que busca satisfacer las necesidades e intereses de las personas mayores de 50 años.