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¿Un peregrino... o un vagabundo?

John Bunyan escribió su novela alegórica, El progreso del peregrino, mientras cumplía una condena en la prisión del condado de Bedfordshire. Su crimen: predicar el evangelio sin autorización. Era contra la ley realizar servicios eclesiásticos que no estuvieran autorizados por la iglesia establecida por el estado, la Iglesia de Inglaterra. El progreso del peregrino ha seguido en imprenta continuamente desde que fue publicado por primera vez en 1678, y ha sido traducido a más de doscientos idiomas. La primera vez que lo leí era un niño de doce años en Egipto.

El libro cuenta la historia de un hombre llamado Cristiano que progresa a lo largo de la vida en su travesía hacia el cielo, su destino final. A través de su camino, encuentra muchos peligros, desafíos y tentaciones, tal como nosotros hoy. También halla lugares de reposo, tal como Dios nos provee a nosotros.

En un momento dado, Cristiano se encuentra en una ciudad llamada la feria de Vanidad. William Makepeace Thackeray escribió una novela con ese título acerca de la sociedad victoriana inglesa, y una revista americana, llamada Vanity Fair trata de asuntos de moda y cultura; ambas recibieron su nombre de esta escena de El progreso del peregrino. La feria de la Vanidad es una ciudad edificada por el demonio Belzebú. Y todas las cosas que los humanos desean y se mueren por tener se venden cada día en el mercado de la feria de Vanidad: «Casas, tierras, negocios, colocaciones, honores, ascensos, títulos, países, reinos, concupiscencias y placeres, y toda clase de delicias, como son rameras, esposas, maridos, hijos, amos, criados, vidas, sangre, cuerpos, almas, plata, oro, perlas, piedras preciosas y muchas cosas más».1

Bunyan nos dice que hay tres características que distinguen a los creyentes como Cristiano de la gente mundana de la feria de Vanidad. Primero, los peregrinos cristianos parecen extraños para los ciudadanos de la ciudad mundana. Segundo, los cristianos hablan un idioma diferente, el «idioma de Canaán»2, el idioma de la tierra prometida. Ese no es el idioma local de la feria de Vanidad. Tercero, los cristianos tienen diferentes valores a los de la gente de la feria de Vanidad, y no muestran interés en el materialismo ni la búsqueda de placeres que se acostumbran en la feria de Vanidad. ¿Por qué los cristianos son diferentes de la gente mundana de la feria de Vanidad? La diferencia en la vestimenta habla del hecho de que los cristianos usan un manto de rectitud, el cual Jesús da a todos los creyentes y el cual la gente de la feria de Vanidad no tiene. El manto de rectitud, que fue comprado por la sangre de Jesús, hace que la gente inicua de la feria de Vanidad se amargue y se enoje.

El idioma que habla el cristiano es el idioma de Dios, no obstante, el problema de comunicación no es causado simplemente por una diferencia de idiomas. Los cristianos ni siquiera hablan de los mismos asuntos que los ciudadanos de la feria de Vanidad. Ellos hablan acerca de intereses espirituales, acerca de asuntos cercanos al corazón de Dios. La gente de la feria de Vanidad habla solamente cosas mundanas, desde un punto de vista mundano.

Los valores de Cristiano y otros creyentes son completamente ajenos a los valores de la gente de este mundo, cuyo dios es Satanás y quienes únicamente están interesados en la gratificación y elevación de ellos mismos. ¡Si tan solo los cristianos del siglo xxi fueran tan distintos del mundo como los peregrinos de El progreso del peregrino!

Rumbo a Canaán

Hebreos 11 nos dice que Abraham, Sara y los otros héroes de la fe fueron «extranjeros y peregrinos sobre la tierra».3 ¿Qué es un peregrino?

Es importante tener una definición precisa en mente. Un peregrino no es una persona que deja su hogar y vaga sin dirección; un peregrino no es un vagabundo. Un peregrino es una persona que viaja con un destino claro en mente. Un peregrino tiene una visión por conseguir, una meta por alcanzar, un destino planeado. Un peregrino está determinado a alcanzar su destino sin importar las dificultades, los obstáculos o el sufrimiento. Debido a su visión, debido a esta meta, debido a su determinación, un peregrino sostiene todo lo demás en la vida (posesiones, ambiciones terrenales e incluso gente) con las manos abiertas.

Hay pocas cosas más desgarradoras que observar a un peregrino espiritual convertirse en un mundano vagabundo. Hay pocas cosas más trágicas que ver a alguien que prometió mucho como cristiano, alguien que salió con Dios de Ur rumbo a Canaán, perderse a lo largo del camino. He conocido personas que comenzaron como peregrinos y se convirtieron en vagabundos, y mi corazón se rompe por ellos.

En este tiempo crucial de la historia humana, Dios está buscando peregrinos auténticos y sinceros que caminarán en medio de este mundo de Vanidad sin ser corrompidos por él. Sin importar nuestra edad o nuestra posición en la vida, Dios nos llama para ser sus peregrinos en este mundo turbulento y cargado de pecado. Eso es lo que Dios nos enseña a través del peregrino llamado Abraham.

Génesis 12 nos cuenta cómo Abram (es decir, Abraham) y su esposa Sarai, partieron de Harán, con rumbo a Canaán. La Biblia no desperdicia palabras. Es importante notar los detalles de este relato:

Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán. Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron (vv. 4, 5).

Cuando Abraham dejó Harán, se llevó consigo una gran cantidad de riquezas acumuladas. En este momento, Abraham tenía 75 años. Para un hombre que viviría hasta los 175, esto era la mediana edad. Las posesiones que Abraham había adquirido durante su estancia en Harán no lo detuvieron de ser un genuino seguidor de Dios. La riqueza es una trampa para muchos creyentes. Pero en las manos de un sabio y generoso discípulo del Señor, la riqueza es una fuente de bendición y ministerio. En mis casi cincuenta años de ministerio, he conocido una cantidad de gente que ha sido bendecida por Dios en lo material, pero que nunca ha hecho de las riquezas un ídolo. Usaban su riqueza para servir a Dios y a otros. Abraham era ese tipo de discípulo.

Abraham, Sara, Taré y Lot habían viajado una distancia de setecientas millas, viajando hacia el norte por el noreste, para llegar desde Ur hasta Harán. Después de vivir en Harán por cinco años aproximadamente, el padre de Abraham, Taré, murió. Después de sepultar a su padre, Abraham reanudó su peregrinaje hacia Canaán, una distancia de otras setecientas millas aproximadamente, viajando al sur por el sureste.

Quiero mirar este relato del Antiguo Testamento a la luz de un pasaje del Nuevo Testamento, Hechos 7. Ahí, Esteban, el primer mártir cristiano, se pone de pie frente al Sanedrín, el Consejo de gobierno en Jerusalén. Este es el mismo Consejo de gobierno que condenó a Jesús a muerte y que después también persiguió a Pedro y a Juan. Esteban conoce los corazones asesinos de los miembros del Sanedrín; no obstante, testifica sin temor alguno lo que Dios está haciendo a través de Jesucristo y su iglesia. Esteban está mostrando cómo Dios trabaja entre la gente a pesar de los esfuerzos de esos gobernantes por oponerse a Dios. Esteban dice:

Varones hermanos y padres, oíd: El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré. Entonces salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harán; y de allí, muerto su padre, Dios le trasladó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora (vv. 2-4).

Esteban dice que Abraham se quedó en Harán. ¿Qué tipo de lugar era Harán? Era muy semejante a la ciudad de la feria de Vanidad, un lugar de tentaciones y seducción.

Note la frase de Esteban: «Muerto su padre». Esas tres palabras lo dicen todo. Nuevamente, la Biblia no desperdicia palabras. Esteban está hablando ante el Sanedrín, un grupo de poderosos hombres de Medio Oriente. Quiero que escuche esta historia tal como ellos la escucharon, a través de la perspectiva de la cultura de Medio Oriente. Volveré a contarle la historia de Abraham y su padre, Taré. Quiero dejar en claro que esta es la versión de Michael Youssef de la historia y no tiene la autoridad de las Escrituras. Simplemente estoy usando mi «imaginación bautizada» para contar nuevamente la historia.

Las correas del delantal de Taré

Imagine conmigo la escena que tiene lugar en Ur de los caldeos. Dios le dice a Abraham: «Quiero que abandones Ur. Quiero que dejes atrás tu vida actual y que vayas a la tierra que te mostraré».

De modo que Abraham fue a la tienda de su padre, Taré, abrió la entrada de la tienda, y dijo: «¡Papá!». Bueno, al ser esto el Medio Oriente, probablemente le dijo: «¡Abba!»

—¿Qué pasa, Abram?

—Tengo que dejar Ur. Tengo que irme lejos.

—¿Irte? ¿A dónde vas a ir, hijo?

—No sé a dónde, Abba. Solo sé que Dios lo llamó Canaán, y Él va a mostrarme a dónde ir.

—¿Dios? ¿Cuál dios? Hay muchos dioses. Tengo una repisa entera llena de dioses. Dioses de oro, dioses de plata, dioses de hojalata...

—No, Abba. Hay un único Dios, y Él me está llamando a esa tierra lejana llamada Canaán. Voy a dejar mi ciudad natal e ir a esa tierra. y Abba, voy a tener que dejarte.

Ahora, la parte de la historia que estoy por describir enseguida es pura especulación de mi parte; no hallará esto en las Escrituras. Pero basado en mi conocimiento de la cultura del Medio Oriente, pienso que esto pudo ser lo que sucedió enseguida. Creo que cuando Taré escuchó a su hijo Abraham decir que iba a dejar Ur, su padre de Medio Oriente probablemente se puso como loco.

—¿Qué? —dijo Taré—. Abram, hijo mío, ¡no puedo creer que te haya escuchado correctamente! ¿Vas a dejar a tu pobre padre en Ur y salir disparado a lugares desconocidos? ¿Vas a abandonar a tu viejo, el padre que ha sido bueno contigo todos estos años? ¿Quién va a cuidar de mí en mi vejez? Abraham, hijo, ¿no me amas?

—Bueno, seguro, te amo, Abba. Pero Dios dijo...

—¡Dios dijo! ¿Desde cuándo los dioses nos hablan? ¡Mis dioses nunca me han hablado!

—Pero el único Dios verdadero habla, y él me ha dicho que vaya a Canaán. Me dijo que va a hacer una gran nación de mí.

—Abram, no puedes dejar Ur sin mí. Si vas a Canaán, yo también voy.

Las familias del Medio Oriente son muy unidas. A menudo, cuando un hijo quiere dejar la casa e irse lejos, los padres lo consideran un insulto. Abram amaba y respetaba a su padre, Taré. Lo honró al punto de que su obediencia al llamado de Dios fue estorbada. Taré acompañó a Abraham y a Sarai, y cuando llegaron a Harán, se detuvieron y se instalaron. Y ahí se quedaron hasta que Taré murió y Abram fue libre para continuar su peregrinaje hasta Canaán.

Si usted es padre de familia, tengo un consejo bíblico para usted: cuando sus hijos alcancen la edad en la cual deban vivir por su cuenta, corte las correas del delantal. Deles su independencia.Si tiene la clase de hijo que quiere ser dependiente, que está contento con vivir en su sótano y jugar videojuegos día y noche, entonces fuércelo a valerse por sí mismo. No le hace ningún favor a su hijo adulto al mantenerlo dependiendo de usted. No malcríe a su hijo ni lo haga sentir culpable por abandonar el hogar. Diga: «Sabes que siempre te amaré y te apoyaré, y siempre serás bienvenido al visitarnos. Siempre oraré por ti, pero es tiempo de que te ganes la vida y vivas tu propia vida».

Una razón por la que Dios llamó a Abraham para que abandonara Ur fue sacarlo de ese centro de idolatría. Dios quería alejar a Abraham de la mala compañía y el mal entorno. Quería alejar a Abraham de su antigua vida hacia su nueva vida en Canaán.

Abraham tenía un padre incrédulo. Como cristiano, usted debe siempre amar, respetar y honrar a sus padres. Si ellos son no creyentes, debe orar por ellos, testificarles y ser un buen ejemplo para ellos. Pero si alguna vez todo se reduce a elegir entre obedecer a sus padres y obedecer a Dios, siempre haga lo que Dios le llame a hacer.

Salga mientras pueda

Abraham le dijo a su padre que se iba a Canaán, y Taré dijo que él se iba también. Génesis 11:31 contiene un detalle fascinante: «Y tomó Taré a Abram su hijo, y a Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai su nuera, mujer de Abram su hijo, y salió con ellos de Ur de los caldeos, para ir a la tierra de Canaán». ¿A quién llamó Dios? A Abram. Pero la Biblia nos dice que «tomó Taré a Abram su hijo». Si Dios llamó a Abram, ¿no tenía Abram que haber llevado a Taré en su travesía en vez de ser al revés? Parece que Taré, el padre de Abram, no dejaba a Abram ir a ningún lugar sin él.

No sé si usted ve el humor en esto, pero lo encuentro divertidísimo. Dios llamó a Abraham; pero Taré lo tuvo que llevar. Abraham no pudo o no quiso ir por su cuenta. Taré también llevó al sobrino de Abraham, Lot, y a la esposa de Abraham, Sara. Juntos partieron de Ur de los caldeos, con rumbo a Canaán.

A mitad de su camino, llegaron a Harán, y se establecieron ahí. ¿Por qué? Creo que es porque Harán era el hogar del gran templo de Sin, el dios de la luna. Tamara M. Green, directora del Departamento de Estudios Clásicos y Orientales en Hunter College, de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, escribe: «La relevancia política de Harán en el período asirio se debió en gran medida a su deidad protectora, Sin, el dios de la Luna, y dador de oráculos, guardián de tratados cuyos ojos lo ven y conocen todo».4 El templo de Sin, añade la profesora Green, era llamado Ehulhul, que es el término sumerio para «Templo del Regocijo».

El padre de Abraham, Taré, vio el templo pagano del dios de la luna y pensó que había muerto y llegado al cielo pagano. Amaba la adoración a la luna en la ciudad de Harán. Para un adorador de la luna como Taré, la ciudad de Harán era como la Meca para los musulmanes, Salt Lake City para los mormones y el Vaticano para los católicos romanos. Este era el lugar de lugares, el Shangri-La de Taré.

Cuando Taré llegó a Harán, miró alrededor y dijo: —¡Yupi! ¡Abram, hijo mío, estoy muy contento de haber venido contigo! Olvida Canaán. ¡Quedémonos aquí! ¡Este lugar es el Disneylandia pagano!

—¡Pero Abba, Dios me llamó a Canaán!

—Canaán está a setecientas millas de distancia. ¿Por qué viajar tan lejos? Este lugar tiene que ser mejor que Canaán. ¡Aquí es donde está la diversión!

Habían llegado a Harán en la tierra de las concesiones. Habían llegado a la feria de Vanidad. Abraham estaba en gran peligro espiritual en Harán. Este lugar estaba lleno de tentaciones de materialismo e idolatría, que amenazaban con contaminar su fe en Dios.

Si usted se halla en Harán en este momento, le insto a salir mientras se pueda. Salga mientras aún sea posible. Salga mientras todavía pueda encontrar la voluntad de Dios. No se establezca en Harán. No se conforme con menos de lo mejor que Dios tiene.

Todos somos propensos a conformarnos con las seducciones mundanas que están por debajo del plan perfecto de Dios para nuestra vida. Lo sé. Yo personalmente he experimentado al menos dos «Harán» en mi vida. Me conmuevo nada más al pensar en este pasaje de las Escrituras, porque Dios me rescató y me salvó de mis dos experiencias en Harán. Llegó a mi corazón antes de que fuera demasiado tarde.

Mi oración por usted como lector de este libro es que no se conforme con Harán. Oro para que preste atención a esta advertencia en la historia de Abraham y salga de Harán sin demora. Póngase de rodillas y diga: «Señor, lamento haber transigido y haberme conformado con Harán. Siento haberme salido del camino que tú habías establecido para mí. Lamento haberme detenido antes de ir a Canaán contigo. Sácame de Harán, Señor, y prometo seguirte».

Sé sin sombra de duda que Dios se regocijará por esta oración, y le dará poder para actuar. A Dios le encanta cuando confiamos en Él incondicionalmente con todo nuestro corazón. Le encanta que nos despojemos de nuestra bendita seguridad y nos atrevamos a grandes cosas por Él. Le encanta cuando invertimos todo lo que somos y tenemos en su reino. Le encanta cuando contamos las estrellas que ni siquiera hemos visto: estrellas de sus promesas, estrellas que son nuestras incluso aunque las nubes de tormenta puedan ocultarlas de la vista.

Cuando contamos estrellas que ni siquiera hemos visto, estamos andando por fe y no por vista. Los ojos de la fe nos mantendrán en el camino correcto, siguiendo la visión de Dios para nuestra vida. Cuando seguimos nuestra propia sabiduría humana y nuestra visión mundana, nos quedamos atrapados en Harán.

Sea cual sea su Harán (y sospecho que Dios ya está trayendo algo a su mente algo que significa Harán para usted, algo que le hace sentirse atorado, atrapado e incapaz de moverse hacia Canaán), sea lo que sea, dígale a Dios ahora mismo que quiere dejar Harán atrás. Que quiere avanzar con Él. Que quiere regresar al camino y continuar su peregrinaje con el Señor. Dígale a Dios que está listo para moverse ahora mismo, luego dé el primer paso, sea cual sea. No se conforme con Harán. Salga mientras pueda. No espere hasta mañana o algún otro tiempo. Váyase ahora.

Se requiere: Una invasión del cielo

En seguida, aprendemos lo que Abraham hizo a su llegada a la tierra de Canaán, y aprendemos lo que Dios le dijo a Abraham:

Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el encino de More; y el cananeo estaba entonces en la tierra. Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra.

Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido. Luego se pasó de allí a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su tienda, teniendo a Bet-el al occidente y Hai al oriente; y edificó allí altar a Jehová, e invocó el nombre de Jehová”. (Gn. 12:6-8)

Abraham llegó a Canaán y encontró que la tierra estaba habitada por cananeos, fieras tribus idólatras. Quizá Abraham se turbó cuando vio que la tierra a la cual Dios lo había llamado ya estaba ocupada con gente hostil. Dios se apareció a Abraham y le habló, quizá como una forma de tranquilizarlo. El Señor le hizo una promesa: «A tu descendencia daré esta tierra». Aliviado y regocijándose porque Dios había reconfirmado su promesa, Abraham hizo un altar para el Señor y lo invocó con alabanza y acción de gracias.

¿Quiere ver el avivamiento llegar a su iglesia? ¿Quiere avivamiento en su comunidad? ¿En su nación? Entonces comprenda esto: el avivamiento comienza con usted; el avivamiento comienza conmigo. No estoy diciendo que podamos, en nuestra propia fuerza, hacer que ocurra el avivamiento. Solo el Espíritu de Dios puede traer reavivamiento a una iglesia o a una nación. Pero el avivamiento sucede cuando el pueblo de Dios lo invita a quedar a cargo de su vida. El avivamiento vendrá cuando cada creyente individual decida salir de Harán y construir un altar en Bet-el.

Construir un altar es un símbolo de que estamos renovando nuestra visión (la visión de Dios) para nuestra vida. Eso es lo que Abraham hizo cuando salió de Harán y llegó a Canaán. Edificó un altar en Bet-el e invoco el nombre del Señor. Stephen Olford llamó al avivamiento «una invasión del cielo que trae una percepción consciente de Dios».5 Esa invasión santa de nuestra vida no sucederá hasta que queramos a Dios más de lo que queremos el pecado. David Wilkerson dijo una vez: «Hoy hay gente deseando grandes experiencias emocionales y llamándolas avivamiento.

Pero creo que el verdadero avivamiento vendrá... [únicamente cuando] la gente se ponga de rodillas para arrepentirse».6 El avivamiento vendrá cuando huyamos del pecado y corramos hacia Dios, cuando abandonemos Harán y regresemos al camino a Canaán.

Abraham aprendió por las malas que el avivamiento personal no se encuentra en una obediencia de medio tiempo o parcial. El secreto no está en el destino sino en el camino. El secreto no está en el lugar al que vamos sino en el lugar de la obediencia, en el lugar de la santidad.

No escuchamos mucho esa palabra, santidad, ¿o sí? Pero la Biblia nos dice que sin santidad nadie verá al Señor. El lugar de la santidad es un lugar que alcanzamos cuando pedimos a Dios que examine nuestra vida. Como el salmista escribe:

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;

Pruébame y conoce mis pensamientos;

Y ve si hay en mí camino de perversidad,

Y guíame en el camino eterno. (Sal. 139:23-24)

Sin excusas, sin acusaciones, solo honestidad, un examen exhaustivo de nuestro corazón y de nuestra conciencia por el propio Dios: «Señor, examina mi vida. Abre mi corazón para revisión. ¿Hay pecado en mi vida? ¿Hay algo en mis pensamientos, hablar o conducta que sea ofensivo para ti?».

Mientras no estemos limpios delante de Dios como creyentes individuales, reconociendo nuestra desobediencia y terquedad, nuestro deseo de comodidad y conveniencia, estatus y poder, permaneceremos estancados en Harán. Mientras no admitamos ante Dios y ante nosotros mismos que hemos estado haciendo nuestra voluntad, no la voluntad de Dios, haciendo las cosas a nuestro modo en vez del de Dios, nunca nos moveremos hacia Canaán, nunca edificaremos un altar en Bet-el y nunca impactaremos nuestra cultura para Cristo.

Mi oración es que la historia de Abraham y su peregrinaje desde Harán hasta Canaán encienda un deseo en su corazón, un deseo de avivamiento, un deseo de experimentar la realidad de Dios en su vida, un deseo de entrar a la tierra que Dios le ha prometido.

Otro gran despertar

J. Edwin Orr fue amigo mío y un gran maestro de la Palabra de Dios. Durante la década de 1970 tuve el gozo de tenerlo como mentor. Era una autoridad en los despertares y avivamientos que tuvieron lugar a lo largo de la historia de la iglesia. Él dijo que inmediatamente después de la Guerra de Independencia, la fibra moral y la condición espiritual de los Estados Unidos iban en picada. El alcoholismo estaba descontrolado, el crimen aumentaba y la asistencia a la iglesia disminuía. John Marshall, el presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos en ese tiempo, escribió una carta a James Madison, el padre de la Constitución, y dijo que la iglesia cristiana en los Estados Unidos estaba «demasiado mal como para ser redimida». Y Thomas Paine, uno de los líderes intelectuales de la Revolución de las Trece Colonias, predijo: «El cristianismo será olvidado en treinta años».7

En una encuesta al cuerpo estudiantil de Harvard se halló que no había un solo estudiante en el campus que creyera en Jesucristo. En el campus de Princeton, la vasta mayoría de estudiantes participaba en lo que ellos llamaban el «movimiento del lenguaje sucio». En Williams College los estudiantes realizaron una parodia de la comunión y blasfemaron en contra del Señor Jesús. En Nueva Jersey los estudiantes quemaron una Biblia en una hoguera pública. El crimen se desbordaba y las mujeres temían salir a las calles.8

En 1794, cuando la nueva nación americana se hundía en la impiedad y la depravación, un predicador de Connecticut, llamado Isaac Backus, comenzó a realizar reuniones de oración en su iglesia. El pastor Backus había sido un influyente ministro durante la Guerra de Independencia, y su libro de 1778, Government and Liberty Described and Ecclesiastical Tyranny Exposed [El gobierno y la libertad descritos y la tiranía eclesiástica expuesta], fue una gran influencia en las cláusulas de la libertad religiosa que los padres fundadores escribieron en la Primera Enmienda de la Constitución. Backus también formó una alianza con otros veinticuatro ministros de Nueva Inglaterra con la meta de orar regularmente por un despertar espiritual a lo largo de los Estados Unidos. Llamaron a estas sesiones de oración «un concierto de oración».

Para 1798, las iglesias a lo largo de las trece excolonias estaban realizando reuniones de oración, confesando su pecado y rogando a Dios por un avivamiento. Y un avivamiento de alcance nacional estalló a lo largo de los Estados Unidos, y especialmente en los campus universitarios. Este avivamiento se conoció como el Segundo Gran Despertar. Como una vez preguntó el doctor Orr: «¿No es esto lo que está faltando tanto en todos nuestros esfuerzos evangelísticos: consenso explícito, unidad visible y oración inusual?».9

El cambio sucederá cuando el pueblo de Dios se arrepienta de su pecado y se vuelva a Él. El avivamiento comienza con el arrepentimiento, y el arrepentimiento comienza con nosotros, no con el mundo exterior, no con el gobierno, no con la sociedad, sino con nosotros. Cuando el pueblo de Dios se arrepienta de su pecado, se vuelva a Él y se vuelva ferviente en orar, ¡entonces cuidado! Dios va a moverse entre su pueblo.

Dé el primer paso. Salga de su Harán. Gire su paso hacia Canaán. Cuente las estrellas de las promesas de Dios, incluso cuando no pueda verlas. Dios está cumpliendo las promesas que hizo a Abraham, y las está cumpliendo en su vida y en la mía.

Cuente las estrellas en un cielo vacío

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