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PRÓLOGO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL
ОглавлениеLa Universidad Católica de Salta presenta al mundo de lengua española este importante escrito de Michele Farisco titulado Filosofía de las neurociencias. Consideramos que es importante, frente a la difusión e impacto de las neurociencias, cultivar y difundir los resultados de estudios serios, los cuales se encuentran apartados tanto de la postura biologicista, que hace uso de las neurociencias para extender sus conclusiones de modo totalmente arbitrario y falso, como de aquellas posiciones que mantienen una actitud de condena frente a ellas.
Michele Farisco presenta los desafíos que las denominadas neurociencias plantean al saber filosófico, sobre todo en el dominio ético-antropológico. El neurocientífico, nos señala nuestro autor, no permanece circunscripto a un ámbito disciplinar sino que intenta acercarse e indagar, con métodos y finalidades relativamente diversas, el sistema nervioso del hombre. En este sentido, algunos que las cultivan llegan a elaborar una visión absolutamente biologicista de la naturaleza humana. Esta visión se ha visto potenciada por la posibilidad de visualizar el funcionamiento del cerebro gracias a las técnicas del neuroimaging. Farisco, luego de señalar las limitaciones instrumentales y conceptuales de las técnicas del neuroimaging, advierte al lector acerca de dos posibles errores: la denominada “falacia mereológica”, que consiste en atribuir al cerebro todas las actividades mentales, considerando la parte como un todo, y el error de confundir antecedentes y consecuentes. El hombre no es un sí neuroquímico (brainhood) cuyo ser se identifica con el cerebro. Farisco, con total justeza, señala que en esta posición antropológica reductiva, la ideología prevalece sobre la ciencia por cuanto formula afirmaciones que escapan totalmente al dominio de las neurociencias, en particular, y de la ciencia, en general. Esto no equivale a negar el valor de las neurociencias. Estas últimas, para nuestro autor, pueden ofrecer fecundas contribuciones al saber humano si son contextualizadas dentro de un horizonte más amplio que considere, por un lado, la naturaleza compleja de la experiencia humana y, por el otro, los condicionamientos del saber científico en general y del neurocientífico en particular.
Las denominadas neuroculturas (neuroeducación, neuroeconomía, neuroética, etc.) vehiculizan, la mayor parte de las veces, la antropología reduccionista a la que nos hemos referido. De este modo se cae en lo que Farisco tipifica como “esquizofrenia cultural”: eliminar cualquier referencia a otra dimensión de la materialidad y, simultáneamente, declarar la imposibilidad de vivir sin la dimensión espiritual. La concepción biologicista del hombre llega a identificar la identidad de la persona humana con el cerebro.
Ahora bien, si mi yo es el mismísimo cerebro, y mediante las técnicas de que disponemos en la actualidad, podemos modificarlo, ¿sería lícito hacerlo? Esta y otras cuestiones éticas se plantean a partir de los cuestionamientos que se formulan, tanto a nivel teórico como a nivel técnico, dentro del mundo de las neurociencias.
El objetivo que persigue Farisco no es el de negar la importancia de las indagaciones neurocientíficas sobre la conciencia, las cuales nos han ofrecido avances significativos en los últimos años, sino subrayar los límites epistemológicos intrínsecos y la necesidad de insertarlos en una perspectiva más amplia que no reduzca la complejidad del objeto estudiado a una sola de sus dimensiones. La exigencia de la complejidad del objeto estudiado, nos advierte nuestro autor, vale no solo para la tendencia materialista (que reduce la conciencia a las interacciones neuronales) sino también para la dualista (que concibe a la conciencia como una realidad completamente desvinculada del cerebro).
Farisco pone de relieve que las indagaciones neurocientíficas sobre la conciencia dan como resultado una concepción de hombre como sujeto complejo, cuya identidad no es reducible a la vida mental consciente. Sin embargo, estas conclusiones no tienen un carácter definitivo debido a los límites propios de las neurociencias, los cuales Farisco establece con claridad meridiana a lo largo de su escrito.
Ahora bien, estas conclusiones pueden ser interpretadas en un sentido reduccionista o bien, como lo va a hacer el propio Farisco, desde una óptica antropológica más compleja que reconoce el carácter holístico y dinámico del sujeto en el cual se integran naturaleza y cultura según una lógica relacional en la cual la identidad mental y cerebral es concebida no solo en base a la constitución genética sino también a los intercambios con el ambiente.
Farisco emprende un camino que consiste en situarse dentro de la semántica de la persona con el fin de determinar una dirección crítica que se encuentre en condiciones de interactuar de modo constructivo con los planteos de las neurociencias contemporáneas. Evitando cuidadosamente la sustancialización de la persona, nuestro autor, siguiendo las huellas del filósofo Paul Ricoeur, concibe a la persona en su esencial dinamicidad, como apertura hacia lo otro. El sí de la persona deviene procesualidad y relación, esto es, una modulación siempre cambiante, producto de la coexistencia de elementos personales e impersonales.
La unidad de la persona solo se da en la diversidad. En efecto, la identidad personal es el producto de un complejo juego de relaciones entre elementos aparentemente opuestos que en ella encuentran una superior e inédita unidad. La unidad de la persona, esencialmente plástica, está configurada a partir del concurso de presupuestos estructurales internos y de los influjos del ambiente externo. A juicio de Farisco, esta noción de persona, respecto de las neurociencias y de las neurotecnologías, se proyecta en dos sentidos fundamentales: sobre el plano teorético, la persona es compatible con las características de la identidad subjetiva puestas en evidencia por una indagación neurocientífica; sobre el plano ético, la persona, como actitud y dinamicidad, se propone como fundamento de una criterología que no sea simple rechazo del avance tecnológico, sino más bien instrumento de discernimiento de sus límites de licitud.
Farisco, a través de la confrontación con la semántica de la persona que ha ensayado, subraya, por un lado, que las indagaciones neurocientíficas no pueden ignorar la complejidad del sujeto humano y que ellas mismas vienen a caracterizar por medio de la dinamicidad y la evolución en respuesta al ambiente externo; por el otro, que categorías antropológicas tradicionales, como por ejemplo, la persona, siguen teniendo su vigencia y pueden oficiar como instrumentos interpretativos de la identidad humana en diálogo con las evidencias de las neurociencias.
Para Farisco, una identidad de la persona humana, entendida en los términos señalados precedentemente, es el presupuesto adecuado de una neuroética y de una neurofilosofía no reduccionistas. Desde esta óptica, señala Farisco, «… el ser-en-el-mundo-con-los-otros y el ser-en-el-proceso-de-devenir, los cuales expresan la condición de relacionalidad típica del ser humano, implican entre otras cosas, que “los esquemas de activación y los procedimientos de elaboración en el cerebro de alguien en cualquier parte son intrínsecamente relacionales o cibernéticos, reflejo de la interacción entre los seres humanos y los contextos socioculturales que ellos estructuran por sí mismos y en los cuales definen la propia identidad, modos individuales situados de ser hombre”». Y remata: «En conclusión, nuestra confrontación filosófica con las neurociencias nos ha conducido a reconocer el rol extraordinario de las mismas en la empresa fascinante del estudio de la naturaleza humana, la cual, sin embargo, se muestra irreductible y demasiado compleja para poder ser fijada en definiciones rígidas y definitivas. Es muy auspicioso, por lo tanto, un diálogo proficuo entre las ciencias del cerebro y las ciencias humanas: una filosofía de las neurociencias, que en gran parte todavía debe ser pensada, debería desarrollarse como plataforma conceptual para la definición de las condiciones de posibilidad de un diálogo semejante».
Consideramos que esta obra de Michele Farisco, más allá de la perspectiva filosófica desde la cual piensa la categoría de persona, con la cual se puede o no acordar, manifiesta un profundísimo conocimiento de la temática tratada, a la vez que nos ofrece un actualizado estado de la cuestión en lo que respecta al desarrollo de las neurociencias.
Asimismo, resulta justo subrayar el equilibrio en el tratamiento de las cuestiones, el cual es el resultado, a nuestro juicio, del respeto riguroso del ámbito propio de cada saber y de sus métodos respectivos.
Carlos Daniel Lasa
Villa María, Córdoba
21 de abril de 2014