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Capítulo 3

Cambios en el culto en América Latina

En el culto actual, la reverencia y otros elementos del culto cristiano casi han desaparecido.

El culto en las iglesias latinoamericanas ha pasado por diversas etapas de cambio que empiezan a ocurrir con mayor notoriedad desde la década de 1960, cuando Evangelismo a Fondo11 y la radio hcjb12 de Quito, Ecuador, realizan una fuerte actividad en nuestro continente, anticipando así una especie de “globalización” en el mundo evangélico.

Cambios

◆ 1960: Tradicional

◆ 1970: Contemporáneo

◆ 1980: Televisivo

◆ 1990: Renovado

Década 1960: Culto tradicional

En esta década, la Biblia y el himnario todavía definían bien la identidad y tradición evangélica latinoamericana. Por un lado, la Biblia es la suprema autoridad en materia de fe, doctrina y conducta cristiana personal y congregacional. El creyente iba al culto con la Biblia, la “espada”, bajo el brazo —referencia de identidad anti-católica— porque es “su arma de defensa cuando otros se burlan o descalifican su fe, y de conquista, cuando da su testimonio y lo rubrica: ‘lo dice Dios en su Palabra’; y es la respuesta a sus dilemas, cuando abre la Biblia sin mirar y le salta a la vista el texto que responde a su necesidad o problema inmediato; es la que le da un lenguaje para alabar al Señor, para orar, para dar su testimonio” (Míguez Bonino 1995: 76).

Por su lado, el himnario cumplió un papel de “cons­trucción de fronteras”, como dicen los sociólogos. Estas fronteras religiosas, antes que dividir, daban identidad denominacional, pues uno podía identificar claramente a qué iglesia pertenecía un creyente tan sólo mirando su himnario. Por años, en los cultos sólo se cantaban himnos, pero, a partir de esta década, comienza a popularizarse un nuevo estilo musical llamado “coritos”, que Manuel Bonilla, Leslie Thompson, Bruce del Monte y otros músicos empe­zaban a promover en América Latina a través de la radio hcjb y otras emisoras locales.

El corito era una pieza musical corta comparada con el himno clásico (de ahí su nombre), escrita generalmente por autores latinos, quienes, en la gran mayoría de casos, prefirieron quedarse en el anonimato13. La letra de los coritos era más testimonial que doctrinal, y tenían música y ritmo pegajosos haciéndolos fáciles de memorizar y cantar. El hecho de que no estuvieran escritos, hizo que se propagaran oralmente de iglesia en iglesia sin casi importar la denominación, escapando así del control del liderazgo conservador, receloso en preservar sus propios distintivos denominacionales. Pero cuando ellos detec­taban ciertos rasgos particulares, especialmente de la iglesia pentecostal, entonces retocaban un poco las letra para admitirlos en sus congregaciones. Esto sucedió, por ejemplo, con el corito Ardiendo en fuego, que se modificó en una línea de la segunda estrofa para poderse cantar en iglesias no pentecostales (la línea modificada aparece entre corchetes).

Ardiendo en fuego mi alma está,

Gloriosa llama me limpiará,

Oh, aleluya, mi alma ardiendo está.

Oh, Señor, quiero que ardas en mi ser,

Como la zarza quiero arder con tu poder.

En nuevas lenguas quiero hablar como señal

[A los perdidos ganaré como señal],

Que estoy ardiendo con el fuego celestial.

Quiero alabarte y adorarte sólo a Ti,

Como se adora en espíritu y en verdad.

Oh, Señor, quiero que ardas en mi ser,

Como la zarza quiero arder con tu poder.

La influencia de los coritos, pronto se hizo sentir en el culto. La congregación los cantaba acompañándolos con las palmas, panderetas y otros instrumentos musicales más nuestros, porque, al no estar escritos en partituras, los organistas no podían tocarlos. Esto hizo que los creyentes cantaran los coritos llevando el ritmo con sus cuerpos y rompiendo así la rigidez de la liturgia que hasta ese entonces había caracterizado a las iglesias no pentecostales. De su incursión en los cultos, los coritos luego pasaron a formar parte de los himnarios, aunque a manera de apéndice, tal como se puede observar en las ediciones publicadas en la década de 1970 de Himnos y cánticos del evangelio, Himnos de la vida cristiana entre otros. Durante la década siguiente, se popularizarían mucho más aún, haciendo que muchos viejos himnos perdieran vigencia.

Década 1970: Culto contemporáneo

En esta década, la iglesia experimenta la influencia de dos corrientes que se dieron en América Latina. Por un lado, la del Movimiento de Renovación Carismático, que afectó prácticamente todo el Cono Sur14, y por otro, la de un fuerte nacionalismo que buscaba rescatar los valores culturales autóctonos de la región, en parte porque en esta década prácticamente todos los países latinoamericanos estaban bajo dictaduras militares.

Las iglesias, entonces, empiezan a cantar más himnos y coros de autores latinos que cancioneros como Corazón y vida y el Cancionero abierto (ambos publicados en Argentina) daban a conocer en sus ediciones. Además, tal vez por primera vez, las iglesias se animan a incluir cantos con melodías autóctonas en sus servicios. Algunos grupos folclóricos, como el Trío Mar del Plata de Argentina, Oasis de Chile, y Kerygma del Perú, ayudan a cambiar la con­cepción del uso de la música folclórica en la adoración y la evangelización. De esta manera, surgen muchos conjuntos musicales juveniles, los cuales terminaron desplazando a los dúos, tríos y cuartetos de los años pasados.

En un sentido, los cultos experimentan un cambio, pues buscan más participación de la gente, son más espontáneos, informales y, por lo tanto, un poco más largos. Asimismo, ahora usan más música moderna, acompañada con batería, bajo y guitarras eléctricas, algo nunca visto hasta ese entonces. A nivel de juventud, se comienza a sentir la influencia de los coros traducidos del inglés, como “Miro astros que mi Dios creó” (He´s Everything to Me)15, de Ralph Carmichael, o “A Dios sea la gloria, de Andrae Crouch (My Tribute o To God Be the Glory)16. Muchos de estos coritos fueron bastante populares; así ocurrió, por ejemplo, con “Una mirada de fe” y “No hay Dios tan grande como Tú”. El hecho de que el órgano —instrumento “oficial” en las iglesias en esos días— no se prestara tanto para tocar los coritos, llevó a que los jóvenes más y más tocaran la guitarra en los cultos (aun cuando en forma muy limitada, porque en muchos círculos era considerada un instrumento no propio para la adoración), lo cual propició controversias, pues los creyentes más conservadores temían que con la guitarra también se introdujeran a la iglesia otras costumbres “mundanas”.

Además de la música, se continuó enfatizando la predicación como la parte más importante del culto, manteniendo los domingos en la mañana el esquema de culto de adoración y edificación, el culto evangelístico los domingos en las noches, y el culto de oración a mitad de semana.

Década 1980: Culto televisivo o de entretenimiento

En estos años, la “iglesia electrónica” hace sentir su pre­sencia en nuestro continente17. Se observa en las iglesias una tendencia a imitar el formato televisivo de los shows de ptl y Club 700. En esta década, también muchas con­gregaciones empiezan a comprar o alquilar teatros y cinemas para convertirlos en templos, fenómeno que ha continuado hasta el día de hoy18.

Sin duda, esta modalidad hizo que algunas iglesias optaran por —y adoptaran—una liturgia de los medios que, según el comunicador peruano Rolando Pérez, muestra una apropiación significativa de la estructura del mundo del espectáculo. Pérez dice:

En el interior [de las iglesias], el decorado, la ubi­cación de los equipos electrónicos, el sonidista que controla desde una cabina de audio, el uso de los instrumentos musicales electrónicos, son apropiaciones directas de la tecnología de los medios, pero también de los propios símbolos de la industria audiovisual. Por otro lado, el modo en que el líder o pastor conduce el culto, sus movimientos cuidadosamente ensayados nos hablan de una “puesta en escena” del rito, lo cual modifica la tradicional ceremonia del culto evangélico. En este sentido, los cultos solemnes, los predicadores ceremoniosos o circunspectos, son reemplazados hoy por el pastor-animador, por la palabra estridente, por los aplausos y los cantos entonados con mucho ritmo19.

Si bien esta observación es válida para un sector de la iglesia (los de corte neopentecostal y carismático prin­cipalmente), notamos que la gran mayoría no se identificó totalmente con este estilo de culto, sino que, más bien, para matizar sus servicios, prefirió tomar ciertos elementos como los aplausos, el modelo del pastor-animador, el reemplazo del clásico púlpito por una plataforma cargada de instrumentos, luces y equipos de vídeos y otros. De cualquier manera, no se puede negar que muchos ele­mentos propios de los medios masivos han sido incor­porados por muchas iglesias modernas; las cuales ahora tienen maquilladores, diseñadores, luminotécnicos, pro­ductores de música y TV, y hasta profesionales que hacen “casting” para seleccionar a los jóvenes (varones y mujeres) que se pararán a dirigir la danza en la plataforma durante los cultos dominicales.

Para Pérez, este tipo de congregaciones constituye lo que ha llamado “iglesias desterritorializadas”, donde los códigos de la cultura de masas se incorporan fácil­mente en sus prácticas litúrgicas, rompiendo así con todos los patrones establecidos en lo que llamaríamos iglesias comunitarias (Pérez 1997: 21). Otros analistas, como el español Jesús Martin Barbero, corroboran este hecho y advierten que los medios en América Latina están contribuyendo a reencantar el mundo y dar sentido a la vida de la gente en su experiencia religiosa, “propo­niendo nuevos modos mediáticos para que las personas se congreguen”20. Sea como fuere, este tipo de culto televisivo pasó a constituirse en una amenaza para las iglesias tradicionales donde el culto convencional todavía seguía siendo el vehículo para adorar a Dios, a la vez que desencadenó la carrera descontrolada por la construc­ción de megaiglesias, fenómeno que vemos hasta el día de hoy.

Década 1990: El culto renovado

Muy pocos dudarían de que lo que estamos viviendo ahora en América Latina es el “boom” de la alabanza. Lo que empezó con el Simposio Internacional de Adoración y Alabanza, de David Fischer21, con la música renovada del grupo Restauración de la iglesia Verbo de Vida de Guatemala, y los cantos de Marcos Witt22, no sólo ha cambiado la himnología evangélica, sino también la manera de conducir los cultos. Hoy ya es una norma tener un conjunto vocal en la plataforma apoyando al director de canto, como lo es también el cantar de pie por períodos largos siguiendo la letra de los coros en un retroproyector. Ya no llama la atención que los cantos se acompañen con las palmas o levantando las manos, o que los himnos clásicos casi hayan desaparecido de nuestros programas. La gente, sin duda, prefiere este tipo de culto más vivo que se desarrolla en un espíritu de celebración, donde la alabanza es lo que prima antes que la exposición de la misma Palabra. Estamos, quizás, frente al fenómeno de renovación litúrgica más grande que la iglesia latinoamericana haya experimentado en el siglo pasado.

El culto renovado con toda su explosión musical, ha dado lugar a la amateurización de la música y de la liturgia en la iglesia. Los llamados “ministerios de alabanza y adoración” encargados del culto, son grupos conformados, mayormente, por jóvenes diestros en la ejecución de sus instrumentos, pero neófitos en la vida cristiana y carentes de formación teológica en lo referente al uso de la música en la iglesia. Los pastores, por lo regular, han dejado en manos de estos músicos toda la responsabilidad del culto, quienes, al no tener mayores referentes eclesiásticos, se han volcado a transferir, acríticamente, componentes de la cultura del entretenimiento a los servicios dominicales, creando así un nuevo tipo de culto, al que también se le llama “culto de celebración”, donde la reverencia y otros elementos del culto cristiano casi han desaparecido.


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11 Ver el capítulo 5 del libro de David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? (http://www.nodulo.org/bib/stoll/alp05f.htm); The Evangelism-in-Depth Movement por Rubén Lores (http://www.wheaton.edu/bgc/archives/docs/Berlin66/lores.htm); y Los auténticos revolucionarios: la historia del evangelismo a fondo en América Latina, por W. Dayton Roberts.

12 Ver http://www.hcjb.org/History/radio-station-hcjb.html; y La iglesia y los dioses modernos. Historia del protestantismo en el Ecuador, por Washington Padilla, pp. 355-359.

13 José Grau habla de este estilo de música en la revista Pensamiento cristiano número 80.

14 Ver Samuel Berberián. Dos décadas de renovación en Latinoamérica, 1960-1980.

15 http://www.youtube.com/watch?v=FvgspvBVEUo&feature=related

16 http://www.youtube.com/watch?v=0iZm9__sJL8

17 Ver Hugo Assman. La iglesia electrónica y su impacto en América Latina. También Dennis Smith. “The Impact of Religious Programming in the Electronic Media on the Active Christian Population in Central America”. Latin American Pastoral Issues.

18 En Lima, por ejemplo, esta tendencia comienza a principios de 1980 cuando la iglesia Casa de Dios, Puerta del Cielo adquiere el local de un cine situado en una de las arterias más importantes de La Victoria, distrito populoso de gente pobre y clase trabajadora. Poco más tarde, Jimmy Swaggart compraría el de un teatro, en Santa Beatriz, para las Asambleas de Dios. Y en los últimos años, las iglesias de corte carismático han venido usando locales cinematrogáficos en sectores de clase media de Miraflores, y Lince.

19 Ver “La cultura de los medios en la ritualidad evangélica”, en la revista Signos de Vida (1996).

20 Citado por Guillermo Mejía en La mediatización de la religión. (Consulta: 25 de setiembre de 2009). <http://www.webislam.com/?idt=5488>.

21 Ver el trabajo de Moisés Chávez, El meneíto del rey David, 1995, donde hace un interesante estudio sobre este movimiento.

22 Marcos Witt nació en San Antonio, Texas (1962), y creció en México, país en el cual sus padres eran misioneros. Estudió música en los Estados Unidos y luego regresó a México, donde comenzó su carrera como músico cristiano. Actualmente, reside con su esposa y cuatro hijos en Texas, lugar en el cual es pastor principal de la congregación hispana de la Iglesia de Lakewood. Algunos lo consideran el principal artífice de la renovación de la música evangélica en el continente. Ha grabado docenas de CD y publicado algunos libros, entre los cuales están Adoremos (1993) y ¿Qué hacemos con estos músicos? (1995).

¿Qué le pasó al culto en América Latina?

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