Читать книгу Viento de levante, meigas silenciosas y salamandras amarillas - Miguel Abollado Rego - Страница 9

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BILLIE HOLIDAY SONRÍE DESCARADA

Y nos mira desde allá arriba, desafiante, como mira también a los que todas las noches acuden a ese rincón perdido, entre las nubes más oscuras del universo, a oírla cantar. Amy, Janis, Nina, Kurt, Frank y Louis casi siempre están entre el público. También Él.

A veces le dedica una canción.

Mientras Mal Waldron teclea con lentitud las notas más agudas, consiguiendo que el sonido del piano sea mucho más que una excusa para sostener su voz, ella los mira una vez más y sonríe con tristeza. Sabe que en el escenario, antes de convertirse en eterna, no había nadie que la igualara. Tendrían que pasar unos cuantos años para que Nina hiciera olvidar un poco a aquella mujer única, con ese timbre de voz inigualable, capaz de expresar, en cada nota, en cada suspiro, el dolor acumulado desde el primero hasta el último de sus días.

Entonces, empieza a cantar:

Southern trees bear strange fruit,

blood on the leaves and blood at the root,

black bodies swinging in the southern breeze,

strange fruit hanging from the poplar trees.

Para un momento y lo busca con la mirada, muy seria. Casi todas las noches Él se acerca para oírla cantar Strange Fruit, disimuladamente, intentando pasar desapercibido entre la multitud. No le gusta que lo reconozcan, pero esa noche Billie sabe que está ahí. Lo mira y sonríe, ahora burlona, mientras Él baja la cabeza.

¿Ves lo que has conseguido?, le dice ella con la mirada.

Si no me hubieras hecho sufrir tanto; si mi madre no hubiera sido tan niña cuando nací; si mi padre no me hubiera abandonado; si no me hubieran violado a los diez años; si no me hubieran obligado a acostarme con todos aquellos hombres a cambio de dinero; si no me hubiera empapado de alcohol en las eternas noches de Harlem; si me hubieran enseñado a oler, en lugar de a pincharme, las amapolas que me hacían rozar el cielo cada noche, pero que luego me hundían en los infiernos cada mañana; si no me hubieras hecho pasar por las puertas para los negros, ni me hubieras obligado a sentarme en los asientos traseros de los autobuses; y si, finalmente, no me hubieran arruinado, detenido, encarcelado y prohibido cantar en los clubes que eran mi única salvación; si no hubieras hecho todo eso, si no hubieras ‘dejado’ que me hicieran todo eso, te aseguro que ahora mismo no estarías escuchando esta canción.

Pastoral scene of the gallant south,

the bulging eyes and the twisted mouth,

scent of magnolias, sweet and fresh,

then the sudden smell of burning flesh.

Sí, Tú, no mires para atrás. Yo aquí arriba soy tu diosa. Yo soy capaz de hacerte llorar, de erizarte el vello de los brazos, el de todo tu cuerpo. Sé que nunca ha habido nadie como yo. Lo sé. Lo siento todas las noches, lo veo en los ojos de todos los que vienen a oírme cantar. Y yo los miro, satisfecha. Miro a Amy, a Janis, a Frank, a Louis, que me sonríe con su sonrisa grandiosa mientras sostiene la trompeta, esperando su turno con impaciencia. Y sonrío con superioridad. Porque aquí arriba ya no importan el dinero, ni los chutes, ni el alcohol, ni la vida, ni la muerte, ni la admiración de los auténticos, ni el desprecio de los hombres blancos. Sólo soy yo, tan sólo una voz movida por un corazón roto. Aquí arriba ya soy mucho más que el ángel de Harlem.

Here is fruit for the crows to pluck,

for the rain to gather, for the wind to suck,

for the sun to rot, for the trees to drop,

here is a strange and bitter crop.

Puede que para ti todo esto sí mereciera la pena. Puede que para los millones de blancos y negros de varias generaciones sí. Puede que para Janis, para Louis, para Frank, sí. Pero yo te aseguro que pasar tanto sufrimiento, tanto dolor, tantas mañanas en el infierno, sólo para poder cantar así, fue un precio demasiado alto. Aunque haya cambiado para siempre la historia del jazz, aunque haya conseguido hechizar a todo un país, ¡al mundo entero!, aunque mi voz siga resonando en esas redes sociales incomprensibles o a través de las ondas de radio, o en los más prestigiosos clubes de Nueva York; aunque haya sido la inspiración de tantas otras que igualmente fueron grandes e igualmente desgraciadas, aunque ahora puedas disfrutar de mí todas las noches, creo que no mereció la pena.

Aunque a veces pienso que por haber vivido aquel instante, cuando canté esa canción por última vez, y por otros pocos instantes sublimes que pasé allá abajo, en tu miserable e injusto mundo, el único don que me diste fuera tan grande, que finalmente mi vida sí mereciera la pena.

Quizás tan sólo esos tres minutos de Strange Fruit sean suficientes para dar sentido a todo.

N. del A. Escribí este relato al cumplirse cien años del nacimiento de Billie Holiday, una de las voces más personales y bellas que ha dado el jazz a lo largo de todo el siglo veinte. Fue la principal inspiración para cantantes como Amy Winehouse, Janis Joplin, Frank Sinatra o la mismísima Nina Simone, lo mismo que para ella lo fueron Bessi Smith o Louis Amstrong. Murió en 1959 a la edad de 44 años por cirrosis hepática. Cuando murió estaba bajo arresto domiciliario por posesión de heroína, a la que fue adicta los últimos 20 años de su vida.

Se cuenta que la primera vez que Billie Holiday cantó Strange Fruit, en un primer momento nadie aplaudió. Sucedió en un club de Nueva York, en 1939. Cuando pronunció la última frase (here is the strange and bitter crop, esta es una extraña y amarga cosecha), las luces se apagaron. Poco después se encendieron de nuevo y el aplauso fue atronador, pero ella ya no estaba allí. Mientras los espectadores recuperaban el aliento, Billie estaba en el lavabo de señoras llorando desconsoladamente. Tenía veintitrés años. Ella misma cuenta en sus memorias que una mujer la encontró allí y al verla así se le humedecieron los ojos. La mujer la miró y le dijo: Dios mío, en mi vida oí algo tan hermoso.

La canción denuncia con bastante crudeza la segregación racial que sufrieron ella y tantos millones de americanos negros en Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX. Tiene su origen en un poema escrito por Abel Meerpol a raíz del linchamiento que sufrieron Thomas Shipp y Abram Smith, ambos negros, a los que asesinaron miserablemente colgándolos de la rama de un árbol en Indiana, en el año 1930.

La última grabación que hizo Billie Holiday de Strange Fruit data de 1959, unos meses antes de su muerte. Es una interpretación que le deja a uno sin aliento. El grito de aquella voz valiente todavía resuena entre la permanente escoria:

De los árboles del sur cuelga una fruta extraña.

Sangre en las hojas y sangre en la raíz.

Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña.

Extraña fruta cuelga de los álamos.

Escena pastoral del valiente sur.

Los ojos saltones y la boca retorcida.

Aroma de las magnolias, dulce y fresco.

Y el repentino olor a carne quemada.

Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos.

Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire,

para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer.

Esta es una extraña y amarga cosecha.

Viento de levante, meigas silenciosas y salamandras amarillas

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