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LA JITANILLA.

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Parece que los jitanos y jitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones, y finalmente salen con ser ladrones corrientes y molientes á todo ruedo; y la gana de hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables que no se quitan sino con la muerte. Una pues de esta nacion, jitana vieja, que podia ser jubilada en la ciencia de Caco, crió una muchacha en nombre de nieta suya, á quien puso por nombre Preciosa, y á quien enseñó todas sus jitanerías y modos de embelecos y trazas de hurtar. Salió la tal Preciosa la mas única bailadora que se hallaba en todo el jitanismo, y la mas hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los jitanos, sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama. Ni los soles, ni los aires, ni todas las inclemencias del cielo, á quien mas que otras gentes están sujetos los jitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir sus manos; y lo que es mas, que la crianza tosca en que se criaba, no descubria en ella sino ser nacida de mayores prendas que de jitana, porque era en estremo cortés y bien razonada: y con todo esto era algo desenvuelta, pero no de modo que descubriese algun género de deshonestidad; ántes con ser aguda era tan honesta, que en su presencia no osaba alguna jitana vieja ni moza cantar cantares lascivos, ni decir palabras no buenas: y finalmente, la abuela conoció el tesoro que en la nieta tenia, y así determinó el águila vieja sacar á volar su aguilucho, y enseñarle á vivir por sus uñas.

Salió Preciosa rica de villancicos, de coplas, seguidillas y zarabandas y de otros versos, especialmente de romances, que los cantaba con especial donaire; porque su taimada abuela echó de ver que tales juguetes y gracias en los pocos años y en la mucha hermosura de su nieta habian de ser felicísimos atractivos é incentivos para acrecentar su caudal; y ansí se los procuró y buscó por todas las vias que pudo; y no faltó poeta que se los diese; que tambien hay poetas que se acomodan con jitanos, y les venden sus obras, como los hay para ciegos, que les fingen milagros, y van á la parte de la ganancia: de todo hay en el mundo, y esto de la hambre tal vez hace arrojar los ingenios á cosas que no están en el mapa.

Crióse Preciosa en diversas partes de Castilla, y á los quince años de su edad su abuela putativa la volvió á la corte y á su antiguo rancho, que es donde ordinariamente le tienen los jitanos, en los campos de Santa Bárbara, pensando en la corte vender su mercadería, donde todo se compra y todo se vende. Y la primera entrada que hizo Preciosa en Madrid, fué un dia de Santa Ana, patrona y abogada de la villa, con una danza en que iban ocho jitanas, cuatro ancianas y cuatro muchachas, y un jitano, gran bailarin, que las guiaba; y aunque todas iban limpias y bien aderezadas, el aseo de Preciosa era tal que poco á poco fué enamorando los ojos de cuantos la miraban. De entre el son del tamboril y castañetas y fuga del baile salió un rumor que encarecia la belleza y donaire de la Jitanilla, y corrian los muchachos á verla, y los hombres á mirarla; pero cuando la oyeron cantar, por ser la danza cantada, allí fué ello, allí sí que cobró aliento la fama de la Jitanilla, y de comun consentimiento de los diputados de la fiesta desde luego le señalaron el premio y joya de la mejor danza; y cuando llegaron á hacerla en la iglesia de Santa María delante de la imágen de la gloriosa Sta. Ana, despues de haber bailado todas, tomó Preciosa unas sonajas, al son de las cuales, dando en redondo largas y lijerísimas vueltas, cantó el romance siguiente:

Árbol preciosísimo,

Que tardó en dar fruto

Años que pudieron

Cubrirle de luto,

Y hacer los deseos

Del consorte puros,

Contra su esperanza

No muy bien seguros:

De cuyo tardarse

Nació aquel disgusto,

Que lanzó del templo

Al varon mas justo:

Santa tierra estéril,

Que al cabo produjo

Toda la abundancia

Que sustenta el mundo:

Casa de moneda

Do se forjó el cuño

Que dió á Dios la forma,

Que como hombre tuvo:

Madre de una hija,

En quien quiso y pudo

Mostrar Dios grandezas

Sobre humano curso:

Por vos y por ella

Sois, Ana, el refugio,

Do van por remedio

Nuestros infortunios.

En cierta manera

Teneis, no lo dudo,

Sobre el nieto imperio

Piadoso y justo.

Á ser comunera

Del alcázar sumo,

Fueran mil parientes

Con vos de consuno.

¡Qué hija! ¡qué nieto!

Y ¡qué yerno! Al punto,

Á ser causa justa,

Cantárades triunfos.

Pero vos humilde

Fuisteis el estudio,

Donde vuestra Hija

Hizo humildes cursos.

Y ahora á su lado

Á Dios el mas junto

Gozais del alteza

Que apénas barrunto.

El cantar de Preciosa fué para admirar á cuantos la escuchaban. Unos decian: Dios te bendiga, la muchacha. Otros: Lástima es que esta mozuela sea jitana; en verdad, en verdad que merecia ser hija de un gran señor. Otros habia mas groseros que decian: Dejen crecer á la rapaza, que ella hará de las suyas; á fe que se va añudando en ella gentil barredera para pescar corazones. Otro mas humano, mas basto y mas modorro, viéndola andar tan lijera en el baile, le dijo: Á ello, hija, á ello, andad, amores, y pisad el polvito á tan menudito. Y ella respondió sin dejar el baile: Y pisarélo yo á tan menudó.

Acabáronse las vísperas y la fiesta de Sta. Ana, y quedó Preciosa algo cansada, pero tan celebrada de hermosa, de aguda y de discreta y bailadora, que á corrillos se hablaba della en toda la corte. De allí á quince dias volvió á Madrid, como tenia de costumbre, con otras tres muchachas con sonajas y con un baile nuevo, todas apercebidas de romances y de cantarcillos alegres, pero todos honestos; que no consentia Preciosa que las que fuesen en su compañía cantasen cantares descompuestos, ni ella los cantó jamas, y muchos miraron en ello, y la tuvieron en mucho. Nunca se apartaba della la jitana vieja, hecha su Argos, temerosa no se la despabilasen y traspusiesen; llamábala nieta, y ella la tenia por abuela. Pusiéronse á bailar á la sombra en la calle de Toledo por complacer á los que las miraban, y de los que las venian siguiendo se hizo luego un gran corro; y en tanto que bailaban, la vieja pedia limosna á los circunstantes, y llovian en ella ochavos y cuartos como piedras á tablado; que tambien la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad dormida.

Acabado el baile, dijo Preciosa:

—Si me dan cuatro cuartos, les cantaré un romance yo sola, lindísimo en estremo, que trata de cuando la reina nuestra señora Doña Margarita salió á misa de parida en Valladolid, y fué á San Llorente: dígoles que es famoso, y compuesto por un poeta de los del número, como capitan del batallon.

Apénas hubo dicho esto cuando casi todos los que en la rueda estaban dijeron á voces:

—¡Cántale, Preciosa, y ves aquí mis cuatro cuartos!

Y así granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos á cogerlos. Hecho pues su agosto y su vendimia, repicó Preciosa sus sonajas, y al tono correntío y loquesco cantó el siguiente romance:

Salió á misa de parida

La mayor reina de Europa,

En el valor y en el nombre

Rica y admirable joya.

Como los ojos se lleva,

Se lleva las almas todas

De cuantos miran y admiran

Su devocion y su pompa.

Y para mostrar que es parte

Del cielo en la tierra toda,

Á un lado lleva el sol de Austria,

Al otro la tierna aurora.

Á sus espaldas la sigue

Un lucero que á deshora

Salió la noche del dia

Que el cielo y la tierra lloran.

Y si en el cielo hay estrellas

Que lucientes carros forman,

En otros carros su cielo

Vivas estrellas adornan.

Aquí el anciano Saturno

La barba pule y remoza,

Y aunque tardo, va lijero;

Que el placer cura la gota.

El dios parlero va en lenguas

Lisonjeras y amorosas,

Y Cupido en cifras varias,

Que rubíes y perlas bordan.

Allí va el furioso Marte

En la persona curiosa

De mas de un gallardo jóven

Que de su sombra se asombra.

Junto á la casa del sol

Va Júpiter; que no hay cosa

Difícil á la privanza

Fundada en prudentes obras.

Va la luna en las mejillas

De una y otra humana diosa,

Vénus casta en la belleza

De las que este cielo forman.

Pequeñuelos Ganimédes

Cruzan, van, vuelven y tornan

Por el cinto tachonado

Desta esfera milagrosa.

Y para que todo admire

Y todo asombre, no hay cosa

Que de liberal no pase

Hasta el estremo de pródiga.

Milan con sus ricas telas

Allí va en vista curiosa,

Las Indias con sus diamantes,

Y Arabia con sus aromas.

Con los mal intencionados

Va la envidia mordedora,

Y la bondad en los pechos

De la lealtad española.

La alegría universal

Huyendo de la congoja,

Calles y plazas discurre,

Descompuesta y casi loca.

Á mil mudas bendiciones

Abre el silencio la boca,

Y repiten los muchachos

Lo que los hombres entonan.

Cuál dice:—Fecunda vid,

Crece, sube, abraza y toca

El olmo felice tuyo,

Que mil siglos te haga sombra.

Para gloria de tí misma,

Para bien de España y honra,

Para arrimo de la Iglesia,

Para asombro de Mahoma.—

Otra lengua clama y dice:

—Vivas, ó blanca paloma

Que nos has dado por crias

Águilas de dos coronas,

Para ahuyentar de los aires

Las de rapiña furiosas,

Para cubrir con sus alas

Á las virtudes medrosas.—

Otra mas discreta y grave,

Mas aguda y mas curiosa

Dice, vertiendo alegría

Por los ojos y la boca:

—Esta perla que nos diste,

Nácar de Austria, única y sola,

¡Qué de máquinas que rompe!

¡Qué de designios que corta!

¡Qué de esperanzas que infunde!

¡Qué de deseos malogra!

¡Qué de temores aumenta!

¡Qué de preñados aborta!—

En esto se llegó al templo

Del fénix santo que en Roma

Fué abrasado, y quedó vivo

En la fama y en la gloria.

Á la imágen de la vida,

Á la del cielo Señora,

Á la que por ser humilde,

Las estrellas pisa ahora:

Á la Madre y Vírgen junto,

Á la Hija y á la Esposa

De Dios, hincada de hinojos

Margarita así razona:

—Lo que me has dado te doy,

Mano siempre dadivosa;

Que á do falta el favor tuyo

Siempre la miseria sobra.

Las primicias de mis frutos

Te ofrezco, Vírgen hermosa:

Tales cuales son las mira,

Recibe, ampara y mejora.

Á su padre te encomiendo;

Que humano Atlante se encorva

Al peso de tantos reinos

Y de climas tan remotas.

Sé que el corazon del Rey

En las manos de Dios mora,

Y sé que puedes con Dios

Cuánto pidieres piadosa.—

Acabada esta oracion,

Otra semejante entonan

Himnos y voces que muestran

Que está en el suelo su gloria.

Acabados los oficios,

Con reales ceremonias

Volvió á su punto este cielo

Y esfera maravillosa.

Apénas acabó Preciosa su romance, cuando del ilustre auditorio y grave senado que la oia, de muchas se formó una voz sola que dijo:

—Torna á cantar, Preciosa, que no faltarán cuartos como tierra.

Mas de doscientas personas estaban mirando el baile, y escuchando el canto de las jitanas, y en la mayor fuga dél acertó á pasar por allí uno de los tinientes de la villa, y viendo tanta gente junta, preguntó qué era: y fuéle respondido que estaban escuchando á la Jitanilla hermosa que cantaba. Llegóse el tiniente, que era curioso, y escuchó un rato, y por no ir contra su gravedad, no escuchó el romance hasta la fin: y habiéndole parecido por estremo bien la Jitanilla, mandó á un paje suyo dijese á la jitana vieja que al anochecer fuese á su casa con las jitanillas, que queria que las oyese Doña Clara su mujer. Hízolo así el paje, y la vieja dijo que sí iria.

Acabaron el baile y el canto, y mudaron lugar; y en esto llegó un paje muy bien aderezado á Preciosa, y dándole un papel doblado, le dijo:

—Preciosica, canta el romance que aquí va, porque es muy bueno, y yo te daré otros de cuando en cuando, con que cobres fama de la mejor romancera del mundo.

—Eso aprenderé yo de muy buena gana, respondió Preciosa; y mire, señor, que no me deje de dar los romances que dice, con tal condicion que sean honestos; y si quiere que se los pague, concertémonos por docenas, y docena cantada docena pagada; porque pensar que le tengo de pagar adelantado, es pensar lo imposible.

—Para papel siquiera que me dé la señora Preciosica, dijo el paje, estaré contento: y mas, que el romance que no saliere bueno y honesto, no ha de entrar en cuenta.

—Á la mia queda el escogerlos, respondió Preciosa.

Y con esto se fueron la calle adelante, y desde una reja llamaron unos caballeros á las jitanas. Asomó Preciosa á la reja, que era baja, y vió en una sala muy bien aderezada y muy fresca muchos caballeros que, unos paseándose, y otros jugando á diversos juegos, se entretenian.

—¿Quiérenme dar barato, zeñores? dijo Preciosa, que como jitana hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas que no naturaleza.

Á la voz de Preciosa y á su rostro dejaron los que jugaban el juego, y el paseo los paseantes: y los unos y los otros acudieron á la reja por verla, que ya tenian noticia della, y dijeron:

—Entren, entren las jitanillas, que aquí les daremos barato.

—Caro seria ello, respondió Preciosa, si nos pellizcasen.

—No, á fe de caballeros, respondió uno; bien puedes entrar, niña, segura que nadie te tocará á la vira de tu zapato; no, por el hábito que traigo en el pecho.

Y púsose la mano sobre uno de Calatrava.

—Si tú quieres entrar, Preciosa, dijo una de las tres jitanillas que iban con ella, entra enhorabuena, que yo no pienso entrar adonde hay tantos hombres.

—Mira, Cristina, respondió Preciosa: de lo que te has de guardar es de un hombre solo y á solas, y no de tantos juntos; porque ántes el ser muchos quita el miedo y recelo de ser ofendidas. Advierte, Cristinica, y está cierta de una cosa: que la mujer que se determina á ser honrada, entre un ejército de soldados lo puede ser. Verdad es que es bueno huir de las ocasiones; pero han de ser de las secretas y no de las públicas.

—Entremos, Preciosa, dijo Cristina, que tú sabes mas que un sabio.

Animólas la jitana vieja, y entraron: y apénas hubo entrado Preciosa, cuando el caballero del hábito vió el papel que traia en el seno, y llegándose á ella, se le tomó, y dijo Preciosa:

—Y no me le tome, señor, que es un romance que me acaban de dar ahora, que aun no le he leido.

—Y ¿sabes tú leer, hija? dijo uno.

—Y escribir, respondió la vieja, que á mi nieta la he criado yo como si fuera hija de un letrado.

Abrió el caballero el papel, y vió que venia dentro dél un escudo de oro, y dijo:

—En verdad, Preciosa, que trae esta carta el porte dentro: toma este escudo que en el romance viene.

—Basta, dijo Preciosa, que me ha tratado de pobre el poeta; pues cierto que es mas milagro darme á mí un poeta un escudo, que yo recebirle: si con esta añadidura han de venir sus romances, traslade todo el Romancero general, y enviémelos uno á uno, que yo les tentaré el pulso, y si vinieren duros, seré yo blanda en recebillos.

Admirados quedaron los que oian á la jitanica, así de su discrecion como del donaire con que hablaba.

—Lea, señor, dijo ella, y lea alto, veremos si es tan discreto ese poeta, como es liberal.

Y el caballero leyó así:

Jitanica, que de hermosa

Te pueden dar parabienes,

Por lo que de piedra tienes

Te llama el mundo Preciosa.

De esta verdad me asegura

Esto, como en tí verás:

Que no se apartan jamas

La esquivez y la hermosura.

Si como en valor subido,

Vas creciendo en arrogancia,

No le arriendo la ganancia

Á la edad en que has nacido.

Que un basilisco se cria

En tí que mata mirando,

Y un imperio, que aunque blando,

Nos parezca tiranía.

Entre pobres y aduares

¿Cómo nació tal belleza?

¿Ó cómo crió tal pieza

El humilde Manzanares?

Por esto será famoso

Á par del Tajo dorado,

Y por Preciosa preciado

Mas que el Gánges caudaloso.

Dices la buenaventura,

Y dasla mala contino;

Que no van por un camino

Tu intencion y tu hermosura.

Porque en el peligro fuerte

De mirarte ó contemplarte,

Tu intencion va á desculparte,

Y tu hermosura á dar muerte.

Dicen que son hechiceras

Todas las de tu nacion;

Pero tus hechizos son

De mas fuerzas y mas veras;

Pues por llevar los despojos

De todos cuantos te ven,

Haces, ó niña, que estén

Los hechizos en tus ojos.

En sus fuerzas te adelantas,

Pues bailando nos admiras,

Y nos matas, si nos miras,

Y nos encantas, si cantas.

De cien mil modos hechizas,

Hables, calles, cantes, mires,

Ó te acerques ó retires,

El fuego de amor atizas.

Sobre el mas exento pecho

Tienes mando y señorío;

De lo que es testigo el mio,

De tu imperio satisfecho.

Preciosa joya de amor,

Esto humildemente escribe

El que por tí muere y vive

Pobre, aunque humilde amador.

—En pobre acaba el último verso, dijo á esta sazon Preciosa, mala señal; nunca los enamorados han de decir que son pobres, porque á los principios á mi parecer la pobreza es muy enemiga del amor.

—¿Quién te enseña eso, rapaza? dijo uno.

—¿Quién me lo ha de enseñar? respondió Preciosa; ¿no tengo yo mi alma en mi cuerpo? ¿no tengo ya quince años? No soy manca, ni ronca, ni estropeada del entendimiento: los ingenios de las jitanas van por otro norte que los de las demas gentes; siempre se adelantan á sus años, no hay jitano necio, ni jitana lerda; que como el sustentar su vida consiste en ser agudos, astutos y embusteros, despabilan el ingenio á cada paso, y no dejan que crie moho en ninguna manera. ¿Ven estas muchachas mis compañeras, que están callando, y parecen bobas? pues éntrenles el dedo en la boca, y tiéntenlas las cordales, y verán lo que verán: no hay muchacha de doce que no sepa lo que de veinticinco, porque tienen por maestros y preceptores al diablo y al uso, que les enseña en una hora lo que habian de aprender en un año.

Con esto que la Jitanilla decia, tenia suspensos á los oyentes, y los que jugaban le dieron barato, y aun los que no jugaban. Cogió la hucha de la vieja treinta reales, y mas rica y mas alegre que una pascua de flores, antecogió sus corderas, y fuese en casa del señor tiniente, quedando que otro dia volveria con su manada á dar contento á aquellos tan liberales señores.

Ya tenia aviso la señora Doña Clara, mujer del señor tiniente, como habian de ir á su casa las jitanillas, y estábalas esperando como agua de mayo ella y sus doncellas y dueñas, con las de otra señora vecina suya, que todas se juntaron para ver á Preciosa; y apénas hubieron entrado las jitanas, cuando entre las demas resplandeció Preciosa, como la luz de una antorcha entre otras luces menores; y así corrieron todas á ella: unas la abrazaban, otras la miraban, estas la bendecian, aquellas la alababan. Doña Clara decia:

—Este sí que se puede decir cabello de oro, estos sí que son ojos de esmeraldas.

La señora su vecina la desmenuzaba toda, y hacia pepitoria de todos sus miembros y coyunturas; y llegando á alabar un pequeño hoyo que Preciosa tenia en la barba, dijo:

—¡Ay qué hoyo! en este hoyo han de tropezar cuantos ojos le miraren.

Oyó esto un escudero de brazo de la señora Doña Clara, que allí estaba, de luenga barba y largos años, y dijo:

—¿Ese llama vuesa merced hoyo, señora mia? pues yo sé poco de hoyos, ó ese no es hoyo, sino sepultura de deseos vivos: por Dios tan linda es la Jitanilla, que hecha de plata ó de alcorza no podria ser mejor. ¿Sabes decir la buenaventura, niña?

—De tres ó cuatro maneras, respondió Preciosa.

—Y ¿eso mas? dijo Doña Clara, por vida del tiniente mi señor, que me la has de decir, niña de oro, y niña de plata, y niña de perlas, y niña de carbunclos, y niña del cielo, que es lo mas que puedo decir.

—Denle, denle la palma de la mano á la niña, y con qué haga la cruz, dijo la vieja, y verán qué de cosas les dice; que sabe mas que un dotor de melecina.

Echó mano á la faldriquera la señora tinienta, y halló que no tenia blanca: pidió un cuarto á sus criadas, y ninguna le tuvo, ni la señora vecina tampoco. Lo cual, visto por Preciosa, dijo:

—Todas las cruces en cuanto cruces son buenas; pero las de plata ó de oro son mejores, y el señalar la cruz en la palma de la mano con moneda de cobre, sepan vuesas mercedes que menoscaba la buenaventura, por lo ménos la mia: y así tengo aficion á hacer la cruz primera con algun escudo de oro, ó con algun real de á ocho, ó á lo ménos de á cuatro; que soy como los sacristanes que cuando hay buena ofrenda se regocijan.

—Donaire tienes, niña, por tu vida, dijo la señora vecina.

Y volviéndose al escudero le dijo:

—Vos, señor Contreras, ¿tendréis á mano algun real de á cuatro? dádmele, que en viniendo el dotor mi marido os le volveré.

—Sí tengo, respondió Contreras, pero téngole empeñado en veinte y dos maravedís que cené anoche: dénmelos, que yo iré por él en volandas.

—No tenemos entre todas un cuarto, dijo Doña Clara, ¿y pedís veinte y dos maravedís? Andad, Contreras, que siempre fuisteis impertinente.

Una doncella de las presentes, viendo la esterilidad de la casa, dijo á Preciosa:

—Niña, ¿hará algo al caso que se haga la cruz con un dedal de plata? Antes, respondió Preciosa, se hacen las cruces mejores del mundo con dedales de plata, como sean muchos.

—Uno tengo yo, replicó la doncella; si este basta, héle aquí, con condicion que tambien se me ha de decir á mí la buenaventura.

—¡Por un dedal tantas buenasventuras! dijo la jitana vieja: nieta, acaba presto, que se hace noche.

Tomó Preciosa el dedal, y la mano de la señora tinienta, y dijo:

Hermosita, hermosita,

La de las manos de plata,

Mas te quiere tu marido

Que al rey de las Alpujarras.

Eres paloma sin hiel,

Pero á veces eres brava

Como leona de Oran,

Ó como tigre de Ocaña.

Pero en un tras, en un tris,

El enojo se te pasa,

Y quedas como alfeñique,

Ó como cordera mansa.

Riñes mucho, y comes poco;

Algo celosita andas;

Que es jugueton el tiniente,

Y quiere arrimar la vara.

Cuando doncella te quiso

Uno de una buena cara;

Que mal hayan los terceros

Que los gustos desbaratan.

Si á dicha tú fueras monja,

Hoy tu convento mandaras,

Porque tienes de abadesa

Mas de cuatrocientas rayas.

No te lo quiero decir,

Pero poco importa, vaya,

Enviudarás otra vez,

Y otras dos serás casada.

No llores, señora mia,

Que no siempre las jitanas

Decimos el Evangelio;

No llores, señora, acaba.

Como te mueras primero

Que el señor tiniente, basta

Para remediar el daño

De la viudez que amenaza.

Has de heredar y muy presto

Hacienda en mucha abundancia;

Tendrás un hijo canónigo,

La iglesia no se señala,

De Toledo no es posible.

Una hija rubia y blanca

Tendrás, que si es religiosa,

Tambien vendrá á ser prelada.

Si tu esposo no se muere

Dentro de cuatro semanas,

Verásle corregidor

De Búrgos ó Salamanca.

Un lunar tienes: ¡qué lindo!,

¡Ay Jesus, qué luna clara!

¡Qué sol, que allá en los antipodas

Escuros valles aclara!

Mas de dos ciegos por verle

Dieran mas de cuatro blancas:

Agora si es la risica;

¡Ay, que bien haya esa gracia!

Guárdate de las caidas,

Principalmente de espaldas;

Que suelen ser peligrosas

En las principales damas.

Cosas hay mas que decirte:

Si para el viérnes me aguardas,

Las oirás, que son de gusto,

Y algunas hay de desgracias.

Acabó su buenaventura Preciosa, y con ella encendió el deseo de todas las circunstantes en querer saber la suya, y así se lo rogaron todas; pero ella las remitió para el viérnes venidero, prometiéndole que tendrian reales de plata para hacer las cruces.

En esto vino el señor tiniente, á quien contaron maravillas de la Jitanilla: él las hizo bailar un poco, y confirmó por verdaderas y bien dadas las alabanzas que á Preciosa habian dado: y poniendo la mano en la faldriquera, hizo señal de querer darle algo; y habiéndola espulgado y sacudido, y rascado muchas veces, al cabo sacó la mano vacía, y dijo:

—Por Dios que no tengo blanca, dadle vos, doña Clara, un real á Preciosica, que os le daré despues.

—Bueno es eso, señor, por cierto; sí, ahí está el real de manifiesto: no hemos tenido entre todas nosotras un cuarto para hacer la señal de la cruz, ¿y quiere que tengamos un real?

—Pues dadle alguna valoncica vuestra, ó alguna cosa, que otro dia nos volverá á ver Preciosa, y la regalaremos mejor.

Á lo cual dijo Doña Clara:

—Pues porque otra vez venga, no quiero dar nada ahora á Preciosa.

—Antes si no me dan nada, dijo Preciosa, nunca mas volveré acá: mas, sí, volveré á servir á tan principales señores; pero traeré tragado que no me han de dar nada, y ahorraréme la fatiga del esperarlo. Coheche vuesa merced, señor tiniente, coheche y tendrá dineros, y no haga usos nuevos, que morirá de hambre. Mire, señor; por ahí he oido decir (y aunque moza, entiendo que no son buenos dichos) que de los oficios se ha de sacar dineros para pagar las condiciones de las residencias, y para pretender otros cargos.

—Así lo dicen y lo hacen los desalmados, replicó el tiniente; pero el juez que da buena residencia, no tendrá que pagar condenacion alguna, y el haber usado bien su oficio, será el valedor para que le den otro.

—Habla vuesa merced muy á lo santo, señor tiniente, respondió Preciosa; ándese á eso, y cortarémosle de los harapos para reliquias.

—Mucho sabes, Preciosa, dijo el tiniente: calla, que yo daré traza que sus Majestades te vean, porque eres pieza de reyes.

—Querránme para truhana, respondió Preciosa, y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido; si me quisiesen para discreta, aun llevarmeian; pero en algunos palacios mas medran los truhanes que los discretos: yo me hallo bien con ser jitana y pobre, y corra la suerte por donde el cielo quisiere.

—Ea, niña, dijo la jitana vieja, no hables mas, que has hablado mucho, y sabes mas de lo que yo te he enseñado; no te asotiles tanto, que te despuntarás: habla de aquello que tus años permiten, y no te metas en altanerías, que no hay ninguna que no amenace caida.

—El diablo tienen estas jitanas en el cuerpo, dijo á esta sazon el tiniente.

Despidiéronse las jitanas, y al irse dijo la doncella del dedal:

—Preciosa, díme la buenaventura, ó vuélveme mi dedal, que no me queda con que hacer labor.

—Señora doncella, respondió Preciosa, haga cuenta que se la he dicho, y provéase de otro dedal, ó no haga vainillas hasta el viérnes, que yo volveré, y le diré mas venturas y aventuras que las que tiene un libro de caballerías.

Fuéronse, y juntáronse con las muchas labradoras que á la hora de las Avemarías suelen salir de Madrid, para volverse á sus aldeas, y entre otras vuelven muchas, con quien siempre se acompañaban las jitanas, y volvian seguras; porque la jitana vieja vivia en continuo temor no le salteasen á su Preciosa.

Sucedió pues que la mañana de un dia que volvian á Madrid á coger la garrama con las demas jitanillas, en un valle pequeño que está obra de quinientos pasos ántes que se llegue á la villa, vieron un mancebo gallardo y ricamente aderezado de camino: la espada y daga que traia eran, como decir se suele, un ascua de oro: sombrero con rico cintillo, y con plumas de diversas colores adornado. Repararon las jitanas en viéndole, y pusiéronsele á mirar muy despacio, admiradas de que á tales horas un tan hermoso mancebo estuviese en tal lugar á pié y solo. Él se llegó á ellas, y hablando con la jitana mayor, le dijo:

—Por vida vuestra, amiga, que me hagais placer que vos y Preciosa me oyais aquí aparte dos palabras, que serán de vuestro provecho.

—Como no nos desviemos mucho, ni nos tardemos mucho, sea en buen hora, respondió la vieja.

Y llamando á Preciosa, se desviaron de las otras obra de veinte pasos, y así en pié como estaban, el mancebo les dijo:

—Yo vengo de manera rendido á la discrecion y belleza de Preciosa, que despues de haberme hecho mucha fuerza para escusar llegar á este punto, al cabo he quedado mas rendido, y mas imposibilitado de escusallo. Yo, señoras mias (que siempre os he dar este nombre, si el cielo mi pretension favorece), soy caballero, como lo puede mostrar el hábito; y apartando el herreruelo, descubrió en el pecho uno de los mas calificados que hay en España: soy hijo de fulano (que por buenos respetos aquí no se declara su nombre), estoy debajo de su tutela y amparo: soy hijo único, y el que espera un razonable mayorazgo: mi padre está aquí en la corte pretendiendo un cargo, y ya está consultado, y tiene casi ciertas esperanzas de salir con él; y con ser de la calidad y nobleza que os he referido, y de la que casi se os debe ya de ir trasluciendo, con todo eso quisiera ser un gran señor para levantar á mi grandeza la humildad de Preciosa, haciéndola mi igual y mi señora: yo no la pretendo para burlalla, ni en las veras del amor que la tengo puede caber género de burla alguna: solo quiero servirla del modo que ella mas gustare: su voluntad es la mia; pero con ella es de cera mi alma, donde podrá imprimir lo que quisiere, y para conservarlo y guardarlo, no será como impreso en cera, sino como esculpido en mármoles, cuya dureza se opone á la duracion de los tiempos: si creeis esta verdad, no admitirá ningun desmayo mi esperanza; pero si no me creeis, siempre me tendrá temeroso vuestra duda: mi nombre es este, y díjoselo: el de mi padre ya os le he dicho: la casa donde vive es en tal calle, y tiene tales y tales señas: vecinos tiene de quien podréis informaros, y aun de los que no son vecinos tambien; que no es tan escura la calidad y el nombre de mi padre, y el mio, que no le sepan en los patios de Palacio, y aun en toda la corte: cien escudos traigo aquí en oro para daros en arras y señal de lo que pienso daros; porque no ha de negar la hacienda el que da el alma.

En tanto que el caballero esto decia, le estaba mirando Preciosa atentamente, y sin duda que no le debieron de parecer mal ni sus razones ni su talle; y volviéndose á la vieja, le dijo:

—Perdóneme, abuela, de que me tome licencia para responder á este tan enamorado señor.

—Responde lo que quisieres, nieta, respondió la vieja, que yo sé que tienes discrecion para todo.

Y Preciosa dijo:

—Yo, señor caballero, aunque soy jitana, pobre y humildemente nacida, tengo un cierto espiritillo fantástico acá dentro, que á grandes cosas me lleva: á mí ni me mueven promesas, ni me desmoronan dádivas, ni me inclinan sumisiones, ni me espantan finezas enamoradas: y aunque de quince años (que segun la cuenta de mi abuela para este San Miguel los haré), soy ya vieja en los pensamientos, y alcanzo mas de aquello que mi edad promete, mas por mi buen natural que por la esperiencia; pero con lo uno ó con lo otro sé que las pasiones amorosas en los recien enamorados son como ímpetus indiscretos que hacen salir á la voluntad de sus quicios, la cual atropellando inconvenientes, desatinadamente se arroja tras su deseo, y pensando dar con la gloria de sus ojos, da con el infierno de sus pesadumbres: si alcanza lo que desea, mengua el deseo con la posesion de la cosa deseada, y quizá abriéndose entónces los ojos del entendimiento, se ve ser bien que se aborrezca lo que ántes se adoraba: este temor engendra en mí un recato tal, que ningunas palabras creo, y de muchas obras dudo: una sola joya tengo, que la estimo en mas que á la vida, que es la de mi entereza y virginidad, y no la tengo de vender á precio de promesas ni dádivas, porque en fin será vendida, y si puede ser comprada, será de muy poca estima: ni me la han de llevar trazas ni embelecos, ántes pienso irme con ella á la sepultura, y quizá al cielo, que ponerla en peligro que quimeras y fantasías soñadas la embistan ó manoseen: flor es la de la virginidad que á ser posible aun con la imaginacion no habia de dejar ofenderse: cortada la rosa del rosal, ¡con qué brevedad y facilidad se marchita! Este la toca, aquel la huele, el otro la deshoja, y finalmente, entre las manos rústicas se deshace: si vos, señor, por sola esta prenda venís, no la habeis de llevar sino atada con las ligaduras y lazos del matrimonio; que si la virginidad se ha de inclinar, ha de ser á este santo yugo, que entónces no seria perderla, sino emplearla en ferias que felices ganancias prometen: si quisiéredes ser mi esposo, yo lo seré vuestra; pero han de proceder muchas condiciones y averiguaciones primero: primero tengo de saber si sois el que decís: luego, hallando esta verdad, habeis de dejar la casa de vuestros padres y la habeis de trocar con nuestros ranchos, y tomando el traje de jitano, habeis de cursar dos años en nuestras escuelas, en el cual tiempo me satisfaré yo de vuestra condicion, y vos de la mia: al cabo del cual, si vos os contentades de mí, y yo de vos, me entregaré por vuestra esposa; pero hasta entónces tengo de ser vuestra hermana en el trato, y vuestra esclava en serviros: y habeis de considerar que en el tiempo deste noviciado podria ser que cobrásedes la vista, que agora debeis de tener perdida, ó por lo ménos turbada, y viésedes que os convenia huir de lo que agora seguís con tanto ahinco; y cobrando la libertad perdida, con un buen arrepentimiento se perdona cualquier culpa: si con estas condiciones quereis entrar á ser soldado de nuestra milicia, en vuestra mano está, pues faltando alguna dellas, no habeis de tocar un dedo de la mia.

Pasmóse el mozo á las razones de Preciosa, y púsose como embelesado mirando al suelo, dando muestras que consideraba lo que de responder debia. Viendo lo cual Preciosa, tornó á decirle:

—No es este caso de tan poco momento, que en los que aquí nos ofrece el tiempo pueda ni deba resolverse: volvéos, señor, á la villa, y considerad despacio lo que viéredes que mas os convenga, y en este mismo lugar me podeis hablar todas las fiestas que quisiéredes, al ir ó venir de Madrid.

Á lo cual respondió el gentil hombre:

—Cuando el cielo me dispuso para quererte, Preciosa mia, determiné de hacer por tí cuanto tu voluntad acertase á pedirme, aunque nunca cupo en mi pensamiento que me habias de pedir lo que me pides; pero pues es tu gusto, que el mio al tuyo se ajuste y acomode, cuéntame por jitano desde luego, y haz de mí todas las esperiencias que mas quisieres, que siempre me has de hallar el mismo que ahora te significo: mira cuándo quieres que mude el traje, que yo queria que fuese luego, que con ocasion de ir á Flándes engañaré á mis padres, y sacaré dineros para gastar algunos dias, y serán hasta ocho los que podré tardar en acomodar mi partida: á los que fueren conmigo, yo los sabré engañar de modo que salga con mi determinacion; lo que te pido es, si es que ya puedo tener atrevimiento de pedirte y suplicarte algo, que si no es hoy donde te puedes informar de mi calidad y de la de mis padres, que no vayas mas á Madrid, porque no querria que algunas de las demasiadas ocasiones que allí pueden ofrecerse, me salteasen la buena ventura que tanto me cuesta.

—Eso no, señor galan, respondió Preciosa: sepa que conmigo ha de andar siempre la libertad desenfadada, sin que la ahogue ni turbe la pesadumbre de los celos; y entienda que no la tomaré tan demasiada que no se eche de ver desde bien léjos, que llega mi honestidad á mi desenvoltura; y en el primero cargo en que quiero enteraros, es en el de la confianza que habeis de hacer de mí: y mirad que los amantes que entran pidiendo celos, ó son simples ó confiados.

—Satanas tienes en tu pecho, muchacha, dijo á esta sazon la jitana vieja: mira que dices cosas, que no las dirá un colegial de Salamanca: tú sabes de amor, tú sabes de celos, tú de confianzas: ¿cómo es esto? que me tienes loca, y te estoy escuchando como á una persona espiritada, que habla latin sin saberlo.

—Calle, abuela, respondió Preciosa, y sepa que todas las cosas que me oye son nonadas, y son de burlas para las muchas que de mas veras me quedan en el pecho.

Todo cuanto Preciosa decia, y toda la discrecion que mostraba, era añadir leña al fuego que ardia en el pecho del enamorado caballero. Finalmente, quedaron en que de allí á ocho dias se verian en aquel mismo lugar, donde él vendria á dar cuenta del término en que sus negocios estaban, y ellas habrian tenido tiempo de informarse de la verdad que les habia dicho. Sacó el mozo una bolsilla de brocado, donde dijo que iban cien escudos de oro, y dióselos á la vieja; pero no queria Preciosa que los tomase en ninguna manera, á quien la jitana dijo:

—Calla, niña, que la mejor señal que este señor ha dado de estar rendido, es haber entregado las armas en señal de rendimiento; y el dar, en cualquiera ocasion que sea, siempre fué indicio de generoso pecho; y acuérdate de aquel refran que dice: al cielo rogando, y con el mazo dando; y mas, que no quiero yo que por mí pierdan las jitanas el nombre que por luengos siglos tienen adquirido de codiciosas y aprovechadas: ¿cien escudos quieres tú que deseche, Preciosa, que pueden andar cosidos en el alforza de una saya que no valga dos reales, y tenerlos allí como quien tiene un juro sobre las yerbas de Estremadura? Si alguno de nuestros hijos, nietos ó parientes cayere por alguna desgracia en manos de la justicia, ¿habrá favor tan bueno que llegue á la oreja del juez y del escribano, como estos escudos, si llegan á sus bolsas? Tres veces por tres delitos diferentes me he visto casi puesta en el asno, para ser azotada; y de la una me libró un jarro de plata, y de la otra una sarta de perlas, y de la otra cuarenta reales de á ocho, que habia trocado por cuartos, dando veinte reales mas por el cambio: mira, niña, que andamos en oficio muy peligroso y lleno de tropiezos y de ocasiones forzosas, y no hay defensas que mas presto nos amparen y socorran, como las armas invencibles del gran Filipo: no hay pasar adelante de su plus ultra: por un doblon de dos caras se nos muestra alegre la triste del procurador y de todos los ministros de la muerte, que son arpías de nosotras las pobres jitanas, y mas precian pelarnos y desollarnos á nosotras, que á un salteador de caminos: jamas por mas rotas y desastradas que nos vean, nos tienen por pobres, que dicen que somos como los jubones de los gabachos de Belmonte, rotos y grasientos, y llenos de doblones.

—Por vida suya, abuela, que no diga mas, que lleva término de alegar tantas leyes en favor de quedarse con el dinero, que agote las de los emperadores: quédese con ellos, y buen provecho le hagan, y plega á Dios que los entierre en sepultura donde jamas tornen á ver la claridad del sol, ni haya necesidad que le vean: á estas nuestras compañeras será forzoso darles algo, que ha mucho que nos esperan, y ya deben estar enfadadas.

—Así verán ellas, replicó la vieja, moneda destas, como ven al turco agora: ese buen señor verá si le ha quedado alguna moneda de plata, ó cuartos, y los repartirá entre ellas, que con poco quedarán contentas.

—Sí traigo, dijo el galan.

Y sacó de la faldriquera tres reales de á ocho, que repartió entre las tres jitanillas, con que quedaron mas alegres y mas satisfechas, que suele quedar un autor de comedias cuando en competencia de otro le suelen retular por las esquinas, victor, victor.

En resolucion concertaron, como se ha dicho, la venida de allí á ocho dias, y que se habia de llamar cuando fuese jitano Andres Caballero, porque tambien habia jitanos entre ellos deste apellido.

No tuvo atrevimiento Andres, que así le llamaremos de aquí adelante, de abrazar á Preciosa, ántes enviándole con la vista el alma, sin ella, si así decirse puede, las dejó, y se entró en Madrid, y ellas contentísimas hicieron lo mismo. Preciosa, algo aficionada, mas con benevolencia que con amor, de la gallarda disposicion de Andres, ya deseaba informarse si era el que habia dicho: entró en Madrid, y á pocas calles andadas encontró con el paje poeta de las coplas y el escudo: y cuando él la vió, se llegó á ella diciendo:

—Vengas en buen hora, Preciosa; ¿leiste por ventura las coplas que te di el otro dia?

Á lo que Preciosa respondió:

—Primero que le responda palabra, me ha de decir una verdad, por vida de lo que mas quiere.

—Conjuro es ese, respondió el paje, que aunque el decirla me costase la vida, no la negaré en ninguna manera.

—Pues la verdad que quiero que me diga, dijo Preciosa, es, si por ventura es poeta.

—Á serlo, replicó el paje, forzosamente habia de ser por ventura; pero has de saber, Preciosa, que ese nombre de poeta muy pocos le merecen, y así yo no lo soy, sino un aficionado á la poesía: y para lo que he menester, no voy á pedir ni buscar versos ajenos: los que te di son mios, y estos que te doy agora tambien, mas no por esto soy poeta, ni Dios lo quiera.

—¿Tan malo es ser poeta? replicó Preciosa.

—No es malo, dijo el paje; pero el ser poeta á solas no lo tengo por muy bueno: hase de usar de la poesía, como de una joya preciosísima, cuyo dueño no la trae cada dia, ni la muestra á todas gentes, ni á cada paso, sino cuando convenga y sea razon que la muestre: la poesía es una bellísima doncella, casta, honesta, discreta, aguda, retirada, y que se contiene en los límites de la discrecion mas alta: es amiga de la soledad, las fuentes la entretienen, los prados la consuelan, los árboles la desenojan, las flores la alegran; y finalmente, deleita y enseña á cuantos con ella comunican.

—Con todo eso, respondió Preciosa, he oido decir que es pobrísima, y que tiene algo de mendiga.

—Antes es al reves, dijo el paje, porque no hay poeta que no sea rico, pues todos viven contentos con su estado: filosofía que alcanzan pocos. Pero ¿qué te ha movido, Preciosa, á hacer esta pregunta?

—Hame movido, respondió Preciosa, porque como yo tengo á todos, ó los mas poetas por pobres, causóme maravilla aquel escudo de oro, que me distes entre vuestros versos envuelto: mas agora que sé que no sois poeta, sino aficionado de la poesía, podria ser que fuésedes rico, aunque lo dudo, á causa de que por aquella parte que os toca de hacer coplas, se ha de desaguar cuanta hacienda tuviéredes; que no hay poeta, segun dicen, que sepa conservar la hacienda que tiene, ni granjear la que no tiene.

—Pues yo no soy desos, replicó el paje; versos hago, y no soy rico, ni pobre: y sin sentirlo ni descontarlo, como hacen los jinoveses sus convites, bien puedo dar un escudo, y dos á quien yo quisiere: tomad, Preciosa perla, este segundo papel, y este escudo segundo que va en él, sin que os pongais á pensar si soy poeta, ó no: solo quiero que penseis y creais que quien os da esto, quisiera tener para daros las riquezas de Midas.

Y en esto le dió un papel, y tentándole Preciosa halló que dentro venia el escudo, y dijo:

—Este papel ha de vivir muchos años, porque trae dos almas consigo; una la del escudo, y otra la de los versos, que siempre vienen llenos de almas y de corazones; pero sepa el señor paje que no quiero tantas almas conmigo, y si no saca la una, no haya miedo que reciba la otra: por poeta le quiero, y no por dadivoso, y desta manera tendremos amistad que dure; pues mas aina puede faltar un escudo por fuerte que sea, que la hechura de un romance.

—Pues así es, replicó el paje, que quieres, Preciosa, que yo sea pobre por fuerza, no deseches el alma que en ese papel te envío, y vuélveme el escudo, que como le toques con la mano, le tendré por reliquia miéntras la vida me durare.

Sacó Preciosa el escudo del papel, y quedóse con el papel, y no le quiso leer en la calle. El paje se despidió y se fué contentísimo, creyendo que ya Preciosa quedaba rendida, pues con tanta afabilidad le habia hablado.

Y como ella llevaba puesta la mira en buscar la casa del padre de Andres, sin querer detenerse á bailar en ninguna parte, en poco espacio se puso en la calle do estaba, que ella muy bien sabia: y habiendo andado hasta la mitad, alzó los ojos á unos balcones de hierro dorados, que le habian dado por señas, y vió en ella á un caballero de hasta edad de cincuenta años, con un hábito de cruz colorada en los pechos, de venerable gravedad y presencia; el cual apénas tambien hubo visto la Jitanilla, cuando dijo:

—Subid, niñas, que aquí os darán limosna.

Á esta voz acudieron al balcon otros tres caballeros, y entre ellos vino el enamorado Andres, que cuando vió á Preciosa perdió la color, y estuvo á punto de perder los sentidos: tanto fué el sobresalto que recibió con su vista. Subieron las jitanillas todas, sino la grande que se quedó abajo para informarse de los criados de las verdades de Andres.

Al entrar las jitanillas en la sala, estaba diciendo el caballero anciano á los demas:

—Esta debe de ser sin duda la Jitanilla hermosa, que dicen que anda por Madrid.

—Ella es, replicó Andres, y sin duda es la mas hermosa criatura que se ha visto.

—Así lo dicen, dijo Preciosa (que lo oyó todo en entrando); pero en verdad que se deben de engañar en la mitad del justo precio: bonita, bien creo que lo soy, pero tan hermosa como dicen, ni por pienso.

—Por vida de D. Juanico mi hijo, dijo el anciano, que aun sois mas hermosa de lo que dicen, linda jitana.

—Y ¿quién es D. Juanico su hijo? preguntó Preciosa.

—Ese galan que está á vuestro lado, respondió el caballero.

—En verdad que pensé, dijo Preciosa, que juraba vuesa merced por algun niño de dos años: mirad qué D. Juanico, y qué brinco. Á mi verdad que pudiera ya estar casado, y que segun tiene unas rayas en la frente, no pasarán tres años sin que lo esté, y muy á su gusto, si es que desde aquí allá no se le pierde, ó se le trueca.

—Basta, dijo uno de los presentes: ¿qué sabe la Jitanilla de rayas?

En esto las jitanillas que iban con Preciosa, todas tres se arrimaron á un rincon de la sala, y cosiéndose las bocas unas con otras, se juntaron por no ser oidas.

Dijo la Cristina:

—Muchachas, este es el caballero que nos dió esta mañana los tres reales de á ocho.

—Así es la verdad, respondieron ellas; pero no se lo mentemos, ni le digamos nada si él no nos lo mienta: ¿qué sabemos si quiere encubrirse?

En tanto que esto entre las tres pasaba, respondió Preciosa á lo de las rayas:

—Lo que veo con los ojos, con el dedo lo adevino: yo sé del señor D. Juanico, sin rayas, que es algo enamoradizo, impetuoso y acelerado, y gran prometedor de cosas que parecen imposibles; y plegue á Dios que no sea mentirosito, que seria lo peor de todo: un viaje ha de hacer agora muy léjos de aquí, y uno piensa el bayo, y otro el que le ensilla: el hombre pone, y Dios dispone: quizá pensará que va á Oñez, y dará en Gamboa.

Á esto respondió D. Juan:

—En verdad, jitanica, que has acertado en muchas cosas de mi condicion; pero en lo de ser mentiroso vas muy fuera de la verdad, porque me precio de decirla en todo acontecimiento: en lo del viaje largo has acertado, pues sin duda siendo Dios servido, dentro de cuatro ó cinco dias me partiré á Flándes, aunque tú me amenazas que he de torcer el camino y no querria que en él me sucediese algun desman que lo estorbase.

—Calle, señorito, respondió Preciosa, y encomiéndese á Dios, que todo se hará bien; y sepa que yo no sé nada de lo que digo; y no es maravilla, que como hablo mucho y á bulto, acierte en alguna cosa, y yo querria acertar en persuadirte á que no te partieses, sino que sosegases el pecho, y te estuvieses con tus padres para darles buena vejez, porque no estoy bien con estas idas y venidas á Flándes, principalmente los mozos de tan tierna edad como la tuya: déjate crecer un poco para que puedas llevar los trabajos de la guerra, cuanto mas que harta guerra tienes en tu casa, hartos combates amorosos te sobresaltan el pecho: sosiega, sosiega, alborotadito, y mira lo que haces primero que te cases, y dános una limosnita por Dios, y por quien tú eres; que en verdad que creo que eres bien nacido; y si á esto se junta el ser verdadero, yo cantaré la gala al vencimiento de haber acertado en cuanto te he dicho.

—Otra vez te he dicho, niña, respondió el D. Juan, que habia de ser Andres Caballero, que en todo aciertas, sino en el temor que tienes, que no debo de ser muy verdadero, que en esto te engañas sin alguna duda: la palabra que yo doy en el campo, la cumpliré en la ciudad, y adonde quiera, sin serme pedida; pues no se puede preciar de caballero quien toca en el vicio de mentiroso: mi padre te dará limosna por Dios y por mí, que en verdad que esta mañana di cuanto tenia á unas damas, que á ser tan lisonjeras como hermosas, especialmente una dellas, no me arriendo la ganancia.

Oyendo esto Cristina, con el recato de la otra vez, dijo á las demas jitanas:

—¡Ay, niñas! que me maten si no lo dice por los tres reales de á ocho que nos dió esta mañana.

—No es así, respondió una de las dos, porque dijo que eran damas, y nosotras no lo somos: y siendo él tan verdadero como dice, no habia de mentir en esto.

—No es mentira de tanta consideracion, respondió Cristina, la que se dice sin perjuicio de nadie y en provecho y crédito del que la dice; pero con todo esto, veo no nos da nada, ni nos manda bailar.

Subió en esto la jitana vieja, y dijo:

—Nieta, acaba, que es tarde, y hay mucho que hacer y mas que decir.

—Y ¿qué hay, abuela, preguntó Preciosa, hay hijo ó hija?

—Hijo, y muy lindo, respondió la vieja: ven, Preciosa, y oirás verdaderas maravillas.

—Plega á Dios que no muera de sobreparto, dijo Preciosa.

—Todo se mirará muy bien, replicó la vieja, cuanto mas que hasta aquí todo ha sido parto derecho, y el infante es como un oro.

—¿Ha parido alguna señora? preguntó el padre de Andres Caballero:

—Sí, señor, respondió la jitana; pero ha sido el parto tan secreto, que le sabe sino Preciosa, y yo, y otra persona; y así no podemos decir quién es.

—Ni aquí queremos saber, dijo uno de los presentes; pero desdichada de aquella que en vuestras lenguas deposita su secreto y en vuestra ayuda pone su honra.

—No todas somos malas, respondió Preciosa: quizá hay alguna entre nosotras que se precia de secreta, y de verdadera, tanto cuanto el hombre mas estirado que hay en esta sala: y vámonos, abuela, que aquí nos tienen en poco; pues en verdad que no somos ladronas, ni rogamos á nadie.

—No os enojeis, Preciosa, dijo el padre, que á lo ménos de vos imagino que no se puede presumir cosa mala; que vuestro buen rostro os acredita y sale por fiador de vuestras buenas obras: por vida de Preciosita, que baileis un poco con vuestras compañeras, que aquí tengo un doblon de oro de á dos caras, que ninguna es como la vuestra, aunque son de dos reyes.

Apénas hubo oido esto la vieja, cuando dijo:

—Ea, niñas, haldas en cinta, y dad contento á estos señores.

Tomó las sonajas Preciosa, y dieron sus vueltas, hicieron y deshicieron todos sus lazos con tanto donaire y desenvoltura, que tras los piés se llevaban los ojos de cuantos las miraban, especialmente los de Andres, que así se iban entre los piés de Preciosa, como si allí tuvieran el centro de su gloria; pero turbósela la suerte de manera que se la volvió en infierno; y fué el caso que en la fuga del baile se le cayó á Preciosa el papel que le habia dado el paje, y apénas hubo caido cuando le alzó el que no tenia buen concepto de las jitanas, y abriéndole al punto dijo:

—Bueno, sonetico tenemos, cese el baile, y escúchenle, que segun el primer verso, en verdad que no es nada necio.

Pesóle á Preciosa, por no saber lo que en él venia, y rogó que no le leyesen y que se le volviesen, y todo el ahinco que en esto ponia, eran espuelas que apremiaban el deseo de Andres para oirle. Finalmente, el caballero le leyó en alta voz, y era este:

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