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ОглавлениеA. Mira, Clemente, el estrellado velo
Con que esta noche fria
Compite con el dia,
De luces bellas adornado el cielo:
Y en esta semejanza,
Si tanto tu divino ingenio alcanza,
Aquel rostro figura
Donde asiste el estremo de hermosura.
C. Donde asiste el estremo de hermosura,
Y adonde la preciosa
Honestidad hermosa
Con todo estremo de bondad se apura:
En un sujeto cabe,
Que no hay humano ingenio que le alabe,
Si no toca en divino,
En alto, en raro, en grave y peregrino.
A. En alto, en raro, en grave y peregrino
Estilo nunca usado,
Al cielo levantado,
Por dulce al mundo y sin igual camino.
Tu nombre, ¡oh Jitanilla!
Causando asombro, espanto y maravilla,
La fama yo quisiera
Que le llevara hasta la octava esfera.
C. Que le llevara hasta la octava esfera
Fuera decente y justo,
Dando á los cielos gusto
Cuando el son de su nombre allá se oyera;
Y en la tierra causara
Por donde el dulce nombre resonara
Música en los oidos,
Paz en las almas, gloria en los sentidos.
A. Paz en las almas, gloria en los sentidos
Se siente cuando canta
La sirena que encanta,
Y adormece á los mas apercebidos:
Y tal es mi Preciosa,
Que es lo ménos que tiene ser hermosa:
Dulce regalo mio,
Corona del donaire, honor del brio.
C. Corona del donaire, honor del brio
Eres, bella Jitana,
Frescor de la mañana,
Céfiro blando en el ardiente estío:
Rayo con que amor ciego
Convierte el pecho mas de nieve en fuego:
Fuerza que ansí la hace
Que blandamente mata y satisface.
Señales iban dando de no acabar tan presto el libre y el cautivo, si no sonara á sus espaldas la voz de Preciosa que las suyas habia escuchado: suspendiólos el oirla, y sin moverse, prestándola maravillosa atencion, la escucharan: ella (no sé si de improviso, ó si en algun tiempo los versos que cantaba le compusieron) con estremada gracia, como si para responderles fueran hechos, cantó los siguientes.
En esta empresa amorosa
Donde el amor entretengo,
Por mayor ventura tengo
Ser honesta que hermosa.
La que es mas humilde planta,
Si la subida endereza
Por gracia ó naturaleza,
Á los cielos se levanta.
En este mi bajo cobre
Siendo honestidad su esmalte,
No hay buen deseo que falte,
Ni riqueza que no sobre.
No me causa alguna pena
No quererme ó no estimarme;
Que yo pienso fabricarme
Mi suerte y ventura buena.
Haga yo lo que en mí es
Que á ser buena me encamine,
Y haga el cielo y determine
Lo que quisiere despues.
Quiero ver si la belleza
Tiene tal prerogativa,
Que me encumbre tan arriba
Que aspire á mayor alteza.
Si las almas son iguales,
Podrá la de un labrador
Igualarse por valor
Con las que son imperiales.
De la mia lo que siento
Me sube al grado mayor,
Porque majestad y amor
No tienen un mismo asiento.
Aquí dió fin Preciosa á su canto, y Andres y Clemente se levantaron á recebilla: pasaron entre los tres discretas razones, y Preciosa descubrió en las suyas su discrecion, su honestidad y su agudeza, de tal manera que en Clemente halló disculpa la intencion de Andres, que aun hasta entónces no la habia hallado, juzgando mas á mocedad que á cordura su arrojada determinacion.
Aquella mañana se levantó el aduar, y se fueron á alojar en un lugar de la jurisdicion de Murcia, tres leguas de la ciudad, donde le sucedió á Andres una desgracia que le puso en punto de perder la vida; y fué que despues de haber dado en aquel lugar algunos vasos y prendas de plata en fianzas como tenian de costumbre, Preciosa y su abuela, y Cristina con otras dos jitanillas, y los dos, Clemente y Andres, se alojaron en un meson de una viuda rica, la cual tenia una hija de edad de diez y siete ó diez y ocho años, algo mas desenvuelta que hermosa, y por mas señas se llamaba Juana Carducha: esta habiendo visto bailar á las jitanas y jitanos, la tomó el diablo, y se enamoró de Andres tan fuertemente que propuso de decírselo y tomarle por marido, si él quisiese, aunque á todos sus parientes les pesase; y así buscó coyuntura para decírselo, y hallóla en un corral donde Andres habia entrado á requerir dos pollinos: llegóse á él, y con priesa por no ser vista le dijo:
—Andres (que ya sabia su nombre), yo soy doncella y rica, que mi madre no tiene otro hijo sino á mí, y este meson es suyo, y amen desto tiene muchos majuelos, y otros dos pares de casas; hasme parecido bien; si me quieres por esposa, á tí te está bien, respóndeme presto, y si eres discreto quédate, y verás qué vida nos damos.
Admirado quedó Andres de la resolucion de la Carducha, y con la presteza que ella pedia, le respondió:
—Señora doncella, yo estoy apalabrado para casarme, y los jitanos no nos casamos sino con jitanas: guárdela Dios por la merced que me queria hacer, de que yo no soy digno.
No estuvo en dos dedos de caerse muerta la Carducha con la aceda respuesta de Andres, á quien replicara, si no viera que entraban en el corral otras jitanas: salióse corrida y asendereada, y de buena gana se vengara si pudiera. Andres como discreto determinó de poner tierra en medio, y desviarse de aquella ocasion que el diablo le ofrecia; que bien leyó en los ojos de la Carducha que sin los lazos matrimoniales se le entregara á toda su voluntad, y no quiso verse pié á pié y solo en aquella estacada; y así pidió á todos los jitanos que aquella noche se partiesen de aquel lugar. Ellos, que siempre le obedecian, lo pusieron luego por obra, y cobrando sus fianzas aquella tarde, se fueron.
La Carducha, que vió que en irse Andres se le iba la mitad de su alma, y que no le quedaba tiempo para solicitar el cumplimiento de sus deseos, ordenó de hacer quedar á Andres por fuerza, ya que de grado no podia: y así con la industria, sagacidad y secreto que su mal intento le enseñó, puso entre las alhajas de Andres, que ella conoció por suyas, unos ricos corales, y dos patenas de plata con otros brincos suyos; y apénas habian salido del meson, cuando dió voces diciendo que aquellos jitanos le llevaban robadas sus joyas, á cuyas voces acudió la justicia y toda la gente del pueblo.
Los jitanos hicieron alto, y todos juraban que ninguna cosa llevaban hurtada, y que ellos harian patentes todos los sacos y repuestos de su aduar: desto se congojó mucho la jitana vieja, temiendo en aquel escrutinio no se manifestasen los dijes de la Preciosa y los vestidos de Andres, que ella con gran cuidado y recato guardaba; pero la buena de la Carducha lo remedió con mucha brevedad todo, porque al segundo envoltorio que miraron, dijo que preguntasen cuál era el de aquel jitano gran bailador que ella habia visto entrar en su aposento dos veces, y que podria ser que aquel las llevase. Entendió Andres que por él lo decia, y riéndose, dijo:
—Señora doncella, esta es mi recámara, y este es mi pollino; si vos halláredes en ella ni en él lo que os falta, yo os lo pagaré con las setenas, fuera de sujetarme al castigo que la ley da á los ladrones.
Acudieron luego los ministros de la justicia á desbalijar el pollino, y á pocas vueltas dieron con el hurto, de que quedó tan espantado Andres y tan absorto, que no pareció sino estatua sin voz, de piedra dura.
—¿No sospeché yo bien? dijo á esta sazon la Carducha: mirad con qué buena cara se encubre un ladron tan grande.
El alcalde, que estaba presente, comenzó á decir mil injurias á Andres y á todos los jitanos, llamándolos de públicos ladrones y salteadores de caminos. Á todo callaba Andres, suspenso é imaginativo, y no acababa de caer en la traicion de la Carducha. En esto se llegó á él un soldado bizarro, sobrino del alcalde, diciendo:
—¿No veis cuál se ha quedado el jitanico podrido de hurtar? apostaré yo que hace melindres, y que niega el hurto con habérsele cogido en las manos: que bien haya quien no os echa en galeras á todos; mirad si estuviera mejor este bellaco en ellas, sirviendo á su Majestad, que no andarse bailando de lugar en lugar, y hurtando de venta en monte: á fe de soldado, que estoy por darle una bofetada que le derribe á mis piés.
Y diciendo esto, sin mas ni mas alzó la mano, y le dió un bofeton tal que le hizo volver de su embelesamiento, y le hizo acordar que no era Andres Caballero, sino D. Juan y caballero; y arremetiendo al soldado con mucha presteza y mas cólera le arrancó su misma espada de la vaina, y se la envainó en el cuerpo, dando con él muerto en tierra.
Aquí fué el gritar del pueblo: aquí el amohinarse el tio alcalde: aquí el desmayarse Preciosa, y el turbarse Andres de verla desmayada: aquí el acudir todos á las armas, y dar tras el homicida; creció la confusion, creció la grita, y por acudir Andres al desmayo de Preciosa, dejó de acudir á su defensa; y quiso la suerte que Clemente no se hallase al desastrado suceso, que con los bagajes habia ya salido del pueblo: finalmente, tantos cargaron sobre Andres, que le prendieron y le aherrojaron con dos muy gruesas cadenas: bien quisiera el alcalde ahorcarle luego, si estuviera en su mano; pero hubo de remitirle á Murcia, por ser de su jurisdicion: no le llevaron hasta otro dia, y en el que allí estuvo pasó Andres muchos martirios y vituperios, que el indignado alcalde y sus ministros, y todos los del lugar le hicieron. Prendió el alcalde todos los mas jitanos y jitanas que pudo, porque los mas huyeron, y entre ellos Clemente, que temió ser cogido y descubierto.
Finalmente, con la sumaria del caso, y con una gran cáfila de jitanos entraron el alcalde y sus ministros, con otra mucha gente armada, en Murcia, entre los cuales iba Preciosa, y el pobre Andres ceñido de cadenas sobre un macho y con esposas y piedeamigo. Salió toda Murcia á ver los presos, que ya se tenia noticia de la muerte del soldado. Pero la hermosura de Preciosa aquel dia fué tanta, que ninguno la miraba que no la bendecia, y llegó la nueva de su belleza á los oidos de la señora corregidora, que por curiosidad de verla hizo que el corregidor su marido mandase que aquella jitanica no entrase en la cárcel, y todos los demas sí, y á Andres le pusieron en un estrecho calabozo, cuya escuridad y la falta de la luz de Preciosa le trataron de manera, que bien pensó no salir de allí sino para la sepultura. Llevaron á Preciosa con su abuela á que la corregidora la viese, y así como la vió, dijo:
—Con razon la alaban de hermosa.
Y llegándola á sí la abrazó tiernamente, y no se hartaba de mirarla; y preguntó á su abuela que qué edad tendria aquella niña.
—Quince años, respondió la jitana, dos meses mas ó ménos.
—Esos tuviera agora la desdichada de mi Costanza: ¡ay, amigas! que esta niña me ha renovado mi desventura, dijo la corregidora.
Tomó en esto Preciosa las manos de la corregidora, y besándoselas muchas veces se las bañaba con lágrimas, y le decia:
—Señora mia, el jitano que está preso no tiene culpa, porque fué provocado: llamáronle ladron, y no lo es: diéronle un bofeton en su rostro, que es tal que en él se descubre la bondad de su ánimo: por Dios y por quien vos sois, señora, que le hagais guardar su justicia, y que el señor corregidor no se dé priesa á ejecutar en él el castigo con que las leyes le amenazan: y si algun agrado os ha dado mi hermosura, entretenedla con entretener el preso, porque en el fin de su vida está el de la mia: él ha de ser mi esposo, y justos y honestos impedimentos han estorbado que aun hasta ahora no nos habemos dado las manos: si dineros fueren menester para alcanzar perdon de la parte, todo nuestro aduar se venderá en pública almoneda, y se dará aun mas de lo que pidieren: señora mia, si sabeis qué es amor, y algun tiempo le tuvisteis, y ahora le teneis á vuestro esposo, doléos de mí, que amo tierna y honestamente al mio.
En todo el tiempo que esto decia, nunca la dejó las manos ni apartó los ojos de mirarla atentísimamente, derramando amargas y piadosas lágrimas en mucha abundancia: asimismo la corregidora la tenia á ella asida de las suyas, mirándola ni mas ni ménos con no menor ahinco, y con no mas pocas lágrimas. Estando en esto entró el corregidor, y hallando á su mujer y á Preciosa tan llorosas y tan encadenadas, quedó suspenso así de su llanto como de su hermosura: preguntó la causa de aquel sentimiento, y la respuesta que dió Preciosa fué soltar las manos de la corregidora, y asirse de los piés del corregidor, diciéndole:
—Señor, misericordia: si mi esposo muere, yo soy muerta: él no tiene culpa, pero si la tiene, déseme á mí la pena: y si esto no puede ser, á lo ménos entreténgase el pleito en tanto que se procuran y buscan los medios posibles para su libertad; que podrá ser que al que no pecó de malicia le enviase el cielo la salud de gracia.
Con nueva suspension quedó el corregidor de oir las discretas razones de la jitanilla, y que ya, si no fuera por no dar indicios de flaqueza, le acompañara en sus lágrimas. En tanto que esto pasaba, estaba la jitana vieja considerando grandes, muchas y diversas cosas, y al cabo de toda esta suspension é imaginacion, dijo:
—Espérenme vuesas mercedes, señores mios, un poco, que yo haré que estos llantos se conviertan en risa, aunque á mí cueste la vida.
Y así con lijero paso se salió de donde estaba, dejando á los presentes confusos con lo que dicho habia.
En tanto pues que ella volvia, nunca dejó Preciosa las lágrimas ni los ruegos de que se entretuviese la causa de su esposo, con intencion de avisar á su padre que viniese á entender en ella. Volvió la jitana con un pequeño cofre debajo del brazo, y dijo al corregidor que con su mujer y ella se entrasen en un aposento, que tenia grandes cosas que decirles en secreto. El corregidor, creyendo que algunos hurtos de los jitanos queria descubrirle por tenerle propicio en el pleito del preso, al momento se retiró con ella y con su mujer en su recámara, adonde la jitana, hincándose de rodillas ante los dos, les dijo:
—Si las buenas nuevas que os quiero dar, señores, no merecieren alcanzar en albricias el perdon de un gran pecado mio, aquí estoy para recebir el castigo que quisiéredes darme; pero ántes que lo confiese, quiero que me digais, señores, primero, si conoceis estas joyas.
Y descubriendo un cofrecito donde venian las de Preciosa, se le puso en las manos al corregidor, y en abriéndole vió aquellos dijes pueriles; pero no cayó en lo que podian significar: mirólos tambien la corregidora, pero tampoco dió en la cuenta; solo dijo:
—Estos son adornos de alguna pequeña criatura.
—Así es la verdad, dijo la jitana, y de qué criatura sean lo dice ese escrito que está en ese papel doblado.
Abrióle con priesa el corregidor, y leyó que decia:
Llamábase la niña Doña Costanza de Acevedo y de Menéses, su madre Doña Guiomar de Menéses, y su padre D. Fernando de Acevedo, caballero del hábito de Calatrava: desparecíla dia de la Ascension del Señor, á las ocho de la mañana, del año de mil y quinientos y noventa y cinco: traia la niña puestos estos brincos que en este cofre están guardados.
Apénas hubo oido la corregidora las razones del papel, cuando reconoció los brincos, se los puso á la boca, y dándoles infinitos besos, se cayó desmayada; acudió el corregidor á ella ántes que á preguntar á la jitana por su hija, y habiendo vuelto en sí, dijo:
—Mujer buena, ántes ángel que jitana, ¿adónde está el dueño, digo, la criatura cuyos eran estos dijes?
—¿Adónde, señora? respondió la jitana: en vuestra casa la teneis, aquella jitanica que os sacó las lágrimas de los ojos es su dueño, y es sin duda alguna vuestra hija, que yo la hurté en Madrid de vuestra casa el dia y hora que ese papel dice.
Oyendo esto la turbada señora, soltó los chapines, y desalada y corriendo salió á la sala, adonde habia dejado á Preciosa, y hallóla rodeada de sus doncellas y criadas, todavía llorando; arremetió á ella, y sin decirle nada, con gran priesa le desabrochó el pecho, y miró si tenia debajo de la teta izquierda una señal pequeña á modo de lunar blanco con que habia nacido, y hallóle ya grande, que con el tiempo se habia dilatado: luego con la misma celeridad la descalzó, y descubrió un pié de nieve y de marfil hecho á torno, y vió en él lo que buscaba, que era que los dos dedos últimos del pié derecho se trababan el uno con el otro por medio con un poquito de carne, la cual cuando niña nunca se la habian querido cortar por no darle pesadumbre. El pecho, los dedos, los brincos, el dia señalado del hurto, la confesion de la jitana, y el sobresalto y alegría que habian recebido sus padres cuando la vieron, con toda la verdad confirmaron en el alma de la corregidora ser Preciosa su hija; y así cogiéndola en sus brazos se volvió con ella adonde el corregidor y la jitana estaban.
Iba Preciosa confusa, que no sabia á qué efecto se habian hecho con ella aquellas diligencias, y mas viéndose llevar en brazos de la corregidora, y que le daba de un beso hasta ciento. Llegó en fin con la preciosa carga Doña Guiomar á la presencia de su marido, y trasladándola de sus brazos á los del corregidor, le dijo:
—Recebid, señor, á vuestra hija Costanza, que esta es sin duda; no lo dudeis, señor, en ningun modo, que la señal de los dedos juntos y la del pecho he visto; y mas que á mí me lo está diciendo el alma desde el instante que mis ojos la vieron.
—No lo dudo, respondió el corregidor teniendo en sus brazos á Preciosa, que los mismos efectos han pasado por la mia que por la vuestra; y mas que tantas particularidades juntas ¿cómo podian suceder si no fuera por milagro?
Toda la gente de casa andaba absorta, preguntando unos á otros qué seria aquello, y todos daban bien léjos del blanco; que ¿quién habia de imaginar que la Jitanilla era hija de sus señores?
El corregidor dijo á su mujer, y á su hija, y á la jitana vieja, que aquel caso estuviese secreto hasta que él le descubriese: y asimismo dijo á la vieja que él perdonaba el agravio que le habia hecho en hurtarle la mitad de su alma, pues la recompensa de habérsela vuelto mayores albricias merecia; y que solo le pesaba que sabiendo ella la calidad de Preciosa, la hubiese desposado con un jitano, y mas con un ladron y homicida.
—¡Ay! dijo á esto Preciosa, señor mio, que ni es jitano ni ladron, puesto que es matador; pero fué del que le quitó la honra, y no pudo hacer ménos de mostrar quién era, y matarle.
—¿Cómo que no es jitano, hija mia? dijo Doña Guiomar.
Entónces la jitana vieja contó brevemente la historia de Andres Caballero, y que era hijo de D. Francisco de Cárcamo, caballero del hábito de Santiago, y que se llamaba D. Juan de Cárcamo, asimismo del mismo hábito, cuyos vestidos ella tenia cuando los mudó en los de jitano. Contó tambien el concierto que entre Preciosa y D. Juan estaba hecho de guardar dos años de aprobacion para desposarse ó no: puso en su punto la honestidad de entrambos, y la agradable condicion de D. Juan. Tanto se admiraron desto como del hallazgo de su hija, y mandó el corregidor á la jitana que fuese por los vestidos de D. Juan: ella lo hizo ansí, y volvió con otro jitano que los trujo.
En tanto que ella iba y volvia, hicieron sus padres á Preciosa cien mil preguntas, á que respondió con tanta discrecion y gracia, que aunque no la hubieran reconocido por hija, los enamorara: preguntáronla si tenia alguna aficion á D. Juan: respondió que no mas de aquella que le obligaba á ser agradecida á quien se habia querido humillar á ser jitano por ella; pero que ya no se estenderia á mas el agradecimiento de aquello que sus señores padres quisiesen.
—Calla, hija Preciosa, dijo su padre, que este nombre de Preciosa quiero que se te quede en memoria de tu pérdida y de tu hallazgo, que yo como tu padre tomo á cargo el ponerte en estado que no desdiga de quien eres.
Suspiró oyendo esto Preciosa, y su madre como discreta entendió que suspiraba de enamorada de D. Juan, y dijo á su marido:
—Señor, siendo tan principal D. Juan de Cárcamo como lo es, y queriendo tanto á nuestra hija, no nos estaria mal dársela por esposa.
Y él respondió:
—Aun apénas hoy la habemos hallado, ¿y ya quereis que la perdamos? Gocémosla algun tiempo, que en casándola no será nuestra, sino de su marido.
—Razon teneis, señor, respondió ella; pero dad órden de sacar á D. Juan, que debe de estar en algun calabozo metido, pasando las penalidades que se pueden considerar de sus prisiones, las humedades y sabandijas inmundas, que inquietan á los pobres pacientes, que están esperando salga el dia para gozarle, y verse libres de tanta opresion y mala vecindad como padecen.
—Sí, estará, dijo Preciosa, que á un ladron matador, y sobre todo jitano, no le habrán dado mejor estancia.
—Yo quiero ir á verle, como que le voy á tomar la confesion, respondió el corregidor, y de nuevo os encargo, señora, que nadie sepa esta historia hasta que yo lo quiera.
Y abrazando á Preciosa, fué luego á la cárcel y entró en el calabozo donde D. Juan estaba, y no quiso que nadie entrase con él: hallóle con entrambos piés en un cepo, y con las esposas á las manos, y que aun no le habian quitado el piedeamigo: era la estancia escura, pero hizo que por arriba abriesen una lumbrera, por donde entraba luz, aunque muy escasa; y así como le vió, le dijo:
—¿Cómo está la buena pieza? que así tuviera yo atraillados cuantos jitanos hay en España para acabar con ellos en un dia, como Neron quisiera en otro con Roma, sin dar mas de un golpe: sabed, ladron puntoso, que yo soy el corregidor desta ciudad, y vengo á saber de mí á vos, si es verdad que es vuestra esposa una Jitanilla que viene con vosotros.
Oyendo esto Andres imaginó que el corregidor se debia haber enamorado de Preciosa; que los celos son de cuerpos sutiles y se entran por otros cuerpos sin romperlos, apartarlos ni dividirlos; pero con todo esto respondió:
—Si ella ha dicho que yo soy su esposo, es mucha verdad: y si ha dicho que no lo soy, tambien ha dicho verdad, porque no es posible que Preciosa diga mentira.
—¿Tan verdadera es? respondió el corregidor; no es poco serlo para ser jitana: ahora bien, mancebo, ella ha dicho que es vuestra esposa, pero que nunca os ha dado la mano; ha sabido que segun es vuestra culpa habeis de morir por ella, y hame pedido que ántes de vuestra muerte la despose con vos, porque se quiere honrar con quedar viuda de un tan gran ladron como vos.
—Pues hágalo vuesa merced, señor corregidor, como ella lo suplica, que como yo me despose con ella, iré contento á la otra vida como parta desta con nombre de ser suyo.
—Mucho la debeis de querer, dijo el corregidor.
—Tanto, respondió el preso, que á poderlo decir no fuera nada: en efecto, señor corregidor, mi causa se concluya: yo maté al que me quiso quitar la honra: yo adoro á esa jitana, moriré contento si muero en su gracia, y sé que no nos ha de faltar la de Dios, pues entrambos habemos guardado honestamente y con puntualidad lo que nos prometimos.
—Pues esta noche enviaré por vos, dijo el corregidor, y en mi casa os desposaréis con Preciosica, y mañana á mediodía estaréis en la horca, con lo que yo habré cumplido con lo que pide la justicia y con el deseo de entrambos.
Agradecióselo Andres; y el corregidor volvió á su casa y dió cuenta á su mujer de lo que con D. Juan habia pasado, y de otras cosas que pensaba hacer.
En el tiempo que él faltó de su casa, dió cuenta Preciosa á su madre de todo el discurso de su vida, y de cómo siempre habia creido ser jitana y ser nieta de aquella vieja; pero que siempre se habia estimado en mucho mas de lo que de ser jitana se esperaba. Preguntóle su madre que le dijese la verdad, si queria bien á D. Juan de Cárcamo. Ella con vergüenza y con los ojos en el suelo le dijo que por haberse considerado jitana, y que mejoraba su suerte con casarse con un caballero de hábito y tan principal como D. Juan de Cárcamo, y por haber visto por esperiencia su buena condicion y honesto trato, alguna vez le habia mirado con ojos aficionados; pero que en resolucion ya habia dicho que no tenia otra voluntad de aquella que ellos quisiesen.
Llegóse la noche, y siendo casi las diez sacaron á Andres de la cárcel sin las esposas y el piedeamigo, pero no sin una gran cadena que desde los piés todo el cuerpo le ceñia. Llegó deste modo sin ser visto de nadie sino de los que le traian en casa del corregidor, y con silencio y recato le entraron en un aposento donde le dejaron solo: de allí á un rato entró un clérigo, y le dijo que se confesase, porque habia de morir otro dia. Á lo cual respondió Andres:
—De muy buena gana me confesaré; pero ¿cómo no me desposan primero? Y si me han de desposar, por cierto que es muy malo el tálamo que me espera.
Doña Guiomar, que todo esto sabia, dijo á su marido que eran demasiados los sustos que á D. Juan daba, que los moderase, porque podria ser perdiese la vida con ellos. Parecióle buen consejo al corregidor y así entró á llamar al que le confesaba, y díjole que primero habian de desposar al jitano con Preciosa la jitana, y que despues se confesaria, y que se encomendase á Dios de todo corazon, que muchas veces suele llover sus misericordias en el tiempo que están mas secas las esperanzas.
En efecto, Andres salió á una sala donde estaban solamente Doña Guiomar, el corregidor, Preciosa y otros dos criados de casa. Pero cuando Preciosa vió á D. Juan ceñido y aherrojado con tan gran cadena, descolorido el rostro y los ojos con muestra de haber llorado, se le cubrió el corazon, y se arrimó al brazo de su madre que junto á ella estaba, la cual abrazándola consigo, le dijo:
—Vuelve en tí, niña, que todo lo que ves ha de redundar en tu gusto y provecho.
Ella, que estaba ignorante de aquello, no sabia cómo consolarse, y la jitana vieja estaba turbada, y los circunstantes colgados del fin de aquel caso.
El corregidor dijo:
—Señor tiniente-cura, este jitano y esta jitana son los que vuesa merced ha de desposar.
—Eso no podré yo hacer, si no preceden primero las circunstancias que para tal caso se requieren: ¿dónde se han hecho las amonestaciones? ¿adónde está la licencia de mi superior para que con ellas se haga el desposorio?
—Inadvertencia ha sido mia, respondió el corregidor; pero yo haré que el vicario la dé.
—Pues hasta que la vea, respondió el tiniente-cura, estos señores perdonen.
Y sin replicar mas palabra, porque no sucediese algun escándalo, se salió de casa, y los dejó á todos confusos.
—El padre ha hecho muy bien, dijo á esta sazon el corregidor, y podria ser fuese providencia del cielo esta para que el suplicio de Andres se dilate, porque en efecto él se ha de desposar con Preciosa, y han de preceder primero las amonestaciones, donde se dará tiempo al tiempo, que suele dar dulce salida á muchas amargas dificultades: y con todo esto querria saber de Andres, si la suerte encaminase sus sucesos de manera que sin estos sustos y sobresaltos se hallase esposo de Preciosa, ¿si se tendria por dichoso ya siendo Andres Caballero, ó ya D. Juan de Cárcamo?
Así como oyó Andres nombrarse por su nombre, dijo:
—Pues Preciosa no ha querido contenerse en los límites del silencio, y ha descubierto quién soy, aunque esa buena dicha me hallara hecho monarca del mundo, la tuviera en tanto que pusiera término á mis deseos, sin osar desear otro bien sino el del cielo.
—Pues por ese buen ánimo que habeis mostrado, señor D. Juan de Cárcamo, á su tiempo haré que Preciosa sea vuestra legítima consorte, y agora os la doy y entrego en esperanza por la mas rica joya de mi casa, y de mi vida, y de mi alma, y estimadla en lo que decís, porque en ella os doy á Doña Costanza de Acevedo y Menéses, mi única hija, la cual si os iguala en el amor, no os desdice nada en el linaje.
Atónito quedó Andres viendo el amor que le mostraban, y en breves razones Doña Guiomar contó la pérdida de su hija y su hallazgo con las certísimas señas que la jitana vieja habia dado de su hurto, con que acabó D. Juan de quedar atónito y suspenso, pero alegre sobre todo encarecimiento abrazó á sus suegros, llamólos padres y señores suyos, besó las manos á Preciosa, que con lágrimas le pedia las suyas.
Rompióse el secreto, salió la nueva del caso con la salida de los criados que habian estado presentes: el cual sabido por el alcalde, tio del muerto, vió tomados los caminos de su venganza, pues no habia de tener lugar el rigor de la justicia para ejecutarla en el yerno del corregidor.
Vistióse D. Juan los vestidos de camino que allí habia traido la jitana; volviéronse las prisiones y cadenas de hierro en libertad y cadenas de oro: la tristeza de los jitanos presos en alegría, pues otro dia los dieron en fiado: recibió el tio del muerto la promesa de dos mil ducados que le hicieron porque bajase de la querella y perdonase á D. Juan, el cual no olvidándose de su camarada Clemente, le hizo buscar; pero no le hallaron ni supieron dél hasta que desde allí á cuatro dias tuvo nuevas ciertas que se habia embarcado en una de dos galeras de Génova que estaban en el puerto de Cartagena y ya se habian partido.
Dijo el corregidor á D. Juan que tenia por nueva cierta que su padre D. Francisco de Cárcamo estaba proveido por corregidor de aquella ciudad, y que seria bien esperalle para que con su beneplácito y consentimiento se hiciesen las bodas. D. Juan dijo que no saldria de lo que él ordenase; pero que ante todas cosas se habia de desposar con Preciosa.
Concedió licencia el arzobispo para que con sola una amonestacion se hiciese. Hizo fiestas la ciudad, por ser muy bienquisto el corregidor, con luminarias, toros y cañas el dia del desposorio: quedóse la jitana vieja en casa, que no se quiso apartar de su nieta Preciosa: llegaron las nuevas á la corte del caso y casamiento de la Jitanilla: supo D. Francisco de Cárcamo ser su hijo el jitano, y ser la Preciosa la Jitanilla que él habia visto, cuya hermosura disculpó con él la liviandad de su hijo, que ya le tenia por perdido, por saber que no habia ido á Flándes; y mas porque vió cuán bien le estaba el casarse con hija de tan gran caballero y tan rico como era D. Fernando de Acevedo: dió priesa á su partida por llegar presto á ver á sus hijos, y dentro de veinte dias ya estaba en Murcia, con cuya llegada se renovaron los gustos, se hicieron las bodas, se contaron las vidas, y los poetas de la ciudad, que hay algunos y muy buenos, tomaron á cargo celebrar el extraño caso, juntamente con la sin igual belleza de la Jitanilla; y de tal manera escribió el famoso licenciado Pozo, que en sus versos durará la fama de la Preciosa miéntras los siglos duraren.
Olvidábaseme de decir cómo la enamorada mesonera descubrió á la justicia no ser verdad lo del hurto de Andres el jitano, y confesó su amor y su culpa, á quien no respondió pena alguna, porque en la alegría del hallazgo de los desposados se enterró la venganza y resucitó la clemencia.