Читать книгу Novelas ejemplares - Miguel de Cervantes Saavedra - Страница 8

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Como cuando el sol asoma

Por una montaña baja,

Y de súbito nos toma

Y con su vista nos doma

Nuestra vista y la relaja:

Como la piedra balaja

Que no consiente carcoma,

Tal es el tu rostro, Aja,

Dura lanza de Mahoma,

Que las mis entrañas raja.

—Bien me suenan al oido, dijo Mahamut, y mejor me suena y me parece que estés para decir versos, Ricardo, porque el decirlos ó el hacerlos requiere ánimos desapasionados.

—Tambien se suelen, respondió Ricardo, llorar endechas, como cantar himnos, y todo es decir versos; pero dejando esto aparte, díme qué piensas hacer en nuestro negocio, que puesto que no entendí lo que los bajáes trataron en la tienda, en tanto que tú llevaste á Leonisa, me lo contó un renegado de mi amo, veneciano, que se halló presente, y entiende bien la lengua turquesca: y lo que es menester ante todas cosas es buscar traza cómo Leonisa no vaya á mano del Gran Señor.

—Lo primero que se ha de hacer, respondió Mahamut, es que tú vengas á poder de mi amo, que esto hecho, despues nos aconsejaremos en lo que mas nos conviniere.

En esto vino el guardian de los cautivos cristianos de Hazan, y llevó consigo á Ricardo: el cadí volvió á la ciudad con Hazan, que en breves dias hizo la residencia de Alí, y se la dió cerrada y sellada, para que se fuese á Constantinopla: él se fué luego, dejando muy encargado al cadí, que con brevedad enviase la cautiva, escribiendo al Gran Señor de modo que le aprovechase para sus pretensiones. Prometióselo el cadí con traidoras entrañas, porque las tenia hechas ceniza por la cautiva: ido Alí lleno de falsas esperanzas, y quedando Hazan no vacío dellas, Mahamut hizo de modo que Ricardo vino á poder de su amo: íbanse los dias, y el deseo de ver á Leonisa apretaba tanto á Ricardo, que no alcanzaba un punto de sosiego; mudóse Ricardo el nombre en el de Mario, porque no llegase el suyo á oidos de Leonisa ántes que él la viese, y el verla era muy dificultoso á causa que los moros son en estremo celosos, y encubren de todos los hombres los rostros de sus mujeres, puesto que en mostrarse ellas á los cristianos no se les hace de mal, quizá debe de ser que por ser cautivos no los tienen por hombres cabales.

Avino pues que un dia la señora Halima vió á su esclavo Mario, y tan visto y tan mirado fué, que se le quedó grabado en el corazon y fijo en la memoria: y quizá poco contenta de los abrazos flojos de su anciano marido, con facilidad dió lugar á un mal deseo, y con la misma dió cuenta dél á Leonisa, á quien ya queria mucho por su agradable condicion y proceder discreto, y tratábala con mucho respeto, por ser prenda del Gran Señor: díjole cómo el cadí habia traido á casa un cautivo cristiano de tan gentil donaire y parecer, que á sus ojos no habia visto mas lindo hombre en toda su vida, y que decian que era chilibí, que quiere decir caballero, y de la misma tierra de Mahamut su renegado, y que no sabia cómo darle á entender su voluntad, sin que el cristiano la tuviese en poco por habérsela declarado: preguntóle Leonisa cómo se llamaba el cautivo, y díjole Halima que se llamaba Mario; á lo cual replicó Leonisa:

—Si él fuera caballero y del lugar que dicen, yo le conociera; mas dese nombre Mario no hay ninguno en Trápana; pero haz, señora, que yo le vea y hable, que te diré quién es y lo que dél se puede esperar.

Así será, dijo Halima, porque el viérnes, cuando esté el cadí haciendo la zala en la mezquita, le haré entrar acá dentro, donde le podrás hablar á solas, y si te pareciere darle indicios de mi deseo, haráslo por el mejor modo que pudieres.

Esto dijo Halima á Leonisa, y no habian pasado dos horas cuando el cadí llamó á Mahamut y á Mario, y con no ménos eficacia que Halima habia descubierto su pecho á Leonisa, descubrió el enamorado viejo el suyo á sus dos esclavos, pidiéndoles consejos en lo que haria para gozar de la cristiana, y cumplir con el Gran Señor, cuya ella era, diciéndoles que ántes pensaba morir mil veces que entregarla al Gran Turco. Con tales afectos decia su pasion el religioso moro, que la puso en los corazones de sus dos esclavos, que todo lo contrario de lo que él pensaba, pensaban. Quedó puesto entre ellos que Mario, como hombre de su tierra, aunque habia dicho que no la conocia, tomase la mano en solicitarla y en declararle la voluntad suya, y cuando por este modo no se pudiese alcanzar, que usaria él de la fuerza, pues estaba en su poder; y esto hecho, con decir que era muerta se escusarian de enviarla á Constantinopla.

Contentísimo quedó el cadí con el parecer de sus esclavos, y con la imaginada alegría ofreció desde luego libertad á Mahamut, mandándole la mitad de su hacienda despues de sus dias: asimismo prometió á Mario, si alcanzaba lo que queria, libertad y dineros con que volviese á su tierras rico, honrado y contento: si él fué liberal en prometer, sus cautivos fueron pródigos, ofreciéndole de alcanzar la luna del cielo, cuanto mas á Leonisa, como él diese comodidad de hablarla.

—Esa daré yo á Mario cuanta él quisiere, respondió el cadí, porque haré que Halima se vaya en casa de sus padres, que son griegos cristianos, por algunos dias, y estando fuera, mandaré al portero que deje entrar á Mario dentro de casa todas las veces que él quisiere, y diré á Leonisa que bien podrá hablar con su paisano cuando le diere gusto.

Desta manera comenzó á volver el viento de la ventura de Ricardo, soplando en su favor, sin saber lo que hacian sus mismos amos.

Tomando pues entre los tres este apuntamiento, quien primero le puso en plática fué Halima, bien así como mujer, cuya naturaleza es fácil y arrojadiza para todo aquello que es de su gusto. Aquel mismo dia dijo el cadí á Halima que cuando quisiese podria irse á casa de sus padres á holgarse con ellos los dias que gustase; pero como ella estaba alborozada con las esperanzas que Leonisa le habia dado, no solo no se fuera á casa de sus padres, sino al fingido paraíso de Mahoma no quisiera irse; y así le respondió que por entónces no tenia tal voluntad, y que cuando ella la tuviese lo diria, mas que habia de llevar consigo á la cautiva cristiana.

—Eso no, replicó el cadí, que no es bien que la prenda del Gran Señor sea vista de nadie, y mas que se le ha de quitar que converse con cristianos, pues sabeis que en llegando á poder del Gran Señor la han de encerrar en el serrallo y volverla turca, quiera ó no quiera.

—Como ella ande conmigo, replicó Halima, no importa que esté en casa de mis padres, ni que comunique con ellos, que mas comunico yo, y no dejo por eso de ser buena turca; y mas que lo mas que pienso estar en su casa serán hasta cuatro ó cinco dias, porque el amor que os tengo no me dará licencia para estar tanto ausente y sin veros.

No la quiso replicar el cadí por no darle ocasion de engendrar alguna sospecha de su intencion.

Llegóse en esto el viérnes, y él se fué á la mezquita, de la cual no podia salir en casi cuatro horas; y apénas le vió Halima apartado de los umbrales de casa, cuando mandó llamar á Mario; mas no le dejara entrar un cristiano corso que servia de portero en la puerta del patio, si Halima no le diera voces que le dejase, y así entró confuso y temblando como si fuera á pelear con un ejército de enemigos.

Estaba Leonisa del mismo modo y traje que cuando entró en la tienda del bajá, sentada al pié de una escalera grande de mármol, que á los corredores subia: tenia la cabeza inclinada sobre la palma de la mano derecha y el brazo sobre las rodillas, los ojos á la parte contraria de la puerta por donde entró Mario, de manera que aunque él iba hácia la parte donde ella estaba, ella no le veia. Así como entró Ricardo, paseó toda la casa con los ojos, y no vió en toda ella sino un mudo y sosegado silencio, hasta que paró la vista donde Leonisa estaba: en un instante al enamorado Ricardo le sobrevinieron tantos pensamientos, que le suspendieron y alegraron, considerándose veinte pasos á su parecer, ó poco mas, desviado de su felicidad y contento; considerábase cautivo, y á su gloria en poder ajeno: estas cosas revolviendo entre sí mismo, se movia poco á poco, y con temor y sobresalto, alegre y triste, temoroso y esforzado se iba llegando al centro en donde estaba el de su alegría, cuando á deshora volvió el rostro Leonisa, y puso los ojos en los de Ricardo que atentamente la miraba: mas cuando las vistas de los dos se encontraron, con diferentes efectos dieron señal de lo que sus almas habian sentido. Ricardo se paró, y no pudo echar pié adelante. Leonisa, que por la relacion de Mahamut tenia á Ricardo por muerto, y el verle vivo tan no esperadamente la llenó de temor y espanto, sin quitar dél los ojos ni volver las espaldas volvió atras cuatro ó cinco escalones, y sacando una pequeña cruz del seno, la besaba muchas veces, y se santiguó infinitas, como si alguna fantasma ú otra cosa del otro mundo estuviera mirando. Volvió Ricardo de su embelesamiento, y conoció por lo que Leonisa hacia la verdadera causa de su temor, y así la dijo:

—Á mí me pesa, oh hermosa Leonisa, que no hayan sido verdad las nuevas que de mi muerte te dió Mahamut, porque con ella escusara los temores que ahora tengo de pensar si todavía está en su ser y entereza el rigor que continuo has usado conmigo. Sosiégate, señora, y baja, y si te atreves á hacer lo que nunca hiciste, que es llegarte á mí, llega y verás que no soy cuerpo fantástico: Ricardo soy, Leonisa, Ricardo, el de tanta ventura cuanta tú quisieres que tenga.

Púsose Leonisa en esto el dedo en la boca, por lo cual entendió Ricardo que era señal de que callase ó hablase mas quedo; y tomando algun poco de ánimo, se fué llegando á ella en distancia que pudo oir estas razones:

—Habla paso, Mario, que así me parece que te llamas ahora, y no trates de otra cosa de la que yo te tratare: y advierte que podria ser que el habernos oido fuese parte para que nunca nos volviésemos á ver: Halima nuestra ama creo que nos escucha, la cual me ha dicho que te adora: hame puesto por intercesora de su deseo: si á él quisieres corresponder, aprovecharte ha mas para el cuerpo que para el alma: y cuando no quieras, es forzoso que lo finjas, siquiera porque yo te lo ruego y por lo que merecen deseos de mujer declarados.

Á esto respondió Ricardo:

—Jamas pensé ni pude imaginar, hermosa Leonisa, que cosa que me pidieras trujera consigo imposible de cumplirla; pero la que me pides me ha desengañado: ¿es por ventura la voluntad tan lijera que se pueda mover y llevar donde quisieren llevarla? ¿ó estarle ha bien al varon honrado y verdadero fingir en cosas de tanto peso? Si á tí te parece que alguna destas cosas se debe ó puede hacer, haz lo que mas gustares, pues eres señora de mi voluntad; mas ya sé que tambien me engañas en esto, pues jamas la has conocido, y así no sabes lo que has de hacer della; pero á trueco que no digas que en la primera cosa que me mandaste dejaste de ser obedecida, yo perderé del derecho que debo á ser quien soy, y satisfaré tu deseo y el de Halima fingidamente como dices, si es que se ha de granjear con esto el bien de verte; y así finge tú las respuestas á tu gusto, que desde aquí las firma y confirma mi fingida voluntad: y en pago desto que por tí hago, que es lo mas que á mi parecer podré hacer aunque de nuevo te dé el alma que tantas veces te he dado, te ruego que brevemente me digas cómo escapaste de las manos de los cosarios, y cómo veniste á las del judío que te vendió.

—Mas espacio, respondió Leonisa, pide el cuento de mis desgracias; pero con todo eso te quiero satisfacer en algo: sabrás pues que á cabo de un dia que nos apartamos, volvió el bajel de Yzuf con un recio viento á la misma isla de la Pantanalea, donde tambien vimos á vuestra galeota; pero la nuestra sin poderlo remediar embistió en las peñas: viendo pues mi amo tan á los ojos su perdicion, vació con gran presteza dos barriles que estaban llenos de agua, tapólos muy bien, y atólos con cuerdas el uno con el otro, púsome á mí entre ellos, desnudóse luego, y tomando otro barril entre los brazos, se ató con un cordel el cuerpo, y con el mismo cordel dió cabo á mis barriles, y con grande ánimo se arrojó á la mar, llevándome tras sí: yo no tuve ánimo para arrojarme, que otro turco me impelió y me arrojó tras Yzuf, donde caí sin ningun sentido, ni volví en mí hasta que me hallé en tierra en brazos de dos turcos, que vuelta la boca al suelo me tenian, derramando gran cantidad de agua que habia bebido: abrí los ojos atónita y espantada, y vi á Yzuf junto á mí, hecha la cabeza pedazos, que segun despues supe, al llegar á tierra dió con ella en las peñas, donde acabó la vida: los turcos asimismo me dijeron que tirando de la cuerda me sacaron á tierra casi ahogada: solas ocho personas se escaparon de la desdichada galeota.

Ocho dias estuvimos en la isla, guardándome los turcos el mismo respeto que si fuera su hermana, y aun mas: estábamos escondidos en una cueva, temerosos ellos que no bajasen de una fuerza de cristianos que está en la isla, y los cautivasen: sustentáronse con el bizcocho mojado que la mar echó á la orilla, de lo que llevaban en la galeota, lo cual salian á coger de noche: ordenó la suerte para mayor mal mio, que la fuerza estuviese sin capitan, que pocos dias habia que era muerto, y en la fuerza no habia sino veinte soldados: esto se supo de un muchacho que los turcos cautivaron, que bajó de la fuerza á coger conchas á la marina: á los ocho dias llegó á aquella costa un bajel de moros que ellos llaman caramuzales; viéronle los turcos, y salieron de donde estaban, haciendo señas al bajel que estaba cerca de tierra, tanto que conoció ser turcos los que los llamaban: ellos contaron sus desgracias, y los moros los recibieron en su bajel, en el cual venia un judío, riquísimo mercader, que toda la mercancía del bajel ó la mas era suya; era de barraganes y alquiceles, y de otras cosas que de Berbería se llevan á Levante, en que ordinariamente tratan los judíos: en el mismo bajel los turcos se fueron á Tripol, y en el camino me vendieron al judío que dió por mí dos mil doblas, precio escesivo, si no le hiciera liberal el amor que el judío me descubrió.

Dejando pues los turcos en Tripol, tornó el bajel á hacer su viaje, y el judío dió en solicitarme descaradamente: yo le hice la cara que merecian sus torpes deseos: viéndose pues desesperado de alcanzarlos, determinó de deshacerse de mí en la primera ocasion que se le ofreciese; y sabiendo que los dos bajáes Alí y Hazan, estaban en aquella isla, donde podia vender su mercaduría tan bien como en Xio, en quien pensaba venderla, se vino aquí con intencion de venderme á alguno de los bajáes, y por eso me vistió de la manera que ahora me ves, por aficionarles la voluntad á que me comprasen: he sabido que me ha comprado este cadí para llevarme á presentar al Gran Turco, de que estoy no poco temerosa: aquí he sabido de tu fingida muerte, y séte decir, si lo quieres creer, que me pesó en el alma, y que te tuve mas envidia que lástima, y no por quererte mal, que ya que soy desamorada, no soy ingrata ni desconocida, sino porque habias acabado con la tragedia de tu vida.

—No dices mal, señora, respondió Ricardo, si la muerte no me hubiera estorbado el bien de volver á verte; que ahora en mas estimo este instante de gloria que gozo en mirarte, que otra ventura, como no fuera la eterna, que en la vida ó en la muerte pudiera asegurarme mi deseo: el que tiene mi amo el cadí, á cuyo poder he venido por no ménos varios accidentes que los tuyos, es el mismo para contigo que para conmigo lo es el de Halima: hame puesto á mí por intérprete de sus pensamientos, acepté la empresa no por darle gusto, sino por el que granjeaba en la comodidad de hablarte; porque veas, Leonisa, el término á que nuestras desgracias nos han traido, á tí á ser medianera de un imposible que en lo que me pides conoces: á mí á serlo tambien de la cosa que ménos pensé, y de la que daré por no alcanzarla la vida, que ahora estimo en lo que vale la alta ventura de verte.

—No sé qué te diga, Ricardo, replicó Leonisa, ni qué salida se tome al laberinto donde, como dices, nuestra corta ventura nos tiene puestos: solo sé decir que es menester usar en esto lo que de nuestra condicion no se puede esperar, que es el fingimiento y engaño, y así digo que de tí daré á Halima algunas razones que ántes la entretengan que desesperen: tú de mí podrás decir al cadí lo que para seguridad de mi honor y de su engaño vieres que mas convenga; y pues yo pongo mi honor en tus manos, bien puedes creer dél que le tengo con la entereza y verdad que podia poner en duda tantos caminos como he andado y tantos combates como he sufrido: el hablarnos será fácil, y á mí será de grandísimo gusto el hacello, con presupuesto que jamas me has de tratar cosa que á tu declarada pretension pertenezca, que en la hora que tal hicieres, en la misma me despediré de verte, porque no quiero que pienses que es de tan pocos quilates mi valor, que ha de hacer con él la cautividad lo que la libertad no pudo: como el oro tengo de ser con el favor del cielo, que miéntras mas se acrisola, queda con mas pureza y mas limpio: conténtate con que he dicho que no me dará como solia fastidio tu vista; porque te hago saber, Ricardo, que siempre te tuve por desabrido y arrogante, y que presumias de tí algo mas de lo que debias: confieso tambien que me engañaba, y que podria ser que hacer ahora la esperiencia me pusiese la verdad delante de los ojos el desengaño, y estando desengañada, fuese con ser honesta mas humana: véte con Dios, que temo no nos haya escuchado Halima, la cual entiende algo de la lengua cristiana, ó á lo ménos de aquella mezcla de lenguas que se usa, con que todos nos entendemos.

—Dices muy bien, señora, respondió Ricardo, y agradézcote infinito el desengaño que me has dado, que le estimo en tanto como la merced que me haces en dejarme verte, y como tú dices, quizá la esperiencia te dará á entender cuán llana es mi condicion y cuán humilde, especialmente para adorarte, y sin que tú pusieras término ni raya á mi trato, fuera él tan honesto para contigo, que no acertaras á desearle mejor: en lo que toca á entretener al cadí, vive descuidada; haz tú lo mismo con Halima, y entiende, señora, que despues que te he visto ha nacido en mí una esperanza tal, que me asegura que presto hemos de alcanzar la libertad deseada: y con esto quédate á Dios, que otra vez te contaré los rodeos por donde la fortuna me trujo á este estado despues que de tí me aparté, ó por mejor decir, me apartaron.

Con esto se despidieron, y quedó Leonisa contenta y satisfecha del llano proceder de Ricardo, y él contentísimo de haber oido una palabra de la boca de Leonisa sin aspereza.

Estaba Halima cerrada en su aposento, rogando á Mahoma trujese Leonisa buen despacho de lo que le habia encomendado: el cadí estaba en la mezquita recompensando con los suyos los deseos de su mujer, teniéndolos solícitos y colgados de la respuesta que esperaba oir de su esclavo, á quien habia dejado encargado hablase á Leonisa, pues para poderlo hacer le daria comodidad Mahamut, aunque Halima estuviese en casa. Leonisa acrecentó en Halima el torpe deseo y deshonesto amor, dándole muy buenas esperanzas que Mario haria todo lo que pudiese, pero que habia de dejar pasar primero dos lunas ántes que concediese con lo que deseaba él mucho mas que ella, y este tiempo y término pedia á causa que hacia una plegaria y oracion á Dios para que le diese libertad. Contentóse Halima de la disculpa y de la relacion de su querido Mario, á quien ella diera libertad ántes del término del voto, como él condescendiera con su deseo: y así rogó á Leonisa le rogase dispensase con el tiempo, y acortase la dilacion, que ella le ofrecia cuanto el cadí pidiese por su rescate.

Antes que Ricardo respondiese á su amo, se aconsejó con Mahamut de qué le responderia: y acordaron entre los dos que le desesperase, y le aconsejase que lo mas presto que pudiese la llevase á Constantinopla, y que en el camino ó por grado ó por fuerza alcanzaria su deseo; y que para el inconveniente que se podia ofrecer de cumplir con el Gran Señor, seria bueno comprar otra esclava, y en el viaje fingir ó hacer de modo como Leonisa cayese enferma, y que una noche echarian la cristiana comprada á la mar, diciendo que era Leonisa la cautiva del Gran Señor que se habia muerto; y que esto se podia hacer y se haria en modo que jamas la verdad fuese descubierta, y él quedase sin culpa con el Gran Señor, y con el cumplimiento de su voluntad; y que para la duracion de su gusto despues se daria traza conveniente y mas provechosa. Estaba tan ciego el mísero y anciano cadí, que si otros mil disparates le dijeran, como fueran encaminados á cumplir sus esperanzas, todos los creyera, cuanto mas que le pareció que todo lo que decian llevaba buen camino y prometia próspero suceso: y así era la verdad, si la intencion de los dos consejeros no fuera levantarse con el bajel y darle á él la muerte en pago de sus locos pensamientos. Ofreciósele al cadí otra dificultad á su parecer mayor de las que en aquel caso se le podian ofrecer; y era pensar que su mujer Halima no le habia de dejar ir á Constantinopla, si no la llevaba consigo; pero presto la facilitó, diciendo que en cambio de la cristiana que habian de comprar para que muriese por Leonisa, serviria Halima, de quien deseaba librarse mas que de la muerte.

Con la misma facilidad que él lo pensó, con la misma se lo concedieron Mahamut y Ricardo; y quedando firmes en esto, aquel mismo dia dió cuenta el cadí á Halima del viaje que pensaba hacer á Constantinopla á llevar la cristiana al Gran Señor, de cuya liberalidad esperaba que le hiciese gran cadí del Cairo ó de Constantinopla. Halima le dijo que le parecia muy bien su determinacion, creyendo que se dejaria á Mario en casa; mas cuando el cadí la certificó que le habia de llevar consigo y á Mahamut tambien, tornó á mudar de parecer, y á desaconsejarle lo que primero le habia aconsejado, con las mas eficaces razones que su deseo le supo enseñar. En resolucion concluyó que si no la llevaba consigo, no pensaba dejarle ir en ninguna manera. Contentóse el cadí de hacer lo que ella queria, porque pensaba sacudir presto de su cuello aquella para él tan pesada carga.

No se descuidaba en este tiempo Hazan bajá de solicitar al cadí le entregase la esclava, ofreciéndole montes de oro, y habiéndole dado á Ricardo de balde, cuyo rescate apreciaba en dos mil escudos, facilitábale la entrega con la misma industria que él se habia imaginado de hacer muerta la cautiva cuando el Gran Turco enviase por ella. Todas estas dádivas y promesas aprovecharon con el cadí no mas de ponerle en la voluntad que abreviase su partida; y así solicitado de su deseo y de las importunaciones de Hazan, y aun de las de Halima, que tambien fabricaba en el aire vanas esperanzas, dentro de veinte dias aderezó un bergantin de quince bancos, y le armó de buenas boyas, moros y algunos cristianos griegos; embarcó en él toda su riqueza, y Halima no dejó en su casa cosa de momento, y rogó á su marido que la dejase llevar consigo á sus padres para que viesen á Constantinopla: era la intencion de Halima la misma que la de Mahamut, hacer con él y con Ricardo que en el camino se alzasen con el bergantin; pero no les quiso declarar su pensamiento hasta verse embarcada, y esto con voluntad de irse á tierra de cristianos, y volverse á lo que primero habia sido, y casarse con Ricardo, pues era de creer que llevando tantas riquezas consigo, y volviéndose cristiana, no dejaria de tomarla por mujer.

En este tiempo habló otra vez Ricardo con Leonisa, y le declaró toda su intencion, y ella le dijo la que tenia Halima, que con ella habia comunicado: encomendáronse los dos el secreto, y encomendándose á Dios, esperaban el dia de la partida: el cual llegado, salió Hazan acompañándolos hasta la marina con todos sus soldados, y no les dejó hasta que se hicieron á la vela, ni aun quitó los ojos del bergantin hasta perderle de vista; y parece que el aire de los suspiros que el enamorado moro arrojaba, impelia con mayor fuerza las velas que le apartaban y llevaban el alma; mas como aquel á quien el amor habia tanto tiempo que sosegar no le dejaba, pensando en lo que habia de hacer para no morir á manos de sus deseos, puso luego por obra lo que con largo discurso y resoluta determinacion tenia pensado: y así en un bajel de diez y siete bancos, que en otro puerto habia hecho armar, puso en él cincuenta soldados, todos amigos y conocidos suyos, á quien él tenia obligados con muchas dádivas y promesas, y dióles órden que saliesen al camino y tomasen el bajel del cadí y sus riquezas, pasando á cuchillo cuantos en él iban, si no fuese á Leonisa la cautiva; que á ella sola queria por despojo aventajado á los muchos haberes que el bergantin llevaba: ordenóles tambien que le echasen á fondo, de manera que ninguna cosa quedase que pudiese dar indicio de su perdicion. La codicia del saco les puso alas en los piés y esfuerzo en el corazon, aunque bien vieron que poca defensa habian de hallar en los del bergantin, segun iban desarmados y sin sospecha de semejante acontecimiento.

Dos dias habia ya que el bergantin caminaba, que al cadí se le hicieron dos siglos, porque luego en el primero quisiera poner en efecto su determinacion; mas aconsejáronle sus esclavos que convenia primero hacer de suerte que Leonisa cayese mala, para dar color á su muerte, y que esto habia de ser con algunos dias de enfermedad: él no quisiera sino decir que habia muerto de repente, y acabar presto con todo, y despachar á su mujer, y aplacar el fuego que las entrañas poco á poco le iba consumiendo; pero en efecto hubo de condescender con el parecer de los dos.

Ya en esto habia Halima declarado su intento á Mahamut y á Ricardo, y ellos estaban en ponerlo por obra al pasar de las cruces de Alejandría, ó al entrar de los castillos de la Natolia; pero fué tanta la priesa que el cadí les daba, que se ofrecieron de hacerlo en la primera comodidad que se les ofreciese; y un dia, al cabo de seis que navegaban y que ya le parecia al cadí que bastaba el fingimiento de la enfermedad de Leonisa, importunó á sus esclavos que otro dia concluyesen con Halima, y la arrojasen al mar amortajada, diciendo ser la cautiva del Gran Señor.

Amaneciendo pues el dia en que segun la intencion de Mahamut y de Ricardo habia de ser el cumplimiento de sus deseos, ó el fin de sus dias, descubrieron un bajel que á vela y remo les venia dando caza: temieron fuese de cosarios cristianos, de los cuales ni los unos ni los otros podian esperar buen suceso; porque de serlo, se temia ser los moros cautivos, y los cristianos, aunque quedasen con libertad, quedarian desnudos y robados; pero Mahamut y Ricardo con la libertad de Leonisa y de la de entrambos se contentaran: con todo esto que se imaginaban, temian la insolencia de la gente cosaria, pues jamas la que se da á tales ejercicios, de cualquiera ley ó nacion que sea, deja de tener un ánimo cruel y una condicion insolente. Pusiéronse en defensa, sin dejar los remos de las manos y hacer todo cuanto pudiesen; pero pocas horas tardaron que vieron que les iban entrando, de modo que en ménos de dos se les pusieron á tiro de cañon: viendo esto, amainaron, soltaron los remos, tomaron las armas, y los esperaron, aunque el cadí dijo que no temiesen, porque el bajel era turquesco, y que no les haria daño alguno: mandó poner luego una bandera blanca de paz en el peñol de la popa, porque le viesen los que ya ciegos y codiciosos venian con gran furia á embestir el mal defendido bergantin. Volvió en esto la cabeza Mahamut, y vió que de la parte de poniente venia una galeota á su parecer de veinte bancos, y díjoselo al cadí, y algunos cristianos que iban al remo dijeron que el bajel que se descubria era de cristianos: todo lo cual les dobló la confusion y el miedo, y estaban suspensos sin saber lo que harian, temiendo y esperando el suceso que Dios quisiese darles.

Paréceme que diera el cadí en aquel punto por hallarse en Nicosia toda la esperanza de su gusto: tanta era la confusion en que se hallaba; aunque le quitó presto della el bajel primero, que sin respeto de las banderas de paz ni de lo que á su religion debian, embistieron con el del cadí con tanta furia que estuvo poco en echarle á fondo: luego conoció el cadí los que le acometian, y vió que eran soldados de Nicosia, y adivinó lo que podia ser, y dióse por perdido y muerto; y si no fuera que los soldados se dieron ántes á robar que á matar, ninguno quedara con vida; mas cuando ellos andaban mas encendidos y mas atentos en su robo, dió un turco voces, diciendo:

—Arma, soldados, que un bajel de cristianos nos embiste.

Así era la verdad, porque el bajel que descubrió el bergantin del cadí venia con insignias y banderas cristianescas, el cual llegó con toda furia á embestir el bajel de Hazan; pero ántes que llegase, preguntó uno desde la proa en lengua turquesca, qué bajel era aquel. Respondiéronle que era de Hazan bajá, virey de Chipre.

—Pues ¿cómo, replicó el turco, siendo vosotros mosolimanes, embestís y robais á ese bajel, que nosotros sabemos que va en él el cadí de Nicosia?

Á lo cual respondieron que ellos no sabian otra cosa mas de que el bajá les habia ordenado le tomasen, y que ellos como sus soldados y obedientes habian hecho su mandamiento.

Satisfecho de lo que saber queria el capitan del segundo bajel que venia á la cristianesca, dejó de embestir al de Hazan, y acudió al del cadí, y á la primera rociada mató mas de diez turcos de los que dentro estaban, y luego le entró con grande ánimo y presteza; mas apénas hubieron puesto los piés dentro, cuando el cadí conoció que el que le embestia no era cristiano, sino Alí bajá, el enamorado de Leonisa; el cual con el mismo intento que Hazan, habia estado esperando su venida, y por no ser conocido habia hecho vestidos á sus soldados como cristianos, para que con esta industria fuese mas cubierto su hurto. El cadí que conoció las intenciones de los amantes y traidores, comenzó a grandes voces á decir su maldad, diciendo:

—¿Qué es esto, traidor Alí bajá? ¿Cómo, siendo tu mosoliman (que quiere decir turco) me salteas como cristiano? Y vosotros, traidores soldados de Hazan, ¿qué demonio os ha movido á cometer tan grande insulto? ¿Cómo por cumplir el apetito lascivo del que aquí os envía, quereis ir contra vuestro natural señor?

Á estas palabras suspendieron todos las armas, y unos á otros se miraron y se conocieron, porque todos habian sido soldados de un mismo capitan y militado debajo de una bandera, y confundiéndose con las razones del cadí y con su mismo maleficio, se les embotaron los filos de los alfanjes y se les desmayaron los ánimos: solo Alí cerró los ojos y los oidos á todo, y arremetiendo al cadí, le dió una tal cuchillada en la cabeza, que si no fuera por la defensa que hicieron cien varas de toca con que venia ceñida, sin duda se la partiera por medio; pero con todo le derribó entre los bancos del bajel, y al caer dijo el cadí:

—¡Oh cruel renegado, enemigo de mi divino profeta! ¿Y es posible que no ha de haber quien castigue tu crueldad y tu grande insolencia? ¿Cómo, maldito, has osado poner las manos y las armas en tu cadí, y en un ministro de Mahoma?

Estas palabras añadieron fuerza á fuerza á las primeras, las cuales oidas de los soldados de Hazan, y movidos de temor que los soldados de Alí les habian de quitar la presa, que ya ellos por suya tenian, determinaron de ponerlo todo en aventura; y comenzando uno y siguiéndole todos, dieron en los soldados de Alí con tanta priesa, rencor y brio, que en poco espacio los pararon tales, que aunque eran muchos mas que ellos, los redujeron á número pequeño; pero los que quedaron, volviendo sobre sí, vengaron á sus compañeros, no dejando de los de Hazan apénas cuatro con vida, y estos muy mal heridos.

Estábanlos mirando Ricardo y Mahamut, que de cuando en cuando sacaban la cabeza por el escotillon de la cámara de popa, por ver en qué paraba aquella grande herrería que sonaba; y viendo como los turcos estaban casi todos muertos, y los vivos mal heridos, y cuán fácilmente se podia dar cabo de todos, llamó Mahamut á dos sobrinos de Halima que ella habia hecho embarcar consigo, para que ayudasen á levantar el bajel, y con ellos y con su padre, tomando alfanjes de los muertos, saltaron en crujía, y apellidando libertad, libertad, y ayudados de las buenas boyas, cristianos griegos, con facilidad y sin recebir herida los degollaron á todos, y pasando sobre la galeota de Alí que sin defensa estaba, fácilmente la rindieron y ganaron cuanto en ella venia. De los que en el segundo encuentro murieron, fué de los primeros Alí bajá, que un turco en venganza del cadí le mató á cuchilladas.

Diéronse luego todos por consejo de Ricardo á pasar cuantas cosas habia de precio en su bajel y en el de Hazan á la galeota de Alí, que era bajel mayor y acomodado para cualquier cargo ó viaje, y ser los remeros cristianos, los cuales contentos con la alcanzada libertad y con muchas cosas que Ricardo repartió entre todos, se ofrecieron de llevarle hasta Trápana, y aun hasta el cabo del mundo, si quisiese: y con esto Mahamut y Ricardo llenos de gozo por el buen suceso, se fueron á la mora Halima, y la dijeron que si queria volverse á Chipre, que con las buenas boyas le armarian su mismo bajel, y le darian la mitad de las riquezas que habia embarcado; mas ella, que en tanta calamidad aun no habia perdido el cariño y amor que á Ricardo tenia, dijo que queria irse con ellos á tierra de cristianos, de lo cual sus padres se holgaron en estremo.

El cadí volvió en su acuerdo, y le curaron como la ocasion les dió lugar, á quien tambien dijeron que escogiese una de dos: ó que se dejase llevar á tierra de cristianos, ó volverse en su mismo bajel á Nicosia. Él respondió que ya que la fortuna le habia traido á tales términos, les agradecia la libertad que le daban, y que queria ir á Constantinopla á quejarse al Gran Señor del agravio que de Hazan y de Alí habia recebido; mas cuando supo que Halima le dejaba y se queria volver cristiana, estuvo en poco de perder el juicio. En resolucion le armaron su bajel, y le proveyeron de todas las cosas necesarias para su viaje, y aun le dieron algunos cequíes de los que habian sido suyos, y despidiéndose de todos con determinacion de volverse á Nicosia, pidió ántes que se hiciese á la vela, que Leonisa le abrazase, que aquella merced y favor seria bastante para poner en olvido toda su desventura. Todos suplicaron á Leonisa diese aquel favor á quien tanto la queria, pues en ello no iria contra el decoro de su honestidad: hizo Leonisa lo que le rogaron, y el cadí le pidió le pusiese las manos sobre la cabeza, porque él llevase esperanzas de sanar de su herida: en todo le contentó Leonisa. Hecho esto, y habiendo dado un barreno al bajel de Hazan, favoreciéndoles un levante fresco que parecia que llamaba las velas para entregarse en ellas, se las dieron, y en breves horas perdieron de vista al bajel del cadí, el cual con lágrimas en los ojos estaba mirando cómo se llevaban los vientos su hacienda, su gusto, su mujer y su alma.

Con diferentes pensamientos de los del cadí navegaban Ricardo y Mahamut; y así sin querer tocar en tierra en ninguna parte, pasaron á la vista de Alejandría de golfo lanzado; y sin amainar velas, y sin tener necesidad de aprovecharse de los remos, llegaron á la fuerte isla de Corfú, donde hicieron agua, y luego sin detenerse pasaron por los infamados riscos acroceraunos, y desde léjos al segundo dia descubrieron á Paquino, promontorio de la fertilísima Tinacria, á vista de la cual y de la insigne isla de Malta volaron, que no con ménos lijereza navegaba el dichoso leño.

En resolucion, bajando la isla, de allí á cuatro dias descubrieron la Lampadosa, y luego la isla donde se perdieron, con cuya vista se estremeció Leonisa, viniéndole á la memoria el peligro en que ella se habia visto: otro dia vieron delante de sí la deseada y amada patria, renovóse la alegría en sus corazones, alborotáronse sus espíritus con el nuevo contento, que es uno de los mayores que en esta vida se pueden tener, llegar despues de luengo cautiverio salvo y sano á su patria; y al que á este se le puede igualar es el que se recibe de la victoria alcanzada de los enemigos.

Habíase hallado en la galeota una caja llena de banderetas y flámulas de diversas colores de sedas, con las cuales hizo Ricardo adornar la galeota: poco despues de amanecer seria, cuando se hallaron á ménos de una legua de la ciudad, y bogando á cuarteles, y alzando de cuando en cuando alegres voces y gritos, se iban llegando al puerto, en el cual en un instante pareció infinita gente del pueblo, que habiendo visto cómo aquel bien adornado bajel tan de espacio se llegaba á tierra, no quedó gente en toda la ciudad que dejase de salir á la marina.

En este entre tanto habia Ricardo pedido y suplicado á Leonisa, que se adornase y vistiese de la misma manera que cuando entró en la tienda de los bajáes; porque queria hacer una graciosa burla á sus padres. Hízolo así, y añadiendo galas á galas, perlas á perlas, y belleza á belleza, que suele acrecentarse con el contento, se vistió de modo que de nuevo causó admiracion y maravilla: vistióse asimismo Ricardo á la turquesca, y lo mismo hizo Mahamut, y todos los cristianos del remo, que para todos hubo en los vestidos de los turcos muertos.

Cuando llegaron al puerto serian las ocho de la mañana, que tan serena y clara se mostraba, que parecia que estaba atenta mirando aquella alegre entrada. Antes de entrar en el puerto hizo Ricardo disparar las piezas de la galeota, que eran un cañon de crujía y dos falconetes: respondió la ciudad con otras tantas.

Estaba toda la gente confusa, esperando llegase el bizarro bajel; pero cuando vieron de cerca que era turquesco, porque se divisaban los blancos turbantes de los que moros parecian, temerosos y con sospecha de algun engaño, tomaron las armas y acudieron al puerto todos los que en la ciudad son de milicia, y la gente de á caballo se tendió por toda la marina: de todo lo cual recebieron gran contento los que poco á poco se fueron llegando hasta entrar en el puerto, dando fondo junto á tierra, y arrojando en ella la plancha, soltando á una los remos, todos uno á uno, como en procesion, salieron á tierra, la cual con lágrimas de alegría besaron una y muchas veces, señal clara que dió á entender ser cristianos que con aquel bajel se habian alzado: á la postre de todos salieron el padre y madre de Halima, y sus dos sobrinos, como está dicho, vestidos á la turquesca: hizo fin y remate la hermosa Leonisa, cubierto el rostro con un tafetan carmesí: traíanla en medio Ricardo y Mahamut, cuyo espectáculo llevó tras sí los ojos de toda aquella infinita multitud que los miraba. En llegando á tierra hicieron como los demas, besándola postrados por el suelo.

En esto llegó á ellos el capitan y gobernador de la ciudad, que bien conoció que eran los principales de todos; mas apénas hubo llegado, cuando conoció á Ricardo, y corrió con los brazos abiertos y con señales de grandísimo contento á abrazarle. Llegaron con el gobernador, Cornelio y su padre, y los de Leonisa con todos sus parientes y los de Ricardo, que todos eran los mas principales de la ciudad: abrazó Ricardo al gobernador, y respondió á todos los parabienes que le daban: trabó de la mano á Cornelio (el cual como le conoció y se vió asido dél, perdió la color del rostro, y casi comenzó á temblar de miedo), y teniendo asimismo de la mano á Leonisa, dijo:

—Por cortesía os ruego, señores, que ántes que entremos en la ciudad y en el templo á dar las debidas gracias á nuestro Señor de las grandes mercedes que en nuestra desgracia nos ha hecho, me escucheis ciertas razones que deciros quiero.

Á lo cual el gobernador respondió que dijese lo que quisiese, que todos le escucharian con gusto y con silencio. Rodeáronle luego todos los mas de los principales, y él alzando un poco la voz, dijo desta manera:

—Bien se os debe acordar, señores, de la desgracia que algunos meses ha en el jardin de las Salinas me sucedió con la pérdida de Leonisa: tambien no se os habrá caido de la memoria la diligencia que yo puse en procurar su libertad, pues olvidándome de la mia ofrecí por su rescate toda mi hacienda (aunque esta que al parecer fué liberalidad, no puede ni debe redundar en mi alabanza, pues la daba por el rescate de mi alma); lo que despues acá á los dos ha sucedido requiere para mas tiempo otra sazon y coyuntura, y otra lengua no tan turbada como la mia: basta deciros por ahora, que despues de varios y estraños acaecimientos, y despues de mil perdidas esperanzas de alcanzar remedio de nuestras desdichas, el piadoso cielo sin ningun merecimiento nuestro nos ha vuelto á la deseada patria, cuanto llenos de contento, colmados de riquezas: y no nace dellas ni de la libertad alcanzada el sin igual gusto que tengo, sino del que imagino que tiene esta en paz y en guerra dulce enemiga mia, así por verse libre, como por ver como ve el retrato de su alma: todavía me alegro de la general alegría que tienen los que me han sido compañeros en la miseria; y aunque las desventuras y tristes acontecimientos suelen mudar las condiciones y aniquilar los ánimos valerosos, no ha sido así con el verdugo de mis buenas esperanzas; porque con mas valor y entereza que buenamente decirse puede, ha pasado el naufragio de sus desdichas y los encuentros de mis ardientes cuanto honestas importunaciones: en lo cual se verifica que mudan el cielo y no las costumbres los que en ellas tal vez hicieron asiento. De todo esto que he dicho, quiero inferir que yo le ofrecí mi hacienda en rescate, y le di mi alma en mis deseos: di traza en su libertad y aventuré por ella mas que por la mia la vida, y todos estos que en otro sujeto mas agradecido pudieran ser cargos de algun momento, no quiero yo que lo sean; solo quiero lo sea este en que te pongo ahora.

Y diciendo esto, alzó la mano y con honesto comedimiento quitó el antifaz del rostro de Leonisa, que fué como quitarse la nube que tal vez cubre la hermosa claridad del sol; y prosiguió diciendo:

—Ves aquí, oh Cornelio, te entrego la prenda que tú debes de estimar sobre las cosas que son dignas de estimarse; y ves aquí tú, hermosa Leonisa, te doy al que tú siempre has tenido en la memoria: esta sí quiero que se tenga por liberalidad; en cuya comparacion dar la hacienda, la vida y la honra no es nada: recíbela, oh venturoso mancebo, recíbela, y si llega tu conocimiento á tanto que llegue á conocer valor tan grande, estímate por el mas venturoso de la tierra: con ella te daré asimismo todo cuanto me tocare de parte en lo que á todos el cielo nos ha dado, que bien creo que pasará de treinta mil escudos: de todo puedes gozar á tu sabor con libertad, y quietud y descanso; y plega al cielo que sea por luengos y felices años: yo sin ventura, pues quedo sin Leonisa, gusto de quedar pobre; que á quien Leonisa le falta, la vida le sobra.

Y en diciendo esto calló, como si al paladar se hubiera pegado la lengua; pero desde allí á un poco, ántes que ninguno hablase, dijo:

—¡Válame Dios, y cómo los apretados trabajos turban los entendimientos! Yo, señores, con el deseo que tengo de hacer bien, no he mirado lo que he dicho, porque no es posible que nadie pueda demostrarse liberal de lo ajeno: ¿qué jurisdiccion tengo yo en Leonisa para darla á otro? ó ¿cómo puedo ofrecer lo que está tan léjos de ser mio? Leonisa es suya, y tan suya, que á faltarle sus padres, que felices años vivan, ningun opósito tuviera su voluntad; y si se pudieran poner las obligaciones que como discreta debe de pensar que me tiene, desde aquí las borro, las cancelo y doy por ningunas; y así de lo dicho me desdigo, y no doy á Cornelio nada, pues no puedo; solo confirmo la manda de mi hacienda hecha á Leonisa, sin querer otra recompensa sino que tenga por verdaderos mis honestos pensamientos, y que crea dellos que nunca se encaminaron ni miraron á otro punto, que el que pide su incomparable honestidad, su gran valor é infinita hermosura.

Calló Ricardo en diciendo esto; á lo cual Leonisa respondió en esta manera:

—Si algun favor, oh Ricardo, imaginas que yo hice á Cornelio en el tiempo que tú andabas de mí enamorado y celoso, imagina que fué tan honesto, como guiado por la voluntad y órden de mis padres, que atentos á que le moviesen á ser mi esposo, permitian que se los diese: si quedas desto satisfecho, bien lo estarás de lo que de mí te ha mostrado la esperiencia cerca de mi honestidad y recato: esto digo por darte á entender, Ricardo, que siempre fuí mia, sin estar sujeta á otro que á mis padres, á quien ahora humildemente, como es razon, suplico me den licencia y libertad para disponer la que tu mucha valentía y liberalidad me ha dado.

Sus padres dijeron que se la daban, porque fiaban de su mucha discrecion que usaria della de modo que siempre redundase en su honra y en su provecho.

—Pues con esa licencia, prosiguió la discreta Leonisa, quiero que no se me haga de mal mostrarme desenvuelta á trueque de no mostrarme desagradecida: y así, oh valiente Ricardo, mi voluntad hasta aquí recatada, perpleja y dudosa, se declara en favor tuyo; porque sepan los hombres que no todas las mujeres son ingratas, mostrándome yo siquiera agradecida: tuya soy, Ricardo, y tuya seré hasta la muerte, si otro mejor conocimiento no te mueve á negar la mano que de mi esposo te pido.

Quedó como fuera de sí á estas razones Ricardo, y no supo ni pudo responder con otras á Leonisa, que con hincarse de rodillas ante ella y besarle las manos, que le tomó por fuerza muchas veces, bañándoselas en tiernas y amorosas lágrimas: derramólas Cornelio de pesar, y de alegría los padres de Leonisa, y de admiracion y de contento todos los circunstantes.

Hallóse presente el obispo ó arzobispo de la ciudad, y con su bendicion y licencia los llevó al templo, y dispensando en el tiempo los desposó en el mismo punto. Derramóse la alegría por toda la ciudad, de la cual dieron muestra aquella noche infinitas luminarias, y otros muchos dias la dieron muchos juegos y regocijos que hicieron los parientes de Ricardo y de Leonisa. Reconciliáronse con la Iglesia Mahamut y Halima, la cual imposibilitada de cumplir el deseo de verse esposa de Ricardo, se contentó con serlo de Mahamut. Á sus padres y á los sobrinos de Halima dió la liberalidad de Ricardo, de las partes que le cupieron del despojo, suficientemente con que viviesen. Todos en fin quedaron contentos, libres y satisfechos, y la fama de Ricardo, saliéndose de los términos de Sicilia, se estendió por todos los de Italia y de otras muchas partes, debajo del nombre del Amante liberal, y aun hasta hoy dura en los muchos hijos que tuvo en Leonisa, que fué ejemplo raro de discrecion, honestidad, recato y hermosura.

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