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DAMÓN TIRSI
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Tirsi, qu’el solitario cuerpo alejas,
con atrevido paso, aunque forzoso,
de aquella luz con quien el alma dejas:
¿cómo en son no te dueles doloroso,
pues hay tanta razón para quejarte
del fiero turbador de tu reposo?
TIRSI
Damón, si el cuerpo miserable parte
sin la mitad del alma en la partida,
dejando della la más alta parte,
¿de qué virtud o ser será movida
mi lengua, que por muerta ya la cuento,
pues con el alma se quedó la vida?
Y, aunque muestro que veo, oigo y siento,
fantasma soy por el amor formada,
que con sola esperanza me sustento.
DAMÓN
¡Oh Tirsi venturoso, y qué invidiada
es tu suerte de mí con causa justa,
por ser de las de amor más estremada!
A ti sola la ausencia te disgusta,
y tienes el arrimo de esperanza
con quien el alma en sus desdichas gusta.
Pero, ¡ay de mí!, que adonde voy me alcanza
la fría mano del temor esquiva
y del desdén la rigurosa lanza.
Ten la vida por muerta, aunque más viva
se te muestre, pastor; que es cual la vela,
que cuando muere, más su luz aviva.
Ni con el tiempo que ligero vuela,
ni con los medios que el ausencia ofrece,
mi alma fatigada se consuela.
TIRSI
El firme y puro amor jamás descrece
en el discurso de la ausencia amarga;
antes en fe de la memoria crece.
Así que, en el ausencia, corta o larga,
no vee remedio el amador perfecto
de dar alivio a la amorosa carga.
Que la memoria puesta en el objecto
que amor puso en el alma, representa
la amada imagen viva al intelecto.
Y allí en blando silencio le da cuenta
de su bien o su mal, según la mira
amorosa, o de amor libre y esenta.
Y si ves que mi alma no sospira,
es porque veo a Fili acá en mi pecho,
de modo que a cantar me llama y tira.
DAMÓN
Si en el hermoso rostro algún despecho
vieras de Fili, cuando te partiste
del bien que así te tiene satisfecho,
yo sé, discreto Tirsi, que tan triste
vinieras como yo cuitado vengo,
que vi al contrario de lo que tú viste.
TIRSI
Damón, con lo que he dicho me entretengo,
y el estremo del mal de ausencia tiemplo,
y alegre voy, si voy, si quedo o vengo.
Que aquella que nasció por vivo ejemplo
de la inmortal belleza acá en el suelo,
digna de mármol, de corona y templo,
con su rara virtud y honesto celo
así los ojos codiciosos ciega,
que de ningún contrario me recelo.
La estrecha sujeción que no le niega
mi alma al alma suya, el alto intento,
que sólo en la adorar para y sosiega,
el tener deste amor conocimiento
Fili, y corresponder a fe tan pura,
destierran el dolor, traen el contento.
DAMÓN
¡Dichoso Tirsi, Tirsi con ventura,
de la cual goces siglos prolongados
en amoroso gusto, en paz segura!
Yo, a quien los cortos implacables hados
trujeron a un estado tan incierto,
pobre en el merecer, rico en cuidados,
bien es que muera; pues, estando muerto,
no temeré a Amarili rigurosa,
ni del ingrato amor el desconcierto.
¡Oh más que el cielo, oh más que el sol hermosa,
y para mí más dura que un diamante,
presta a mi mal y al bien muy perezosa!
¿Cuál ábrego, cuál cierzo, cuál levante
te sopló de aspereza, que así ordenas
que huiga el paso y no te esté delante?
Yo moriré, pastora, en las ajenas
tierras, pues tú lo mandas, condemnado
a hierros, muertes, yugos y cadenas.
TIRSI
Pues con tantas ventajas te ha dotado,
Damón amigo, el pïadoso cielo
de un ingenio tan vivo y levantado,
tiempla con él el llanto, tiempla el duelo,
considerando bien que no contino
nos quema el sol ni nos enfría el yelo.
Quiero decir, que no sigue un camino
siempre con pasos llanos reposados
para darnos el bien nuestro destino;
que alguna vez, por trances no pensados,
lejos, al parecer, de gusto y gloria,
nos lleva a mil contentos regalados.
Revuelve, dulce amigo, la memoria
por los honestos gustos que algún tiempo
amor te dio por prendas de victoria;
y si es posible, busca un pasatiempo
que al alma engañe, en tanto que se pasa
este desamorado airado tiempo.
DAMÓN
Al yelo que por términos me abrasa,
y al fuego que sin término me yela,
¿quién le pondrá, pastor, término o tasa?
En vano cansa, en vano se desvela
el desfavorecido que procura
a su gusto cortar de amor la tela,
que si sobra en amor, falta en ventura.
Aquí cesó el estremado canto de los agraciados pastores, pero no el gusto que las pastoras habían recebido en escucharle; antes quisieran que tan presto no se acabara, por ser de aquellos que no todas veces suelen oírse. A esta sazón, los dos gallardos pastores encaminaban sus pasos hacia donde las pastoras estaban, de que pesó a Teolinda, porque temió ser dellos conocida; y por esta causa rogó a Galatea que de aquel lugar se desviasen. Ella lo hizo, y ellos pasaron, y, al pasar, oyó Galatea que Tirsi a Damón decía:
—Estas riberas, amigo Damón, son en las que la hermosa Galatea apascienta su ganado, y adonde trae el suyo el enamorado Elicio, íntimo y particular amigo tuyo, a quien dé la ventura tal suceso en sus amores, cuanto merescen sus honestos y buenos deseos. Yo ha muchos días que no sé en qué términos le trae su suerte; pero, según he oído decir de la recatada condición de la discreta Galatea, por quien él muere, temo que más aína debe de estar quejoso que satisfecho.
—No me maravillaría yo deso —respondió Damón—, porque con cuantas gracias y particulares dones que el cielo enriqueció a Galatea, al fin fin la hizo mujer, en cuyo frágil subjeto no se halla todas veces el conocimiento que se debe, y el que ha menester el que por ellas lo menos que aventura es la vida. Lo que yo he oído decir de los amores de Elicio, es que él adora a Galatea sin salir del término que a su honestidad se debe, y que la discreción de Galatea es tanta, que no da muestras de querer ni de aborrecer a Elicio. Y así, debe de andar el desdichado subjeto a mil contrarios accidentes, esperando en el tiempo y la fortuna, medios harto perdidos, que le alarguen o acorten la vida, de los cuales está más cierto el acortarla que el entretenerla.
Hasta aquí pudo oír Galatea de lo que della y de Elicio los pastores tratando iban, de que no recibió poco contento, por entender que lo que la fama de sus cosas publicaba era lo que a su limpia intención se debía. Y, desde aquel punto, determinó de no hacer por Elicio cosa que diese ocasión a que la fama no saliese verdadera en lo que de sus pensamientos publicaba. A este tiempo, los dos bizarros pastores, con vagarosos pasos, poco a poco hacia el aldea se encaminaban, con deseo de hallarse a las bodas del venturoso pastor Daranio, que con Silveria «de los verdes ojos» se casaba. Y ésta fue una de las causas por que ellos habían dejado sus rebaños y al lugar de Galatea se venían. Pero, ya que les faltaba poco del camino, a la mano derecha dél sintieron el son de un rabel que acordada y suavemente sonaba; y parándose Damón, trabó a Tirsi del brazo, diciéndole:
—Espera y escucha un poco, Tirsi, que si los oídos no me mienten, el son que a ellos llega es del rabel de mi buen amigo Elicio, a quien dio naturaleza tanta gracia en muchas y diversas habilidades, cuanto las oirás si le escuchas y conocerás si le tratas.
—No creas, Damón —respondió Tirsi—, que hasta agora estoy por conocer las buenas partes de Elicio, que días ha que la fama me las tiene bien manifiestas. Pero calla agora, y escuchemos si canta alguna cosa que del estado de su vida nos dé algún manifiesto indicio.
—Bien dices —replicó Damón—, mas será menester, para que mejor le oigamos, que nos lleguemos por entre estas ramas, de modo que, sin ser vistos dél, de más cerca le escuchemos.
Hiciéronlo ansí, y pusiéronse en parte tan buena que ninguna palabra que Elicio dijo o cantó dejó de ser de ellos oída, y aun notada. Estaba Elicio en compañía de su amigo Erastro, de quien pocas veces se apartaba por el entretenimiento y gusto que de su buena conversación recibía, y todos o los más ratos del día en cantar y tañer se les pasaba. Y, a este punto, tocando su rabel Elicio y su zampoña Erastro, a estos versos dio principio Elicio: