Читать книгу No te daré mi voto - Miguel Ángel Martínez López - Страница 8

Оглавление

III

El hombre camina con sus creencias morales a cuestas. Algunas de ellas pueden proceder de la educación recibida de los padres, del contexto cultural donde se desenvuelve su vida, de la religión que profesa, de “escuchar” su propia naturaleza, etc. Pero son suyas porque, dentro de ciertos condicionamientos que pueden tener más o menos peso, las ha elegido. Esto significa que la vida moral se asienta en el presupuesto básico de que el hombre es libre. Por eso es un agente moral: porque es capaz de tomar decisiones sobre el curso de su vida y de ser responsable de las consecuencias que acontezcan con motivo de su comportamiento. Sin libertad no seríamos responsables de nuestro actuar ético. Pero afortunadamente no somos marionetas ni papeles llevados por el viento. Cada uno está al volante de su vida y con el mapa o el GPS que escoja decide el itinerario que le conviene para llegar al destino deseado.

Dentro del abanico de posibilidades que permite la libertad se encuentra la de poder inclinarse hacia el mal. Esta idea está muy presente en No te daré mi voto. En la teología católica la posibilidad de hacer el mal entra dentro de lo que el hombre puede realizar en función de su libertad, pero no se ejercita con ello la verdadera libertad, que es aquella que se orienta hacia el bien, que respeta y perfecciona a la persona[15]. Es en definitiva la idea que se expresa en las palabras de Jesús: “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Es decir, la libertad (la auténtica libertad) no se ejerce a espaldas de la verdad. Este tema del mal, tanto el mal moral como el mal físico, ha estado muy presente en los estudios de teología y también en la literatura cristiana. Y pone de relieve las limitaciones del propio ser humano, no sólo porque es capaz a través de sus actos de ir a mejor o de destruirse, sino también porque el mal no deja de ser un misterio que no puede ser comprendido in toto con la pequeña caja de cerillas de su razón.

En la novela se refleja muy bien ese dramático choque de trenes que se produce entre, por un lado, el cumplimiento de una orden o una norma jurídica y, por otro, la conciencia, ilustrado con los ejemplos del abogado y del militar. En el caso del partido usatuvoto.com este contratiempo acontece cuando el representante político debe ser no sólo portavoz de sino defender posturas que son contrarias a los dictámenes de su moral.

Desde luego que la conciencia es ese ámbito personalísimo donde cada ser humano cultiva el juicio con el que califica las acciones o las normas como buenas o malas. Todas las personas de algún modo tienen, aunque a veces no lo parezca, su conciencia. Hay muchos tipos de conciencia: errónea, dudosa, ligera de cascos, mediopensionista, exagerada, etc. Cada uno tiene la suya. A diferencia de los regímenes totalitarios, en los que el poder quiere invadirlo todo, incluso la conciencia de los ciudadanos, los sistemas democráticos deben caracterizarse por tratar con respeto ese ámbito de privacidad de la persona que es la libertad de conciencia. Para ello se emplean normalmente las figuras de la objeción de conciencia (con la que se pretende, de forma personal, que se evite el cumplimiento de un deber por motivos de conciencia o, una vez que se ha incumplido ese deber, que no se aplique el castigo previsto) y de la desobediencia (con la que se aspira a denunciar de forma pública el carácter inmoral o injusto de una actuación o alguna norma con la intención de que no se realice o se derogue. El caso paradigmático de desobediencia civil quizá sea Gandhi). El hombre debe tener alguna herramienta para tratar de poner su conciencia a salvo, pero también es verdad que la conciencia no puede ser una coartada para incumplir todas las normas que uno quiera por capricho. Por eso la justificación de la objeción y la desobediencia toma fuerza cuando operan como un último recurso, después de haber agotado otras vías, y en casos muy concretos, porque si no estaríamos dejando una puerta abierta a la inseguridad o a la anarquía.

La teología católica ha insistido en el dictum evangélico acerca de que hay que distinguir las cosas del César de las cosas de Dios (Mt, 22, 21), de modo que no podemos identificar la comunidad civil con la comunidad religiosa, entre otras razones porque el reino de Dios no es un reino político (por eso no se puede reducir el mensaje religioso a una mera liberación social o política). Pero también ha defendido claramente que en caso de choque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5, 29), de modo que es Dios quien tiene la primacía.

Un tema que me ha llamado la atención en la novela es el de la repercusión social de nuestros actos y también el de la justicia de Dios. Es verdad que las consecuencias de nuestros actos no quedan atrapadas en el pequeño círculo de quienes nos rodean, sino que tienen ramificaciones que van más allá de nuestros cálculos. Uno es capaz de prever algunas posibles consecuencias, pero muchas de nuestras actuaciones (y de nuestras omisiones) desatan consecuencias que no hemos previsto o incluso contrarias a las queridas. Esto sucede sobre todo en el ámbito de la política, en el que el político dicta leyes buscando unos objetivos determinados (por ejemplo facilitar el acceso a la vivienda a los jóvenes o incentivar el ingreso en el mercado de trabajo a los que están en el paro). En el ámbito individual somos seres responsables pero también es verdad que no podemos prever todo lo que se derivará de nuestra actuación de una manera supermatemática. Y desde luego que la práctica del bien engendrará más bien. Podemos traer aquí a colación una conocida máxima de San Juan de la Cruz: donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor[16].

El tema de la justicia de Dios también aparece en la novela. Es la idea de que en este mundo llegamos a sentir insatisfacción en el sentido de que no podemos encontrar una respuesta a todas nuestras necesidades y entre ellas, además de la ser amados en plenitud, figura con luz propia la de la justicia. No hace falta comentar cómo se resuelve (cuando se resuelve, claro está) la práctica de la justicia humana, pues basta con echar una ojeada a los periódicos y escuchar las noticias. Recuerdo que una de las ideas que más me sorprendió cuando leí la penúltima encíclica de Benedicto XVI, titulada Spe Salvi, fue, precisamente, que la necesidad de que se haga justicia es el argumento más fuerte para creer en la vida eterna. Merece la pena transcribir un pequeño párrafo de esa encíclica: “Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte a favor de la fe en la vida eterna. La necesidad meramente individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que le hombre esté hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva”[17].

Al hilo de esta cuestión la Iglesia ha insistido, precisamente, en la existencia de que el juicio tendrá un desdoblamiento: el primero o juicio particular será a la hora de la muerte, donde cada uno recibe el premio o el castigo por lo que ha realizado, y el segundo o juicio universal será con motivo la de segunda venida de Cristo (la llamada Parusía, que se vincula con el fin del mundo), donde Jesucristo pronunciará “su palabra definitiva sobre toda la historia” y se verán todas las consecuencias de lo que uno ha hecho o haya dejado de hacer durante su vida terrena (CEC, 1039 y 1040). De este modo, en este último juicio se pondrá de relieve las posibles consecuencias cósmicas o la influencia o la relación de nuestras acciones con las de los demás[18], porque no somos átomos alojados en nuestra propia individualidad. Porque todo lo que hacemos (y lo que dejamos de hacer) tiene unas enormes ramificaciones que, de forma consciente o no, salpican a los demás…

No te daré mi voto

Подняться наверх