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1.2.1 Del êthos a la ética
Оглавление¿Por qué la etimología? Quizá la etimología no sea el camino privilegiado, pero es un camino que puede permitir acercarnos a la realidad de la cual queremos hablar. Dice el filósofo español Aranguren, autor del clásico texto Ética: “La etimología nos devuelve la fuerza elemental, gastada, con el largo uso, de las palabras originarias, a las que es menester regresar para recuperar su sentido auténtico, la arkhé, que es, como diría Zubiri, no lo arcaico por el mero hecho de serlo, sino por lo que tiene de árquico” (Aranguren 1965: 22).
Si bien la etimología puede acercarnos a los primeros significados de la palabra, a su “plenitud original” dice Aranguren, no hay que olvidar los significados posteriores y actuales.3 Pero ahora detengámonos en su etimología griega. ¿Qué nos dice el significado griego de donde deriva la palabra ética? Hay que distinguir un doble origen, porque la palabra ética procede de dos vocablos griegos:
a) Ēthos , con eta, cuyo sentido antiguo es morada, lugar donde se habita. Se usaba para referirse al lugar donde viven los animales (Aranguren 1965: 21-22). Luego se usó para referirse a los hombres, como modo de ser o forma de vida. Se puede traducir como modo de ser o estar, forma de vivir o habitar un territorio, de crearlo, de recrearlo, modo de relacionarnos con el universo y con los demás hombres. Este es el sentido que ha explorado Heidegger, quien nos ha devuelto la atención hacia este êthos, como estancia propia de nuestro ser, en la que nos movemos, vivimos y somos, que nos transforma y podemos transformar.
Decíamos que Heidegger ha puesto la atención en êthos como estancia, morada, propia de nuestro ser, hasta sostener que la ética es en realidad ontología. Afirma:
De acuerdo con la significación fundamental de la palabra η´ θος, ha de decir ahora el nombre ética que ella piensa la estancia del hombre, entonces aquel pensar, el que piensa la verdad del ser como elemento originario del hombre, como el de un ec-sistente, es en sí ya la ética original. Pero este pensar es entonces primeramente ética porque él es ontología. Pues la ontología piensa sólo al ente (’óν) en su ser (Heidegger 1970: 57).
Heidegger toma como sustento de su tesis el fragmento 119 de Heráclito, cuya traducción, según Diels, sería: “Su carácter propio es para el hombre su daimon (es decir, su destino)”. Sin embargo, recurriendo al significado antiguo de êthos, Heidegger lo traduce así: “El hombre, en la medida en que es hombre, habita en la vecindad del dios”. Maliandi comenta al respecto:
Según Heidegger, Heráclito habría querido precisamente contraponer êthos y daimon, y, a la vez, mostrar que, sin embargo, esos conceptos coinciden en el hombre. La “morada” del hombre, su esencia, aquello a lo cual pertenece, aquello que le es más propio, contiene, sin embargo, al dios, es decir, a aquello que aparentemente lo trasciende (1994: 15).
Heidegger recuerda un texto de Aristóteles donde aparece la anécdota de unos forasteros que visitan a Heráclito, quien se hallaba calentándose junto al fuego. Mientras se acercaban Heráclito les dijo: “aquí también están presentes los dioses”.
Todo esto hace decir a Heidegger que el ser se manifiesta en la morada del hombre. Así, el fragmento 119 no es un texto ético sino ontológico. O dicho con sus palabras, la verdadera ética es ontología, un pensar que afirma la morada del hombre en el ser. La verdad del ser es en el hombre lo primero y más originario.
Por su parte, Zubiri ha señalado que êthos tiene un significado amplio:
[…] el vocablo griego êthos tiene un sentido infinitamente más amplio que el que damos hoy a la palabra “ética”. Lo ético comprende, ante todo, las disposiciones del hombre en la vida, su carácter, sus costumbres y, naturalmente, también lo moral. En realidad, se podría traducir por “modo o forma” de vida, en el sentido hondo de la palabra, a diferencia de la simple “manera” (Zubiri 1948: 223).
Sin embargo, también el mundo griego derivó la ética de otro término.
b) Éthos (έθος), con épsilon, suele traducirse como hábito o costumbre. Ha sido Aristóteles quien derivó la virtud ética del éthos, queriendo señalar que el “modo de ser” se logra mediante el hábito. Dice: “[…] la [virtud] ética (ethiké) procede de la costumbre (éthous), como lo indica el nombre que varía ligeramente del de ‘costumbre’ (éthous)” (EN, II, 1, 1103 a 17-18).4
La virtud ética se constituye así en una segunda naturaleza que se logra a través del hábito, de actos que se practican a través del tiempo. Mientras el páthos es dado por naturaleza, la virtud ética es adquirida por el hábito (éthos). Dice el estagirita: “[…] así, pues, es necesario que ejercitemos nuestras actividades de una manera determinada, porque las diferencias de conducta dan lugar a hábitos distintos. La manera en que uno ha sido educado desde la niñez tiene, en estas condiciones, no poca importancia” (EN, II, 2, 1103 b).
Eso le permite a Aristóteles relacionar éthos con héxis (costumbre, hábito, disposición adquirida). Esta forma de entender la virtud ética ha tenido doble importancia:
i) La forma aristotélica se constituyó en el sentido clásico de la virtud ética, entendida esta como una disposición adquirida por hábito, un modo de comportarnos que se logra como segunda naturaleza.
ii) La forma aristotélica de entender la ética hizo que se centrara la atención en las acciones (sin ellas no es posible hábito alguno) y las cualidades del agente, pero quedó olvidada la dimensión más amplia del êthos: el cuidado de la estancia, la preocupación por la morada en la que vivimos y recreamos, el espacio vital que nos sostiene y hacemos.
Siguiendo esta línea, Maliandi sostiene que la ética es la tematización del ethos:5
En el lenguaje filosófico general, se usa hoy ethos para aludir al conjunto de actitudes, convicciones, creencias morales y formas de conducta, ya sea de una persona individual o de un grupo social, o étnico, etc. En este último sentido, el término es usado también por la antropología cultural y la sociología. El ethos es un fenómeno cultural (el fenómeno de la moralidad), que suele presentarse con aspectos muy diversos, pero que no puede estar ausente de ninguna cultura. Es, como se verá luego, la facticidad normativa que acompaña ineludiblemente a la vida humana. Cuando se quiere destacar el carácter concreto de esa facticidad, en oposición a la “moralidad” (entendida entonces como abstracta o subjetiva), se suele hablar, siguiendo en esto a Hegel, de “eticidad” (Sitt lichkeit) (1994: 14).
Así, el éthos tiene una dimensión de facticidad normativa (códigos de normas, sistema de valores, concepciones sobre lo que es moral y lo que no lo es). Sobre ese éthos es el que reflexiona la ética.
En latín, la distinción entre êthos y éthos no es clara, porque ambos términos se traducen con el mismo término ‘mos’ (Aranguren 1965: 24). Aunque algunos autores todavía reconocen diferencias, se termina siempre con una “indiferencia lingüística”. Sin duda, esto bajo el influjo de Aristóteles. Así, ‘mos’ también es el modo de ser que se adquiere por hábito. Dice santo Tomás:
El nombre de virtud moral viene de ‘mos’ en el sentido de inclinación natural o cuasi natural a hacer algo. Y el otro significado de ‘mos’, es decir, costumbre, es afín a este, porque la costumbre en cierto modo se hace naturaleza y produce inclinación semejante a la inclinación natural (Suma Teológica, 1-2, q.58, a. 1).
El término latino de donde viene ‘moral’ no trajo un significado nuevo, solo fue para traducir el término griego. Por eso, hasta la época premoderna, no hubo diferencia sustancial entre ética y moral.
El êthos como morada o modo de ser continuó su camino por otros medios, especialmente con la dimensión de la “morada interior”, es decir, de la conciencia moral, tema que aparecerá con la ética cristiana, asunto casi no tratado por la reflexión ética griega.6
¿Qué podemos aprovechar de la etimología? Para empezar, por lo menos hay dos razones de su importancia:
a) Abre la perspectiva de volver a relacionar la ética como morada; como cuidado de la morada interior, comunitaria y natural. Esta preocupación por la morada se hace relevante en las éticas personal, social y ecológica.
Otra expresión de la importancia de la morada es la relación de la ética con la economía y la ecología, dado que etimológicamente nos estarían indicando que las tres tienen que ver con la morada, la casa, el lugar donde se habita.
Planteado desde la ecología, Guatt ari (1996) ha propuesto tres tipos:
– Ecología mental.- Implica ver y transformar nuestro ser personal (ideas, pensamientos, sentimientos, comportamientos, modos de relacionarnos, etcétera).
– Ecología social.- Tiene que ver con problemas como las injusticias sociales, además de la justa organización de una sociedad.
– Ecología medioambiental.- Nos exige tener en cuenta el impacto que recibe el medioambiente por parte de la acción humana, para reducir los efectos negativos.
b) Vuelve a poner de relieve la importancia de la morada; no solo de las acciones, las costumbres y el buen comportamiento, sino también de otros factores que tendieron —poco a poco— a dejarse de lado: las condiciones sociales (económicas y políticas), el campo y las estructuras que generan las formas de vida, la dimensión psíquica de la personalidad, etcétera.