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CAPITULO II

COMPRENDIENDO LA REALIDAD

MUNDO PSíQUICO, ENERGéTICO Y FíSICO

Existen tres planos de realidad que tenemos que considerar como iniciados: el psíquico, el energético y el físico. Con la interrelación de los tres se genera la estructura de realidad que vivimos.

MUNDO PSíQUICO

Es el mundo de las historias, de las ideas, los arquetipos y los símbolos. Toda realidad parte de una idea guardada en nuestro mundo psíquico en forma de símbolos y sólo podemos manifestarla en base a ello. Por ejemplo, si una mujer fue violada por un hombre cuando era adolescente, la historia desde la cual va a generar todas sus relaciones de pareja será la de víctima del violador/agresor, y todas las personas que atraiga a su vida serán quienes la agredan o, polarizada la situación, gente a quien ella agreda.

MUNDO ENERGéTICO

Este es el mundo de nuestra imaginación y las emociones que componen toda la información que habita en nuestro campo áurico. En base a las historias que haya en nuestro psiquismo, nuestra manera de imaginar la realidad será diferente y la de sentir la realidad también. Por ejemplo, si la historia que hay en mi psiquismo es la de una mujer violada, mi imaginación siempre estará a la defensiva con los hombres que se acercan generando historias de que quieren aprovecharse de mí y mi emoción estará en resistencia. Pero si el programa psíquico que porto es que el hombre es mi complemento, mi imaginación verá a todo hombre que se acerque como tal y mi emoción se alegrará de recibirlo; por ende, en mi realidad física se plasmará un complemento.

MUNDO FíSICO

Este es el lugar en el que converge de manera concreta todo nuestro mundo psíquico, emocional e imaginario. Lo que en el psiquismo era una idea o una historia, en lo energético un pensamiento y una emoción, en lo físico será una experiencia concreta de vida. Además, es aquí –dentro de su agua- donde se guardan todas las memorias, y nuestro propio cuerpo a nivel celular las replica infinitamente. Por supuesto, a cada uno de estos mundos podemos usarlos a nuestro favor si conocemos sus funciones:

En el caso del mundo psíquico, nos sirve para poner en él las historias y programas que elegimos o sean afines a nuestro propósito, así como sacar o eliminar las que no son útiles. En el mundo energético, lo que podemos lograr es aprender a percibir las cosas como elegimos percibirlas, a sentirlas como deseamos sentirlas y a imaginarlas como elegimos imaginarlas a conveniencia. Aprender a vibrar como queremos.

Por último, a través del mundo físico podemos dar estabilidad y confort a nuestro cuerpo a partir de inyectar en la célula los programas que deseamos experimentar. Hacer cualquier acción de nuestra vida sagrada y con un propósito divino de evolución. Ser concretos, decididos y sentirnos cómodos y seguros dentro de nuestro cuerpo.

LOS ARQUETIPOS MATERNO Y PATERNO

Dentro de la enseñanza iniciática existen arquetipos fundamentales para transformar o crear cosas. En nuestro psiquismo, que funciona por historias, hay símbolos, programas, patrones, karmas y mitos registrados y entre ellos los dos arquetipos principales para la creación de la realidad: el materno y el paterno. Antes de describirlos, es de vital importancia aclarar que éstos no representan lo mismo que las figuras de mamá y papá, aunque la mayoría de la sociedad comete el error de poner el arquetipo materno y paterno en ellos, provocando conflictos en su vida. Mamá y papá son las personas físicas que nos dieron la vida a nivel biológico, nada más, mientras que madre y padre son dos figuras que nos permiten realizar diferentes cosas desde energías que se complementan y deben estar equilibradas para que nuestro resultado sea perfecto. Si ponemos el arquetipo de madre en nuestra mamá, nunca podremos estar bien si ella está deprimida o tiene conflictos, pero si lo ponemos en la Pachamama, siempre podremos evolucionar hacia ese referente. Del mismo modo, si colocamos el arquetipo paterno en nuestro papá y él es funcionario del ayuntamiento, por ejemplo, nuestro psiquismo e inconsciente nunca nos permitirán superar ese puesto, mientras que si colocamos al padre en el Sol siempre tendremos más por evolucionar.

El arquetipo materno es amor incondicional a todas las partes de la unidad; dulzura, armonía, la capacidad de amar todo lo que existe y dar forma a las cosas. Nos permite generar vínculos con todo aquello que reconozcamos (amistades, pareja, compañeros de trabajo, la tierra, el Sol, los muebles, las emociones) y permite la compasión, el apego, la identificación y el entrar en resonancia.

Cuando prima este arquetipo es, por caso, cuando no podemos cortar con lo que amamos, nos apegamos a aquello con lo que nos identificamos y aparecen los problemas, pues falta la capacidad de dar el corte. Y el arquetipo paterno, precisamente, es aquel que nos permite cortar los vínculos; da el poder de finalizar cualquier apego, identificación o lazo en que uno esté atrapado y nos prive de ser nosotros mismos, de escoger adónde ir.

Trabajo en una tienda de comidas rápidas y estoy bien, percibo un sueldo y tengo lo justo para vivir, pero quiero ser profesor de yoga y no puedo porque estoy atrapado en ese lugar. El poder del padre será el que me permita cortar con ese trabajo, elegir y empezar a dar clases de yoga.

A su vez, el arquetipo paterno tiene tres funciones: prohibición, protección e incentivación, y comienza siempre por la primera, el hecho de plantarnos y decir: “Esto hasta aquí ha llegado”. La protección, en cambio, es el “tranquilo, hijo, no te sucederá nada, no te vas a quedar pasando hambre”. Y por último la incentivación llega al momento de estimular:

“¡Cuando dejes tu trabajo en relación de dependencia y tengas tu clase de yoga habrás conseguido ser tu propio jefe!”. El padre nos permite a través de esos tres ítems dar el corte a algo para elegir otra cosa, así como la consciencia nos permite elegir de qué manera amar y para qué.

Si el “para qué” nos dice que no es positivo que ahora usemos un tipo de amor, no lo aplicaremos. Lo que nos va a permitir cortar con el tipo de amor que estábamos utilizando es precisamente el arquetipo paterno, porque con él sabremos hacia dónde ir. El amor que tenemos que usar es nuestro “adónde”, nos permite cortar con lo anterior.

El padre nos da el poder del referente -adónde vamos, desde dónde venimos y por dónde llegamos-; nos dice “¡bueno, ahora tienes que hacer tu clase de yoga!” (mi terceridad) y es la autoridad que va a permitirnos cortar con el trabajo en la tienda de comidas rápidas. También es el padre el símbolo de la ley, y para que la haya tiene que haber un No. Sin este arquetipo no podremos ponerlo, ni elegir “adónde” o “desde dónde”; no tendremos consciencia de nosotros mismos ni sabremos desde dónde nos pasa lo que nos pasa, desde dónde queremos ir o por dónde llegar: tendremos un bloqueo y quedaremos paralizados. Sólo la elección nos da movimiento.

Siempre que queramos saber adónde ir el primer paso es saber adónde va nuestro ego (sea en las relaciones personales, el trabajo, con las amistades o en los proyectos), para lograr identificar hacia dónde va tenemos que descubrir dónde nos lleva una y otra vez.

Si con mi pareja siempre estoy peleando es que el “adónde” de mi ego me lleva al conflicto en la relación, por lo tanto, tengo que poner otro “adónde” ir. Si elijo dirigirme hacia la paz y la estabilidad, todas mis acciones a partir de ese momento han de ir hacia ahí.Tendré que decirle a la otra persona: “Yo quiero esto, esto y esto; si contigo lo puedo tener eres buena para caminar conmigo y sino no, ¿qué cosas quieres tú?”. Y así, negociando entre las cosas que quiero más las que desea la otra persona acordaremos terceridades, “adónde” que no son ni para satisfacer al otro ni a mí, sino para llegar a un punto de acuerdo entre los dos.

Otra manera de dar el corte para ir hacia un nuevo lugar puede ser representando algo mediante un ritual, ya que la mente no diferencia lo imaginario de lo real. Por lo tanto, si encarnamos conscientemente algo desde lo simbólico ya no necesitaremos vivirlo y podemos darlo por hecho, tal como se hace en una constelación.

Si estoy programado para ir hacia el conflicto y decido conscientemente jugar de manera ritual a pelear contigo, me liberaré de esa carga y mañana ya no me hará falta pelear en lo real.

Cuando reconocemos que tenemos un patrón automático, una de las cosas que podemos hacer es activarlo conscientemente, pues sino será nuestro inconsciente quien lo active en el momento que él quiera. El referente es el padre, pero no está en nosotros a no ser que seamos seres despiertos. Si el referente viene del colectivo, que es lo más usual, será siempre uno de los siguientes cuatro paradigmas:

RELIGIóN

Nos dice qué está bien y qué está mal. Juzga, entonces hacemos lo que está “bien” y luchamos contra lo que está “mal” para no ser discriminados de ese colectivo; es decir, no estamos eligiendo nuestro “adónde”, sino que estamos siguiendo el de la religión en nosotros.

CIENCIA

Nos dice qué es bueno que comamos y qué no, si nos hace daño que fumemos o no, si hemos de tomar medicamentos para sanar y cuáles y cómo funciona el Universo. Si lo creemos, estamos siguiendo el “adónde” de la ciencia y no el de cada uno de nosotros.

POLíTICA

Nos dice cuáles son los comportamientos que hemos de mantener dentro de la civilización en la que estamos, del sistema en que vivimos. Si creemos lo que nos dice este paradigma, tendremos que vivir dentro de esas normas.

ECONOMíA

Nos dice lo que podemos permitirnos, a lo que podemos aspirar y a lo que no, en base al estatus social que tenemos. Si lo creemos, no tenemos un “adónde”, por lo tanto viviremos las crisis económicas, nos afectará la inflación, disfrutaremos de las épocas de crecimiento, consumiremos o invertiremos en lo que recomienden los especialistas o lo que este paradigma dictamine que conviene.

Lo más probable es que tengamos actualmente el “adónde” de esos cuatro paradigmas y esto se debe a que hace muchos años la iglesia se quedó el arquetipo paterno para su bolsillo, por eso reza al dios padre y no a la diosa madre, pues esta institución quiere ser el referente de la humanidad. La sociedad en que estamos inmersos literalmente es una esfinge, y en ella viven otros tres arquetipos que veremos más adelante: el Verdugo, la Víctima y el Salvador. En los cuatro paradigmas que hemos visto –también conocidos como 4 Jinetes- tú eres la víctima, mientras que la economía y la política son verdugos (quienes atacan a la víctima) y la ciencia y la religión siempre serán el salvador.

CóMO SE CREA EL PSIQUISMO

Cuando nacemos y somos pequeños no tenemos leyes ni conocemos la dualidad, no entendemos de bien y mal, ni de puedo o no puedo; simplemente hay cien por ciento de conexión con la madre, hasta que llega el padre y nos pone el corte (“¡hijo, a dormir a tu habitación que ya te has hecho mayor!”). Es a partir de ese momento que para el niño existen el bien y el mal, el puedo y no puedo, lo correcto e incorrecto, y con ello aparece un deseo que jamás había experimentado: el niño al que se le ha puesto el corte querrá dormir con su madre toda la noche, llorará y se enfadará. Antes de ese hecho puntual desconocía el No y por ende su Universo carecía de deseo, ya que ese sentimiento aparece sólo cuando hay algo que no tenemos. Pero a partir de ese momento, al niño le empezarán a llegar leyes –terceridades sociales, escolares, religiosas o espirituales-, que determinarán qué está bien o mal. Allí entra en acción la dualidad, lo femenino-masculino, un conflicto con dos polos entre los que se queda la gente: en el sí y en el no, en lo aprendido según las leyes que le pusieron. Por eso, para completar el psiquismo hace falta un elemento que llamaremos “crédito” o “poder personal” y es lo que nos permite elegir. Apenas al nacer un niño no tiene leyes (duerme cuando quiere, come cuando quiere, hace sus necesidades cuando quiere); luego se hace un poco mayor, dos años por ejemplo, le ponen leyes y estará toda su infancia y adolescencia aprendiendo si en el Universo hay sí o hay no, para luego hacerse mayor y decidir él lo que sí y lo que no. De esta forma, cuando el niño llegue a tener 18, 20 o 25 años se hará independiente y decidirá él mismo. Primero necesitaba que le establecieran una hora para acostarse y otra para levantarse y luego él decidirá cuándo hacerlo. Y es que cuando somos niños siempre estamos en dualidad, se nos dice que algo es posible y algo imposible y no lo cuestionamos.

Cuando crecemos y llegamos al crédito, en cambio, también continuamos teniendo algo en lo posible y algo en lo imposible, pero elegimos nosotros qué queremos ubicar en cada uno de esos espacios. De la misma manera funcionan los mitos de la humanidad.

Para trascender un No es necesario que entre en escena la fuerza del deseo. Cuando somos jovenes, por ejemplo, generalmente seguimos las leyes de nuestro padre, pero si nos gusta alguien, el deseo que sentimos por esa otra persona hace que trascendamos esa ley impuesta por la autoridad. Si nuestro padre dice “estate en casa a las diez de la noche” diremos “me da igual, me voy a quedar a dormir en casa de mi amiga”. Este deseo que aparece en distintas oportunidades es lo que nos permite transcender el No -la ley de dios o del padre- y al contrario de lo que se suele pensar, cuando uno es adolescente y trasciende esas negativas significa que está madurando como ser humano. Lejos de lo que tienden a creer los padres de un adolescente –“se está perdiendo, se está confundiendo”-, estos hechos marcan que el hijo está encontrando su propio criterio.

Todos pasamos por el mismo recorrido: primero tenemos que revelarnos contra la ley de dios, los padres o la autoridad para luego elegir nuestra propia ley. Y cuando llegamos a ese punto, dejamos de estar en guerra con nuestros padres y podemos incluso darles las gracias por todo, en lugar de estar en cada momento peleando y revelándonos contra ellos. Esa rebelión es el estado de Lucifer, que dentro de los mitos de la humanidad define cómo crece un niño: primero es puro, como era la especie humana en su génesis, y luego se abre a la humanidad; llega el padre, o en este caso viene el reptiliano y divide al andrógeno en hombre y mujer. Ahí aparecen los primeros seres con dualidad y desde ese momento el crédito con el cual se transciende. Esto significa que en el Universo primero se da la existencia para luego dividirse en dualidad, para que veamos que todo tiene un Sí y un No, los aprendamos y desde esa enseñanza podamos elegir nosotros qué amar, qué desear y de qué manera; qué queremos incluir en nuestra vida y qué no. Puede ser que el mito de la humanidad nos enseñe cómo se crea el psiquismo humano, o que el psiquismo humano nos enseñe cómo se crearon los mitos de la humanidad.

EL CUERPO FíSICO, LA MEMORIA CELULAR Y LA CARGA GENéTICA

Si te pregunto porqué naciste y porqué en determinado lugar o año o con determinados padres, probablemente me dirás “no lo sé”, por lo tanto, no eres consciente de tu llegada al planeta Tierra. Nadie -o casi nadie- tiene consciencia del porqué y del para qué está aquí, y eso significa que casi nadie tiene consciencia de sí mismo. Sabemos, sí, que nuestra madre nos da la vida junto al esperma del padre que entra y fecunda al óvulo, y que desde ese momento la madre da la vida al ser que se desarrolla dentro del feto. Pero uno no decide nacer desde su existencia –la elección propia- sino desde la carga genética, para devolver a los padres el favor de habernos hecho venir al mundo. Es como una deuda que decidimos traer (“como mis padres me regalaron una vida, yo a cambio doy mi existencia”) con todos sus programas genéticos, para despertarlos en vida, nacer y transcenderlos limpiándolos para nuestros ancestros y descendencia. Podemos decir, por tanto, que los programas genéticos son el precio que pagamos por llegar a este mundo, aquello que venimos a trascender. En resumen, al venir a este mundo decidimos hacerlo desde la genética, despertar cada uno su existencia y resolver durante el paso del tiempo las cargas de la propia familia. Se trata de pasar toda una vida rompiéndolas para cortar una línea de tiempo.

Cada familia tiene un futuro o “adónde” determinado y los hijos de los hijos de los hijos continúan manteniéndolo. Sucede lo mismo con nuestras células, a las que damos una información que pasa a otra célula cuando éstas mueren y luego a las siguientes, y así sucesivamente. Eso genera un ciclo de vida que también se da a nivel familiar, generando una y otra vez la misma carga hasta llegar al “adónde” de esa historia original.

Cuando adquirimos un conocimiento intelectual por vía de repetición luego lo bajamos a la célula. Si decimos “yo soy consciente” desde que lo asumimos lo somos, pero necesitamos una reiteración en el tiempo para que nuestras células se enteren de esto y lo encarnen. Digamos que un día aprendemos la importancia de la libertad a un nivel mental; la información estará ahí, pero no necesariamente por eso nos atreveremos a ser libres. Eso se debe a que la información aún no ha bajado a nuestras células, pero cuando lo haga se manifiestará en nuestra existencia. Si quieres aprender a hacer magia, por ejemplo, desde el momento en que lo decidas serás mago; sin embargo, has de repetirlo cada día para que se convierta en realidad. Hoy lo decides -simplemente lo dices- y mañana lo vuelves a decidir y repites: “soy mago” y pasado también, “soy mago”. Cada día le vas añadiendo un punto más de densidad a esa afirmación para que finalmente quede grabada en tus células y sin necesidad de pensarlo ni de decirlo actúes como un mago. Cuando esa información llega a las células la realidad está hecha y a lo mejor –pues lo mismo pasa a nivel transgeneracional- necesitas dos, tres, cinco reencarnaciones para que eso se integre en ti. A eso se le llama proceso, y es simplemente lo que tarda una idea en llegar a la célula. Tiene que ver con el crédito; como decía Cristo, es “el camino del carnero”, de quien hace carne lo que dice y materializa el verbo. Si decimos algo y lo podemos hacer significa que no sólo nuestra mente tiene esa información sino también nuestro cuerpo. Al resultado que nos proponemos lo logramos en la vida cuando la información se graba en nuestra célula, y por eso no podeos alcanzar un resultado afuera si no tenemos la información adentro. Los iniciados trabajamos con rituales de construcción metafísica que enterramos o quemamos precisamente para poner información en la tierra, que es igual a depositarla en las células del propio cuerpo. Lo mismo han hecho todos los dogmas: a través de iniciaciones, bautizos y comuniones han estado grabando información en las células de cada uno (tu padre, tu abuelo, tu bisabuelo…) para crear un ADN concreto con información específica, para que las cosas funcionen de determinada manera. Lo que estamos haciendo ahora es lo contrario: liberar a cada célula de información y permitir que cada persona ponga en ella la información que quiera.

El camino es de la fuente (idea) a la célula (cuerpo); tenemos que hacer carne la divinidad y la prueba de haberlo logrado es ver el resultado afuera. Dicho de otra manera, la idea es dios y lo que tarde en bajar a la célula es el proceso. Cuando lo alcanzas eres crédito, Veritas.

A nivel familiar, cada miembro del clan es una célula que va a continuación de otra y refuerza el mensaje de la anterior. Si nuestro padre nació cristiano porque su padre lo bautizó dentro de ese mito, quiere decir que nuestro abuelo ya tenía una memoria celular de cristianismo; el punto siguiente al suyo para generar la línea fue nuestro padre, el siguiente a ese seremos nosotros y el siguiente nuestros hijos. Cada eslabón tiene la información del anterior, más la del siguiente.

Asimismo, la tierra tiene sus propias leyes. Si ahora vamos a fumar un cigarro conscientemente y alguien nos dice que puede sanarnos la tos, un problema del hígado o cualquier otra cosa, eso es algo totalmente incomprobable, más no imposible. Para que efectivamente lo haga tenemos que poner en ello fuerza divina, chispa, crédito, y funcionará, pero cuando no, viene alguien que se maneja desde lo material, apagamos la chispa en nosotros y queda en función el automático. Para comprobar que el cigarro nos puede sanar tenemos que alcanzar ese grado de divinidad en nosotros; entonces podremos hacer que cualquier cosa nos siente como queramos, porque tendremos en la célula la información que a cada uno nos de la gana tener y no la que nos ha vendido otro.

A través del crédito, la fuerza y la emoción, la información va bajando a la célula y cada vez que hagamos algo eso va a tener un plus más de fuerza. Por ejemplo, cada vez que practicamos un ritual estamos activando nuestra divinidad, por eso tras llevar un recorrido como magos lo que hacemos ahora tiene mucha más fuerza que cuando lo hacíamos hace dos años.

Cuando elegimos darle función a algún objeto, si le añadimos la emoción de lo más sagrado que podamos vamos encendiendo la chispa, y cada vez que lo repitamos el crédito aumenta. Lo vamos haciendo carne y todo nuestro cuerpo vibra así, ya no lo pensamos ni analizamos, estamos ahí, en presencia. De hecho todos los rituales que hacemos son para ganar crédito, hasta que llega un momento en que tenemos tanto que ya no somos nosotros y no precisamos hacer el ritual, pues es sólo un “por dónde”.

Finalmente, la sanación se da ante el simple hecho de decir “¡estoy sano!”, y todo lo demás son trucos para ganar fuerza y encarnar esa información en la célula; los rituales y las herramientas de sanación del iniciado son atajos para llevar información ahí. Cuando llegamos a estos niveles de chispa y crédito ya no precisamos siquiera hacer ofrendas porque somos la ofrenda, siempre estamos desprendiendo Munay (amor, deseo y poder) y ese mismo estado hace que allá donde pasemos seamos un regalo para la tierra. Somos un templo, la gente nos ve y reconoce como sagrados.

Comenzamos a convertirnos en divinidad, cada uno en un ser que donde va todo lo transforma en paz; podríamos llegar a un sitio lleno de densidad y conflicto y que con nuestra presencia todo se sane. “Tú eres el templo”, dice la biblia y no es una metáfora, es que tenemos que convertirnos en ello antes de ser un dios y un templo es una ofrenda de todo aquel que pasa, es un estado de amor tan grande que donde vayamos somos luz, amor, crédito.

Que nazcamos desde la programación genética y biológica, como materia sin brillo de divinidad, es un desafío para nosotros, tenemos que despertar ese brillo a lo largo de nuestra encarnación. De todas formas, la idea no es preocuparnos, pues si no lo logramos no pasa nada, volveremos a encarnar, y así hasta encarnar todo ese brillo y transcender nuestro linaje.

Existen diferentes filtros. Imagina un Universo lleno de programas, un caos de información que se podría llamar registro akáshico o registro del Universo. Desde allí la información pasa a un primer filtro que es el mental, de ahí a uno emocional y luego a través del cuerpo energético llega a la célula física: se encarna eso que estábamos sintiendo, que antes de sentir simplemente estábamos pensando y que antes de pensarlo sólo era una idea que estaba por ahí hasta que bajó a la mente. Para ello hay diferentes procesos y requieren de un recorrido, pero lo podemos acelerar si sabemos cómo manejar el tiempo. A eso se le llama ser un mago o un iniciado, a densificar desde el centro del Universo, que es lo que podríamos llamar nuestro Ser. Es un recorrido que nos ponemos hacia afuera porque nuestra mente está en lo externo, pero en realidad es un recorrido de la fuente -la idea del caos- a la carne, la célula, que cuando muera será encarnada por otra. A su vez, cuando muera, el Ser será encarnado por otro que repetirá esa misma información y así hasta que uno de ellos tome consciencia de su programación, se revele y trascienda esa línea temporal para empezar una nueva. Debido a diferentes experiencias y procesos bastante dolorosos que nos ocurren desde el momento en el que llegamos al feto hasta que nacemos, se genera la esfinge, a partir del trauma del psiquismo de esa propia célula. El proceso de nacimiento es a su vez una muerte para el feto -que fallece para que nazca el humano- y eso genera un trauma muy grande: el miedo a la muerte, que se representa no sólo en el fin del cuerpo físico sino ante todo lo desconocido.

Si me dicen “vámonos mañana a China, sólo con el dinero para el viaje de ida pero no para el de vuelta”, no voy a querer ir o me dará miedo a que me pase algo y no poder superarlo.

Todo lo nuevo, cada inicio va a representar la muerte para nosotros y la esfinge tratará de protegernos de ella. A su vez, la esfinge es el programa del tiempo antes de que se instale el psiquismo, para quien el tiempo no existe:

Justificación = Universo conocido = Presente

Espera = Universo conservador = Pasado

Combate hacia fuera = Universo destructor = Futuro

Desde que se instala en nosotros el programa del tiempo (la limitación, la fuerza de la gravedad, el Universo conocido, la creación, la conservación y la destrucción) nace toda esfinge, que es el fruto del comprometernos a apagar nuestra existencia para encender la genética y continuar la información de la célula.

EJERCICIO:

Vas a respirar tu pasado, la carga genética. Antes de empezar, dirás: "Yo, Miguel, desde aquí desde Barcelona, elijo respirar desde la carga genética que habita en mí (o desde mis ancestros)".

Esta intención te llevará a ese lugar; entonces empezarás a respirar y llegarás a la memoria de la célula, comenzando a sentir sensaciones más desagradables o más agradables, que irás expulsando hacia afuera. Mientras tanto, con la inspiración irás llenando de sami dorado – energía refinada- todo el espacio vacío que queda al liberar la hucha – energía densa genética. Realizarlo hasta sentir que ya no queda hucha por sacar.

El manual del iniciado

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