Читать книгу Rita y los ladrones de tumbas - Mikel Valverde Tejedor - Страница 4
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EL TAXI ATRAVESABA CON FLUIDEZ las atestadas calles de El Cairo. Rita miraba por la ventanilla sin perder detalle de la ajetreada vida de la ciudad.
El desarrapado individuo que había encontrado en el aeropuerto indicaba al conductor el camino a seguir. En la parte posterior del vehículo, en cambio, los tres ocupantes viajaban en silencio.
El hombre voluminoso, que viajaba sentado a su lado, se dirigió a Rita.
–Ejem, me temo que, con las prisas, aún no nos hemos presentado. Mi nombre es Karlsson –dijo tendiéndole la mano; luego señaló a la mujer que había aparecido con él en el aeropuerto y añadió–: Ella es la señorita Paponet.
Esta, con gesto frío, hizo una inclinación de cabeza a modo de saludo.
–Tal como le he dicho antes, venimos por el asunto de la excavación –continuó Karlsson–. Usted debe de ser la experta en egiptología.
«Este señor es educadísimo», pensó Rita al escuchar aquellas palabras. «Antes del viaje, mis amigos me decían que debía de estar aprendiendo mucho con todos los libros que leía sobre Egipto, pero no me llamaban experta. Claro que este señor Karlsson tiene más mundo y es mucho más educado».
–Sí, puede decirse que soy experta en egiptología –contestó Rita.
–No esperábamos que fuera tan joven –dijo la señorita Paponet con marcado acento francés.
–No se moleste –intervino el señor Karlsson al ver la cara de desconcierto de la niña–. Hasta ahora los expertos con los que hemos colaborado eran de más edad, pero estaremos encantados de trabajar con usted. Si la han enviado es porque es usted una persona realmente destacada y competente.
«Una persona destacada y competente». Nunca le habían dicho algo tan rimbombante. Ni siquiera Ana, su profesora de matemáticas, el día que sacó un nueve con cinco en un examen. La niña se sentía halagada. Aquello le gustaba, y mucho.
–Claro, lo comprendo –dijo a modo de respuesta.
–Aún no nos ha dicho usted cómo se llama –apuntó Karlsson cortésmente.
–Rita –respondió ella, sonriente.
–Es un placer, profesora Rita.
El taxi se detuvo junto a una vivienda de dos plantas situada en una pequeña plaza. A la sombra de una higuera, varios ancianos charlaban sentados en sillas.
El hombre que había ido a esperarlos al aeropuerto dijo unas palabras en árabe al taxista y este tocó el claxon tres veces. Al momento, el portón del edificio se abrió y el individuo indicó a los viajeros que habían llegado a su destino.
Rita, el señor Karlsson y la señorita Paponet descendieron del vehículo y accedieron a un patio decorado con plantas y presidido por una fuente.
Rita, que arrastraba su maleta de ruedas por la calle sin asfaltar, no vio un pequeño letrero en la fachada del edificio. Este se hallaba desgastado por el sol, pero en él aún podía leerse: «Hostal RIYAD».
El ambiente en el patio era fresco y agradable. Parecía una lujosa casa de huéspedes, aunque daba la impresión de encontrarse vacía.
«Será la casa de alguno de los amigos del tío Daniel. Él me ha dicho muchas veces que la gente de El Cairo es muy hospitalaria», pensó Rita.
La puerta se cerró y un hombre surgió por una puerta con arco de herradura y se acercó a ellos. Andaba algo encorvado, tenía una nariz ganchuda y un poblado bigote, y uno de sus ojos estaba cubierto por un parche de cuero negro. Cubría su cabeza con un turbante y tenía la piel amarillenta. La expresión oscura de su mirada le daba un aspecto siniestro.
–Hola, Salim –le saludó el señor Karlsson estrechándole la mano–. Creo que ya conoces a la señorita Paponet de anteriores ocasiones. Esta vez también nos acompañará la profesora Rita.
Salim miró a la niña con gesto de incredulidad y desconfianza.
–Ella es la experta egiptóloga que viene a la excavación –insistió Karlsson.
Solo entonces Salim se acercó a Rita y estrechó su mano.
–Bienvenida, profesora –dijo con voz cavernosa–. Sus habitaciones están preparadas, pueden subir a descansar. Mis empleados les indicarán el camino. Charlaremos durante la cena.